EL CRISTIANISMO EN LA CRISTIANDAD
(313–476 D. DE J.C.;
300–850 D. DE J.C.; 350–385 D. DE J.C.)
Asociación de la Iglesia y el Estado; Las iglesias
rechazan la unión con el Estado; Los donatistas son condenados; Concilio de
Nicea; El arrianismo restaurado; Atanasio; Los credos; El canon de las
Escrituras; El mundo romano y la iglesia; Separación del Imperio Romano
occidental; Agustín; Pelagio; Cambio en la posición de la iglesia; Las falsas
doctrinas: El maniqueísmo, el arrianismo, el pelagianismo, el sacerdotalismo;
El monasticismo; Las Escrituras permanecen para la dirección; Las misiones;
Desviación de los principios misioneros del Nuevo Testamento; Las misiones de
Irlanda y Escocia en el continente; Conflicto entre la misión británica y la
romana; Prisciliano.
La
importancia de los Obispos y especialmente de los Metropolitanos en las
iglesias Católicas facilitó la comunicación entre la Iglesia y las autoridades
civiles. El propio Constantino, mientras retenía la antigua dignidad imperial
del sumo sacerdote de la religión pagana, asumió el papel de árbitro de las
iglesias cristianas.
La
Iglesia y el estado pronto estuvieron estrechamente relacionados, y no tardó
mucho para que el poder del estado estuviera a disposición de los líderes de la
Iglesia para que estos impusieran sus decisiones. De manera que los perseguidos
pronto se convirtieron en perseguidores.
EL PERÍODO DESDE 313–476 D. D J. C
En
épocas posteriores aquellas iglesias que, fieles a la Palabra de Dios, fueron
perseguidas por la Iglesia dominante como herejes y sectas, a menudo hacían
referencia en sus escritos a su total inconformidad con la unión de la Iglesia
y el estado en la época de Constantino y de Silvestre,
Obispo
en Roma en aquel entonces. Dichas iglesias trazaban una continuidad desde las
iglesias bíblicas primitivas en una sucesión ininterrumpida desde los tiempos
apostólicos, pasando ilesas a través del período en que tantas iglesias se
asociaron con el poder mundano, hasta llegar a su propio tiempo. Para todas
estas iglesias, la persecución pronto fue reanudada, pero en lugar de venir del
Imperio Romano pagano, vino de la que proclamaba ser la Iglesia, ejerciendo el
poder del estado cristianizado.
Los
donatistas, siendo muy numerosos en el África del Norte y habiendo retenido o
restaurado muchos rasgos del tipo de organización católica entre ellos, se
encontraban en una posición que les permitía apelar al emperador en sus
conflictos con la parte católica, y eso fue precisamente lo que hicieron.
Constantino convocó a varios Obispos de ambas partes y se pronunció en contra
de los donatistas que entonces fueron perseguidos y castigados; aunque esto no
apaciguó el conflicto, el cual continuó hasta que tanto los donatistas como los
católicos fueron reprimidos por la invasión islámica en el siglo VII.
CONCILIO DE NICEA (325 D. DE J.C.)
El
primer Concilio general de las iglesias Católicas fue convocado por Constantino
y tuvo lugar en Nicea, Bitinia. El principal asunto a discutir fue la doctrina
enseñada por Arrió, Obispo de Alejandría, quien declaró que Cristo fue un ser creado,
aunque el primero y mayor de los seres creados, y negaba su igualdad con el
Padre. Más de 300 Obispos estuvieron presentes, con sus respectivos acompañantes,
de todas las partes del Imperio para analizar este asunto.
La
apertura del Concilio fue llevado a cabo con gran pompa y estuvo a cargo de
Constantino. Varios de los Obispos presentes llevaban en sus cuerpos las
cicatrices de las torturas que habían soportado en el tiempo delas
persecuciones. Con dos opiniones contrarias, el Concilio determinó que la
enseñanza de Arrió era falsa y que no había sido la enseñanza de la iglesia
desde sus inicios. El credo del Concilio de Nicea fue redactado de manera que
expresara el hecho de la verdadera naturaleza divina del Hijo y su igualdad con
el Padre.
Aunque
la decisión adoptada fue la correcta, la forma de alcanzarla por medio de los
esfuerzos combinados del emperador y los Obispos, y el hecho de hacerla cumplir
mediante el poder del estado, demostraron la desviación a que había llegado la
Iglesia Católica con respecto a las Escrituras. Dos años después del Concilio,
Constantino, cambiando de opinión, acogió a Arrió, permitiéndole regresar del
exilio, y ya en el reinado de su hijo Constancio II, todas las diócesis estaban
llenas de arrianos. El gobierno, ahora arriano, persiguió a los católicos como anteriormente
lo había hecho contra los arrianos.
ATANASIO (296–372 D. DE J.C.)
Uno
de los que gozaba de gran prestigio y que no se dejó llevar por el clamor
popular ni por las amenazas o lisonjas de las autoridades fue Atanasio. Siendo un
hombre muy joven, Atanasio tomó parte en el Concilio de Nicea, y más tarde
llegó a ser Obispo de Alejandría. Por casi cincuenta años, aun que exiliado en
varias ocasiones, testificó valientemente de la verdadera divinidad del
Salvador. Atanasio fue difamado, llevado ante los tribunales, en ocasiones tuvo
que refugiarse en el desierto y después regresar a la ciudad, pero nada de esto
afectó su defensa de la verdad en la cual creía.
El
arrianismo se mantuvo casi tres siglos como la religión estatal en varias
naciones, especialmente en los reinos que posteriormente se establecieron en el
norte. Los lombardos en Italia fueron los últimos en renunciarlo como la
religión nacional.
No
sólo el primero, sino también los seis primeros Concilios Generales, de los
cuales el último tuvo lugar en el año 680, centraron su atención, en gran
medida, en asuntos relacionados con la naturaleza divina y la relación entre el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el curso de los interminables debates,
salían a la luz credos y dogmas que los participantes vociferaban con la
esperanza de mantener la verdad mediante ellos y así poder trasmitirla a las
generaciones futuras.
Resulta
evidente el hecho de que en las Escrituras no se emplea este método. Al
analizarlas, nos percatamos de que en el contenido de la mera letra no se
transmite la verdad, la cual se alcanza a comprender espiritualmente y no
puede, tampoco, una persona darla a otra como si fuera un objeto. Cada uno debe
recibirla y apropiarse de ella por sí mismo en su trato íntimo con Dios, y
establecerse en ella por medio de confesarla y mantenerla en medio del conflicto
de la vida diaria.
EL
CANON DE LAS ESCRITURAS
A
veces se piensa que la Biblia no es suficiente como guía para las iglesias sin
la adición de, al menos, la tradición primitiva. A favor de esto se alega que
fueron los concilios de la iglesia primitiva los que conformaron el canon de
las Escrituras. Esto, por supuesto, sólo puede referirse al Nuevo Testamento.
Las
características peculiares y la historia única de Israel los equipó para
recibir la revelación divina, reconocer las Escrituras inspiradas, y
preservarlas con una perseverancia invencible y una gran exactitud. En cuanto
al Nuevo Testamento, el canon de los libros inspirados no fue conformado por
los Concilios de la Iglesia, sino reconocido por
los Concilios, pues ya había sido claramente indicado por el Espíritu Santo y
aceptado por la mayoría de las iglesias. Desde entonces, esta indicación y aceptación
han sido confirmadas por cada comparación de los libros canónicos con los
apócrifos y los otros libros no canónicos, resultando evidente la diferencia en
el valor y el poder entre ellos.
El
segundo período en la historia de algunas de las iglesias mencionadas al
principio de este capítulo, comenzando después del edicto de tolerancia de
Constantino en el año 313, resulta de vital importancia debido a que muestra el
experimento en grande de la unión de la Iglesia y el estado.
¿Podría
la iglesia salvar al mundo por medio de unirse con él? El mundo romano1 había
alcanzado su mayor poder y gloria. La civilización había logrado todo lo que
había sido capaz de obtener fuera del conocimiento de Dios. Sin embargo, el
mundo vivía en extrema miseria. El lujo y el vicio de los ricos eran
ilimitados; una vasta porción de la población era esclava. Las exhibiciones
públicas, donde la presentación de todo tipo de maldad y crueldad divertía a la
población, intensificaron la degradación. Y aunque todavía había vigor en las
extremidades del imperio un imperio en conflicto con los enemigos circundantes,
la enfermedad en el corazón constituía una amenaza para todo el cuerpo, y Roma
había llegado a ser irremediablemente corrupta y depravada.
Mientras
la iglesia permanecía apartada del estado, había sido un testigo poderoso de
Cristo en el mundo, y constantemente sumaba conversos a su santa hermandad. Sin
embargo, cuando la iglesia, ya debilitada por haber adoptado las reglas humanas
en lugar de la dirección del Espíritu Santo, entró repentinamente en sociedad
con el estado, llegó a ser una organización profanada y degradada. Muy pronto
el clero se encontraba compitiendo tan vergonzosamente por alcanzar posiciones
lucrativas y poderes como los funcionarios de la corte.
Por
otra parte, en las congregaciones donde predominaba el elemento pecaminoso, las
ventajas materiales de profesar el cristianismo transformaron la pureza de las
iglesias perseguidas en mundanería. De manera que la Iglesia quedó impotente
para detener el rumbo decadente del mundo civilizado hacia la corrupción.
Nubes
siniestras que anunciaban juicio empezaron a formarse. En la lejana China los
movimientos populares, saliendo hacia el oeste, provocaron una gran migración
de los hunos. Estos cruzaron el Volga y, empujando a los godos hacia lo que
ahora es Rusia, los obligaron a dirigirse hacia las fronteras del Imperio, que
para ese entonces estaba dividido. La parte oriental, o el Imperio Bizantino,
tenía a Constantinopla como su capital, y la parte occidente tenía a Roma.
Las
naciones teutónicas o germánicas empezaron a salir de los bosques. Obligados
por las hordas mongoles desde el Oriente, y atraídos por las riquezas y la
debilidad del Imperio, los godos (divididos en orientales y occidentales bajo
los nombres de ostrogodos y visigodos) y otros pueblos germánicos tales como
los francos, los vándalos, los burgundios, los suevos, los hérulos y otros,
emergieron como las olas de una inundación incontenible sobre la civilización
decadente de Roma.
LA
CAÍDA DE ROMA
En
un año grandes provincias como España y Galia fueron destruidas. Los
habitantes, acostumbrados a la paz por mucho tiempo y congregados
principalmente en las ciudades para gozar de la tranquilidad y el placer que
estas les proporcionaban, vieron desaparecer a sus ejércitos que habían
protegido sus fronteras por tanto tiempo.
Las
ciudades fueron devastadas, y una población culta y suntuosa que había evitado
la disciplina del entrenamiento militar fue masacrada o esclavizada por los
bárbaros paganos. La propia Roma fue tomada por los godos bajo el mando de Alarico
(410 d. de J.C.), y la gran ciudad fue saqueada y desolada por las huestes
bárbaras.
En
el año 476, el Imperio Romano occidental llegó a su fin, y en las extensas
regiones sobre las que había reinado por tanto tiempo, comenzaron a surgir
nuevos reinos. La parte oriental del Imperio continuó hasta que, en 1453, casi
mil años después, Constantinopla fue conquistada por los turcos musulmanes.
AGUSTÍN (354–430 D. DE J.C.)
Volviendo
al siglo IV, en este período nos encontramos con una de las grandes figuras de
la historia, Agustín (354–430) ,2 cuyas enseñanzas han dejado una huella
indeleble a través de todas las épocas sucesivas. En sus voluminosos escritos, y
especialmente en su obra Confesiones,
Agustín se revela a sí mismo de una manera tan íntima que
da la impresión de ser un conocido y amigo.
Natural
de Numidia, Agustín describe sus primeros alrededores, pensamientos e
impresiones. Su santa madre, Mónica, revive en sus páginas cuando leemos acerca
de sus oraciones por él, sus primeras esperanzas, su pesar posterior al ver que
su hijo crecía llevando un estilo de vida pecaminoso, y de su fe en su
salvación final, reforzada por una visión y el consejo sabio de Ambrosio,
Obispo de Milán. En cambio, su padre se preocupó más por su progreso mundano y
material.
Aunque
buscaba la luz, Agustín se vio irremediablemente envuelto en una vida
pecaminosa y llena de excesos. Por un tiempo pensó que había encontrado
liberación en el maniqueísmo, pero pronto se dio cuenta de su incoherencia y
debilidad. La predicación de Ambrosio influyó en su vida, pero, aun así, no
encontraba la paz que buscaba. Cuando tenía 32 años de edad y trabajaba como
profesor de retórica en Milán, ya había llegado a un estado desesperado de
angustia. Sus propias palabras nos describen lo que sucedió después:
Me
dejé caer, no sé cómo, bajo una higuera, y le di rienda suelta a mis lágrimas
pronuncié estas tristes palabras: “¿Cuánto tiempo, cuánto tiempo? ¿Mañana y
mañana? ¿Por qué no ahora? ¿Por qué no poner fin a mi impureza en este preciso
momento?” Me encontraba diciendo estas cosas y llorando en la contrición más
amarga de mi corazón, cuando de pronto, escuché la voz como de un niño o niña,
no sé exactamente, que provenía de una casa cercana y repetía: “Levántate y
lee, levántate y lee”. Mi semblante cambió de inmediato y comencé a considerar
más seriamente si era normal que los niños cantaran aquellas palabras en algún
tipo de juego, pues no recordaba haberlas escuchado antes.
De
manera que, conteniendo el torrente de mis lágrimas, me puse de pie,
interpretando aquello como una orden del cielo para que yo abriera el Libro y
leyera el primer capítulo párrafo en el que mis ojos se fijaron primero:
“Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en
lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor
Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”. No leí más, no lo
necesitaba, porque al instante, al concluir de leer el pasaje, por medio de una
luz de seguridad infundida a mi corazón, desapareció toda sombra de duda.
Su
conversión le causó el mayor de los regocijos, aunque sin tomarla de sorpresa,
a su devota madre Mónica quien falleció en paz un año después cuando regresaban
a África. Agustín fue bautizado por Ambrosio en Milán (387 d. de J.C.), y más
tarde se convirtió en Obispo de Hipona (luego llamada Bona) en el África del
Norte (395 d. de J.C.). Su vida ajetreada resultó ser una constante polémica.
Vivió en la época en que el Imperio Romano occidental se venía abajo.
En
realidad, Hipona, la ciudad donde él residía, estaba siendo asediada por un
ejército bárbaro cuando él murió. Fue precisamente la caída del Imperio
occidental lo que lo motivó a escribir su famoso libro La ciudad de Dios.
El mismo título, escrito entero, explica la intención y el contenido del libro:
“Aunque ha caído la mayor ciudad del mundo, la Ciudad de Dios permanece para siempre.
Sin
embargo, su opinión acerca de lo que para él era la Ciudad de Dios lo condujo a
enseñanzas que dieron origen a una miseria indecible, y la grandeza misma de su
nombre acentuó las consecuencias perjudiciales del error que enseñaba. Agustín,
más que cualquier otro, formuló la doctrina de que la salvación se alcanza
únicamente a través de la Iglesia, por medio de sus sacramentos. Tomar la
salvación de manos del Salvador y ponerla en manos de los hombres, e interponer
un sistema concebido por el hombre entre el Salvador y el pecador, es
precisamente lo opuesto de la revelación del Evangelio. Cristo dice: “Venid a mí”, y
ningún sacerdote o iglesia tiene la autoridad para interferir en ello.
Agustín,
en su celo por la unidad de la Iglesia y su aborrecimiento auténtico de toda
divergencia en doctrina y diferencia en forma, perdió de vista la unidad
espiritual, viva e indestructible, de la iglesia y el cuerpo de Cristo, la cual
une a todos los que son partícipes mediante el nuevo nacimiento en la vida de
Dios. Por consiguiente, él no consideraba posible la existencia de iglesias de
Dios en distintos lugares y en todos los tiempos, cada una reteniendo su
relación directa con el Señor y con el Espíritu que apareciera ante mis ojos.
Tomé
la Biblia, la abrí, y leí en silencio Santo, y al mismo tiempo manteniendo una
comunión con las demás a pesar de la debilidad humana, de los niveles variables
de conocimiento, de las comprensiones divergentes de las Escrituras, y de las
diferencias en práctica. Su visión de la Iglesia como algo externo y una
organización terrenal lo llevó, naturalmente, a buscar medios externos y
materiales para preservar, e incluso imponer, una unidad visible.
Por
tanto, como parte de su conflicto con los donatistas, escribió: Realmente es
mejor que los hombres sean guiados a adorar a Dios por medio de la enseñanza,
antes que ser presionados por el temor a un castigo o dolor; sin embargo, esto
no quiere decir que por ser la primera alternativa la que produce el mejor
modelo de hombres, se deba pasar por alto a los que no se rinden a ella. Para
muchos ha resultado provechoso (como hemos comprobado y diariamente comprobamos
mediante el experimento práctico) el hecho de verse obligados primero por el
temor o el dolor, para luego ser influenciados por la enseñanza o para llevar a
cabo en la práctica lo que ya habían aprendido teóricamente.
Si
bien aquellos que son guiados por amor son mejores, en realidad los que son
corregidos por el temor son más numerosos. Porque, ¿quién puede amarnos más que
Cristo que dio su vida por las ovejas? Sin embargo, después de llamar a Pedro y
a los otros apóstoles con palabras solamente, cuando llamó al apóstol Pablo no
sólo lo obligó con su voz, sino que, además, lo lanzó al suelo con su poder. Y
para lograr por medio de la fuerza que un hombre como él saliera de las
tinieblas para desear la luz del corazón, primero lo azotó con una ceguera física
de los ojos.
¿Por
qué, entonces, no debe la Iglesia emplear la fuerza para obligar a sus hijos
perdidos a regresar? El propio Señor
dijo: “Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar” Por tanto,
el poder que la Iglesia ha recibido por designio divino en su justo momento,
por medio del carácter religioso y la fe de los reyes, es el instrumento por
medio del cual los que se encuentran en los caminos y en los vallados, es
decir, en herejías y cismas, son obligados a volver, así que los que son
obligados no deben criticar el uso de la fuerza.
Esta
enseñanza, viniendo de semejante autoridad, incitó y justificó los métodos de
persecución por medio de los cuales la Roma papal llegó a igualar las crueldades
de la Roma pagana. Un hombre como Agustín, de fuertes emociones y de una
compasión tierna y espontánea, al apartarse de los principios de las
Escrituras, aunque con buenas intenciones, se vio comprometido en un gran
sistema de persecución cruel y despiadada.
PELAGIO SIGLO V
Alguien
con quien Agustín mantuvo bastante discrepancia fue con Pelagio. Oriundo de las
Islas Británicas, vino a Roma justo al comienzo del quinto siglo cuando tenía
aproximadamente treinta años de edad. Y aunque era laico, pronto llegó ser
conocido como un escritor talentoso de las Escrituras y como un hombre de excelente
integridad. Agustín, aunque después se convirtió en su gran adversario
doctrinal, dio testimonio de esto.
Los
informes despectivos publicados más adelante por Jerónimo parecen haber tenido
su origen no tanto en hechos reales, sino en el calor que tomó la polémica.
En
Roma, Pelagio conoció a Celestino, que se convirtió en el exponente más activo
de sus enseñanzas. Pelagio era un reformista. La falta de disciplina y la auto-indulgencia
en las vidas de la mayoría de las personas que profesaban ser cristianas lo
afligieron profundamente, y por ello se convirtió en un predicador enérgico de
la justicia práctica y de la santificación.
El
ocuparse muy exclusivamente con este aspecto de la verdad lo llevó a enfatizar
más en la libertad de la voluntad humana y a minimizar las obras de la gracia
divina. Él enseñaba que los hombres no son afectados por la transgresión de
Adán, a menos que sea por su ejemplo; que Adán habría muerto de todas formas
aunque no habría pecado; que no existe el pecado original, y que los actos de
cada hombre nacen de sus propias elecciones. Por tanto, él planteaba que todo
hombre podía alcanzar la justicia perfecta. Los niños, decía él, nacen sin pecado.
Aquí él entró en conflicto claro con la enseñanza católica.
Él
enseñaba el bautismo de infantes, pero negaba que este fuera el medio de
regeneración, afirmando más bien que el bautismo presentaba el niño a un estado
de gracia en el reino de Dios, a una condición donde fuera capaz de obtener
salvación y vida, santificación y unión con Cristo.
Agustín,
oponiéndose a esta enseñanza, leyó a su congregación una parte de un trabajo de
Cipriano, escrito hacía 150 años, según el cual los infantes son bautizados
para la remisión de los pecados. Luego le pidió a Pelagio que se abstuviera de
una enseñanza que era divergente de una doctrina y práctica tan fundamental de
la Iglesia.
Pelagio
se abstenía de decir en su oración: “perdona nuestros pecados”, considerando esta
frase inapropiada para los cristianos, tomando en cuenta que no necesitamos
pecar; y que si lo hacemos, es el resultado de nuestra propia voluntad y
elección, por lo que semejante oración tan sólo sería la expresión de una
humildad ficticia.
PELAGIO CONTRA CELESTINO
El
conflicto con relación a las doctrinas de Pelagio y Celestino adquirió una gran
dimensión y ocupó la mayor parte del tiempo y los esfuerzos de Agustín, quien
escribió ampliamente sobre el tema. Durante este período tuvieron lugar varios Concilios;
los de Oriente absolvían a Pelagio, en tanto los de Occidente lo condenaban,
esto debido a la influencia de Agustín en las iglesias latinas, la cual había
conducido a que estas aceptaran posiciones más definidas y dogmáticas acerca de
la relación entre la voluntad de Dios y la voluntad del hombre que en las
iglesias de Oriente.
Se
apeló entonces a Inocencio, el Papa en Roma, y este recibió con beneplácito la
oportunidad de hacer resaltar su autoridad. Inocencio excomulgó a Pelagio y a
sus seguidores, aunque su sucesor, Zósimo, los reintegró. Los Obispos
occidentales, luego de reunirse en Cartago, lograron obtener el respaldo de las
autoridades civiles, y Pelagio y sus partidarios fueron desterrados y sus
propiedades confiscadas. El Papa Zósimo, al ver esto, cambió de opinión y
también condenó a Pelagio.
Dieciocho
Obispos italianos rechazaron someterse al decreto Imperial, uno de los cuales,
Julián, Obispo de Eclano, contendió con Agustín mostrando una aptitud y una
moderación poco común al plantear que el uso de la fuerza y el cambio de
opinión de un Papa no eran las armas adecuadas para tratar con temas de
doctrina.
Pelagio
enseñó muchas cosas ciertas y buenas, pero la doctrina característica del
pelagianismo no sólo se opone a las Escrituras, sino a la realidad de la
naturaleza humana. Los hombres son conscientes de su naturaleza caída y de su
vínculo con el pecado. La realidad de la vida así lo demuestra. Nuestra
participación real de la vida y naturaleza de un hombre, el primer Adán, sujetos
como él a la muerte, hace posible que toda la especie humana pueda ser llevada
a una relación real con el único Hombre, el segundo Adán, Jesucristo. Es así
como llega a ser posible que cualquier hombre, por medio de su voluntad y fe,
pueda convertirse en partícipe de su vida eterna y naturaleza divina.
Los
tres primeros siglos de la historia de la iglesia demostraron que ningún poder
terrenal puede destruirla. Ella es invencible ante los ataques del mundo. Los
testigos de sus sufrimientos, e incluso sus perseguidores, llegan a ser sus
conversos, y crece más rápidamente de lo que puede ser destruida.
El
período siguiente de casi doscientos años muestra que la unión de la Iglesia y
el estado, incluso cuando los poderes del Imperio más poderoso son puestos en
manos de la Iglesia, no capacita a esta para salvar al estado de la
destrucción, ya que al abandonar la posición que su propio nombre implica, de
ser “escogida del mundo” y separada para Cristo, pierde el poder que emana del
sometimiento a su Señor, y lo cambia por una autoridad terrenal que es fatal
para sí misma.
LAS FALSAS DOCTRINAS
La
iglesia de Cristo ha estado sujeta no sólo a la violencia de la persecución
externa y a las tentaciones del poder terrenal, sino, además, a las agresiones
de las falsas doctrinas. Desde el tercer siglo hasta el quinto siglo se
desarrollaron cuatro formas de estas doctrinas falsas de un carácter tan
fundamental que sus obras nunca han dejado de afectar a la iglesia y al mundo.
EL
MANIQUEISMO
1.
El maniqueísmo ataca
tanto la enseñanza de la Escritura como el testimonio de la naturaleza de que
Dios es el Creador de todas las cosas. Las palabras de apertura de la Biblia
son: “En el principio creó Dios los
cielos y la tierra” (Génesis 1.1).
Además,
la Biblia presenta al hombre como la corona de la creación en las palabras: “Y creó Dios al hombre a su imagen” (Génesis
1.27). Y viendo todo lo que había hecho, Dios vio que “era bueno en gran manera” (Génesis
1.31).
El
maniqueísmo, al atribuir lo visible y corporal a la obra de un poder malvado y
oscuro y sólo lo que es espiritual al Dios verdadero, arremetió contra las
raíces de la revelación divina de la cual la creación, la caída y la redención
son partes indivisibles y esenciales. Del concepto erróneo acerca del cuerpo
surgen por una parte los excesos del ascetismo, considerando el cuerpo sólo
como algo malvado; y por otra parte, las muchas prácticas y doctrinas
degradantes alentadas por el hecho de no lograr ver en el cuerpo ninguna otra
cosa que no sea animal, por lo que se pierde de vista su origen divino y su
consecuente cualidad de poder ser redimido y restaurado a la semejanza del Hijo
de Dios.
EL
ARRIANISMO.
La
revelación más gloriosa, en la cual toda Escritura culmina, es que Jesucristo
es Dios manifestado en la carne, dado a conocer a nosotros al convertirse en
hombre y al hacer propiciación por el pecado del mundo por medio de su muerte
expiatoria. El arrianismo, al negar la divinidad de Cristo declarándolo un ser
creado, aunque el primero y el altísimo, mantiene al hombre inmensurablemente
distante de Dios, nos impide conocerlo como Dios nuestro Salvador y nos deja
únicamente con la esperanza vaga e incierta de alcanzar algo superior a lo que
ahora experimentamos mediante el mejoramiento de nuestro propio carácter.
EL PELAGIANISMO
Niega
la enseñanza de las Escrituras en lo que se refiere a la inclusión de todo el
género humano en la transgresión de Adán.
Al
afirmar que el pecado de Adán sólo lo afectó a él y a sus relaciones con Dios,
y que cada ser humano nace originalmente sin pecado, esto debilita la necesidad
que siente el hombre de un Salvador, le impide llegar a un conocimiento
verdadero de sí mismo, y lo lleva a buscar la salvación, al menos hasta cierto
punto, en sí mismo.
El
reconocer nuestra participación en la caída está estrechamente relacionado, en
las Escrituras, con el poder ser partícipes de la obra expiatoria de Cristo, el
segundo Adán; y, aunque insistimos en la responsabilidad individual y en el
libre albedrío, esto no excluye, sino que va juntamente con, la enseñanza
referente a la voluntad de Dios y al vínculo existente a nivel de todas las
razas del género humano.
Esto,
aunque incluye a todos en la misma condenación, también incluye a todos en la
misma salvación.
EL SACERDOTALISMO
Pretende
que la salvación sólo se encuentra en la Iglesia y por medio de sus sacramentos
administrados por sus sacerdotes.
En
ese tiempo, por supuesto, al hablar de la Iglesia se referían a la Iglesia Romana,
pero la doctrina ha sido, y sigue siendo, adoptada por muchos otros sistemas,
grandes y pequeños, que la han aplicado a sí mismos.
Nada
ha sido enseñado con mayor claridad e insistencia por el Señor y los apóstoles
que el hecho de que la salvación del pecador se alcanza por medio de la fe en
el Hijo de Dios, en su muerte expiatoria y resurrección.
Una
iglesia o grupo que proclama que sólo en ella se encuentra la salvación; hombres
que arrogantemente creen tener la autoridad para admitir o excluir a otros del
reino de Dios; sacramentos o procedimientos que son convertidos en medios
imprescindibles para alcanzar la salvación, todo esto origina las tiranías que
traen consigo innumerables miserias sobre el género humano y ocultan el
verdadero camino a la salvación que Cristo ha provisto para todos los hombres a
través de la fe en él.
EL MONASTICISMO
La
decadencia espiritual de las iglesias, su desviación del modelo del Nuevo
Testamento, el consecuente incremento de la mundanería dentro de ellas, el
sometimiento al sistema humano y la tolerancia del pecado, no sólo incitaron
esfuerzos para reformarlas o establecer iglesias reformadas (como las ya vistas
en los movimientos donatistas y montanistas), sino que, además, provocaron que
algunos de los que buscaban la santidad y la comunión con Dios se apartaran de
todo contacto con los hombres.
Por
una parte, las circunstancias imperantes en el mundo, devastado por los
bárbaros, y por otra parte, en la Iglesia, desviada de lo que debía ser su
testimonio en el mundo, dejó a estos buscadores sin esperanza de encontrar
comunión con Dios en la vida diaria ni con los cristianos en las iglesias. De
modo que se retiraban a lugares desérticos y vivían como anacoretas, para así,
estando libres de las distracciones y tentaciones de la vida común, poder
alcanzar por medio de la contemplación la visión y el conocimiento de Dios que
ansiaban sus almas. Influenciados por las enseñanzas prevalecientes acerca de
que la materia era mala, ellos optaron por un estilo de vida extremadamente
sencillo y prácticas ascéticas para vencer los obstáculos que, según su
criterio, el cuerpo presenta a la vida espiritual.
ANTONIO EL ARMITAÑO (250–356 d. de J.C.)
En
el cuarto siglo, en Egipto, Antonio el ermitaño se convirtió en un personaje
célebre por su vida solitaria, y muchos, incitados a igualar su piedad, se
establecieron cerca de él, e imitaron su estilo de vida. Fue así como sus seguidores
lo convencieron para que formulara un reglamento o norma de vida para ellos.
Los ermitaños incrementaron en número, y algunos impusieron sobre sus propias
vidas tremendas severidades. Simeón Estilita fue uno de los que ganó fama por
vivir muchos años en lo alto de una columna.
Rápidamente
tuvo lugar un desarrollo mayor, y Pacomio, en el sudeste de Egipto, a
principios del cuarto siglo fundó un monasterio donde aquellos que se retiraban
del mundo ya no vivían más solos, sino como parte de una comunidad. Este tipo
de comunidades se propagó tanto en las iglesias occidentales como en las
orientales, y llegaron a ser una parte importante en la vida de los pueblos.
BENITO (AÑO- 480–550 D. DE J.C.)
Aproximadamente
a principios del sexto siglo, Benito de Nursia, en Italia, le dio un gran
impulso a este movimiento, y su norma de vida para los grupos monásticos
prevaleció por encima de todas las demás.
Él
no ocupaba a los monjes tan exclusivamente con austeridades personales, sino
orientó sus actividades hacia la realización de ceremonias religiosas y el
servicio a los hombres, prestando especial atención a la agricultura. Los
monasterios de la orden benedictina fueron unos de los principales medios
mediante los cuales se difundió el cristianismo entre las naciones teutónicas a
lo largo del séptimo y octavo siglos.
También
desde Irlanda, desde la isla de Iona y a través de Escocia, los monasterios y
los asentamientos columbanos prepararon y enviaron a misioneros fieles hacia el
norte y centro de Europa.
EL
AUGE DE LAS MISIONES
Puesto
que los Papas de Roma poco a poco llegaron a dominar la Iglesia y a dedicarse a
la intriga y a la lucha por el poder temporal, el sistema monástico atrajo a
muchos de los que eran espirituales y anhelaban seguir a Dios en santidad. Sin
embargo, un monasterio se diferenciaba grandemente de una iglesia
neotestamentaria, tanto así que las almas que se vieron obligadas a huir de la
Iglesia Romana y su mundanería no encontraron en el monasterio lo que una
iglesia verdadera hubiera provisto. Estas almas fueron sometidas a las normas de
una institución en vez de permitir que el Espíritu Santo obrara en ellas
libremente.
EL
VALOR DE LAS ESCRITURAS
No
obstante, siempre hubo algo que sobrevivió a través de todos estos tiempos;
algo capaz de obrar una restauración. La presencia de las Escrituras en el
mundo proveyó los medios que el Espíritu Santo pudo emplear en el corazón de los
hombres con un poder capaz de vencer el error y volverlos a la verdad divina.
Nunca
dejaron de existir congregaciones e iglesias verdaderas que se apegaban a las
Escrituras como su guía de fe y doctrina, como la norma tanto para la conducta
individual como para el orden de la iglesia. Estas congregaciones, aunque
ocultas y despreciadas, ejercieron una influencia que no se quedó sin dar
frutos.
La
actividad misionera no cesó durante estos tiempos convulsos, sino que se llevó
a cabo con entusiasmo y devoción. En realidad, hasta el siglo XI cuando las
Cruzadas absorbieron el entusiasmo de las naciones católicas, hubo un
testimonio constante que poco a poco sometió a los conquistadores bárbaros y
llevó el conocimiento de Cristo a las tierras lejanas de las cuales ellos
procedían.
Los
misioneros nestorianos llegaron tan lejos como a China y a Siberia, y
establecieron iglesias desde Samarcanda hasta Ceilán. Los griegos de
Constantinopla atravesaron Bulgaria y penetraron en las profundidades de Rusia,
mientras que las naciones paganas del centro y norte de Europa fueron
alcanzadas por misioneros tanto de las Iglesias Británicas como Romanas. En el
África del Norte y en Asia occidental eran más los que profesaban el
cristianismo en aquel tiempo que en la actualidad.
Sin
embargo, los errores que prevalecían en las iglesias que profesaban el
cristianismo se vieron reflejados en su obra misionera. Ya no existía la manera
sencilla de predicar a Cristo y fundar iglesias como en los tiempos de la
iglesia primitiva, sino que junto con una medida de la verdad también había una
insistencia en cumplir todos los preceptos legales y rituales. De modo que
cuando los reyes llegaban a confesar el cristianismo, el principio de la unión
de la Iglesia y el estado conducía a la conversión externa y forzosa de
multitudes de ciudadanos a la nueva religión del estado.
En
lugar de que las iglesias fueran fundadas en las distintas ciudades y territorios,
independientes de cualquier organización central, y cada una en una relación
directa con el Señor como en los días apostólicos, todas eran subordinadas a
una de las grandes organizaciones cuyo centro se encontraba en Roma,
Constantinopla, o en cualquier otro lugar.
Lo
que sucedió a gran escala también se aplica a nivel individual. La manera
perjudicial de operar de este sistema también se manifiesta dondequiera que los
pecadores, en lugar de ser guiados a Cristo y provistos de las Escrituras como
su guía, son obligados a formar parte de alguna denominación extranjera o se
les enseña a recurrir a alguna misión para recibir de ella dirección y
provisiones. De esta manera, se obstaculiza el desarrollo de los dones del
Espíritu Santo entre ellos, y se retarda la propagación del Evangelio entre sus
compatriotas.
EL PERÍODO DESDE AÑO 300 A 850 D. DE J.C.
No
obstante, una forma más pura de la obra misionera que la procedente de Roma fue
la que se propagó desde Irlanda a través de Escocia y hasta el centro y norte
de Europa. Irlanda recibió el Evangelio por primera vez en el tercer o cuarto
siglo, por medio de comerciantes y soldados, y ya para el sexto siglo se había
convertido en un país cristianizado y había desarrollado una actividad
misionera tal que sus misiones se encontraban trabajando desde las orillas del
Mar del Norte y el Mar Báltico hasta las del Lago de Constancia.
MISIONES BRITANICAS
Los
monjes provenientes de Irlanda, buscando apartarse del mundo, se establecieron
en algunas de las islas entre Irlanda y Escocia. Iona, llamada la “Isla de los
Santos”, donde Columba se estableció, fue un punto desde el cual las misiones
entraron en Escocia, y los monjes escoceses e irlandeses predicaron en
Inglaterra y entre los paganos en el Continente.
Su
método consistía en visitar a un país y, donde les parecía conveniente, fundaban
una villa misionera. En el centro de esta construían una iglesia sencilla, de
madera, alrededor de la cual se agrupaban las aulas y cabañas para los monjes
quienes eran los constructores, predicadores y maestros.
Fuera
de este círculo, según fuera necesario, se construían viviendas para los
estudiantes y sus familias que poco a poco se iban acercando a los monjes. Esta
colonia en su conjunto era cercada por una muralla, pero a menudo la colonia se
extendía más allá de su muralla original.
Bajo
el liderazgo de un abad, los monjes, en grupos de doce, salían a establecer
nuevos campos misioneros. Los que se quedaban enseñaban en la escuela, y en
cuanto aprendían lo suficientemente el idioma de las personas entre quienes
estaban, traducían y escribían partes de la Biblia así como himnos que les
enseñaban a los alumnos.
Ellos
tenían la libertad de casarse o quedarse solteros; muchos se quedaban solteros
para de esa manera tener una mayor libertad para la obra. Cuando las personas
se convertían, los misioneros escogían de entre ellas a pequeños grupos de
jóvenes con cierta capacidad, y los entrenaban especialmente en alguna labor
artesanal y en el aprendizaje de idiomas.
Les
enseñaban la Biblia y cómo explicarla a los demás para que fueran capaces de
obrar entre su propia gente. Ellos demoraban para administrar el bautismo hasta
que los que profesaban la fe hubieran recibido cierta instrucción y hubieran
dado suficiente prueba o testimonio de su firmeza.
A
su vez, los misioneros evitaban atacar las religiones de las personas, considerando
más provechoso predicarles la verdad que hacerles ver sus errores. Ellos
aceptaban las Sagradas Escrituras como la fuente de fe y vida, y predicaban la
justificación por fe. Tampoco tomaban parte en la política ni le solicitaban
ayuda al estado.
Toda
esta obra, en su origen y progreso, aunque había desarrollado algunos rasgos
ajenos a las enseñanzas del Nuevo Testamento y al ejemplo apostólico, era
independiente de Roma y en algunos aspectos importantes se diferenciaba del
sistema Católico Romano en general.
En
el año 596, Agustín, con cuarenta monjes benedictinos enviados por el Papa
Gregorio I, desembarcaron en Kent y comenzaron la obra misionera entre los
paganos en Inglaterra, la cual llegó a dar abundantes frutos. Las dos formas de
actividad misionera existentes en el país, la antigua forma británica y la más
reciente romana, pronto entraron en conflicto. El Papa nombró a Agustín
Arzobispo de Canterbury, dándole supremacía sobre todos los Obispos británicos
que ya existían en Inglaterra. Un elemento nacionalista acentuó la lucha entre
las dos misiones; los británicos, los celtas y los galeses se opusieron a los anglosajones.
La Iglesia de Roma insistió en que su estructura de gobierno de la iglesia
debía ser la única permitida en el país; sin embargo, la orden británica
continuó su resistencia hasta que en el siglo XIII sus restantes elementos
fueron absorbidos por el movimiento de Lolardo.
BONIFACIO (AÑO 672–755 D. DE J.C.)
En
el Continente, la obra arraigada y difundida de los misioneros irlandeses y
escoceses fue atacada por el sistema romano bajo el liderazgo activo del
benedictino inglés Bonifacio, cuya política consistió en obligar a los
misioneros británicos a someterse a Roma, al menos externamente, o de lo contrario
destruirlos. Él obtuvo ayuda del estado bajo la dirección de Roma para la
imposición de su diseño. Bonifacio fue asesinado por los frisios en el año 755.
El
sistema que él instauró poco a poco destruyó las misiones existentes desde
tiempo atrás, pero la influencia de estas le dio una nueva fuerza a muchos de
los movimientos de reforma que surgieron después.
Una
armonía de los cuatro Evangelios llamada Heliand (El
Salvador), escrita aproximadamente en el año 830 o antes, una épica aliterada
en el antiguo idioma Sajón, fue, sin duda, escrita en los círculos de la misión
británica en el Continente. La misma contiene la narrativa del Evangelio
presentada de manera que interesara a las personas para quienes fue escrita.
Resulta notable el hecho de que está libre de cualquier adoración a la Virgen o
a los santos, así como de la mayoría de los rasgos característicos de la
Iglesia Romana en aquel período.
En
el cuarto siglo apareció un reformista y se llevó a cabo una obra de reforma
que afectó a amplios círculos en España, extendiéndose hacia Lusitania (Portugal)
y hasta Aquitania en Francia, haciéndose sentir también en Roma.
PRISCILIANO (AÑO–385 D. DE J.C.)
Prisciliano
era un español rico y de muy buena posición, culto y elocuente, de talentos
extraordinarios. Al igual que muchos de su clase, para Prisciliano resultaba
imposible creer en las antiguas religiones paganas, aunque tampoco se sentía
atraído por el cristianismo, y prefería la literatura clásica a las Escrituras.
Él
había buscado refugio para su alma en las filosofías dominantes de aquel
período, tales como el neoplatonismo y el maniqueísmo. Prisciliano se convirtió
a Cristo, fue bautizado, y comenzó una nueva vida de devoción a Dios y
separación del mundo. Fue así como se convirtió en un estudiante entusiasta y
en un hombre amante de las Escrituras, y llevó una vida ascética como
complemento para lograr una total unión con Cristo al hacer de su cuerpo un
lugar más apto para la morada del Espíritu Santo. Aunque era un laico,
predicaba y enseñaba diligentemente.
Pronto
se organizaron y tuvieron lugar convenciones y reuniones con miras a convertir
la religión en una realidad que afectara el carácter. Gran cantidad de
personas, especialmente de la clase culta, fueron atraídas por el movimiento.
Prisciliano fue nombrado Obispo de Ávila, pero no tardó mucho en encontrarse
con la hostilidad de una parte del clero español.
El
Obispo Hidacio, Metropolitano de Lusitania, dirigió la oposición, y en un
Sínodo que tuvo lugar en Zaragoza en el año 380, lo acusó de herejía maniqueo y
gnóstico. Las medidas que tomaron no fueron exitosas hasta que las necesidades
políticas llevaron al Emperador Máximo, quien había asesinado a Graciano y
usurpado su lugar, a solicitar la ayuda del clero español.
Pero
luego, en un Sínodo que tuvo lugar en Burdeos (Bordeaux) en el año 384, el
Obispo Itaco, un hombre de mala reputación, se unió al ataque, acusando a
Prisciliano y los suyos, a quienes llamaban “priscilianistas”, de brujería e
inmoralidad. Los acusados fueron llevados a Tréveris, fueron condenados por la
Iglesia, y entregados a las autoridades civiles para su ejecución (385).
Los
eminentes Obispos, Martín de Tours y Ambrosio de Milán, protestaron en vano;
Prisciliano y otros seis fueron decapitados. Entre ellos se encontraba una
distinguida dama, Eucrocia, viuda de un conocido poeta y orador.
Este
fue el primer caso de una ejecución de cristianos por la Iglesia, ejemplo que
sería imitado más adelante con una frecuencia atroz. Después de esto, Martín y
Ambrosio se negaron a tener comunión de cualquier índole con Hidacio y con los
otros Obispos responsables de lo sucedido, y cuando el Emperador Máximo fue
derrotado, la tortura y el asesinato de estas personas santas fueron registrados
como un acto repugnante. Por otra parte, Itaco fue privado de su obispado. Los
cuerpos de Prisciliano y de sus compañeros fueron traídos a España donde fueron
honrados como mártires.
Sin
embargo, un Sínodo en Tréveris aprobó lo que se había hecho, otorgándole así la
autorización oficial a la Iglesia Romana para realizar ejecuciones. Esto fue
confirmado por el Sínodo de Braga, celebrado 176 años más tarde, para que la
Iglesia dominante no sólo persiguiera a aquellos que llamaba priscilianistas,
sino también para dejar constancia en la historia de que Prisciliano y los
partidarios de su creencia habían sido castigados por sostener la doctrina
gnóstica y maniquea y por la maldad de sus vidas. Esta continuó siendo la
opinión generalizada acerca de ellos a través de los siglos.
DESCUBRIMIENTO DE LOS ESCRITOS DE PRISCILIANO
Aunque
Prisciliano había escrito de manera voluminosa, se creía que todos sus escritos
habían desaparecido, porque habían sido destruidos con tanta diligencia. En
1886, Georg Schepss encontró en la biblioteca de la Universidad de Würzburg once
de las obras de Prisciliano, las cuales, según lo que él describe, estaban
“contenidas en un precioso manuscrito uncial del que hasta ahora no se sabía”.
Este
manuscrito uncial está escrito en un latín muy antiguo, y constituye uno de los
manuscritos más antiguos en latín que se haya conocido. El manuscrito consta de
once tratados (aunque faltan algunas partes), de los cuales los cuatro primeros
relatan los detalles del juicio de Prisciliano, y los siete restantes contienen
sus enseñanzas.
La
lectura de estos manuscritos de Prisciliano, escritos de su propio puño y
letra, muestra que la imputación que le hicieron fue totalmente falsa, que él
era de carácter santo, sano en doctrina, un reformista enérgico, y que los que
se relacionaron con él eran hombres y mujeres que resultaron ser verdaderos y
devotos seguidores de Cristo. Sin embargo, las autoridades de la Iglesia, no
satisfechas con haber asesinado y exiliado a estas personas, además de haber
confiscado sus bienes, han insistido en calumniar su memoria.
El
estilo empleado en el escrito de Prisciliano es vivo y revelador; cita continuamente
las Escrituras8 para apoyar sus planteamientos, y muestra un conocimiento
íntimo de todo el contenido tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. No
obstante, Prisciliano defendió el derecho del cristiano de leer otro tipo de
literatura, lo cual algunos aprovecharon para acusarlo de pretender incluir los
libros apócrifos en el canon de las Escrituras, cosa que él no hizo.
Él,
además, se defiende a sí mismo y a sus amigos por su costumbre de realizar
lecturas de la Biblia en las que los obreros laicos participaban activamente y
las mujeres tomaban parte, así como por su oposición a compartir la Cena del
Señor con personas mundanas y frívolas. Para Prisciliano, las discusiones
teológicas en la Iglesia tenían poco valor, pues él conocía el don de Dios, y
lo había aceptado mediante una fe viva. Él no discutiría en lo concerniente a
la Trinidad, estando satisfecho con saber que en Cristo encontramos al único
Dios verdadero por medio de la ayuda del Espíritu Divino.
Él
enseñaba que el propósito de la redención es que nos volvamos a Dios. Luego,
que resulta necesaria una separación activa del mundo para que nada pueda
impedir la comunión con Dios. Esta salvación no es un suceso mágico producido
por cierto sacramento, sino un acto espiritual.
Bien
es cierto que la iglesia hace pública la confesión, bautiza a los hombres y les
comunica los mandamientos o la Palabra de Dios, pero cada uno debe decidir y
creer por sí mismo. Si la comunión con Cristo se rompe, es la tarea de cada
cual restablecerla por medio del arrepentimiento personal.
No
existe tal cosa como una gracia oficial; los laicos poseen el Espíritu Santo
tanto como el clero. Prisciliano expuso ampliamente, con base en las
Escrituras, la mala influencia y la falsedad de las enseñanzas del maniqueísmo
sobre las Escrituras, y se opuso totalmente a esa doctrina. No consideró el
ascetismo como algo fundamental en sí mismo, sino como una ayuda para lograr la
total unión de la persona con Dios o Cristo, de la cual el cuerpo no puede
excluirse debido a su condición de morada del Espíritu Santo.
Esto
es el descanso en Cristo, una experiencia de amor y dirección divina, una
bendición incorruptible. La fe en Dios, quien se ha manifestado a sí mismo, es
un acto personal en el que todo el ser reconoce su dependencia de Dios para
vida y para todo asunto. La fe trae consigo el deseo y la decisión de
consagrarse completamente a él. Las obras morales resultan automáticamente
porque al recibir la nueva vida, el creyente recibe aquello que contiene la
esencia misma de la moralidad.
La
Escritura no es sólo verdad histórica, sino también el medio a través del cual
se imparte gracia. El espíritu se alimenta de ella y encuentra que cada parte de
la misma contiene revelación, instrucción y dirección para la vida diaria. Para
captar el significado alegórico de la Escritura, no se requiere un
entrenamiento técnico, sino fe.
El
significado mesiánico figurativo del Antiguo Testamento, y el progreso
histórico del Nuevo Testamento destacan en sus escritos, y esto no sólo como
simple información, sino para demostrar que no sólo algunos, más todos los
cristianos son llamados a la santificación completa.
OPOSICIÓN
A LA DISTINCIÓN ENTRE EL CLERO Y EL LAICADO
Tales
enseñanzas pronto pusieron en conflicto a estos círculos con los de la Iglesia
Romana, especialmente los representados por un Obispo tan político e intrigante
como Hidacio. El clero veía en la vida santa del creyente común una amenaza a
su posición privilegiada.
El
poder de la “sucesión apostólica” y del oficio sacerdotal fue sacudido por la
enseñanza que insistía en la santidad y en una vida constantemente renovada por
medio del Espíritu Santo y la comunión con Dios. La distinción entre el clero y
el laicado empezó a resquebrarse, especialmente cuando se cambió la obra mágica
de los sacramentos por una posesión viva de la salvación mediante la fe.
CONCEPTOS DIVERGENTES ACERCA DE LA IGLESIA
El
conflicto era irremediable debido a los dos conceptos distintos acerca de la
iglesia. Ya no se trataba solamente de suprimir las reuniones o de oponerse a
los que amenazaban con convertirse en una orden de monjes apartada de la
Iglesia, sino de una diferencia total de principios.
La
política de Hidacio procuraba fortalecer el poder de los Metropolitanos como
representantes de la Sede Romana, con miras a consolidar la organización
centralizadora romana. Hasta este momento, no se había logrado una
centralización completa.
La
idea misma no era bien vista en España, y enfrentaba la oposición de los
obispos de menor importancia. Los círculos con los que Prisciliano se asoció
también se opusieron totalmente a esto; su dedicación al estudio de las
Escrituras y la aceptación de estas como su guía en todo los llevó a desear la independencia
de cada congregación, cosa que ya estaban poniendo en práctica.
Después
de la muerte de Prisciliano y sus compañeros, los círculos formados por
aquellos que compartían su fe incrementaron rápidamente, pero, aunque Martín de
Tours consiguió moderar la primera ola de persecución que siguió a aquel
trágico suceso, esta continuó y fue severa. No obstante, no fue hasta dos
siglos más tarde que las reuniones fueron finalmente disipadas.
PERIODO DEDESARROLLO PAPAL
(325-1215 D. DE J.C.)
INTRODUCCIÓN AL PERÍODO
De 325 a 1215 la Iglesia Católica Romana, encabezada por el papa,
creció y alcanzó su cumbre. La fecha inicial es la del primer concilio mundial,
que inauguró una nueva dirección; la fecha final del período señala también la
reunión de todavía otro concilio el Cuarto Concilio Lateranense (también
llamado el Decimosegundo Concilio Ecuménico de la Iglesia Romana).
El Cuarto Concilio Lateranense representa el pináculo alcanzado
por la Iglesia Católica Romana. De esta manera entre el Concilio de Nicea de
325, cuando se tomó la nueva dirección, y el Cuarto Concilio Lateranense de
1215, la Iglesia Católica Romana creció, se extendió y alcanzó su cumbre.
Los grandes movimientos de este período fueron políticos y
militares. En los Siglos IV y V los bárbaros germanos del norte y noreste
invadieron el mundo occidental trayendo lo que ha sido llamado la Edad Media.
La economía y cultura grecorromanas fueron arrolladas, pero las
tribus en general fueron o ganadas del paganismo o doctrinadas contra el cristianismo
ario mediante los esfuerzos de la Iglesia Romana. Una de las tribus, los
Francos, se convirtieron en el poder militar dominante, y la Iglesia Romana
hizo alianza con ellos. Uno de los reyes francos, Carlomagno, fue coronado en
800 como el Santo Emperador Romano. La Santa Iglesia Romana y el Santo Imperio
Romano lucharon por el poder lo “espiritual” contra lo secular por todo el
resto del período.
El mundo occidental no fue invadido por las hordas germánicas,
pero fue arrollado por un destino aun peor. Los mahometanos de Arabia empezaron
su conquista por la dominación mundial a la mitad del Siglo VII. Casi toda la
sección oriental alrededor del Mediterráneo cayó ante los sarracenos en poco
más de medio siglo; para 732 ya habían conquistado todo el Norte de África y
España y amenazaban a Francia.
En ese año Carlos Martel los derrotó en Tours. El trato que estos
mahometanos y sus sucesores ofrecieron a la Europa occidental jugó un gran
papel en el movimiento de la historia.
Los siguientes siete capítulos describirán este período desde el
punto de vista de la historia eclesiástica. El primer capítulo de esta sección introducirá
al estudiante la nueva dirección que se inició en 325, y el último revisará el
desarrollo eclesiástico de los nueve siglos.
Los cinco capítulos dentro de este marco describen la colocación
de los fundamentos católicos romanos entre 325 y 451; la expansión de la
Iglesia Católica Romana entre 451 y 1050; la oposición secular y religiosa a
esta expansión romana católica entre 451 y 1050; y la consecución de la completa
supremacía, tanto religiosa como secular, por el sistema católico romano entre
1050 y 1215.
PUNTOS DE ESPECIAL INTERÉS
El estudiante notará varios asuntos significantes durante este
período.
(1) El desarrollo católico romano fue gradual y lento, pero efectivo.
Dos grupos se opusieron al poder autocrático: los de dentro de la iglesia que rechazaban
las pretensiones romanas, y los gobiernos seculares fuera de la iglesia que
resentían la dominación romana. Estos dos elementos de oposición nunca fueron
completamente dominados. Se ha dedicado un capítulo especial a cada uno; aunque
se sobreponen un poco, presentan en forma temática y unificada la lucha contra
la expansión del poder romano.
(2) Los registros de movimientos disidentes son muy escasos. La naturaleza
del espíritu religioso demandaría disidencia. La laxitud siempre produce
ascetismo de alguna clase: el rigor y la represión siempre alimentan la
desobediencia o la disensión.
(3) El programa de largo alcance de los católicos romanos representa
su fuerza más grande. Los altos y bajos del poder eclesiástico romano algunas
veces hicieron dudar que alguna vez efectuara la dominación mundial. La
política histórica del papado de nunca retractarse de ninguno de sus reclamos
hechos en los siglos primitivos, sin importar cuán absurdo y arrogante pudiera
ser, y hacer valer ese reclamo cuando la ocasión es favorable, contribuyó
directamente a la dominación mundial de los siglos doce y trece.
UNA NUEVA DIRECCION
Los desenvolvimientos bosquejados en los capítulos anteriores representan
más que una desviación del modelo del Nuevo Testamento; también constituyen una
preparación para cambios más significantes.
El gobierno de la iglesia ya no procedía de la gente sino de los
oficiales; los dos sacramentos, dotados ahora con eficacia mágica, habían hecho
de la iglesia una institución salvadora; la salvación viene ahora de la
admisión a esta institución salvadora, no del poder de un mensaje que viene por
la institución; el obispo se ha separado de los otros oficiales de la iglesia local
y ahora gobierna como monarca, no sólo en la iglesia local, sino en grandes
áreas contiguas a la suya propia. La nueva dirección del desarrollo que empieza
con el primer concilio mundial en Nicea en 325, conduce directamente a la
Iglesia Católica Romana.
Tal desarrollo hubiera sido imposible sin la actitud amistosa y el
brazo fuerte del poder secular. Estos elementos se consiguieron cuando
Constantino decidió asegurar su futuro con el dinámico y creciente movimiento
llamado cristianismo.
EL PROPÓSITO DE CONSTANTINO
Constantino era un genio político. De su comparativamente escasa comprensión
del cristianismo y de su breve contacto con él, concluyó dos cosas: que el
cristianismo llegaría a ser el sistema religioso dominante del mundo, y que el
agonizante Imperio Romano podría salvarse, o cuando menos prolongarse, por una
unión con esta religión dinámica. Constantino quería que el cristianismo fuera
el cemento del imperio; él quería que la religión actuara como un factor
unificador en el sistema político.
Esta no era una idea completamente nueva, porque la religión había
sido una parte del sistema romano de gobierno a través de los siglos. La
innovación consistía en la clase de religión, que no era un sincretismo
planeado por el gobierno para invitar a todos a unirse a él, sino un movimiento
poderoso y extenso que era exclusivo en su concepto de Dios y en sus requisitos
para la admisión.
Tal unión de fuerzas fue algo nuevo, tanto para el imperio como
para el cristianismo. Cada uno se desarrolló de manera diferente por esta
alianza.
El cristianismo no pudo salvar al Imperio Romano había ido
demasiado lejos; y Constantino estaba equivocado, también, al suponer
que el cristianismo actuaría como cemento para el imperio. ¿Cómo podía el cristianismo
traer unidad al mundo político cuando el cristianismo mismo no poseía unidad? Ya tres escuelas de pensamiento
habían desarrollado y desplegado antagonismo
unas contra otras.
Alejandría
era el centro de la más antigua de esas escuelas. Un filósofo convertido,
Panteno, organizó una escuela para instruir a los cristianos convertidos. Fue
sucedido por Clemente, y Clemente por Orígenes; estos dos últimos ya fueron
mencionados en conexión con los monumentos literarios del segundo período de la
historia eclesiástica. Estos hombres veían la filosofía como el medio de
interpretar el cristianismo. En la mejor tradición filosófica, la Biblia se
leía alegóricamente. Se daba gran énfasis a la redención, como una unión
mística con Dios por medio de Cristo.
Antioquía
era el segundo centro. Esta escuela fue fundada por Luciano al final del Siglo
III. Representando la tradición del apóstol Juan, esta escuela de pensamiento
exaltaba las Escrituras como las mejores intérpretes de sí mismas. Por causa de
la intensa lucha con el gnosticismo, la filosofía se volvió sospechosa. Se
procuraba el significado literal de un texto, a la luz de su fondo gramatical e
histórico.
La
escuela occidental del pensamiento reclamaba escritores tanto del continente
como del Norte de África. Como el centro de Antioquía, también desconfiaba de
la filosofía y colocaba su principal énfasis en la aplicación práctica del
cristianismo.
Las
controversias que empezaron a levantarse en el cristianismo seguirían el modelo
de pensamiento representado en las varias escuelas; es decir, con los mismos
hechos y escrituras los seguidores de la escuela alejandrina, usando el enfoque
filosófico, alcanzaba diferentes conclusiones de la escuela de Antioquía y de
la de Occidente. Muchas veces la búsqueda de la verdad era simplemente un
estímulo secundario en la controversia; la rivalidad intelectual acicateaba a
los adherentes de cada tipo de pensamiento más allá de los límites de la
caridad cristiana.
Con
esta clase de desunión en el movimiento cristiano, había considerable duda de
que trajera unidad al Imperio Romano cuando formaron la alianza. No fue mucho
antes de este hecho que Constantino despertó bruscamente. Reuniendo movimientos
cismáticos históricos como montanismo y novacianismo, la división
donatista en el Norte de África se lanzó contra Constantino casi al tiempo que
él había decidido hacer del cristianismo el cemento del imperio. El trato de
Constantino para el donatismo fue, por supuesto, motivado por factores
políticos.
El
hizo lo que pudo apelando, argumentando, amenazando,
y, finalmente, persiguiendo físicamente para
cerrar las filas del cristianismo, todo sin éxito.
Para Constantino este problema era solamente una prueba de lo que habría de
venir. Más tarde, el clamor de los donatistas, “¿Qué tiene que ver el emperador
con la iglesia?” fue el que simbolizaba el dilema más grande de la nueva alianza entre la iglesia y el estado.
¿Qué debía hacer un
emperador para mantener el control político cuando sus ciudadanos cristianos insistían en formar partidos teológicos hostiles
sobre la base de sus interpretaciones
escriturarias? Sea o no que su intención original fuera considerarse a sí mismo de esa manera, Constantino se vio
obligado a convertirse en “obispo de obispos”
en un intento de restaurar la unidad.
Esta posición le fue concedida por los príncipes eclesiásticos del
imperio. La controversia que puso a Constantino en este lugar de liderato eclesiástico
y doctrinal fue llamada la controversia arriana, y tenía que ver con la
interpretación de la persona de Cristo en relación a Dios.
EL PRINCIPIO DE LA CONTROVERSIA ARRIANA
Se recordará que una de las primeras discusiones doctrinales en el
cristianismo se centró en la naturaleza de Cristo y su relación a Dios el Padre.
¿Era Jesucristo completamente Dios o era menos que Dios? Esta pregunta nunca ha
sido contestada adecuadamente. Muchos escritores cristianos sobresalientes han
luchado con el problema.
Si Jesús era completamente Dios, se pregunta, ¿entonces tienen
tres Dioses los cristianos (incluyendo al Espíritu Santo)? Sin embargo, venía
la respuesta, ¿podía Jesús traer salvación a los hombres si no fuera Dios, como
él había pretendido? Orígenes de Alejandría había indagado profundamente en
esta cuestión en el Siglo III. Sus escritos contienen dos opiniones diferentes.
En un lugar Orígenes afirmaba que Cristo está subordinado a Dios,
es menos que el verdadero Dios. En otro él declara que Cristo era el Hijo de Dios
eternamente engendrado; Cristo siempre había existido como el Divino Hijo,
tanto antes como durante la creación temporal. Aunque pueda parecer extraño,
estas dos posiciones en Orígenes forman el centro de la lucha arriana, con la
primera que precipita la controversia y la segunda que finalmente resuelve el
conflicto.
Arrió, el hombre responsable de principiar el conflicto, era un
presbítero bajo el obispo Alejandro de Alejandría, pero había sido preparado en
Antioquía para interpretar las Escrituras en un sentido literal. Por el año 318,
Arrió decidió que sería comprometer la dignidad y el honor de Dios el Padre
decir que Jesucristo era de la misma esencia divina y eterna de Dios.
Consecuentemente, elaboró un sistema que declaraba que Cristo era un ser que
había sido creado antes del tiempo, y que por medio de Cristo Dios había creado
todas las otras cosas. Su teoría hacía a Cristo más grande que el hombre y
menor que Dios— algo intermedio entre los dos, pero ni uno ni otro
completamente.
La controversia se extendió rápidamente más allá de Alejandría y
pronto se apoderó de todo el mundo oriental. La escuela, de pensamiento de Antioquía
no podía ver nada malo en la interpretación y le añadió rivalidad intelectual
al asunto. Arrió era un predicador capaz y popular, y obtuvo mucho apoyo por su
encanto personal.
Conforme creció la controversia, Constantino reconoció que debía
haber tomado una clase de acción. Después de llegar a ser el emperador absoluto
en 323, siguiendo la experiencia que había obtenido al tratar a los donatistas,
él mandó que se convocara una reunión de todos los líderes cristianos para arreglar
el asunto. Este concilio universal (el significado de la palabra griega para católico)
se reunió en Nicea y consistió de más de trescientos obispos.
Puesto que se consideraba que los obispos eran la iglesia, y dado
que ésta era una reunión mundial de obispos, en realidad esta reunión le dio expresión
visible a la Iglesia Católica (universal). Constantino dominó el concilio,
dirigiéndolo cuando él deseaba y determinando la posición doctrinal que debía
ser adoptada.
EL
CONCILIO DE NICEA (325)
Después que se atendieron los asuntos preliminares, Arrió presentó
una confesión de fe. Definía la naturaleza de Cristo como diferente de la de Dios,
y veía a Cristo como un ser creado, más grande que el hombre, y digno de
adoración, pero menor que Dios. Este credo fue pronta y vehementemente
rechazado. El obispo Eusebio de Cesarea ofreció entonces un credo que dijo
había sido usado previamente en su iglesia.
La redacción de este credo era ambigua. Cuando el partido ortodoxo
vio que los arrianos estaban deseosos de aceptar el credo, dirigieron un movimiento
para rechazarlo, con base en que no era suficientemente explícito. Entonces
Atanasio, un joven diácono de la iglesia de Alejandría, y campeón del
punto de vista ortodoxo, presentó el siguiente credo al concilio: Creemos en un
Dios, Padre todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles, Y
en el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, Engendrado del Padre y el único
engendrado, Es decir, de la esencia del Padre, Dios proveniente de Dios, Luz
proveniente de Luz, verdadero Dios proveniente del verdadero Dios, Engendrado,
no hecho, De una esencia con el Padre.
A través del cual todas las cosas fueron hechas, tanto las cosas
en el cielo como las cosas sobre la tierra, Quien para nosotros los hombres y
para nuestra salvación, Descendió y se hizo carne y se hizo hombre, Sufrió
y resucitó al tercer día, y ascendió a los cielos, Y vendrá a juzgar a los
vivos y a los muertos. Creemos también en el Espíritu Santo.
Enseguida de este credo se tuvo la condenación de todos los que
negaran su doctrina, mencionándose específicamente la declaración de los
arrianos de que Cristo no existió por toda la eternidad. Debe notarse que este
credo hace hincapié en la unicidad de Cristo con Dios el Padre. Las palabras claves
eran “de una esencia con el Padre”. Constantino decidió entonces que este credo
traería paz religiosa y política, indudablemente con el consejo del obispo Osio
de Córdoba, su consejero eclesiástico.
Por eso, con su aprobación fue adoptado el credo, y se dirigió un
decreto de deportación contra Arrió y los que siguieran su criterio. Los
cristianos que habían sido víctimas del poder imperial sólo unos cuantos años antes,
ahora utilizaban el poder imperial para perseguirse unos a otros. Más tarde Constantino
cambió de opinión e hizo volver a Arrió, exiliando a Atanasio. Una vuelta
completa de doctrina no significó nada para su mente política.
Es probable que Constantino tuviera poca comprensión de los
principios doctrinales cristianos. Su bautismo diferido, sus normas éticas y
morales, y su retención del oficio pagano que garantizaba su lugar como dios
romano después de la muerte, eran en sí mismos evidencias de su carácter
espiritual.
HISTORIA POSTERIOR DEL ARRIANISMO
Había mucha insatisfacción dentro del cristianismo después de la
decisión del concilio de Nicea. El lenguaje del credo llevaba a unos a temer al
triteísmo (tres dioses) y a otros a temer al modalismo (la pérdida de la personalidad
individual). Por medio de maniobras políticas y burlándose de los temores de
los pensadores religiosos sinceros, el arrianismo obtuvo la ventaja por una
generación.
Una escuela semi-arriana que surgió tomó una posición intermedia
entre la de Atanasio y la del concepto arriano, y declaraba que aunque
Cristo no era de una esencia con Dios, sin embargo era similar a Dios. Esto
atrajo a muchos seguidores del partido estricto de Atanasio. Atanasio mismo fue
exiliado repetidas veces por adherirse a los conceptos del credo de Nicea.
La escena política contribuyó al triunfo temporal de Arrió. Cuando
Constantino murió en 337, sus tres hijos, Constantino II, Constante y Constancio,
se dividieron el Imperio Romano. Sin embargo, Constantino fue matado en 340, en
una batalla contra Constante, y Constante se suicidó en 350. Estos dos hombres
favorecían el concepto de Nicea. El tercer hijo, Constancio, era arriano. Su
reinado, de 337 a 361 como único gobernador después de 350, dio oportunidad
para que el arrianismo se desarrollara con la bendición de. La autoridad
imperial.
Además del exilio de Atanasio, Constancio trató severamente a los adherentes
judíos y paganos. Se estableció la pena de muerte por ofrecer sacrificios
paganos y por convertirse en prosélito judío. En parte por causa de esta
severidad, tuvo lugar una reacción pagana. Constantino había matado a sus
parientes, menos a sus tres hijos, para asegurarse una sucesión apropiada, pero
pasó por alto dos víctimas.
Uno de ellos, Julián, el hijo de un hermano al que Constantino
había matado, abrazó secretamente el paganismo, y en 361 peleó por el
dominio del imperio contra Constancio. El hizo lo que pudo por aumentar las
divisiones en el cristianismo. Atanasio fue llamado del exilio, y otros
disidentes fueron alentados. Julián también se esforzó por introducir un
paganismo refinado y reformado adoptando muchos elementos cristianos como rival
del cristianismo. Después de su muerte en 363, sin embargo, el emperador que lo
sucedió favoreció el cristianismo del tipo niceano.
La influencia del arrianismo cedió lentamente en los siglos siguientes.
El segundo concilio universal el año 381 en Constantinopla, reafirmó la
posición del primer concilio relativo a la persona de Cristo.
RESULTADOS DEL ARRIANISMO
Un importante resultado del movimiento arriano fue la divulgación
de su doctrina de Cristo por medio de la actividad misionera. En 340, aunque el
arrianismo gozaba del favor imperial, un joven misionero llamado Ulfilas, educado
en la doctrina arriana, fue enviado a los visigodos. El sirvió hasta su muerte
en 383, aparentemente recibiendo mucha ayuda que ahora no puede ser
determinada.
Ulfilas mismo trabajó diligentemente, pero la conversión
al cristianismo arriano de grandes masas de visigodos y de tribus vecinas, difícilmente podría ser la obra de
un hombre. Ulfilas es mejor recordado por
reducir a la escritura el idioma gótico, por medio de
la traducción de las Escrituras. Como resultado de su trabajo y del de otros, cuando el Imperio Romano finalmente fue
arrasado por estas tribus germanas en los
Siglos IV y V. la tarea del cristianismo católico romano se facilitó. Un notable número de invasores ya habían abrazado
el cristianismo arriano y necesitaban sólo la
enseñanza de la fórmula nicena.
Otro
resultado del movimiento arriano fue la adopción, por Constantino, de una
política general de persecución física contra los disidentes eclesiásticos. Es
cierto que los donatistas habían sufrido persecución física a manos de
Constantino en 316, después de negarse a aceptar la decisión del concilio de
Arlés. Después de cinco años Constantino dejó de cerrarlas iglesias donatistas
y de exiliar a sus obispos, sintiendo que los resultados del uso de la fuerza
no eran satisfactorios.
Con
esta experiencia, hubo alguna duda sobre si Constantino, como único emperador,
continuaría tal política. Su determinación de continuar sugiere su profundo
deseo de asegurarse cuando menos conformidad externa.
Además,
el concilio de Nicea proveyó un precedente y una norma para futuros concilios
de esta clase. Todos sabían que la decisión del concilio había sido arbitraria.
Constantino había decidido lo que el concilio debía decidir, aunque al mismo
tiempo los decretos del concilio fueron reconocidos como declaraciones
cristianas autorizadas. Líderes concienzudos examinaron este nuevo desarrollo.
La
conducta y los motivos cristianos eran secundarios; las decisiones eran
los asuntos autorizados y las metas que debían alcanzarse. Aparentemente, la
lección se había aprendido. Muchos de los concilios universales posteriores llegaron
a sus decisiones mediante la coerción física y tácticas desordenadas. Es
difícil ver qué parte el cristianismo genuino tenía en algunos de ellos.
Finalmente,
el concilio de Nicea dio forma visible a la Iglesia Católica. Se recordará que
en los escritos de Cipriano del siglo anterior se declaraba que la iglesia
existía en los obispos. La Iglesia Católica (cristianismo universal), entonces,
podía hacerse visible cuando todos los obispos se reunieran en concilio. Esto
se efectuó en Nicea, y completó la maquinaria eclesiástica para la dominación universal
por una monarquía espiritual.
LA NUEVA RELACIÓN
El principio de una alianza entre el cristianismo y el Imperio
Romano bajo Constantino, influyó profundamente en la historia y el desarrollo,
tanto de la religión como del estado. El cristianismo fue decretado
oficialmente la religión del estado romano bajo el emperador Teodosio (378-95).
UNA NUEVA ÁREA DE CONTROVERSIA.
Antes de Nicea el cristianismo no había tenido ocasión de
reflexionar en lo que deberían ser sus relaciones con el estado. Al antagonismo
original del imperio contra tina religión “ilegal” habían seguido siglos de persecución
secular. El esfuerzo por ajustar las relaciones entre el cristianismo y el
poder secular, forma una gran parte de la historia del cristianismo en los
siglos que seguirían.
Algunos sentían que el estado debería gobernar la iglesia. La
historia romana recomendaba este criterio, porque la religión había sido un
departamento del gobierno mucho antes de que el cristianismo hubiera sido
establecido. Constantino asumió esta actitud, y también sus hijos. El emperador
era el “obispo de obispos”. Tal relación llegó a ser conocida como papado
cesáreo la dominación de la iglesia por el estado. Otros sentían que la iglesia
debía estar sobre el estado. Este llegó a ser el ideal del creciente sistema
católico romano.
Otros más veían a cada institución con una mayordomía peculiar proveniente
de Dios, y creían que las dos debían trabajar lado a lado sin interferencia
indebida. Debe decirse que este problema nunca ha sido arreglado a satisfacción
de todos. Una nueva dirección se inició, con un gran significado en la historia
y desarrollo del cristianismo, desde Nicea hasta el presente.
EL
AUMENTO DE LA INFLUENCIA SECULAR.
Es difícil concebir cómo se ejerció tanta influencia sobre el
cristianismo mediante la alianza entre la iglesia y el estado bajo Constantino.
En el campo de la organización, por ejemplo, el cristianismo hizo uso del
patrón imperial. En términos geográficos, el cristianismo fue organizado con
base en divisiones políticas como ciudad, municipio, estado, región, nación, etcétera.
Después del desarrollo del oficio del papa el siguiente siglo, la organización
imperial y la del cristianismo eran notablemente similares.
Los mismos motivos de Constantino al adoptar el cristianismo
indican la dirección que iba a seguirse. El quería usar el cristianismo como un
factor social y político al fortalecer el estado. Esto significaba el uso del
poder secular, como se ha visto, al establecer uniformidad. La disensión debía ser
extirpada. Ello significaba la liquidación imperial de disputas eclesiásticas y
doctrinales. Los oficiales administrativos del estado pronto se encontraron
aconsejando cómo aumentar la eficiencia en la administración cristiana. Los
oficiales cristianos bajo Constantino empezaron a usar en la vida de la iglesia
métodos e ideas que habían aprendido en el servicio del gobierno.
Nicea también trajo el problema de la autoridad secular al llenar
los importantes oficios eclesiásticos. El movimiento cristiano era muy importante,
políticamente, para permitir que radicales de cualquier clase tuvieran altos
puestos. Ahora los obispos debían complacer tanto al estado como a Dios. En
esta esfera se ejerció influencia secular ampliamente.
EL
INFLUJO DE LOS NO REGENERADOS.
Todos los historiadores hablan del movimiento masivo hacia el cristianismo
después que éste recibió el favor imperial. Aunque el cristianismo no fue
nombrado oficialmente religión del estado por cerca de medio siglo, sin
embargo, la exhortación de Constantino a sus súbditos a hacerse cristianos, sus
generosos regalos a los que ya eran cristianos, y la facilidad con que podía
abrazarse el cristianismo, contribuyó a que muchos se decidieran.
La similaridad entre los sacramentos mágicos del cristianismo y los
ritos paralelos del paganismo daba a los miembros en perspectiva un sentimiento
de familiaridad en su iniciación. En el ejército, especialmente, la influencia
de algún sagaz líder podía hacer que ganara en corto tiempo a todos sus leales
seguidores.
Un ejemplo de la facilidad con que esto podía hacerse puede verse
en la conversión de uno de los caudillos francos el siguiente siglo. Clodoveo
se enfrentaría a una batalla crucial el siguiente día. El hizo el solemne voto de
que si el Dios cristiano de su esposa le daba la victoria en la batalla, entonces
él se haría cristiano. Habiendo ganado la victoria, él guardó su voto. Cuando
su ejército supo lo que estaba pasando, también quisieron unirse. Esto se llevó
a la práctica fácilmente. Los soldados marcharon al lado de un río donde se
pusieron sacerdotes con ramas de los árboles.
Cuando los soldados pasaban, los sacerdotes metían las ramas al
río y rociaban agua bautismal sobre ellos, repitiendo todo el tiempo la fórmula
adecuada. Tan pronto como el agua tocaba a los soldados, desde luego, supuestamente
ellos se volvían cristianos. No es de sorprender que cuando estos paganos
rociados entraron a la membrecía de las iglesias cristianas, hayan traído ideas
paganas con ellos. Consecuentemente, el cristianismo se infectó más y más con
corrupciones paganas al convertirse en un movimiento popular.
IMPULSO PARA LA APARICIÓN DEL MONASTICISMO.
La hartura de las iglesias cristianas con paganos rociados fue
responsable en parte del rápido crecimiento del escepticismo. La laxitud en la
ética y la vida cristianas siempre ha traído movimientos reaccionarios. Algunas
veces éstos no se desarrollaron hasta ser partidos o cismas, pero dieron expresión
al remordimiento individual que guió a las prácticas ascéticas.
Al permanecer en las iglesias regulares, los cristianos
escrupulosos aliviaban su espíritu mediante el ayuno, largas horas de oración y
rigurosa disciplina espiritual. Otros, sin embargo, escogieron un método más radical.
En el oriente, donde el clima era más atractivo la mayor parte del año, los
hombres dejaban las iglesias y sus hogares y se convertían en ermitaños
religiosos. Tomaban literalmente la exhortación de Jesús al joven rico para
dejarlo todo y seguirlo. Sentían que encerrándose en una cueva lejos de los
hombres y ocupándose en la oración y en la contemplación espiritual, podían
“perder sus vidas para salvarse”.
Uno de los más famosos de esos ermitaños era Antonio de Tebas, de mediados
del Siglo III. Huyendo de los hombres, alrededor de los veinte años, pasó los
siguientes ochenta y seis años en una cueva. El era venerado como un hombre muy
santo, y su cueva se convirtió en un lugar de bendición. Otros empezaron a
dejar sus hogares y a seguir su ejemplo.
Antes de mucho tiempo había tantos ermitaños en el desierto que
todas las cuevas estaban ocupadas. Pronto empezó también la formación de comunidades
o grupos cenobitas. Un número de ermitaños se reunían bajo una regla común de
organización. El movimiento más antiguo de esta clase que se conoce fue el de
Pacomio, que tuvo lugar por el año 335 en Egipto.
Desde el oriente este movimiento se extendió a Asia Menor. La
manera práctica de pensar de los occidentales y el clima riguroso desanimaron a
los que huyeron a las cavernas, pero para el siglo VI Benito de Nursia empezó
en Italia un movimiento disciplinado y efectivo. Este se discutirá en un
capítulo posterior.
COMPENDIO FINAL
Una nueva dirección había de venir. El problema de la persecución imperial
fue reemplazado por el problema del favor imperial. El ideal cristiano
fue grandemente influido por las normas y el patrocinio del gobierno romano. El desarrollo del concilio
universal como un cuerpo legislador autorizado
para todo el cristianismo, junto con el intenso deseo
de Constantino de una conformidad universal a una sola norma cristiana de doctrina y práctica, fue un gran paso hacia el
gobierno monárquico en el cristianismo. Los
cristianos ya habían aprendido a perseguir a sus hermanos
en la fe, en un esfuerzo por conseguir la uniformidad.
Los
capítulos siguientes dirán la historia de la aparición de la Iglesia Católica
Romana. Todos los ingredientes necesarios para levantar tal sistema estaban
ahora juntos: el sacramentalismo, el sacerdocio, y el gobierno episcopal, la
ambición romana, la rivalidad eclesiástica, una reunión mundial con autoridad,
y la norma y el poder del estado secular.
Todos
estos elementos fueron utilizados ampliamente por el obispo romano en el
siguiente período.
LOS FUNDAMENTOS CATOLICOS ROMANOS
Para 325, cuando se reunió el primer concilio católico
(universal), el cristianismo había asumido varias características que,
claramente, no eran escriturarias y podían llamarse “católicas”. Estas incluían
la idea de una iglesia universal visible compuesta de los obispos, la creencia
de que los sacramentos (como ahora serían llamados) llevaban con ellos una
clase mágica de gracia transformadora, el empleo de un sacerdocio especial (clero)
que sólo por la ordenación estaría preparado para administrar estos sacramentos,
y el reconocimiento de los obispos como oficiales gobernantes (gobierno
episcopal).
Todas estas características pueden verse en la actualidad en los
grupos cristianos que se llaman a sí mismos católicos: católicos romanos,
católicos griegos, y católicos anglicanos.
Después de 325 vinieron los fundamentos de un nuevo avance en el desarrollo
jerárquico. La oligarquía, el gobierno de muchos obispos, empezó a cambiarse en
monarquía, el gobierno de un obispo el obispo de Roma. Esto no significa que
los obispos romanos no estaban entre los obispos sobresalientes de todo el
cristianismo antes del 325, porque ya para el año 58 el apóstol Pablo había
elogiado a la iglesia de Roma por su excelente reputación por todo el mundo.
Los escritos no canónicos hablan de la influencia del grande, poderoso y generoso
cuerpo de los cristianos de Roma.
La iglesia se había beneficiado con el ilustre nombre y la historia
de la ciudad en la que estaba situada, porque Roma había sido ya el centro del
mundo por siglos. Era habitual, inclusive, que las iglesias que tenían
problemas escribieran a las iglesias más grandes y con más experiencia sobre
asuntos de disciplina y doctrina. Se sabe que la iglesia de Roma recibía muchas
de esas peticiones de ayuda. Un buen ejemplo es la carta que la iglesia de
Corinto dirigió a Roma en la última década del Siglo I.
La iglesia de Corinto, ejerciendo su prerrogativa como un cuerpo autónomo,
había quitado a varios presbíteros que habían sido nombrados por los apóstoles,
y en la controversia alguien había escrito a la iglesia de Roma pidiendo
consejo. La respuesta de Clemente, un pastor u obispo de Roma, es probablemente
típica de las cartas escritas por muchos obispos alas iglesias que les pedían
consejo en tales asuntos.
La iglesia de Roma fue más tardía que algunas de las otras en
poner a un solo obispo sobre el resto de sus oficiales, aparentemente el obispo
Aniceto (154-65), parece ser el primer monarca de la congregación romana.
La
referencia del obispo Ireneo de Lyon a la tradición apostólica del obispo
romano llevaba un énfasis en la rectitud de la doctrina de Roma, más que en la
autoridad eclesiástica de Roma. Ireneo, como Cipriano, podía escribir más
elocuentemente de la eminencia del obispo de Roma que lo que podía demostrar.
A
mediados del Siglo II se desató una disputa entre Roma y ciertos líderes de
Asia Menor respecto a la fecha adecuada para observar la Pascua. La práctica
oriental era celebrarla de acuerdo con la luna, sin relación al día de la
semana que fuera, mientras que la práctica romana era esperar hasta el siguiente
domingo.
El
obispo Policarpo (un discípulo del apóstol Juan), representando al Oriente, y
el obispo Aniceto, representando al Occidente, no pudieron ponerse de acuerdo,
y cada uno continuó observando la Pascua de acuerdo con su propia práctica. La controversia
se llevó a todas las iglesias y amenazó la paz del mundo cristiano. Se
convocaron sínodos (o concilios) en Roma y Palestina en particular, que
debatieron los méritos de cada lado, y la práctica de observar la Pascua en
domingo fue favorecido en lo general.
Cuando
el obispo de Éfeso y muchas iglesias de Asia Menor se negaron a cambiar su antigua
práctica, con sínodo o sin él, el obispo Víctor de Roma (189-98) los declaró
excomulgados. Muy pronto Ireneo censuró a Víctor por su acción, levantando la
duda en cuanto a lo que Ireneo realmente creía en cuanto a la ortodoxia y autoridad
del obispo romano.
Tertuliano,
el presbítero cartaginés que ha sido llamado el padre de la teología católica
romana, no simpatizaba con las pretensiones del obispo romano y en 207 rompió
con él y se unió al movimiento montanista. Su discípulo Cipriano también podía
escribir elocuentemente acerca del lugar único del obispo de Roma, pero
alrededor del año 250 él le dijo vigorosamente al obispo que dejara de
entrometerse fuera de la diócesis de Roma. La única superioridad que él le
permitía al obispo romano era de dignidad. Es significativo que los donatistas
del Siglo IV dirigieran su apelación a un concilio, y después al emperador,
pero no al obispo romano.
Para
325, el obispo romano, aunque considerado indudablemente uno de los más fuertes
obispos y reconocido por algunos como poseedor de una dignidad inusitada entre
los obispos, sin embargo, era uno entre muchos obispos, todos los cuales, de
acuerdo con Cipriano tenían igual autoridad apostólica.
El
sexto canon del concilio de Nicea (325) reconocía al obispo romano igualdad a los obispos de
Alejandría y Antioquía. Es significativo que se haya insertado una
falsificación en la copia de este canon que estaba en poder del obispo romano,
que argumentaba que Roma siempre había tenido la
primacía. Este piadoso fraude fue descubierto después cuando la copia romana fue comparada con otras copias de
los archivos de Nicea.
Esto sugiere que el ánimo de los que estaban en Roma era procurar por
todos los medios, justos o no, reclamar la preeminencia. No es de maravillar
que muchos eruditos actuales duden del texto de algunos de los escritos más
antiguos que han sido preservados por Roma: inserciones y decretos
falsos aparecen por toda la historia de la Iglesia Romana en un esfuerzo por
alcanzar su posición.
Entre el primer concilio universal de 325 y el cuarto tenido en
Calcedonia en 451, sin embargo, el obispo romano puso la base para la monarquía
eclesiástica ahora conocida por su título. Hubo muchos factores sobresalientes
que formaron parte de este desarrollo.
HOMBRES CAPACES
Una de las razones más importantes de la elevación del obispo
romano es el tipo de hombres que tuvieron el oficio. Ellos reconocían la
dignidad de su posición y procuraban por todos los medios conseguirla. Como lo evidencian
las falsificaciones mencionadas antes, ellos querían el primer lugar y
activamente lo buscaban. Su territorio inmediato estaba bien organizado para
consolidar sus posesiones. La maravillosa habilidad de organización de los
romanos fue convertida en canales eclesiásticos. Toda una serie de oficiales
subordinados garantizaban la disciplina y la uniformidad.
Dos de estos hombres gritaban bien alto sus pretensiones. Inocente
I (402-17) fue el primer obispo de Roma en pretender jurisdicción universal
para el obispo romano con base en la tradición de Pedro.
León I (440-61), que correctamente puede ser llamado el primer
papa, declaró autoridad escrituraria para las pretensiones de Inocente, aseguró
el reconocimiento imperial de sus pretensiones de primacía, y por una
confluencia de intereses políticos y eclesiásticos pudo dictar la declaración
doctrinal del Concilio de Calcedonia, el cuarto concilio universal de 451.
“Pedro ha hablado”, clamaron los obispos cuando se leyó el “Tome” de León, y
tal reconocimiento, eclesiástico e imperial, puso los fundamentos para el sistema
papal.
POSICIÓN GEOGRÁFICA
El obispo de Roma no tenía rival en el mundo occidental. Roma
había sido la matriz eclesiástica de Occidente mucho antes de la aparición de fuertes
obispados en el Norte de África y en Europa. Esto no había sucedido en Oriente.
Antiguos y poderosos obispos en ciudades como Alejandría, Jerusalén, Antioquía
y Éfeso, disputaban constantemente. En vez de escoger un árbitro entre ellos,
estos obispos regularmente apelaban al único obispo de Occidente.
Al hacerlo así aumentaban inconscientemente la estatura del obispo
romano. Inclusive, el movimiento de la historia estaba orientado hacia
Occidente. El mediterráneo oriental estaba dejando su lugar prominente. Con la irrupción
de las tribus germanas en Europa central y nororiental, y con la agitación
occidental del imperio, Roma estaba en el centro del avance.
CAMBIO
DE LA CAPITAL IMPERIAL
En 330 el emperador Constantino cambió la capital del Imperio
Romano de Roma a Bizancio, que llegó a ser conocida como Constantinopla. En vez
de debilitar la posición del obispo romano al hacerlo así el emperador inconscientemente
contribuyó al crecimiento del prestigio obispal.
Mientras el emperador vivía en Roma, el obispo debía tomar un
segundo lugar. Como “obispo de obispos” el emperador podía proteger a sus súbditos
políticos y dominar la política eclesiástica del obispo.
El cambio del emperador a una nueva ciudad en el Oriente emancipó
al obispo romano de la influencia secular y le permitió crecer sin restricción.
De hecho, con el cambio del emperador el obispo se convirtió en soberano, tanto
eclesiástico como secular. Los obispos romanos se convirtieron en administradores
de los asuntos seculares de la ciudad, defendiéndola contra agresores
militares, manteniendo orden interno, proveyendo para sus necesidades físicas,
e iniciando su política extranjera.
PRESTIGIO POLÍTICO
Roma había sido el centro del mundo político por varios siglos
cuando el último de los apóstoles murió. No puede estimarse cuánto prestigio le
dio a la iglesia de la ciudad esta situación política. La importancia de tal centralidad
política se ve en el hecho de que Constantinopla, localidad de la nueva capital,
no tenía más pretensión de prestigio eclesiástico que ser el asiento del
emperador; sin embargo, en poco más de un siglo Roma era su rival eclesiástico
más grande por causa de su importancia política.
HISTORIA Y TRADICIÓN
Ya se ha señalado que la iglesia de Roma tenía una historia larga
y honorable. Es imposible encontrar evidencia de la actual pretensión católica
de que Pedro fuera obispo de Roma durante veinticinco años. Las Escrituras
conectan a Pablo, pero no a Pedro, con la iglesia de Roma. La tradición de que
Pedro fue pastor en Roma por un cuarto de siglo es muy tardía, y algunos
escritores católicos romanos sobresalientes admiten que no puede probarse.
Aun más: la pretensión romana de autoridad basada en esta
tradición no se reclamó hasta el Siglo V. Es decir, después que el obispo
romano se hubo vuelto poderoso se reclamó el derecho a esgrimir ese poder en
términos de la sucesión de Pedro.
El obispo León I (440-61) le dio base escrituraria a toda la
teoría. El pretendía que Pedro había sido el primer obispo de Roma, e
interpretaba tres pasajes bíblicos para probar que Pedro había recibido la
autoridad para regir todo el cristianismo. El primer pasaje se encuentra en Mat.
16:18, 19. Este era interpretado para significar que Cristo edificaría su
iglesia sobre Pedro personalmente, y que Pedro había recibido autoridad para
atar y desatar las almas en una monarquía espiritual.
El segundo pasaje es Juan. 21:15-17, que se interpretaba de manera
que dijera que Pedro iba a ser el pastor principal y tendría la tarea de
alimentar, cuidar y vigilar todas las ovejas de Cristo en el mundo. El tercer
pasaje es Luc. 22:31, 32, que era explicado para que significara que Pedro,
después de haber sido restaurado por Cristo de sus errores, llegaría a ser el
maestro principal de la cristiandad.
La teoría argumentaba que Pedro esgrimía esta autoridad sobre los
otros apóstoles; que él había pasado esta misma autoridad a su sucesor del
oficio de obispo de Roma, y que otros obispos, como otros apóstoles, estaban
sujetos a la autoridad del obispo romano.
SABIDURÍA DOCTRINAL
El obispo de Roma era capaz de fortalecer su posición como líder
de otros obispos por su habilidad de conducirse bien durante las peleas
doctrinales entre 325 y 451. Hubo tres controversias en el Oriente (la de
Apolinar, la de Néstor y la de Eutiques) y una en Occidente (la de Pelagio) en
este período. La naturaleza especulativa de la mente oriental y la naturaleza práctica
de la mente occidental pueden observarse en estas controversias.
¿ERA HUMANO CRISTO?
Apolinar era obispo de Laodicea en la mitad del Siglo IV. En su
esfuerzo por entender cómo la naturaleza de Cristo podía considerarse tanto
divina como humana, él eliminó un espíritu racional en Cristo y substituyó el Verbo
divino, tomando literalmente Júa. 1:14: “Y el verbo se hizo carne. Esto
protegía la deidad de Cristo pero eliminaba su verdadera humanidad.
El obispo Dámaso de Roma condenó esta opinión en 377 y ganó
prestigio adicional cuando el segundo concilio universal de Constantinopla tomó
igual acción en 381.
¿ESTABA SEPARADA LA NATURALEZA HUMANA DE CRISTO DE SU
NATURALEZA DIVINA?
La controversia nestoriana se originó tanto en la rivalidad
eclesiástica entre los obispos de Roma, Alejandría, y Constantinopla, como en
un esfuerzo por encontrar la verdad. Nestorio se convirtió en obispo de Constantinopla
en 428. Poco después él objetó enérgicamente el nombre dado a la virgen María la
madre de Dios.
El declaró que María podía ser llamada la madre de la naturaleza
humana de Jesús, pero ciertamente no podía ser considerada como la madre de la
naturaleza divina de Cristo, como el término podía sugerir. Los obispos Cirilo
de Alejandría y Celestino de Roma muy pronto condenaron a Nestorio.
Las objeciones doctrinales de ellos estaban basadas en el sentimiento
de que el concepto de Nestorio rompía la unidad de la persona de Cristo y
separaba la naturaleza de Cristo en humana y divina como para negar la
deidad de Cristo. Por la fuerza física y política el obispo Cirilo gobernó el
tercer concilio universal (en Éfeso en 431), que declaró a Nestorio culpable de
herejía y lo destituyó. Sus seguidores huyeron a Persia y establecieron una iglesia
separada que ha continuado a través de los siglos.
¿TENÍA CRISTO UNA NATURALEZA O DOS?
La controversia eutiquiana siguió como una reacción a la
controversia nestoriana. Eutiques, un celoso monje cercano a Constantinopla, conmovido
profundamente por las diferencias entre el obispo Cirilo de Alejandría y los
nestorianos, tomó la posición de que después de la encarnación Cristo tenía
sólo una naturaleza y que era la divina.
El obispo León I de Roma se unió con el obispo Flaviano de
Constantinopla para condenar a Eutiques. En una larga carta a Flaviano, León
insistió en las dos naturalezas de Cristo. En 449 el obispo Dióscoro, que había
sucedido a Cirilo en Alejandría, hizo que se reuniera un sínodo en Éfeso, en el
cual, Roma llamó a éste el “sínodo ladrón” y se negó a aceptar sus fallos, pero
como el emperador Teodosio apoyaba a Eutiques, el obispo romano fue incapaz de
actuar. En 450, sin embargo, Teodosio murió y su hermana favoreció el concepto
romano.
Con la aprobación de ella se convocó otro concilio (reconocido
como el cuarto concilio universal) y se reunió en Calcedonia en 451. Durante la
reunión se leyó la carta de León a Flaviano, y los clérigos reunidos gritaron:
“Dios ha hablado por medio de Pedro; el pescador ha hablado.”
En la definición doctrinal de la naturaleza de Cristo se siguió el
criterio de León. La naturaleza de Cristo, dijo el concilio, era la misma de
Dios en cuanto a deidad y la misma del hombre en cuanto a humanidad; Cristo es una
persona en dos naturalezas unidas “sin confusión, sin cambio, sin división, sin
separación”.
El sentimiento de superioridad aun sobre un concilio universal fue
revelado por el obispo León de Roma. En deferencia al poder político de
Constantinopla, el obispo de esa ciudad, aunque sin tradición apostólica, había
sido reconocido como patriarca por el concilio de 381 en Constantinopla, y el
concilio de Calcedonia de 451 declaró en su canon veintiocho que el obispo de
Constantinopla tenía autoridad igual a la del obispo de Roma. León se negó a
aceptar esta decisión del concilio ecuménico declarando que él no reconocería
al obispo de Constantinopla como su igual. Él prefería gobernar solo.
¿CÓMO
SE SALVA EL HOMBRE?
La única controversia occidental de este período se centró en un
asunto práctico que influyó mucho en la maquinaria de la iglesia. El mundo occidental
no discutía sobre asuntos especulativos, pero cuando llegaba a asuntos
prácticos que afectaban su programa, pronta y eficientemente los trataba.
¿Podría el hombre salvarse sin una revelación especial de la
Biblia y a través de Cristo, y requiere ello una gracia especial obrando
sobre el alma en la regeneración para obtener la salvación? La controversia que
levantó estas preguntas empezó cuando Pelagio, un monje británico, con su discípulo
Celestino, huyó de Bretaña a Italia, y después al Norte de África alrededor del
año 411. Sus enseñanzas rápidamente entraron en conflicto con las creencias y
prácticas de la iglesia en el Norte de África, porque Pelagio enseñaba que no
era necesario que los niños fueran bautizados, puesto que ellos no tenían
pecado original que les fuera lavado.
Tan directa negación de uno de los credos importantes de las
iglesias católicas pronto trajo altercados. El grupo
pelagiano decía que cada hombre podía escoger
pecar o ser justo. Ellos consideraban que todo el ambiente del hombre es revelación de Dios, incluyendo la
creación, los amigos, las circunstancias, e
insistían en que no era necesaria una gracia regeneradora especial para la
salvación. Era muy posible salvarse sin las Escrituras y sin la revelación de
Cristo, aunque no debían restarle importancia a éstos, puesto que proveen
inspiración y dirección.
No
hay tal cosa como pecado original, ellos decían, porque Dios creó cada alma al
momento de nacer y la dotó de pureza y libertad. Después que el niño es capaz
de hacer sus propias decisiones, Dios espera que use su ambiente, sus amigos,
su educación y su intelecto para escoger la justicia; y el niño es capaz de hacerlo.
Por
causa de estos conceptos Celestino fue excluido de la iglesia de Cartago en 412
y huyó a Palestina a unirse a Pelagio. Aquí ocurrió en 415 un interesante incidente
que ilustra la actitud general de los obispos orientales hacia el obispo
romano. El obispo Juan de Jerusalén y sus presbíteros se reunieron a
escuchar los cargos contra Pelagio. Después que se presentó la evidencia, Juan
decidió que puesto que Pelagio era de Occidente, le tocaba estar bajo la
autoridad del obispo de Roma. Es decir, que toda la cristiandad latina se
consideraba que estaba bajo el poder del obispo romano.
Los
obispos romanos intermitentemente tomaban ambos lados de la controversia. En 416
el obispo Inocente condenó el movimiento. Después de su muerte, en ese año el
obispo Zósimo aprobó públicamente las enseñanzas de Pelagio y Celestino. El año
siguiente, no aceptando la idea de que el obispo romano fuera infalible, los
obispos del Norte de África condenaron el movimiento pelagiano.
Hasta
el emperador romano Honorio, en Constantinopla, dirigió un edicto condenando al
obispo romano y a los que sostuvieran su herejía. Finalmente, el obispo Zósimo de
Roma cambió su posición y aprobó el punto de vista africano, y ordenó a todos
los obispos de occidente que cambiaran de doctrina al mismo tiempo; Muchos
eminentes obispos se negaron a condenar enteramente los conceptos de Pelagio.
En
el concilio universal de Éfeso en 431, el concepto pelagiano fue oficialmente
condenado, junto con los nestorianos, de quienes los pelagianos habían sido
amigos. Muchos obispos mantuvieron una posición semipelagiana, poniendo énfasis
en las buenas obras del hombre y en la iniciativa de la salvación. Esta
posición fue tomada en oposición a la teoría alternativa del gran oponente de
Pelagio, Agustín de Hipona.
Agustín
fue el gran teólogo de los Siglos IV y V. Nació en el Norte de África en 354.
Pasando sucesivamente de la filosofía al maniqueísmo, al escepticismo, al neoplatonismo,
y de éste al cristianismo, se convirtió en la figura dominante del pensamiento
cristiano por un milenio. Su profunda experiencia al encontrar a Dios y su profunda devoción dieron riqueza
a sus ideas teológicas. Sus Confesiones,
profundamente personales y místicas, explican su punto de vista
doctrinal.
En
la controversia pelagiana Agustín declaró que Adán había sido creado sin pecado
y libre, pero que en la caída de Adán todo el género humano había perdido su
pureza y su libertad. Agustín pensaba que el bautismo de niños o adultos lavaba
la culpa del pecado original, pero no el pecado mismo, y creía que los
sacramentos de la iglesia eran necesarios para preservar al individuo de la
culpa y castigo adicionales de este pecado.
El
insistía en que los hombres no pueden obrar para salvación, y que aun la capacidad
para aceptar la salvación es un don de Dios. La condición impotente del hombre
requiere que Dios haga todo. Dios escoge a los que deben ser salvos
(predestinación) y los capacita para salvarse. En este punto puede observarse
la inconsistencia de Agustín.
Por
su énfasis en la soberanía de Dios, Agustín no dejaba nada por hacer al hombre
respecto a su salvación; sin embargo, él demandaba que los infantes fueran bautizados
para salvarse de la culpa heredada. Si Dios predestina a un niño para salvarse,
parece que el bautismo tendría poco efecto al intentar obtener la misma cosa.
El
fuerte énfasis de Agustín sobre la total soberanía de Dios repelía a algunos de
sus contemporáneos tanto como la doctrina de Pelagio, de la capacidad del
hombre para cooperar con Dios en la adquisición de la salvación, dando así
lugar a los conceptos semipelagianos y semi agustinianos mencionados antes.
En
adición a sus Confesiones y en
oposición a Pelagio, Agustín hizo otras dos contribuciones distintas:
estableció la doctrina oficial de la Iglesia Católica Romana relativa a la
controversia donatista. Los donatistas habían dicho que cuando el carácter de
un obispo es anticristiano e injusto, todos los actos sacramentales de ese
obispo no tienen validez. Así, decían ellos, el obispo Félix no podía ordenar
propiamente a Ceciliano y Ceciliano
no podía administrar el bautismo salvador porque estos dos hombres eran
herejes; habían entregado las Escrituras para ser destruidas durante el tiempo
de persecución.
Agustín
volvió a interpretar el asunto enseñando que el carácter de un obispo no hacía
absolutamente ninguna diferencia en la validez de sus actos, puesto que la
autoridad o insignia de la iglesia garantizaba la validez de cualquier acto
oficial que pudiera desarrollar un obispo. Esto
señaló un gran avance en la idea de una iglesia autorizada.
Agustín también puso en forma escrita el ideal por el que la
Iglesia Católica Romana estaba luchando. Aunque inconclusos, sus veintidós libros
titulados La Ciudad de Dios bosquejaban
el conflicto entre el gobierno terrenal y el gobierno celestial. Debe
recordarse que Agustín estaba escribiendo en el tiempo en que los bárbaros
germanos estaban arrasando el mundo occidental. En el mismo año que él murió
estos paganos estaban aporreando las puertas de Hipona, su propia ciudad.
Agustín describía la ciudad terrenal, mantenida mediante la
guerra, el odio, y el mal; en contraste él describía la ciudad de Dios,
creciendo lenta, pero seguramente, para cubrir la tierra y superar el gobierno
secular de la ciudad terrenal. Esta idea de un conflicto entre lo espiritual
identificado con el sistema eclesiástico, y lo secular, fue profético de
los eventos que vendrían, e hizo mucho por modelar el pensamiento de la era de
Agustín y el de la Edad Media.
COMPENDIO FINAL
Así, de 325 a 451 se pusieron los fundamentos de la Iglesia
Católica Romana. Los concilios mundiales habían provisto una arena donde el obispo
romano podía ejercer una creciente autoridad. Argumentando en los mismos
terrenos que les habían probado ser tan eficientes contra los gnósticos, los
obispos romanos decían que su tradición de sucesión hasta el apóstol Pedro los
dotaba de una autoridad continua, y ellos citaban textos de las Escrituras para
probar que Pedro tenía tal autoridad.
Cuando se equivocaba doctrinalmente, o hasta cuando era desairado
por un concilio ecuménico, el obispo romano mostraba su gran prestigio y sagacidad
cambiando su posición o manteniéndose firme, según lo requirieran las
circunstancias, y manteniendo en todo su poderoso lugar.
El reconocimiento de las pretensiones de primado del obispo León
por las autoridades imperiales y eclesiásticas, basadas en la tradición de
Pedro, dan base para creer que León fue el primero de los papas católicos romanos.
LA EXPANSION CATOLICA ROMANA
Entre los años 325 y 451 se pusieron los fundamentos del
control papal dela Iglesia Católica. Las pretensiones romanas recibieron un
tono escriturario mediante el pretendido primado de Pedro y la pretendida sucesión
apostólica a través del obispo romano. El período de 451 a 1050 fue de
confusión y violencia, pero el mismo momento histórico que trajo la crisis al
cristianismo romano, las invasiones bárbaras, también proveyó la oportunidad para
que el papado extendiera sus pretensiones hasta incluir autoridad sobre los
poderes seculares y hasta ampliar los límites geográficos del control papal.
INVASIÓN DE TRIBUS GERMANAS
Mientras el obispo León I de Roma (440-61) conseguía que le reconocieran
algunas de sus pretensiones en el concilio de Calcedonia (451), estaban
teniendo lugar grandes migraciones raciales. Durante el Siglo II había sido
necesario que el gobierno romano mantuviera grandes guarniciones a través de
Europa Central para impedir que las tribus germanas se volcaran sobre el
Imperio Romano.
Mientras que otras tribus vagaban por el sur y el oeste de las
amplias estepas de lo que ahora es Rusia, se puso más presión sobre las tribus
enfrente de las guarniciones romanas para impedirles entrar al imperio. A
través de los Siglos III y IV de la era cristiana los gobernadores romanos
pelearon continuamente para contener la invasión de las diversas tribus
conocidas como godos, visigodos (godos del occidente), ostrogodos (godos del oriente),
vándalos, francos, borgoñones, lombardos, etcétera.
Las tribus empezaron a penetrar durante el Siglo IV. La fecha
cuando los ostrogodos vencieron finalmente a Roma usualmente se considera el
año 476, pero Roma ya había caído desde 410 ante Alarico el Godo, Atila (452) y
Geserico (445) fueron sometidos solamente por la sagacidad del papa León I.
Algunas de estas tribus ya eran cristianas nominales. Ulfilas y su
movimiento habían alcanzado a muchas de ellas con el cristianismo arriano.
Cuando estas tribus germánicas invadieron el antiguo Imperio Romano, es cierto
que ellas derrumbaron la antigua civilización grecorromana. Sin embargo,
también es cierto que proveyeron una oportunidad para que la Iglesia Católica
Romana moldeara una nueva civilización y se elevara por medio de ella.
Estas tribus no destruían y mataban conforme avanzaban en el territorio romano.
Más bien adoptaban cualquier elemento de la antigua cultura que les atraía, y
se casaban con los pobladores de distinta raza. Por estos factores, el poder
del sistema católico romano no fue dañado permanentemente por la invasión. Así
se obtuvieron beneficios perdurables. Cuando menos cinco de estos beneficios
resaltan.
(1)Las tribus germánicas proveyeron nuevos y numerosos sujetos para
el gobierno católico romano. Ellos se atemorizaban con los hermosos y solemnes
servicios de las iglesias ortodoxas y se encantaban con el sistema sacramental
mágico que proveía para todas sus necesidades. Los cristianos arrianos de las
tribus eran inexpertos en asuntos doctrinales, y no era difícil ganarlos a
todos para el criterio ortodoxo de la persona de Cristo.
(2)Las tribus dieron la oportunidad de ampliar y asegurar la
maquinaria de la Iglesia Romana. Se establecieron nuevas iglesias, se
prepararon nuevos sacerdotes, y se proveyeron nuevos catecismos. Los incultos germanos
no trajeron problemas doctrinales nuevos que complicaran esta gran expansión.
(3)Las tribus germánicas eran gobernantes de los dominios que habían conquistado,
pero se convirtieron en súbditos del entrenamiento religioso del sistema
romano. Esto significaba que la jerarquía romana muy pronto obtendría gran
prestigio y extensa influencia. Además, le dio la razón al punto de vista
sugerido en La Ciudad de Dios de
Agustín: que la ciudad celestial era superior a la secular y que algún día
vendría a ser la dominante.
(4)El mundo occidental fue privado de la influencia del emperador romano
en Constantinopla. Excepto por un breve período, la entrada de las tribus
germánicas hizo imposible que el emperador ejerciera poder secular o
eclesiástico sobre la Iglesia Romana. Antes de la invasión el emperador todavía
se consideraba obispo sobre los obispos, y con su ejército había mantenido
amagado al mundo occidental. Sin embargo, con la barrera bárbara rodeando el
occidente, el emperador se vio impotente para interferir.
(5) El ganar a estos bárbaros al reconocimiento de la soberanía
espiritual de la Iglesia Romana fue un golpe de muerte para las ambiciones de cualquier
otro obispo occidental y además le trajo a la iglesia territorios y protección
militar.
MONASTICISMO EN OCCIDENTE
Las invasiones bárbaras probablemente dieron impulso al ideal
monástico en el occidente. Se recordará que en el Oriente Antonio y Pacomio
habían empezado la vida ermitaña y la organización cenobítica. En el occidente
el movimiento creció más lentamente pero llegó a tener más influencia.
El ejemplo del Oriente indudablemente ofreció un incentivo a los
líderes occidentales para hacer hincapié en la vida ascética. Hombres como Atanasio,
Jerónimo. Ambrosio, Agustín de Hipona, Martín de Tours y Eusebio de Vercelli se
esforzó por convencer a muchos de la virtud superior de perder sus vidas
monásticamente para salvarlas. El cese de persecución por el gobierno también
contribuyó a popularizar el movimiento monástico.
El martirio era ahora raramente posible; los medios más rigurosos
de auto-castigo y sufrimiento por Cristo venían ahora mediante el monasticismo.
El triunfo del partido “laxo” sobre el partido “estricto” al tratar con los que
habían sido infieles a Cristo, hizo que muchos miraran con desdén los medios
regulares de adoración y servicio y se fueran a las cuevas o al aislamiento
monástico.
Algunos consideraban las invasiones germanas como la ira de Dios
sobre el cristianismo por dejar su pureza y su pasión primitiva, y determinaron
huir por su seguridad al riguroso movimiento que se estaba desarrollando en el Occidente.
A pesar de eso otros estaban desalentados por las corrupciones paganas que eran
introducidas en el pensamiento y en la práctica de las iglesias.
Otro grupo deploraba el formalismo en la adoración que ahora caracterizaba
al cristianismo occidental y buscaba en el monasticismo una comunión más
personal con Dios. Estos y otros factores ayudan a explicar el crecimiento del
movimiento en Occidente.
Históricamente, el movimiento occidental modificó el carácter del monasticismo.
Aunque el monasticismo había sido originalmente un movimiento de laicos, el
monasticismo occidental hizo sacerdotes a todos los que tomaban los votos
monásticos. Aun más: el movimiento occidental exageró el monasticismo como un
instrumento para impulsar el mismo sistema eclesiástico contra el que era en
parte una protesta. Los monjes se convirtieron en los misioneros y soldados de
avanzada del cristianismo.
De hecho, las órdenes monásticas han estado al frente de cada
victoria obtenida por la Iglesia Romana desde la Edad Media.
El nombre sobresaliente del monasticismo occidental fue el de
Benito de Nursia. Alrededor del año 500 Benito se convirtió en ermitaño y en
529 fundó un monasterio en Monte Casino, al sur de Roma. Su sistema hacía hincapié
en la adoración, el trabajo manual y el estudio. En menos de trescientos años
los monasterios que seguían esta regla cubrieron el continente europeo. Más que
cualquier otro hombre, Benito fue responsable de vaciar el movimiento monástico
en moldes de líneas prácticas y de reconciliar sus ideales con los de la
iglesia.
La reforma monástica más importante ocurrió al principio del Siglo
X. El duque Guillermo de Aquitania sufragó los gastos para la fundación de un nuevo
monasterio en Cluny, al este de Francia, en 910. En un esfuerzo por librar este
monasterio de las corrupciones que habían entrado en muchos otros por causa del
gobierno secular y la interferencia eclesiástica, Guillermo estipuló que esta
casa procurara inmediatamente la protección del papa.
Hasta aquí, bajo el sistema benedictino, los diversos monasterios eran
controlados por el obispo en cuya diócesis estaban situados. Ahora empezaba un
nuevo tipo de monasticismo, como un movimiento de reforma, que traía la
institución a una lealtad y obediencia directas al papa. La regla de este
monasterio era la de Benito, interpretada estrictamente. Este tipo de reforma
se hizo popular y se extendió rápidamente.
Un cambio en el siguiente siglo transformó aún más el nuevo tipo
de monasticismo. Los abades de Cluny empezaron a asumir jurisdicción sobre los
nuevos monasterios fundados por seguidores cluniacenses, y también sobre los
que abrazaban la reforma siguiendo los principios de Cluny; consecuentemente,
el abad de Cluny se convirtió en cabeza de una amplia red de monasterios cuyos
objetivos él podía dictar, y cuyos abades él podía nombrar. Tal organización,
cuya cabeza debía lealtad inmediata al papa, fue de gran influencia para
socavar la autoridad secular y episcopal opuesta al papado.
EXPANSIÓN MISIONERA
Roma no fomentó las misiones en ningún grado hasta el Siglo VI. Ya
se ha hecho referencia a la obra de Ulfilas en el Siglo IV, bajo los auspicios del
cristianismo oriental. El obispo Martín de Tours atacó vigorosamente el
paganismo en su región durante el Siglo IV. La obra misionera había sido
llevada hasta las Islas Británicas.
Un escocés llamado Patricio, cuyo cristianismo no era del tipo
católico romano, evangelizó Irlanda en la primera parte del siglo V, y un
irlandés llamado Columba predicó ampliamente en Escocia en la última parte del
mismo siglo. Otro irlandés, Columbano (543-615) empezó a predicar en el sur de
Alemania, pero se desvió a Francia, de aquí otra vez a Alemania, a Suiza y,
finalmente, a Italia, donde murió.
La obra de estos misioneros, aunque no bajo la dirección de Roma, preparó
el camino para la dominación católica romana. En 596, de acuerdo con la
dirección del papa Gregorio I (590-604), un monje benedectino llamado Agustín,
y cuarenta compañeros, fueron a Inglaterra como misioneros. Después de una
lucha con el diferente tipo de cristianismo de Irlanda y Escocia que ya estaba
allí, el tipo católico romano de organización y adoración prevaleció. En el
sínodo de Whitby (664), se decretó que el cristianismo romano fuera practicado
en toda Inglaterra. El antiguo tipo de cristianismo se dispersó.
De Inglaterra, los misioneros católicos romanos se pasaron al
continente. Wilfrido, un monje benedictino que había sido muy influyente en el establecimiento
del cristianismo romano en Inglaterra, empezó la obra misionera en lo que ahora
es Holanda, alrededor del año 678. Fue seguido allí por Wilibrordo, cerca del
690. El más grande misionero católico romano de Inglaterra fue Bonifacio.
Durante la primera mitad del Siglo VIII Bonifacio trabajó incansablemente en
Europa noroccidental para traer bajo la autoridad católica romana a las
iglesias existentes, y para ganar a los paganos.
Otros misioneros católicos romanos abrieron camino en el norte y
el este. A principios del Siglo IX Anscario llegó a Dinamarca y Suecia. Cirilo
y Metodio, enviados por la Iglesia Griega, pero cambiados voluntariamente a la
Iglesia Romana, trabajaron ampliamente en los Balcanes en el mismo Siglo.
Como resultado de esta actividad misionera la Iglesia Católica
Romana trajo vastas áreas de población bajo su tutela, inculcando en ellas una lealtad
que no conocía rivales eclesiásticos.
AYUDA MILITAR Y POLÍTICA
A la larga, las invasiones bárbaras de Occidente trajeron nuevos e
importantes aliados a la Iglesia Católica Romana. Es cierto que por un período
las diversas tribus merodeadoras causaron considerables problemas, peleando
unas con otras y con los romanos, pero con habilidad y oposición armada, los
papas de Roma pudieron mantener una apariencia de orden durante la muerte de
una cultura y la formación de otra. Como gobernadores seculares de la ciudad de
Roma, ellos ganaron prestigio y poder.
Muchos de los bárbaros fueron ganados rápidamente. Cuando Clodoveo,
el gran jefe franco decidió echar su suerte con el Dios cristiano en los
últimos años del Siglo V, todo su ejército hizo la misma decisión, aunque
difícilmente sobre terreno religioso. Aun más: varios de los papas tales como
Gregorio I (590-604), hicieron alianzas con jefes tribales cercanos y
consiguieron una medida de libertad política.
La historia de la alianza del papado con el reino franco se dirá
con más detalle después. Debe notarse aquí, sin embargo, que la alianza papal
en el Siglo VIII con el poder militar más fuerte de Europa contribuyó grandemente
a la expansión y desarrollo de autoridad de la Iglesia Romana. Primero, se le
hizo frente a la crisis inmediata cuando los reyes francos derrotaron a los
lombardos que estaban amenazando a Roma.
Segundo, los jefes francos dieron al papado un gran dominio
territorial en los contornos de Roma, marcando el principio de lo que es
conocido como los “estados papales” durante la historia medieval. Además, en
751 el papa coronó a Pepino, el jefe militar más fuerte de los francos, para
ser rey en vez de uno de la línea heredera.
Lo que Pepino había pedido simplemente era el apoyo moral del
papado para prevenir la revolución en el reino franco durante el cambio de la
casa gobernante, pero el prestigio de un papa, que podía dispensar, o cuando
menos asegurar reinos, fue exaltado grandemente. Cuando el papa coronó a
Carlomagno como Santo Emperador Romano en el 800, hubo el sentimiento de que el
oficio papal tenía la autoridad para hacer o deshacer emperadores.
CARLOMAGNO
El más grande de los gobernadores francos fue Carlos el Grande
(771- 814). Como líder político y militar no tuvo paralelo en la Edad Media. El
duplicó la extensión geográfica de su imperio. Y aun más que eso: el imperio
fue consolidado y bien administrado durante su reinado. Su contribución a la
expansión de la Iglesia Romana fue más grande que la de cualquiera de los
papas.
Al llevar adelante sus conquistas militares seculares, Carlomagno
llevaba el cristianismo romano con él. Para 777 ya había destruido
completamente el reino de los lombardos en el norte de Italia, reemplazándolo
con pobladores que reconocían la autoridad del papa. El ordenó enérgicamente a
los sajones de Alemania noroccidental aceptar el cristianismo. Cuando él vencía
a países ya cristianos nominalmente, les ordenaba entrar en la órbita del papa
romano, como en el caso de la guerra contra Babaría.
Una de las contribuciones importantes de Carlomagno fue en el
terreno dela educación y la literatura. El buscó por todas partes de Europa
para conseguir eruditos que fundaran escuelas y produjeran literatura. Los sacerdotes
fueron animados a ampliar sus conocimientos, en algunos casos a empezarlos. De
la mano de Carlomagno la Iglesia Romana recibió muchos donativos y gran
prestigio.
Es claro que Carlomagno consideraba su relación con la iglesia de
manera muy semejante a como Constantino lo había hecho. Aun en asuntos de controversia
teológica él se sentía en libertad de convocar sínodos y emitir decretos
autoritativos. En el sínodo de Frankfurt en 794 Carlomagno tomó una posición
opuesta a la del concilio general la de Nicea en 787 y también a la del papa,
prohibiendo reverencia y adoración a las imágenes. En suma, sin embargo, el
apoyo secular de Carlomagno probablemente hizo más por impulsar la causa papal
que cualquier otro factor de este período.
DOCUMENTOS FALSIFICADOS
Dos importantes falsificaciones fueron usadas efectivamente por
los papas romanos durante este período. La primera era conocida como la
Donación de Constantino. Este documento espurio declaraba que cuando el emperador
Constantino había cambiado su capital a Constantinopla en 330, le había dado al
obispo de Roma soberanía sobre todo el mundo occidental, y le había ordenado a
todo el clero cristiano de ser obediente al obispo romano. La falsificación era
tosca, porque tenía consideraciones históricas y literarias del Siglo VIII.
Probablemente fue producida alrededor del año 754 en un esfuerzo
por inducir a Pepino el Breve y a sus sucesores a reconocer las pretensiones
seculares del papado en Occidente. Fue una falsificación que tuvo éxito, porque
no sólo hizo que Pepino le diera al papado la tierra de Italia conquistada a
los lombardos, sino también hizo que sus sucesores reconocieran la Donación
como genuina y basaran su conducta sobre ella. La falsificación no fue
descubierta hasta el Siglo XV, después que el documento había servido ya bien
para su propósito.
El otro documento incluido en la misma falsificación era conocido
como “Los Decretos Seudo-Isidorianos”. Isidoro de Sevilla había coleccionado en
el Siglo VII leyes y decretos genuinos y los había publicado como guía para
acción futura. La falsificación de algunos decretos adicionales tuvo lugar un
siglo después.
Su propósito era elevar el oficio del papa contra las pretensiones
de los arzobispos y metropolitanos citando los documentos primitivos en favor
del papa. Fue usado oficialmente por los papas después de la mitad del Siglo
IX. Para el tiempo en que se probó que era una falsificación en el Siglo XVIII,
este fraude piadoso también había sido eficaz para establecer el poder del papa
sobre la iglesia.
FEUDALISMO
El hijo y tres nietos de Carlomagno continuaron su reinado, pero
la decadencia ya había empezado a socavarlo. El gobierno de la línea carolingia
(la línea de Carlos) se rompió en los últimos años del Siglo IX.
Con la declinación de un fuerte gobierno central se desarrolló el movimiento
conocido como feudalismo. Fue un proceso sencillo y natural.
Cuando no hubo un rey central, los caciques locales fuertes se
organizaron a sí mismos y a los que ellos podían gobernar, en pequeños
ejércitos y reinos. El tamaño del reino dependía de la fuerza del cacique.
Algunas veces consistía simplemente de una ciudad; algunas veces incluía
grandes áreas. Cada reino se convirtió en una completa monarquía. El soberano o
gobernador requería que todos los del área de su reino le juraran fidelidad personal
a él.
La clase más baja en este sistema era la de los siervos. Estos hombres y mujeres eran
los esclavos laborantes y eran tratados como enseres pertenecientes a la
tierra. Arriba de ellos en dignidad estaban los libertos, que no eran esclavos, pero que no tenían privilegios y tenían muy poca libertad. Los nobles eran propietarios de la tierra
por el favor del soberano, y administraban a veces pequeños sectores y algunas
veces grandes áreas.
Eran ellos los que ejercían completa supervisión sobre los libertos
y los siervos bajo ellos. Los nobles más
importantes servían como una especie de consejo consultivo del soberano y
ayudaban en funciones comunales, tales como la administración de justicia y
empresas de la comunidad. Cuando amenazaba el enemigo, todos estos vasallos
tomaban las armas para proteger los derechos del soberano.
A primera vista puede parecer que el feudalismo dañaría
grandemente los intereses del sistema católico romano. Algunos de los
reyezuelos podían ser hostiles a las pretensiones del papa. De hecho, el
resultado inmediato del feudalismo fue la declinación en autoridad y prestigio
del oficio papal.
Los obispos eran nobles en muchos de esos pequeños reinos y
estaban obligados a jurar lealtad al soberano secular. La obra religiosa se descuidaba
por la presión de los deberes seculares.
Sin embargo, cuando se mide en términos de siglos, el sistema
papal no fue dañado permanentemente por el feudalismo. Los obispos algunas veces
llegaban a ser soberanos en pequeños reinos, o como vasallos algunas veces
recibían grandes extensiones de tierra del soberano.
Subsecuentemente, muchas de estas tierras cayeron en manos de la
Iglesia Romana. Además, una reacción popular contra la autoridad secular
resultó en una celosa devoción a las cosas espirituales por parte de los
obispos.
Aun más, el trato benévolo concedido a los vasallos por los
obispos que estaban en lugares de autoridad, contrastando considerablemente con
el trato concedido por los soberanos seculares en muchos casos, resultaba en un
sentimiento de afecto y lealtad entre las clases más bajas hacia los líderes
religiosos. Todos estos factores del feudalismo obraron para beneficio del
sistema romano aunque el prestigio y la autoridad del papa estaban en
decadencia.
DESARROLLOS INTERNOS
ADORACIÓN.
Durante el período del 451 al 1050, el método católico romano de adoración
empezó a ser copiado por todo el Occidente. Las variaciones de lenguaje, de
orden y de liturgia fueron eliminadas tanto como fue posible.
La adoración se centró en la observancia de la Misa (la Cena) que,
como ya se describió antes, había llegado a ser más que un sacramento que traía
gracia al participante; ahora era considerada como el sacrificio “incruento” de
Cristo efectuado otra vez, el derramamiento de su sangre y el rompimiento de su
cuerpo.
El simbolismo había llegado a ser completamente literal. El vino
todavía no le era negado a la gente. Aunque no se había definido, generalmente
se pensaba que algo le pasa al pan en la Misa, que se transforma en el cuerpo
de Cristo. También se había desarrollado un amplio sistema de santos
mediadores. La adoración de la virgen María también aumentó considerablemente
durante este período.
La historia de que ella había sido llevada inmediatamente al cielo
a su muerte, se extendió. Se ofrecían oraciones a María para que ayudara e intercediera.
Las reliquias se convirtieron crecientemente en una parte importante de la vida
religiosa. El número de sacramentos todavía no estaba fijado; algunos teólogos
sencillamente abogaban por dos (el bautismo y la Cena), algunos insistían en
cinco, mientras que algunos tenían una docena. La confesión auricular ya estaba
bien establecida, y la idea de méritos por obras externas se extendió
ampliamente. El monasticismo del tipo benedectino cubrió a Europa.
CONTROVERSIAS DOCTRINALES.
Las controversias doctrinales en que los papas romanos se metieron
tenían su fuente, como puede suponerse, principalmente en las especulaciones
del Oriente. Estas controversias influyeron mucho, sin embargo, para que se
establecieran relaciones eclesiásticas y seculares. En este período el papado
se propuso declarar directamente su autoridad, no sólo sobre rivales
eclesiásticos, sino también sobre poderes seculares.
Una de las primeras disputas sucedió cuando el patriarca de Constantinopla
se negó a desterrar a un hereje. El papa Félix III (483-92) intentó excomulgar
al patriarca, destituyéndolo del sacerdocio, y aislándolo de la comunión católica y de los fieles. Félix
declaró que su autoridad como sucesor de Pedro lo capacitaba para hacerlo así.
Sin embargo, hasta los obispos orientales que habían sido leales
al papado informaron a Félix que él no tenía poder de esta clase, y que ellos escogían
comunión con Constantinopla antes que con Roma. Por treinta y cinco años
continuó este cisma. Mediante sagacidad política, un papa posterior arregló el
cisma sin pérdida de dignidad.
Una controversia doctrinal muy importante fue arrastrada de una
época anterior el asunto de la naturaleza de Cristo. El concilio de Calcedonia (451)
había definido la naturaleza de Cristo como doble: completamente divina y completamente humana. La decisión
del concilio no convenció a muchos del Oriente. Los oponentes de esta decisión
tomaron el nombre de monofisitas (una naturaleza).
Prácticamente todo Egipto y
Abisinia, parte de Siria y la mayor parte de Armenia adoptaron el
monofisismo y lo han retenido hasta el presente. En un esfuerzo por apaciguar
esta gran sección del mundo oriental, el emperador Zenón (474-91) de
Constantinopla emitió un decreto que prácticamente anulaba la definición de Calcedonia,
pero el único resultado fue indisponer al Occidente.
En otro esfuerzo por aplacar a los monofisitas, el emperador
Justiniano (527-65) emitió una serie de edictos en 544 que también comprometía
la definición de Calcedonia en favor de la interpretación Alejandrina, diciendo
que la naturaleza humana de Cristo estaba subordinada a la divina. El papa
Virgilio (538-55) que debía su oficio a la influencia imperial, al principio
rehusaba aceptar la decisión de Justiniano, pero la presión imperial en 548 lo
indujo a consentir.
Dos años después cambió de opinión y se negó a asistir a un
concilio para discutir el asunto. Al fin del concilio de 553, el papa Virgilio
fue excomulgado, y los edictos de Justiniano
recibieron autorización del concilio. Entonces el papa se excusó y aceptó la decisión del concilio, y la excomunión
fue quitada.
Todavía
se hizo otro intento de conciliar a los monofisitas. Mediante la influencia del
Patriarca Sergio de Constantinopla, el Emperador Heraclio propuso una
interpretación doctrinal que en 633 produjo reacción favorable de los monofisitas.
Esta interpretación desvió la discusión de la naturaleza a la voluntad
o energía, declarando
que Cristo tenía una energía o voluntad divina-humana. El papa Honorio (625-38)
fue consultado y contestó que Cristo tenía una voluntad, pero que la expresión “energía”
no debía usarse, porque no era escrituraria.
Los
siguientes papas adoptaron el otro lado de la cuestión. Uno de ellos, el papa
Martín I (649-55), desafió la orden del emperador Constancio II (642-68) de no
discutir el asunto, y reunió al
sínodo romano en 649, que, entre otras cosas, condenó la orden del emperador.
El emperador rápidamente capturó al papa y lo envió a morir en el exilio.
Sin
embargo, los monofisitas, mientras tanto, habían sido subyugados por la
invasión mahometana, así que para complacer a Roma y restaurar la unidad, el
emperador Constantino IV (668-85) convocó el sexto concilio universal en Constantinopla
en 680-81, que declaró que Cristo tenía dos voluntades. Es muy interesante que
este concilio condenara al llamado infalible papa Honorio por hereje. Probablemente
lo más amargo de las controversias doctrinales empezó en el Siglo VIII, y es
conocido como la “controversia iconoclasta” (destructora de imágenes).
El
uso de imágenes en la adoración se había vuelto muy popular tanto en el
cristianismo oriental como en el occidental desde el tiempo de Constantino, que
había muerto en 337. Los cristianos primitivos habían rehusado tener ídolos o
imágenes en la casa o en el templo, y por esa razón eran llamados ateos por los
paganos del Siglo II.
Sin
embargo, la influencia del paganismo produjo el amplio uso de las imágenes,
ostensiblemente al principio con el único propósito de enseñar mediante los
cuadros y las estatuas. Esas imágenes pronto empezaron a ser vistas como poseedoras
de cualidades divinas. Eran veneradas, besadas, y en algunos casos adoradas por
los entusiastas devotos. Los mahometanos objetaron vigorosamente esta
idolatría, y, en parte como un movimiento político para apaciguar al califa
mahometano, el emperador León el Isaurio (717-41) emitió un edicto en 730
contra el uso de imágenes. Pese a la fanática oposición de los monjes, las
imágenes fueron quitadas de las iglesias orientales.
Cuando el emperador ordenó a las iglesias de Occidente que
quitaran las imágenes, encontró más oposición. El argumentó al papa que la
adoración de imágenes está prohibida tanto por el Antiguo como por el Nuevo Testamento
y por los padres primitivos, y que es pagana en su arte y herética en
sus doctrinas.
En respuesta el papa Gregorio 11(715-31) dijo que Dios había
mandado que se hicieran querubines y serafines (imágenes); que las imágenes
preservan para el futuro los retratos de Cristo y de los santos; que el
mandamiento contra las imágenes era necesario para prevenir a los israelitas de
la idolatría pagana, pero que este peligro ya no existía; y que la adoración y
postración ante las imágenes no constituye culto, sino sencillamente
veneración. La controversia continuó por más de un siglo.
Por medio de maniobras políticas de la regente Irene, el séptimo
concilio universal de Nicea en 787 sostuvo el derecho de culto a las imágenes.
Carlomagno, emperador en Occidente, se opuso de plano al decreto
de este concilio y a la posición de los papas, insistiendo en que las
imágenes eran para ornamento, no para culto. Durante la controversia el papa Gregorio
III (73141) pronunció la sentencia de excomunión contra cualquiera que quitara,
destruyera o dañara las imágenes de María, de Cristo, y de los santos.
Esta actitud fue continuada por los papas, a pesar de la oposición
de Carlomagno. El emperador León el armenio (813-20) anuló los decretos del
Segundo Concilio de Nicea de 787 tan pronto como asumió su oficio, pero el
culto a las imágenes obtuvo la victoria final cuando la regente Teodora
(842-67) ordenó que las imágenes fueran restauradas y los iconoclastas
perseguidos. En el Oriente se puso una imitación a las imágenes, permitiendo
solamente pinturas y mosaicos en los templos.
Las estatuas que se proyectaran más allá del plano de la superficie
fueron prohibidas. No se hizo limitación de esta clase en el Occidente. Las
imágenes fueron todavía más veneradas y ampliamente usadas como resultado de la
controversia.
PAPAS PODEROSOS.
La expansión de la autoridad papal durante este largo período
descansaba (451-1050), en último análisis, en los hombres capaces que ocuparon
la silla en Roma.
La obra de León I (440-61.) ya se ha mencionado. Durante los
últimos años de su pontificado mostró su creciente poder al humillar al arzobispo
Hilario de Arlés al restaurar a un obispo que Hilario había depuesto
legalmente, y al meter a Hilario a prisión por desobediencia.
El se metió en rivalidades eclesiásticas en Grecia y el Norte de África
y pretendió autoridad final sobre todo cristiano.
Gelasio (492-96) declaró el primado del papa romano en toda
iglesia del mundo;
Símaco (498-514) sostuvo que ningún tribunal en la tierra podía enjuiciar
a un papa.
Gregorio I (590-604) fue posiblemente el papa más capaz del
período medieval. Con cuidadosa diplomacia él procuró el apoyo imperial, y
estableció la práctica de conceder el palio a cada obispo, haciendo necesario
el consentimiento del papa para una ordenación o consagración válida. Una parte
de su programa daba énfasis a la necesidad del celibato para el clero
(soltería).
Su teología resumía el sistema sacramental del período medieval y
era notable especialmente por su énfasis sobre las buenas obras y el
purgatorio. Su interés misionero en Inglaterra lo hizo enviar al monje Agustín
en 596. El revisó el ritual y la música de la iglesia y trabajó para hacer
uniforme por todo el mundo el modelo de Roma. Su choque con el patriarca de
Constantinopla no tuvo éxito completo (como se verá en páginas siguientes),
pero él no permitió que esto disminuyera su exaltado concepto de su oficio.
Nicolás I (858-67) fue el último papa sobresaliente antes del
diluvio anárquico. El exaltó el programa misionero, excomulgó al patriarca de
Constantinopla durante un breve cisma, obligó al santo emperador romano,
Lotario II, a volver a tomar a la esposa de la que se había divorciado, y
humilló a los arzobispos que eran morosos en obedecer sus instrucciones al pie
de la letra.
ANARQUÍA Y CONFUSIÓN
Los últimos dos siglos de este período presentaron una prueba
crucial para el papado. Los sucesos de esta época se discutirán con más detalle
en el Estudio 9. Puede ser suficiente hacer notar que Europa fue una anarquía después
del año 880.
Los disturbios en Italia convirtieron el oficio papal en un premio
político mezquino. Entre 896 y 904 hubo diez papas, y la mayoría de ellos
acabaron asesinados o traicionados. El período de 904 a962 es conocido como la
“pornocracia”, con el significado de lujuria e inmoralidad, porque el oficio
papal era controlado por hombres y mujeres perversos y sin escrúpulos. De 962 a
cerca del 1050 los papas fueron nombrados y gobernados por los emperadores
germanos del imperio restablecido.
El papado había alcanzado su punto más bajo en prestigio y autoridad,
pero un nuevo día estaba alboreando. Mediante una eficaz reforma interna, la
aparición de gobiernos centrales disciplinados, y la capacidad de usar armas
eclesiásticas, el papado pronto alcanzó nuevas alturas de poder, tanto en los
ámbitos eclesiásticos como en los seculares.
COMPENDIO FINAL
Entre 451 y 1050 la Iglesia Católica Romana y el papado que la
dirigía hicieron notables avances. Las invasiones bárbaras eran bendiciones disfrazadas.
El monasticismo proveyó soldados militantes y preparados.
Las misiones extendieron las influencias católicas romanas aun más
allá de los amplios límites del nuevo Santo Imperio Romano bajo Carlomagno.
Las controversias doctrinales generalmente obraron para beneficio
del papado, aunque Honorio fue condenado como hereje y Virgilio fue humillado
por los concilios orientales. La alianza de Roma con los francos durante los
Siglos VIII y IX le trajo tierras, prestigio y autoridad. El derrumbe de ese
gobierno central trajo pérdida y humillación al papado.
La iglesia se había vuelto tan dependiente de la fuerza militar y
política del estado, que no podía sostenerse sin ellas.
La lucha del papado por dominar las autoridades tanto
eclesiásticas como seculares ha sido descrita en este capítulo en términos de
crecimiento papal. Había otro aspecto que también debe notarse. Los dos capítulos
siguientes tratarán de la oposición de los rivales eclesiásticos y de los poderes
seculares. La sobre posición en la historia se justificará por el diferente
punto de vista que se presentará en estos dos capítulos.
La Iglesia Católica Romana no obtuvo su dominante posición sin encontrar
fuerte oposición de otros cristianos. Esto era de esperarse. La dignidad de la
sede romana siempre había sido reconocida, pero crear una monarquía
eclesiástica con el obispo romano como su cabeza era difícil, de acuerdo con el
pensamiento de los líderes cristianos primitivos. Los primeros obispos romanos
acerca de los cuales hay información histórica directa eran censurados por los
obispos vecinos por infracciones en asuntos eclesiásticos y doctrinales.
Antes del fin del Siglo II, los obispos romanos fueron condenados
por seguir la herejía montanista y fueron excomulgados por laxitud
eclesiástica. Difícilmente se hubiera esperado de los hombres que estaban al
tanto de esta historia que aceptaran al pie dela letra las arrogantes
pretensiones que después se desarrollaron.
DEBILIDAD EN LAS PRETENSIONES ROMANAS
Había varias flaquezas definidas en las pretensiones del primado
de la Iglesia Romana. Algunas de ellas pueden notarse.
RELATIVA A LA SUCESIÓN APOSTÓLICA.
Roma no era la única iglesia con una fuerte tradición. Tanto
Ireneo (185) como Tertuliano (200) señalan que muchas iglesias habían sido
fundadas por los apóstoles y tenían escritos apostólicos. Corinto, Filipos, y Éfeso
se mencionaban en particular. Aun más: Gregorio I (590-604), uno de los más
grandes papas romanos, admitía que las iglesias de Alejandría y
Antioquía tenían el mismo fondo que Roma. Su carta decía: “Como yo
mismo, vosotros que estáis en Alejandría y en Antioquía sois sucesores de Pedro,
viendo que Pedro, antes de venir a Roma tuvo la silla de Antioquía, y envió a
Marcos su hijo espiritual a Alejandría. Entonces, no permitáis que la sede de
Constantinopla eclipse vuestras sedes, que son las de Pedro.”
En otras palabras, si la base de la autoridad romana, como se pretendía,
es la sucesión de Pedro, entonces Antioquía y Alejandría deberían tener una
pretensión anterior a la de Roma. De hecho, si la tradición constituía la base
de la autoridad, entonces Jerusalén, donde Jesús estableció la primera iglesia,
debía tener el primado.
RELATIVA A PEDRO.
Debe notarse en particular que las pretensiones de la Iglesia
Romana de un dominio universal por la pretendida primacía de Pedro se hicieron
muy tarde.
Inocente 1 (402-17) fue el primer obispo romano en basar su autoridad en la
tradición de Pedro. Por ese tiempo, debido a la influencia de muchos otros
factores, Roma ya era
reconocida como de los principales obispados en el cristianismo.
León I (440-61) preparó la primera exposición escrituraria de las posteriores
pretensiones papales acerca del primado de Pedro, basándolas, como ya se
discutió antes, en Mat. 16:18,19; Luc. 22:31, 32, y Juan. 21:15-17.
En el primer pasaje las palabras importantes son “sobre esta
roca”, puesto que la promesa de atar y
desatar se repite a todos los discípulos en otras ocasiones (véase Mat.
18:18 y Juan. 20:23). ¿Cuál es la roca sobre la que Jesús edificaría su
iglesia? Los teólogos más grandes de los primeros cuatro siglos no estaban de
acuerdo con la opinión romana.
Crisóstomo (345-407) decía que la roca era la fe de la confesión;
Ambrosio (337-97) decía que la roca era la confesión de la fe universal;
Jerónimo (340-420) y:
Agustín (354-430) interpretaban la roca como Cristo. Si uno desea ser literal
en la interpretación de este pasaje, debiera continuar su criterio hasta el
versículo 23, donde Jesús llama Satanás a Pedro.
Los pasajes de Lucas y Juan deben ser totalmente desviados de su
significado para apoyar la dominación papal universal.
Aun más: la lectura del Nuevo Testamento no puede dar la impresión
de ningún primado por parte de Pedro. Aparentemente Pedro no lo reconocía; él
dio una explicación detallada a la iglesia de Jerusalén por bautizar a Cornelio.
Los otros discípulos aparentemente eran ignorantes de él, porque Jacobo, no
Pedro, presidió la conferencia de Jerusalén. El agudo reproche de Pablo a
Pedro, y la admisión del error de Pedro sugieren que Pablo no había sido
informado del primado de Pedro.
La pretensión católica romana de que Pedro fue el primer obispo de
Roma y sirvió en este puesto por veinticinco años no tiene ningún apoyo en absoluto
en las Escrituras ni en la tradición primitiva. Es más difícil ver cómo esta
postura puede sostenerse en vista de la carta de Pablo a los Romanos (cerca del
58), que no hace ninguna
mención de Pedro, y el relato de la residencia de Pablo en Roma en los Hechos
de los Apóstoles. Se tomó el acuerdo en el concilio de Jerusalén de que Pedro
limitara su ministerio a los judíos y judíos cristianos.
Parece probable que la iglesia de Roma fuera predominantemente
gentil, y sería muy inverosímil que la carta de Pablo a los Romanos tuviera
algunas expresiones como las que tiene si Pedro hubiera fundado la Iglesia
Romana y estuviera sirviendo como obispo.
RELATIVA AL PRIMADO DEL OBISPO ROMANO.
Si la antigüedad y la tradición poseen alguna autoridad, el
principio de la igualdad de todos los obispos debiera pretender un primer
lugar. Esta era una creencia muy antigua y universal. El Nuevo Testamento
muestra que aun los mismos apóstoles respetaban la autoridad de las iglesias
que habían establecido. Antioquía no le pidió permiso a Jerusalén para empezar
el movimiento misionero, y Pablo no consultó primero a Pedro antes de predicar
la salvación a los gentiles por todo el Imperio Romano.
En el segundo siglo se siguió el mismo principio. El obispo Ireneo
de Lyon condenó al obispo Eleuterio de Roma (174-89) por seguir la herejía y
reprendió al obispo Víctor de Roma (189-98) por intolerancia; sin embargo,
reconocía su derecho final de tener sus propias opiniones.
Orígenes (182-251) negaba que la iglesia cristiana estuviera
edificada sobre Pedro y sus
sucesores; todos los sucesores de los apóstoles, decía él, son igualmente
herederos de esta promesa.
Cipriano (200-258) declaró enfáticamente la igualdad de todos los
obispos, diciendo que cada obispo tiene el episcopado en su totalidad.
Hasta Jerónimo (340-420), famoso como un proponente papal y
traductor de las Escrituras del griego y el hebreo a la Vulgata (la versión
latina oficial de la Biblia), observó acremente que dondequiera que se
encuentre un obispo, sea en Roma, Constantinopla, Gubbio, o Regio, ese obispo
tiene igualdad como sucesor de los apóstoles con todos los otros obispos.
El papa Gregorio I podía usar tal argumento al protestar contra
las pretensiones eclesiásticas de sus rivales. Si el patriarca de
Constantinopla es el obispo universal sobre todos los otros, entonces los
obispos no son realmente obispos sino sacerdotes, escribió Gregorio. En otras
palabras, Gregorio basaba su argumento en el hecho de que todos los obispos son
iguales, y si uno es exaltado sobre los otros, entonces los otros dejan de
tener en realidad el oficio episcopal.
La victoria de León I en Calcedonia en 451 que, en el pensamiento
de muchos lo estableció como el primer papa romano resultó del reconocimiento
de las pretensiones de León respecto al primado de Pedro y a la transferencia
de ese primado a los obispos romanos mediante la sucesión histórica. Ni este
logro rompió la antigua creencia de que un obispo es igual a otro. Si no
hubiera sido por el apoyo político y militar de los poderes militares, el
obispo romano nunca hubiera podido declarar sus pretensiones, ni en Occidente.
El obispo Hilario de Arlés peleó vigorosamente por mantener este
principio, pero León lo humilló mediante poder político. Lo mismo sucedió con
el obispo Hinemaro de Reims en su lucha con el papa Nicolás en el siglo noveno.
OPOSICIÓN A LAS PRETENSIONES ROMANAS
Puesto que Roma era el obispado más antiguo y fuerte de Occidente,
la oposición en ese sector del mundo mediterráneo era nominal. Es cierto que
Tertuliano y Cipriano, obispo de Cartago, desafiaron al obispo romano, y a
través de la Edad Media se hicieron muchos esfuerzos por resistir la usurpación
del poder papal.
Las invasiones de las tribus germánicas en los siglos III y IV
proveyeron la oportunidad para que el cristianismo romano obtuviera grandes
multitudes de nuevos seguidores que no conocían lealtad rival; la captura
mahometana del Norte de África en los siglos VII y VIII eliminó cualquier rival
de esa área.
En el Oriente la situación era diferente. Dos centros religiosos sobresalientes
se disputaban la supremacía: Antioquía, famosa por su tradición paulina, y
Alejandría, considerada como petrina en su origen, puesto que se pensaba que
Pedro había enviado a Juan Marcos a esa ciudad como dirigente.
Aun antes de la fundación de Constantinopla en 330 como capital
del Imperio Romano, y antes que el obispo de Jerusalén fuera bastante fuerte
para ser reconocido como patriarca, estas dos ciudades habían sido rivales
eclesiásticas. Se ha hecho mención de la diversidad de puntos de vista en la
interpretación doctrinal entre las dos ciudades. Una de las causas de la
influencia del obispo de Roma era que cada una de estas dos ciudades rivales
procuraba el apoyo romano en su puesto contra el otro lado. Consecuentemente,
las apelaciones al obispo romano venían frecuentemente.
El concilio de Nicea (325) reconoció la igualdad de los obispos de
Roma, Antioquía, y Alejandría. El concilio de Constantinopla en 381 elevó al obispo
de Constantinopla a la dignidad de patriarca, y el concilio de Calcedonia en
451 le dio ese puesto también al obispo de Jerusalén.
Así hubo cinco fuertes obispos que eran potencialmente rivales por
el primer lugar. El obispo romano tenía la gran ventaja. Él era el único
candidato de Occidente; la antigua y aguda rivalidad mantenía a los patriarcas
en constante vigilancia, no fuera que uno obtuviera algún lugar favorable; la controversia
constante y el cisma impedían la organización cuidadosa ‘y la consolidación
eclesiástica en Oriente.
La principal oposición a Roma venía de Constantinopla por dos
razones: primera, la situación política de Constantinopla le aseguraba su
prestigio y poder; y segunda,
todos los rivales, excepto Constantinopla, estaban abrumados por la invasión mahometana
del siglo séptimo. Estos dos elementos merecen una breve discusión.
LA ELEVACIÓN DE CONSTANTINOPLA.
El cambio de la capital imperial de Roma a Constantinopla en 330
le trajo importante influencia eclesiástica rápidamente. En el medio siglo siguiente
al establecimiento de la ciudad como capital, Constantinopla fue elevada al
lugar de principal rival de Roma, especialmente por la obra del emperador
Teodosio (378-95), que hizo del cristianismo la religión oficial del estado.
El concilio de Calcedonia en 451 volvió a declarar la dignidad de
Constantinopla y cándidamente observó que tal eminencia se debía a la importancia
política de la ciudad. Evidentemente no fue necesaria ni tradición apostólica
ni ortodoxia religiosa para obtener tan elevado lugar.
Para este tiempo el obispo de Constantinopla era un instrumento
del emperador en muchos aspectos. Esta situación es conocida como papado cesáreo,
la dominación de la iglesia por el emperador. Las diversas controversias del
mundo oriental hicieron del cristianismo un peligro político potencial. Así se
hizo necesario, para preservar la unidad en la esfera política, que el
emperador mantuviera su dedo constantemente sobre la iglesia. Doctrinalmente,
el cristianismo oriental desarrolló la misma clase de sacramentalismo y
sacerdocio que el catolicismo occidental, aunque practicaba la inmersión trina
para bautizar.
A pesar del inevitable choque entre el poder más fuerte de Oriente
y el de Occidente, el día del juicio se retrasó por las invasiones en cada
área. La invasión germánica del Occidente y sus consecuencias a largo alcance
han sido descritas en el estudio 7. La
invasión mahometana de Oriente no empezó hasta el siglo séptimo. Aun antes del
colapso oriental, se hizo aparente que los obispos de Alejandría, Antioquía y
Jerusalén no serían capaces de aguantar el conflicto eclesiástico con Roma y
Constantinopla.
La civilización iba moviéndose al occidente, y estas ciudades
vivían de las glorias del pasado.
El obispo de Constantinopla, sin embargo, desafió las pretensiones
del obispo romano, particularmente después que el concilio de Calcedonia (451)
hubo hablado en términos tan exaltados del lugar del oficio de Constantinopla.
Ya se hizo referencia en el capítulo anterior al esfuerzo del papa Félix III
para excomulgar al patriarca Acacio de Constantinopla en 484, y a la negación
del mundo oriental de aceptar tal autoridad por parte del papa. La historia del
papa Virgilio y su humillación por el Oriente (mediante el poder imperial) en
el concilio de 553 ya se ha relatado.
Las pretensiones del patriarca de Constantinopla se hicieron más extravagantes
cuando el emperador Justiniano (527-65) recapturó Italia delos bárbaros cerca
del año 536 y empezó a gobernar al papa. Las ambiciones de Constantinopla no
eran diferentes de las de Roma.
Constantinopla, la capital imperial, ya no sería idéntica a Roma,
o ni siquiera igual, pero suplantaría a Roma.
En la última década del siglo sexto el obispo Juan de
Constantinopla reclamó el título de “patriarca ecuménico”. El papa de Roma, sin
ayuda de poder militar y político, sólo podía protestar e intrigar. El,
Gregorio I (590-604), hizo circular cartas entre los obispos de Oriente,
argumentando que no podía haber tal cosa como un obispo universal o papa,
basando sus declaraciones en la igualdad de todos los obispos. El rogaba a los patriarcas
de Alejandría y Antioquía que
no reconocieran las pretensiones del obispo de Constantinopla, puesto que
ellos, como él mismo, eran sucesores de Pedro.
El papa no hizo ninguna demanda por su sucesión de Pedro, ni
excomulgó a nadie. La batalla de títulos fue ganada temporalmente por el obispo
de Constantinopla, aunque Gregorio asumió uno nuevo: “siervo de los siervos de
Dios”.
LA INVASIÓN MAHOMETANA.
Los primeros años del siglo séptimo produjeron un movimiento
religioso y nacional que estaba destinado a afectar el cristianismo, tanto en
Oriente como en Occidente, por casi mil años. Su fundador fue Mahoma (570-632),
que en su juventud había sido un caballero y mercader en la Meca, Arabia.
En sus viajes por Palestina, Mahoma tuvo gran oportunidad de observar
las religiones judía y cristiana y ver la influencia de la cultura griega y el
gobierno romano. En 610 él proclamó una nueva religión que era una mezcla de
elementos judíos, cristianos, griegos y romanos, junto con ideas y énfasis árabes. Su sistema incluía
profetas del judaísmo (como Abraham y Moisés) y del cristianismo (Cristo), y
líderes militares sobresalientes de la historia pagana. El último y más grande
profeta de Dios, sin embargo, era Mahoma, quien supuestamente era el Espíritu Santo
prometido por Cristo.
El sistema mahometano era completamente fatalista todas las cosas
ya estaban determinadas. Las buenas obras de un individuo prueban que ha sido
elegido para un paraíso de gozo sensual y carnal. Estas buenas obras incluían
oración, ayuno, limosnas y guerra contra los incrédulos. Después de la muerte
de Mahoma en 632, sus seguidores planearon la conquista del mundo. Atacando
hacia el Occidente, los sarracenos invadieron Palestina y prácticamente todo el
Oriente, excepto Constantinopla.
Dentro de cien años ya habían conquistado todo el Norte de África,
habían cruzado el Estrecho de Gibraltar hacia España, y se habían guarnecido
para la batalla cerca de Tours, Francia. En 732 Carlos Martel se enfrentó a
ellos en batalla y los derrotó en un encuentro crucial que determinó la cultura
de Europa. Siete años después, Carlos les infligió otra vez una severa derrota para
salvar el continente europeo de sus devastaciones.
Como resultado de este movimiento, todos los rivales orientales de
Roma fueron arrollados, excepto Constantinopla, que estaba bajo constante amenaza
de invasión. En todas partes donde los mahometanos gobernaban, el cristianismo
se estancaba por la rigurosa represión.
Inapreciables manuscritos y libros cristianos fueron destruidos
por los invasores en Palestina y Alejandría.
RENOVACIÓN DE LA CONTROVERSIA ENTRE ORIENTE Y OCCIDENTE
Las diversas controversias doctrinales de este período ya se
discutieron en el estudio anterior. La amargura de estas luchas sirvió para
acentuar la rivalidad eclesiástica entre Constantinopla y Roma. Añadidas a
estos factores estaban las diferencias raciales, la desconfianza política (especialmente
después que Carlomagno fue coronado en Roma el año 800), y las variaciones
doctrinales y ceremoniales.
Parecía que ocurriría un cisma permanente en el siglo IX. El
Patriarca Focio de Constantinopla (858-67 y 878-86 dos veces en el oficio) rechazó
las pretensiones de los papas romanos e instituyó un vigoroso programa para
ganar los estados eslavos colindantes al cristianismo griego. Focio acusó a la
iglesia romana de hereje en doctrina y práctica, particularmente por enmendar
uno de los antiguos credos sin convocar a un concilio universal para discutir
el asunto. El papa Nicolás I (858-67), sin embargo, fue uno de los papas medievales
más capaces y mantuvo el prestigio romano. El asunto fue temporalmente empatado
por el sínodo de Constantinopla en 869.
La controversia se renovó en el siglo IX, que trajo como resultado
un cisma permanente entre el cristianismo latino y el griego. El patriarca Miguel
Cerulario (1043-58) de Constantinopla deliberadamente presentó la ocasión para
el cisma. El tenía la ambición de fomentar el oficio que tenía y pensaba que un
rompimiento con el Occidente ofrecería una oportunidad más grande de adelanto.
Sin mucha dificultad pudo provocar la ira del papa León IX (1049-54).
En las conferencias para discutir la situación, las antiguas
diferencias entre el culto oriental y occidental se debatieron. Roma usaba pan
sin levadura; Constantinopla pan con levadura. Roma había añadido una palabra
al Credo Niceno que enseñaba que el Espíritu Santo procedía del Padre y del
Hijo; Constantinopla negaba que pudieran hacerse adiciones al credo sin un
concilio ecuménico. Roma mandaba el celibato del clero; Constantinopla permitía
a sus clérigos inferiores casarse.
Roma permitía sólo a los obispos ungir en la confirmación;
Constantinopla les permitía a los sacerdotes hacerlo. Roma permitía el uso de
la leche, la mantequilla y el queso durante la cuaresma; Constantinopla decía
que no. Estas diferencias, sin embargo, no fueron la causa del cisma que
sucedió. Por un plan deliberado, los representantes romanos fueron irritados
hasta el punto de romper las relaciones, y el 16 de julio de 1054 empezó el
cisma. El Oriente y el Occidente se excomulgaron oficialmente uno a otro. Tal
es la situación hasta el presente, aunque se han hecho esfuerzos por suavizar
la ruptura.
DISENSIÓN DEL CATOLICISMO
Ya se ha hecho referencia en el capítulo anterior a los disidentes
del movimiento general hacia el cristianismo católico y católico romano. El montanismo,
el novacianismo y el donatismo se mantuvieron a través de varios siglos de
lucha. Los partidos nestoriano, monofisita, y monotelista, denunciando tanto al
catolicismo romano como al griego, han continuado hasta el presente tiempo con
considerable fuerza.
JOVINIANO Y VIGILANCIO.
Dos movimientos distintivamente anti-papales aparecieron dentro de
la iglesia romana en los siglos IV y V. Uno era encabezado por Joviniano de Roma
(cerca del año 378), que amargamente denunció el movimiento hacia el ascetismo
y la justicia por las obras. Su principal doctrina declaraba que un hombre
salvo no necesita méritos de ayuno, separación del mundo y celibato. Un
movimiento similar fue iniciado por Vigilancio (cerca de 395), que protestó
fuertemente contra la veneración d reliquias, el ascetismo y el culto a las imágenes.
El primero de estos movimientos fue condenado por el obispo Siricio de Roma
(384-98) en un sínodo local, mientras que el segundo fue tragado por las
invasiones bárbaras del siglo V.
PAULICIANOS.
Una de las minorías disidentes importantes del período medieval
era el delos llamados paulicianos. Los orígenes de este grupo son obscuros. Su posición
doctrinal general sugería que habían surgido del cristianismo armenio
primitivo. Su nombre venía o de su veneración por el apóstol Pablo, o por Pablo
de Samosata, obispo de Antioquía hasta cerca del año 272. Generalmente se
admite que en el siglo VII Constantino introdujo una reforma a un movimiento
más antiguo, y no era el fundador.
Los paulicianos se oponían amargamente a las iglesias romana,
griega y armenia como “satánicas”. Ellos consideraban a Cristo el hijo adoptivo
de Dios. Su énfasis sobre el poder de Satanás les ha traído acusaciones de dualismo.
Es incierto si ellos observaban las ordenanzas o las consideraban como
elementos completamente espirituales.
El apóstol Pablo era grandemente venerado, y sus enseñanzas éticas
y morales recibían mucho énfasis y eran practicadas. Su historia ha sido
trágica. Excepto bajo los emperadores León el Isauro (717-41) y Constantino Coprónimo
(741-75), eran rigurosamente perseguidos. En su celo contra las imágenes
tomaban el lado de los sarracenos y les ayudaban en la destrucción y el
pillaje. En los siglos VIII y IX muchos paulicianos emigraron a Tracia y
Bulgaria, y de allí a las regiones bajas del Danubio.
Se piensa que los bogomilas de los Balcanes y los cátaros del sur
de Francia juntó sus enseñanzas y continuaron su movimiento. Algunos piensan
que los anabaptistas fueron un producto de estas influencias.
COMPENDIO FINAL
La oposición eclesiástica a las pretensiones de Roma tenía
principios escriturarios y primitivos en su favor. La sucesión apostólica, y
hasta la de Pedro no estaban confinadas a Roma. Las evidencias escriturarias
del primado de Roma se desarrollaron más tarde y no son convincentes. El antiguo
principio de la igualdad de los obispos fue superado por Roma sólo mediante
severa lucha y por el uso de coerción militar y política.
Constantinopla, el principal oponente de Roma, hizo una resuelta proposición
por el primer lugar. Después de numerosas y amargas controversias, ocurrió un
cisma permanente en 1054. Otros rivales eclesiásticos
de Roma fueron dominados por la invasión mahometana del
siglo VII.
Los
mahometanos triunfaron al introducirse en el sur de Francia antes de su derrota por Carlos Martel en 732.El
registro de oposición eclesiástica a la autoridad papal es muy fragmentaria.
Los que estaban dentro del sistema jerárquico y que podían oponerse a la
dominación de Roma, lo pensaban bien antes de exteriorizar su protesta o de registrar la disensión escrita.
Los únicos registros eran guardados por los
que eran considerados disidentes o herejes cismáticos.
Debe
haber habido mucha disensión que no se expresaba, porque en los primeros siglos
después del IX, la oposición a la autoridad papal se extendió por todas partes
del cristianismo occidental.
OPOSICION SECULAR A LA AUTORIDAD ROMANA
Cuando Constantino asumió una actitud amistosa hacia el
cristianismo y se convirtió en el único emperador en 323, se esperaba que la
tensión entre el gobierno secular y el cristianismo fuera una cosa del pasado.
Es cierto que Constantino pasó edictos imperiales para hacer posible que el cristianismo
se desarrollara en una atmósfera favorable. Una de las razones para cambiar la
capital del imperio a Constantinopla era que Roma estaba congestionada con
templos y monumentos paganos.
En el concilio de Nicea (325) Constantino mostró una actitud
paternal, y hasta su muerte en 337, cualesquiera que hubieran sido sus motivos,
mantuvo una actitud singularmente constante hacia el movimiento cristiano.
Después de la muerte de Constantino un segmento del cristianismo católico
fue consciente del aspecto antagonista o represivo del poder secular por el
resto del período. Antes de discutir ejemplos específicos de esto, es bueno dar
un resumen del por qué apareció la oposición secular.
RAZONES DE LA OPOSICIÓN SECULAR
Varias razones hicieron que los poderes seculares lucharan contra
el cristianismo.
(1)El antagonismo religioso movió
a un hombre como el emperador Julián (361-63) a oponerse al movimiento
cristiano. Se recordará que su familia fue asesinada por orden de su tío, el
emperador cristiano. Su resentimiento personal fue transferido a la religión
que su tío profesaba, aunque Julián ya se había prendado del paganismo cuando
era estudiante. Después de llegar a ser emperador, Julián intentó reintroducir
un paganismo refinado, pero el intento fracasó.
(2)El deseo de gobernar el cristianismo por motivos políticos o egoístas hizo que muchos
gobernadores seculares, tanto del Oriente como del Occidente, impusieran
severas restricciones sobre los caudillos cristianos. Como ya se ha mencionado,
esta condición era conocida como papado cesáreo.
(3)Las posesiones materiales en manos de los obispos cristianos daban la excusa para que
algunas de las tribus germanas intentaran apoderarse de la tierra y posesiones
de la iglesia.
(4)La rivalidad con los poderes seculares constituía otra razón de oposición secular. Para el siglo V los
papas romanos estaban empezando a declarar su derecho a gobernar, no sólo el
mundo espiritual, sino también el mundo secular. Tales declaraciones, apoyadas
más tarde con armas eclesiásticas, mantuvieron al papado en constante lucha con
los poderes seculares.
(5)Las controversias internas añadieron otra razón para la restricción y la represión seculares.
Las controversias religiosas, particularmente en Oriente, podían ser muy
peligrosas, políticamente. Los gobernadores seculares pensaban que era una
necesidad política mantener el control sobre el cristianismo.
(6)La corrupción y decadencia en el cristianismo occidental atrajo la violencia del gobierno
imperial. Algunas veces por razones religiosas y algunas veces por
consideraciones políticas los primeros emperadores medievales nombraban los
ocupantes del oficio papal y dictaban su política.
Un breve resumen de las relaciones entre los diversos poderes
seculares y la creciente iglesia romana proveerá ejemplos históricos de las
varias razones de la oposición secular.
OPOSICIÓN DEL IMPERIO ROMANO ANTES DEL 476
Los tres hijos de Constantino lo sucedieron en 337. Uno fue matado
en batalla, uno se suicidó, y el tercero, Constancio, gobernó hasta 361. Constancio
era un cristiano arriano, y su largo gobierno trajo represiones y antagonismo
para el cristianismo niceno, que incluía a Roma. Es significativo que Atanasio,
no el obispo romano, fue señalado como el blanco de la persecución del
cristianismo niceno.
El emperador Julián (361-63) era anticristiano en actitud y obra.
Si Constantino hubiera sido un cristiano consistente (o sencillamente si siquiera
hubiera sido cristiano), Julián muy bien hubiera llegado a respetar el
cristianismo y a abrazarlo. El breve reino de Julián y la fundamental debilidad del refinado paganismo que él trató
de introducir, mitigaron la fuerza de su antagonismo.
La rivalidad básica entre la autoridad de la iglesia y la
autoridad secular se hizo clara en este período. El muy influyente escrito de
Agustín, La Ciudad de Dios, puso a las autoridades seculares y religiosas una
contra la otra y magnificó su incompatibilidad. Los papas del siglo V asieron
su ideal, empezando muy pronto a describir la relación entre los dos poderes como
dos espadas: la espada espiritual más grande que la espada secular.
LUCHA
CON LAS TRIBUS GERMANAS
Es difícil describir en unas cuantas palabras la compleja historia
de las invasiones bárbaras de Occidente. Tal vez como un sumario el movimiento
puede dividirse en seis períodos generales.
EL DERRUMBE DE LA ANTIGUA AUTORIDAD
ROMANA (CERCA DEL 392).
Ya se ha mencionado que desde tiempos primitivos las tribus
germanas al norte y este del imperio habían sido refrenadas de invadir el área
sur por el establecimiento de fuertes guarniciones a lo largo de la frontera
norte. En el siglo III las tribus góticas casi triunfaron al invadir el imperio
en dos ocasiones. Finalmente, por causa de la creciente presión de tribus menos
civilizadas y más fuertes que los empujaban del sur y el oeste del Asia central,
se permitió a los visigodos cruzar el Danubio y conseguir refugio dentro del
imperio propiamente dicho. En 378 se rebelaron los visigodos por pretendidos
malos tratos y se enfrentaron al ejército romano en la batalla de Adrian-polis
y sufrieron una severa derrota. El emperador
Teodosio (379-95) pudo controlarlos, pero a su muerte empezó la invasión.
Los visigodos fueron rechazados en Constantinopla, pero se movieron al
occidente para capturar Roma en 410, Galia dos años más tarde, y después se
pusieron a gobernar lo que ahora es Francia y España.
Los diques ya habían sido rotos, y las tribus bárbaras de todas
clases invadieron el imperio occidental. Los vándalos, los alanos y los suavos entraron
a Galia y España; los francos y borgoñes se asentaron en Alemania; los anglos,
los sajones y los yutes ocuparon Inglaterra, y los vándalos españoles
conquistaron el norte de África.
EL GOBIERNO DEL EJÉRCITO (HASTA
ALREDEDOR DEL 493).
El siglo que siguió a la invasión bárbara fue de confusión y
conflicto. Los comandantes de los ejércitos se convirtieron en gobernantes. En
476, un motín de las tribus germanas dentro del ejército provocó el
derrocamiento del gobierno romano nominal y la elevación de un general germano
al reinado, pero este suceso no fue de significación especial.
EL GOBIERNO DE TEODORICO EL OSTROGODO
(493-526).
En 493 una nueva ola de bárbaros invadió Italia: los ostrogodos,
los godos orientales de Rusia. Su jefe, Teodorico, gobernó desde Rávena en el norte
de Italia y tuvo éxito en mantener el orden.
EL RE-ESTABLECIMIENTO DEL CONTROL
IMPERIAL (535-72).
Justiniano el Grande consiguió ser emperador en Constantinopla en
527 e inmediatamente hizo planes para reconquistar el Occidente. Para 534 los vándalos
del Norte de África habían sido derrotados y el reino Ostrogodo en Italia había
sido atacado. Durante la vida de Justiniano se mantuvo el control imperial en
Occidente.
EL REINO DE LOS LOMBARDOS (572-754).
Más bárbaros, con el nombre de lombardos irrumpieron en Italia por
el sur, y capturaron la región norte. Aunque no tomaron Roma, su fuerte poder
militar impidió que otras tribus lo hicieran. Eran una constante amenaza para
la seguridad de Roma, pero por otra parte, su presencia garantizó cierta
libertad de Constantinopla a los obispos de Roma.
LA APARICIÓN DE LOS FRANCOS (754-800).
La tribu conocida como los francos estaba destinada a ser el poder
dominante de toda Europa. Los romanos va habían luchado desde el siglo II para
impedir que esta tribu, junto con las otras, cruzara el Rin en el norte de
Alemania. Con la irrupción de los visigodos en el siglo IV, los francos habían
peleado por abrirse camino hacia el sur de Alemania y el Oriente de Francia.
Un suceso de gran significado para el cristianismo ocurrió en 496.
Influido por su esposa, que era una cristiana ortodoxa, y por su gran victoria
sobre los alemanes en Estrasburgo en 496, Clodoveo, el cacique franco
(481-511), adoptó el cristianismo y fue bautizado junto con su ejército. Los
reyes que lo sucedieron ampliaron el reino franco hasta que incluyó la mayor
parte de lo que ahora es Francia.
Cuando los lombardos en el norte de Italia amenazaron con capturar
la misma Roma en 739, el papa Gregorio III pidió ayuda a Carlos Martel, el dictador
militar (aunque no era rey ni de la línea reinante) de los francos, sin éxito.
El hijo de Carlos, Pepino el Breve, por su parte, entró en relaciones amistosas
con el papado después de la muerte de su padre. Su plan era apoderarse del
reinado quitándolo a uno de los débiles descendientes de Clodoveo, que lo había
recibido por derecho de herencia.
Para impedir seria oposición y tal vez hasta revolución, Pepino
deseaba conseguir aprobación eclesiástica, junto con la buena voluntad de la nobleza
franca. Para corresponder, Pepino podía ofrecer amplia protección contra los
lombardos. Gustosamente el papado entró en este trato y el papa Zacarías
(741-52) convino en el ungimiento de Pepino como rey de los francos en 751. La
nueva línea fue conocida como los carolingios, siguiendo el nombre o de Carlos
Martel o de Carlos el Grande.
Pepino cumplió su parte del convenio. Para 756 ya había obligado a
los lombardos a reconocer al papa como soberano en una gran área de tierra en
el centro y norte de Italia. Este fue el principio de los estados papales que
Roma conservó hasta 1870. Tal vez el deseo de conseguir estas tierras fue lo
que motivó la falsificación de Roma conocida como la Donación de
Constantino preparada en este tiempo, en la que se declaraba que el emperador
Constantino en 330 había dado al obispo romano toda la tierra de Occidente. De
todos modos, Pepino y sus sucesores fueron influidos grandemente por esta
falsificación.
EL SANTO IMPERIO ROMANO CONTRA LA SANTA IGLESIA ROMANA
(DESDE
EL 800 EN ADELANTE)
El hijo de Pepino fue Carlos el Grande (Carlomagno). Su ayuda a la
Iglesia Católica Romana ha sido descrita en el último capítulo. El dominó el
mundo occidental eclesiásticamente, además de dominarlo como soberano. El
clímax, no sólo para su gobierno sino para la Edad Media, vino en el año 800
cuando el papa León III (795-816) lo coronó como Santo Emperador Romano. Este
acto, aparentemente por iniciativa del papa, causó ideas y la historia de un
milenio.
Entre otras cosas, era considerado como el re-establecimiento del
antiguo Imperio Romano en Occidente, un oficio vacante desde que Constantino
había cambiado la capital a Constantinopla en 330. El patriotismo racial y
provincial inmediatamente aclamó el principio del día que restauraría la
antigua gloria de Roma en Occidente.
En segundo lugar, la restauración era considerada como procedente
de un propósito divino. El título “Santo” llamaba la atención al hecho de que
Dios había provisto ahora un poder secular que era la contraparte del poder
espiritual en la Iglesia Romana.
En tercer lugar, el prestigio papal fue elevado a nuevas alturas.
Siguiendo el antecedente de la coronación de Pepino el Breve, la concesión del
título imperial señalaba al papa como el dador de la bendición secular más grande
de la tierra. Este prestigio se acrecentó cuando el emperador de Oriente, León
V (813-20), reconoció más tarde la validez de la transacción.
Finalmente, sin saberlo el papado había dado a luz a su más grande
rival por el resto de la Edad Media. Es posible que el papa León III tuviera en
mente el ideal descrito en La Ciudad
de Dios de Agustín, pero de ser así, los resultados deben haber sido muy
decepcionantes. El gobernador terrenal gobernaba lo celestial; Carlomagno
dominó la iglesia, nombrando obispos según su voluntad, y dictando la mayor
parte de la política papal.
Después de la muerte de Carlomagno, su débil hijo Luis gobernó
hasta 840. Sus tres nietos dividieron el imperio en 843. Las tres divisiones
que se hicieron llegaron a ser, en términos generales, Alemania y Francia y la franja
intermedia.
ANARQUÍA Y DEGRADACIÓN PAPAL
La línea carolingia cayó alrededor del año 880. Los nobles fuertes
gobernaron los reinos feudales y la iglesia también. Después del pontificado de
Nicolás I (858-67), el oficio papal se hundió en profundidades
indescriptiblemente bajas. La violencia, el crimen, y la mutilación, eran
practicadas por sus ocupantes conforme las diversas facciones políticas se
apoderaban intermitentemente del control.
Nuevas invasiones aterrorizaron y devastaron la población. Los
nórdicos y los húngaros invadieron los llanos del norte. Los mahometanos en el
Norte de África y en España estaban a punto de obtener la victoria sobre lo que
no habían sido capaces de cumplir por causa de Carlos Martel en 732. Desde las
bases en África, Egipto y España, estos invasores capturaron Córcega, Cerdeña y
Sicilia; después Palermo y Messina en Italia. Roma fue saqueada en 841.
EL RESTABLECIMIENTO GERMANO DEL IMPERIO
Se tomó una nueva dirección a mediados del siglo X cuando el papa
Juan XII (955-64) pidió ayuda al rey germano Otón I (936-73) contra los ataques
militares de Berengario II, un noble italiano que quería el título imperial.
Otón ya había invadido Italia en 951 con considerable éxito; diez años más
tarde, cumpliendo con la petición del papa, Otón terminó la tarea. En 962 Otón
fue coronado Santo Emperador Romano por Juan XII. El y sus sucesores ejercieron
completo control del papado por un siglo.
Otón II (983-1002) nombró al primer papa alemán en 996 y al primer
francés en 999. Antes de mediados del siglo IX, hasta los emperadores anhelaban
una reforma en la iglesia. Enrique III (1039-56) intentó introducir tal reforma
terminando bruscamente un cisma papal que incluía tres pretendientes, y nombró
papas alemanes que estaban de acuerdo en medidas de reforma.
Su último nombramiento fue su primo, un celoso obispo reformador,
que se convirtió en León IX (1049-54).
De esta manera, al fin de este período el papado estaba bajo la
completa dominación de la autoridad secular. Sin embargo, esta situación estaba
a punto de ser remediada. La obra reformadora de León IX y la aparición de Hildebrando,
que llegó a ser el papa Gregorio VII (1073-85), empezó el movimiento que liberó
a la iglesia romana del control secular.
COMPENDIO FINAL
En sus relaciones con el poder secular la Iglesia Católica Romana
quedó en lugar secundario durante este período. Aunque tal poder era amistoso, como
en el caso de Carlomagno, se reservaba el derecho de manejar al cristianismo
como parte de su administración imperial.
Los diversos papas declararon fuertemente el ideal introducido por
Agustín, especialmente el de que el poder espiritual en el mundo es superior al
poder secular y que un día lo superará completamente. Este ideal no se alcanzó
durante el período de 325 a 1050.
El papado hizo importantes avances, sin embargo, a pesar de muchas
opresiones. Las falsificaciones del siglo VIII aumentaron grandemente el prestigio
papal. La Donación de Constantino influyó
mucho indudablemente para que Pepino hiciera su donativo de grandes extensiones
de tierra en Italia central y del Norte al papa.
Los decretos falsos que llevaban el nombre de Isidoro de Sevilla
tuvieron su influencia en las relaciones del papado con el poder secular al
establecer a Roma como el punto central del movimiento cristiano.
El papado sufrió una de sus más grandes humillaciones durante los últimos
siglos del fin de este período. Sin embargo, el fin de la situación estaba
cercano. En un siglo el oficio papal había vuelto a obtener su lugar dominante
en la vida eclesiástica y estaba bien avanzado hacia la dominación de la
autoridad secular.
EL PERÍODO MEDIEVAL Y LA INTERPRETACIÓN
Durante
este período, así como entre los judíos la tradición de los ancianos tomó
prioridad, de la misma manera la llamada Tradición Eclesiástica vino a ser
suprema. Tanto las Escrituras como los escritos de los llamados Padres de la
Iglesia eran ofrecidos como sostén para esas tradiciones. La fuente principal
de la teología medieval fueron las tradiciones de la iglesia durante los
pasados 1000 años.
El
tipo de exposición que predominó en ese tiempo fue la llamada cuadripartita donde los intérpretes
durante la Edad Media vieron sentidos o significados múltiples en las
Escrituras. Según ellos:
(1)
El significado literal nos muestra lo que Dios y nuestros padres hicieron.
(2)
El significado alegórico nos muestra donde nuestra fe está escondida.
(3)
El significado moral nos da reglas para la vida diaria.
(4)
El significado analógico (místico o espiritual) nos muestra el fin de nuestra
lucha.
Esta
interpretación cuadripartita podía ser usada de la siguiente manera: La
interpretación podía ser literal, alegórica, moral o analógica. Por ejemplo,
“Jerusalén” para los intérpretes medievales podía ser la ciudad literal en
Palestina, o alegóricamente la iglesia, o moralmente el alma humana, o
análogamente la ciudad celestial. Vemos que la interpretación literal es el significado
sencillo y evidente. La interpretación alegórica provee lo que se ha de creer.
La interpretación moral dice qué debemos hacer. La interpretación analógica se
centra en lo que debemos esperar.
Sin
embargo, la Edad Media de la Iglesia también es conocida como la Edad Oscura
cuando muchos clérigos – sin mencionar los laicos – ignoraban el contenido
mismo de la Escritura. El espíritu hermenéutico de esa época puede ser descrito
por la frase de Hugo de San Víctor (1096: 1141) quien declaró: “Primero aprende
lo que debes creer y luego ve a la Biblia para encontrarlo allí.”
Las
figuras claves en ese período fueron los Victorinos (monasterio de San Víctor
en París) quienes bajo el liderazgo de un discípulo de Hugo, Andrés de San
Víctor pusieron un énfasis en el significado literal, pero usando la Vulgata
para encontrar el significado cristiano y el texto hebreo para la explicación
judía.
Aún
otro teólogo importante fue Esteban Langdon (1150-1228) arzobispo de
Canterbury. Él fue quien dividió la Biblia en capítulos. Él buscó interpretar
la Biblia en conformidad con las doctrinas de la Iglesia, prefiriendo el
significado espiritual al literal, puesto que según él éste era mejor para
predicar y hacer crecer a la iglesia.
El
teólogo más prominente durante este tiempo fue Tomás de Aquino (1225-74).
Aunque Aquino enfatizó la importancia primaria de la interpretación literal, y
representa una tendencia en la dirección correcta, él estaba profundamente
involucrado en la práctica del sentido múltiple de su época.
La
última persona que debemos mencionar – alguien que sembró la semilla de la
Reforma – fue Nicolás de Lira (1270-1340), un convertido judío con amplio
conocimiento del hebreo. Su importancia se debe a que él revivió el énfasis de
la escuela de Antioquia dando preferencia al sentido literal de la Escritura.
Él urgió constantemente que los lenguajes originales fueran consultados,
quejándose de que el sentido místico estaba “ahogando al literal.”
Sólo
el sentido literal, él insistió, debe ser usado para comprobar cualquier
doctrina. Su obra tuvo influencia sobre Lutero y afectó profundamente la
Reforma. Un proverbio decía “Si Lira no hubiera tocado, Lutero no hubiera
danzado.”
El
estándar entonces era la enseñanza tradicional y las Escrituras, así como los
escritos de los Padres eran usados para sostener esa enseñanza. La
interpretación cuadripartita era el método preferido aunque la alegoría
continuaba predominando.
LA ESCUELA DEANTIOQUÍA.
Fue
fundada probablemente por Doroteo y Lucio hacia fines del siglo III, aunque
Farrar considera a Diodoro, primer presbítero de Antioquía, y después del año
378, Obispo de Tarsis, como el verdadero fundador de esta escuela. Este último
escribió un tratado sobre principios de interpretación. Pero su más grande
monumento consiste en sus dos ilustres discípulos:
Teodoro
de Mopsuestia y Juan Crisóstomo. Estos dos hombres se diferenciaron mucho en
todos los aspectos. Teodoro mantenía puntos de vista más bien liberales
respecto a la Biblia, mientras que Juan la consideraba en todas sus partes como
infalible Palabra de Dios. La exégesis del primero fue intelectual y dogmática;
pero la del segundo más espiritual y práctica. El primero fue famoso como
crítico e intérprete; el segundo, aunque exégeta de no mediana habilidad,
eclipsó a todos sus contemporáneos como orador de púlpito.
De
ahí que Teodoro fue llamado el exégeta,
mientras que a Juan se le dio el título de Crisóstomo (boca de oro) por el esplendor de su elocuencia.
Ambos avanzaron bastante en el desarrollo de una verdadera exégesis científica,
reconociendo la necesidad de determinar el sentido original de la Biblia, a fin
de sacar provecho de ella. No sólo atribuyeron gran valor al sentido literal de
la Biblia, sino que conscientemente repudiaron el método alegórico de
interpretación.
En
el trabajo de exégesis, Teodoro sobrepasa a Crisóstomo, pues tenía un ojo muy
perspicaz para descubrir el factor humano en la Biblia; pero sentimos tener que
decir que negó la inspiración divina de algunos de los libros sagrados. En vez
de la interpretación alegórica, defendió la
gramático-histórica, lo cual lo hizo estar muy adelantado para su época.
Aun cuando reconoció el elemento típico en la Biblia, y halló pasajes
mesiánicos en algunos de los salmos, explicó la mayoría de ellos zeitgeschichtlich. Los tres
capadocios pertenecen a esta escuela.