FRANCIA Y SUIZA (1500–1800)
Le Fèvre; Grupo de creyentes en
París; Meaux; La predicación de Farel; Metz; Destrucción de imágenes;
Ejecuciones; Incremento de la persecución en Francia; Farel en la Suiza
francesa; En Neuchâtel; Encuentro de los valdenses y los reformistas; Visita de
Farel y Saunier a los valles; Progreso en Neuchâtel; Partición del pan en el
sur de Francia; Juan Calvino; Partición del pan en Poitiers; Evangelistas
enviados; Froment en Ginebra; Partición del pan fuera de Ginebra;
Calvino en Ginebra; El
socinianismo; Servet; Influencia del calvinismo; Las pancartas; Sturm escribe a
Melanchthon; Organización de las iglesias en Francia; Los hugonotes; Masacre de
San Bartolomé; Edicto de Nantes; Las dragoneadas; Revocación del edicto de
Nantes; Fuga de Francia; Los profetas de las Cevernas; La guerra de los
camisards; Reorganización de las iglesias del desierto; Jacques Rogers; Antoine
Court.
A finales del siglo XV y
principios del siglo XVI, había un hombre pequeño en París, de mediana edad,
cuyo comportamiento era vivo y enérgico. Este observó con mucha devoción todos
los requisitos de la Iglesia Católica Romana. Hablamos de Jacques Le Fèvre, el
doctor de teología más culto y popular en la universidad. Nacido
aproximadamente en el año 1455 en el pequeño poblado de Étaples en Picardía, Le
Fèvre estudió posteriormente en París y en Italia. Su habilidad y dedicación
fueron tales que cuando, en el año 1492, se convirtió en profesor en la
universidad de París, rápidamente ocupó un papel prominente entre sus colegas.
Para ese entonces, el avivamiento
del aprendizaje había traído a París, de todos los países, a estudiantes ávidos
de conocimiento. Le Fèvre estimuló el estudio de los idiomas, y al darse cuenta
de que ni los clásicos ni el escolasticismo que por tanto tiempo habían
dominado la teología satisfacían el alma, dirigió a sus estudiantes al estudio
de la Biblia. Él la expuso con tal entendimiento y fervor que una gran cantidad
de personas se sintieron atraídas por él y por la Biblia. Fue así como su forma
de ser amable y simpática como profesor lo convirtió en el amigo de confianza
de sus alumnos.
GUILLERMO FAREL (1489–1565)
Le Fèvre había dado clases por
espacio de diecisiete años en la Sorbona y se conocía ampliamente por medio de
sus escritos.
Fue entonces cuando un hombre más
joven, de apenas veinte años, Guillermo Farel, llegó a París proveniente de su
lugar natal en Delfinado, un lugar montañoso localizado entre Gap y Grenoble.
En la agradable casona donde la familia Farel había vivido por tanto tiempo, él
había dejado a sus padres, tres hermanos y una hermana, que al igual que él
habían sido educados en la Iglesia de Roma y sus prácticas. Farel sintió
aflicción cuando se percató de las vidas desenfrenadas y pecaminosas de tantas
personas en París, pero al adorar en las iglesias se impresionó por el celo
poco usual de Le Fèvre. Ambos llegaron a conocerse, y el joven estudiante quedó
fascinado por la bondad y el interés del famoso profesor.
Fue así como se establecieron las
bases de una amistad entre ellos que duraría toda la vida. Juntos leyeron la
Biblia. Le Fèvre había puesto mucho empeño en un libro que estaba escribiendo,
titulado Las vidas delos santos, el cual estaba ordenado en el
mismo orden con que aparecen en el calendario, según el día de cada santo. Ya
había publicado un fascículo del libro que trataba la vida de los santos de los
primeros dos meses del año, pero el contraste entre las incoherencias en muchas
de estas vidas y el poder y la verdad de las Escrituras lo impresionó tanto que
abandonó la creación del libro para dedicarse al estudio de las Escrituras, y
enfocó especialmente en las Epístolas del apóstol Pablo, sobre las cuales
escribió y publicó algunos comentarios.
Él enseñaba claramente que: “Dios
es el único que, por medio de su gracia y mediante la fe, justifica para vida
eterna”. Semejante doctrina, predicada en París antes de que Zwinglio la
proclamara en Zurich o Lutero en Alemania, causó la más ardiente polémica. Si
bien se trataba del Evangelio antiguo, el Evangelio original, predicado por el
Señor y sus apóstoles, este resultó nuevo para sus oyentes, ya que por tanto tiempo
había sido reemplazado por la enseñanza de que la salvación es por medio de los
sacramentos de la Iglesia de Roma.
Farel, quien había atravesado por
una lucha intensa en su alma, fue uno de los tantos que en aquella época
echaron mano de la salvación por medio de la fe en el Hijo de Dios y en la
eficacia de su obra expiatoria. Él dijo: “Le Fèvre me extrajo de la falsa
opinión de los méritos humanos y me enseñó que todo proviene de la gracia de
Dios, lo cual creí en cuanto lo escuché.
CREYENTES EN LA CORTE DEL REY
Hasta en la corte del Rey
Francisco I hubo aquellos que recibieron el Evangelio, entre los cuales se
encontraba Briçonnet, el Obispo de Meaux; Margarita de Valois, quien era
Duquesa de Alençon y hermana del rey con quien él estaba muy encariñado. Esta,
siendo ya célebre por su inteligencia y belleza, también se hizo famosa por su
ferviente fe y por sus buenas obras. Otro seguidor fue Luis de Berquín, de
Artois, conocido como el más culto entre la nobleza, preocupado por los pobres
y devoto en las prácticas de la Iglesia.
La misma violencia de los ataques
que recayeron sobre la Biblia fue lo que atrajo su atención a ella. Al leerla
por sí mismo, se convirtió y se unió al pequeño grupo de creyentes que incluía
a Arnaud y a Gerardo Roussel, naturales del mismo lugar de Le Fèvre, de
Picardía. Berquín de inmediato comenzó a difundir literatura por toda Francia,
y escribía y traducía tanto libros como tratados a fin de llamar la atención hacia
las enseñanzas de la Escritura.
Semejantes actividades causaron una
oposición que se hizo tan violenta, bajo el liderazgo del Canciller Duprat y Noel
Beda, un funcionario de la universidad, que los testigos más prominentes del
Evangelio tuvieron que abandonar París, y en 1521 varios de ellos, incluyendo a
Le Fèvre y Farel, se refugiaron en Meaux por invitación del Obispo quien de
forma enérgica llevó a cabo la reforma de su diócesis.
En Meaux, Le Fèvre publicó su
traducción francesa del Nuevo Testamento y de los Salmos. Las Escrituras, pues,
se convirtieron en el gran tema de conversación, tanto en el pueblo de Meaux
entre sus activos cardadores y laneros, como también en las aldeas vecinas
entre los granjeros y obreros agrícolas. Farel predicó en todas partes, lo
mismo en las iglesias que al aire libre. Él escribió: ¿Cuáles son aquellos
tesoros de la bondad de Dios que nos son dados en la muerte de Jesucristo?
Ante todo, si consideramos con
diligencia en qué consistió la muerte de Jesús, entonces veremos realmente cómo
todos los tesoros de la bondad y la gracia de Dios nuestro Padre son ensalzados
y glorificados y exaltados en aquel acto de misericordia y amor. ¿No es acaso
esa revelación una invitación a los miserables pecadores para que vengan a él
que los ha amado tanto que no nos negó a su Hijo unigénito, sino que lo entregó
por todos nosotros? ¡Acaso no nos da la certeza de que los pecadores son
bienvenidos ante el Hijo de Dios, quien tanto los amó que dio su vida, su
cuerpo y su sangre, como un sacrificio perfecto, un rescate cabal por todos los
que creen en él!
Él, quien es el Hijo de Dios, el
poder y la sabiduría de Dios, el propio Dios, se humilló a sí mismo al morir
por nosotros el Santo y Justo por los impíos y pecadores entregándose a sí
mismo para que pudiéramos ser limpios y puros.
Y es la voluntad del Padre que aquellos a
quienes él salva de esa manera, por medio de la preciosa dádiva de su Hijo,
tengan la certeza de su salvación y vida, y que sepan que ellos han sido
limpiados y purificados por completo de todos sus pecados Él da la preciosa
dádiva de su Hijo a los miserables prisioneros del diablo, del pecado, del
infierno y de la perdición El Dios bondadoso, el Padre de misericordia, escoge
a uno de estos y lo hace su hijo Lo hace una nueva criatura, le da las arras
del Espíritu Santo, por quien él vive y quien lo une a Cristo y lo convierte en
un miembro de su cuerpo.
Por tanto, no vacilemos en dejar
esta vida mortal por el honor de nuestro Padre, para ser un testigo del santo
Evangelio.
¡Oh, cuán luminoso, cuán bendito,
cuán triunfante y cuán feliz y gozoso es el día que se avecina! Entonces el
Señor y Salvador, en su propio cuerpo aquel cuerpo en el cual sufrió tanto por
nosotros, al cual escupieron, golpearon, azotaron, torturaron, de manera que su
rostro fue desfigurado más que cualquier hombre en ese mismo cuerpo vendrá y
llamará a todos los suyos que han sido partícipes de su Espíritu Santo, en
quienes por medio del Espíritu Santo él ha morado.
Los llamará a la gloria,
mostrándose a sí mismo a ellos en el cuerpo de su gloria y los levantará en sus
cuerpos vivos con vida inmortal, hechos a la semejanza de Jesús, a fin de
reinar para siempre con él en gozo. Toda la creación gime por ese día bendito,
ese día de la venida triunfante de nuestro Salvador y Redentor, cuando todos
los enemigos serán puestos bajo sus pies y su pueblo elegido ascenderá para encontrarse
con él en el aire.
Meaux en ese tiempo llegó a ser
un centro de vida espiritual, y el Obispo Briçonnet facilitó la distribución de
copias de las Escrituras en toda la diócesis. Entre muchos de los que se
convirtieron estaban dos cardadores de lana, Pierre y Jean Leclerc, junto con
su madre.
También Jacques Pavanne, un
estudiante visita del Obispo y, además, un hombre conocido como el Ermitaño de
Livry, un buscador de Dios cuyo sustento dependía de las limosnas y que vivía
en una choza en lo que en aquel entonces era el bosque de Livry cerca de París.
Este conoció a alguien de Meaux que le trajo una Biblia. Por medio de la lectura de ella, Livry halló
la salvación, y su choza pronto se convirtió en el lugar de reunión de aquellos
que deseaban instrucción en la Palabra.
Los franciscanos en Meaux
rápidamente se quejaron ante la Iglesia y la universidad de París sobre lo que
sucedía en su ciudad. Entonces Beda y sus colegas tomaron medidas recias para
aplastar el creciente testimonio del Evangelio. Berquín fue capturado en su villa,
confesó valientemente su fe, y al momento de ser ejecutado fue salvado sólo por
la intervención del rey.
Lo mismo pasó con Le Fèvre, a
quien se le permitió quedarse en Meaux con libertades restringidas. Amenazado con
la pérdida de todo y con una muerte cruel, el Obispo se había rendido y había
consentido en la reintroducción del sistema Romano en su diócesis. Farel,
preocupado de que sus amigos en Meaux no habían avanzado lo suficiente en su
propósito de seguir las Escrituras, ya se había marchado, y se dirigió, luego
de una breve visita a París, a su casa de campo cerca de Gap.
JEAN LECRERC (1657–1736)
De un principio, los creyentes en
Meaux y en el distrito habían comprendido que los dones del Espíritu Santo no
se limitaban a una clase en particular, sino que eran dados a todos los
miembros del cuerpo de Cristo. De modo que cuando la persecución súbita y
severa eliminó o acalló a sus líderes más destacados, estos creyentes no
quedaban aplastados, sino que mantuvieron reuniones secretas frecuentes cada
vez que pudieran, en las cuales los hermanos ministraban la Palabra de Dios conforme
a sus habilidades. Muy capaz y celoso en este servicio resultó ser el cardador
de lana, Jean Lecrerc, quien no se conformó con sólo asistir a estas reuniones
y con visitar las casas, sino que escribió y fijó en las puertas de la catedral
pancartas que condenaban la Iglesia de Roma.
De esta manera él se ganó
castigo. Durante tres días seguidos Lecrerc fue azotado por las calles y luego
marcado en la frente con el hierro candente como señal de ser un hereje.
“¡Gloria a Jesucristo y a sus testigos!” gritó una voz desde la multitud. Era
la voz de su madre. El Obispo tuvo que ver estas cosas y reconocerlas.
Lecrerc, con su rostro quemado,
se trasladó hacia Metz, donde se ganó la vida como cardador de lana y con
diligencia exponía las Escrituras a toda persona con quien tuviera contacto. Un
hombre culto, Agripa de Nettesheim, quien había venido a vivir en Metz, era
ahora uno de sus ciudadanos más destacados. Al leer las obras de Lutero, se
sintió atraído a las Escrituras, y, al ser instruido por ellas, comenzó a
testificar a los demás acerca de la verdad que había recibido. De esa manera se
despertó un gran interés por el Evangelio tanto entre los obreros como entre
aquellos en las posiciones altas de la sociedad. Jean Chaistellain, un fraile
agustino que había llegado al conocimiento de Cristo en los Países Bajos, llegó
a Metz en este tiempo, y su predicación compasiva y elocuente afectó a muchos.
Otro colaborador que se unió a esta
creciente iglesia fue François Lambert. François, quien había sido educado por
los franciscanos en Aviñón, había sentido repulsión, incluso desde niño, por
los males que veía a su alrededor. Lambert sintió una fuerza interna que lo
instaba a leer las Escrituras, y al encontrar a Cristo revelado en ellas, creyó
y predicó acerca de él. Sus viajes de predicación desde el monasterio, eficaces
entre sus coterráneos, causaron la hostilidad burlona de sus colegas monjes.
Los escritos de Lutero lo
ayudaron mucho y, aprovechándose de una oportunidad para salirse de su
convento, viajó a Wittenberg donde agradó sobremanera al famoso reformista.
Allí se encontró con impresores provenientes de Hamburgo, coordinó la impresión
de tratados y las Escrituras en francés y organizó su envío hacia las
diferentes partes de Francia. Luego se casó, dos años antes que Lutero, siendo
el primero de los sacerdotes o monjes franceses en dar este pasó. Dispuesta a
compartir con él los peligros de regresar a Francia, su esposa lo acompañó a
Metz (1524).
Pronto fueron expulsados, pero
otros hermanos se añadían de continuo a su causa, entre ellos un famoso
caballero, D’ Esch; un joven, Pierre Tonssaint, de quien se había esperado que
ocupara un alto rango en la Iglesia Católica Romana; y muchos otros.
Se acercaba una gran fiesta
religiosa. Para dicha ocasión la gente de Metz acostumbraba hacer un
peregrinaje de varios kilómetros, desde la ciudad hasta cierta capilla famosa
por sus imágenes de la Virgen y los santos. Leclerc, quien tenía la mente llena
de las denuncias en contra de la idolatría que se encuentran en el Antiguo
Testamento, y sin comunicarle a nadie acerca de su intención, salió
sigilosamente de Metz la noche antes dela peregrinación y destruyó las imágenes
que se encontraban en la capilla.
Cuando, al día siguiente, los
devotos llegaron y encontraron los destrozos de sus imágenes dispersos por todo
el piso de la capilla, se llenaron de furia.
Lecrerc no ocultó lo que había
hecho. Él exhortó a la gente a adorar sólo a Dios y declaró que Jesucristo,
quien es Dios manifestado en la carne, es el único a quien se debe adorar.
Además de ser condenado a las llamas, Lecrerc estuvo primeramente sujeto a
torturas abominables. Mientras miembro tras miembro de su cuerpo era destruido,
él continuó hablando mientras pudo, y recitó en voz alta de manera solemne las
palabras del Salmo 115: “Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos de hombres.
Tienen boca, mas no hablan;
tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no
huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con
su garganta. Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía
en ellos. Oh Israel, confía en Jehová; él es tu ayuda y tu escudo”.
Lecrerc fue el primero en morir
en esta persecución, pero fue seguido rápidamente por el fraile Chaistellain
quien fue deshonrado y quemado. D’ Esch, Toussaint y otros tuvieron que huir
por sus vidas. Sin embargo, el número de creyentes incrementó en Metz, así como
en todas partes de Lorena. En Nancy, un predicador del Evangelio llamado Schuch
fue quemado por orden del Duque Antonio el Bueno. Cuando escuchó su sentencia,
Schuch simplemente dijo: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos”.
En 1525, el rey de Francia,
Francisco I, fue derrotado y apresado por el Emperador Carlos V en la batalla
de Pavía. Se sacó partido de esto para insistir en el exterminio de la
disidencia en Francia. La restringente influencia de Margarita, la hermana del
rey, fue neutralizada, el regente fue persuadido fácilmente a ayudar, y la
Iglesia, el Parlamento y la Sorbona se unieron en el ataque. El Parlamento le
presentó al regente una carta en la cual se afirmaba que la apatía del rey en
traer a los herejes al cadalso era la verdadera causa del desastre que había
tomado de improviso al trono y a la nación.
Con la aprobación del Papa, se
designó una comisión formada por cuatro hombres, enemigos resueltos de la
Reforma, ante quienes las autoridades eclesiásticas deberían traer a todas las
personas afectadas con la contaminación de “la doctrina luterana”, para que así
fueran entregadas al poder secular y fueran quemadas en la hoguera.
Se comenzó, pues, con Briçonnet,
Obispo de Meaux, como el más eminente infractor y alguien cuya caída causaría
la más profunda impresión. Es cierto que en una ocasión anterior él se había
sometido a todo lo que se le había exigido, pero desde ese entonces él había
dado abundante evidencia de que había actuado sólo por imposición y que su
lealtad interna al Evangelio no había cambiado.
Al comprender que resultaría más
beneficioso para su causa lograr que Briçonnet se retractara en vez de que
fuera ejecutado, la comisión realizó todo esfuerzo posible por lograr este
propósito, hasta que por fin el Obispo, de cuya fe interna no existe duda
alguna, rindió una sumisión externa a Roma y pasó por todas las ceremonias de
arrepentimiento y reconciliación ordenadas.
El próximo en ser atacado fue Le
Fèvre, pero al ser advertido con anticipación, escapó a Estrasburgo donde
Capito lo recibió en su hogar y, junto con Bucero, le dieron una calurosa
bienvenida. Allí también encontró a Farel y a Gerardo Roussel. De este modo
encontró más extenso el pueblo del Señor de lo que jamás había conocido y pudo
así disfrutar de dicha hermandad.
Entre otros que sufrieron prisión
y muerte en esa época en Francia estaba el Ermitaño de Livry. Desde que había
encontrado la paz, por medio de creer, se había dedicado a visitar a personas
en todo el distrito y recibía a todos los que venían a su choza para
explicarles el camino de la salvación conforme a las Escrituras. Con gran
pompa, el Ermitaño fue llevado a una plaza delante de la catedral de Notre Dame
en París.
Inmediatamente se reunió allí una
inmensa multitud al tañido de la gran campana, y el Ermitaño de Livry fue
quemado ante todos los allí presentes, soportando su martirio con apacible
fortaleza de fe. Luis de Berquín ya había sido capturado, encarcelado y
condenado a muerte. Sin embargo, al regreso del rey (1525), Luis fue puesto en
libertad y, principalmente gracias a la influencia de la Duquesa Margarita, los
predicadores exiliados en Alemania y Suiza fueron invitados a regresar a
Francia, con la excepción de Farel, cuya enseñanza, más tajante que la de los
demás, resultó ser menos admisible para aquellos que aún deseaban llegar a un
arreglo con Roma.
Durante la estancia de Farel en
su propio país, Delfinado y sus tres hermanos se convirtieron en seguidores
resueltos de Cristo, también un joven caballero, Anemond de Coct, junto con
muchos otros. Farel predicaba constantemente al aire libre y en cualquier local
disponible.
Muchos quedaron asombrados y
hasta se ofendieron que él, siendo del laicado, predicara. No obstante, era un
predicador ideal, culto, valiente, elocuente, sumamente convencido de la verdad
y la importancia de su mensaje, conocedor de las Escrituras y lleno de un
sentido de su responsabilidad delante de Dios y de un amor compasivo hacia los hombres.
Su apariencia era llamativa e impresionante. Era de mediana estatura, delgado,
con una barba larga y roja, ojos brillantes y una voz grave y potente. Su forma
de ser, seria y vivaz a la vez, al instante llamaba la atención, la cual
mantenía por su forma de hablar popular y convincente.
Expulsado de Gap y perseguido en
los escondrijos del país, los cuales conocía bien, finalmente atravesó la
frontera por senderos alejados y llegó a Basilea. Allí fue recibido en la casa
de Ecolampadio, y estos dos llegaron a compenetrarse cordialmente. Ni siquiera
visitó a Erasmo, a quien él consideraba infiel y de un testimonio poco
convincente. Por tanto, Erasmo se convirtió en su adversario.
En Basilea, se le dio una
oportunidad a Farel, junto con Ecolampadio, de sostener un debate público, en
el cual ellos defendieron con éxito la suficiencia de la Palabra de Dios. El
fervor y la habilidad de Farel agradaron a la mayoría de sus oyentes, pero
cuando regresó a Basilea luego de una breve visita a Zwinglio en Zurich, se dio
cuenta de que las influencias hostiles habían logrado su expulsión de la
ciudad. Fue entonces que viajó a Estrasburgo donde fue recibido en el hogar hospitalario
de Capito y se encontró con Le Fèvre y los otros exiliados de Francia.
FAREL EN LA SUIZA
FRANCESA
Fue en la Suiza francesa que
Farel llevó a cabo su obra más notable. Por medio de sus labores ardientes y
duraderas aquel hermoso país, que había estado en tinieblas espirituales por
tanto tiempo, fue transformado. La mayor parte del país llegó a ser, y sigue
siendo, un centro de cristianismo evangélico renovado. Entre los muchos
ejemplos del efecto de la predicación de Farel, la historia de Neuchâtel es una
de las más impresionantes. Al parecer, allí no había ninguna apertura para el
Evangelio, pero el cura del pueblo vecino de Serrières le permitió predicar en
el patio de su capilla. Los informes acerca de esto pronto llegaron a Neuchâtel
y poco después Farel se encontraba predicando en la plaza del mercado de aquel
lugar.
El efecto fue extraordinario.
Grandes cantidades de personas recibieron el mensaje, otros fueron incitados a
una oposición violenta de manera que toda la ciudad y la gente del campo vecino
se encontraban en vilo. Después de unos meses de ausencia forzosa, el
predicador regresó nuevamente con algunos compañeros, y la obra no sólo se
afianzó cada vez más, sino que se propagó a Valangin, por el Val de Ruz, a
través de los pueblos a lo largo de las orillas del lago, hasta Granson y Orbe.
En Valangin, él y Antoine Froment
por poco escaparon de ser ahogados en el Río Seyon por la gente enojada, fueron
golpeados en la capilla del castillo hasta que su sangre manchó las paredes, y
más adelante fueron lanzados a la prisión desde la cual, sin embargo, fueron
rescatados por los hombres de Neuchâtel. En octubre, 1530, menos de un año
después de la primera predicación en la capilla de Serrières, se realizó en
Neuchâtel una votación general de sus habitantes, y por la estrecha mayoría de
dieciocho votos se abolió el Catolicismo Romano y se adoptó la religión Reformada.
No obstante, se concedió libertad de conciencia a todos sus habitantes.
LOS REFORMISTAS SE ENCUENTRAN CON LOS VALDENSES
Los valdenses o baudios, en sus
retirados valles alpinos, así como en otros lugares donde se encontraban
asentados, en Calabria y Apulia, en Provenza, Delfinado y Lorena, recibieron
informes acerca de la Reforma. Por otra parte, los países vecinos donde la
Reforma se estaba propagando también escucharon que en lugares distantes de los
Alpes y en otras partes había gente que había apoyado siempre aquellas verdades
por las cuales ellos mismos ahora estaban contendiendo.
A los ancianos de los valdenses se
les llamaba barbe, y uno de estos, Martin Gonin,
de Angrogne, se sintió tan conmovido por los informes recibidos que decidió
emprender un viaje a Suiza y Alemania para entrevistarse con algunos de los
reformistas. Y eso fue precisamente lo que hizo (1526). Regresó con las
noticias que había reunido, así como con algunos libros de los reformistas. La
información que Martin trajo despertó gran interés en los valles, y en un encuentro
celebrado (1530) en Merandol los hermanos acordaron enviar a dos de sus barbes,
Georges Morel y Pierre Masson, para intentar establecer relaciones.
Estos llegaron a Basilea y, luego
de encontrar la casa de Ecolampadio, se presentaron a él. Otros hermanos fueron
llamados y estos sencillos santos alpinos explicaron su fe y su origen que se
remontaba a los tiempos apostólicos. “Doy gracias a Dios”, dijo Ecolampadio,
“que él los ha llamado a tan grandiosa luz”. Durante la conversación salieron a
luz y fueron discutidos algunos puntos de divergencia.
En respuesta a las preguntas
formuladas, los barbes dijeron: “Todos nuestros ministros viven en celibato y
trabajan en algún negocio honrado”. En cambio, Ecolampadio dijo: “El matrimonio
es un estado aconsejable para todos los creyentes, y en especial para aquellos
que deben ser ejemplos de la grey en todo. Además, pensamos que los pastores no
deben dedicarse a las labores manuales, como es el caso de los suyos; ese
tiempo mejor lo emplearan en el estudio de las Escrituras. El ministro necesita
aprender muchas cosas. Dios no nos enseña milagrosamente y sin esfuerzo;
tenemos que esforzarnos para tener conocimiento.”
Cuando los barbes admitieron que
bajo la presión de la persecución ellos en ocasiones habían permitido que sus
hijos fueran bautizados por sacerdotes católicos, y que incluso habían asistido
a misa, los reformistas se sorprendieron, y Ecolampadio dijo: “¡No puede ser!
¿Acaso Cristo, la santa víctima, no satisfizo por completo la justicia eterna
por nosotros? ¿Hay alguna necesidad de ofrecer otros sacrificios después de
aquel del Gólgota? Al decir ‘Amen’ a la misa de los sacerdotes ustedes niegan
la gracia de Jesucristo.”
Hablando acerca de la condición
del hombre después de la caída, los barbes dijeron: “Creemos que todos los
hombres poseen alguna virtud innata, al igual que las hierbas, las plantas y
las piedras”. Los reformistas respondieron: “Nosotros creemos que eso es cierto
en el caso de aquellos que obedecen los mandamientos de Dios, pero no porque
sean más fuertes que los demás, sino por el gran poder del Espíritu de Dios que
renueva su voluntad”. “Ah”, dijeron los barbes, “y no hay nada que nos preocupe
más a nosotros débiles que lo que hemos escuchado acerca de la enseñanza de
Lutero con relación al libre albedrío y la predestinación. Nuestra ignorancia
es la causa de nuestras dudas; por favor, instrúyannos.
Estas divergencias no los
separaron. O Ecolampadio dijo: “Nosotros debemos instruir a estos cristianos,
pero sobre todo, debemos amarlos”. “Cristo. Dijeron los reformistas a los
valdenses, “mora en ustedes así como mora en nosotros, y nosotros los amamos
como hermanos”. Morel y Masson luego continuaron su viaje a Estrasburgo. A su
regreso visitaron Dijon donde su modo de hablar llamó la atención de alguien que
los delató como personas peligrosas, y ambos fueron encarcelados. Morel logró
escapar con los documentos que llevaban, pero Masson fue ejecutado.
El informe que Morel trajo de sus
conversaciones con los reformistas provocó mucho debate, y se decidió convocar
una conferencia general de las iglesias. También se decidió invitar a
representantes de los reformistas para que estuvieran presentes y así poder
examinar juntos estas cuestiones. Martin Gonin y un barbe de Calabria, llamado
Georges, fueron elegidos para ir a Suiza con la invitación. En Granson, en el
verano de 1532, ellos encontraron a Farel y a otros predicadores, quienes
discutían juntos sobre las posibilidades de continuar esparciendo el Evangelio
en la Suiza francesa.
Aquí ellos relataron las
diferencias que habían surgido entre ellos con relación a algunos puntos en la
enseñanza y práctica de los reformistas, y presentaron la petición de que
algunos regresaran con ellos con el objetivo de alcanzar una unidad de juicio y
posteriormente dar los pasos para lograr una predicación uniforme del Evangelio
en el mundo. Farel aceptó con gusto la invitación, y Saunier y otro hermano lo
acompañaron.
Luego de un viaje peligroso
llegaron a Angrogne, el pueblo de Martin Gonin, y vieron y visitaron algunas de
las aldeas valdenses dispersas en las faldas de las montañas. La aldea de
Chanforans fue escogida como el lugar de reunión y, como no había local donde
se pudieran reunir todas las personas, la conferencia se celebró al aire libre,
disponiéndose para ello de bancos rústicos como asientos.
La Reforma era un movimiento fuera
de la esfera de los valdenses y no relacionado con ellos; sin embargo, estos
habían retenido sus antiguas y amplias relaciones con los numerosos hermanos e
iglesias que habían existido antes de la Reforma.
Estas iglesias, aunque a favor de
la Reforma e interesadas en ella, de ninguna manera habían sido absorbidas por
ella. De modo que en aquel encuentro se hallaron ancianos de las iglesias en
Italia, aun del extremo sur, de muchas partes de Francia, de Alemania y
especialmente de Bohemia. Entre los numerosos campesinos y obreros también
había algunos miembros de la nobleza italiana, como fue el caso de los señores de
Rive Noble, Mirándola y Solaro. Bajo la sombra de unos castaños y rodeados por
el macizo montañoso de los Alpes se abrió la sesión “en el nombre de Dios” el
12 de septiembre de 1532.
Las opiniones de los reformistas
fueron hábilmente expresadas por Farel y Saunier, mientras dos barbes, Daniel
de Valence y Jean de Molines, fueron los principales voceros a favor de retener
las prácticas vigentes entre los valdenses de los valles. Estos hermanos de las
montañas habían cedido a las presiones de la persecución por parte de la
Iglesia Romana, y habían consentido en cumplir con ciertas fiestas religiosas,
ayunos y otros ritos, asistir a veces a los servicios católicos, y hasta
someterse de forma externa a algunos de los sacramentos administrados por los
sacerdotes.
Con relación a estos puntos,
Farel fue capaz de demostrar que ellos se habían apartado de su propia
costumbre más antigua, y los retó firmemente a una separación total de Roma.
Los reformistas sostuvieron que todo aquello en la Iglesia de Roma que no
estuviera mandado en la Escritura debía rechazarse. Por su parte, los valdenses
estuvieron satisfechos con decir que rechazarían todo lo relacionado a Roma que
estuviera prohibido en las Escrituras. En aquel encuentro se analizaron muchos
asuntos de práctica, pero el tema que causó el mayor debate fue un asunto de
doctrina.
Farel enseñaba que: “Dios, antes
de la fundación del mundo, ha elegido a todos aquellos que han sido o serán
salvos. Es imposible que aquellos que han sido escogidos para salvación no sean
salvos. Quienquiera que apoya el libre albedrío niega por completo la gracia de
Dios.”
Jean de Molines y Daniel de
Valence hicieron énfasis tanto en la capacidad como en la responsabilidad del
hombre de recibir la gracia de Dios. En esto ambos hermanos recibieron apoyo de
los nobles presentes y de muchos otros que recomendaron que los cambios
sugeridos no eran necesarios y que más bien representarían el fin de aquellos
principios que por tanto tiempo y tan fielmente habían guiado a estas iglesias.
La sinceridad compasiva y la
elocuencia de Farel le dieron peso a sus argumentos ante los oyentes, y la
mayoría aceptó su enseñanza. Se elaboró una confesión de fe conforme a todo
esto que fue firmada por la mayoría de los presentes, aunque algunos la
rechazaron.
A los reformistas les mostraron
los manuscritos de la Biblia en uso entre las iglesias y los documentos
antiguos que ellos poseían; la Lección noble, el Catecismo, el Anticristo y otros. Los reformistas se
dieron cuenta no sólo del interés y el valor de estos libros, sino también de
la necesidad que había de imprimir Biblias en francés para que así pudieran
circular libremente entre la gente. Esto condujo a la traducción de la Biblia
al francés por Olivetan, un obrero fiel entre los reformistas desde los viejos tiempos
en París. Los hermanos de los valles aportaron cuanto pudieron para los costos
del proyecto, y la Biblia fue publicada en 1535.
Farel y Saunier montaron sus
caballos y regresaron de su visita llena de incidentes para continuar la obra
en la Suiza francesa, enfocando especialmente Ginebra. Jean de Molines y Daniel
de Valence viajaron a Bohemia y, después de reunirse con las iglesias de allí,
los hermanos en Bohemia escribieron a los hermanos en los valles, pidiéndoles
que no adoptaran ninguno de los cambios importantes de doctrina y práctica recomendados
por los hermanos extranjeros sin antes analizarlos con mucho cuidado.
En el otoño de 1530, los
habitantes de Neuchâtel destruyeron las imágenes en la Gran Iglesia y, por
medio de una votación popular establecieron la religión Reformada. Con todo, no
se comprendió claramente que aunque se había derrotado a una tiranía opresora
mediante la introducción de una verdad libertadora y se había obtenido una
reforma civil del más alto valor, las iglesias de Dios no pueden recibir su
dirección y autoridad de una votación democrática al igual que no la pueden
recibir del poder papal. Esta dirección y autoridad la reciben del propio
Señor.
Cristo es el centro y el poder
que une a su pueblo. Su compañerismo mutuo surge de su relación común con él, y
si bien es cierto que esto les da autoridad para ejercer disciplina entre ellos
mismos, no se debe ni procurar gobernar en el mundo ni permitir ser gobernado
por el mundo.
A fin de enfatizar la distinción
entre la iglesia y el mundo, Farel dispuso unas mesas (en lugar del altar que
había sido destruido en la iglesia en Neuchâtel) donde los creyentes pudieran
celebrar la Cena del Señor.
Aquí, enseñaba Farel, los
creyentes podían adorar a Cristo en Espíritu y en verdad, depurados de todo lo
que él no ha ordenado. Aquí sólo Jesús y el cumplimiento de sus mandamientos
debía ser visto entre ellos. Al año siguiente, después que Farel había
predicado a una numerosa congregación en Orbe, ocho creyentes allí recordaron
al Señor en la partición del pan.
En 1533, algunos creyentes en el
sur de Francia se convencieron profundamente de la necesidad de reunirse a
menudo para la lectura de la Escritura. En esa época Margarita, reina de
Navarra, vino de París a los territorios de su esposo. Acompañándola vinieron
también Le Fèvre y Roussel. Ellos acostumbraban visitar la Iglesia Católica en
Pau y después celebraban encuentros en el castillo donde se abordaba el tema de
las Escrituras. A dichos encuentros asistían muchos campesinos.
Algunas de estas personas
expresaron el deseo de participar de la Cena del Señor a pesar de los temores
por el peligro de hacer eso. Sin embargo, se proveyó un gran salón bajo la
terraza del castillo, un lugar de reunión al cual se podía llegar sin correr
demasiado riesgo de llamar la atención. Aquí, a la hora señalada, se traía una
mesa, con pan y vino, y todos participaron en la Cena del Señor, sin ninguna
formalidad. La reina y aquellos del rango más humilde comprendían su igualdad
en la presencia del Señor. De este modo se leyó y se aplicó la Palabra de Dios,
se recogió una ofrenda para los pobres, y luego la gente se dispersó.
Para este mismo tiempo Juan
Calvino, un joven que se vio obligado a abandonar París a causa de su
enseñanza, estaba en Poitiers, donde se puso en contacto con muchos creyentes y
buscadores de Dios, todos muy interesados en las Escrituras. Lutero, Zwinglio y
sus doctrinas eran discutidas, y existía la más libre crítica de la Iglesia
Católica Romana. Pero como empezaba a ser peligroso asistir a estos encuentros,
los cristianos comenzaron a reunirse en un distrito montés en las afueras de la
ciudad donde había cavernas conocidas como las cavernas de San Benedicto.
Allí, en una gran caverna, ellos
podían analizar las Escrituras sin interrupción, y un tema frecuente era el
carácter anti bíblico de la misa. Esto condujo a un deseo de recordar la muerte
del Señor en la manera en que él lo había indicado. De modo que ellos se
reunían allí y, con oración y la lectura de la Palabra, partían el pan y
tomaban el vino entre ellos. Por otra parte, cualquier hermano que sintiera que
el Espíritu Santo le había dado un mensaje de exhortación o exposición lo
compartía con absoluta libertad.
En seguida ellos comenzaron a
preocuparse por la gente que vivía en su distrito y de su necesidad del Evangelio,
por lo que en uno de sus encuentros tres de los hermanos se ofrecieron para
viajar como evangelistas. Se sabía que ellos tenían los dones necesarios del
Espíritu Santo para llevar a cabo semejante obra, por lo que fueron
encomendados al Señor, se recogió una ofrenda para cubrir los gastos de su
viaje y fueron enviados. Sus labores resultaron ser muy fructíferas.
Uno de ellos, Babinot, un hombre
culto y amable, fue primeramente a Toulouse. Él tenía un poder especial de
atraer a los estudiantes y profesores, de quienes ganó no pocos para Cristo, y
la influencia de ellos para con los jóvenes resultó muy valiosa para el avance
del Evangelio. Ellos le dieron a Babinot el nombre de “Hombre bueno” debido a
su excelente carácter. Él fue diligente en descubrir y visitar a los pequeños
grupos del pueblo de Dios que se reunían para orar y partir el pan junto.
Otro de los evangelistas, Jean
Véron, un hombre de gran ánimo, pasó veinte años viajando a pie por provincias
enteras de Francia. Él buscó de manera tan diligente a las ovejas extraviadas y
exaltó tanto al Buen Pastor que lo llamaron el “Recogedor”. Cuando llegaba a un
pueblo, solía preguntar quiénes entre ellos eran las personas más dignas, y
entonces intentaba ganarlas para la fe. Jean Véron también se interesó de
manera especial por los jóvenes, muchos de los cuales se convirtieron por medio
de él en discípulos fieles de Cristo y probaron su disposición de sufrir por
él. Véron obró primeramente en Poitiers y se hizo famoso en esa parte de
Francia por su influencia en las universidades. Con el tiempo, fue capturado en
Savoie y quemado en Chambéry por su confesión de Cristo.
El poder salvador del Evangelio
comenzó a ser manifestado con abundancia en Ginebra desde el momento en que
Antoine Froment inauguró con mucha aprensión una escuela allí (1532). Sus
historias de la Biblia dirigidas a los niños y su conocimiento útil de la
medicina pronto atrajeron a una gran cantidad de personas hacia él. Algunas mujeres
distinguidas, pertenecientes a las familias más importantes de la ciudad, se
convirtieron al Señor, siendo seguidas por comerciantes y personas de todas las
clases sociales.
Los creyentes pronto comenzaron a
reunirse en las casas para el estudio de las Escrituras y la oración. Estas asambleas
se aumentaron rápidamente a medida que más personas se convertían. En sus
reuniones había libertad de ministerio. Uno u otro hermano leía la Palabra de
Dios y los más capaces la explicaban, o guiaban al grupo en oración. En estos
encuentros también se recogían ofrendas para el socorro de los pobres. Si un
forastero dotado estaba de paso por el lugar, era invitado a predicar en una de
las casas más grandes y todo aquel que pudiera entrar se congregaba para
escuchar su ministración.
Estas asambleas muy pronto
sintieron el deseo de partir el pan en memoria del Señor. A fin de evitar
problemas los hermanos s congregaban en un jardín con tapia que pertenecía a
uno de ellos, en Pré Evêque, justo en las afueras de las murallas de la ciudad.
Todo esto se llevó a cabo ante una constante oposición que se hizo más violenta
cuando los creyentes, como iglesias, se reunían en torno a la Cena del Señor.
Hubo disturbios peligrosos, en los cuales Froment y otros fueron expulsados de
la ciudad.
No obstante, los encuentros
persistieron. En una ocasión posterior, aproximadamente ochenta hombres y un
grupo de mujeres se reunieron en Pré Evêque. Esta vez uno de los hermanos lavó
los pies de los demás antes de participar de la Cena del Señor, lo cual
incrementó la ira pública contra ellos.
Fue en medio de estas condiciones
convulsas que Olivetan tradujo de la Biblia. A fin de dar el mejor significado
él tradujo al francés algunas palabras que previamente habían sido dejadas en
su forma original griega. De esa manera para la palabra “apóstol” él escribió
“mensajero”; para “obispo,” “supervisor” y para “sacerdote,” “anciano”, siendo
estas palabras traducciones fieles según el significado de las palabras griegas
y no meras transliteraciones. Él decía que por el hecho de que no encontraba en
la Biblia palabras tales como “Papa”, “Cardenal”, “Arzobispo, Archidiácono,
abad, prior”, “monje”, él no tenía motivo para cambiarlas.
Aunque, por medio de una serie de
sucesos convulsos, Ginebra al igual que Neuchâtel había sido librada de la
dominación de Roma, no pasó mucho tiempo hasta que se introdujeron formas de gobierno,
igualmente sin fundamento en las Escrituras, que afectaron bastante a las
iglesias. Olivetan había sido uno de los primeros en guiar a su pariente Juan
Calvino al estudio de la Biblia. La habilidad extraordinaria de Calvino le dio
desde su juventud temprana una gran influencia dondequiera que iba.
La publicación (1536) de su
libro, Los fundamentos de la religión cristiana en Basilea, adonde tuvo que huir
al ser expulsado de Francia, le mereció el reconocimiento de ser el teólogo más
destacado de su tiempo. El mismo año, mientras se dirigía a Estrasburgo,
Calvino, a causa de la guerra, se vio obligado a cambiar su ruta a través de
Ginebra donde se hospedó en una posada con la intención de continuar su viaje a
la mañana siguiente. Farel se enteró de su llegada, lo visitó y le mostró la
maravillosa obra que se había llevado a cabo y que aún continuaba en Ginebra y
en todos sus alrededores.
Le mostró, además, los conflictos
existentes y la necesidad de más colaboradores, ya que Farel y los que con él
andaban se hallaban inundados por las invitaciones que recibían de todas
partes. Farel le instó a Calvino a que se quedara y compartiera la obra con
ellos. Calvino objetó con recato, apelando a su incapacidad, su gran necesidad
de estudio, su carácter no apto para las actividades que se exigirían de él.
Farel le exhortó que no permitiera que su amor por el estudio o cualquier otra
forma de autocomplacencia se interpusiera en el camino de la obediencia al
llamado de Dios.
Vencido por la vehemencia de
Farel y convencido por su petición, Calvino consintió en quedarse y, con la
excepción de un período de destierro de tres años, pasó el resto de su vida en
Ginebra, con cuya ciudad su nombre estará por siempre ligado. A través de mucho
conflicto él impuso en la ciudad su ideal de un estado e Iglesia organizados en
gran medida según el patrón del Antiguo Testamento. El Concilio de la ciudad
tenía poder absoluto tanto en asuntos religiosos como civiles, a la vez que se
convirtió en el instrumento de la voluntad de Calvino. A los ciudadanos se les
exigía firmar una confesión de fe o abandonar la ciudad.
Se impusieron normas estrictas
que regulaban la moral y las costumbres del pueblo. Las iglesias que habían
comenzado a crecer en obediencia a la enseñanza del Nuevo Testamento casi
desaparecieron entre la organización general, pues el dominio papal fue
sustituido por el del reformista y la libertad de conciencia continuó siendo
restringida.
Una forma de error predominante
que Calvino esperaba reprimir por medio de esta regulación estricta era un
error de carácter unitario. Este tipo de enseñanza era de origen antiguo,
similar al arrianismo en algunos aspectos, pero durante este tiempo ya
comenzaba a ser descrita como socinianismo a causa de su asociación con Lelio
Socino (1525–1562) y Fausto Socino (1539–1604), tío y sobrino, naturales de
Siena, Italia.
El último vivió mucho tiempo en
Polonia, debido a que allí, al igual que en Transilvania, la enseñanza unitaria
era permitida y estaba generalizada. Fausto Socino unió los sectores divididos
de los unitarios en Polonia.
A ellos se les conocía como “los
hermanos polacos” y el catecismo “Racoviano” expresaba sus creencias. El
socinianismo se divulgó partiendo de ellos como un centro. Esta doctrina afectó
desde el inicio a algunos en las iglesias protestantes, y más tarde ganó una
influencia dominante, especialmente sobre el clero protestante. En gran medida,
consistía en la crítica de la teología existente, y era allí donde residía su
atractivo. Dicha enseñanza se dirigía más al intelecto que al corazón o al
entendimiento de la persona.
Servet, un médico español que
sostenía y enseñaba doctrinas aliadas a las del socinianismo, llegó a Ginebra
en un viaje y, durante su estancia allí, entró en conflicto con Calvino y el
Concilio. Servet se negó a renunciar a su error, por lo que fue quemado en
1553. Esto no fue sino un resultado lógico del sistema que había sido
establecido.
CALVINO GOBIERNA A GINEBRA
Bajo el
gobierno de Calvino, Ginebra se hizo famosa y proporcionó un refugio para un gran número de disidentes perseguidos
de diferentes países, muchos de ellos procedentes de
Inglaterra y Escocia. Estos disidentes fueron
influenciados fuertemente por la habilidad de Calvino y llevaron
sus enseñanzas muy lejos, de modo que el calvinismo se convirtió en una
influencia poderosa en el mundo, y su entrenamiento severo desde luego
ha moldeado algunos de los caracteres más fuertes.
Farel se sometió al dominio de
Calvino, pero rechazó todas las súplicas que le hicieron para
que se estableciera en Ginebra o para que aceptara cualquier posición a
la cual estaban relacionados el honor y la remuneración. Él hizo de
Neuchâtel su centro, y se casó allí, pero continuó su vida ardua como un predicador
ambulante hasta que murió en paz aproximadamente a los
setenta y seis años de edad.
Mientras tanto, en Francia, el
crecimiento de las iglesias cristianas y la predicación del Evangelio, que
había continuado a pesar de la férrea persecución, enfrentó una seria traba en
1534. Algunos de los creyentes en París, impacientes ante el progreso lento
logrado en Francia en comparación con la gran libertad que se había alcanzado
en Suiza, enviaron a uno de sus miembros, llamado Feret, para que consultara con
los hermanos allí en cuanto a si ellos debían tomar un curso más agresivo a fin
de obtener más libertad para la Palabra.
En respuesta a esto, los
reformistas en Suiza emprendieron un ataque violento contra la misa, haciendo
impresiones en forma de pancartas y tratados que fueron enviados a París. Había
una diferencia de opinión entre los creyentes en París en cuanto a si las
pancartas debían o no colgarse a la vista y si los tratados debían o no ser
distribuidos. Couralt, quien hablaba en nombre de los “hombres de juicio”,
dijo: “Tengamos cuidado en cuanto a colgar estas pancartas porque ello sólo
avivaría la furia de nuestros adversarios, y de ese modo aumentaríamos la
dispersión de los creyentes”. Otros dijeron:
Si con timidez miramos de un lado
al otro para ver cuán lejos podemos llegar sin arriesgar nuestras vidas,
renunciaremos a Jesucristo”. Los consejos de los más agresivos prevalecieron,
el asunto fue organizado con mucho cuidado, y una noche de octubre las
pancartas fueron colgadas en todas partes de Francia; una fue colocada incluso
en la puerta de la alcoba en la cual se encontraba durmiendo el rey en su
castillo en Blois.
Las pancartas contenían una
declaración extensa, cuyo encabezamiento decía: “Artículos verídicos acerca de
los horribles, inmensos e insoportables abusos de la misa papal, inventada
directamente en contra de la Santa Cena de nuestro Señor, el único Mediador y
único Salvador, Jesucristo”. Al día siguiente, cuando las pancartas fueron
leídas, el efecto fue tremendo. El rey fue ganado de su indecisión anterior y
aprobó la política de exterminar al partido de la Reforma.
En el primer día el Parlamento
proclamó una recompensa para todos los que dieran a conocer a los individuos que
habían fijado las pancartas y ordenó que todas las personas que los consintieran
deberían ser quemadas en la hoguera. Inmediatamente comenzaron a capturar a
aquellos de quienes se sospechaba que hubieran asistido a las reuniones o que
de cualquier forma estaban a favor de la reforma, incluidas las personas que se
habían opuesto a la idea de poner las pancartas. Prevaleció un terror
generalizado. Muchas personas lo abandonaron todo y huyeron al extranjero. En
toda Francia las llamas recibieron sus víctimas vivas, especialmente en París.
Hubo, pues, una procesión (1535)
a través de las calles de París de todas las reliquias más santas que se
pudieron juntar. Allí se congregaron el rey, su familia y la corte, una gran
cantidad de eclesiásticos, algunos miembros de la nobleza y una enorme
concurrencia de personas. La hostia fue llevada a través de las calles, y se
celebró una misa en Notre Dame.
Luego el rey y una gran multitud
de personas presenciaron, primero en el Rue San Honoré y luego en el Halles, la
quema en la hoguera (con aparatos diseñados para prolongar los sufrimientos) de
algunos de los mejores ciudadanos de París, quienes, sin excepción,
testificaron hasta el final de su fe en Jesucristo con una valentía que se ganó
la admiración de sus propios atormentadores.
El culto y moderado Sturm,
profesor en el Colegio Real en París, le escribió a Melanchthon: Nosotros
estábamos en la mejor de las posiciones, gracias a hombres sabios. En cambio
ahora, por medio del consejo de hombres imprudentes, hemos caído en la más
grande calamidad y en la más suprema miseria. El año pasado le escribí que todo
iba bien y también acerca de las esperanzas que abrigábamos de la justicia del
rey.
Nosotros nos felicitábamos unos a
otros, pero, ¡ay de nosotros! Los hombres extravagantes nos han privado de
aquellos buenos tiempos. Una noche en el mes de octubre, en un momento, en toda
Francia y en cada rincón del país, estos hombres fijaron con sus propias manos
una pancarta acerca de las órdenes eclesiásticas, la misa y la eucaristía. Ellos
llevaron su osadía tan lejos que hasta se atrevieron a fijar una en la puerta
de la alcoba del rey, deseando de esta manera, al parecer, provocar seguros y
atroces peligros.
Desde la ocurrencia de aquel acto
imprudente, todo ha cambiado: la gente está preocupada, los pensamientos de
muchos están llenos de alarma, los magistrados están irritados, el rey está
perturbado y se llevan a cabo juicios espantosos. Debe reconocerse que estos
hombres imprudentes, si no fueron la causa, fueron al menos la razón de ello.
¡Si tan sólo fuera posible que
los jueces mantuvieran un proceder justo! Algunos, habiendo sido capturados, ya
han sufrido sus castigos; otros, previendo inmediatamente su seguridad, han
huido; personas inocentes han sufrido el castigo de los culpables. Los
informantes se muestran a sí mismos públicamente; cualquiera puede ser acusador
y testigo a la vez. Estos no son rumores infundados de los cuales le escribo,
Melanchthon.
Tenga la completa seguridad de
que no le cuento todo, y que en lo que le escribo no empleo los términos
fuertes que nuestra situación merece. Ya han sido quemados dieciocho discípulos
del Evangelio, y el mismo peligro aún amenaza a una cantidad de ellos mucho
mayor. Cada día el peligro se extiende más y más.
No existe un solo hombre de bien
que no le tema a las calumnias de los informantes y que no se consuma por la
aflicción al ver estos actos tan horribles. Nuestros adversarios reinan y con
toda autoridad ya que al parecer luchan por una causa justa, como si
reprimieran una sedición. En medio de estos grandes y numerosos males sólo
queda una única esperanza que las personas estén comenzando a indignarse por semejantes
persecuciones crueles, y que el rey al fin se avergüence por haber tenido sed
de la sangre de estos hombres desdichados.
Los perseguidores son instigados
por un odio violento y no por la justicia. Si el rey supiera la clase de
espíritu que anima a estos hombres sanguinarios, sin duda seguiría mejores
consejos. No obstante, aun así nosotros no nos desesperamos. Dios reina; él
dispersará todas estas tempestades, nos mostrará el lugar en donde podremos
refugiarnos, él le dará un asilo a los hombres buenos en donde puedan expresar
sus opiniones libremente.
Los grupos de creyentes se
reunían en muchas partes de Francia para leer las Escrituras y para la adoración,
sin ninguna organización en particular. Sin embargo, en una de estas reuniones
en París, el nacimiento de un niño, al causarle a su padre mucha preocupación acerca
de cómo debería bautizarlo, poco a poco condujo a la evolución de todo un
sistema. La conciencia del padre no le permitió llevarlo a la Iglesia Católica
Romana, y no le fue posible llevarlo al extranjero para bautizarlo.
La congregación se reunió y
oraron acerca del asunto, y luego decidieron formar una iglesia ellos mismos.
Fue así como eligieron a Jean de Macon como su ministro, y también nombraron a
ancianos y diáconos, y se establecieron como una iglesia organizada, de la cual
los ministros estaban autorizados a bautizar y desempeñar aquellas funciones
que ellos consideraban propias de las personas ordenadas.
Desde el momento en que hicieron
esto (1555), muchas de las asambleas de creyentes en todas partes de Francia
actuaron de la misma manera, y la cifra de iglesias que adoptaron esta forma
presbiteriana se aumentó rápidamente. Una gran parte de ellas fue provista de pastores
procedentes de Ginebra.
INTRODUCCIÓN DEL SISTEMA PRESBITERIANO
Las iglesias Reformadas en
Holanda y Escocia fueron aun más afectadas por el ejemplo de este movimiento en
Francia que por el ejemplo de Ginebra. Calvino era partidario de que cada
congregación fuera dirigida por su ministro, o ministros, y ancianos, pero las
iglesias francesas pronto introdujeron el plan de celebrar Sínodos de Ministros
y Ancianos que representaran a las iglesias y tuvieran autoridad sobre ellas.
De estas reuniones locales
posteriormente se decidió enviar delegados para formar un Sínodo provincial más
amplio, y esto llevó a que en 1559 se celebró en París el Primer Sínodo
Nacional de las iglesias francesas. En esta ocasión se acordó elaborar una
confesión de fe. Cada ministro tuvo que firmar en señal de acuerdo, y luego se
redactó un Libro de Disciplina que regulaba el orden y la disciplina de las
iglesias, al que cada ministro prometió someterse.
Los partidarios de estas iglesias
fueron a menudo llamados “evangélicos” o “los de la religión”, pero poco a poco
el nombre hugonote fue comúnmente aplicado a ellos. No se conoce con certeza de
qué fuente se deriva el nombre.
LOS
BUGONOTES
El sudeste de Francia, donde por
siglos la gente había estado dispuesta para recibir el Evangelio y donde la
verdad sólo había sido contenida por las repetidas y despiadadas masacres,
ahora nuevamente mostraba el antiguo e invencible deseo por la Palabra, y en
algunas partes se adoptó predominantemente el sistema hugonote. En otras partes
del país los hugonotes eran, por lo general, una pequeña minoría de la
población.
Existía un estado de tensión
entre los dos partidos religiosos, aunque se le garantizaba la libertad de
adoración a la minoría hugonote por medio de un decreto real, y se esperaba que
la reforma y la tolerancia trajeran la paz. La Asamblea General del estado o
Parlamento estaba a favor de esto, así como la reina madre Catalina de Médicis,
quien escribió al Papa lo siguiente: “La cantidad de los que se han separado de
la Iglesia Romana es tan enorme que ya no pueden ser reprimidos por medio de la
severidad de la ley ni el poder de las armas.
A causa de los nobles y los
magistrados que se han unido al grupo, ellos se han hecho tan poderosos, están
tan firmemente unidos, y diariamente adquieren semejante fuerza que se vuelven
más y más temibles en todas partes del reino. Mientras tanto, gracias a Dios,
entre ellos no hay ni anabaptistas ni libertinos ni ningún partisano de
opiniones odiosas.” En su misiva ella continúa para discutir la posibilidad de
estar en comunión con ellos, y sugiere asuntos que pudieran ser reformados en
la comunión romana para beneficio de todos.
Sin embargo, el Papa se opuso, y
ambos partidos se armaron en preparación para lo que podría avecinarse. El
almirante Coligny, como líder del partido hugonote, declaró: “Contamos con
2.050 iglesias y con 400.000 hombres dispuestos a tomar las armas, sin tomar en
cuenta a nuestros partidarios secretos”.
El duque de Guisa, líder del
partido católico, frustró toda esperanza de llegar a un arreglo al atacar una
numerosa congregación de devotos desarmados que se encontraban en un granero.
Él con sus soldados los rodearon y masacraron a su antojo a las víctimas
indefensas. La guerra civil que siguió devastó al país, pero después de años de
lucha agotadora se logró una tregua y se arregló un matrimonio entre Enrique de
Béarn, rey de Navarra, ahora líder de la causa hugonote, y Margarita, hija de
Catalina de Médicis y hermana del rey de Francia.
La boda se celebró en París (1572)
con grandes festividades. Los hugonotes vieron esta boda como un medio para
alcanzar la paz entre las partes contendientes, por lo que una gran cantidad de
ellos, incluyendo a sus principales líderes, acudió a la ciudad para presenciarlo
tomar parte en las celebraciones.
LA
MASACRE DE SAN BARTOLOMÉ
Menos de una semana después de la
boda en Notre
Dame, según una señal y un plan
predeterminado, los líderes católicos y sus tropas cayeron sobre los hugonotes confiados,
y tuvo lugar la masacre de San Bartolomé. No hubo escape alguno. Las casas de
los hugonotes habían sido marcadas con anticipación. Hombres, mujeres y niños
fueron masacrados sin piedad, siendo el almirante Coligny uno de los primeros
en ser asesinado.
Al cabo de cuatro días, París y
el Sena estaban llenos de cuerpos mutilados en lugar de hombres y mujeres enérgicas
y grupos de niños felices que hacía sólo una semana habían llenado las calles.
En toda Francia se llevaron a
cabo actos similares. Después de la primera sorpresa los hugonotes que
quedaron, bajo el mando de Enrique de Navarra y el príncipe de Conde,
organizaron la resistencia, y fue así como comenzaron las guerras de la Liga
las cuales sumieron a Francia en la miseria por más de veinte años.
EL
EDICTO DE NANTES (13 de abril de 1598)
En 1594, Enrique de Navarra
sucedió al trono de Francia como Enrique IV. Fue un gobernante valiente y
capaz, pero no fue un hombre religioso, y dirigió a los hugonotes más como un
partido político que religioso.
Su posición fue difícil como
gobernante protestante de un país principalmente católico romano cuyos reyes
siempre habían pertenecido a esa Iglesia. Él enfrentó este problema por medio
de convertirse en un católico romano a fin de proteger su trono y luego usó su
posición para legislar a favor de los hugonotes. De esta manera una dinastía
católica romana fue establecida de nuevo en Francia, pero a su vez el rey
proclamó el Edicto de Nantes (1598) que les daba libertad de conciencia y de
adoración a los hugonotes.
La Liga Católica no se sometió a
él, pero él la derrotó y la suprimió, y expulsó a los jesuitas. Los hugonotes
se convirtieron en un estado dentro del Estado, con sus propias ciudades y
distritos en algunas partes del país, y sus derechos los cuales eran válidos en
todo el país. Doce años después del Edicto de Nantes, el rey fue asesinado, y
pronto reanudaron los problemas para los hugonotes. Hubo masacres que los
estimularon a presentar una resistencia armada, pero el Cardenal Richelieu
dirigió la guerra en su contra con tanta energía que los hugonotes fueron
derrotados en repetidas ocasiones. Su gran fortaleza, la Rochela, fue
capturada, y así dejaron de existir como un cuerpo armado y un poder político.
No obstante, Richelieu les dio cierta libertad y como resultado se
reconciliaron con el gobierno. De allí, se dedicaron a la agricultura, a la
industria y al comercio con su entusiasmo característico, y se hicieron muy
ricos e influyentes, convirtiéndose en una fuente de mucha prosperidad para Francia.
Cuando Luis XIV, con motivo de la
muerte de Mazarino, asumió el gobierno de Francia, inmediatamente comenzó a
tomar medidas represivas contra los hugonotes. Bajo la influencia de los
jesuitas se emplearon todos los recursos para obligarlos a unirse a la Iglesia
de Roma. Los que se opusieron a esto quedaron sujetos a una creciente
persecución. Ellos la soportaron con paciencia, pero su aflicción sólo se hizo
más intensa.
Sus hijos fueron arrebatados de
su seno para ser educados en conventos bajo el catolicismo, se llevaron a cabo
masacres contra ellos y sus reuniones fueron prohibidas. Soldados brutales se
alojaban en sus casas, y a estos se les permitía comportase a su antojo. A esto
se le conoció como el sistema de las “dragoneadas”. Cuando los hugonotes huían
eran perseguidos por el bosque y en otros lugares de refugio, eran traídos de
vuelta a sus casas y eran obligados a entretener a los brutales “dragones”
quienes, por medio de todo tipo de torturas y atrocidades, imponían su
“conversión” o los perseguían hasta la muerte.
REBOCACIÓN DEL EDICTO DE NANTES POR LUIS XIV (1685)
En 1685, se publicó la Revocación
del Edicto de Nantes y con él se esfumó la última esperanza de los hugonotes. A
todos sus pastores se les ordenó que abandonaran el país en un plazo de dos
semanas. Posterior a esto, en sólo unas pocas semanas, fueron destruidos
ochocientos lugares de reunión de los hugonotes.
También se ordenó que los niños
deberían ser bautizados y educados en la Iglesia de Roma; el empleo se prohibía
para aquellos que no se convirtieran al catolicismo, y cualquiera que intentara
abandonar el país sería enviado de por vida a las galeras, en el caso de los
hombres, o guardar cadena perpetua en una cárcel, en el caso de las mujeres.
A pesar de todas las dificultades
de tener que desarraigarse, abandonar sus propiedades, viajar en secreto a
través de caminos ocultos con niños pequeños, ancianos y enfermos, y a pesar de
los serios peligros de cruzar las fronteras bien custodiadas, tuvo lugar un
gran éxodo de lo mejor de la nación francesa, empobreciéndola permanentemente.
Mientras tanto, aquellos países que recibieron a los exiliados Suiza, Holanda,
Gran Bretaña, Brandeburgo y otros
fueron enriquecidos por la llegada de multitudes de personas capaces, de
carácter fuerte, quienes trajeron consigo su habilidad en la manufactura y el
comercio y jugaron un papel protagonista en la vida política y militar, así
como en el campo de las artes y las ciencias. Se calcula que 200.000 hugonotes
abandonaron Francia en esta época.
Aunque una gran cantidad de
hugonotes abandonó Francia ante la Revocación del Edicto de Nantes, una mayor
cantidad de ellos no pudo abandonar el país o no quiso hacerlo, por lo que
continuaron sufriendo las iniquidades de las “dragoneadas”. Ellos eran más
numerosos en Delfinado y en Languedoc, por lo que allí la persecución fue más intensa.
En estos tiempos tan
desesperantes surgió entre ellos un extraño entusiasmo y ensalzamiento
espiritual. Pierre Jurieu (1686) escribió una exposición del Apocalipsis en la
cual enseñaba que la profecía de la caída de Babilonia se refería a la Iglesia
Romana y que se cumpliría en el año 1689. Uno de sus discípulos, Du Serre, le
enseñó las opiniones proféticas de su maestro a niños en Delfinado, y estos,
criados entre los horrores de las “dragoneadas”, ahora iban, en grupos
conocidos como “los pequeños profetas”, de aldea en aldea, citando los
terribles juicios que aparecen en el libro de Apocalipsis, anunciando su
eminente cumplimiento. La más famosa de estos fue una muchacha conocida como
“la bella Isabel”.
De esta manera miles de los que
habían sido obligados a pertenecer a la Iglesia Romana fueron reintegrados y
rechazaron asistir a la misa. Más de trescientos de estos niños profetas fueron
encarcelados en un mismo lugar en Languedoc.
En las montañas Cevenas, hombres
y mujeres entraron en éxtasis, en los cuales hablaban en el francés puro de la
Biblia, mientras que normalmente ellos sólo podían hablar su propio dialecto, y
así inspiraban a sus oyentes con una valentía heroica. A pesar de sus
sufrimientos, estas personas permanecieron leales al rey. En 1683, se reunió un
cuerpo representativo de los pastores, los nobles y los principales hombres
entre ellos, y le enviaron a Luis XIV una declaración de su lealtad. Sin embargo,
en esa misma época el Papa insistía en su exterminación y los llamaba “la raza execrable
de los antiguos albigenses.
LA
GUERRA DE LOS CAMISARDS (1703–1705)
No obstante, el Abbé du Chayla,
quien introdujo un instrumento especial de tortura, practicó semejantes
crueldades sobre los disidentes en las Cevenas que finalmente estos se
sublevaron, lo mataron y organizaron una resistencia armada contra las “dragoneadas”.
Entre sus líderes estaba Juan Cavalier, hijo de un panadero, quien, a la edad
de diecisiete años, dirigió a los camisards, llamados así por las camisas
blancas que llevaban a manera de uniforme, con tan asombrosa habilidad que
durante tres años (1703–1705) peleó y derrotó a los mariscales más capaces de
Francia.
Sin embargo, su pequeña fuerza
nunca excedió los 3.000 hombres, y sus adversarios trajeron hasta 60.000
hombres para pelear en su contra. Él logró pactar una paz honorable, pero
algunos de sus seguidores, al continuar la guerra, fueron exterminados.
La guerra de los camisards fue
excepcional. En otras partes los hugonotes sufrieron, sin ofrecer resistencia,
las más horribles miserias. Muchos de ellos fueron ahorcados o quemados; muchas
mujeres fueron encarceladas, especialmente en Grenoble y en Valencia.
Una mujer, Louise Moulin de Beaufort,
fue condenada (1687) a ser ahorcada en la puerta de su casa por haber cometido
el delito de asistir a los encuentros de los hugonotes. Ella suplicó y obtuvo
la aprobación para que le permitieran por última vez amamantar a su bebé,
después de lo cual murió demostrando una valentía serena. Bajo tales
condiciones las “iglesias del desierto” como se les llamaba, o “iglesias bajo
la cruz” mantuvieron su testimonio.
Uno de los exiliados de Delfinado
en el tiempo de la Revocación del Edicto de Nantes, Jacques Rogers6 (1675–1745),
se conmovió por los sufrimientos de sus hermanos en su tierra natal. Al
contrastar los pesares de su condición con la seguridad y tranquilidad en la
cual él vivía en el extranjero, decidió regresar a Francia para compartir con
sus hermanos allí sus aflicciones y brindarles toda la ayuda que estuviera a su
alcance.
Al llegar a Francia, él encontró
que el remanente fiel estaba persistiendo, a pesar de todo el poder y la furia
de los adversarios. Él también se percató de que en algunos distritos la obra de
los “profetas” (hombres y mujeres) había degenerado en fanatismo y desorden. Él
creyó necesario sustituir a los pastores que habían huido, y restablecer el
sistema de los Sínodos que se había suspendido.
A él se unieron otros y, en sus
viajes, pronto conoció a Antoine Court, un joven de sólo veinte años, ya muy
estimado por la gente, quien más tarde se convertiría en el hombre más
prominente de todos los que trabajaron para las “iglesias del desierto”. Court
demostró ser un hombre de un juicio razonable y de una inteligencia ágil. Como
predicador, viajero valiente, obrero incansable y organizador, dirigió el
restablecimiento de la organización de la iglesia con sus Sínodos provinciales
e incluso nacionales.
Bajo su supervisión, en Lausana,
funcionaba una escuela de formación de pastores y predicadores. Esta fue una
escuela de mártires, ya que una gran cantidad de los hombres que salieron de
ella para ir a predicar a Francia fueron ahorcados, algunos de ellos muy
jóvenes. El propio Jacques Rogers fue ahorcado en Grenoble a los setenta años
de edad. Las vidas de estos hombres se caracterizaban por una constante
sucesión de fugas atrevidas mientras atravesaban las montañas y los bosques y
visitaban las diferentes iglesias y ministraban la Palabra. Las “iglesias del
desierto”, en lugar de
LOS DISIDENTES INGLESES (1525–1689)
Tyndale; Prohibición de la
lectura de las Escrituras; Establecimiento de la Iglesia Anglicana; Persecución
en el reinado de María; Las iglesias bautistas y las Mini dependientes; Robert
Browne; Barrowe, Greenwood, Penry; Persecución de los disidentes en el reinado
de Isabel; La “iglesia privada” en Londres; El Gobierno eclesiástico de Hooker; La iglesia de los
exiliados ingleses en Amsterdam;
Arminius; Emigración de los
hermanos de Inglaterra a Holanda; Juan Robinson; Los primeros colonos puritanos
zarpan rumbo a América; Los diferentes tipos de iglesias en Inglaterra y
Escocia; Publicación de la “Authorized Versión” dela Biblia; La Guerra Civil; El
“Ejército de nuevo tipo” de Cromwell; Libertad religiosa; Las misiones; Jorge
Fox; El carácter del movimiento de los “amigos”; Decretos contra los
disidentes; La literatura; Juan Bunyan.
WILLIAM TYNDALE (1494–1536)
Se creyó haber extinguido el
movimiento lolardo; sin embargo, siempre quedaron remanentes, y de vez en
cuando se castigaba a ciertas personas por reunirse para leer las Escrituras.
El Nuevo Aprendizaje y la Reforma
avivaron el interés por la Palabra de Dios, y fue precisamente una nueva traducción
de la Biblia el medio más poderoso de traer un avivamiento general entre la
gente. William Tyndale, quien había estudiado en Oxford y Cambridge, y había
sido afectado sobremanera por las enseñanzas de Lutero, tenía la costumbre de debatir
temas acerca de la Biblia con el clero que venía a la casa donde él era profesor,
y así les demostraba cuánto se habían desviado de las enseñanzas de la
Escritura.
Esto provocó una persecución que
lo obligó a abandonar el país, pero él ya había visto que la gran necesidad de
la gente era llegar a conocer la Biblia, por lo que prometió que “si Dios le
concediera la vida, antes de pasar muchos años, él haría que el mozo que guiaba
el arado conociera más de la Biblia” que los teólogos que la mantenían alejada
de ellos. Viviendo exiliado en el continente, y “motivado por un celo y un anhelo
sensible por su país, buscó por todos los medios posibles llevar a sus
coterráneos al mismo apetito y conocimiento de la sagrada Palabra de Dios y de
la verdad como el que el Señor le había dado a él.
EL NUEVO TESTAMENTO DE TYNDALE
La primera edición de su
traducción del Nuevo Testamento fue publicada en 1525, la cual fue seguida por
una segunda, que fue impresa al año siguiente en Colonia. Más tarde se
publicaron el Pentateuco y otras partes del Antiguo Testamento, traducidas en
Amberes y Hamburgo, así como varias ediciones posteriores del Nuevo Testamento.
Las dificultades y los peligros
que implicaba traer tales libros a Inglaterra eran casi tan enormes como los
que se presentaban a la hora de su distribución. El clero se opuso con todas
sus fuerzas a la nueva traducción. El Sir Tomás More fue uno de los que escribió de manera violenta contra
ella. Aunque esta traducción ejerció más influencia sobre la “Authorized Versión”
que cualquier otra traducción, la cual en gran medida se basa en ella, al
principio se declaró que estaba llena de errores.
Su uso de la palabra
“congregación” en lugar de “iglesia” causó una gran oposición. More declaró que
la traducción estaba tan llena de errores que “para mencionarlos todos habría
que recitar todo el libro que buscar una falta sería como estudiar dónde
encontrar agua en el mar”.
Los Testamentos fueron
introducidos en Inglaterra de contrabando, y una asociación que se
auto-nombraba los “Hermanos cristianos” los distribuyó por todo el país. Fueron
comprados y leídos con avidez en todas partes, y pronto llegaron a las
universidades donde se formaron sociedades que se reunían para su lectura. El
Obispo de Londres muy pronto proclamó un interdicto contra estos testamentos.
Este interdicto decía:
Por cuanto, entendemos mediante
el informe de diversas personas creíbles, y además, por la apariencia evidente
del asunto, que muchos hijos de iniquidad ciegos a causa de una maldad extrema,
y apartados del camino de la verdad y de la fe católica, han traducido de
manera astuta el Nuevo Testamento a nuestro idioma inglés De cuya traducción
hay muchos libros impresos, algunos con glosas y otros sin estas, que contienen
en el idioma inglés el más pernicioso y mortífero veneno disperso en gran medida
por toda nuestra diócesis de Londres, los cuales sin lugar a dudas,
contaminarán e infectarán la grey que nos ha sido encomendada, con el más
mortífero veneno y herejía nosotros ordenamos que dentro del plazo de treinta
días bajo la pena de excomunión, además de quedar bajo sospecha de herejía, se
traigan y se entreguen a nuestro Vicario General todos y cada uno de los libros
que contengan la traducción del Nuevo Testamento en el idioma inglés.
El Obispo de Londres afirmaba que
esta traducción contenía más de dos mil herejías. Él conocía a un comerciante
llamado Packington que estaba relacionado con la distribución de estos libros,
y esperaba destruirlos con su ayuda. Se relata: “El Obispo, creyendo que tenía
a Dios cogido por un dedo del pie, cuando en realidad tenía al diablo por el
puño (como luego se dio cuenta), dijo: ‘Estimado Packington, haga sus
diligencias para conseguirlos, y le pagaré por ellos de todo corazón, sea cual
sea su precio, ya que los libros son erróneos y maliciosos, por lo que
ciertamente pretendo destruirlos a todos y quemarlos en la Cruz de San Pablo’”.
Este negocio fue llevado a cabo y de esa manera se proveyó dinero para la
impresión de una mayor cantidad de Testamentos.
Al preguntársele a un prisionero
acusado de herejía acerca de cómo Tyndale y sus amigos se sustentaban, dijo:
“Es el Obispo de Londres quien nos ha apoyado, ya que él ha aportado entre
nosotros una gran cantidad de dinero en Nuevos Testamentos para quemarlos, y
eso ha sido, y aún es, nuestro único apoyo y consuelo”. Se llevó a cabo una
inquisición diligente para encontrar los libros prohibidos. Una gran cantidad
de personas fueron multadas o encarceladas o ejecutadas por poseerlos.
Existen informes de que “diversas
personas de quienes se comprobó que leían el Nuevo Testamento traducido por
Tyndale fueron castigadas pero aun así la cifra de ellas iba en aumento
diariamente”.
Con la ayuda de un espía enviado
desde Inglaterra, Tyndale al fin fue capturado y, en Vilvoord en Bélgica, fue
condenado y estrangulado, luego su cuerpo fue quemado (1536). Pero su obra fue
llevada a cabo; él había cumplido su parte valiosa junto con todos aquellos que
al traducir y distribuir la Biblia, al practicar y enseñar las verdades que
ella revela, han ayudado a llevar a los hombres al conocimiento de Dios y les
han mostrado el Camino de la Vida.
ESTABLESIMIENTO DE LA IGLESIA ANGLICANA
Durante este tiempo grandes
cambios surgían en Inglaterra. En 1531, el Rey Enrique VIII fue reconocido como
el Jefe Supremo de la Iglesia Anglicana. De este modo la Iglesia Anglicana
ocupó el lugar de la Iglesia de Roma, y el rey, el del Papa. El conflicto entre
el Papa y el rey consistía en la Iglesia y el estado por una parte y el estado
y la Iglesia por el otro, entre las opiniones papistas y las erasmistas. La
idea de reformar por medio de elevar el poder civil sobre el eclesiástico
(erasmismo) ya había sido introducida en las iglesias de Brandeburgo y Sajonia.
Cranmer creía que este era el mejor camino a seguir, y Enrique VIII lo adoptó
como su política en Inglaterra.
LA EDICIÓN COVERDALE
En el año de la muerte de
Tyndale, su traducción de la Biblia, revisada y editada por Miles Coverdale por
orden del rey, fue patrocinada por la realeza y se ordenó que debía aceptarse
como el fundamento de la fe nacional y que fuera divulgada en las iglesias de
todo el país. Sin embargo, esta aprobación no duró mucho. En 1543, una medida
titulada, “Decreto para el progreso de la religión verdadera y para la
abolición de la opuesta” promulgaba que “toda clase de libros del Antiguo y del
Nuevo Testamentos en inglés, derivados de la traducción astuta, falsa y errónea
de Tyndale, deberá ser clara y absolutamente abolida y extinguida. Su tenencia
y uso deberá ser prohibido”.
Los castigos por la desobediencia
fueron muy severos, llegando en algunos casos a la pena de cadena perpetúa. Se
podía leer otros libros, pero la lectura de las Escrituras se limitaba a los
jueces, los nobles, los capitanes y los magistrados, quienes podían leer la
Biblia a sus familias. “Los comerciantes pueden leerla en privado para sí
mismos.
No obstante, ninguna mujer o
artesano, aprendiz, oficial, sirviente del grado de labrador acomodado o de un
grado menor, ningún obrero agrícola, o trabajador leerá dentro de este reino la
Biblia o el Nuevo Testamento en inglés, ya sea para sí mismo o para otra
persona, en privado o en público.” Las mujeres o las damas que pertenecían a la
nobleza podían leer la Biblia para sí mismas.
El rey declaró que él purgaría y
limpiaría su reino de todos estos libros por medio de leyes severas y penales.
Sin embargo, permitiéndolo o prohibiéndolo, no se podía impedir que la gente
leyera las Escrituras. Cuando eran en voz alta en las iglesias, acudían
multitudes de personas a escucharlas; cuando ellas eran prohibidas, se corrían
todos los riesgos para obtenerlas.
Un campesino escribió (con muy
mala ortografía) en su testamento: “En cuanto a la invención de las cosas, en
Oxford, el año 1546, fue traído a Seynbury, por medio de Juan Darbye, Vice Lord. Cuando cuidé las ovejas del Sir Letymers compré este libro, cuando el Testamento estaba prohibido
y que los pastores no debían leerlo: Oro a Dios que quite tal ceguera. Escrito
por Robert Wyllyams, cuidando ovejas en el Monte de Seynbury”.
Al recibir la gente la enseñanza
de Moisés y los profetas, la de las Historias y los Salmos, especialmente al
llegar ellos a conocer a Jesucristo en los Evangelios y trazar las
consecuencias de su obra expiatoria en las Epístolas, se transformó todo el
carácter de la nación, ya que, como en cualquier nación, el nivel de la
justicia y la compasión constituye un índice de cuánto este libro ha afectado
los corazones y las mentes de la gente.
Durante los seis años del reinado
de Eduardo VI, aquellos que estaban en el poder desarrollaron a la Iglesia
Anglicana hacia una vertiente mayormente protestante, pero en los seis años
siguientes del reinado de la Reina María esta política cambió completamente, e
Inglaterra retomó su alianza con el Papa, recibiendo así absolución por su
herejía y cisma.
Sin embargo, aunque el gobierno
se mostró flexible, el pueblo mantuvo una posición firme. Ningún esfuerzo pudo
inducir a la gente a someterse a prácticas que de manera clara eran contrarias
a la Palabra de Dios. Cientos de personas, no sólo aquellos que ocupaban altos
cargos, sino también de entre los más humildes, tanto hombres como mujeres,
fueron quemados públicamente en las ciudades y los pueblos de Inglaterra.
Los sufrimientos de estos
mártires resultaron ser más eficaces en romper el poder de Roma que las
políticas de los gobernantes o los argumentos de los teólogos. Las llamas de
aquellas hogueras aún arden en la memoria del pueblo de Inglaterra como faros
que lanzan su advertencia contra cualquier regreso a un sistema que pudiera
tener semejantes frutos.
ROBERT
BROWNE Y LOS BROWNISTAS.
En Londres había una iglesia,
fundada sobre fundamentos bíblicos, en el reinado de Eduardo VI, compuesta de
cristianos franceses, holandeses e italianos. Anterior a esto ya habían
existido iglesias inglesas de este carácter, que se remontaban al tiempo de los
lolardos, pues el Obispo de Londres en 1523 escribió que el enorme grupo de los
herejes seguidores de Wiclef no era nada nuevo. Existen informes de
“congregaciones” en Inglaterra en 1555, y se conoce que las iglesias bautistas
existieron en el reinado de la Reina Isabel, antes de 1589.
Tanto los llamados independientes
o congregacionalistas como los bautistas eran iglesias de creyentes
independientes. Se diferenciaban en que los bautistas sólo practicaban el
bautismo de creyentes, mientras que los independientes bautizaban a los niños,
con tal que uno de los padres (o el tutor) fuese creyente. Robert Browne fue
tan activo al proclamar la independencia de cada congregación de creyentes que,
siguiendo la antigua costumbre de darle un nombre sectario a aquellos que
estaban fuera de la Iglesia del estado, tales grupos de creyentes fueron a
menudo llamados “los brownistas”.
El Sir Walter Raleigh afirmó en el Parlamento que había miles de
brownistas en aquel tiempo. Los escritos de Browne, como por ejemplo su libro
titulado, Un libro que muestra la vida y las costumbres de todos los cristianos
verdaderos, y cuán diferentes son de los turcos, los papistas y los paganos y
otro libro, Un tratado
de la Reforma sin esperar por ninguno,
ejercieron una gran influencia.
Dos hombres fueron ahorcados en
Bury San Edmundo, en 1583, por hacer circular estos libros, y todos los
ejemplares encontrados fueron quemados. El propio Browne acosado, encarcelado,
perseguido y finalmente quebrantado en salud mental y física permitió que lo
reintegraran a la Iglesia oficial.
Todos los grupos de disidentes
fueron perseguidos incesantemente: los puritanos, presbiterianos y
especialmente los bautistas e independientes.
Las cárceles estaban llenas de
ellos, y puesto que estas se hallaban en condiciones paupérrimas, una cantidad
indeterminada de estos creyentes murió a causa de las enfermedades, la miseria
y los maltratos que en aquel entonces acompañaban al encarcelamiento. Los
hombres más distinguidos entre los independientes fueron Barrowe, Greenwood y
Penry. Los dos primeros habían demostrado de manera inequívoca que el único
camino recto para aquellos que no aprobaban las doctrinas de la Iglesia oficial
era el de separarse de ella.
Además, que era deshonroso para
un hombre consentir en lo que él mismo no creía o que creía sólo en parte, y
cuánto más lo era si aceptaba alguna posición o pago para diseminarlo. Después de
pasar varios años encarcelados, ambos fueron ahorcados. Por su parte, Penry se
sintió tan conmovido por la condición miserable del pueblo de Gales que no sólo
predicó y trabajó entre ellos de manera incansable, sino que trató de incitar a
otros para que hicieran lo mismo, perturbando así al clero negligente y
notoriamente pecaminoso de aquel país y provocando su envidia y odio.
Él poseía en un grado poco común
los dones y las bendiciones de un ministro de Cristo; su vida era piadosa,
llena de amor y compasión por las almas. Además, era culto, comprensivo, de
fuertes lazos familiares y devoto en el servicio del Evangelio. Su obra fue
eficaz en la conversión de los pecadores y en la edificación de aquellos que
creyeron, principalmente en Gales, aunque también en gran medida en Escocia e Inglaterra.
Penry también fue capturado en Londres y fue ahorcado poco después que sus dos
colegas del Evangelio.
Estos hombres se relacionaron con
una iglesia conocida como la “iglesia privada en Londres”. Su principio
fundamental fue la Palabra del Señor: “Porque donde están dos o tres congregados en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18.20). Este grupo no
tenía lugar fijo de reunión; los encuentros se llevaban a cabo en casas
privadas o al aire libre. Una de sus reuniones fue disuelta en 1567, y catorce
de sus miembros líderes fueron encarcelados.
En 1592, cincuenta y seis de
ellos fueron detenidos en una reunión mientras adoraban a Dios. Año tras año,
una gran cantidad de ellos de distintas partes del país yacieron en la más
extrema miseria, en calabozos y en cadenas. En seis años, murieron diecisiete
encarcelados y, posteriormente, veinticuatro en un solo año.
Durante este período se escribió
una defensa de la Iglesia Anglicana, el Gobierno eclesiástico por Ricardo Hooker, una obra que
fue, y aún es, ampliamente admirada. En ella, Hooker se opuso a aquellos que
sostenían que a la Iglesia Anglicana le hacía falta una reforma adicional e
intentó probar que la Biblia por sí sola no era suficiente para la dirección de
la Iglesia; que había muchas costumbres y ritos practicados por los apóstoles
que no estaban escritos pero que se sabe que son apostólicos; que muchas de las
leyes de Dios son variables; que hay muchos actos que se llevan a cabo en la
vida diaria acerca de los cuales la Biblia no ofrece ninguna instrucción y que
esta no es indispensable para ofrecer orientación sobre cada acción, sino que cada
caso de la vida debe enmarcarse en la ley de la razón; que la fe puede basarse
en otras cosas además de la Escritura debido a que la autoridad del hombre
influye mucho; y que lo que se narra en la Escritura no debe necesariamente
considerarse como un mandato.
Al cuidadosamente limitar y
minimizar de esa manera la autoridad de la Escritura, algunas prácticas y
doctrinas contrarias a ella son dadas por sentado como correctas, como, por
ejemplo, el bautismo de infantes y la necesidad de los sacramentos para la
salvación. Hooker plantea:
Somos culpados de que en muchas
cosas nos hemos apartado de la antigua simplicidad de Cristo y sus apóstoles;
de que hemos abrazado demasiada firmeza externa; que tenemos aquellas órdenes
en el ejercicio de la religión que aquellos que más agradaron a Dios y le
sirvieron de una manera más devota nunca tuvieron.
Porque no hay duda de que el primer
estado de las cosas fue mejor que el presente, que en el inicio de la religión
cristiana la fe tenía su forma más sana, las Escrituras de Dios eran entonces
mejor comprendidas por todos los hombres, todos los aspectos de la santidad
abundaban más en aquel entonces y, por tanto, se deduce que las costumbres, las
leyes y las ordenanzas inventadas posteriormente no son tan buenas para la
iglesia de Cristo; que la mejor manera es eliminar las invenciones posteriores
del hombre y reducir las cosas al estado original.
A esto, Hooker responde que
aquellos que adoptaban semejante posición: deben confesar que no se sabe con
certeza cuáles eran las órdenes de la iglesia en los tiempos apostólicos,
teniendo en cuenta que las Escrituras no las mencionan todas, y que, además,
existen otros informes que ellos rechazan por completo.
De modo que al sujetar la iglesia
a las órdenes del tiempo de los apóstoles, la sujetan a una regla maravillosa
pero muy incierta, a menos que no exijan la observación de ninguna de las
órdenes sino sólo aquellas que se sabe que son apostólicas por medio de los
escritos de los propios apóstoles.
Estoy seguro de que ellos no
insinúan que nosotros ahora debamos reunir a nuestro pueblo para servir a Dios
en reuniones privadas y secretas; o que los ríos o arroyos comunes deban usarse
para el bautismo; o que la Eucaristía deba ministrarse después de la cena; o
quela costumbre de la fiesta de la Iglesia deba renovarse; o que toda clase de provisión
permanente para el ministerio deba abolirse por completo y que su bienestar
deba depender nuevamente de la devoción voluntaria de los hombres.
En estas cosas fácilmente se
percibe cuán incompetentes serían para el presente, aunque al principio resultó
ser lo suficientemente conveniente. La fe, el celo y la piedad de los tiempos
antiguos vale la pena honrar. No obstante, ¿acaso demuestra esto que las
órdenes de la iglesia de Cristo deben ser aún las mismas que las de ellos, que
no puede haber nada que no haya existido entonces, o que desde entonces nada
haya dejado debidamente de existir? Aquellos que buscan restaurar la Iglesia a
lo que era al principio deben, inevitablemente, poner límites a sus palabras.
De modo que, al disminuir la
autoridad de la Escritura y señalar que si sus adversarios fueran consecuentes
ellos avanzarían más que lo que habían logrado en su supuesto regreso a las
Escrituras, Hooker creó las bases sobre las cuales llegó a la conclusión de que
a la Iglesia Anglicana no le hacía falta ninguna reforma adicional, al estar
más en consonancia con la Escritura y el sentido común que cualquier otra.
Al avanzar a través de sus
diversas creencias y prácticas alcanzó la cima de la estructura cuando
argumentó que el reconocimiento del Rey Enrique VIII y cada uno de sus
sucesores, según el orden de sucesión establecido como Jefe Supremo de la
Iglesia, estaba plenamente de acuerdo con las enseñanzas de la Escritura. En lo
referente a esta Iglesia, él dice: “Nosotros afirmamos que no hay ningún hombre
de la Iglesia
Anglicana que no sea también
miembro de la mancomunidad, y no hay ningún hombre de la mancomunidad que no
sea también miembro de la Iglesia Anglicana”. Aunque muy convencido de sus
enseñanzas y deducciones, resulta evidente y encomiable que en el lenguaje de Hooker
hay un autodominio y una dignidad en contraste notorio con la violencia y los
insultos que caracterizaron el modo de expresarse que todos los partidos de su
tiempo se permitieron utilizar.
Antes de la culminación de su
reinado, Isabel dejó de encarcelar a aquellos que se negaban a conformarse a la
Iglesia Anglicana y se limitó a desterrarlos. Esto condujo a que muchos de los
llamados brownistas y anabaptistas buscaran refugio en Holanda. Fue así como
ellos fundaron una iglesia en Amsterdam, la cual, bajo la dirección de Francis
Johnson y Henry Ainsworth, publicó en 1596 una Confesión de fe de ciertos ingleses exiliados residentes en los
Países Bajos.
JACOBUS ARMINIUS (1560–1609)
Holanda era un centro de
actividades espirituales de la mayor importancia. Entre los muchos maestros
ilustres que se encontraban allí, ninguno ejerció una influencia de mayor
alcance que Jacobus Arminius (1560–1609).5 Aunque su nombre está relacionado a
conflictos religiosos, el arminianismo en contraste con el calvinismo, él en sí
no fue un hombre partidario ni extremista en sus opiniones. Desde los días en
que Agustín y Pelagio habían reñido, el primero al mantener la soberanía
facultativa de Dios y el segundo el libre albedrío y la responsabilidad del
hombre, estas preguntas vitales de las relaciones entre Dios y el hombre no
habían dejado de ocupar las mentes y los corazones de las personas.
Calvino, y aun más algunos de sus
seguidores, mientras mostraban de manera convincente lo que se enseña en la
Escritura en relación a la soberanía y la elección de Dios, minimizaban
aquellas verdades que traen equilibrio a estas, que también se hallan en las
Escrituras. De manera que su lógica, planteada a partir de una parte limitada
de la verdad revelada en lugar de toda la verdad, los llevó a la conclusión de
que el hombre está sujeto a decretos absolutos los cuales él no tiene poder
para variar. La extravagancia manifiesta de semejante enseñanza naturalmente
provocó una reacción que con el tiempo se hizo extrema.
Educado bajo la influencia de las
enseñanzas de Calvino, Arminius conocido por todos como hombre de carácter intachable
y de capacidad y conocimiento insuperables fue escogido para escribir en
defensa del calvinismo de la variante menos extremista. Se suponía que el
calvinismo estaba en peligro por los ataques que recibía. Sin embargo, al
estudiar el tema, se dio cuenta de que mucho de lo que él había apoyado no
tenía base, que convertía a Dios en autor de pecado, que limitaba su gracia
salvadora y dejaba a la mayoría de la humanidad sin esperanza o posibilidad de
salvación.
Arminius se percató a partir de
las Escrituras que la obra expiatoria de Cristo era para todos, y que el libre
albedrío del hombre es una parte del decreto divino. Al regresar a la enseñanza
original de la Escritura y la fe de la iglesia, Arminius evitó los extremos
hacia los cuales ambos partidos habían llevado la controversia de hacía mucho
tiempo. Su declaración de lo que él había llegado a creer lo involucró de
manera personal en conflictos que afectaron tanto su espíritu aun al punto de
acortar su vida. Su enseñanza adquirió posteriormente una forma viva y
evangélica como parte del avivamiento metodista.
Cuando Jacobo I llegó al trono,
se renovaron los esfuerzos los cuales se habían debilitado a finales del
reinado de Isabela fin de imponer uniformidad de religión, y la emigración, aunque
ahora contenida por las autoridades, continuó.
EMIGRACIÓN A OLANDA DESDE INGLATERRA.
En ese tiempo se reunía una
congregación de creyentes en Gainsborough, de la cual Juan Smyth era líder. De esta
iglesia surgió otra, compuesta de miembros que anteriormente viajaban unos
dieciséis o dieciocho kilómetros para asistir a las reuniones de los domingos
en Gainsborough. Este nuevo lugar de reunión fue la Casa Señorial Scrooby, y a
los creyentes allí se les unió Juan Robinson, quien tuvo que dejar su
congregación en Norwich a causa de la persecución.
Pero su nueva paz fue de corta
duración; sus casas fueron puestas bajo vigilancia, sus medios de subsistencia
fueron confiscados, o de lo contrario ellos fueron encarcelados. Luego que
algunos intentaran en vano escapar a Holanda, con el tiempo decidieron, a nivel
de iglesia, emigrar juntos (1607). Su viaje fue interrumpido por repetidos
arrestos, encarcelamientos y separaciones dolorosas, hasta que por fin llegaron
en pequeños grupos. Destituidos, pero no desanimados, se reagruparon y fueron
recibidos por las iglesias en Amsterdam y en otras partes.
La iglesia en Amsterdam pronto
comenzó a sufrir a causa de las diferencias de opinión. Los menonitas
holandeses estaban a favor del bautismo de creyentes, al igual que Juan Smyth y
Tomás Helwys. Sin embargo, la mayoría de los miembros no estaban de acuerdo con
esto y hubo mucha disensión. Smyth y Helwys con aproximadamente cuarenta hermanos
más fueron excluidos de la hermandad.
Estos formaron otra iglesia. Los
bautistas también sostenían que el poder civil no tenía derecho a interferir en
asuntos de religión o imponer alguna forma de doctrina. Por el contrario,
afirmaban que el poder civil debía limitarse exclusivamente a los asuntos
políticos y a mantener el orden. Los otros opinaban que era el deber del estado
ejercer cierto control en asuntos de doctrina y el orden de la iglesia. Aunque
ellos protestaban contra las medidas de coacción usadas en su contra, no
estaban dispuestos a permitir que los demás que diferían de ellos obtuvieran
total libertad.
Aquellos que estaban con Smyth no
creían que fuera conforme a la enseñanza del Señor que un cristiano portara
armas ni que sirviera como magistrado o gobernante. Johnson y Ainsworth se
inclinaban cada vez más hacia una forma presbiteriana de gobierno de la
iglesia, con la cual Juan Robinson no estaba de acuerdo. A fin de evitar una
disputa mayor, Robinson y otros se trasladaron de Amsterdam a Leiden y fundaron
allí una iglesia. Esta iglesia continuó en unidad y paz, destacándose el ministerio
de Juan Robinson por su poder y alcance.
Estas iglesias no sólo proveyeron
un hogar para los cristianos perseguidos y mantuvieron un testimonio de la
verdad, sino que, además, llegaron a ejercer una influencia de largo alcance.
Cuando a algunos de sus miembros les fue posible regresar a Inglaterra, lo
hicieron y fortalecieron en gran manera a los creyentes allí. Helwys, junto con
otros hermanos, fundó una iglesia bautista en Londres aproximadamente en 1612.
Unos pocos años después, Henry Jacob, un colega de Robinson, vino y ayudó a formar
una iglesia independiente en Londres, de la cual más tarde surgió una iglesia
de bautistas “particulares” o calvinistas.
LIBERTAD DE CONCIENCIA EN EL NUEVO MUNDO
Pero hubo otros cuyo rumbo estaba
determinado por asuntos de más alcance. La idea de establecer iglesias en el
nuevo mundo, donde hubiera libertad de conciencia, de adoración y de
testimonio, llegó a afectar cada vez más a estos exiliados y, después de mucha
oración y bastante negociación, el Speedwell partió en su gran aventura.
La partida fue difícil tanto para
los que se iban como para los que se quedaban. Juan Robinson, en sus palabras
memorables al grupo que partía en Delft Haven, dijo: Les encomiendo ante Dios y
sus benditos ángeles que me sigan no más allá de lo que me han visto seguir al
Señor Jesucristo. Si Dios les revela algo por medio de cualquier otro de sus
instrumentos, estén tan dispuestos a recibirlo como lo estuvieron a recibir
cualquier verdad por medio de mí ministerio, ya que estoy convencido de que el
Señor tiene aun más verdades por revelar en su santa Palabra.
En lo que a mí respecta, no puedo
lamentar suficientemente la condición de aquellas Iglesias Reformadas que han llegado
a estancamiento en la religión, y en el presente no continuarán más allá que
los instrumentos de su reforma. Los luteranos no pueden ser persuadidos a ir
más allá de lo que Lutero vio; cualquier parte de su voluntad que nuestro Dios
ha revelado a Calvino, los luteranos prefieren morir antes que aceptarla. Por
su parte, los calvinistas permanecen firmes donde los dejó el gran hombre de
Dios quien, sin embargo, no vio todas las cosas.
Esto es algo que resulta muy
lamentable, ya que a pesar de que ambos fueron luces brillantes y radiantes en
sus tiempos, ninguno de los dos comprendió todo el consejo de Dios. No
obstante, si vivieran ahora estarían tan dispuestos a abrazar la nueva luz como
la que ambos recibieron al principio, por cuanto no es posible que el mundo
cristiano saliera de una forma tan tardía de semejante oscuridad anticristiana
y pretender quela perfección del conocimiento aparezca inmediatamente.
EL
ESCOLLO DE PLYMOUTH (1620)
Al Speedwell se le unió el Mayflower con un grupo de Inglaterra que debía ir con
ellos, y los dos navíos partieron juntos desde Inglaterra, pero como al
Speedwell se le comenzó a infiltrar el agua, tuvo que regresar. Debido a esto
todos los viajeros se apiñaron en el Mayflower y el pequeño navío zarpó desde Plymouth (1620).
Una enorme tormenta casi les hizo regresar, pero estando resueltos a continuar,
se esforzaron, y luego de navegar durante nueve semanas desembarcaron, 102 personas,
en la Bahía Plymouth en Nueva Inglaterra.
Allí estos peregrinos echaron los
cimientos de un estado que, al hacerse populoso y más próspero que los demás,
no ha olvidado la impresión del carácter de los hombres y mujeres que lo
fundaron en el temor de Dios y el amor por la libertad.
La Iglesia Anglicana, al tener su
origen en la Iglesia de Roma, aunque separada de esta y modificada por las influencias
de los reformistas luteranos y suizos, combinó las características de todos
estos sistemas. Esta convirtió al rey en su Jefe Supremo, y mantuvo así un
carácter político y, al igual que los reformistas, adoptó parte del sistema
clerical de la Iglesia de Roma, con sus baluartes imprescindibles del bautismo
de infantes y la administración de la Cena del Señor por el clero. Sin ser
episcopaliana al principio, a finales del reinado de Isabel la Iglesia
Anglicana ya había comenzado a adquirir el sistema de Roma en este sentido y en
poco tiempo había adoptado completamente dicho sistema de gobierno.
Los puritanos fueron ese elemento
en la Iglesia Anglicana que constantemente luchó contra todo lo que
perteneciese al sistema de Roma, esforzándose siempre por hacerla
definitivamente protestante.
Ellos sufrieron mucho a causa de
sus esfuerzos por mantener la autoridad de la Escritura contra los decretos de
los gobernantes.
Los presbiterianos simpatizaban
más con los reformistas continentales que la Iglesia Anglicana. Escocia aceptó
el presbiterianismo como su Iglesia oficial, pero en Inglaterra semejante
divergencia de uniformidad no fue permitida. Fue por ello que en 1572 las
autoridades dispersaron a una iglesia presbiteriana fundada en Wandsworth.
Los independientes mantuvieron la
doctrina bíblica de la independencia de cada congregación de creyentes y su
dependencia directa del Señor. Tanto se diferenciaban de la Iglesia oficial, al
apartar al rey y a los Obispos delos lugares que ellos habían ocupado en la Iglesia
y negándoles incluso su derecho de ser miembros de la iglesia a menos que se
convirtieran, que no se les mostró ninguna compasión. Ellos fueron encarcelados
por montones, multados, mutilados y ejecutados con la más despiadada crueldad.
Los bautistas eran vistos incluso
peor, ya que compartían totalmente la opinión de los independientes en cuanto a
la iglesia y, además, negaban que el estado tuviera alguna autoridad para
interferir en cuestiones de religión. Repudiaban completamente el bautismo de
infantes y regresaron a la práctica primitiva de bautizar sólo a los creyentes.
De este modo, ellos pusieron el hacha a la raíz del poder clerical.
Su compañerismo espiritual era
con los anabaptistas, los valdenses y otros como ellos. Naturalmente que con ellos
y con los independientes compartieron la mayor ira de aquellos que estaban
resueltos a toda costa a obligar a toda la nación a aceptar aquella forma de
religión que durante aquel tiempo fue ordenado por el Estado.
En todos estos grupos hubo
miembros verdaderos individuales de la iglesia de Cristo, ya fuesen los de
Roma, anglicanos o miembros de la iglesia libre. También hubo grupos de
creyentes que correspondían a las iglesias de Dios del Nuevo Testamento entre
las congregaciones perseguidas y despreciadas, pero como había sucedido y
seguirá sucediendo, les tocó mantener su testimonio en medio de circunstancias
tan confusas como para poner a prueba hasta lo máximo su fe y amor.
LA “AUTHORIZED VERSIÓN” DE LA BIBLIA (1611)
Se le dio un gran impulso a la difusión
del Evangelio por medio dela publicación en 1611 de la hermosa y poderosa traducción
de la Biblia conocida como la “Authorized
Versión”. Su lenguaje
e ilustraciones se han convertido en una parte esencial del idioma inglés, y
ningún libro ha sido tan ampliamente leído o ha ejercido jamás tanta influencia
para el bien. A pesar de la persecución, las congregaciones de creyentes
aumentaron.
Según una declaración hecha en la
Cámara de los Lores (1641), en Londres y sus alrededores había ochenta grupos
de diferentes “sectarios”, y se les tildaron despectivamente a aquellos que
ministraban en ellos de zapateros, sastres y “basura por el estilo”.
La Guerra Civil produjo un gran
cambio en las condiciones imperantes. En el transcurso de la lucha se consideraron
propuestas para la formación de una nueva Iglesia nacional. Como los Obispos
irremediablemente estaban de parte del rey, y resultaba conveniente tener el
apoyo total de Escocia, los teólogos nombrados por el Parlamento para redactar
una nueva forma de religión adoptaron el Pacto Escocés y la forma presbiteriana
de gobierno de la iglesia, la cual fue aceptada por el Parlamento.
LA PRIMERA GUERRA CIVIL (1642–1646)
Los presbiterianos insistieron en
que todo esto debía ser impuesto al pueblo de Inglaterra, e impusieron castigos
severos contra cualquier negativa a conformarse. Las sectas debían ser
exterminadas. Los pocos independientes que tomaron parte en estas discusiones
en Westminster protestaron en vano para que se les garantizara la libertad; los
bautistas, quienes abogaban por una total tolerancia religiosa, ni siquiera
fueron consultados.
Sin embargo, durante la guerra el
ejército del “Nuevo Modelo” de Cromwell había crecido y se había convertido en
el medio indispensable para alcanzarla victoria. Este estaba compuesto de
hombres religiosos, muchos de ellos “sectarios”. Hombres de diferentes credos
habían peleado uno al lado del otro por la misma causa. Episcopalianos,
puritanos, presbiterianos, independientes y bautistas se habían unido en la
adoración y en la guerra y habían desarrollado un respeto mutuo en la dura
lucha que habían compartido. Ellos no estaban dispuestos a ver la libertad de
conciencia, por la cual habían peleado y padecido, desbaratada por legisladores
intolerantes.
Luego, por medio de unos sucesos
rápidos y bruscos, tanto la Asamblea que había redactado la confesión de
Westminster como el Parlamento británico fueron disueltos. Se estableció la
Comunidad Británica de Naciones, y con esta llegó tal libertad de conciencia y
de adoración, tal libertad para expresar y publicar lo que se creía como nunca
antes se había conocido.
El Consejo de estado declaró
(1653) que nadie debería ser obligado a conformarse a la religión pública,
mediante castigos o de otra manera; que “aquellos que profesan fe en Dios por
medio de Jesucristo, aunque difieran en su doctrina, culto o práctica de los
juicios públicos, no deben ser restringidos, sino que se les debe proteger en
la profesión de su fe y el ejercicio de su religión siempre y cuando ellos no
abusen de esta libertad en perjuicio del derecho civil de los demás y en
alteración real del orden público”.
El papado y la prelatura no
estaban incluidos en esta libertad. Se nombraron jueces para examinar a los
ministros de las iglesias. Aquellos que eran hallados ignorantes o de una vida
impía fueron excomulgados. Estos fueron numerosos, y los púlpitos se llenaron
de hombres que demostraron ser capaces de instruir al pueblo. Estos hombres
eran en su mayoría presbiterianos e independientes, aunque unos pocos eran
bautistas.
La eliminación de las
restricciones permitió que aparecieran dones ocultos entre las personas, y un
sinfín de predicadores y escritores capaces fueron tanto el resultado de esto
como un estímulo para avivar la vida espiritual. Durante este tiempo hubo un
gran incremento de la predicación del Evangelio, y no pocas de las iglesias
fundadas como resultado de esto eran de un carácter no sectario.
Se despertó así una conciencia
nacional con relación a las necesidades de los paganos, y el Parlamento
constituyó una corporación para la propagación del Evangelio en Nueva
Inglaterra, declarando “que los Comunes de Inglaterra reunidos en el
Parlamento, al tener conocimiento de que los paganos de Nueva Inglaterra
comenzaban a invocar el nombre del Señor, se sintieron obligados a ayudar en
dicha obra”.
El interés que condujo a esto
había sido despertado por Juan Eliot, quien, expulsado de Inglaterra por la
persecución, atravesó el mar y llegó a Boston. De allí pasó a vivir entre los
indios, aprendió su idioma, al cual tradujo la Biblia y otros libros, y predicó
el Evangelio entre ellos, dando lugar a su mejoramiento social y espiritual.
En Drayton in the Clay en
Leicestershire, Inglaterra, a Christopher Fox y María su esposa, gente devota,
les nació un hijo (1624) a quien llamaron George (Jorge)6 y quien, siendo aún
un niño, “tuvo una seriedad y firmeza de mente y espíritu poco comunes en los
niños”. De ese entonces él decía: “Cuando vi a los hombres adultos comportarse
los unos con los otros de manera irresponsable y libertina, surgió un disgusto
en mi corazón y me dije a mí mismo: ‘Si alguna vez llego a ser adulto, sin duda
no me comportaré así’”.
JORGE FOX (1624–1691)
Cuando apenas tenía once años,
Jorge se dio cuenta de que sus palabras debían ser pocas y que su “Sí” y “No”
debían ser suficientes. También se dio cuenta de que debía comer y beber, no
con desenfreno, sino para la salud, “usando a las criaturas cada una en su servicio,
como siervos en sus lugares, para la gloria de su Creador”. Después de
desempeñarse en los negocios por un tiempo, a la edad de diecinueve años sintió
un llamado de Dios de salir de su hogar, y durante los cuatro años siguientes
viajó, regresando a su hogar de vez en cuando.
Durante este tiempo se encontró
en una gran aflicción y conflicto espiritual; oró, ayunó y le dedicó mucho
tiempo a las caminatas largas y solitarias. También se dedicó a hablar con
muchas personas, pero fue perturbado al darse cuenta de que los profesores de
religión no poseían lo que profesaban. Durante las fiestas religiosas, como las
navidades, en lugar de sumarse alas festividades, Jorge solía ir de casa en
casa visitando a las viudas pobres y dándoles dinero, de lo cual poseía lo
suficiente para sí mismo y para ayudar a los demás.
En sus caminatas, llegó a tener
lo que él llamaba “aperturas” del Señor. Un día, cerca de Coventry, él meditaba
acerca de por qué se dice que todo cristiano es creyente, ya sea protestante o
papista. “Pero,” consideró, “el creyente es aquel que ha nacido de nuevo, que ha
pasado de muerte a vida, de lo contrario no es creyente”. De modo que se dio
cuenta de que muchos que profesan ser cristianos o creyentes no lo son.
En otra ocasión, un domingo por
la mañana, mientras atravesaba un campo, el Señor le reveló “que el hecho de
haber estudiado en Oxford o Cambridge no era suficiente para equipar y
capacitar a los hombres para ser ministros de Cristo”. Quedó impresionado por
la Escritura: “No tenéis necesidad de que nadie os
enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas” (1 Juan 2.27), y se valió de esto
para justificar su ausencia de la iglesia y, en lugar de ello, llevar su Biblia
y retirarse a los huertos y campos.
Nuevamente le fue revelado:
“Dios, que hizo el mundo, no habita en templos hechos por manos humanas”. Esto
le sorprendió, ya que era común hablar de las capillas como “templos de Dios”,
“lugares temibles”, “tierra santa”, pero ahora él veía que el pueblo de Dios es
su templo y que él mora en ellos.
Al cabo de este tiempo,
finalmente abandonó su hogar y amistades. De allí, Jorge Fox vivió una vida
errante, se hospedaba en una habitación de algún que otro pueblo, se quedaba
allí unas pocas semanas y luego continuaba su viaje. Había perdido la esperanza
de que el clero le pudiera ayudar y se había vuelto a los disidentes, pero
ninguno de estos pudo aconsejarlo en su condición. Fue entonces cuando él dijo:
“Cuando se acabaron todas mis esperanzas en ellos y en todos los hombres, de
manera que no quedaba nada que me ayudara ni sabía qué hacer, entonces, ¡ah!,
escuché una voz que dijo: Hay uno sólo, Jesucristo, que puede hablar a tu
condición’, y cuando escuché esto mi corazón dio un vuelco de alegría”. Luego
Jorge experimentó una gran paz, gozó de una comunión con Cristo, se percató de
que, en el Señor quien lo había hecho todo y en quien él creía, él poseía todas
las cosas. Él no podía dejar de alabar a Dios por su misericordia.
Él fue consciente del mandato del
Señor de ir a las naciones, a fin de traer a las personas de las tinieblas a la
luz, por lo que dice: Yo me di cuenta de que Cristo había muerto por todos, y
que era una propiciación para todos; que él alumbró a todos los hombres y
mujeres con su vida divina y salvadora; y que nadie podría ser un verdadero
creyente a menos que creyera en esto De estas cosas no me percaté por medio de
la ayuda del hombre ni mediante la lectura, aunque estas cosas están escritas,
sino que las vi a la luz del Señor Jesucristo y por medio de su Espíritu
inmediato y su poder, al igual que lo hicieron los santos hombres de Dios, por
quienes se escribieron las Sagradas Escrituras.
Sin embargo, yo no sentía poca
estima por las Sagradas Escrituras, sino que ellas eran muy valiosas para mí,
por cuanto yo me encontraba en aquel Espíritu mediante el cual ellas fueron
reveladas. Y lo que el Señor me reveló, más tarde me di cuenta de que era
conforme a ellas.
Muchos comenzaron a reunirse para
escuchar a Jorge Fox, y algunos se convencieron. Las reuniones de los “amigos”
comenzaron a llevarse a cabo aquí y allá.
Un principio con Fox era el
rechazo a portar armas o a participar en la guerra. Él desechaba todo uso de la
fuerza y enseñaba que se debía soportar y perdonar todas las cosas, que no se
debía hacer ningún juramento que se
debía rechazar todo pago del diezmo. El modo de llevar a cabo estos principios
y esta misión era sin ningún temor y sin tener en cuenta ninguna de las
consecuencias.
Un ejemplo de esto aparece en su Diario: Fui a otra capilla que quedaba
aproximadamente a cinco kilómetros, donde predicaba un gran sumo sacerdote, llamado un doctor Entré a la capilla y me quedé allí hasta que el sacerdote había
concluido. Las palabras que él tomó como
versículos claves fueron las siguientes: “A todos los sedientos: Venid a las
aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed.
Venid, comprad sin dinero y sin
precio, vino y leche.” Luego me sentí guiado por el Señor a responderle:
“Bájate, engañador. ¿Tú invitas al pueblo a venir y a tomar gratis del agua de
la vida y, sin embargo, cobras trescientas libras de ellos cada año para
predicarles las Escrituras? ¿Acaso no debes avergonzarte por esto? ¿Acaso el
profeta Isaías y Cristo hicieron eso, quienes dijeron las palabras y se las
dieron gratis? ¿Acaso Cristo no les dijo a sus ministros a quienes envió a
predicar: “De gracia recibisteis, dad de gracia”?
El sacerdote, mostrando asombro,
se marchó precipitadamente. Después que él había abandonado su rebaño, tuve
todo el tiempo que deseé para hablarle a la gente. Y los dirigí de las
tinieblas a la luz y a la gracia de Dios, aquella que les enseñaría y les
traería salvación. Los dirigí al Espíritu de Dios en su interior, el cual sería
un maestro gratuito para ellos.
Se inició un conflicto que se
propagó por todo el país y más allá de sus fronteras. Los métodos de los
“amigos” anularon todo propósito de tolerancia del gobierno, y la conmoción
local y el enojo tuvieron su expresión en violencia extrema. Los “amigos”,
ahora llamados “cuáqueros” en son de burla, fueron azotados, multados,
encerrados en prisiones repugnantes, y sometidos a toda clase imaginable de
indignidades. El propio Fox fue encarcelado repetidas veces, azotado y
maltratado. Como la cantidad de miembros aumentaba constantemente, rara vez
hubo menos de mil “amigos” en prisión al mismo tiempo.
LA “SOCIEDAD DE LOS AMIGOS” O LOS “CUÁQUEROS”
No obstante, ellos nunca se amedrentaron
ni trataron de evadir la persecución, más bien parecía que la invitaban y, a
pesar de todo, la Sociedad iba en aumento, sus reuniones se propagaron por todo
el país, y de ellas salieron predicadores, tanto hombres como mujeres, a
quienes ningún peligro logró contener.
Ellos muy pronto llegaron también
al extranjero; hacia el oeste a las Antillas y los asentamientos de la Nueva Inglaterra,
y hacia el este al interior de Holanda y Alemania.
En el reinado de Jacobo II las
circunstancias trajeron libertad para los “amigos”, entre otros, y la Sociedad
pudo desarrollar libremente las labores para el alivio del sufrimiento y la
eliminación de la injusticia que tanto la han caracterizado siempre.
El poder de su testimonio
radicaba en el avivamiento de la verdad olvidada en lo referente a la vida
interna del Espíritu Santo. La Sociedad de los Amigos no fundó iglesias en el
sentido del Nuevo Testamento, ya que el ingreso a ella no se basaba en la
conversión o el nuevo nacimiento, ni se practicaban las ordenanzas externas del
bautismo y la Cena del Señor.
Con todo, las reuniones se
convertían en oportunidades donde había libertad para que el Espíritu Santo
ministrara por medio de alguien que él escogiera, sin estar limitado por
ninguna regulación humana.
En la Restauración hubo un
retorno a la antigua política de esforzarse por obligar a todos los partidos a
conformarse a la Iglesia Anglicana. Se promulgó así el Decreto de Uniformidad
(1662), el cual exigía que cada ministro en la Iglesia debiera declarar ante su
congregación su aprobación incondicional y su consentimiento a todo lo que
contenía el Libro de la Oración Común, y que cada ministro debiera
obtener ordenación episcopal.
EL
DECRETO DE UNIFORMIDAD (1662)
El resultado fue que dos mil
ministros, incluyendo, por supuesto, a los mejores, se negaron a someterse y
fueron expulsados de su manera de ganarse la vida. Esto fortaleció la
disconformidad en el país y decreto tras decreto fue promulgado para eliminarla.
Ningún disidente podía ocupar un cargo en ningún cuerpo municipal, ni podía
celebrar ningún encuentro en el cual estuvieran presentes más de cinco personas
además de los miembros de su familia, ni tampoco se le podía conceder ningún
empleo gubernamental.
A los ministros expulsados se les
prohibió acercarse más de los ocho kilómetros de cualquier pueblo o de cualquier
lugar donde ellos hubieran ministrado anteriormente.
Los castigos relacionados a
cualquier infracción de estas leyes eran los más severos. Sin embargo, los
bautistas y los independientes celebraban reuniones secretas, los cuáqueros
continuaron celebrando las suyas sin ocultarse, y pronto las prisiones se
encontraban nuevamente repletas. Las multas, las picotas, los cepos y las
asquerosas cárceles reanudaron su antiguo trabajo. Había comenzado una nueva
fase de un conflicto desesperado e incesante entre el partido de la Iglesia
oficial y los disidentes, o bien había alcanzado un nuevo nivel. Duraría desde
mediados del siglo XVII hasta bien entrado el siglo XIX, en el curso del cual,
poco a poco, frente a una hostilidad implacable, los disidentes obtuvieron los
derechos de ciudadanos de su propio país.
A través de todos estos
conflictos se desarrolló un extraordinario cúmulo de gracia y poder espiritual
e intelectual en todos los distintos grupos. Entre una multitud de hombres
distinguidos, Ricardo Baxter el presbiteriano es recordado por su libro Descanso eterno de los santos; Juan Owen (1616–1683), por ser el
poderoso exponente de las doctrinas de las iglesias congregacionalistas; Isaac
Watts (1674–1748), también un independiente, recordado por sus himnos, los
cuales le dieron una nueva expresión a la adoración y la alabanza; y Juan
Bunyan (1628–1688), cuyo libro El
progreso del peregrino probablemente ha sido más leído que cualquier otro libro jamás
escrito, excepto la Biblia, quien también por medio de sus sufrimientos y obras
clasifica entre los más ilustres.
RICARDO BAXTER (1615–1691)
La iglesia en Bedford, de la cual
él fue un miembro y, posteriormente, anciano y pastor, ha dejado en sus actas
un informe del trabajo desempeñado, con
frecuentes oraciones y ayunos, en el recibimiento de los miembros, el ejercicio
de la disciplina y también en la visita e instrucción de los creyentes. Incluso,
cuando la iglesia se encontraba bajo la tensión de la persecución y
encarcelamiento, empobrecida por las multas y expulsada de un lugar de reunión
a otro, la diligencia de los ancianos a la hora de cumplir el testimonio y el
ministerio encomendado a ellos fue ininterrumpida. A pesar de ser una iglesia
bautista, ellos fueron enfáticos en no permitir que el bautismo llegara a ser
la base sobre la cual basar su compañerismo con otros. Tampoco permitieron que
las diferencias de opinión sobre este asunto fueran un obstáculo para estar en
comunión.
Bunyan deseaba la comunión con
todos los cristianos, y en este sentido escribió: No permitiré que el bautismo
de agua sea la regla, la puerta, el cerrojo, el obstáculo, la pared divisoria entre
los justos y los justos El Señor me libre de pensamientos supersticiosos e
idólatras acerca de cualquiera de las ordenanzas de Cristo y de Dios. Ya que
desean saber por cuál nombre me quisiera distinguir entre los demás, les digo
lo que quiero y espero ser: un cristiano, y deseo, si Dios me considera digno,
que me llamen cristiano, creyente o por cualquier otro nombre aprobado por el
Espíritu Santo.
LABADIE, LOS PIETISTAS, ZINZENDORF,
FILADELFIA (1635–1750)
Labadie funda una hermandad en la
Iglesia Católica Romana, se une a la Iglesia Reformada, viaja a Orange, a
Ginebra; Willem Teelinck; Gisbert Voet; van Lodensteyn; Labadie viaja a
Holanda; Diferencia entre los ideales presbiterianos e independientes; Reformas
en la iglesia de Middelburg; Conflicto con los Sínodos de la Iglesia Reformada;
Conflicto sobre el racionalismo; Labadie condena los Sínodos; Labadie es
excluido de la Iglesia Reformada; Una iglesia separada fundada en Middelburg;
La nueva iglesia expulsada de Middelburg, trasladada a Veere, luego a
Amsterdam; Fundación de una iglesia en casa; Ana María van
Schurman; Diferencia con Voet;
Problemas de la iglesia en casa; El traslado a Herford; Labadie muere en
Altona; Traslado de la iglesia en casa a Wieuwerd; Efectos del testimonio;
Spener; Los pietistas; Franke; Cristián David; Zinzendorf; Herrnhut;
Disensiones; Aceptación de los estatutos de Zinzendorf; Avivamiento;
Descubrimiento de un documento en Zittau; Determinación de restaurar la Iglesia
Bohemia; Posibilidad de las relaciones con la Iglesia Luterana; Antonio, el antillano;
Las misiones moravas; La misión en Inglaterra; Cennick; El control central
resulta incompatible con la creciente obra; Las Sociedades de Filadelfia;
Miguel de Molinos; Madame Guyon;
Gottfried Arnold; Wittgenstein; La Biblia marburguesa; La Biblia berleburguesa;
La invitación filadelfa; Hochmann von Hochenau; Tersteegen; Jung Stilling; Las
iglesias primitivas, reformadas y otras más; Varias formas de regresar a las
Escrituras.
JEAN LABADIE (1610–1674)
El hilo de pensamiento de los
místicos en la Iglesia Católica Romana influyó en la vida de un joven, Jean de
Labadie, nacido en Burdeos en 1610, y educado por los jesuitas con vistas a
convertirlo en un miembro de su Compañía. Insatisfecho con sus estudios
teológicos, Labadie se volvió al Nuevo Testamento y quedó profundamente impresionado
por la grandeza del Evangelio.
Además, él se dio cuenta de cuán
corrupto se había vuelto el cristianismo y concluyó que el camino a la
restauración sólo era posible por medio de un regreso al modelo de la primera
asamblea en Jerusalén. Habiendo sido ordenado sacerdote (1635),él sintió que su
ordenación no provenía de un Obispo, sino de parte del Señor mismo, quien lo
había llamado desde el vientre de su madre para reformar la Iglesia Cristiana.
Comprendió que debía apartarse de
los jesuitas, con quienes aún no estaba vinculado del todo. Sin embargo, no
parecía haber ninguna posibilidad de desenredarse incluso de la posición en la
cual ya se encontraba. Se había involucrado demasiado como para regresar, de
manera que se encomendó en las manos de Dios y esperó a que él le mostrara el
camino. Una seria y prolongada enfermedad hizo que los jesuitas renunciaran a
la idea de que él alguna vez se convirtiera en uno de sus miembros, y él pudo
abandonar Burdeos y su antiguo ambiente. Sus actividades en Burdeos habían
llegado ser tan exitosas que con el consentimiento del Arzobispo él aceptó un llamado
y comenzó a enseñar primero en París y luego en Amiens.
Muchas personas se sintieron
atraídas a sus predicaciones. Su método consistía en leer un pasaje de la
Biblia, incluso varios capítulos, y luego explicarlos. La gente comenzó a
renunciar a sus rosarios y a dedicarse al estudio del Nuevo Testamento del cual
Labadie hizo circular muchos ejemplares. Enseñaba que el Evangelio es la única
norma de fe y piedad, y que el estilo de vida de los cristianos primitivos es
el modelo para todos los tiempos. Con el permiso del Obispo se fundó una
“congregación” o “hermandad”, la cual consistía sólo en aquellos que habían
sido vivificados.
Ellos se reunían dos veces a la
semana para la meditación, y leían la Biblia en sus propios hogares. En este
círculo él manifestó su ferviente deseo de que, según el tiempo de Dios,
llegara el momento en que la Iglesia fuera restaurada a su condición original,
a fin de que fuera posible leer la Palabra de Dios allí, predicar conforme a la
costumbre de la iglesia original (1 Corintios14) y tomar la Cena del Señor
tanto con la copa como con el pan.
Perseguido con persistencia por
los jesuitas, Labadie abandonó Picardía y viajó a Guyena, su lugar de
nacimiento, acompañado de varios miembros de la hermandad como una asamblea
ambulante. Allí se encontró con la enseñanza de Calvino, la cual estudió,
creyendo que entre las congregaciones Reformadas encontraría a un pueblo que
vivía para Dios y actuaba conforme a los principios del Evangelio en doctrina, adoración
y estilo de vida. Él descubrió que todas las convicciones más importantes y
decisivas que él había recibido las había obtenido por medio del estudio de la
Escritura, mientras aún se encontraba en la Iglesia Católica Romana, y no por
medio del estudio de las obras de Calvino.
Aquí Labadie escuchó acerca de
los esfuerzos hechos en el siglo XVI por Le Fèvre, Briçonnet, Roussel y otros
más para reformar la Iglesia.
La continua persecución lo obligó
a ocultarse entre los Carmelitas y en los castillos de sus admiradores, donde
se relacionó con familias que pertenecían a la Iglesia Reformada, familias por
cuyas vidas y enseñanza él se sintió impresionado. Él había intentado servir y
sanar a la Iglesia de Roma, pero se dio cuenta de que se encontraba en
oposición irreconciliable con su clero.
Él esperaba que al unirse a la
Iglesia Reformada tendría la libertad de confesar públicamente las verdades que
Dios había puesto en su corazón. Al sentir un acuerdo general con la enseñanza
de la Iglesia Reformada, Labadie ingresó en ella en 1650 en Montauban, pero lo hizo
con la convicción de que su disciplina era indulgente y su práctica indigna.
Como sus esfuerzos por reformar la Iglesia Católica Romana habían sido
resistidos, ahora sintió el llamado de traer la reforma a la Iglesia Reformada.
En sus escritos y prédicas,
Labadie demostró que el poder de una reforma externa y una vida piadosa yacía
en una vida interna de comunión con Dios, y escribió instrucciones detalladas
en lo referente a la oración y la meditación. La meta constante del cristiano,
decía él, debe ser la conformidad de su voluntad a la voluntad de Dios; o sea,
una unión con Dios. Su amor por Dios debe ser desinteresado e incondicional; él
amaría y glorificaría a Dios aun si Dios lo hubiera tenido por perdido.
Obligado a salir de Montauban,
Labadie pasaba por Orange, pero el presbiterio de la iglesia allí lo persuadió
a quedarse. Con la ayuda de los miembros, se dispuso a hacer una reforma total,
de manera que aquella fuese realmente una Iglesia “Reformada”. Y en gran medida
se logró.
Al cabo de menos de los dos años,
debido a las amenazas de Luis XIV que hacían peligrosa su estancia incluso en
los territorios del príncipe de Orange, él aceptó una invitación de la iglesia
francesa en Londres de convertirse en su ministro. Al temer pasar por Francia,
Labadie viajó a través de Suiza. Sin embargo, en Ginebra él fue disuadido de
continuar su viaje por lo que se quedó como predicador en la iglesia de aquel
lugar (1659).
Su predicación resultó ser tan
poderosa que la desidia que había seguido el gobierno estricto de Calvino fue
inmediatamente refrenada y hubo un retorno a la justicia que afectó la
condición moral de la ciudad en general. Una bendición más especial se alcanzó
por medio de las lecturas de la Biblia que se celebraban en su propia casa
donde un grupo de jóvenes se reunía en torno a él y él les enseñaba “la sana
doctrina y la vida piadosa” como “las dos manos” del cristiano. Uno de los
jóvenes que recibió ayuda por medio de estas lecturas de la Biblia fue Felipe
Jakob Spener.
En 1661, Labadie recibió una
invitación, para ir a Holanda, de algunas personas que eran conocidas por su
testimonio cristiano sincero. Entre ellas estaban Voet, van Lodensteyn y Ana
María van Schürman, quienes le pidieron que aceptara el cargo de predicador en
la iglesia en Middelburg donde Teelinck había ejercido un ministerio de un
poder y bendición extraordinarios.
Desde la liberación de los Países
Bajos del yugo español, por medio de la lucha heroica dirigida por William de
Orange, estos se encontraban más adelantados que sus vecinos tanto en la
libertad religiosa como en la prosperidad material, y se habían convertido en el
escenario y centro de intensas actividades espirituales. La Universidad en
Franecke era famosa por el aprendizaje y la piedad de sus profesores.
WILLEM TEELINCK (1579–1629)
El que originó mucho de este
empeño e interés en asuntos de religión fue Willem Teelinck, nacido en 1579,
cuyo padre ocupó un cargo prestigioso en la administración del país. Teelinck viajó
y estudió durante siete años en Francia, Escocia e Inglaterra. En Londres se
puso en contacto con familias puritanas, donde lo que él escuchó y leyó lo condujo
a un cambio de vida.
Luego pasó tiempo en oración,
tuvo días de ayuno y decidió renunciar a sus estudios legales a fin de
dedicarse exclusivamente al ministerio de la Palabra. Teelinck vivió algún
tiempo con una familia en Bamburgh donde observó una vida de oración y de
buenas obras como nunca antes había visto o imaginado posible.
La oración habitual y la lectura
de las Escrituras con exposición en el hogar, las acciones de gracias y las
conversaciones alrededor de la mesa, las alabanzas, la asistencia a las
reuniones en las cuales los siervos y los niños se mostraban tan interesados
como los encargados del hogar, la inagotable bondad, el cuidado de los enfermos
y necesitados —todo esto ejerció una gran influencia sobre él que afectó toda
su vida.
A su regreso a Holanda, Teelinck
trabajó con mucho éxito en la predicación, en visitar a otros y en sus
escritos. Todo esto, junto con su ejemplo piadoso en su vida personal y en su
casa, ocasionó un avivamiento general. Los últimos dieciséis años de su vida
los pasó en Middelburg donde murió en 1629.
Él había sentido profundamente el
carácter meramente nominal del cristianismo reformado. Le parecía que en su
propio país este era hasta cierto punto un cuerpo sin vida, luz ni calor. Fue
por ello que se dedicó por entero a su reforma real. Aunque para ello confiaba
principalmente en los medios espirituales, siguió creyendo que donde no se
pudieran eliminar los errores fundamentales mediante estos medios, se hacía
necesaria la ayuda del estado.
GISBERT
VOET (1588–1676)
Gisbert Voet (Voetius), quien
continuó con la enseñanza de Teelinck, desempeñó un papel activo en las
controversias teológicas de su tiempo y fue capaz de defender la Iglesia
Reformada frente a todos los que se opusieron a ella, y llegó a conocerse como
su miembro más distinguido. Él introdujo la práctica de celebrar asambleas o
reuniones fuera de los servicios regulares de la iglesia, en las cuales también
participaban los laicos. Estas reuniones fueron desarrolladas por Jodocus van
Lodensteyn, un discípulo de Voet, quien también había estudiado en Franecke.
Bajo su caluroso aliento las reuniones se convirtieron en una parte importante
de la vida religiosa del país.
Retomando el tema de Labadie: una
invitación de parte de semejantes personas y con condiciones aparentemente tan
favorables le llamó tanto la atención que, a pesar de muchos esfuerzos por
mantenerlo en Ginebra, él se trasladó a Holanda. El viaje era peligroso. No obstante,
para ese entonces un grupo de ochenta valdenses se encontraba en Ginebra y,
estando provistos de pasaportes, iban al Palatinado (Pfalz).
Tres de ellos demoraron en
Ginebra por enfermedad, y Labadie y sus amigos, Y von y Dulignon, viajaron en
su lugar sin ser detectados. En Heidelberg se les unió Menuret, y allí los
cuatro hicieron voto de santificarse completamente; de negar al mundo con sus
deseos, bienes, placeres y amigos; de seguir a Jesucristo, pobre, despreciado y
perseguido, a fin de crecer en su semejanza y llevar su cruz y afrenta; de
consagrarse a Dios y a su Evangelio, primeramente practicándolo ellos mismos
para luego poder ayudar a los demás a que también lo hicieran.
Al llegar a Holanda, ellos fueron
primero a Utrecht donde fueron invitados a la casa de Ana María van Schürman.
Allí fueron calurosamente recibidos por ella, por Voet y otros, y se quedaron
en ese lugar diez días. Durante este tiempo Labadie predicó con un poder y un
efecto marcado. Su anfitriona quedó cautivada con su enseñanza, pero Voet y van
Lodensteyn se dieron cuenta de que el espíritu de Labadie era muy diferente del
que había tenido Teelinck. Se preguntaban si él y ellos lograrían trabajar
juntos, y dudaban de que el mundo pudiera ser sacado de la Iglesia por completo
como Labadie realmente pensaba que sería posible.
LOS PRESBITERIANOS CONTRA LOS INDEPENDIENTES
Aun en esta etapa temprana, las
diferencias entre los sistemas presbiteriano se independientes comenzaron a
mostrarse; el primero era practicado por la Iglesia Reformada, el otro estaba
más de moda en Inglaterra, y era el que Labadie aprobaba con cada vez más
claridad. Los independientes negaban la autoridad de los Sínodos, al considerar
a cada congregación directamente por debajo de Cristo y responsable ante él,
mientras que las Iglesias Reformadas francesas y holandesas habían organizado
un sistema de Sínodos semestrales, a los cuales cada iglesia enviaba dos
representantes, quienes luego le comunicaban a la iglesia las decisiones del
Sínodo.
La Iglesia Reformada le daba gran
importancia también al oficio y los derechos de sus predicadores así como a su
instrucción para tal oficio.
Los fracasos que ellos observaban
en el cuerpo de ministros entre otros grupos, tales como los menonitas, eran
para ellos una confirmación de su punto de vista. Los independientes no
reconocían ningún oficio de la iglesia como esencial en lo absoluto ni nombrado
por Dios. Ellos consideraban, al igual que Labadie, que una iglesia es una
congregación de personas que creen, y que esa fe proveía el fundamento
necesario de enseñanza y testimonio.
Por otra parte, Teelinck y Voet
consideraban que la iglesia era un campo donde el poder del Evangelio debía
hacerse eficaz, y el propósito de su obra era la conversión de sus miembros,
para luego encaminarlos a una vida piadosa. A van Lodensteyn le hubiera gustado
llamar la Iglesia “hacia la Reforma” (Reformada) en vez de un cuerpo “Reformado” (Reformada).
Él y Voet esperaban abrir un
camino en medio de los dos ideales. Al otro extremo había un sector de la
población que opinaba que la iglesia había caído tanto que ya no era posible
encontrarla en el mundo, y que lo único que restaba era esperar la venida de
Cristo.
Poco después de llegar a
Middelburg, Labadie se sintió decepcionado al ver el bajo nivel espiritual al
que tanto las asambleas francesas como las holandesas habían descendido. La
disciplina de la Iglesia se había descuidado y la Iglesia estaba lejos del
ideal de Labadie. Él empezó a llevar acabo la reforma por medio de la
predicación, la catequización, la disciplina y los encuentros en grupos
pequeños, pero su piedad y abnegación fueron aun más eficaces a la hora de
ejercer influencia sobre las personas.
Él instó a los miembros del
Consistorio diciéndoles que con el ayuno, la oración y la separación absoluta
de todo mal ellos debían usar de manera eficaz las llaves de “desatar y atar”
que Cristo les había encomendado. Debían abnegarse y dedicarle tiempo a la
meditación y la oración. Sólo de esta manera podría transformarse la asamblea
de creyentes. Una predicación como la de Labadie no se había escuchado en
Holanda.
Su costumbre de orar de manera
improvisada, en la cual él también animaba a los demás, era nueva para la
Iglesia. Además, él enseñó la unión del alma con Dios de una manera poco común.
Bajo su dirección la asamblea se esforzó por llevar a cabo los principios del
Nuevo Testamento. Entre ellos se entendía que “la profecía” era un don que
cualquier hermano podía ejercer, y que, guiado por el Espíritu Santo, podía
ponerse de pie en la reunión, explicar la Palabra de Dios y aplicarla de una
manera apta para las necesidades de la iglesia. Labadie escribió un libro
titulado:
El discernimiento de una iglesia verdadera conforme
a las Sagradas Escrituras mediante treinta señales destacadas por medio de las
cuales se puede conocer. Él muestra que sólo un grupo de personas que realmente son nacidos
de nuevo puede considerarse una iglesia verdadera; donde todos, por medio del
Espíritu Santo, son unidos en un cuerpo y donde todos los miembros de la
asamblea son guiados por el Espíritu de Cristo.
Su enseñanza ganó los corazones
de una gran cantidad de personas no sólo en Middelburg, sino también en todos
los Países Bajos. Al mismo tiempo se hizo cada vez más evidente que, de ser
seguida, dicha enseñanza cambiaría completamente el carácter de las Iglesias Reformadas,
haciendo hincapié en la vida interna de comunión con Dios de una manera a laque
aquellas congregaciones no estaban acostumbradas. Ellas temían que tal énfasis
pondría en peligro el descanso del alma en la obra de Cristo, haciendo más de
Cristo en ella que de Cristo por ella, exaltando las obras a costa de la fe, insistiendo más en la
santificación que en la justificación.
Las Iglesias Reformadas también
se dieron cuenta de que la libertad de ministerio permitida podría afectar el
poder de dirigir y la influencia de los ministros ordenados de la iglesia.
La oposición a lo que Labadie
consideraba como reforma necesaria, pero que en opinión de la mayoría de los
líderes de la Iglesia traía cambios perturbadores y extraños, llegó a ser
definitiva, organizada e implacable. En un Sínodo francés celebrado en
Amsterdam en 1667, se le exigió a
LABADIE RECHAZA LA CONFESIÓN BELGA.
Labadie que firmara la Confesión
Belga. Él rehusó hacer esto, alegando que ahora él encontraba muchas
expresiones no bíblicas en ella, aunque anteriormente había firmado la idéntica
Confesión Francesa en Montauban, Orange y Ginebra. Esto fortaleció tanto la
oposición hacia él que, en un Sínodo posterior celebrado en Leiden, se decidió
que si él no firmara la Confesión Belga en el próximo Sínodo, a celebrarse en
Vlissingen, y de no comprometerse a conformarse a las costumbres de la Iglesia
Reformada, sería suspendido de su oficio.
El pueblo de Middelburg se
indignó tanto por esto que el magistrado se vio obligado a tomar medidas, y como
resultado, cuando el Sínodo se reunió en Vlissingen, los allí presentes
tuvieron que retirar las quejas contra Labadie de las actas del Sínodo de
Leiden.
Por este tiempo se publicó un
libro por un doctor de Amsterdam, Ludwig Meijer, el cual argumentaba que el
entendimiento natural debía ser la base de toda exégesis bíblica. Esta
enseñanza racionalista produjo tal oposición entre todas las personas en Holanda
que creían en la inspiración de las Escrituras que las autoridades civiles
nombraron al erudito y conocido profesor Coccejus para que escribiera una refutación.
Otros también escribieron, y
entre ellos Ludwig Wolzogen, predicador de la Iglesia Reformada francesa en
Utrecht. Sin embargo, el libro de Wolzogen, aunque aparentemente fue escrito en
oposición al racionalismo, divergía tanto de la enseñanza aceptada por la
Iglesia que quienes creían en la inspiración de la Biblia consideraron este
libro más bien como una defensa de la enseñanza objetada. Labadie también escribió,
y el Concilio de la Iglesia francesa en Middelburg determinó que su libro era
una refutación tan convincente de la enseñanza racionalista que decidió
presentar una moción en el próximo Sínodo en Vlissingen en busca de una condena
formal del libro de Meijer.
Como consecuencia de esto, el
Sínodo nombró a los Concilios de las iglesias de tres ciudades, entre ellas
Middelburg, a fin de que prepararan un informe sobre el libro para el próximo
Sínodo a celebrarse en Naarden (1668). Los informes de los tres Concilios se
diferenciaban considerablemente, pero fue una sorpresa cuando una gran mayoría
del Sínodo declaró que el libro de Meijer era ortodoxo y justificó a Wolzogen.
Labadie salió del Sínodo para
consultar con el Concilio de su iglesia en Middelburg, pero entre tanto el
Sínodo procedió a suspenderlo de su oficio provisionalmente por haber
introducido enseñanzas y prácticas extrañas a la Iglesia. Otros cargos fueron
presentados en su contra: que él había enseñado que el tiempo presente es el
reino de la gracia y que el reino milenario de Cristo no comenzará hasta que él
haya vencido a todos los enemigos y haya cumplido el propósito de la creación,
a pesar de la caída del hombre, y haya llevado a cabo la restitución de todas
las cosas al estado en que Dios las creó. Si Labadie no se sometía, finalmente sería
expulsado de su oficio.
Aconteció, pues, que una comisión
del Sínodo fue enviada a Middelburg con autoridad para suspender a cualquier
miembro del Concilio de la Iglesia que se opusiera a su decreto, pero el
Concilio de la iglesia de Middelburg se negó a aceptar el decreto del Sínodo,
alegando que Labadie no había sido hallado culpable de haberse apartado de la
enseñanza y del orden de la Iglesia. Por tanto, todo el Concilio fue
suspendido. Se decidió que en el próximo Sínodo a Labadie debería prohibírsele
predicar.
De él se opinaba que era muy
peligroso, más aún debido a sus dones extraordinarios. Él mismo nunca pensó
rendirse, sino que continuó predicando, y declaró mediante un escrito que él no
podía tener hermandad con el Sínodo, ya que había caído por completo en el
error y la maldad. Labadie no sólo encontró error en la Confesión Belga, sino
que afirmó que el Sínodo rechazaba la enseñanza de 1 Corintios 14.
Además, condenó el sistema
completo de los Sínodos y los Consistorios, las formas litúrgicas
estereotipadas, la lectura de la Escritura sin explicación, el uso indebido de
los sacramentos al aceptar a aquellos que no eran nacidos de nuevo como
testigos en los bautismos y como partícipes de la Cena del Señor. También
señaló que en los matrimonios personas notoriamente impías eran obligadas a
hacer votos cristianos y luego se les prometía la bendición de Dios; que las
autoridades de la Iglesia se adueñaban de poderes papales y que limitaban las
conciencias de la gente con sus ordenanzas.
Labadie dijo que no existe
autoridad en la iglesia aparte de la del Espíritu Santo y la Palabra de Dios,
es decir, aquella contenida en las Sagradas Escrituras y el testimonio personal
de la Palabra de Dios que corresponde con ellas. Por lo tanto, dado que la
conciencia del cristiano sólo es guiada por medio de la autoridad de la Palabra
de Dios, no constituye rebelión rechazar las ordenanzas de los Sínodos y otras
instituciones humanas cuando estas son contrarias a la Biblia. Por el
contrario, es más bien el deber de la asamblea cristiana hacer esto en beneficio
de la libertad cristiana y oponerse al establecimiento de un nuevo papado que
actuaría como si estuviera por encima de la Palabra de Dios.
El tan esperado Sínodo se celebró
en Dortrecht en el año 1669. Labadie y el Concilio de la iglesia de Middelburg,
con algunos miembros de la iglesia, esperaron una semana en Dortrecht para
poder apelar contra el trato que habían recibido. No se les dio la oportunidad.
El Sínodo confirmó la expulsión de Labadie y de todos sus partidarios, “debido
a que ellos habían demostrado ser desobedientes a las leyes de la Iglesia e
intentaban provocar una división”.
Labadie estaba seguro de que
había sido llamado por Dios para restablecer las iglesias según el modelo apostólico.
Hasta los cuarenta años de edad, se mantuvo trabajando en pos de la reforma de
la Iglesia de Roma, y luego durante veinte años por la reforma de la Iglesia
Reformada. Él había dedicado sus excelentes dones y toda su vida a ambas cosas
con entusiasmo y regocijo.
Ahora todo parecía haber
fracasado. Esto lo llevó a la conclusión de que “es imposible reformar los
cuerpos existentes de la Iglesia, y que la restauración de la iglesia
apostólica sólo puede lograrse separándose de ellos”. Él inmediatamente
introdujo este principio en la iglesia de Middelburg, y unos trescientos
miembros se separaron de ella y formaron una nueva congregación. Varios
ancianos y tres pastores se encargaron de la supervisión; las reuniones se
celebraban dos veces al día y tres veces los domingos.
El lugar de reunión no tenía más
que bancos, ni siquiera un púlpito. Uno de los bancos era un poquito más alto
que los demás y en este se sentaban los ancianos y los predicadores, todos los
cuales tenían la costumbre de hablar en las reuniones. Ellos no se nombraron
“Reformados”, sino que prefirieron darse a conocer como “Evangélicos”. Podían
ser miembros sólo los que daban razón de creer que fueran nacidos de nuevo.
Las diferencias entre la Iglesia
Reformada y esta congregación recién fundada indujeron a las autoridades de la
ciudad a pedirles a los miembros de esta última que abandonaran Middelburg.
Apenas se dio a conocer esto la ciudad de Ter Veere, a una hora de distancia,
invitó a la iglesia exiliada a trasladarse allí.
La invitación fue bien recibida,
pero el magistrado principal de Middelburg pronto se dio cuenta de que había
cometido un error, ya que una gran cantidad de gente viajó en tropel hacia Ter Veere
para escuchar la predicación de Labadie, mientras que Middelburg quedó
desierta. Enfadado por la pérdida material que esto implicaba, el magistrado de
Middelburg persuadió a las más altas autoridades del distrito para que le
ordenaran al magistrado de Veere que expulsara a
Labadie e Yvon con motivo de que
ellos habían causado división en la Iglesia y disturbio entre la gente.
El magistrado de Middelburg armó
a sus hombres para hacer cumplir el decreto, pero el pueblo de Veere se alzó en
armas como un solo hombre para resistir a sus adversarios. La guerra civil era
inminente. Entonces
Labadie se presentó y dijo que no
debía haber derramamiento de sangre por su culpa; que él veía que era la mano
de Dios que los sacaba de Veere y pensaba pasar a Amsterdam, con aquellos que
desearan acompañarlo.
Hubo consternación en Veere, pero
Labadie se mantuvo firme y los ciudadanos tuvieron que rendirse. El magistrado
declaró que él sólo le permitía marcharse “de mala gana y a causa de la mayor
necesidad”.
Labadie y sus tres amigos, con
algunos otros simpatizantes, se mudaron a Amsterdam donde fueron bien recibidos
y se les prometió protección y libertad religiosa. La influencia de la obra de
Labadie había sido tal que en
Amsterdam hubo miles que se
unieron a la nueva iglesia y se abstuvieron de tomar la Cena del Señor en la
Iglesia Reformada. Lo mismo tuvo lugar en todas las iglesias más numerosas del
país, mientras que muchos que no se unieron abiertamente a estos grupos fueron
influenciados sobremanera por ellos. Esta amenaza seria a su sistema indujo a
los líderes de la Iglesia Reformada a solicitar la ayuda del gobierno, pero
bajo la dirección del eminente gobernador, Jan de Witt, se garantizó la
libertad religiosa y no se pudo tomar ninguna medida.
Sin embargo, desafortunadamente
los eventos en su propia mente y en su círculo cercano perjudicaron más el
testimonio de Labadie que lo que pudo haber hecho cualquier ataque externo. Por
experiencia propia y de la Palabra de Dios, Labadie había concluido que no es posible
reformar una ciudad o un sistema de Iglesia como para traerlo a la condición
que él aspiraba.
Pero no se conformó con la
formación de iglesias del modelo apostólico grupos de personas realmente salvas
y separadas del mundo circundante, pero muchas de ellas débiles y faltas de un
cuidado paciente y constante. De manera que Labadie decidió formar una iglesia
en una casa donde la casa y la iglesia serían lo mismo y donde sería posible,
como él esperaba, conocer a cada miembro y guiar a cada uno a un discipulado
verdadero de Cristo y unión con Dios.
Se alquiló, pues, una casa en
Amsterdam donde había cabida para aproximadamente cuarenta personas, y quedó
formado así el nuevo hogar. Allí se celebraban reuniones regulares y todos
compartían una cena semanal. A las reuniones asistían muchas personas de
afuera, y cuando se hablaba en francés se traducía al holandés. Yvon, Dulignon
y Menuret salieron en expediciones de predicación a través de los Países Bajos
y los países vecinos.
ANA
MARÍA VAN SCHURMAN SE UNE A LABADIE.
Ana María van Schurman se
trasladó a Amsterdam, alquiló un apartamento en la casa y se unió a la suerte
del nuevo hogar. Ella era considerada la mujer más ilustre de su tiempo. Ella
mantenía correspondencia en varios idiomas con los literatos más famosos en
Europa, y su opinión y consejo eran ambicionados y apreciados por aquellos que
eran expertos en las artes y en las ciencias. Desde su niñez, ella había sido
una cristiana devota.
En su libro, Eukleria, escrito en latín, ella relata: “Siendo una
niña de apenas cuatro años de edad yo me sentaba con mi niñera a la orilla de
un río. Ella me repetía las palabras, ‘Yo no soy dueña de mí misma, sino que pertenezco
a mi verdadero Salvador, Jesucristo’. Me llené de tal sensación interna de amor
por Cristo que en todos mis años siguientes nunca nada ha sido capaz de borrar
el recuerdo vivo de aquel momento.”
A modo de justificar su unión al
nuevo grupo, ella escribió: “Como he visto desde hace algunos años, con
angustia, el alejamiento del cristianismo de sus orígenes y su casi total
diferencia del mismo y había perdido cualquier esperanza de su restauración en
el curso normal de las cosas que es seguido por nuestro clero (la mayoría de
los cuales están muy necesitados ellos mismos de una reforma), ¿quién puede
oponerse con razón a que yo, con corazón alegre, haya escogido a los maestros
capacitados por Dios para traer una reforma del cristianismo degenerado?
Su fama hizo que se hablara
dondequiera de este paso que ella había dado y fue atosigada con cartas donde
le pedían que regresara a la Iglesia Reformada, pero ella se alegró de que
ahora había dejado a un lado al viejo hombre y había escogido la buena parte
que nunca le sería quitada.
Anteriormente ella había buscado
el honor de Dios, pero también el suyo; ahora ella no buscaba nada para sí
misma, sino sólo para Dios. Ana María vendió todo lo que poseía y dio el dinero
a Labadie, y al parecer nunca se arrepintió de haber hecho esto. En todas las
muchas vicisitudes de la familia ella fue una colaboradora inestimable, y en su
vejez su más confiable consejera.
RIESGOS
DE LA IDEA DE LA IGLESIA EN CASA.
Voet vio riesgos en este nuevo
desarrollo y, aunque hasta ahora él había sido uno de los partidarios más
importantes de Labadie, ahora se convertía en su adversario. Él escribió para
demostrar que nadie debía abandonar la Iglesia Reformada porque se apreciara
maldad, tibieza y debilidad en ella, o para afiliarse a una unión que pareciera
un monasterio y que tomaba el lugar de la Iglesia.
También planteó en su escrito que
una iglesia en casa como la que se proponía incitaría conjeturas malvadas. La
publicación de este libro surtió un efecto extraordinario. Apareció en seguida
una respuesta anónima en la que Voet era atacado de manera violenta e indigna.
Se confirmó que Labadie era el autor, y su reputación se vio seriamente dañada
por ella.
Muchos escribieron en su contra,
pero el incremento de estos ataques sólo consiguió unir aun más a los miembros
de la iglesia en casa, y se les sumaron otros, incluyendo el burgomaestre de
Amsterdam.
Sin embargo, surgieron algunos
problemas en la iglesia en casa. Uno de sus miembros, una viuda, falleció, y se
hizo circular un informe falso de que ella había sido asesinada y que su cuerpo
iba a ser sepultado en el jardín de la casa. Una multitud de personas rodeó la
casa, la cual tuvo que ser protegida durante tres días por una fuerza militar.
Menuret, a quien Labadie amaba como un hijo, se enfermó mentalmente y murió
enloquecido. Algunos miembros de la iglesia en casa se cuestionaron que si
semejante cosa podía suceder en una iglesia que era realmente de Dios. Se supo
que a pesar de todo su empeño, uno de los de la iglesia en casa apoyaba las
opiniones socinianas y que otro apoyaba las ideas de los cuáqueros.
Cuando fueron reprendidos por
ello, estos en venganza publicaron un panfleto lleno de calumnias. El asunto
fue traído ante las cortes y se demostró que las declaraciones en los panfletos
eran falsas, pero el informe se difundió de que había miembros de la familia
que eran sectarios peligrosos. Se originó tanto prejuicio en contra de ellos
que, en beneficio de la paz, los magistrados prohibieron que cualquier persona
asistiera a los encuentros en la casa de Labadie excepto los miembros de la
iglesia en casa. Esto frenó su crecimiento y disipó sus esperanzas de
desarrollo.
Para evadir estas dificultades,
Ana María van Schürman apeló a su antigua amiga la Princesa Isabel, abadesa de
Herford, quien invitó a todos los que quisieran refugiarse en su hacienda
libre. De manera que Labadie y un grupo de aproximadamente cincuenta navegaron
desde Amsterdam hasta Bremen, y desde allí viajaron en carreta hasta Herford
(1670). Los habitantes luteranos de Herford se opusieron de manera violenta a
la llegada de los “cuáqueros,” como los llamaron, y fue sólo la autoridad de la
princesa la que hizo posible que ellos se quedaran.
El odio y la enemistad que se
infundieron en torno a ellos aislaron la iglesia en casa aun más del mundo, y
esto hizo que ellos se ocuparan cada vez más con sus propias costumbres
religiosas. La predicación de Labadie en este tiempo afectó tanto a sus oyentes
que ellos tuvieron la impresión de que tan sólo ahora habían logrado su entrega
total a Dios. Esto, a su vez, condujo a la introducción de la comunidad de
bienes como un medio de expresar su renuncia a todo lo mundano, su abnegación de
sí mismos y su unión total con los miembros del cuerpo de Cristo.
Con motivo de la introducción de
este cambio, ellos estaban ocupados en la partición del pan en memoria de la
muerte del Señor cuando de repente tuvo lugar un extraño éxtasis espiritual,
primero en algunos y luego en todos ellos. Todos los presentes comenzaron a
hablar en lenguas, se pusieron de pie para danzar y esto duró aproximadamente
una hora. Manifestaciones parecidas a estas se repitieron en algunas escasas
ocasiones. Para la mayoría de ellos estas cosas parecían indicar que ahora
ellos eran verdaderamente de un solo corazón y alma en el Señor. Otros las
desaprobaron y se apartaron de su hermandad.
El odio de los de afuera
incrementaba a medida que se relataba acerca de tales actos. Hasta este momento
la comunidad de creyentes en su conjunto había desaprobado el matrimonio, pero
ahora cambió de opinión, y como resultado de ello Labadie, Yvon y Dulignon se
casaron. Los tres encontraron esposas que les ayudaron a lograr un mejor testimonio.
El creciente rencor de la gente
finalmente los obligó a abandonar Herford a pesar de la protección brindada por
la princesa, quien nunca dejó de defenderlos. Fue así como ellos encontraron un
lugar tranquilo en Altona, donde alquilaron dos casas. Allí Labadie murió en
paz (1674) y Ana María van Schürman escribió su mencionado libro, Eukleria.
La guerra los obligó a abandonar
este albergue y se trasladaron al Castillo Waltha, en el pueblito de Wieuwerd
en Frisia Occidental, el cual fue puesto a su disposición. Este fue su último
hogar. Los campesinos los recibieron con agrado y una comisión que había sido
nombrada por la Iglesia Reformada para investigar acerca de sus opiniones y
costumbres informó que ellos eran inofensivos. Esto permitió que los dejaran
vivir en paz. Allí murió Ana María van Schürman a la edad de 71 años; también Dulignon
y su esposa.
La comunidad creció y un gran
número de personas de los lugares vecinos asistía a los servicios. Algunos
grupos grandes fueron enviados al extranjero, uno a Surinam y otro a Nueva
York. Estos fueron financiados y controlados por la comunidad de Wieuwerd, pero
ambos grupos regresaron sin éxito, mayormente por haberse ocupado en ganar a
otros cristianos a su grupo en lugar de intentar ganar a los paganos a Cristo.
Estas expediciones empobrecieron a los que quedaron en casa y las dificultades prácticas
de tener la comunidad de bienes los obligó a abandonar el sistema después de
haber existido durante veinte años.
Este cambio produjo una gran
angustia, ya que la mayoría de los miembros eran pobres, y en su mayoría no
tenían la costumbre de ganarse la vida. Otro tanto no estaba capacitado para
ello, ya que habían dependido de los que tenían los medios. Yvon les explicó
que cuando la primera iglesia en Jerusalén se dispersó, la comunidad de bienes
cesó y que ellos mismos ahora también eran llamados a propagarse en el mundo
tal y como lo hace la levadura.
Si ellos se hubieran dado cuenta
de esto antes, sin duda les hubiera ahorrado el tener que renunciar al sistema
bíblico de iglesia que practicaban al principio, el cual cambiaron por una vida
comunitaria que redujo el alcance de su testimonio y les impidió alcanzar el
desarrollo más amplio que se anticipaba anteriormente. La iglesia en casa fue
disuelta y dispersada. Yvon quedó en el Castillo Waltha, donde murió, y
veinticinco años más tarde, al pasar el castillo a otras manos, los labadistas
que quedaban abandonaron el lugar.
La vida de Labadie fue una de
esfuerzo valioso, cuya fuente yacía en la comunión íntima con Dios, nutrida por
la oración sistemática e instruida por el estudio diligente de las Escrituras.
Reconoció que su gran idea de una reforma de la Iglesia Católica Romana era
imposible de realizar. Luego descubrió mediante un gran experimento que una
ciudad o estado, como tal, no se puede convertir en iglesia. Y posteriormente
se dio cuenta de que la Iglesia Protestante Reformada era incapaz de ser
reformada y restaurada al modelo del Nuevo Testamento. Después de largos
conflictos, llegó a comprender cómo eran las verdaderas iglesias de Dios al
principio y cómo siempre habían sido. Más tarde, desalentado por tanta
oposición y decepciones,
Labadie buscó refugio en una
iglesia en casa, creyendo que en su círculo limitado era posible mantener la
pureza. Sin embargo, aquí se desvió, ya que las iglesias verdaderas no son
lugares de descanso para gente perfecta, sino que son guarderías y escuelas
donde son recibidos todos los que confiesan a Cristo y en donde su debilidad,
ignorancia e imperfección deben ser sobre llevados. Además deben ser instruidos
con la paciencia del amor inagotable.
En Labadie vemos a un hombre cuya
vida contuvo elementos de fracaso heroico, y aun así, de un éxito duradero. Al
principio él trató de incluir demasiado en la iglesia; grandes sistemas
mundanos de los cuales las iglesias verdaderas tienen que separarse. Luego, él
la limitó demasiado al pensar que las iglesias sólo pueden componerse de
aquellos que son perfectos.
DOS EXTREMOS QUE DEBEN EVITARSE.
Hubo un período en el cual fundó
iglesias verdaderas de Dios y la influencia de lo que él enseñó y logró en aquel
entonces perduró aun después de su muerte.
Al limitar su concepto de la
iglesia se involucró en los errores que tal camino conlleva; la comunión
limitada favoreció las extravagancias y la falta de equilibrio que acompañan la
restricción indebida. Sus experiencias son de un valor impresionante al
ilustrar la excelencia del camino de la Palabra de Dios y el peligro de
desviarse a la derecha o a la izquierda; de incluir al mundo en las iglesias o
de excluir a los santos de ellas.
Al final de la Guerra de los
Treinta Años en 1648, los países protestantes estaban agotados económicamente y
padecían de la degradación moral de una generación educada en condiciones de
violencia y desorden. Se encontraban, además, en un estado espiritual abatido y
descuidado. Las iglesias Luteranas, y en menor grado las Reformadas, se
preocupaban más por mantener una ortodoxia rígida que de llevar un estilo de
vida piadoso.
FELIPE JACOB SPENER (1635–1705)
Felipe Jacob Spener, nacido en
Alsacia en 1635, a la edad de 35 años se convirtió en el pastor principal de la
Iglesia Luterana en Frankfurt. Profundamente conmovido por la necesidad
apremiante de una reforma en la Iglesia, él celebró reuniones, primero en su
propia casa y luego en la iglesia. Esto con el objetivo de llevar a la práctica
“la antigua costumbre apostólica de las reuniones de la iglesia como Pablo la
describe en 1 Corintios 14, en las cuales aquellos que tienen dones y
conocimiento deben también hablar y, sin causar desorden ni conflicto, expresar
sus ideas piadosas sobre los asuntos a tratar y que los demás puedan juzgar”.
Los creyentes se reunían con
regularidad, se analizaba un determinado tema, y se conversaba sobre él. Los
hombres y las mujeres se sentaban aparte, y sólo los hombres tomaban parte en
los debates. En estas reuniones se acordó que no se debía juzgar a los demás y
que se excluía toda clase de chisme. Comenzaron con leer y discutir libros
edificantes, pero después ellos mismos se limitaron a la lectura y el análisis
general del Nuevo Testamento.
En muchas reuniones privadas que
tuvieron lugar después, surgían preguntas, confesiones o experiencias, las
cuales recalcaban lo que se aprendía. El propio Spener no fomentó esto, sino que
se ocupó de la exposición de la Palabra.
Él se opuso a la adopción de
nombres como los pietistas, los espeneritas y otros, ya que él no deseaba
fundar una secta ni una comunidad monja.
Él sólo deseaba regresar al
cristianismo antiguo y universal. Spener pudo permitir e incluso apoyar en
otras iglesias lo que él mismo no hubiera hecho.
Él sentía que no tenía la energía
ni la fuerza de un reformista, sino más bien una capacidad para tolerar las
diferencias. Él permitió los autoanálisis y las confesiones que prevalecían en
algunas reuniones, pero no las introdujo en las suyas propias. Confesó que no
había experimentado los éxtasis que algunos creyentes disfrutaban en la
revelación del Esposo ni la abnegación quietista que practicaban; sin embargo,
pudo valorar su misticismo.
Su deseo fue expresado claramente
en sus palabras: “¡Ojalá conociera una sola asamblea íntegra en todo: en
doctrina, orden y práctica, todo lo que la transformaría en lo que una asamblea
cristiana apostólica debe ser en doctrina y práctica!” Spener no esperaba
encontrar una asamblea “sin mala hierba”, pero sí una en que los predicadores
llevaran a cabo su obra bajo la dirección del Espíritu Santo y en que la gran
mayoría de los oyentes hubiera muerto al mundo y viviera no sólo una vida
honrada sino, además, piadosa.
Él decía que la gran mayoría de
los cristianos profesos no era nacido de nuevo y que muchos de los ministros de
la Palabra no comprendían adecuadamente las verdaderas doctrinas de las cuales depende
la firmeza de la iglesia. Luego de un tiempo, los miembros de la iglesia de
Spener en Frankfurt se abstuvieron de la Cena del Señor para evitar participar
en ella con aquellos que la tomaban indignamente.
De Frankfurt, Spener se trasladó
a Dresde como capellán de la Corte, y luego a Berlín donde fue diligente en el
servicio hasta su muerte (1705). Las sociedades, llamadas pietistas, las cuales
él se esforzó tanto por fundar y alentar, se convirtieron en una fuerza
vivificante. Aunque atacadas y ridiculizadas por el cristianismo oficial, no se
separaron de la Iglesia Luterana, sino que fundaron centros dentro de esta que
atrajeron a los buscadores de santidad y dieron frutos en muchas actividades
espirituales de largo alcance.
Uno a quien Spener ayudó fue August
Hermann Franke (Francke), quien se convirtió en su principal sucesor en el
movimiento pietista. Nació en Lübeck (1663), y estudió teología que, aunque
tuvo cierto valor para él, no trajo paz a su alma. Sin embargo, sus estudios
despertaron en él un deseo sincero de aprender en la vida y la conducta lo que sólo
había comprendido en la mente y en la memoria.
Fue así como después de algunos
años de búsqueda incesante él experimentó una conversión súbita por medio de la
cual se disipó toda su incredulidad y recibió una certeza total de salvación.
AUGUST FRANKE (1663–1727)
Su insistencia en la conversión y
la piedad trajo bendición a muchos, pero también le ganó enemistades. August
Franke fue tildado de pietista y expulsado de Erfurt, donde era ministro, en un
plazo de cuarenta y ocho horas. El mismo día una invitación de la Corte de
Brandeburgo condujo a su nombramiento de profesor de griego e idiomas
orientales en la universidad que se fundaba en Halle en ese tiempo.
Allí se sintió conmovido por la miseria
de los pobres y dispuso una caja para recolectar las contribuciones que luego
él distribuía. Un día se depositó en la caja una suma mayor que de costumbre,
aproximadamente 15 chelines. “Al tomar esta suma en las manos,” escribió,
“exclamé con una gran libertad de fe: Esta es una suma considerable con la cual
se debe llevar a cabo una obra realmente buena.
Con ella comenzaré una escuela
para los pobres.” Este fue el comienzo de las extensas instituciones en Halle,
las cuales fueron sostenidas sin solicitar dinero y sin ningún suministro
visible, “sino única y simplemente”, dijo, “dependiendo del Dios viviente que
mora en los cielos”.
A la muerte de Franke, 134
huérfanos eran mantenidos en el Hogar bajo el cuidado de 10 hombres y mujeres;
2.200 niños y jóvenes eran enseñados en las varias escuelas, la mayoría de
forma gratuita, por 175 profesores; cientos de estudiantes pobres eran
alimentados diariamente, y se encontraban en funcionamiento una imprenta y una
librería, una biblioteca, una farmacia, un hospital y otras instituciones. De
niño en esta escuela y, más tarde, sentado a la mesa de Franke, escuchando las historias
de los misioneros quienes a menudo estaban allí, Zinzendorf recibió impresiones
que resultaron ser valiosas en su vida posterior.
En 1690, setenta años después de
la batalla de la Montaña Blanca, y sesenta y dos años después que Comenius
hubiera guiado al último grupo de exiliados desde Moravia, nació Cristián
David, no lejos de Fulneck. La “semilla oculta” de la cual Comenius había orado
que pudiera ser preservada se encontraba aún oculta. Los padres de Cristián eran
Católicos Romanos, al igual que sus vecinos.
CRISTIÁN DAVID (1690–1751)
Él, como ayudante de un pastor de
ovejas y luego como carpintero, fue muy devoto, mientras que en su interior se preocupaba
por cómo podría asegurarse de que Dios le había perdonado sus pecados. Al leer
y preguntar recibió respuestas tan contradictorias que quedó confuso del todo,
y abandonó su hogar y anduvo un tanto errante hacia Alemania en busca de la
verdad.
Luego de muchas aventuras y
constantes decepciones, Cristián se encontró con el pastor Schafer en Görlitz,
un pietista, a través de quien llegó a conocer el camino de la salvación. Lleno
de regocijo y celo, regresó a Moravia y fue por doquier, predicando. Al escuchar
su predicación sencilla, las verdades olvidadas de los tiempos antiguos fueron
revividas en los corazones de muchos de sus oyentes. No obstante, aquellos que
obedecieron al Evangelio inmediatamente se enfrentaron con una persecución
aplastante. David regresó a Schafer en Görlitz para ver si podía encontrar un
lugar de refugio en Sajonia, y allí se encontró con el Conde Nicolás Ludwig von
Zinzendorf.
Desde muy niño, Zinzendorf había
sido un amante de Jesucristo, y su educación en los círculos pietistas había
fortalecido su devoción. En el tiempo en que Cristián lo conoció, vivía en su
castillo de Berthelsdorf, cerca de la frontera de Bohemia, donde él y su amigo
Johann Andreae Rothe estaban ocupados en el servicio del Señor entre sus
coterráneos. Los dos jóvenes, Zinzendorf de 22 años de edad, y David, diez años
mayor, hablaron de la necesidad en Moravia, y Zinzendorf invitó a los creyentes
perseguidos de allá a venir y establecerse en sus haciendas en Sajonia.
NICOLÁS ZINZENDORF (1700–1760)
David regresó rápidamente a su
patria donde reunió a unas pocas familias de creyentes que fueron capaces de
abandonar sus hogares. Él los guió por las montañas hacia Sajonia y Berthelsdorf.
Allí ellos fueron recibidos cordialmente, pero no había lugar donde pudieran
vivir. Aproximadamente a un kilómetro y medio de distancia, dentro de los
dominios de Zinzendorf, se hallaba una loma arbolada llamada Hutberg, o la
Montaña Vigía.
A esta ellos le pusieron como nuevo
nombre Herrnhut, “La vigía del Señor”, y decidieron
construir allí un hogar para ellos. Cristián David, tomando un hacha en sus
manos, taló el primer árbol. Siendo obrero y predicador incansable, Cristián
David dirigió y animó a los constructores para que en un corto período de
tiempo se terminara una casa (1722), la cual marcó el comienzo de las extensas
edificaciones que ahora forman Herrnhut y el modelo que sería seguido por
muchos en diferentes partes del mundo.
Un día David, mientras clavaba un
tablón en el castillo en Berthelsdorf, pensando en Moravia, de pronto dejó sus
herramientas y se marchó sin previo aviso para recorrer a pie los trescientos
veinte kilómetros hasta Kunwald donde había algunos creyentes, descendientes de
familias que habían pertenecido a la antigua iglesia de los “hermanos bohemios”.
Luego trajo consigo a un grupo de estos hermanos, entre los que se encontraban las
familias Nitschmann, Zeisberger y Toeltschig, que más adelante fue muy conocida
con respecto a las obras misioneras de la nueva iglesia morava.
Ellos llegaron a Herrnhut justo
cuando Zinzendorf y su amigo de Watteville se encontraban echando los cimientos
de la primera capilla que fuera construida allí. Fue así como ellos se unieron
al grupo que les había precedido y decidieron compartir su suerte.
Después de esto, vinieron muchos
desde Bohemia y Moravia, algunos después de escapar de prisión o dejar los
escondrijos en los bosques. A medida que este lugar de refugio para los
oprimidos llegó a ser cada vez más conocida, llegaron otros, de diversos puntos
de vista, algunos seguidores de Schwenckfeld, otros pietistas y aun otros que
no estaban de acuerdo con nadie. Las discusiones implacables ocuparon el lugar
de la armonía fraternal y el asentamiento se vio amenazado por la revuelta.
Mientras tanto, Zinzendorf estaba
en el proceso de convertir a Berthelsdorf en una villa modelo en donde todo se
hacía conforme a sus deseos y los de su amigo, Johann Rothe. El Conde creía en
el valor de organizar algo atractivo a la imaginación. Desde niño en Halle su entusiasmo
misionero se manifestó en la formación de la “Orden de la semilla de mostaza”,
con promesas, emblemas, lema y anillo. Esta se inició con cinco niños para
quienes él era el Gran Maestro, y creció hasta llegar a ser un incentivo
poderoso a la devoción en la obra misionera.
En Berthelsdorf, él había fundado
la “Liga de los cuatro hermanos” compuesta por él mismo, de Watteville, Rothe y
Schafer a fin de dar a conocer al mundo la “Religión Universal del Salvador y
su familia de discípulos, la religión de corazón, en la cual la persona del
Salvador es el punto céntrico”. En tiempos posteriores su “Grupo guerrero” se convirtió
en un instrumento misionero eficaz.
Ahora él intervino en Herrnhut.
Zinzendorf reconocía las intenciones honradas de las partes en disputa y fue
capaz de decir de uno de los más impetuosos de sus miembros: “Aunque nuestro
querido Cristián David me ha puesto por sobrenombre la Bestia y al señor Rothe,
el Falso Profeta, aun así nos dimos cuenta de su honradez y, además, supimos
que podíamos llevarlo por el buen camino.
No es una mala regla de juego
darle un puesto a los hombres honrados cuando se equivocan para que así
aprendan por experiencia propia lo que jamás aprenderán por la especulación.”
Fue así como los reunió a todos, y en un discurso de tres horas les expuso los
“Estatutos, interdictos y prohibiciones” que él había redactado para regular
cada detalle de sus vidas. En este tiempo experimentaron un avivamiento
espiritual, poder para perdonar y reconciliarse, y todos se ajustaron
pacíficamente al nuevo orden.
Más o menos por este tiempo,
Zinzendorf encontró en la biblioteca del pueblo vecino de Zittau, una copia de
la Orden de disciplina redactada por la última reunión
de los “hermanos bohemios” justo antes de la batalla de la Montaña Blanca,
editada por Comenius. Al leerla, Zinzendorf supo que los colonos que él había
recibido representaban la iglesia antigua que había existido por tanto tiempo
en Bohemia. Se sintió profundamente conmovido por la angustia de Comenius al
relatar la destrucción de su testimonio, y resolvió firmemente que él y todo lo
que poseía debía dedicarse a la preservación del pequeño grupo de los
discípulos del Señor que había buscado refugio en él. Cuando este documento se
dio a conocer a los refugiados, se despertó en ellos el deseo de restaurar la
antigua iglesia, de cuyos miembros muchos de ellos eran descendientes.
Por supuesto, surgió la pregunta
en cuanto a las relaciones entre la sociedad comunitaria en Herrnhut y la
Iglesia Luterana. Zinzendorf, siendo luterano, deseaba que la comunidad se
uniera por completo a la Iglesia Luterana. Sin embargo, la comunidad en
Herrnhut estaba decidida a no hacer esto. Por fin el asunto se decidió por
medio de la suerte, un método muy común entre ellos, y la suerte no aprobó la
unión a la Iglesia Luterana.
Por lo tanto, Zinzendorf, a fin
de evitar enfrentamientos con la Iglesia oficial, hizo que lo ordenaran
ministro dentro de ella, mientras que uno delos refugiados fue ordenado obispo
por Daniel Ernst Jablonsky, predicador de la Corte en Berlín y único obispo
sobreviviente de la antigua iglesia delos “hermanos bohemios”. De esta manera,
ellos fueron reconocidos como una comunidad dentro de la Iglesia Luterana y
pudieron administrar los sacramentos. A pesar de esto las fuerzas que se
oponían a ellos eran tales que Zinzendorf fue expulsado del reino de Sajonia
(1736).
En ocasión de una visita hecha al
rey de Dinamarca, Cristián VI, Zinzendorf conoció a un antillano, Antonio, a
quien invitó a Herrnhut.
La descripción hecha por Antonio
de la condición de los esclavos en las Antillas afectó tanto a sus oyentes que
uno de ellos, Leonard Dober, se ofreció como voluntario para ir y llevarles el
Evangelio. El proyecto quedó confirmado por medio de la suerte y este joven,
junto con otro llamado David Nitschmann, partieron.
LOS PRIMEROS MISIONEROS MORAVOS.
Ellos eran hombres prácticos, un
carpintero y un alfarero, que habían sido bien educados en las escuelas de
Herrnhut, y eran oradores capaces. Estos jóvenes emprendieron su viaje a pie
con no más equipaje que lo que podían llevar en sus espaldas y con 18 chelines entre
los dos. Esto fue el comienzo de las misiones moravas, las cuales convirtieron
al conjunto de iglesias en una sociedad misionera (1732).
La devoción a Cristo llevó a
muchos de los misioneros a preferir trabajar en las regiones más difíciles y
peligrosas. Herrnhut se convirtió en un centro relacionado con todas las partes
del mundo. En muchos países se establecieron asentamientos modelados según
Herrnhut. En el gran cementerio de Herrnhut se encuentran las tumbas de los
naturales de los más diversos países, quienes vinieron desde sus tierras
lejanas a visitar el asentamiento matriz.
La obra de los moravos en
Inglaterra comenzó en 1738 cuando Peter Boehler, en su viaje a Carolina del Sur
como misionero, habló en Londres en una sociedad fundada por James Hutton, un
londinense vendedor de libros. Hutton y sus amigos eran buscadores de la
salvación, pero no habían encontrado la seguridad de la salvación. A medida que
Boehler, en un inglés chapurreado pero con mucha habilidad, les expuso las
Escrituras, “fue”, dijo Hutton, “con un asombro y una alegría indescriptibles
que nosotros abrazamos la doctrina del Salvador, de sus méritos y sufrimientos,
de la justificación por medio de la fe en él y de la libertad por medio dela fe
del dominio de la culpa y del pecado”.
Este grupo aceptó las normas de
Herrnhut dadas a ellos por Boehler y se les envió un predicador de Alemania,
aunque retenían su condición de miembros de la Iglesia Anglicana. Cuatro años
más tarde Spangenberg vino de Alemania y los reconoció como una congregación de
la iglesia de los “hermanos”, e introdujo las normas y los oficiales de las
congregaciones alemanas. Al principio hubo mucho intercambio de opiniones entre
ellos y Wesley, quien fue influenciado en gran medida por su ejemplo al organizar
sociedades dentro de la Iglesia oficial, reuniones de estudio y fiestas de amor
fraternal.
Benjamín Ingham, un clérigo de
Ossett, en Yorkshire, fue uno de aquellos que en estos días de avivamiento fue
activo y muy bendecido en su obra.
No se limitó sólo a su parroquia,
sino que viajó por el país desde Halifax hasta Leeds y fundó unas cincuenta
pequeñas sociedades para la lectura y la oración. Al darse cuenta de la
necesidad de más colaboradores, Benjamín invitó a los moravos quienes, de
inmediato, enviaron a veintiséis obreros, hombres y mujeres, a Yorkshire. Al
llegar allí, se dispusieron a trabajar de una manera metódica. Spangenberg
dirigía las operaciones desde Wyke como centro; Toeltschig, quien había venido
con Cristián David desde Moravia, estaba en Holbeck. En total se formaron cinco
centros dirigentes que en un corto período de tiempo controlaban casi cincuenta
lugares de predicación, los cuales fueron llevados adelante con la ayuda de
colaboradores nacionales.
Los predicadores vivieron todas
las experiencias tempestuosas propias de aquel tiempo, y se decidió establecer
una base más sólida por medio de la construcción de un Herrnhut en Inglaterra.
El Conde Zinzendorf vino y los ayudó a obtener un terreno en Pudsey entre Leeds
y Bradford, se envió dinero desde Alemania y fue así como se construyó Fulneck.
Se escogió este nombre para conmemorar su relación con Fulneck en Moravia. Aquí
se estableció un asentamiento siguiendo el modelo de Herrnhut, así como otros
en menor escala en Wyke, Mirfeld y Gomersal, donde las normas y regulaciones de
Zinzendorf fueron reproducidas.
Obras similares se llevaron a
cabo en otras partes del país. Uno de los evangelistas que más se destacó en
este tiempo fue Juan Cennick, nacido en Inglaterra pero descendiente de una
familia bohemia que se había refugiado en Inglaterra en ocasión de la
disolución de la antigua iglesia de los “hermanos bohemios”. Al principio
Cennick fue un activo colaborador de los Wesley, pero sus inclinaciones hacia
las doctrinas de Whitefield condujo a que fuera repudiado, y al fin y al cabo
llegó a relacionarse totalmente con los moravos. Él fue un predicador, al aire
libre, de un poder extraordinario.
También fue un hombre de una
disposición compasiva y atrayente. Su corta vida fue dedicada en su totalidad
al servicio del Señor y en el occidente de Inglaterra así como en Irlanda del Norte
el fruto de sus esfuerzos fue muy abundante.
El esfuerzo por controlar esta
amplia organización desde Alemania resultó ser cada vez más un obstáculo para
la obra; e incluso al modificarse como posteriormente se hizo en Inglaterra y
Estados Unidos, la inadaptabilidad del sistema comunitario para suplir las
disímiles necesidades de las diferentes características nacionales, y de
circunstancias cambiantes, subraya el hecho de que los planes más sabios de
incluso los hombres más capaces no bastan para una aplicación permanente y universal.
Por otra parte, la enseñanza y el ejemplo del Nuevo Testamento en lo concerniente
a la fundación y dirección de las iglesias de Dios resultan ser adecuados para
todo tipo de necesidad.
En el siglo XVIII las “sociedades
de Filadelfia” o “iglesias de Filadelfia” se formaron como resultado del
encuentro de dos corrientes de experiencia espiritual. La primera debió su
origen al deseo del alma de lograr una comunión inmediata con Dios y una unión
con él. La segunda surgió a partir de un sentido de la unidad esencial de todos
los hijos de Dios y de un deseo de expresar esta comunión, comunión de la
iglesia verdadera.
LAS “SCIEDADES DE FILADELFIA”
Desde sus inicios, la Iglesia
Católica Romana interpuso su clero y los sacramentos entre el alma y el
Salvador, y como resultado este sistema mantuvo a muchos apartados del
Salvador. Pero hubo aquellos cuyo anhelo de estar en comunión con Dios, como él
es manifestado en Cristo Jesús, y cuyo deseo por el Novio celestial fueron tan
fuertes que se dedicaron a la búsqueda de su total conocimiento y unión con él.
Ellos procuraron hacer esto,
siguiendo las pisadas de Jesús e imitándole a él. Creían que lograrían esto por
medio de la meditación en él, de manera que su belleza y bendición pudieran
manifestarse a ellos cada vez más, y por medio de un ascetismo que debía
dominar el cuerpo y la voluntad natural.
El protestantismo acentuó las
divisiones entre la gente profesa de Dios y produjo una enemistad y lucha
implacable entre los numerosos partidos. Sin embargo, hubo aquellos que
lamentaron esto e intentaron subrayar la unidad fundamental en la vida y el amor
de aquellos que se han apartado del mundo pero se han unido a Cristo y a sus
miembros por medio de la fe.
INFLUENCIAS PARA EL BIEN EN LA IGLESIA ROMANA.
Aquellos en la Iglesia Católica
Romana, llamados a menudo los místicos o quietistas, por mucho tiempo fueron
considerados modelos de la vida cristiana, y algunos de los más conocidos
fueron canonizados. Sin embargo, luego la influencia de los jesuitas y de Luis
XIV de Francia hizo que se los persiguiera. El sacerdote español, Miguel de
Molinos (1640–1697), al llegar a Roma aproximadamente en el año 1670, se
convirtió en el mayor poder espiritual allí. Su libro Guía espiritual fue usado como norma de vida por
una gran cantidad de personas, especialmente de la aristocracia y el
sacerdocio.
Él fue el confesor y consejero de
más confianza del Papa Inocencio XI, un Papa que personalmente se oponía a la
persecución. No obstante, Molinos al final fue condenado a cadena perpetua y
murió en manos de la Inquisición, aunque el método que usaron es desconocido. Madame
Guyon (1648–1717) por medio de su vida y escritos guió a amplios círculos a
esforzarse por lograr una vida de amor perfecto y de total conformidad a la
voluntad de Dios.
El santo y bien dotado Arzobispo Fénelon
aceptó y defendió su enseñanza a costa de toda su popularidad y perspectivas en
la corte. Luis XIV la encarceló repetidas veces, y por último fue recluida en
la temida fortaleza de la Bastilla. Sin embargo, las murallas de tres metros y
medio de espesor no pudieron contener la influencia y propagación de las
enseñanzas de Madame Guyon.
En los círculos protestantes los
escritos de Gottfried Arnold (1666–1714) tuvieron una gran influencia. Él
estudió en Wittenberg y se convirtió en profesor de historia en Giessen, pero
renunció su posición al darse cuenta de que los deberes sociales y ceremoniales
que esta implicaba le impedían su vida interna de comunión con el Señor. Spener
no estaba de acuerdo con esto, al sostener que debemos aferrarnos a lo que no aprobamos
aun si ello pone en peligro nuestras propias almas, siempre y cuando exista
alguna esperanza de ayudar a los demás.
No obstante, Arnold consideraba a
la Iglesia Luterana como Babel e incapaz de experimentar una reforma, y opinó
que su propio camino de separación solitaria estaba más de acuerdo con el
ejemplo de los apóstoles. Su primer libro, El primer amor, que es una representación verdadera
de los primeros cristianos conforme a su fe viva y a su vida santa, narra la historia de la iglesia
desde los tiempos apostólicos hasta la época de Constantino.
En su libro él mostró los males
introducidos como resultado de la unión de la Iglesia y el estado. Al quedar
cada vez más impresionado por el hecho de que la historia de la iglesia ha sido
escrita por representantes de las Iglesias dominantes y desde un punto de vista
partidario, Arnold creyó que era necesario presentar esa historia importante de
manera imparcial. Fue por ello que decidió escribir la historia por la cual
llegó a ser muy conocido no sólo en su propia generación, sino también en las
futuras.
El libro se tituló
La historia
imparcial de las iglesias y los herejes desde los comienzos del Nuevo
Testamento hasta el año de Cristo 1688. Arnold
abandonó la idea
de que la iglesia está estrechamente ligada a una sociedad u organización en
particular, y en lugar de esto buscó la iglesia universal, escondida, y dispersa
por todo el mundo y entre todos los pueblos e iglesias. Por supuesto, las
opiniones acerca del libro eran opuestas entre sí.
Un teólogo escribió que era el
libro más perjudicial jamás escrito desde el nacimiento de Cristo, y otro lo
consideró como el mejor y más útil de su tipo aparte de las Sagradas
Escrituras. Hubo otros ejemplos de la literatura de aquel tiempo que también
tuvieron un impacto profundo.
Los escritos de Madame Guyon
pusieron a disposición de muchos la posibilidad de una vida en perfecta
comunión con Dios. El libro de Arnold despertó la esperanza de separación del
mundo y la comunión con todos los santos.
Alrededor del año 1700 hubo una
fusión de estos diferentes elementos dispersos en sociedades o iglesias, a las
cuales se les dio el nombre de Filadelfia (amor fraternal). El pequeño país de Wittgenstein,
ubicado en el extremo sur de Westfalia, tuvo una serie de gobernantes buenos y
tolerantes, y esto atrajo a una población numerosa de distintas personalidades.
Los fugitivos de las Cevenas en Francia fueron bien recibidos, tanto más porque
los dos hermanos que gobernaban las partes norte y sur del país respectivamente
se habían casado con dos hermanas (1657), hijas de un noble francés que había
huido de la masacre de San Bartolomé a los Países Bajos. Los miembros de ambas
familias eran cristianos devotos.
En 1712, la parte norte del país,
llamada Berleburgo, fue gobernada por un descendiente de una de estas familias,
el Conde Casimiro, quien, con su esposa y su madre viuda, fue un protector constante
de los oprimidos.
Ellos se relacionaban con las
iglesias filadelfias que en este tiempo se propagaron ampliamente. Jane Leade
de Norwich y otros enseñaban que los mensajes a las iglesias en los capítulos
dos y tres del libro de Apocalipsis contenían un significado histórico
progresivo. Sardis representaba el protestantismo, con la fama de tener vida,
sin embargo, estando muerto. La indiferencia y la apostasía de Laodicea estaban
por llegar.
Todas las almas despiertas fueron
llamadas a darse cuenta y a unirse a la fiel Filadelfia. Se fundó así una
iglesia filadelfia en Londres en 1695, según decían ellos, no para fundar una
secta nueva, sino para preservar en sus reuniones el espíritu de amor y la
forma de la primera y santa iglesia apostólica católica. Los miembros no
necesariamente se separaron de las iglesias a las cuales habían pertenecido, ni
persuadían a los demás a que lo hicieran. Sin embargo, celebraban sus reuniones
regulares a la misma hora que las demás iglesias, de modo que la asistencia a
estas últimas fuera imposible para aquellos que asistían a las primeras.
En este tiempo, decían ellos, la
iglesia filadelfia es débil, y hasta que no se manifieste en poder no se debe
esperar que acontezcan aquellas cosas futuras la conversión de los judíos, la
entrada a la fe de los turcos y de otros incrédulos, la recuperación de la
apostasía, la restitución de todas las cosas y la aparición en persona de
Cristo en la tierra. Concurrencias similares a estas comenzaron a tener lugar
en muchas partes de Alemania, Holanda y en otras partes. Berleburgo se
convirtió en el centro de un importante avivamiento que se propagó por toda
Alemania occidental desde los Alpes hasta el océano.
LA BIBLIA MARBURGUESA
En estos círculos, en 1712, se
publicó la Biblia marburguesa con el título: La Biblia mística y profética, que
es el conjunto de las Sagradas Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento,
recién traducidas del original, con explicaciones de los principales tipos y
profecías, especialmente del Cantar de los cantares de Salomón y el libro de
Apocalipsis, con sus principales doctrinas, etc.
Posteriormente
(1726–1742) se produjo una obra más extensa, la Biblia berleburguesa, en ocho volúmenes,
atractivamente impresa en letra grande y con notas extensas, entre las cuales fueron
incluidas algunas de las enseñanzas de Madame Guyon.
La iglesia o sociedad filadelfia
fue el resultado de una gran variedad de movimientos distintos. Esta aspiraba a
dejar de lado las diferencias en las iglesias y unir a todos en amor. En su
opinión la purificación y la perfección del alma eran más importantes que la
práctica de las formas externas de las “iglesias”.
A fin de ayudarse unos a otros,
ellos dedicaban un rato cada mañana, en todos los diferentes lugares donde se
encontraban, para unirse en espíritu y esperar en Dios.
Un miembro activo de la sociedad
en Berleburgo fue el doctor Carlos, asistente médico del Conde Casimiro. En
1730, él publicó la Invitación filadelfia, un llamado a almas inmortales
para que se volvieran, de la circunferencia de opiniones y pasiones, al centro,
a fin de adorar en Espíritu y en verdad. Aquellos cuyos oídos están abiertos no
difieren (dice el libro) en sus sentimientos; ellos tienen un mismo idioma,
gusto y afecto.
Pero tal unidad central sólo es
posible encontrarla en aquellos que dejan la letra de la carne y los dogmas que
ellos mismos inventaron y se profundizan en sí mismos en espíritu y en verdad,
y prueban la teología del corazón como la dulce Palabra de Dios. Pueden ser
llamados católicos romanos, Luteranos, Reformados, etc. aquí Taulero, Kempis,
Arndt y Neander son uno. Lo verdadero y duradero del cristianismo es el hecho de
hacer morir al viejo hombre y darle vida al espíritu.
Este llamado despertó un hambre
en innumerables corazones, especialmente en Wurttemberg y Suiza. Muchos que no
se unieron al círculo externo de Filadelfia pertenecían al mismo en su corazón.
Todos ellos buscaban el reino de Dios y practicaban la piedad. Llegaron a ver a
Filadelfia como la sociedad a la cual ellos pertenecían internamente porque en
su opinión veían en ella aquello que es esencial para el reino de Dios,
mientras que en las iglesias de diferentes confesiones ellos sólo veían apariencias
y formas externas, dentro de las cuales se encontraba oculto el espíritu del
anticristo. Zinzendorf trató de organizar estas sociedades y unirlas a la
“unidad de los hermanos moravos”, pero no tuvo éxito.
La predicación de Hochmann von Hochenau
en esta época fue un importante medio de avivamiento en la conversión de
pecadores y la fundación de iglesias filadelfia. Sus constantes viajes, cuando
él era atacado por turbas, encarcelado por las autoridades, pero escuchado en
todas partes por inmensas multitudes, llenaron su vida de servicio entusiasta
para el Señor y también derramaron bendiciones sobre una cantidad innumerable
de sus oyentes. Sus únicos períodos de descanso tenían lugar cuando él se
retiraba de vez en cuando a un pequeño refugio que tenía en el bosque de
Wittgenstein.
Por lo demás, su amor por todos,
especialmente por los judíos, lo apremiaba a viajar y predicar por toda
Alemania occidental y del norte.
La predicación de Hochmann fue el
medio de la conversión de un joven estudiante de teología, Hoffman, cuyas
reuniones, fuera de la Iglesia oficial, contribuyeron a la conversión de
Gerhard Tersteegen, quien más tarde se convirtió en un poderoso testigo de
Cristo y, quien además, ha ministrado a las generaciones posteriores por medio
de sus hermosos himnos.
Jung Stilling (1740–1817), cuya
vida y escritos ejercieron una gran influencia, escribió sobre esos tiempos:
“En toda la historia de la iglesia no hay un período en que la expectación de
la venida del Señor haya sido tan intensa y tan universal como en la primera
mitad del siglo recién concluido. Los avivamientos que tuvieron lugar en Halle
abrieron el camino; inmediatamente después, siguió la restauración de la
“iglesia de los hermanos” mediante Zinzendorf y luego la sociedad mística de Filadelfia
en Berleburgo, fruto del cual surgió la Biblia de Berleburgo. Al mismo tiempo
aparecieron dos heraldos, Friedrich Roch y Hochmann von Hochenau, luego Gerhard
Tersteegen y muchos otros.”
Los llamados valdenses o los
anabaptistas, y otros de carácter similar, no fueron reformistas de la Iglesia
Católica Romana ni más delante de las Iglesias Luteranas y Reformadas. Su
origen se remontaba a tiempos anteriores, y ellos mantuvieron las mismas
enseñanzas y prácticas bíblicas primitivas de antes y luego a través de las
épocas del auge y progreso delas nuevas hermandades que se desarrollaron
posteriormente. Igualmente, los llamados paulicianos, y otros relacionados espiritualmente
a ellos, no fueron reformistas de la Iglesia Ortodoxa Griega, sino que la
precedieron. Ellos luego fueron contemporáneos con esta, pero siempre aparte de
ella.
Sin embargo, hubo otros
movimientos que fueron movimientos de reforma, tanto en relación a la Iglesia
Católica como a las Protestantes.
Algunos de estos movimientos
trataron de influenciar las iglesias a que pertenecían, sin apartarse de ellas,
mientras que otros formaron grupos que se separaron o fueron expulsados. De
estos surgió “la Reforma” de la Iglesia Católica Romana que dio lugar a la
formación de denominaciones protestantes, las cuales representaron los
diferentes grados de reforma del Catolicismo Romano.
También hubo intentos de reforma
dentro de la Iglesia Católica Romana, como fue el caso de San Francisco de
Asís, y varios de los Papas, quienes hicieron esfuerzos genuinos por eliminar
los abusos, pero se encontraron con costumbres bien arraigadas y enredos de
obligaciones financieras que pudieron más que ellos.
Asimismo, en las Iglesias
Luteranas y Reformadas hubo algunos que intentaron la reforma desde dentro,
como fue el caso de los pietistas.
Por otra parte, también hubo
otros que se separaron de ellas, como fue el caso de los labadistas.
Los “hermanos bohemios”
originalmente fueron de una creencia primitiva y valdense, pero cuando
Zinzendorf los reorganizó fue en base a aquellas líneas pietistas las cuales
tuvieron la tendencia de mantenerlos dentro de las Iglesias oficiales.
Los místicos representan a
aquellos que no vieron ninguna posibilidad de regresar al orden de la iglesia
primitiva. Por eso se refugiaron en una santificación personal y una comunión
con Dios. Se mantuvieron en las asociaciones eclesiásticas en las cuales se
encontraban, cuya importancia se reflejaba según las opiniones variadas
individuales. Mantuvieron afinidades espirituales con lo mejor del monaquismo,
y se vieron tanto en los círculos Católicos como en los protestantes. Ellos se
esforzaron por fundar iglesias verdaderas en el tiempo de la Invitación filadelfia.
La desviación de los mandamientos
de Cristo y de la doctrina apostólica había sido inmensa, y se había extendido
a cada detalle de las enseñanzas de la Escritura. Fue por ello que el largo
camino de regreso no fue encontrado de golpe; primero se recuperó una verdad,
luego otra.
LA
UNIDAD EN LA VERDAD, LA ORACIÓN DEL SEÑOR.
Debido a que estos avivamientos
espirituales ocurrían en distintos lugares y épocas, produjeron una cantidad de
iglesias que se diferenciaron unas de otras en su historia, esto en la medida
que comprendieron la revelación original, y en su regreso a la práctica
primitiva. Por esta razón fueron acusadas de multiplicar las sectas, pero en
realidad son muchos senderos que conducen de regreso a la primera unidad esa
primera unidad que será su unidad final, porque los peregrinos llegarán
finalmente a la meta, conforme a la oración del Señor por ellos: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en
unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a
ellos como también a mí me has amado” (Juan 17.23).
PERIODO DE INTRUSION DEL RACIONALISMO (1648-1789)
INTRODUCCIÓN AL PERÍODO
Al principio de este período el
mundo estaba muy desorganizado. La Guerra de los Treinta Años en el Continente
había asolado la mayor parte de los Estados Alemanes, y la continuación de
batallas esporádicas proyectaba la miseria de una temprana catástrofe. En
Inglaterra la guerra fratricida entre la gente y la casa de los Estuardo
terminó dramáticamente en 1649 con la decapitación de Carlos I y la toma del
poder por Oliverio Cromwell.
En todo el período el Continente
estuvo dominado por Francia, aunque la represión política y religiosa del
pueblo puso los fundamentos de la gran revolución al fin del período que quitó
a Francia del lugar preponderante entre las naciones. Inglaterra, mientras
tanto, se movía hacia la democratización de su monarquía. El Parlamento
continuamente recibía más responsabilidades gubernamentales y políticas. El avivamiento
de Wesley indudablemente salvó a Inglaterra de una revolución similar a la de
Francia.
Durante este período el mundo
intelectual se sacudió todas las restricciones tradicionales de sus sistemas
teológicos y filosóficos. Debe recordarse que las formulaciones de Francisco
Bacon (1561-1626) y René Descartes (1596-1650) dieron nuevo énfasis al
racionalismo para interpretar el mundo. Este énfasis fue continuado por
Espinosa y Leibnitz.
El empirismo de Juan Locke
(1632-1704) tomó una dirección diferente, dando inspiración para el idealismo
de Berkeley y el escepticismo
de Hume. En este período, Emmanuel Kant (1724-1804) llevó la era de la razón a
su cumbre. Al hacer de la mente del hombre el factor dominante en la
categorización del mundo de la experiencia, Kant demolió el antiguo racionalismo,
pero introdujo un nuevo tipo. El puso las bases para los posteriores sistemas
de pensamiento que desarrollaron más completamente la verdad de que el hombre
no es simplemente una creatura pensante sino que tiene otras facetas en su
naturaleza.
PUNTOS DE ESPECIAL INTERÉS
En este período el estudiante
puede ver las sucesivas embestidas del cristianismo contra el racionalismo
militante y el escepticismo. En el Continente esto tomó la forma de pietismo.
Este movimiento fue muy importante en sus contribuciones inmediatas, y también
en su influencia sobre el avivamiento, tanto en América como en Inglaterra el
siguiente siglo. El tema dominante en el cristianismo inglés de este periodo
era el avivamiento wesleyano.
Cada parte de la vida inglesa fue
bendecida por él, y la ascensión de Inglaterra a un lugar dominante en los
asuntos del mundo el siguiente siglo, radica en gran parte en el carácter
salvador de este avivamiento, tanto en la vida social como en la política. El
gran despertar en las colonias americanas, evidentemente encendido por los antecedentes
pietistas, hizo mucho para poner los fundamentos en la vida religiosa y política del nacimiento de la nueva
nación.
EL CRISTIANISMO DE LAEUROPACONTINENTAL
La Paz de Westfalia de 1648 marcó
el fin del período conocido como la Reforma Protestante. Las principales
naciones europeas durante la Reforma eran Inglaterra, España, Francia, y
Suecia, con el vagamente confederado Santo Imperio Romano, y los amenazadores
turcos en el sudeste de Europa para completar el cuadro. Estaban empezando a desarrollarse
nuevas naciones: Austria, Brandemburgo-Prusia, Holanda, y Rusia. El propósito
de este capítulo es trazar el cristianismo sobre el Continente desde el fin de
la Reforma hasta la Revolución Francesa. Inglaterra será considerada en un
capítulo separado.
EL FONDO POLÍTICO
Debe recordarse que Francisco I
de Francia y Carlos V de España
pelearon intermitentemente durante la Reforma, y, sin intención, contribuyeron
grandemente al éxito de los protestantes. Estas guerras no eran incidentales.
Las aspiraciones nacionales surgieron abruptamente en el siglo XVI. El antiguo
orden estaba cambiando. El imperio estaba decadente, y aunque intuían su
destino, cada uno de los diversos estados se esforzaba vigorosamente por
conseguir ventaja en el nuevo orden.
Aunque España, mediante el
descubrimiento colonial y la antigua centralización era el poder dominante en
el período de Reforma, la hegemonía pronto pasó a Francia. Un siglo de guerras
agotadoras, una fatal debilidad para mantener una fuerte sucesión a su trono;
la incapacidad de explotar su imperio colonial, derribaron a España de su alto
puesto. Por otra parte, el rey Luis XIV de Francia (1643-1715) era un hombre
astuto y opresivo que había gobernado lo suficiente para llevar a cabo un
extenso y enérgico programa de agresión y
expansión.
El Santo Imperio Romano, factor
tan potente durante la Reforma, declinaba rápidamente. La decadencia política y
el estancamiento económico se combinaron para derribar este imponente edificio
medieval y entregar sus oportunidades y deberes a los estados alemanes
individuales, principalmente Bavaria, Sajonia, Hanover, Austria y
Brandemburgo-Prusia. Italia permaneció dividida en pequeños estados.
Los turcos también dejaron pronto
el principal escenario de los acontecimientos. Una vez más en la última mitad
del siglo XVII, los ejércitos de los turcos amenazaron Viena, como lo habían
hecho durante los años de la Reforma, pero después de esto la marea se calmó.
También Suecia, después de un breve período de gloria mediante la obra de Gustavo
Adolfo (1611-32), fue derrotada por la coalición de sus enemigos, en 1709.
Esta fue la edad dorada de la
República Holandesa, por un tiempo la más indiscutida de los mares. En este
período también el gigante ruso empezó a moverse. Pedro el Grande (1689-1725)
inició la occidentalización de la nación, y bajo Anna (1730-40) y Catalina la
Grande (1762-96) Rusia acumuló considerable territorio y se movió a un lugar más grande en la familia europea de
naciones.
IGLESIA CATÓLICA ROMANA
El nuevo espíritu nacionalista
que arrastraba al mundo demandó completo control del estado. La Iglesia
Católica Romana, por otra parte, reclamaba la inmediata fidelidad del clero y
el pueblo. La substitución del poder del imperio medieval por el de los estados
individuales significaba la agotadora repetición del conflicto entre los
poderes que se sobreponían unos a otros.
La contienda entre el imperio
universal y la iglesia universal fue reemplazada por la batalla entre muchos
fuertes estados nacionales y la Iglesia Romana militante. En el continente esto
fue particularmente cierto respecto a Francia y Austria. En Francia Luis XIV
(1643-1715) consiguió absoluta autoridad, y poco después, María Teresa
(1740-80) de Austria se esforzó por el mismo ideal.
La historia principal de la
Iglesia Romana entre 1648 y 1789 fue la interacción entre los objetivos
eclesiásticos y diplomáticos de Francia y Roma. La actitud religiosa de Luis
XIV estaba gobernada por sus objetivos nacionalistas del momento, porque
aparentemente él tenía poca convicción religiosa. En 1682 él obligó al clero
católico romano de Francia a emitir lo que es conocido como los Artículos
Galos, una consolidación directa de los intereses nacionales, al limitar al
papa a las cosas espirituales únicamente, y al poner toda la autoridad
espiritual final en manos de concilios ecuménicos.
El papa, Inocente XI (1676-89)
fue uno de los pontífices más capaces y escrupulosos de todo el período, pero él
vio al instante la naturaleza subversiva de esta legislación y la combatió acremente.
De hecho, era tan grande su odio por Luis XIV de Francia que él podía haber
consentido en el derrocamiento del rey católico Jaime II de Inglaterra, en
parte por la amistad de Jaime con Luis XIV.
El sucesor de Inocente, Alejandro
VIII (1689-91), trató de concertar un compromiso con Luis, pero no tuvo éxito.
Sin embargo, el siguiente papa, Inocente XII (1691-1700), encontró a Luis de un
humor más tratable, y en correspondencia a favores del papa, el rey francés
permitió que sus obispos desaprobaran los Artículos Galos.
PERSECUCIÓN DE LOS HUGONOTES.
Debe recordarse que los hugonotes
(calvinistas franceses) habían recibido la promesa “perpetua e irrevocable” de
ciertas libertades según el Edicto de Nantes (1598). La Iglesia Romana
consideraba esta tolerancia como deplorable, y trabajó continua y efectivamente
para socavarla. Los soberanos católicos de Francia durante la mayor parte del
siglo diecisiete fueron acremente hostiles a los hugonotes y esperaron solamente la oportunidad
de destruirlos. En el terreno de la política práctica los hugonotes mejoraron
su situación al apoyar al gobierno en medio de las sublevaciones populares, y
recibieron a su vez las alabanzas de Luis XIV.
En 1656 el clero católico
protestó con Luis XIV por los privilegios concedidos a los hugonotes. El rey
mostró su verdadera desconfianza de los hugonotes votando contra ellos,
particularmente después de 1659. La persecución empezó, y fue tan malvada como
podía ser, tramada por la perversidad del absolutismo Borbón combinada con el
carácter vengativo del fanatismo jesuita.
En octubre de 1685, el Edicto de
Nantes, el título original de libertad de los protestantes franceses, fue
revocado con las mismas palabras sin significado que la habían producido: un
“edicto perpetuo e irrevocable”.
Todas las casas de culto
protestante debían ser destruidas y las escuelas abolidas, todos los servicios
religiosos suspendidos, y todos los ministros protestantes debían dejar Francia
en quince días. Si los ministros protestantes se hacían católicos,
continuarían, con un substancial aumento de sueldo y otros beneficios
específicos. La tortura, la prisión, y las galeras se convirtieron en la regla.
Más de un cuarto de millón de hugonotes huyeron de Francia, pese a los guardas
fronterizos apostados para detenerlos.
Como resultado, Francia perdió
tal vez una cuarta parte de sus mejores ciudadanos; los que se quedaron
violaron su conciencia, y sus
hijos fueron criados como escépticos o verdaderos incrédulos; la Iglesia
Católica Romana establecida desvergonzadamente explotó al estado y al pueblo de
tal modo que el primer golpe fuerte de la Revolución Francesa un siglo después,
fue dirigido a la iglesia, y la monarquía se volvió tan imperiosa con los
derechos de la gente que se pusieron los fundamentos para la gran catástrofe.
PERSECUCIÓN DE LOS JANSENISTAS.
Los jansenistas recibieron su
nombre de su fundador, Cornelio Jansen, obispo católico (1585-1638), que
veneraba el sistema teológico de Agustín. Agustín, como se recordará, exaltaba
la soberanía de Dios en todas las áreas de gracia y salvación. Los jesuitas, por otra parte, eran en su mayor
parte pelagianos, y hacían hincapié en la capacidad del hombre para ayudar en
la transacción redentora.
Después de la muerte de Jansen en
1638, sus amigos publicaron su obra maestra teológica, que encomiaba el sistema
agustiniano. Naturalmente, los jesuitas hicieron cuanto pudieron por lograr que
el papa condenara esta obra. Todo el asunto se convirtió en una prueba entre
los jesuitas y sus enemigos. En 1653 el papa condenó cinco proposiciones que aparentemente
contenían la médula de los conceptos de gracia de Jansen.
Prominentes dirigentes, como Blas
Pascal y Antonio Arnauld se alinearon en el lado jansenista. El papa Alejandro
VII y Luis XIV se unieron para pedir a los jansenistas que se conformaran. La
persecución y la coerción continuaron por más de medio siglo, y finalmente
arrasaron virtualmente el jansenismo francés, aunque sobrevivió en los Países
Bajos. El significado de esta controversia descansa en el hecho de que
representa la condenación católica romana de las enseñanzas de Agustín, uno de
sus padres antiguos, y una
victoria para las ideas pelagianas de los jesuitas. El sinergismo del sistema
católico romano es más favorable para el pelagianismo que para el
agustinianismo.
PERSECUCIÓN DE LOS SALZBURGUENSES.
En las áreas montañosas de la
Austria superior, la gente inaccesible a la regimentación, había sido seguidora
por largo tiempo, de las doctrinas evangélicas. Los valdenses, los husitas, los
luteranos, y los anabautistas, tenían discípulos allí. Exteriormente la mayoría
de la gente se conformaba a la Iglesia Católica Romana, pero se reunía
secretamente para cultos evangélicos.
Por el tiempo de la Paz de
Westfalia (1648) muchos se habían convertido en adictos luteranos. Puesto que
el tratado wesfaliano estipulaba que los luteranos en el territorio de un
príncipe católico tenían el derecho de emigrar pacíficamente, los protestantes
de Europa se disgustaron cuando las congregaciones del territorio del obispo de
Salzburgo fueron rudamente encarcelados por su fe. El arzobispo murió muy
oportunamente y cesaron tanto las persecuciones como el furor.
En 1728, sin embargo, fue
nombrado un nuevo arzobispo que juró que destruiría a los herejes. La
persecución empezó otra vez, y en 1731 cerca de veinte mil luteranos fueron
echados del país en medio del invierno. La mayoría fue a Prusia, donde fueron
recibidos con gusto.
SUPRESIÓN DE LOS JESUITAS.
La orden jesuita fue
probablemente el partido más influyente en la Iglesia Romana durante el primer
siglo después que Loyola fundó la sociedad. Su organización firmemente unida,
sus objetivos muy bien definidos, su ética oscilante, y su celo arrollador, los
pusieron rápidamente al frente, pero esas mismas características también les
trajeron enemistad de muchas partes.
En los primeros años del siglo
XVIII, los dominicanos acusaron a Los jesuitas de permitir que en China los
chinos continuaran adorando ídolos paganos con una delgada capa de vocabulario
cristiano. En 1721 uno de los hombres que los jesuitas habían quitado de sus
puestos en Portugal, fue elegido papa y tomó el nombre de Inocente XIII
(1721-24).
Inmediatamente retiró a los
jesuitas el derecho a dirigir la obra misionera en China, y casi abolió la
orden enteramente. Benito XIV (1740-58) también condenó las bárbaras prácticas
de los jesuitas en los campos misioneros. Clemente XIII (1758-69), un firme
partidario de los jesuitas, dio el golpe final con la emisión de dos bulas que
alababan la orden jesuita. Portugal ya había echado a los jesuitas en 1759;
Francia hizo lo mismo en 1764, y en 1767 España y Sicilia tomaron la misma
acción.
La tormenta de protestas contra
el apoyo papal de los jesuitas trajo como resultado la elección, en 1769, de un
papa anti-jesuita, Clemente XIV (1769-74). Francia, España y Nápoles demandaban
la supresión de los jesuitas como condición para continuar sus relaciones con
el papado.
Después de varios pasos
preliminares, Clemente abolió la sociedad jesuita en 1773, en un lenguaje
vitriólico. Ningún protestante los ha condenado nunca más inequívocamente.
Federico de Prusia, un luterano, y Catalina de Rusia, una católica griega,
dieron refugio a los jesuitas con la esperanza de beneficiarse con el
resentimiento jesuita. La restauración vino cuarenta y un años después.
LA TORMENTA PRÓXIMA.
Un vistazo a la historia de los
papas durante este período nos muestra que en el siglo XVIII ellos enfrentaron
un mundo hostil. La amarga rivalidad con el nacionalismo y el intercambio de
golpes con el protestantismo da cuenta sólo en parte de su lucha; la otra parte
vino de lo que ha sido llamado la Ilustración. El primer entusiasmo de
descubrir un mundo ordenado, uno que opera sobre bases de leyes fijas y
determinables, fue casi incontrolable. En la mente de muchos, la autoridad se
había cambiado de un Dios soberano a un hombre pensante, que era la medida de
todas las cosas. Con la irrupción de la revolución en Francia, la Iglesia
Católica Romana y el
cristianismo en general fueron considerados como enemigos de los derechos
humanos y opositores de las más altas realizaciones del género humano.
LA IGLESIA LUTERANA
Las tierras luteranas sufrieron
lo más reñido de la guerra que terminó en
1648. Los terribles resultados de
esta guerra empobrecieron estos estados alemanes por un siglo. La población
masculina fue diezmada, y la constante marcha de ejércitos que vivían fuera de
la tierra produjeron la devastación, tanto de los enemigos como de los aliados.
CONTROVERSIAS DOCTRINALES.
Las ásperas controversias entre
los luteranos, después de la muerte de su fundador, apenas subsistieron hasta
antes del estallido de la Guerra de los Treinta Años en 1618. La guerra detuvo
parcialmente gran parte de la disputa teológica, pero el torrente de palabras
iracundas pronto explotó otra vez. Esta vez empezó con Jorge Calixto (1586-1655),
un descendiente espiritual del partido de Felipe Melanchton. La preparación y
experiencia de Calixto lo hicieron apto para desempeñar este puesto. Mediante
largos viajes y diversos estudios él aprendió a apreciar a otros grupos
cristianos.
Para 1630 empezó a disminuir
distintivamente las doctrinas luteranas y a sugerir planes para la unión
cristiana. Su adversario fue Abraham Calovio (1612-86), cuyo temperamento y
preparación le inspiraban una fuerte lealtad al confesionalismo luterano y lo
hacían aborrecer todo lo que Calixto defendía. Esta controversia, que anunciaba
una división similar pero menos amarga entre los luteranos americanos, envolvió
mucho de la vitalidad y atención del luteranismo continental de este período.
PIETISMO.
Dentro del luteranismo, un fruto
de la depresión económica y de las condiciones religiosas que siguieron a
Westfalia fue un intento de traer una renovación vital del cristianismo
práctico. El pietismo representa una reacción contra el rígido escolasticismo
intelectual y un esfuerzo para volver a los principios bíblicos. No era un
movimiento aislado. Inglaterra tenía una especie de contraparte en sus
avivamientos puritanos y wesleyanos. Los dirigentes del pietismo entre los
luteranos fueron Felipe Jacob Spener (1635-1705) y Augusto Herman Francke (1663-1727).
Spener fue el iniciador, aunque
Francke llevó el movimiento a su más grande éxito. Ninguno de estos hombres
deseaba separarse de la iglesia luterana, sino reformarla desde adentro. Como
pastor de Frankfort en 1666, Spener vio la diferencia entre el verdadero
cristianismo del corazón y la mera aceptación formal e intelectual de doctrina
que caracterizaba la vida de la iglesia circundante. El introdujo en su iglesia
clases de Biblia y oración en un esfuerzo por revitalizar el vivir cristiano.
En 1675 publicó una obrita
titulada Deseos Piadosos, que
instaba al cristianismo a ser más personal, escriturario, práctico, y amante.
Los hermanos luteranos acusaron a Spener de inclinarse a las doctrinas
calvinistas y de separarse de la fe luterana.
Francke siguió adelante con su
obra. Tuvo una experiencia de conversión en 1688 y se volvió fuertemente
evangelista y piadoso. Su obra más grande la hizo en la Universidad de Halle.
Mientras estuvo allí tradujo el cristianismo en una manera práctica de vivir,
fundando un orfanato y dando oportunidades educativas para miles de muchachos,
desde la escuela elemental hasta la universidad.
De este centro surgieron las
primeras vislumbres del movimiento misionero moderno cuando en 1705 proveyó los
primeros misioneros para la misión danesa en la India. De igual manera, Enrique
M. Muhlenberg, probablemente el luterano americano antiguo más sobresaliente,
vino de Halle en 1742.
Además, la obra de Spener y
Francke produjo la fundación de los Hermanos Moravos. El conde Nicolás Ludwig
von Zinzendorf (1700-60) fue criado por su abuela pietista y recibió su
educación elemental en la institución de Francke en Halle. El permitió que dos
familias de Hermanos Bohemios se establecieran en su estado en Sajonia.
Interesado, se unió a su grupo y asumió la dirección. Es interesante notar que
él consiguió sucesión episcopal tanto de fuentes luteranas como de reformadas.
Zinzendorf deseaba establecer una
asociación cristiana de todos los verdaderos cristianos de todas las iglesias.
Fue desterrado de Sajonia por las autoridades del estado en 1736, y aprovechó
la ocasión para visitar a los Hermanos Moravos, como se llamaba su grupo, en
Inglaterra y América. En 1742,
para su gran disgusto, su comunidad en Sajonia se organizó como iglesia
separada durante su ausencia. A él se le permitió regresar a su hogar en 1749.
El celo y la actividad misionera de los Hermanos Moravos fue muy pronunciada
durante el siglo XVIII.
Más allá de su propia vida
organizada, el pietismo tenía considerable influencia. Le dio un énfasis
renovado al estudio de las Escrituras y exaltó el lugar de la experiencia de
conversión. Como reacción contra sus conceptos, algunos de sus oponentes
prepararon el camino para el racionalismo.
RACIONALISMO.
Durante el período medieval los
filósofos cristianos habían batallado con el asunto de la relación entre la
razón humana y la revelación divina.
Particularmente cuando la razón
parecía estar en conflicto con alguna área de revelación este problema se volvía
agudo. Muchos cristianos consideraban que la síntesis de Tomás de Aquino
establecía la relación apropiada. Aquino tomó la postura de que la razón debe
ir tan lejos como pueda, formando una base para el conocimiento, y que la
revelación debe completar entonces la estructura, proveyendo así en un sentido
un coronamiento o una terminación del todo.
Otras fuerzas, sin embargo, continuaban
levantando el problema original. Entre otras cosas, el Renacimiento abrió
nuevos mundos de saber y comprensión para los hombres. Además, durante los
pasados siglos XV y XVI el movimiento conocido como humanismo volvió a los
hombres crecientemente hacia la fe en sus poderes racionales. En un sentido la
misma reforma protestante al combatir la superstición y apelar al razonamiento
de los hombres y también al formular confesiones racionales y debatir sobre
doctrina., contribuyó al giro hacia la razón. Algunos dirigentes de la Reforma exaltaban
la razón humana y atenuaban drásticamente el campo de lo sobrenatural, pero
generalmente la lucha era en los términos con respecto a lo sobrenatural
básico.
En este período, sin embargo, la
acometida contra lo sobrenatural a favor de un racionalismo radical se hizo
crítica. Por extraño que parezca, el ataque más severo fue indudablemente lanzado
por uno que estaba esforzándose por proteger al cristianismo contra el deísmo
de Inglaterra y el escepticismo de Francia. Cristián Wolff (1679-1754) fue
criado en la tradición de los filósofos Descartes y Leibnitz, que insistían en
que toda verdad es factible de clara demostración y básicamente es armoniosa.
Wolff trataba de traer todos los
conceptos filosóficos a una auto evidencia y a una claridad incontrovertible, y después se volvió a la teología con
el mismo propósito. Al creer que podía hacerlo así, afirmó que las doctrinas
cristianas debían ser factibles de demostración con tanta claridad como las
proposiciones matemáticas. Esto dejaba a la revelación completamente bajo el
imperio del razonamiento humano. A menos quelas doctrinas reveladas fueran
completamente demostrables a satisfacción de la mente, eran indignas de
crédito.
Por causa de estos conceptos
Wolff fue echado de su profesorado de filosofía en la Universidad de Halle,
pero fue restaurado por el gobernador prusiano, Federico el Grande. El
liberalismo y el escepticismo estaban ampliamente esparcidos por toda Alemania.
La Iluminación, como era llamado el movimiento, gobernó casi supremamente en
Alemania por todo este período. La revelación llegó a ser casi sin significado.
La demostración racional
únicamente era aceptable en la enseñanza de la doctrina cristiana. El curioso
sistema religioso de Emanuel Swedenborg (1688-1772) y su iglesia Nueva
Jerusalén fueron un resultado directo de este fondo, al intentar él justificar
el mundo espiritual al mostrar su correspondencia con el orden natural.
Este movimiento racional alcanzó
su cumbre en Emanuel Kant (1724- 1804). Aunque con frecuencia llamado el padre
del racionalismo alemán, él introdujo algunos elementos que se desviaban de una
interpretación estricta y final
de toda la vida. El demolió la idea de Wolff de que todas las verdades deben
ser demostrables con ideas claras, y aunque
insistía en que la existencia de Dios no puede ser probada objetivamente, no
obstante en su Crítica de la Razón Práctica
introdujo un imperativo moral en la vida que sugería un gobernador moral
del universo. Todo su sistema, sin embargo, descartaba la revelación
sobrenatural y hacía de la razón del hombre el criterio final de la verdad.
Este período de la vida luterana se cierra con un fuerte racionalismo y un
escepticismo religioso esparcido por los estados alemanes.
CALVINISMO
El sistema de teología de Calvino
era más auto consistente que el de Lutero, y como consecuencia, hubo muy pocas
controversias internas en el siglo que siguió a la muerte de Calvino. Las
controversias que se desarrollaron fueron de la naturaleza de revuelta radical
contra todo el sistema en vez de desacuerdo con una sola faceta. Un breve
vistazo del calvinismo de este período se puede hacer siguiendo un plan
geográfico.
SUIZA.
Se recordará que Calvino empezó
su movimiento en Ginebra, por el año 1534. Después de la muerte de Calvino en
1564, su discípulo Teodoro Beza enseñó la predestinación aún más rígidamente.
El movimiento no fue muy afectado por la Guerra de los Treinta Años. Sin
embargo, el desarrollo del liberalismo teológico, junto con el escepticismo
alemán y francés que rodeaban el área, socavaron grandemente la fe de los calvinistas
suizos después de 1750.
LOS PAÍSES BAJOS.
La controversia arminiana del
período anterior había disminuido gradualmente. A los disidentes se les
permitió en su mayor parte regresar y propagar
sus conceptos. En este período vivieron dos teólogos sobresalientes. Hugo
Grocio (1583-1645), con frecuencia llamado el fundador del derecho
internacional, sintió la mano persecutora del calvinismo extremo. A él se le
recuerda por su teoría del sacrificio de Cristo en términos de la vindicación
de la majestad del gobierno de Dios.
El otro dirigente fue Juan Coccio
(1603-69), probablemente el erudito de la Biblia más sobresaliente de esta
área. Coccio popularizó la idea de los pactos: el pacto de las obras con Adán,
que fracasó. Dios hizo un nuevo pacto de gracia en Cristo. A mediados del siglo
XVIII, el calvinismo holandés también era afectado adversamente por el deísmo,
el escepticismo y el racionalismo. La Iglesia Holandesa Reformada fue llevada a
América en 1628.
LOS ESTADOS ALEMANES.
La Paz de Westfalia reconoció al
calvinismo con iguales derechos civiles y eclesiásticos que el catolicismo
romano y el luteranismo. Como se ha sugerido antes, sin embargo, la Iglesia
Católica Romana intentó vigorosamente recatolizar a tantos estados alemanes
como pudiera alcanzar, y tuvieron éxito al reemplazar al calvinismo en algunas
áreas. La Iglesia Alemana Reformada también fue afectada grandemente por el materialismo
y el escepticismo en el siglo XVIII. Algunos de sus miembros emigraron a
América en 1746.
FRANCIA.
Francia había estado peleando
constantemente (usualmente con España y los Hapsburgo) desde los primeros días
de la Reforma. La Guerra de los Treinta Años dio una victoria casi más allá de
los sueños de los primeros reyes. Francia se convirtió en el poder principal
del Continente. Durante el largo reinado de Luis XIV (1643-1715), su meta
principal fue establecer el absolutismo real sobre la base de nombramiento
divino. El desarrolló una concienzuda organización, un fuerte ejército, y una corte meticulosamente leal. Sus
extravagancias echaron grandes cargas sobre el pueblo. Tenía un altísimo
concepto de su oficio que no admitía rivalidad.
Hizo todo lo que pudo por
destruir el calvinismo. Después de la revocación del Edicto de Nantes en 1685,
los calvinistas huyeron a las montañas Cevennes y organizaron guerrillas de combate
contra los católicos. Por un siglo la persecución de calvinistas continuó intermitentemente.
Los nombres sobresalientes que se han preservado de este período son los de
Antonio Court, el restaurador de la Iglesia Reformada de Francia, y Pablo
Rabaut, el apóstol del desierto. Los últimos años de este período trajeron
alguna tolerancia mediante los esfuerzos de Roberto Turgot.
COMPENDIO FINAL
Durante este período la
controversia sobre el pietismo y el sincretismo dividió a los luteranos y
alentó el racionalismo. El escepticismo resultante afectó adversamente tanto a
los luteranos como a los movimientos reformados (calvinistas) en todas partes
de Europa. La persecución católica romana contribuyó a las miserias del período
y desvió a muchos hacia el escepticismo y la revolución.
La organización jerárquica de la
Iglesia Católica Romana previno mucho de la influencia racionalista radical que
agostó al protestantismo. Los conflictos internos produjeron la supresión de
los jansenistas y los jesuitas, y la persecución de los protestantes se hizo
general y malvada.
Políticamente, la Iglesia Romana
hizo la paz con los diversos estados, en particular con Francia, el poder más
fuerte del Continente.
Otros grupos pequeños, tales como
el de los menonitas, continuaron en este período, pero esa historia no puede
ser narrada aquí.
CRISTIANISMO INGLES
La historia del cristianismo
inglés de este período está íntimamente relacionada con la historia política
por causa de la unión de la iglesia y el estado. Al fin del período anterior
Carlos I (1625-49) había sido decapitado por Cromwell para instituir lo que ha
sido llamado el período del Commonwealth (1649-60). Un parlamento presbiteriano
se había vuelto tan intolerante que Cromwell purgó su cuerpo de miembros y promovió
su propia organización parlamentaria.
LA IGLESIA DE INGLATERRA
Durante el Commonwealth
(1649-60). Después de la decapitación de Carlos I, Cromwell se enfrentó con la oposición
armada de Escocia e Irlanda que reconocían a Carlos II como el legítimo rey de
Inglaterra. Sin embargo, con sus ejércitos bien entrenados, Cromwell venció las
porciones de la nación que favorecía a Carlos II y en 1653, después de despedir
el Parlamento, se declaró Lord Protector de Inglaterra. El Parlamento
Presbiteriano había quitado a la Iglesia de Inglaterra el apoyo del gobierno en
1641 y subsecuentemente había puesto al presbiterianismo en esa posición
favorecida.
Cromwell alteró esta situación al
estipular que todos los ministros aceptables debieran ser mantenidos por el
estado. Como un medio de determinar cuáles ministros eran aceptables, instituyó
un Comité de Examinadores para probar a los ministros que solicitaran el
mantenimiento del estado. Los conceptos de doctrina y política nunca debían ser
discutidos para determinar quién era apto para el empleo; solamente el carácter
de uno como un hombre piadoso, y la capacidad para comunicar las verdades
religiosas, eran tomadas en consideración. En su mayor parte, la tolerancia
religiosa se estipuló para todos, excepto para católicos romanos y
antitrinitarios.
CARLOS II (1660-85) Y JAIME II (1685-88).
Después de la muerte de Oliverio
Cromwell en 1658, hubo una reacción en favor de restaurar la casa de los
Estuardo al trono de Inglaterra. La tradicionalmente mala memoria del pueblo
había olvidado la indescriptible tiranía de Carlos I, pero recordaba la
aspereza de los presbiterianos y la autoridad despótica de Cromwell. Tal vez
también la promesa de Carlos II de libertad religiosa para las conciencias
sensibles hizo que muchos se volvieran hacia él.
Después de su restauración al trono,
Carlos se encontró con que había prometido más de lo que podía dar. El partido
de la Iglesia de Inglaterra todavía estaba atrincherado en una posición
poderosa y no perdió tiempo para tomar al nuevo rey de la mano. Además, casi
antes de que Carlos fuera puesto como rey, Tomás Venner y un grupo de fanáticos
inclinados al milenarismo, conocido como Los Hombres de la Quinta Monarquía,
protagonizaron una rebelión en un intento de arrebatar el trono a Carlos y establecer
un reino para el regreso de Cristo. Fueron rechazados sin gran dificultad, pero
ciertamente influyeron en el rey contra todos los disidentes.
La Iglesia de Inglaterra (el
episcopado) fue establecida una vez más en 1660, y ese año empezó otra vez la persecución
contra todos los disidentes. Cinco leyes fueron aprobadas:
A. La Ley de Corporación de 1661
excluía a todos los disidentes de tomar parte en el gobierno local de Inglaterra
al ordenarles participar de la Cena en la iglesia establecida, repudiar la Liga
Solemne y el voto del Pacto, y jurar no tomar las armas contra el rey.
B. La Ley de Uniformidad de 1662
ordenaba que todo ministro creyera y siguiera el Libro de Oración Común en sus
servicios. Fuera de aproximadamente diez mil pastores de la Iglesia de
Inglaterra en este tiempo, hubo dos mil que fueron quitados de los púlpitos por
no estar dispuestos a someterse. Los mismos requisitos fueron prescritos para todos
los maestros de escuelas públicas o privadas.
C. La Ley del Conciliábulo de 1664,
dirigida especialmente a los bautistas, prohibía todas las reuniones religiosas
de disidentes.
D. La Ley de las Cinco Millas de
1665 prohibía que los ministros disidentes se acercaran menos de cinco millas a
cualquier ciudad o pueblo o a cualquier parroquia donde hubieran ministrado.
E. La Ley de Prueba de 1673 fue
dirigida particularmente a los católicos romanos.
Carlos había emitido la
Declaración de Indulgencia en 1672, en un esfuerzo por eximir a los católicos
del efecto de algunas de estas leyes, pero en un desafío directo a la corona,
el Parlamento aprobó la Ley de Prueba, que excluía a los católicos de todo
puesto civil y militar al ordenarles como prerrequisito para tales oficios la
condenación de la doctrina de la transubstanciación, y la participación en la
Cena en la iglesia establecida.
Aunque algunas de estas leyes
fueron dirigidas a grupos específicos, todas ellas produjeron gran aflicción a
los presbiterianos, congregacionalistas, bautistas, cuáqueros, y católicos
romanos.
En su lecho de muerte Carlos II
fue recibido en la Iglesia Católica Romana y su hermano Jaime II (1685-88) ya
católico romano activo, lo sucedió en el trono a pesar de la Ley de Exclusión
que el Parlamento había aprobado en un esfuerzo por impedir que un católico
romano asumiera la corona. Sin tardanza alguna Jaime intentó ayudar a los católicos
romanos.
En 1687, sin aprobación del
Parlamento, publicó una Declaración de Indulgencia, concediendo libertad de
conciencia y libertad de culto a todos sus súbditos. Jaime también liberó a los
católicos de la obligación de la Ley de Prueba de 1673. Por 1688 Jaime publicó
otra vez su declaración de Indulgencia, y
ordenó que fuera leída en todas las iglesias de Inglaterra. Siete
obispos rehusaron hacerlo y fueron juzgados de sedición. Fueron absueltos, en
medio del regocijo general.
El nacimiento de un varón en el
hogar de Jaime, mientras tanto, produjo temor general de que el catolicismo se
plantara firmemente en el trono inglés. El mismo día que los siete obispos
fueron absueltos, junio 29 de 1688, siete miembros dirigentes del Parlamento
invitaron a Guillermo de Orange, gobernador de los Países Bajos y protestante,
yerno de Jaime II, a tomar el trono de Inglaterra.
En parte porque Guillermo pensaba
que su esposa era la legítima soberana de Inglaterra, y en parte como un medio de atajar el poder continental católico
romano. Guillermo consintió en aceptar el trono, y en noviembre de 1688, con
poca resistencia, invadió Inglaterra y consiguió la corona. El Parlamento
regularizó su igualdad en el trono con su esposa María.
En coincidencia con esto, el
Parlamento declaró que los católicos romanos, y los que estuvieran casados con católicos
romanos, no pudieran jamás llevar la corona inglesa; que todos los católicos
fueran privados de cualquier posesión eclesiástica que pudieran tener; y que a
ningún católico se le permitía acercarse menos de diez millas de Londres.
GUILLERMO Y MARÍA (1688-1702) Y ANNA (1702-14).
Una de las primeras acciones del
nuevo soberano fue aprobar la Ley de Tolerancia (1689). Esta aliviaba a los
disidentes de la mayoría de las leyes persecutorias de Carlos II, aunque
todavía pasaba por alto muchas prohibiciones por la influencia del sentimiento
popular. Los católicos y los socinianos seguían proscritos. Los disidentes
tenían pocos derechos políticos y todavía eran obligados a mantener al clero
anglicano.
Algunos de los obispos no estaban
dispuestos a jurar lealtad a Guillermo y María, y protestaban que la línea
Estuardo (Jaime II) estaba divinamente instituida en el trono inglés. Nueve
obispos y otros clérigos se rehusaron afirmar el juramento y fueron llamados el clero no
juramentado. Huyeron a Escocia y mantuvieron una sucesión independiente hasta
1805.
La reina Anna (1702-14) tomó su
puesto en un período en que el Parlamento estaba tratando tolerantemente a los
disidentes, pero un suceso el quinto año de su reinado levantó su ira contra la
disensión. En 1707Escocia se unió oficialmente con Inglaterra con la admisión
de cinco escoceses (presbiterianos) en la Casa de los Lores, y de cuarenta y
cinco en la Casa de los Comunes.
Esto, con otras leyes planeadas
por un Parlamento tolerante para conciliar a los disidentes, llevó a una
reacción violenta entre los dirigentes de la iglesia establecida. En 1709
Enrique Sacheverell predicó un feroz sermón contra la tolerancia. El Parlamento
lo enjuició inmediatamente y lo castigó por calumnia. Los anglicanos se encolerizaron,
y por su influencia se eligió un Parlamento reaccionario en 1710. La reina Anna
favoreció la represión de la disensión, y por 1714 se prepararon severas leyes
contra los disidentes. Su muerte puso fin a este movimiento.
LA LÍNEA HANOVER (1714 - HASTA EL FIN DEL PERÍODO).
Mediante la legislación del
Parlamento, Jorge I (1714-27) fue traído de uno de los Estados Alemanes como el
pariente más cercano a la reina Anna. El y sus sucesores, Jorge 11(1727-60) y
Jorge III (1760-1820), siguieron la política general de tolerancia establecida
por Guillermo y María.
Fue bajo el último de los tres
que la colonia inglesa en América protestó por la obligación de pagar impuestos
sin tener representación y ganó la independencia. La Iglesia de Inglaterra fue
influida grandemente por el avivamiento wesleyano de este período, un
movimiento que se discutirá en las siguientes páginas.
LA IGLESIA CATÓLICA ROMANA EN INGLATERRA
Debe recordarse que Carlos I
(1625-49) favoreció el romanismo y se
casó con una católica romana. Su derrocamiento y ejecución introdujo un período
de estricta persecución para los católicos romanos. Cromwell fue tolerante con
la mayoría de los grupos, pero específicamente exceptuó a los católicos romanos
de su favor. Carlos II (1660-85) personalmente fue favorable a los católicos
romanos, pero fue incapaz de ayudarlos por causa del sentimiento general contra
ellos en Inglaterra. El se unió a la Iglesia Romana en su lecho de muerte.
Jaime II (1685-88) vigorosamente
siguió una política en favor de los católicos romanos, que fue la causa de su expulsión
del trono inglés y la declaración de que ningún católico romano debería llevar
la corona inglesa. Los católicos romanos estaban exceptuados de la Ley de
Tolerancia de 1689, y su movimiento era rigurosamente perseguido. Por todo el
período el catolicismo también fue vigorosamente reprimido en Irlanda. El gobierno
de los Hanover no trajo alivio a los católicos de Inglaterra, aunque el
prejuicio contra ellos ya estaba muriendo para el tiempo de la Revolución
Francesa. El Luteranismo En Inglaterra El luteranismo no obtuvo ningún terreno
en Inglaterra.
EL CALVINISMO EN INGLATERRA
El calvinismo habiendo aparecido
en Inglaterra bajo las diversas formas de presbiterianismo, congregacionalismo,
independentismo, o sencillamente puritanismo, dentro de la iglesia establecida,
estaba al control de Inglaterra al fin del período anterior. Una asamblea
eclesiástica de Escocia e Inglaterra, compuesta principalmente de calvinistas,
estaba preparando lo que llegó a ser conocido como la Confesión de Fe de Westminster,
una de las confesiones cristianas modernas más influyentes, no sólo en su
relación con los presbiterianos, sino en su modificación en las formulaciones
básicas de confesiones de fe congregacionalistas y de algunos bautistas
también.
La intolerancia presbiteriana,
sin embargo, se hizo insufrible. Sus severas leyes, desarrolladas en el
comparativamente breve período de control parlamentario, estipulaban la pena de
muerte para los errores en doctrina.
En 1648 Cromwell limpió el
Parlamento, arrebatándolo del control presbiteriano. Muchos presbiterianos se
hicieron pastores de las iglesias del estado bajo el régimen de Cromwell. Como
todos los disidentes del establecimiento episcopal, sufrieron considerablemente
la legislación persecutoria bajo Carlos II, y se regocijaron con la venida de
la tolerancia en 1689. El unitarismo, sin embargo, hizo grandes incursiones
dentro del presbiterianismo inglés en el siglo XVIII.
Los presbiterianos de Escocia,
mientras tanto, fueron obligados a separar su iglesia del estado, bajo la
política de restauración de Carlos II en 1661.
El gobierno eclesiástico de tipo
episcopal usado por la Iglesia de Inglaterra fue restablecida. Los
presbiterianos escoceses se irritaron bajo el látigo de la persecución. Un
pequeño grupo se reunió y firmó un convenio de continuar la lucha contra el
episcopado. De un dirigente, Ricardo Cameron, tomaron uno de sus nombres, los
cameronianos.
También son conocidos como los
pactantes y los presbiterianos reformados.
Aunque comparativamente pocos, pudieron sobrevivir a la maligna persecución que
siguió. Bajo la Ley de Tolerancia de Guillermo y María (1689), el
presbiterianismo fue restaurado al mantenimiento estatal.
En la primera mitad del siglo
XVIII tuvieron lugar dos pugnas en Escocia. Una fue contra las incursiones del
socianismo y el deísmo, los que
lograron grandes conquistas de los presbiterianos escoceses. La otra fue contra
el patrocinio seglar. En 1711 la reina Anna restauró el principio del patrocinio
seglar, que permitía que los feligreses influyentes gobernaran el nombramiento
de los ministros. Opuesto a la laxitud teológica y al patrocinio seglar,
Ebenezer Erskine (1680-1754) fue expulsado de la iglesia de Escocia en 1733 y
organizó la Iglesia de la Secesión.
En 1752 Tomás Gillespie fue
expulsado de la iglesia del estado por causa del patrocinio seglar, y formó en
1761 el Presbiterio de Consuelo. Estos dos grupos se unieron el siguiente
período.
Un movimiento muy significativo
ocurrió en Irlanda. Antes de los agitados sucesos que rodearon la toma del
trono por Guillermo y María, algunos escoceses presbiterianos se habían
establecido en el norte de Irlanda. Después de la derrota de los irlandeses en
1691 en la lucha por el acceso de Guillermo y María al trono inglés, el gobierno inglés se apropió de una
gran extensión de terreno en la provincia de Ulster e invitó a los presbiterianos
escoceses a establecerse allí.
Millares vinieron y empezaron un
vigoroso movimiento presbiteriano en Irlanda. En la primera parte del siglo
XVIII muchos de esos presbiterianos escoceses irlandeses fueron llevados a
América por el fracaso de la cosecha de patatas y el aumento delas rentas por los terratenientes ingleses. Los
presbiterianos de Ulster nunca fueron una iglesia establecida y por esa razón
eran más democráticos de espíritu que los presbiterianos ingleses. De entre
ellos surgieron algunos de los dirigentes sobresalientes del presbiterianismo americano
en los primeros años, principalmente Francisco Makemie.
El movimiento congregacional de
Inglaterra recibió mucha ayuda bajo Cromwell. Quien alentó la convocatoria de una
asamblea congregacional para la adopción de una confesión de fe. La asamblea no
fue convocada hasta la muerte de Cromwell en 1658. Se adoptó una declaración de
fe, siguiendo muy de cerca la Confesión de Fe de Westminster de 1648 de los presbiterianos.
Los congregacionalistas sufrieron con otros disidentes durante el reinado de
Carlos II y Jaime II y recibieron
bien la tolerancia bajo Guillermo y María.
OTRAS DENOMINACIONES EN EL CRISTIANISMO INGLÉS
BAUTISTAS.
Los bautistas ingleses se
hicieron oír durante las contiendas parlamentarias que tuvieron lugar en la
quinta década del siglo XVII. Sus convicciones respecto a la libertad religiosa
habían sido expresadas una generación antes en Inglaterra, y ellos aprovecharon
la oportunidad para impulsar su punto de vista.
En 1644, estando en Inglaterra,
Rogelio Williams publicó su Dogma Sangriento de Persecución, detallando la melancólica
historia de la persecución en Nueva Inglaterra y abogando por la libertad de
conciencia. Los bautistas ingleses fueron prominentes en el ejército de
Cromwell y al mismo tiempo fueron probablemente la más fuerte disuasión para la
ambición de Cromwell de encabezar una nueva línea de reyes en Inglaterra.
Tal vez engañados por la promesa
de Carlos II de que permitiría la libertad de conciencia, los bautistas se
unieron para trabajar por la restauración de la línea Estuardo. Con otros
disidentes sufrieron severamente en el período entre 1662 y 1688.
Por extraño que parezca, después
que la tolerancia fue legislada en 1689, los bautistas no crecieron
rápidamente, como era de esperarse. Parecían haber agotado su fuerza durante
los duros días de la persecución. Los bautistas particulares formaron una
confesión de fe en 1677 sobre el patrón de la Confesión de Westminster. Una
asamblea más grande adoptó esta confesión en 1689, y se ha convertido en la
principal confesión bautista inglesa. Fue el modelo para la Confesión de Fe de
Filadelfia adoptada en América el siguiente siglo.
Los bautistas generales fueron abrumados
por las corrientes socinianas de los primeros años del siglo XVIII, y muchas de
sus iglesias se volvieron unitarias. Los bautistas particulares cayeron bajo la
peste del super calvinismo, rodeados por Todas partes de lo que ellos creían
era la limitación de la elección de Dios.
LOS
CUÁQUEROS.
Los cuáqueros fueron el producto
de la experiencia mística de Jorge Fox (1624-91). El llegó a oponerse al
cristianismo organizado cuando siendo joven no pudo encontrar ayuda de los
clérigos para un problema personal.
Místico por naturaleza, aunque
criado en un fondo presbiteriano, tuvo lo que creía era una revelación interna
de Dios en 1646. Su énfasis sobre la luz interior, y su oposición obstinada al
cristianismo organizado le produjeron mucha persecución. El movimiento creció
rápidamente. El tamaño de su grupo se ilustra por el hecho de que en 1661, bajo
las leyes persecutorias, de la Restauración, había más de 4,200 cuáqueros en prisión.
Los misioneros cuáqueros fueron a todas partes.
En 1681 Guillermo Penn fundó su
colonia en América como un refugio para los perseguidos de su grupo y para
otros. La doctrina central de los cuáqueros era “la luz interior” de Dios. El
culto formal, el canto, las ordenanzas del bautismo y la Cena, los ministros y
la educación teológica especial eran rechazadas, tal vez como proyección de la
intensa oposición de Fox a todo lo que constituyera cristianismo organizado en
su día.
El pacifismo y la filantropía han
caracterizado a los cuáqueros desde el principio, aunque el movimiento ha
perdido el espíritu radical y condenatorio que conoció primero.
EL AVIVAMIENTO EVANGÉLICO
Uno de los movimientos más
influyentes en este moderno período era el avivamiento religioso de la primera
mitad del siglo XVIII. En Inglaterra era conocido como el Avivamiento
Wesleyano, en América, como el Gran Despertar. El Continente, con su movimiento
pietista y con las conexiones históricas entre Augusto G. Spangerberg y Juan
Wesley, merece una participación en el fondo del Despertar, aunque la falta de
disposición de los pietistas para organizarse para perpetuar sus ideales les
impidió la posibilidad de extenderse ampliamente como los metodistas.
El fuerte racionalismo que
produjo el escepticismo en Alemania y Francia, junto con la destrucción general
de la propiedad y los ideales por la Guerra de Treinta Años y su proyección,
desvió los pensamientos de los hombres del Continente de las cosas de Dios. En
Inglaterra este racionalismo tomó la forma de deísmo o naturalismo, y en su
influencia sobre el cristianismo continental, particularmente en Francia, fue probablemente
más dañino que un escepticismo filosófico.
El deísmo era un esfuerzo por
disminuir la revelación especial. No hay necesidad de una revelación
sobrenatural, argumentaban los deístas; la religión no es misteriosa ni
mística, sino la expresión natural de la necesidad de Dios y de virtud. En este
sentido, todas las religiones del mundo tienen igual valor en tanto que sean
racionales.
Estas ideas se desarrollaron
lentamente del antiguo escepticismo de Lord Herbert de Cherbury (1583-1648)
hasta una más completa descripción en Juan Toland (1670-1722) y en Mateo Tindal
(1653-1733). Junto con el deísmo, varios otros tipos de escepticismo filosófico
surgieron del racionalismo inglés del siglo XVIII. Guillermo Law (1686-1761) y
José Butler (1692-1752) fueron los oponentes notables del deísmo inglés.
Otros elementos de la vida
inglesa trajeron al cristianismo a un descrédito general en los primeros años
del siglo XVIII. El bajo estado de moral y la indiferencia a la religión por
los antiguos soberanos (especialmente los últimos Estuardo), que se suponía que
eran ejemplo de ideales cristianos y gobernadores supremos de la Iglesia de
Inglaterra, gradualmente se infiltraron en el hombre de la calle.
La inquietud social y la
estrechez económica estaban en todas partes. La rápida industrialización de Inglaterra,
acelerada por los sucesos continentales, congestionó las ciudades nuevas y
viejas con multitudes de gente aturdida y frustrada.
Reaccionando igualmente contra el
ritualismo romano y el entusiasmo místico, la Iglesia de Inglaterra se volvió
menos que tibia. La mayoría de los grupos disidentes, despedazados con el
racionalismo y la super ortodoxia, tenían poco que decir a la gente necesitada.
La moral y la religión, a la par, estaban en su punto más bajo.
En este árido terreno brotaron
las refrescantes fuentes del avivamiento wesleyano. Los dirigentes fueron Juan
y Carlos Wesley, criados en la rectoría de un alto rector eclesiástico, y Jorge
Whitfield, hijo de un cantinero. Los dos Wesley pasaron un breve pero
importante período en servicio misionero para la Iglesia de Inglaterra en
Georgia. Allí entraron en contacto con Spangenberg, el dirigente moravo, de
quien aprendieron la necesidad de una experiencia persona! de fe en Jesucristo.
Ambos regresaron a Inglaterra y
en 1738 hicieron profesión de conversión y regeneración. Whitfield, también,
había experimentado la regeneración, y los tres formaron el triunvirato del
nuevo movimiento metodista.
De los tres, indudablemente
Whitfield era el predicador más capaz; Carlos Wesley fue el gran escritor de
himnos, mientras que Juan Wesley fue el organizador metódico que dio estructura
y continuación al movimiento. Es digno de notarse que Whitfield era un
calvinista, mientras que los dos Wesley eran arminianos. Como resultado, se
desarrollaron dos grupos de metodistas, aunque la gran mayoría siguió el tipo
wesleyano.
Estos tres dirigentes metodistas
predicaban y cantaban por toda Bretaña, Gales y Escocia, aunque Whitfield hacía
extensos viajes de predicación por las colonias americanas. En algunos casos
estos hombres construyeron sobre fundamentos que otros habían puesto. En Gales,
un laico, Howel Harris, había empezado un avivamiento galés dos años antes que
los dirigentes metodistas llegaran a encender el nuevo fuego. En América
Whitfield construyó sobre los esfuerzos de Frelinghuysen, los Tennent, y de Jonatán
Edwards.
Los Wesley no deseaban romper con
la Iglesia de Inglaterra, y entre 1738 y 1784 organizaron “sociedades”
metodistas como las de los moravos. El rápido crecimiento de estas sociedades y la adquisición de propiedad requirieron
organización y vigilancia adicionales. En 1744 se tuvo en Londres la primera
conferencia anual de predicadores, y dos años después Inglaterra se dividió en circuitos
de predicación. Finalmente en 1784, por causa de la necesidad de predicadores
en América, Wesley hizo una desviación radical de su plan anterior. Por primera
vez los predicadores metodistas fueron ordenados y recibieron la autoridad para
bautizar y celebrar la Cena.
Además, Wesley le dio forma a la
conferencia anual de predicadores y le transfirió mucha de la autoridad que
personalmente había ejercido sobre el movimiento a través de los años. En 1784,
por la separación de las colonias americanas de Inglaterra, se organizó la
Iglesia
METODISTA EPISCOPAL EN AMÉRICA.
Los resultados de este movimiento
evangélico, tanto en Inglaterra como en América fueron fenomenales. Dentro de
la Iglesia de Inglaterra toda una generación de dirigentes propensos al evangelio
respiraron profundamente nueva vida en las antiguas formas anglicanas; hombres como
Jaime Harvey, Guillermo Romaine, Isaac Milner, Carlos Simeón, y Guillermo
Wilberforce.
Además, allí florecieron las
sociedades misioneras, bíblicas, y de tratados y otras ayudas para esparcir el evangelio.
Muchos historiadores creen que el avivamiento wesleyano regeneró tan
concienzudamente la vida inglesa que evitó una catástrofe similar a la
Revolución Francesa. Un partido evangélico permanente surgió dentro de la
Iglesia Anglicana. Después, una fase nueva y significativa del metodismo fue el Ejército de Salvación.
Entre otros grupos ingleses el
avivamiento tuvo profundos efectos. Su énfasis sobre la experiencia personal
hizo válida la religión para muchos frente al escepticismo y al racionalismo.
Renovó el celo de los bautistas ingleses, lo que resultó indirectamente en el
principio, mediante ellos, del movimiento misionero moderno.
Otras denominaciones fueron
bendecidas similarmente. En América el movimiento elevó el avivamiento ya
empezado, y el todo es conocido como el primer Gran Avivamiento. Prácticamente
todo movimiento religioso de América sintió el impulso de los fuegos del
avivamiento. Una nueva iglesia, la metodista, y otros grupos que exaltaban una
experiencia de crisis en la conversión, tales como los bautistas, se
beneficiaban grandemente.
COMPENDIO FINAL
Inglaterra estuvo gobernada como
un commonwealth (una república) desde la muerte de Carlos en 1649 hasta la
restauración de la monarquía en 1660. Oliverio Cromwell sirvió como protector
de 1653 a 1658. Este fue un período de tolerancia religiosa comparativa. Sin
embargo, después de la restauración de Carlos II en 1660, empezó la persecución
contra todos, excepto la Iglesia de Inglaterra establecida (el episcopado).
La “revolución sin sangre” de
1688 puso a los protestantes Guillermo y María en el trono, y el siguiente año
se emitió una Ley de Tolerancia. Por extraño que parezca, el fin de la
persecución activa de 1689 pareció traer un letargo a todos los grupos
cristianos de Inglaterra. El avivamiento wesleyano, que empezó por 1738, afectó
profundamente a toda Inglaterra y más allá.
CRISTIANISMO AMERICANO
La historia principal en las
Américas durante este período concierne al área que forma la parte oriental de
los Estados Unidos. El área occidental era todavía salvaje. América Latina y
Canadá estaban siendo colonizados lentamente. Por falta de espacio, la mayor
parte de la historia en las Américas durante los siguientes períodos se
dedicará al cristianismo en los
ESTADOS UNIDOS.
El rápido crecimiento caracterizó
el período colonial en el área principal que se va a discutir. De menos de
cincuenta mil colonos que bordeaban las costas del Atlántico en los primeros
años, la población aumentó a casi cuatro millones para el tiempo en que se
levantó el primer censo en 1790. Capaces de proveer ahora para sus propias
necesidades, las colonias empezaron un activo comercio. Nueva Inglaterra
exportaba grano, ganado, paño, pescado, ron, y productos de madera; los estados
del Medio Atlántico embarcaban arroz, tabaco y productos de madera; el sur
proveía arroz, añil, tabaco, productos de madera, y algodón.
UNA VISTA GENERAL DEL PERÍODO
EL FONDO POLÍTICO.
Debe mantenerse en mente que los
establecimientos americanos de Inglaterra eran simples colonias durante la
parte principal de este período, y que cada una estaba más directamente
relacionada con la corona que entre sí para hacer vida colectiva. Que se
convirtieran en una nación independiente fue un pensamiento comparativamente
tardío en encontrar apoyo popular. Francia e Inglaterra eran fuertes rivales
por el control del continente norteamericano. Por cierto tiempo parecía que
Francia resultaría victoriosa. Sin embargo, los ingleses ganaron la última
batalla, esta vez en Europa. Inglaterra y Francia se habían alineado en bandos opuestos
en una serie de conflictos en Europa durante el siglo XVIII.
Particularmente en la Guerra de
la Sucesión Austriaca (1740-48), conocida como la Guerra del Rey Jorge en
América (1744-48), las colonias inglesas del Nuevo Mundo tuvieron un papel muy
significativo.
Después que una valiente
expedición de Nueva Inglaterra capturó Luis burgo, la fuerte fortaleza francesa
de la Isla de Cabo Bretón, el tratado europeo entre Inglaterra y Francia de 1748
devolvió la fortaleza a Francia.
Los americanos resintieron mucho
esto, después que ellos habían arriesgado tanto para capturarla.
La Guerra de los Siete Años en el
Continente, conocida en la fase americana como la Guerra Francesa e India
(1756-63), preparó el camino para la Independencia Americana. En ella Francia
fue obligada a rendir sus pretensiones sobre América. Esto eliminó un posible
rival en América para una nueva nación, y
proveyó un importante aliado contra Inglaterra cuando la Guerra de Independencia
surgió.
Además, el importante papel desempeñado
por los colonos en esta guerra los llevó a un sentimiento de autoconciencia y
unidad. La insensata política del rey Jorge III produjo rebelión en América;
las naciones europeas derrotadas por Bretaña en la Guerra de los Siete Años,
Francia, España y otras, se aliaron contra Bretaña para contribuir a la
victoria de los americanos en 1783.
LA COLONIZACIÓN POR OTROS GRUPOS CRISTIANOS.
Durante este período varios
grupos cristianos adicionales emigraron a la nueva tierra.
El movimiento cuáquero que empezó
en Inglaterra en 1647 pronto tuvo adherentes en las colonias americanas. Fueron
manejados rudamente.
Massachusetts ejecutó cuatro en
1659, mientras que Virginia y Nueva York emitieron rigurosas leyes contra
ellos. El celo y el valor cuáquero, pese a una conducta errónea a veces, les
dio el triunfo, sin embargo, y ellos continuaron como una parte de la
maravillosamente rica y compleja herencia religiosa de América.
Pennsylvania se convirtió en el
refugio de los cuáqueros americanos; fundada en 1681 por Guillermo Penn, aunque
ya en Nueva Jersey los cuáqueros habían desarrollado su tipo característico de
adoración. A Penn le había concedido Carlos II de Inglaterra una gran porción
de tierra, y él específicamente apeló a los que sufrían la persecución
religiosa, tanto en Inglaterra como en el Continente, para que huyeran a los
“bosques de Penn” en el Nuevo Mundo. Un gran número de disidentes respondieron,
particularmente los cuáqueros, con los que Penn se había identificado.
Los menonitas de Alemania también
procuraron la colonia de Penn y se establecieron en Germantown en 1683. Esta
constituyó la primera congregación organizada del grupo, aunque ya habían
aparecido emigrantes menonitas ocasionales (holandeses, suizos, y alemanes) en América casi cincuenta
años antes. Un número substancial de menonitas de las diversas partes de Europa
concurrieron en Pennsylvania durante este período.
Los moravos encontraron en
Pennsylvania un refugio bien recibido. Primero habían entrado en Georgia en
1735, pero en cinco años la mayoría de ellos se había mudado a Pennsylvania. El
fundador de su movimiento, Nicolás Ludwig Zinzendorf, pasó cerca de un año en
las colonias en 1741 cuando fue exiliado de Sajonia y visitó las colonias moravas
en Pennsylvania y en Carolina del Norte.
El metodismo americano tuvo su
principio por 1766 con la obra de Felipe Embury, Bárbara Heck y el capitán
Tomás Webb en Nueva York, y Roberto Strawbridge en Maryland. El crecimiento fue
lento al principio.
La primera conferencia americana
de 1773 informó de poco más de mil miembros; por 1775 hubo cerca de tres mil; y
por 1783, alrededor de catorce mil. Debe recordarse que Juan Wesley deseaba
mantener el metodismo dentro del marco de la Iglesia de Inglaterra, y que la organización
metodista fue efectuada primero para que ninguna de las prerrogativas de la
Iglesia Anglicana fuera dada por sentada.
Consecuentemente, durante el
primer medio siglo del metodismo, ni Inglaterra ni América tuvieron
predicadores ordenados. Todo bautismo, comunión y otros actos que requerían
ordenación eran administrados por sacerdotes de la Iglesia de Inglaterra. Los
metodistas americanos siguieron el patrón inglés al formar clases de cerca de
una docena de miembros que se reunían para orar y adorar bajo la vigilancia de
un dirigente de clase.
Varias de esas clases constituían
una “sociedad”, que subsecuentemente se convertía en la iglesia metodista
local. Cada uno de los primeros predicadores americanos tenía un circuito de
sociedades que visitaba regularmente para predicar. Este sencillo tipo de
organización era completo y productor de gran celo y en listamiento personal.
Puesto que el movimiento
metodista era parte de la Iglesia de Inglaterra anterior a la Guerra de
Revolución, era visto por los patriotas americanos con considerable sospecha.
La situación no mejoró cuando el mismo Wesley instó a sus seguidores a ser
fieles a la corona. Prácticamente todos sus predicadores regresaron a
Inglaterra durante la Revolución, y la
excepción notable fue Francisco Asbury. Después de la guerra Wesley se convenció
de que los predicadores metodistas debían ser ordenados.
Primero se acercó a la Iglesia de
Inglaterra con la petición de que ordenaran a ]os predicadores metodistas para
América. Cuando declinaron, Wesley, siendo él mismo un presbítero en la Iglesia
de Inglaterra, ordenó a Ricardo Whatcoat y
Tomás Vasey como presbíteros el 2 de septiembre de 1784, en tanto que el
doctor Tomás Coke fue ordenado superintendente para América. Francisco Asbury,
ya en América, debía ser ordenado como superintendente adjunto de Coke.
Después de llegar, Asbury
insistió en que tomaría el puesto únicamente si era elegido por la Conferencia
de Predicadores Metodistas Americanos. El fue electo así, y ordenado. En
diciembre de 1784 se organizó la Iglesia Metodista Episcopal en Baltimore, y
continuó creciendo durante el resto del período.
Otros grupos menos numerosos se
establecieron en América durante este período, tales como los Hermanos Alemanes
del Río y los Shakers (tembladores). En el mero fin del período la Primera
Iglesia Protestante Episcopal de Nueva Inglaterra se convirtió en la primera
iglesia unitaria de América.
EL
PRIMER GRAN DESPERTAR (1726 Y SIGS. )
Uno de los factores formativos
del cristianismo americano fue el gran avivamiento de la primera parte del
siglo XVIII que recorrió las colonias.
Las raíces de este avivamiento
parecen haberse extendido desde Europa. El ardiente movimiento evangelístico conocido
allí como pietismo había preparado el corazón de muchos de los emigrantes a
América. Varios grupos de alemanes en Pennsylvania que habían venido bajo su
influencia estuvieron entre los primeros en experimentar el avivamiento.
Por 1726 la predicación de
Teodoro J. Frelinghuysen, un ministro profundamente espiritual de la Iglesia
Holandesa Reformada de Nueva York, se volvió particularmente efectivo en ganar
hombres para Cristo y en mover
a sus oyentes hacia Dios. El inspiró a otros durante los siguientes varios
años, de los cuales uno de los más importantes fue el ministro presbiteriano Gilberto
Tennent, que se convirtió en un celoso (y no siempre sabio) promotor del
avivamiento.
Por 1734, en lo que parece haber
sido un movimiento separado, Jonatán Edwards, pastor congregacionalista de
Northampton, Massachusetts, estableció una sensibilidad espiritual profundizada
en su congregación y en toda la
comunidad, de manera que (escribió él) el pueblo parecía estar lleno de la
presencia de Dios. Se inició un gran avivamiento. Todo el movimiento de avivamiento
estaba caracterizado por la experiencia de conversión de los que buscaban a
Dios para sí. Se extendió rápidamente por todas partes de las colonias. Hasta
Juan Wesley en Inglaterra, sin haber regresado hasta ese momento, supo de él en
1738 y se maravilló.
Otro gran nombre asociado con
este despertar fue el de Jorge Whitfield, colaborador, de Wesley en Inglaterra,
quien había tenido una experiencia de conversión en 1735, y en 1738 llegó a
Georgia para hacerse cargo de la obra que los Wesley habían dejado. Al regresar
a Inglaterra para conseguir dinero para su orfanatorio en Georgia y para su
ordenación en la Iglesia de Inglaterra, él se retrasó por causa de las
operaciones militares, pero pasó este tiempo en predicación evangelística por
toda Bretaña.
Cuando terminó la detención del
barco, Whitfield se embarcó para Filadelfia en camino a Georgia. Su fama se
había extendido y las multitudes se congregaban en su ministerio. En todas las
colonias americanas él pregonó el mensaje del evangelio. Utilizando los fuegos
del avivamiento religioso ya evidentes en la obra de Frelinghuysen, Tennent, y
Edwards, él llevó el movimiento de avivamiento a su cumbre.
Los resultados del avivamiento
fueron muchos. Se verán más particularmente en el estudio de las denominaciones
americanas importantes de este período. En general, los resultados que
generalmente se esperan de un avivamiento general estaban presentes: muchas conversiones,
fortalecimiento de las iglesias, victorias éticas en la vida personal de la
gente, e instituciones morales y de benevolencia, fundadas o fortalecidas. La
educación cristiana fue promovida. Dos resultados, más bien inesperados,
también fueron importantes.
(1) El gran
fortalecimiento de los grupos minoritarios y el carácter interdenominacional de la
visitación espiritual combinada para poner los cimientos
de la libertad religiosa en el Nuevo Mundo.
(2) Se engendró un
sentido de unidad espiritual entre los colonos en América, al mismo tiempo que las
relaciones políticas con la madre patria se hacían
tirantes al máximo. Los viajes de Whitfield de Maine a Georgia vincularon a las colonias; sus convertidos se
encontraban en todas las colonias; su
predicación era el lazo común que unía a los diversos grupos.
En su lucha por el gran destino
que todavía desconocían, las colonias se estaban unificando en la manera más
fundamental.
EL ESCEPTICISMO Y LA DECLINACIÓN RELIGIOSA.
En algunas partes del sur el Gran
Despertar continuó sin disminución hasta el fin de este período. En general,
sin embargo, la Guerra de Revolución marcó el principio de una rápida
declinación religiosa. En adición a la pérdida de propiedades eclesiásticas y a
las dificultades que confrontaba la celebración de servicios religiosos, la
guerra produjo el habitual encallecimiento de la sensibilidad espiritual y
alentó el relajamiento moral.
Junto con estos factores, la
atmósfera intelectual y teológica estaba desteñida por las especulaciones
deísticas de Inglaterra, las aseveraciones ateas de Francia, y el sistema
racionalista de los pensadores alemanes. Muchos de los dirigentes y patriotas
sobresalientes de la Guerra de Revolución se contagiaron de tales corrientes.
La literatura escéptica y ateísta circulaba extensamente. Hasta las escuelas patrocinadas
por las iglesias se convirtieron en focos de infidelidad.
Menos del diez por ciento de la
población profesaba ser cristiano inmediatamente antes del fin del período en
1789. Se necesitaba grandemente un nuevo avivamiento, y este vino poco después
de iniciarse el siguiente período.
LAS DENOMINACIONES MÁS ANTIGUAS (1648-1789)
LA IGLESIA DE INGLATERRA.
La Iglesia de Inglaterra había
acompañado los establecimientos ingleses en Virginia (1607) y las Carolinas
(después de 1665). También se estableció en Maryland en 1692, después que esa
colonia, fundada por los católicos romanos, fue apropiada por la corona inglesa
después del advenimiento al trono de Guillermo y María en Inglaterra. Nueva York fue capturada de los
holandeses por los ingleses en 1664, y en 1693 la Iglesia de Inglaterra se estableció
allí, al menos parcialmente. La Sociedad para la Propagación del Evangelio en
el Extranjero (establecida por la Iglesia de Inglaterra en 1701) fue un
instrumento para plantar misiones e iglesias en Nueva Inglaterra después de
1702.
El progreso de la iglesia
establecida en las colonias fue lento. Enfrentó muchos enemigos. La calidad de
los ministros enviados de Inglaterra era generalmente bajo, con notables
excepciones. La falta de un obispo americano hacía la disciplina casi
imposible. El creciente número de disidentes y la aversión al autoritarismo
eclesiástico que había llevado a muchos a América, militaba contra la
popularidad de los dirigentes.
En Virginia, en 1619, cuando se
estableció la Iglesia de Inglaterra, había sólo cinco clérigos, dos de los
cuales eran diáconos. Un siglo después el número había aumentado únicamente a
como dos docenas, aunque había cuarenta y cuatro congregaciones en la colonia.
La constante agitación política y religiosa de Inglaterra durante el siglo
diecisiete estaba destinada a traer confusión a las colonias americanas y descuido a las iglesias
establecidas allí.
Aunque Jorge Whitfield era
miembro de la Iglesia de Inglaterra cuando llegó predicando con poder en 1739,
no fue bienvenido por los establecimientos coloniales de la Iglesia de
Inglaterra. Entre otras cosas, él estaba predicando un mensaje fuertemente
evangélico, que exaltaba la conversión y
denunciaba a muchos ministros como “inconversos”.
Además, se le había negado el uso
de iglesias en Inglaterra y había ido a los campos a predicar. En adición, el
entusiasmo y el emocionalismo del Gran Despertar no eran del gusto de los
ordenados y formales adherentes episcopales. De hecho, Whitfield fue llamado a
juicio ante una corte eclesiástica episcopal en Charleston, Carolina del Sur, y
fue condenado y suspendido del ministerio por el comisario Alejandro Garden,
por irregularidades. Whitfield daba escasa atención a los procedimientos.
La Guerra de Revolución trajo
crisis a la Iglesia de Inglaterra en las colonias. Era parte del sistema inglés
y como tal despertaba desconfianza a muchos y odio a algunos. Dos terceras
partes de su clero fueron leales a Inglaterra durante la guerra. En Virginia en
especial hubo mucha pérdida.
Sólo quince de noventa y un
clérigos pudieron permanecer en sus puestos en ese estado, y muchas de sus
propiedades fueron destruidas. Las pérdidas no fueron tan grandes en Maryland,
donde fuera de cuarenta y cuatro feligresías, cada una con un ministro antes de
la revolución, casi dos docenas de clérigos permanecieron, y las pérdidas de
propiedades fueron comparativamente pequeñas.
Hubo gran oposición a la Iglesia Anglicana
en Nueva Inglaterra, Nueva York, Nueva Jersey, y Pennsylvania, donde se
hicieron esfuerzos organizados anteriores a la revolución, para impedir el
nombramiento de un obispo en América. Al fin del período, se dieron los pasos
para organizar la Iglesia Protestante
Episcopal, un nuevo cuerpo con
las doctrinas de la Iglesia de Inglaterra, pero libre del control inglés.
CONGREGACIONALISMO.
Por 1648 las iglesias
congregacionales de Massachusetts y Connecticut habían desarrollado un gobierno
teocrático. El derecho político se limitó a los miembros de las iglesias
congregacionales, y no se permitía que se formaran nuevas iglesias congregacionales
sin permiso de las antiguas. Un colegio (Harvard) estaba prosperando en
Cambridge, Massachusetts, y el clero era sostenido con fondos provenientes de
impuestos. Los disidentes, como los bautistas y los cuáqueros, eran
rigurosamente perseguidos.
La obra de la Asamblea de
Westminster en Inglaterra inspiró a los congregacionalistas de Nueva Inglaterra
a preparar una declaración doctrinal, que fue adoptada en Cambridge,
Massachusetts, en 1648. Una de las disposiciones importantes fue el requisito
de que cualquier persona admitida a la cena del Señor debía haber hecho una
profesión pública de fe (aunque hubiera sido bautizado de niño) y haber dado
evidencia de una experiencia cristiana.
A menos que los padres de un niño
llenaran estas condiciones, su hijo no podía ser bautizado. Inmediatamente
surgió la controversia. A menos que uno pudiera relatar una experiencia de conversión
y siguiera una conducta ordenada, no podía participar de la Cena, no podía
hacer que sus hijos fueran bautizados, no tenía derechos políticos y estaba
descalificado para los puestos civiles, y conocía el oprobio del ostracismo
religioso; sin embargo, debía dar dinero para mantener el ministerio y las
iglesias congregacionales.
Finalmente, en 1662 se promulgó
del Convenio de Medio Camino, que estipulaba que los hijos de personas morales y bautizadas también podían ser
bautizadas, aunque los padres no fueran aptos para ser admitidos a la Cena.
Esta acción aumentó la controversia, y prácticamente eliminó cualquier requisito
para ser miembro de la iglesia.
En un esfuerzo por regularizar y
estabilizar las prácticas de las diversas iglesias congregacionales, se intentó
en Massachusetts el fortalecimiento de la autoridad externa en las
asociaciones, pero el movimiento fracasó.
Un programa similar en
Connecticut, la Plataforma de Saybrook en 1708, fue introducida allá con éxito.
Puede reconocerse que un
movimiento como el Gran Despertar agitara otra vez el divisivo asunto de la
experiencia de conversión. Jonatán Edwards fue una de las figuras sobresalientes
del avivamiento. Su profunda piedad, mezclada con un profundo pensamiento
filosófico, hicieron de él uno de los primeros pensadores religiosos de
América. Su iglesia de Northampton, Massachusetts, fue el centro del
avivamiento en 1734. Sin embargo, no todos los congregacionalistas siguieron a
Edwards.
De iglesias que no favorecían el
avivamiento, algunos grupos minoritarios que insistían en una experiencia de
conversión se separaron y formaron iglesias “Nueva Luz” o iglesias “Separadas”.
Algunas de ellas adoptaron después la inmersión y se convirtieron en iglesias
bautistas.
Los congregacionalistas fueron
fuertes patriotas durante el período de guerra revolucionaria. Salieron de la
guerra con considerable prestigio por su noble servicio para la nueva nación.
El escepticismo y la
infidelidad, sin embargo, causaron estragos en muchas de sus iglesias. Además,
la falta de organización más allá del nivel local obstaculizaba mayor desarrollo
denominacional, y hasta cierto punto hacía difícil resistir el creciente
unitarismo que estaba pronto a robar al congregacionalismo de Nueva Inglaterra
muchas de sus propiedades eclesiásticas.
A pesar de estos factores, y
también a la controversia y al cisma, el número de iglesias congregacionalistas
de Nueva Inglaterra, a la que esta denominación estaba generalmente confinada,
creció grandemente durante este período.
CALVINISMO.
Los que seguían las enseñanzas de
Calvino vinieron a América en varios grupos nacionales durante este período. La
Iglesia Holandesa Reformada se había iniciado por 1628 en, lo que llegó a ser
Nueva York, y aún después que la colonia cayó ante los ingleses en 1664, el
pequeño grupo reformado de Holanda continuó con sus cultos.
Los presbiterianos escoceses y
escoceses-irlandeses habían emigrado al Nuevo Mundo mucho antes. El nombre
importante en este antiguo período de la vida presbiteriana es el de Francisco
Makemie, quien vino de Irlanda en 1683. Por su obra el presbiterianismo
americano organizó en 1705 el primer presbiterio en Filadelfia, con siete
ministros. Once años después se formó el primer sínodo, que consistió de
diecisiete iglesias, tres presbiterios, y diecinueve ministros. Algunos
refugiados franceses reformados (hugonotes) huyeron a América y se
establecieron principalmente en el sur durante los críticos días después que el
Edicto de Nantes fue revocado en 1685.
La primera Iglesia Alemana
Reformada se formó en 1719 en Germantown, Pennsylvania. Mediante los esfuerzos
de Miguel Schlatter y el grupo Holandés Reformado, se formó en 1747 un sínodo
para la Iglesia Alemana Reformada, que consistió de cuarenta y siete
congregaciones y sólo cinco ministros.
El Gran Despertar trajo disensión
y cisma entre los presbiterianos. Gilberto Tennent, un joven ministro de Nueva
Brunswick, Nueva Jersey, influido por el espíritu pietista de Teodoro
Frelinghuysen, su vecino predicador, presentó fogosos sermones evangelísticos.
Después de 1728 sucedió el avivamiento entre los presbiterianos, y muchos
fueron convertidos.
En 1741 Tennent y sus seguidores
fueron echados del sínodo por actividades rígidas y sin autorización, y esto
causó un gran cisma que continuó hasta 1758. Mientras tanto, en 1745, el sínodo
de Nueva York estableció un colegio, que se había de convertir en la
Universidad de Princeton.
Después que se restauró la paz
interna, el crecimiento presbiteriano fue rápido hasta la revolución,
principalmente por la inmigración. Casi sin excepción los presbiterianos fueron
patriotas y apoyaron la independencia americana. Contribuyeron grandemente en
la exitosa contienda en Virginia por la separación de la iglesia y el estado y
la libertad religiosa.
LUTERANISMO.
Ya se ha visto que el luteranismo
fue plantado primero en lo que llegó a ser Nueva York. Mientras esta colonia
estuvo bajo el gobierno holandés (1623-64), continuó la persecución del
luteranismo, pero después de 1664 los ingleses permitieron relativa libertad.
Los luteranos suecos que se establecieron en Delaware enfrentaron dificultades
cuando su colonia fue capturada por los holandeses en 1655 y cedida a
Inglaterra en 1664, pero se permitió cierta medida de libertad religiosa bajo
el gobierno de cada uno.
El crecimiento luterano se
aceleró con la llegada de los alemanes en los primeros años del siglo XVIII.
Guillermo Penn había visitado las áreas alemanas de sufrimiento y de estragos
de la guerra en 1681, y había invitado
a emigrar a su colonia en América. La respuesta vino principalmente después de
1708, y un gran número de luteranos alemanes se establecieron en Nueva York,
Pennsylvania, y las Carolinas.
En 1734 muchos luteranos de la
provincia de Salzburgo en Austria, obligados por la rigurosa persecución
católica romana, se establecieron cerca de Savannah, Georgia. El primer sínodo
luterano se formó en 1735 en Nueva Jersey, con la representación de dieciséis
congregaciones.
El patriarca del luteranismo en
América fue Enrique Melchor Muhlenberg, que fue enviado de Alemania en 1742
para ayudar a las iglesias luteranas americanas en conflicto. Su sabia y capaz
dirección unió y organizó el movimiento luterano americano antiguo.
El Gran Despertar no afectó
grandemente a los luteranos americanos. Los alemanes sí reaccionaron en parte.
Su unión en tomo a Muhlenberg y su celo activo probablemente surgieron en parte
del avivamiento. Los luteranos suecos, por su parte, no entraron al movimiento.
Los luteranos casi sin excepción, apoyaron la Revolución Americana, proveyendo dirigentes
sobresalientes y mantenimiento. Los dos hijos de H. M.
Muhlenberg, Pedro G. y Federico
A.C., se convirtieron en eminentes dirigentes militares y políticos. Como todas
las otras denominaciones, los luteranos sufrieron la pérdida de la fuerza
humana y el interés durante la Guerra
de Revolución, pero después de su fin, se recuperaron rápidamente.
LA IGLESIA CATÓLICA ROMANA.
Por 1648 la Iglesia Católica
Romana había entrado a América por la obra de los inmigrantes ingleses,
franceses y españoles. Ya se ha descrito la colonia inglesa de Maryland de
1634. Los misioneros y exploradores franceses continuaron la obra de Jacques Cartier
(1534) y Samuel de Champlain (1613).
La Sallé (1676), Marquette y
Joliet (1673), y muchas otras figuras menores establecieron misiones y fuertes en las secciones del norte
y del centro de la nación. El vasto programa misionero de los católicos franceses,
iniciado y continuado bajo severas dificultades, fue abandonado cuando la
derrota en la Guerra de los Siete Años (1756-63) produjo la cesión de las
pertenencias francesas en América. Los misioneros y monjes españoles fueron
también muy activos en este período.
La obra misionera española en
Florida en su historia temprana fue acompañada de coerción y espada. Por 1634
había cuarenta y cuatro misiones con treinta y cinco sacerdotes bajo el obispo de la Habana. En 1701, durante
la Guerra de la Sucesión Española, los ingleses de las Carolinas y de Georgia
atacaron la Florida Española y quemaron San Agustín en 1702. Al fin de la
guerra Florida fue dada a Inglaterra, y
terminaron las misiones españolas allí.
Los sacerdotes españoles, al
dirigirse al norte desde México, plantaron misiones en Nuevo México por 1598.
Al principio de este período cerca de sesenta monjes franciscanos estaban
sirviendo en esta área. Los altercados internos por la autoridad, las
incursiones de los indios salvajes, y la repetición de lo que un autor católico
romano llama “cripto-paganismo”, el regreso de los indios al antiguo culto
pagano a pesar de profesar como cristianos, produjeron problemas.
En 1680 los Indios Pueblos se
sublevaron y arrojaron a los españoles de Nuevo México por doce años.
Entre 1692 y 1700 se reconquistó
el área, y los misioneros fueron restaurados por la fuerza de las armas, aunque
las dos tribus principales (la Moqui y la Zuni) se negaron a permitir
misioneros católicos entre ellos. Al final del período la obra fue calificada
de infructuosa, en parte porque los misioneros se negaban a aprender el lenguaje
de la gente.
Un monje jesuita español recorrió
Arizona por 1687, y en 1732 otros llegaron para empezar misiones en lo que
ahora es Arizona. Los celos entre ellos y los franciscanos produjeron rivalidad
y contienda que impidieron
resultados efectivos.
En 1689 fue enviada a Texas una
expedición misionera española, y en 1716 se inició obra, pero los historiadores
católicos calificaron el trabajo de fracaso, en parte debido al gran número de
tribus y dialectos diferentes en el área.
La Baja California había sido
explorada y se establecieron estaciones misioneras en los últimos años del
siglo XVI. La Alta California no tuvo obra misionera hasta 1769, cuando, indudablemente
para impedir el avance ruso por la costa, una expedición mexicana, militar y
misionera, entró al área. Junípero Serra dirigió el difícil y peligroso trabajo
de establecer misiones católicas romanas aquí. Al fin del período había tal vez
una docena de misiones en operación, aunque la fricción entre los misioneros y
los dirigentes militares mexicanos impidió la efectividad del trabajo.
La colonia católica de Maryland
sufrió por la revolución política de Inglaterra en 1688. El derrocamiento de Jaime
II fue la señal para que los protestantes de Maryland se apoderaran del
gobierno, y la Iglesia de Inglaterra fue establecida bajo una nueva cédula con
Maryland como colonia real (no propiedad) en 1692.
Como era de esperarse, la Iglesia
Católica Romana no sintió ningún impulso hacia el avivamiento durante el Gran
Despertar que empezó en 1739. Los católicos americanos tuvieron una parte
honorable en la Guerra de Revolución, aunque todavía eran comparativamente
pocos en número.
Al final de este período se
estima que había aproximadamente veinte mil católicos en las antiguas colonias
inglesas de América.
Debe mencionarse que España y
Portugal por un siglo habían estado enviando fuerzas militares y misioneros a
casi todas partes de América del Sur. Se establecieron misiones en las Indias
Occidentales y en México, y también
en Brasil. Perú, Chile y Argentina. En este período los misioneros católicos
romanos tocaron casi toda América Central y del Sur.
BAUTISTAS.
El puñado de bautistas que
organizaron las Plantaciones de Providencia como colonia en 1638 crecieron
lentamente en este período. Se formaron congregaciones por toda Nueva
Inglaterra, los estados del centro y del sur antes de 1700. En 1707 los
bautistas de los alrededores de Filadelfia formaron la primera asociación en
América: la Asociación de Filadelfia.
Permaneció sola hasta 1751,
cuando se organizó la segunda en Carolina del Sur. De aquí en adelante el
crecimiento de asociaciones de iglesias bautistas fue rápido.
Antes del Gran Despertar el
progreso bautista fue lento. Había menos de cincuenta iglesias bautistas en
toda América después de un siglo (por 1739). El Gran Despertar multiplicó los
bautistas americanos.
Al principio los bautistas de
Nueva Inglaterra fueron renuentes a tener participación en el avivamiento, en
parte porque los que estaban envueltos en él eran sus perseguidores y en parte
por la reacción arminiana contra un movimiento entre los calvinistas. Sin
embargo, la conversión a los conceptos bautistas de Isaac Backus, un
congregacionalista de La Nueva Luz, inició un movimiento que trajo a muchos de
La Nueva Luz a la vida bautista. Entre el avivamiento y la Revolución, las ig1esias bautistas de Nueva Inglaterra aumentaron
de veintiuna a setenta y ocho.
Las colonias del centro y del sur
también sintieron el impacto del Gran Despertar. Shubael Stearns y Daniel
Marshall, convertidos bajo la predicación de Jorge Whitfield, se hicieron
bautistas, y, ayudados por hombres como el coronel Samuel Harris, Elías y Luis
Craig, y muchos otros, dirigieron la formación de nuevas iglesias bautistas por
todo Virginia, las Carolinas, y Georgia.
Mientras que había sólo siete
iglesias bautistas en el sur antes del Gran Despertar, al fin de la Revolución Virginia
tenía 151 iglesias, además de los bautistas de más de cuarenta iglesias en
Kentucky; Carolina del Norte tenía cuarenta y dos iglesias bautistas; Carolina del Sur tenía veintisiete; y Georgia, donde la obra había
empezado en 1772, tenía seis iglesias.
Además, los bautistas habían
tenido una parte principal en la lucha por la libertad religiosa en Virginia y
habían establecido la Universidad Brown de Rhode Island en 1765, para la
educación de los ministros.
Los bautistas tuvieron una parte
prominente en la Revolución, y varios ascendieron a puestos importantes en la
capellanía y en el ejército. Ezequías Smith, Juan Gano, y otros, fueron
sobresalientes en Nueva Inglaterra y en las colonias .del centro; en el sur los
ingleses pusieron precio a la cabeza de Ricardo Furman como uno de los
patriotas sobresalientes. Al fin del período los bautistas estaban activos y aumentando.
COMPENDIO FINAL
Durante la mayor parte de este
período Francia e Inglaterra fueron rivales por el control del vasto continente
norteamericano. Inglaterra surgió victoriosa en 1763, pero las colonias
americanas ganaron su independencia en veinte años. Una corriente continua de
inmigrantes vino de Inglaterra y del Continente. Su fondo religioso tuvo una
fuerza importante sobre el cristianismo de la nueva nación.
El primer Gran Despertar, que
empezó después de 1726, influyó profundamente en la vida religiosa y política
de las colonias americanas. La Revolución produjo una rápida declinación
religiosa acelerada por las corrientes escépticas y racionalistas de Inglaterra
y del Continente. Al fin del período, el cristianismo de los Estados Unidos
estaba en un punto muy bajo, y sus perspectivas eran. obscuras.
EL PERÍODO CONFESIONAL Y LA INTERPRETACIÓN DE LA ESCRITURA
Este período fue marcado por las
siguientes características: Una explosión continuada de los estudios bíblicos y
un progreso continuado en perfeccionar la aplicación de la Hermenéutica de la
Reforma.
Sin embargo, el S. XVII también
vio los movimientos del pietismo y racionalismo. Pietismo fue un movimiento
contra el dogmatismo doctrinal y el institucionalismo que carecía de una fe
personal y una vida práctica cristiana piadosa. De los tres principales
promotores de este movimiento: Felipe Jacob Spener, Augusto Hermann Francke y
Juan Alberto Bengel, éste último fue el más importante, particularmente por sus
estudios textuales y su comentario del NT.
El racionalismo fue promovido por
hombres como Descartes, Hobbes, Spinoza y Locke, así como von Wolf, Reimarus y
Lessing en el área teológica, este movimiento efectivamente trató de naturalizar la revelación especial y
sirvió como semilla de la cristiandad liberal y el destructivo criticismo alto
de los siguientes tres (y cuatro) siglos.