LA REFORMA (1500–1550) D. C

LA REFORMA (1500–1550)

Un catecismo; Los “hermanos de la vida común”; Lutero; Tetzel; Las noventa y cinco tesis en Wittenberg; La Bula papal es quemada; La Dieta de Worms; El castillo de Wartburg; Traducción de la Biblia; Esfuerzos de Erasmo por llegar aun arreglo; Desarrollo de la Iglesia Luterana; Su reforma y limitaciones; Staupitz protesta; La elección de Lutero entre las iglesias del Nuevo Testamento y el sistema de la Iglesia oficial; Loyola y la Contra Reforma.
La relación entre los hermanos en los distintos países es evidente por el hecho de que el mismo catecismo para la instrucción de sus hijos fue usado por los valdenses en los valles, en Francia y en Italia. Fue usado también por los diferentes hermanos en las tierras de Alemania, y por los “hermanos unidos” en Bohemia.1 Este libro era pequeño y fue publicado en italiano, francés, alemán y en bohemo. Se conocen varias ediciones impresas a intervalos desde 1498 hasta 1530.
Estrechamente relacionados con estos hermanos estaban los “hermanos de la vida común” quienes en el siglo XV y principios del XVI establecieron una red de escuelas a través de los Países Bajos y el noroeste de Alemania. Su fundador fue Gerhard Groote de Deventer, Países Bajos, quien, con el consejo de Jan van Rysbroeck, formó la hermandad y estableció la primera escuela en Deventer. Groote expresó su principio sobre la enseñanza cuando dijo: “La raíz del estudio y el dechado de la vida debe ser en primer lugar el Evangelio de Cristo”.
Él opinaba que el aprendizaje sin la piedad estaba más propenso a ser una maldición que una bendición. La enseñanza fue excelente; la escuela en Deventer, bajo la dirección del famoso maestro Alejandro Hegius, tenía 2.000 alumnos. Tomás de Kempis, quien posteriormente escribió la Imitación de Cristo, estudió en esa escuela, y Erasmo también fue un alumno en ese lugar. Las escuelas se difundieron ampliamente; el idioma latín era enseñado y también un poco el griego. Los niños aprendían a cantar himnos evangélicos en latín. Se llevaban a cabo clases para los adultos en las cuales se leía de los Evangelios en el idioma del país.
Se recaudaba dinero por medio de copiar los manuscritos del Nuevo Testamento y, posteriormente, por medio de imprimirlos. Se multiplicaron los folletos de los “hermanos” y de los amigos de Dios. De esta manera se proveía una educación sana basada en las Sagradas Escrituras.
Un himnario, publicado en Ulm en 1538, muestra los logros alcanzados en lo referente a material para alabanza y adoración en las congregaciones de los hermanos. El final del extenso título del himnario afirma que este era usado y cantado diariamente para la honra de Dios por “la hermandad cristiana, los picardos, hasta ahora considerados como no cristianos y herejes.

MARTÍN LUTERO (1483–1546)

La Biblia ocupó el primer lugar en la instrucción y desarrollo de Martín Lutero. Él también recibió la ayuda de Juan Staupitz, y encontró en los escritos de Tauler y de algunos de los hermanos, más doctrina divina, según dijo, que en todas las universidades y enseñanzas de los catedráticos; nada era más sana ni correspondía más al Evangelio. Pronto se convirtió en un escritor activo, y sus primeros panfletos (1517–1520)3 fueron escritos en el espíritu de los hermanos.
Mostraron que la salvación no se obtiene por medio de la intervención de la Iglesia, sino que todo hombre tiene acceso directo a Dios y encuentra la salvación por medio de la fe en Cristo y la obediencia a su Palabra. Lo cautivó la enseñanza bíblica de que la salvación es por medio de la gracia de Dios, mediante la fe en Jesucristo, y que no se obtiene por nuestras propias obras. La destreza y el entusiasmo con que Lutero predicó estas verdades no sólo despertaron interés y esperanza en los círculos donde ya se conocían, sino que afectaron fuertemente a otros que hasta ahora habían estado ignorantes de ellas.

LAS NOVENTA Y CINCO TESIS DE LUTERO

En 1517, un destacado vendedor de indulgencias papales, Juan Tetzel, mostró tal desvergüenza e irresponsabilidad en su negocio que, quizá más que otra cosa, impresionó a la gente por su charlatanería. Cuando Tetzel llegó a Wittenberg, Lutero, después de intentar en vano que el Elector de Sajonia tomara alguna acción, y alentado por Staupitz, fijó él mismo en las puertas de la iglesia las noventa y cinco tesis que estremecieron a toda Europa, pues los hombres entendieron que finalmente se había levantado una voz para pronunciar el sentir de la mayoría que todo el sistema de indulgencias era un fraude y que no tenía cabida en el Evangelio.
Por amor a la verdad y en el afán de sacarla a luz, se discutirán en Wittenberg las siguientes proposiciones bajo la presidencia del R. P. Martín Lutero, Maestro en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de esta última disciplina en esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no pueden estar presentes y debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén
1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: "Haced penitencia...", ha querido que toda la vida de los creyentes fuera penitencia.
2. Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia sacramental (es decir, de aquella relacionada con la confesión y satisfacción) que se celebra por el ministerio de los sacerdotes.
3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior; antes bien, una penitencia interna es nula si no obra exteriormente diversas mortificaciones de la carne.
4. En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al propio yo (es decir, la verdadera penitencia interior), lo que significa que ella continúa hasta la entrada en el reino de los cielos.
5. El Papa no quiere ni puede remitir culpa alguna, salvo aquella que él ha impuesto, sea por su arbitrio, sea por conformidad a los cánones.
6. El Papa no puede remitir culpa alguna, sino declarando y testimoniando que ha sido remitida por Dios, o remitiéndola con certeza en los casos que se ha reservado. Si éstos fuesen menospreciados, la culpa subsistirá íntegramente.
7. De ningún modo Dios remite la culpa a nadie, sin que al mismo tiempo lo humille y lo someta en todas las cosas al sacerdote, su vicario.
8. Los cánones penitenciales han sido impuestos únicamente a los vivientes y nada debe ser impuesto a los moribundos basándose en los cánones.
9. Por ello, el Espíritu Santo nos beneficia en la persona del Papa, quien en sus decretos siempre hace una excepción en caso de muerte y de necesidad.
10. Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a las moribundas penas canónicas en el purgatorio.
11. Esta cizaña, cual la de transformar la pena canónica en pena para el purgatorio, parece por cierto haber sido sembrada mientras los obispos dormían.
12. Antiguamente las penas canónicas no se imponían después sino antes de la absolución, como prueba de la verdadera contrición.
13. Los moribundos son absueltos de todas sus culpas a causa de la muerte y ya son muertos para las leyes canónicas, quedando de derecho exentos de ellas.
14. Una pureza o caridad imperfectas traen consigo para el moribundo, necesariamente, gran miedo; el cual es tanto mayor cuanto menor sean aquéllas.
15. Este temor y horror son suficientes por sí solos (por no hablar de otras cosas) para constituir la pena del purgatorio, puesto que están muy cerca del horror de la desesperación.
16. Al parecer, el infierno, el purgatorio y el cielo difieren entre sí como la desesperación, la cuasi desesperación y la seguridad de la salvación.
17. Parece necesario para las almas del purgatorio que a medida que disminuya el horror, aumente la caridad.
18. Y no parece probado, sea por la razón o por las Escrituras, que estas almas estén excluidas del estado de mérito o del crecimiento en la caridad.
19. Y tampoco parece probado que las almas en el purgatorio, al menos en su totalidad, tengan plena certeza de su bienaventuranza ni aún en el caso de que nosotros podamos estar completamente seguros de ello.
20. Por tanto, cuando el Papa habla de remisión plenaria de todas las penas, significa simplemente el perdón de todas ellas, sino solamente el de aquellas que él mismo impuso.
21. En consecuencia, yerran aquellos predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del Papa.
22. De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del purgatorio que, según los cánones, ellas debían haber pagado en esta vida.
23. Si a alguien se le puede conceder en todo sentido una remisión de todas las penas, es seguro que ello solamente puede otorgarse a los más perfectos, es decir, muy pocos.
24. Por esta razón, la mayor parte de la gente es necesariamente engañada por esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de las penas.
25. El poder que el Papa tiene universalmente sobre el purgatorio, cualquier obispo o cura lo posee en particular sobre su diócesis o parroquia.
26. Muy bien procede el Papa al dar la remisión a las almas del purgatorio, no en virtud del poder de las llaves (que no posee), sino por vía de la intercesión.
27. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando.
28. Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia pueden ir en aumento, más la intercesión de la Iglesia depende sólo de la voluntad de Dios.
29. ¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del purgatorio desean ser redimidas? Hay que recordar lo que, según la leyenda, aconteció con San Severino y San Pascual.
30. Nadie está seguro de la sinceridad de su propia contrición y mucho menos de que haya obtenido la remisión plenaria.
31. Cuán raro es el hombre verdaderamente penitente, tan raro como el que en verdad adquiere indulgencias; es decir, que el tal es rarísimo.
32. Serán eternamente condenados junto con sus maestros, aquellos que crean estar seguros de su salvación mediante una carta de indulgencias.
33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios.
34. Pues aquellas gracias de perdón sólo se refieren a las penas de la satisfacción sacramental, las cuales han sido establecidas por los hombres.
35. Predican una doctrina anticristiana aquellos que enseñan que no es necesaria la contrición para los que rescatan almas o confessionalia.
36. Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión plenaria de pena y culpa, aun sin carta de indulgencias.
37. Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto, tiene participación en todos los bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación le ha sido concedida por Dios, aun sin cartas de indulgencias.
38. No obstante, la remisión y la participación otorgadas por el Papa no han de menospreciarse en manera alguna, porque, como ya he dicho, constituyen un anuncio de la remisión divina.
39. Es dificilísimo hasta para los teólogos más brillantes, ensalzar al mismo tiempo, ante el pueblo. La prodigalidad de las indulgencias y la verdad de la contrición.
40. La verdadera contrición busca y ama las penas, pero la profusión de las indulgencias relaja y hace que las penas sean odiadas; por lo menos, da ocasión para ello.
41. Las indulgencias apostólicas deben predicarse con cautela para que el pueblo no crea equivocadamente que deban ser preferidas a las demás buenas obras de caridad.
42. Debe enseñarse a los cristianos que no es la intención del Papa, en manera alguna, que la compra de indulgencias se compare con las obras de misericordia.
43. Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una obra mayor que si comprase indulgencias.
44. Porque la caridad crece por la obra de caridad y el hombre llega a ser mejor; en cambio, no lo es por las indulgencias, sino a lo más, liberado de la pena.
45. Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente y, sin prestarle atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios.
46. Debe enseñarse a los cristianos que, si no son colmados de bienes superfluos, están obligados a retener lo necesario para su casa y de ningún modo derrocharlo en indulgencias.
47. Debe enseñarse a los cristianos que la compra de indulgencias queda librada a la propia voluntad y no constituye obligación.
48. Se debe enseñar a los cristianos que, al otorgar indulgencias, el Papa tanto más necesita cuanto desea una oración ferviente por su persona, antes que dinero en efectivo.
49. Hay que enseñar a los cristianos que las indulgencias papales son útiles si en ellas no ponen su confianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas, pierden el temor de Dios.
50. Debe enseñarse a los cristianos que si el Papa conociera las exacciones de los predicadores de indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro se redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas.
51. Debe enseñarse a los cristianos que el Papa estaría dispuesto, como es su deber, a dar de su peculio a muchísimos de aquellos a los cuales los pregoneros de indulgencias sonsacaron el dinero aun cuando para ello tuviera que vender la basílica de San Pedro, si fuera menester.
52. Vana es la confianza en la salvación por medio de una carta de indulgencias, aunque el comisario y hasta el mismo Papa pusieran su misma alma como prenda.
53. Son enemigos de Cristo y del Papa los que, para predicar indulgencias, ordenan suspender por completo la predicación de la palabra de Dios en otras iglesias.
54. Oféndase a la palabra de Dios, cuando en un mismo sermón se dedica tanto o más tiempo a las indulgencias que a ella.
55. Ha de ser la intención del Papa que si las indulgencias (que muy poco significan) se celebran con una campana, una procesión y una ceremonia, el evangelio (que es lo más importante) deba predicarse con cien campanas, cien procesiones y cien ceremonias.
56. Los tesoros de la iglesia, de donde el Papa distribuye las indulgencias, no son ni suficientemente mencionados ni conocidos entre el pueblo de Dios.
57. Que en todo caso no son temporales resulta evidente por el hecho de que muchos de los pregoneros no los derrochan, sino más bien los atesoran.
58. Tampoco son los méritos de Cristo y de los santos, porque éstos siempre obran, sin la intervención del Papa, la gracia del hombre interior y la cruz, la muerte y el infierno del hombre exterior.
59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la iglesia eran los pobres, mas hablaba usando el término en el sentido de su época.
60. No hablamos exageradamente si afirmamos que las llaves de la iglesia (donadas por el mérito de Cristo) constituyen ese tesoro.
61. Está claro, pues, que para la remisión de las penas y de los casos reservados, basta con la sola potestad del Papa.
62. El verdadero tesoro de la iglesia es el sacrosanto evangelio de la gloria y de la gracia de Dios.
63. Empero este tesoro es, con razón, muy odiado, puesto que hace que los primeros sean postreros.
64. En cambio, el tesoro de las indulgencias, con razón, es sumamente grato, porque hace que los postreros sean primeros.
65. Por ello, los tesoros del evangelio son redes con las cuales en otros tiempos se pescaban a hombres poseedores de bienes.
66. Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los hombres.
67. Respecto a las indulgencias que los predicadores pregonan con gracias máximas, se entiende que efectivamente lo son en cuanto proporcionan ganancias.
68. No obstante, son las gracias más pequeñas en comparación con la gracia de Dios y la piedad de la cruz.
69. Los obispos y curas están obligados a admitir con toda reverencia a los comisarios de las indulgencias apostólicas.
70. Pero tienen el deber aún más de vigilar con todos sus ojos y escuchar con todos sus oídos, para que esos hombres no prediquen sus propios ensueños en lugar de lo que el Papa les ha encomendado.
71. Quién habla contra la verdad de las indulgencias apostólicas, sea anatema y maldito.
72. Más quien se preocupa por los excesos y demasías verbales de los predicadores de indulgencias, sea bendito.
73. Así como el Papa justamente fulmina excomunión contra los que maquinan algo, con cualquier artimaña de venta en perjuicio de las indulgencias.
74. Tanto más trata de condenar a los que bajo el pretexto de las indulgencias, intrigan en perjuicio de la caridad y la verdad.
75. Es un disparate pensar que las indulgencias del Papa sean tan eficaces como para que puedan absolver, para hablar de algo imposible, a un hombre que haya violado a la madre de Dios.
76. Decimos por el contrario, que las indulgencias papales no pueden borrar el más leve de los pecados veniales, en concierne a la culpa.
77. Afirmar que si San Pedro fuese Papa hoy, no podría conceder mayores gracias, constituye una blasfemia contra San Pedro y el Papa.
78. Sostenemos, por el contrario, que el actual Papa, como cualquier otro, dispone de mayores gracias, saber: el evangelio, las virtudes espirituales, los dones de sanidad, etc., como se dice en 1ª de Corintios 12.
79. Es blasfemia aseverar que la cruz con las armas papales llamativamente erecta, equivale a la cruz de Cristo.
80. Tendrán que rendir cuenta los obispos, curas y teólogos, al permitir que charlas tales se propongan al pueblo.
81. Esta arbitraria predicación de indulgencias hace que ni siquiera, aun para personas cultas, resulte fácil salvar el respeto que se debe al Papa, frente a las calumnias o preguntas indudablemente sutiles de los laicos.
82. Por ejemplo: ¿Por qué el Papa no vacía el purgatorio a causa de la santísima caridad y la muy apremiante necesidad de las almas, lo cual sería la más justa de todas las razones si él redime un número infinito de almas a causa del muy miserable dinero para la construcción de la basílica, lo cual es un motivo completamente insignificante?
83. Del mismo modo: ¿Por qué subsisten las misas y aniversarios por los difuntos y por qué el Papa no devuelve o permite retirar las fundaciones instituidas en beneficio de ellos, puesto que ya no es justo orar por los redimidos?
84. Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad de Dios y del Papa, según la cual conceden al impío y enemigo de Dios, por medio del dinero, redimir un alma pía y amiga de Dios, y por qué no la redimen más bien, a causa de la necesidad, por gratuita caridad hacia esa misma alma pía y amada?
85. Del mismo modo: ¿Por qué los cánones penitenciales que de hecho y por el desuso desde hace tiempo están abrogados y muertos como tales, se satisfacen no obstante hasta hoy por la concesión de indulgencias, como si estuviesen en plena vigencia?
86. Del mismo modo: ¿Por qué el Papa, cuya fortuna es hoy más abundante que la de los más opulentos ricos, no construye tan sólo una basílica de San Pedro de su propio dinero, en lugar de hacerlo con el de los pobres creyentes?
87. Del mismo modo: ¿Qué es lo que remite el Papa y qué participación concede a los que por una perfecta contrición tienen ya derecho a una remisión y participación plenarias?
88. Del mismo modo: ¿Que bien mayor podría hacerse a la iglesia si el Papa, como lo hace ahora una vez, concediese estas remisiones y participaciones cien veces por día a cualquiera de los creyentes?
89. Dado que el Papa, por medio de sus indulgencias, busca más la salvación de las almas que el dinero, ¿por qué suspende las cartas e indulgencias ya anteriormente concedidas, si son igualmente eficaces?
90. Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la fuerza, sin desvirtuarlos con razones, significa exponer a la Iglesia y al Papa a la burla de sus enemigos y contribuir a la desdicha de los cristianos.
91. Por tanto, si las indulgencias se predicasen según el espíritu y la intención del Papa, todas esas objeciones se resolverían con facilidad o más bien no existirían.
92. Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo de Cristo: "Paz, paz"; y no hay paz.
93. Que prosperen todos aquellos profetas que dicen al pueblo: "Cruz, cruz" y no hay cruz.
94. Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por seguir a Cristo, su cabeza, a través de penas, muertes e infierno.
95. Y a confiar en que entrarán al cielo a través de muchas tribulaciones, antes que por la ilusoria seguridad de paz.
(Wittenberg, 31 de octubre de 1517)
***
Un pobre monje ahora se enfrentaba a todo el extenso poder papal y luchaba en contra suya. Su Llamamiento a la nobleza de la nación alemana sobre la libertad del hombre cristiano y su Cautiverio babilónico de la Iglesia fueron un llamado a toda Europa. El Papa León X promulgó una Bula para excomulgar a Lutero; Lutero la quemó públicamente en Wittenberg (1520).

LA DIETA DE WORMS (ENERO–MAYO, 1521)

Al ser llamado a Worms a presentarse ante las autoridades papales, Lutero desafió todos los peligros y fue, y nadie fue capaz de hacerle daño. Cuando se marchó de allí, al verse amenazada su vida, sus amigos lo llevaron en secreto a un castillo, el castillo de Wartburg, y permitieron que la gente creyera que él estaba muerto. Allí tradujo el Nuevo Testamento al alemán, traduciendo posteriormente el Antiguo Testamento.
El efecto de que cada vez se leyera más y más las Escrituras, sumado al hecho de que se vivía un tiempo en que las preguntas sobre religión estaban agitando violentamente a las masas de la población, cambiaría por completo el carácter de la cristiandad. La pesada desesperanza con que los hombres habían visto la siempre creciente corrupción y rapacidad de la Iglesia se había transformado en una esperanza viva de que ahora, finalmente, había llegado la hora del avivamiento, la hora de un retorno al cristianismo apostólico y primitivo.
El mismo Cristo fue visto nuevamente manifestado en las Escrituras como el Redentor, el Salvador de los pecadores sin necesidad de intermediarios, y el camino a Dios para la humanidad sufrida.
Sin embargo, con semejante divergencia de opinión e interés tan radical, el conflicto fue inevitable. Los seguidores de Lutero y los grupos de simpatizantes se incrementaron enormemente. Pero el antiguo sistema de la Iglesia Católica Romana no iba a transformarse sin una lucha. Hubo algunos que, junto con Erasmo, guardaban la esperanza de que hubiera tolerancia y paz, pero los monjes, que veían desaparecer su posición y privilegios, se volvieron desmedidamente violentos, y las autoridades papales decidieron usar las antiguas armas de maldición y asesinato para aniquilar el nuevo movimiento. Por su parte, Lutero fue abandonando su humildad inicial y llegó a ser tan dogmático como el Papa. Las rivalidades políticas hicieron que la situación se tornara más peligrosa.

ERASMO OPINA ACERCA DE LUTERO

La opresión de los obreros agrícolas condujo a la sublevación de los campesinos (1524–1525), por la que la otra parte culpó a Lutero y su partido. Una conflagración general amenazaba a las naciones. Erasmo escribió (1520): “Ojalá Lutero se tranquilizara por un tiempo. Lo que él dice pudiera ser cierto, pero todo tiene su tiempo.” Luego escribió al Duque Jorge de Sajonia (1524):
Cuando Lutero habló por primera vez, todo el mundo lo aplaudió, incluyendo a Vuestra Alteza. Los teólogos que ahora son sus adversarios más implacables en aquel entonces estaban de su parte. Los Cardenales, incluso los monjes, lo alentaron. Su causa era justa. Él estaba atacando prácticas que cualquier hombre honrado condenaba, y estaba enfrentándose a una junta de arpías bajo cuya tiranía la cristiandad gemía. ¿Quién, pues, podía imaginarse cuán lejos llegaría el movimiento? Ni el mismo Lutero jamás esperó producir semejante efecto. Después de la divulgación de sus tesis, le aconsejé que no fuera más allá. Yo temía el surgimiento de disturbios. Le advertí que fuera moderado.
El Papa proclamó una Bula, el emperador proclamó un Edicto, y hubo encarcelamientos y muertes en la hoguera. Sin embargo, todo fue en vano.
Esto sólo hizo que el desorden creciera. No obstante, sí pude ver que el mundo estaba embobado con los rituales. Monjes escandalosos se habían dado a la tarea de engañar y estrangular la conciencia de la gente. La teología se había convertido en un sofisma. El dogmatismo se había convertido en locura y, además, había incalificables sacerdotes, Obispos y funcionarios romanos.
En mi opinión, ambas partes debían ceder y buscar un acuerdo. Los seguidores de Lutero eran testarudos y no darían un paso atrás. Los teólogos católicos sólo exhalaban fuego y furia. Confío, y espero, que Lutero hará unas pocas concesiones, y que el Papa y los príncipes puedan aún consentir en procurar la paz. Que la Paloma de Cristo se pose entre nosotros, o si no, el búho de Minerva. Lutero le ha suministrado una dosis muy agria a un cuerpo enfermo. ¡Quiera Dios que esta resulte en sanidad!
Luego escribió (1525): “Considero a Lutero un buen hombre, llamado por la Providencia para corregir la depravación de la época. ¿De dónde han surgido todos estos problemas? De la inmoralidad abierta y descarada del sacerdocio, de la arrogancia de los teólogos y la tiranía de los monjes.” Él aconsejaba abolir lo que era obviamente incorrecto, pero retener todo lo que pudiera ser retenido sin causar perjuicio.
Aconsejaba ejercer la tolerancia y permitir la libertad de conciencia. Escribió: “Las indulgencias, con las cuales los monjes han engañado al mundo por tanto tiempo, con el consentimiento malicioso de los teólogos, ahora han sido desbaratadas. Bueno, entonces, permitan que aquellos que no tienen fe en los méritos de los santos oren al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, imiten a Cristo en sus vidas, y dejen en paz a los que creen en los santos.
Dejen que todos crean lo que les plazca acerca del purgatorio, sin pelear con los demás que no creen como ellos. Que si las obras justifican o la fe justifica no tiene mucha importancia, pues todos reconocen que la fe no salvará sin las obras.”
El conflicto era demasiado enconado como para que prevalecieran consejos tan moderados. Muy pocos veían posibilidad alguna de tolerancia. El desarrollo del propio Lutero bajo la influencia de tan extraordinarias circunstancias, con el tiempo los influenció.
Después de haber sido un católico romano devoto en su juventud, Lutero, por medio de sus encuentros con Staupitz y su estudio de las Escrituras, había llegado a solidarizarse con los “hermanos” y con los místicos, pero ahora su conflicto con el clero romano lo había llevado a estrechar relaciones con algunos de los príncipes alemanes. Esta asociación, junto con la influencia de su antiguo adiestramiento, lo condujo poco a poco a formar la Iglesia Luterana.

FORMACIÓN DE LA IGLESIA LUTERANA

Las etapas de este proceso estuvieron marcadas por apartarse gradualmente de las antiguas congregaciones de hermanos. También se dio un reavivamiento de muchas verdades de las Escrituras, y una incorporación en la nueva Iglesia Luterana de muchas cosas tomadas del sistema romano. Lutero puso más énfasis en las enseñanzas del apóstol Pablo y menos en las de los Evangelios que las antiguas iglesias de creyentes; él insistió en la doctrina de la justificación por medio de la fe, pero sin subrayar lo suficiente la importancia de seguir a Cristo. Esto último era muy importante en la predicación de los hermanos.
Lutero fue muy lejos con su enseñanza de que el hombre no tiene ningún tipo de libre albedrío ni elección, y que la salvación es únicamente por medio de la gracia de Dios. Llegó a tal punto que propició el descuido de una conducta correcta como parte del Evangelio. Entre las doctrinas tomadas de la Iglesia de Roma estaba la de la regeneración bautismal y, con esta, la práctica general del bautismo de infantes.
Lutero reavivaba la enseñanza de la Biblia en cuanto a la salvación individual por medio de la fe en Cristo Jesús y su obra perfecta, pero no llegó al punto de aceptar la enseñanza del Nuevo Testamento en lo relacionado a las iglesias y su separación del mundo, aunque permanezcan en él como testimonio del Evangelio salvador de Jesucristo; Lutero adoptó el sistema Católico Romano de las parroquias con su administración clerical de territorios que se consideraban cristianizados.
Gracias a que algunos de los gobernantes estaban de su lado, Lutero mantuvo el principio de la unión de la Iglesia y el estado, y aceptó la espada del estado como el medio adecuado para convertir o castigar a los que discrepaban de la nueva autoridad eclesiástica. Fue en la Dieta, o Concilio, de Espira (1529) que el partido de la Reforma presentó la protesta a los representantes Católicos Romanos, de donde surgió el nombre de “protestantes” para referirse a los reformistas. La Liga de Smalkalda en 1531, juntó a nueve príncipes y once ciudades libres como poderes protestantes.

LAS PROTESTAS DE STAUPITZ

En vista del desarrollo de Lutero, Staupitz le advirtió: “Cristo nos ayude a que finalmente vivamos conforme al Evangelio que ahora resuena en nuestros oídos, del cual hablan muchos, ya que veo que las multitudes abusan del Evangelio para darle libertad a la carne. Permite que mi súplica te conmueva, teniendo en cuenta que una vez fui el pionero de la santa enseñanza evangélica.”
Al declarar finalmente la divergencia de su modo de pensar con respecto al que estaba adoptando Lutero, Staupitz contrasta a los cristianos nominales con los verdaderos, y escribe:
Ahora está de moda separar la fe de la vida evangélica, como si fuera posible tener una fe verdadera en Cristo y aún permanecer diferente de él en la vida. ¡Oh, astucia del enemigo! ¡Oh, engaño de la gente! Escuchen las palabras de los necios: Quienquiera que cree en Cristo no necesita de las obras. Oigan el refrán de la verdad: Si alguno me sirve, sígame.
El espíritu del mal les dice a sus cristianos carnales que el hombre es justificado sin las obras y que así predicó Pablo. Esto es falso. En realidad, él habló en contra de aquellas obras legalistas y prácticas externas en las cuales, por temor, los hombres depositan su confianza para salvación.
Luchó contra ellas al considerarlas inútiles. Consideró que conducían a la condenación, pero nunca pensó mal de aquellas obras que son los frutos de fe, amor y obediencia a los mandamientos celestiales, ni hizo otra cosa menos alabarlas. Él proclamó y predicó acerca de su necesidad en todas sus epístolas.
Lutero enseñó: “Aprendan del apóstol Pablo que el Evangelio enseña que Cristo vino, no para darnos una nueva ley por la cual debamos andar, sino para poderse entregar a sí mismo como una ofrenda por los pecados de todo el mundo”. Las iglesias primitivas habían enseñado siempre que el verdadero cristiano es aquel que, habiendo recibido la vida de Cristo por fe, continuamente se esfuerza y desea, por medio de Cristo que mora en él, andar conforme a su ejemplo y su Palabra.
Lutero, mediante sus poderosos golpes, se abrió paso por entre los privilegios y abusos bien arraigados por mucho tiempo, para que finalmente la Reforma fuera posible. Él reveló a Cristo a innumerables pecadores. Lo reveló como el Salvador a quien cada uno estaba invitado a venir, sin la intervención del sacerdote, santo, Iglesia o sacramento, tampoco gracias a ninguna bondad en sí mismo, sino como un pecador con todas sus necesidades, para encontrar en Cristo, por medio de la fe en él, la salvación perfecta, basada en la obra perfecta del Hijo de Dios.
Sin embargo, en lugar de continuar en el camino de la Palabra de Dios, Lutero edificó una iglesia en la cual fueron reformados algunos abusos, pero que en muchos aspectos era una reproducción del antiguo sistema. Las multitudes que acudieron a él en busca de guía aceptaron aquella forma en la que él moldeó la Iglesia Luterana.
Muchos, al ver que él no continuó en el camino hacia un regreso a las Escrituras, lo cual ellos habían esperado, se quedaron donde estaban, en la Iglesia Católica Romana, y las esperanzas suscitadas entre los hermanos poco a poco se desvanecieron al verse a sí mismos situados entre dos sistemas eclesiásticos, cada uno de los cuales estaba dispuesto a emplear la espada para exigir conformidad en asuntos de conciencia.

EL SISTEMA DE LA IGLESIA OFICIAL

Lutero había visto el modelo divino para las iglesias, y no fue sin enfrentarse a una lucha interna que él abandonó la enseñanza del Nuevo Testamento y dejó el modelo de asambleas independientes de verdaderos cristianos para estar a favor del sistema de la Iglesia nacional o Iglesia del estado, sistema que adoptó por la presión de las circunstancias externas. La diferencia irreconciliable entre estos dos ideales fue la causa esencial del conflicto.
El bautismo y la Cena del Señor adquirieron tal importancia en el conflicto precisamente porque en la iglesia verdadera ambas ordenanzas marcan el abismo que separa a la iglesia del mundo, mientras que en la Iglesia oficial se usan como puente sobre dicho abismo; el bautismo de infantes y la administración general de la Cena del Señor no requieren de los participantes una fe personal.
Además, los poderes que se arrogan a un sacerdocio como único capaz de llevar a cabo estos rituales someten al pueblo bajo un yugo en asuntos de fe y conciencia, que, al obrar en conjunto con el estado o el gobierno civil, imposibilitan la existencia de iglesias libres, y convierten la religión en un asunto de la nación. Tal Iglesia oficial es muy comprensiva. Puede incluir una gran variedad de opiniones. Puede acoger a los incrédulos, consentir mucha maldad, e incluso puede permitir que su clero exprese incredulidad en las Escrituras.
En cambio, tal Iglesia, si tiene el poder para prevenirlo, no tolerará a aquellos que bautizan a los creyentes o a los que se apartan y toman la Cena del Señor como discípulos de Cristo, porque estas cosas atacan los fundamentos de su carácter como Iglesia oficial, aunque no son los rituales en sí mismos la causa fundamental de la diferencia, sino el asunto de iglesia.
Con poder y valentía sin precedentes, Lutero había sacado a la luz las verdades de la Escritura en lo concerniente a la salvación individual del pecador por medio de la fe, pero fracasó cuando pudo haber señalado el camino de regreso a las Escrituras en todas las cosas, incluyendo su enseñanza con relación a la iglesia. Él había enseñado: “Lo digo cien mil veces, Dios no tendrá un servicio forzado. Nadie puede o deberá ser forzado a creer.” En 1526, él había escrito:
El orden evangélico correcto no puede ser practicado por toda clase de gente, sino entre aquellos que seriamente estén decididos a ser cristianos y a confesar el Evangelio en lo que dicen y hacen. Tales personas deben inscribir sus nombres y reunirse aparte en una casa para la oración y la lectura, para bautizarse, para cumplir con el sacramento y para ejercitar otras obras cristianas.
Dentro de este orden sería posible identificar, reprobar, restituir o excomulgar, conforme a la norma de Cristo, a aquellos que no se comporten de manera cristiana (Mateo 18.15). Allí, además, ellos podrían, de manera común, recolectar limosnas que serían dadas voluntariamente, y distribuidas generosamente entre los pobres, de acuerdo con el ejemplo de Pablo (2 Corintios 9.1–12).
Allí no sería necesario disponer de muchos cantos ni cantos finísimos. Allí podría practicarse una manera sencilla y corta del bautismo y del sacramento, y todo estaría conforme la Palabra de Dios y en amor. Sin embargo, yo no puedo ordenar y establecer semejante asamblea aún, porque aún no cuento con la gente adecuada para esto.
No obstante, si me correspondiera hacerlo, y no tuviera otra alternativa, estaría dispuesto a hacer mi parte. Mientras tanto, continuar convocando, estimulando, predicando, ayudando, y fomentando la formación de esta asamblea hasta que los cristianos tomen la Palabra de Dios tan en serio que ellos mismos encuentren la manera de formarla y continuar en ella.
Sin embargo, Lutero sabía que la “gente adecuada” estaba allí; gente a quien él describió como “hijos verdaderos de Dios, santos y piadosos”.
Después de mucha indecisión, finalmente él llegó a oponerse a cualquier intento de poner en práctica lo que tan excelentemente él había descrito.
Sin embargo, a diferencia de muchos de sus seguidores, Lutero no consideró la Iglesia Luterana como la mejor forma posible de religión que se pudiera concebir; él la describió como “provisional”, como el “atrio exterior” y no el “santuario”, y no cesó de exhortar y advertir a las personas. Él dijo: Si nos fijamos en lo que ahora hacen los que se consideran evangélicos y que saben hablar mucho acerca de Cristo, no hay nada más allá de sus palabras. La mayoría de esas personas se engañan a sí mismas.
La cantidad de personas que comenzaron con nosotros y que encontraron satisfacción en nuestra enseñanza era antes diez veces mayor; ahora ni una décima parte de ellos se mantiene firme. Lo que ellos realmente hacen es decir corazones no las experimentan. Siguen siendo lo que han sido; no experimentan ni sienten cuán verdadero y fiel es Dios.
Estas personas presumen mucho del Evangelio y al principio lo buscan honradamente, sin embargo, después no queda nada; porque hacen lo que les gusta, se dedican a sus lujurias, se vuelven peores de lo que una vez fueron y son mucho más indisciplinadas y presumidas que otros, teniendo en cuenta que los campesinos, los ciudadanos, los miembros de la nobleza son todos más codiciosos e indisciplinados de lo que eran antes bajo el papado ¡Oh, Dios nuestro Señor, si practicáramos esta doctrina correctamente, verías que de mil personas que ahora acuden al sacramento apenas cien de ellas irían! Entonces serían menos los horribles pecados con los cuales el Papa con su ley infernal ha inundado el mundo.
Finalmente, llegaríamos a ser una asamblea cristiana, mientras que ahora somos casi completamente paganos con el nombre de cristianos. Y luego podríamos separar de entre nosotros a aquellos de quienes sabemos por sus obras que nunca creyeron y nunca tuvieron vida, algo que ahora nos es imposible.
Una vez que la nueva Iglesia fue puesta bajo el poder del estado, no pudo ser alterada, pero Lutero nunca pretendió que las iglesias que él había establecido hubieran sido ordenadas según el modelo de las Escrituras.
Mientras que Melanchton hablaba de los príncipes protestantes como “miembros principales de la Iglesia”, Lutero los llamaba “Obispos provisionales”, y a menudo expresaba su pesar por la libertad perdida del cristiano y por la independencia de las congregaciones cristianas que una vez había sido su objetivo.
A partir del momento en que Lutero quemó la Bula del Papa4 y la Reforma comenzó su curso, otro hombre se estaba preparando para la obra que iba a ser el medio fundamental para contener el progreso del protestantismo y para organizar la Contrarreforma que devolvió a la Iglesia de Roma extensos distritos donde el movimiento de la Reforma ya había prevalecido.

IGNACIO LOYOLA (C 1491–1556)

Ignacio Loyola, de ascendencia noble española, nació en 1491, se convirtió en paje en la corte de Fernando e Isabel, y luego en soldado. Se distinguió desde el principio por su valentía intrépida, pero una herida que recibió cuando tenía treinta años de edad, que lo dejó permanentemente cojo, cambió completamente el curso de su vida.
Durante la larga convalecencia que siguió a su herida, leyó algunos de los libros de los místicos, y llegó a sentir un anheló ferviente de liberarse de las lujurias de su vida anterior y hacer grandes hazañas, ya no para la gloria militar al servicio de un rey terrenal, sino para Dios y como un soldado de Jesucristo. “Muéstrame, ¡oh, Señor!”, oraba, “dónde puedo yo encontrarte. Te seguiré como un perro, si tan sólo pudiera conocer el camino de la salvación.”
Luego de un largo conflicto, Loyola entregó su vida a Dios, encontró paz en la certeza de que sus pecados habían sido perdonados, y se liberó del poder de los deseos carnales. En el famoso monasterio de Montserrat, entre los picos montañosos que parecían como llamas convertidas en rocas, después de una vigilia y una confesión, Loyola colgó sus armas ante una antigua imagen de madera de la Virgen y se consagró al servicio de ella y de Cristo. Regaló su ropa, y, tomando el atavío característico de un peregrino, se fue cojeando hasta el vecino monasterio dominico de Manresa.
Allí siguió los métodos comunes de examen de conciencia de los místicos. Además, se dispuso a anotar con una exactitud minuciosa todo lo que había observado en sí mismo meditaciones, visiones y, además, posturas y posiciones externas, para así descubrir cuáles eran las más favorables para el desarrollo del éxtasis espiritual. Fue allí donde él escribió gran parte de su libro, Ejercicios espirituales, el cual más adelante llegó a ejercer una poderosa influencia.
La búsqueda de los místicos de una comunión inmediata con Dios, sin la intervención sacerdotal o de otro tipo, los llevó constantemente a tener conflictos con los sacerdotes. Loyola fue encarcelado más de una vez por la Inquisición y por los dominicos porque sospechaban que él apoyara esta doctrina. Pero él siempre logró demostrarles que él no era lo que ellos creían, y de esa manera lograba su libertad.
Realmente, aunque al principio se vio fuertemente afectado por los escritos de los místicos, Loyola desarrolló un sistema que resultó ser todo lo contrario de su enseñanza. En lugar de buscar las experiencias de una comunión directa con Cristo, él puso a cada miembro de su sociedad bajo la dirección de un hombre, su confesor, a quien prometía dar a conocer los secretos más íntimos de su vida y rendir una obediencia absoluta.
El plan fue el de un ejército de soldados, en que cada miembro de su sociedad estaba sujeto a la voluntad de otro por encima de él, e incluso el de mayor rango era controlado por aquellos nombrados para observar cada acto y juzgar cada motivación.

LOS JESUITAS, LA “COMPAÑÍA DE JESÚS.

En el transcurso de los años de estudio y viajes, de enseñanzas y actividades caritativas, durante los cuales hubo esfuerzos vanos por llegar a Jerusalén y, además, por tener entrevistas con el Papa, poco a poco se agrupó alrededor de Loyola una compañía de personas que fue organizada por él como la “Compañía de Jesús” en París en 1534. Él y seis más, incluyendo a Francisco Javier, hicieron votos de pobreza y castidad y de actividad misionera.
En 1540 el Papa reconoció la “Compañía de Jesús” a la cual se le dio por primera vez el nombre de “Jesuitas” por Calvino y otros que se opusieron a ella. La elección cuidadosa y el largo y especial entrenamiento de sus miembros, durante el cual se les enseñaba una absoluta sumisión de su propia voluntad a la de sus superiores, los convirtió en un arma por medio de la cual no sólo se contuvo la Reforma, sino que, además, se organizó una Contrarreforma que le devolvió a Roma mucho de lo que había perdido.
La Compañía obró constante y hábilmente para lograr una reacción. Su rápido auge en el poder y sus métodos sin escrúpulos le produjeron muchos adversarios, incluso dentro de la Iglesia de Roma, así como en varios países donde su interferencia fue resentida no sólo en asuntos religiosos, sino, además, en cuestiones civiles.
Su historia fue algo escabrosa. En ocasiones llegó al punto de dominar completamente la política de una nación, pero luego era rechazada y prohibida del todo sólo para regresar cuando las circunstancias fueran nuevamente favorables.
El intento de Hermann von Wied, Arzobispo Elector de Colonia, de producir una Reforma Católica y una reconciliación con los reformistas, fue frustrado por Canisius, hábil representante que la Compañía había ganado en Alemania, mientras que en innumerables casos los movimientos de reforma fueron reprimidos o anulados, y el dominio de Roma resultó fortalecido por sus actividades. Devotos y diligentes miembros de esta compañía salieron como misioneros llevaron consigo la forma de religión que ellos representaban, a los pueblos paganos de la India, China y América.

LOS ANABAPTISTAS (1516–1566)

El nombre “anabaptista”; No una secta nueva; El rápido incremento; La legislación contra ellos; Baltasar Hubmeyer; El círculo de hermanos en Basilea; Actividades y martirio de Hubmeyer y su esposa; Hans Denck; Equilibrio de la verdad; Los partidos; M. Sattier; Aumento de la persecución; Landgra Felipe de Hessen; Protesta de Odenbach; Zwinglio; Persecución en Suiza; Grebel, Manz, Blaurock; Kirschner; Persecución en Austria; Crónicas de los anabaptistas en Austria y Hungría; Ferocidad de Fernando; Huter; Mandl y sus compañeros;
Las comunidades; Münster; El reino del Nuevo Sión; Tergiversación de los acontecimientos en Munster para calumniar a los hermanos; Los discípulos de Cristo son tratados como él; Menno Simons; Pilgram Marbeck y su libro; El sectarismo; Persecución en Alemania occidental; Hermann, Arzobispo de Colonia intenta llevar a cabo la reforma; Schwenckfeld.
Aproximadamente en 1524, en Alemania, muchas de las iglesias de los hermanos como las que habían existido desde los tiempos antiguos y en muchas tierras, repitieron lo que se había hecho en Lhota en 1467; declararon su independencia como congregaciones de creyentes y su determinación de cumplir y llevar a cabo como iglesias las enseñanzas de la Escritura. Como se había hecho anteriormente en Lhota, ahora también los presentes que no habían sido aún bautizados en su condición de creyentes fueron bautizados por inmersión.
Esto trajo consigo el surgimiento de un nuevo nombre, un nombre que ellos mismos repudiaron, ya que se les atribuyó como un calificativo ofensivo a fin de dar la impresión de que ellos habían fundado una nueva secta; el nuevo nombre era el de anabaptistas (los bautizados de nuevo). Con el paso del tiempo, este nombre también fue atribuido a cierto grupo de personas comunitarias violentas de prácticas y principios subversivos del orden y la moralidad.
Los hermanos no tenían ninguna relación con estas personas; pero al tildarlos con el mismo nombre, aquellos que perseguían a los hermanos parecían quedar justificados, como si estuvieran reprimiendo un alboroto peligroso. Tal como la literatura de los cristianos en la antigüedad había sido destruida y sus historias habían sido escritas por sus enemigos, así se hizo nuevamente en el siglo XVI.
En vista del lenguaje de violencia desenfrenada muy común en aquella época de polémica religiosa, resulta más indispensable que nunca indagar acerca de cualquier remanente de sus propios escritos e informes.
En el informe del Concilio del Arzobispo de Colonia2 al Emperador Carlos V sobre el “movimiento anabaptista”, se dice que los anabaptistas se llamaban a sí mismos “los verdaderos cristianos”, que deseaban establecer la comunidad de bienes “la cual había sido la costumbre de los anabaptistas por más de mil años, como la historia antigua y las leyes imperiales testifican”.
En ocasión de la disolución del Parlamento en Espirase afirmó que la “nueva secta de los anabaptistas” ya había sido condenada muchos cientos de años atrás y “prohibida por ley consuetudinaria”. Por más de doce siglos el bautismo, de la manera que se enseña y describe en el Nuevo Testamento, se había convertido en una ofensa contra la ley, castigada con la muerte.
El avivamiento general estimulado por el Renacimiento provocó que muchas de las asambleas de creyentes que habían sido obligadas a permanecer ocultas debido a la persecución se dejaran ver nuevamente.
Un edicto eclesiástico proclamado en Lyón contra uno de los hermanos decía: “De las cenizas de Waldo surgen nuevos retoños y es necesario imponer un castigo fuerte y severo para que sirva de ejemplo”. De los valles suizos también emergieron muchos creyentes; ellos se llamaban entre sí hermanos y hermanas, y estaban plenamente conscientes de que no estaban fundando nada nuevo, sino que estaban dándole continuidad al testimonio de aquellos que durante siglos habían sido perseguidos como “herejes”, como demostraban los informes de sus mártires.
En Suiza el refugio de los creyentes perseguidos se encontraba principalmente en las montañas, mientras que en Alemania a menudo estese encontraba en la poderosa protección proporcionada por los gremios del comercio. La época de la Reforma también sacó a la luz  muchos hermanos escondidos quienes, uniéndose a las iglesias existentes y formando otras nuevas, crecieron rápidamente en membrecía y desarrollaron tal actividad como para alarmar a las Iglesias del estado, tanto a las Católicas Romanas como a las luteranas.
Un observador simpatizante, sin embargo no uno de ellos, escribió refiriéndose a ellos que en 1526 surgió un nuevo partido que se difundió tan rápidamente que su doctrina inundó a toda la región y hubo muchos que los siguieron; muchos que eran sinceros de corazón y celosos de Dios se unieron a ellos. Ellos no parecían enseñar otra cosa que no fuera el amor, la fe y la cruz, se mostraban pacientes y humildes en muchos sufrimientos, partían el pan los unos con los otros como un símbolo de unidad y amor, y se ayudaban los unos a los otros fielmente.
Ellos se mantuvieron unidos e incrementaron tan rápidamente que el mundo temió que pudieran provocar una revolución. Sin embargo, siempre resultaron ser inocentes de semejantes ideas, aunque en muchos lugares fueron tratados de manera tiránica.

BALTASAR HUBMEYER  (C 1480–1527)

Los hermanos tuvieron cuidado de tomar la Palabra de Dios como su guía y de no estar dispuestos a someterse al dominio del hombre. Pero, afortunadamente, reconocían como ancianos y supervisores en las diferentes iglesias a aquellos hombres entre ellos que poseían los dones del Espíritu Santo que los capacitaban para ser guías.
Durante este tiempo se encontraba entre ellos un guía preeminente, el Dr. Baltasar Hubmeyer. Luego de una brillante carrera como estudiante en la Universidad de Freiberg y como profesor de teología en Ingolstadt, fue nombrado predicador (1516) en la catedral en Ratisbona, donde su predicación atrajo a multitudes de oyentes.
Tres años más tarde se trasladó a Waldshut. Mientras estaba allí experimentó un cambio espiritual, aceptó la enseñanza de Lutero, y también llegó a ser considerado como alguien influenciado por la “herejía bohemia”, o sea, la enseñanza de las asambleas de los hermanos en Bohemia. Su Invitación a los hermanos, el 11 de enero de 1524, convocaba a todos los interesados a reunirse en su casa, con sus Biblias.
Él explicaba que el objetivo de la reunión era para ayudarse mutuamente por medio del conocimiento de la Palabra de Dios a fin de continuar alimentando a las ovejas de Cristo, y les recordaba que era una costumbre desde el tiempo de los apóstoles que aquellos llamados a ministrar la Palabra divina debían reunirse y recopilar consejo cristiano al tratar con asuntos de dificultad con relación a la fe.
Varias preguntas fueron sugeridas, las cuales, de manera sincera y afectuosa, ellos fueron exhortados a considerar a la luz de las Escrituras.
Hubmeyer prometió que según su capacidad les proveería una cena fraternal y él correría con los gastos. Hubmeyer expresó sus propias ideas y enseñanzas así: “La santa iglesia cristiana universal es la hermandad de los santos y una fraternidad de muchos creyentes y piadosos que de común acuerdo honran a un Señor, un Dios, una fe y un bautismo”. Esta es, dijo él, “la asamblea de todos los cristianos en la tierra dondequiera que puedan estar en todo el mundo” o de otra manera, “una comunión apartada que consiste en varios hombres que creen en Cristo”.
Y explicó: “Existen dos iglesias, que de hecho se abarcan entre sí, la iglesia general y la local la iglesia local es una parte de la iglesia general que incluye a todos los que demuestran ser cristianos.” Con relación a la comunidad de bienes él dijo que esta consistía en “nuestra disposición de ayudar siempre a aquellos hermanos que se encuentran necesitados, ya que lo que poseemos no nos pertenece, sino que nos ha sido confiado como mayordomos de Dios”.
Él consideraba que a causa del pecado el poder de la espada había sido encomendado a los gobiernos terrenales, y que por ello era necesario someterse a él en el temor de Dios. Este tipo de reuniones tuvieron lugar a menudo en Basilea, donde Hubmeyer y sus amigos buscaban celosamente en las Sagradas Escrituras y analizaban las preguntas que se traían ante ellos. Basilea fue un gran centro de actividad espiritual. Los impresores no tuvieron miedo de editar libros tildados de heréticos, y de sus imprentas salieron al mundo obras como las de Marsilio de Padua y Juan Wyclif.
Entre los que se reunían con Hubmeyer para analizar las Escrituras se encontraban hermanos de una capacidad y dones extraordinarios. Uno de ellos fue Wilhelm Reublin. De él está registrado que explicaba las Sagradas Escrituras de una manera tan excelente y cristiana que nada igual se había escuchado antes, por lo que atrajo a grandes multitudes.
Wilhelm había sido un sacerdote en Basilea y, durante ese tiempo, en la festividad católica del Corpus Cristi, había llevado una Biblia en procesión en lugar de la custodia con la hostia. Él fue bautizado, y posteriormente, cuando vivía cerca de Zurich, fue expulsado del país, continuando así sus predicaciones en Alemania y Moravia. Allí llegaban a menudo hermanos del extranjero, por medio de cuyas visitas se mantuvieron relaciones con iglesias en otras tierras.
Entre estos hermanos estaba Ricardo Crocus de Inglaterra, un erudito que ejerció gran influencia entre los estudiantes. También, vinieron muchos de Francia y de Holanda.
En 1527 se convocó otra conferencia de hermanos, en Moravia, en la cual estuvo presente Hubmeyer. Esta se celebró bajo la protección del Conde Leonardo y Hans de Liechtenstein; el primero fue bautizado en esta ocasión por Hubmeyer, que a su vez había sido bautizado dos años antes por Reublin. En aquella ocasión habían sido bautizados 110 hermanos, y otros 300 fueron bautizados después por Hubmeyer, entre ellos su propia esposa, la hija de un ciudadano de Waldshut.
Ese mismo año Hubmeyer y su esposa, perdiendo todo lo que poseían, escaparon del ejército austriaco que avanzaba, y llegaron a Zurich. Allí pronto fueron descubiertos y encarcelados por el partido de Zwinglio.

HUBMEYER  ZWINGLIO

La ciudad y el cantón de Zurich en este tiempo estaban completamente bajo la influencia de Ulrico Zwinglio, quien había comenzado la obra de la Reforma en Suiza incluso antes que Lutero en Alemania. La doctrina delos reformistas suizos, la cual se diferenciaba en algunos aspectos de la enseñada por Lutero, se había difundido en muchos de los cantones y había penetrado lejos en los estados alemanes.
El Concilio de Zurich organizó un debate entre Hubmeyer y Zwinglio en el cual el primero, quebrantado por la prisión, se vio abrumado por su robusto adversario. Hubmeyer, temiendo ser entregado en manos del emperador, aun llegó al punto de retractarse de algunas de sus enseñanzas, pero de inmediato se arrepintió amargamente de su temor de los hombres y le suplicó a Dios que lo perdonara y lo restituyera.
De allí viajó a Constanza, y luego a Augsburgo, donde bautizó a Hans Denck. En Nickolsburgo, en Moravia, Hubmeyer fue muy activo como escritor, llegando a imprimir alrededor de dieciséis libros. Durante su corta estancia en el distrito fueron bautizadas aproximadamente 6.000 personas, y se incrementó la membrecía en las iglesias, llegando a la cifra de 15.000 miembros.
En ninguna manera estaban los hermanos de acuerdo en todos los puntos, y cuando el entusiasta predicador Hans Hut vino a Nickolsburgo y enseñó que no era bíblico para un creyente portar armas en el servicio militar de su país o para defensa propia, o pagar impuestos para mantener la guerra, Hubmeyer se le opuso. En 1527, el Rey Fernando obligó a las autoridades a que le entregaran a Hubmeyer, y lo llevaron a Viena, donde el rey insistió en que lo torturaran y lo ejecutaran.
La esposa de Hubmeyer lo animó a que permaneciera firme, y a los pocos meses después de su llegada a Viena fue llevado a una plataforma preparada para su ejecución en la plaza del mercado. Él oró en voz alta: “¡Oh, mi Dios misericordioso, dame paciencia en mi martirio! ¡Oh, mi Padre, gracias te doy porque hoy me llevarás fuera de este valle de tristeza! ¡Oh Cordero, Cordero, que quitas el pecado del mundo! ¡Oh, mi Dios, en tus manos encomiendo mi espíritu!” De las llamas se le escuchó gritar: “¡Jesús, Jesús!” Tres días después, su heroica esposa fue ahogada en el Danubio al ser lanzada desde el puente con una piedra atada alrededor de su cuello.

HANS DENCK (C 1495–1527)

Uno de los hermanos más influyentes, que ayudó a guiar a las iglesias en los tiempos convulsos de la Reforma, fue Hans Denck. Él era natural de Baviera y había estudiado en Basilea, donde obtuvo su licenciatura, y tuvo que haber estado en contacto con Erasmo y el brillante círculo de impresores y eruditos que allí confluyó. Al ser nombrado para dirigir una de las escuelas más importantes en Nuremberg, Hans se trasladó a esa ciudad (1523), donde el movimiento luterano ya había prevalecido por un año, guiado por el dotado joven Osiander.
Denck, también un joven de unos veinticinco años de edad, esperaba encontrar que la nueva religión hubiera traído consigo moralidad, integridad y santidad de vida entre la gente. Sin embargo, se decepcionó al darse cuenta de que esto no era así, y al investigar la causa llegó a la conclusión de que todo se debía a una deficiencia en la enseñanza luterana.
Dicha enseñanza, mientras insistía en la doctrina de la justificación por medio de la fe aparte de las obras, y en la abolición de los muchos abusos que habían prevalecido en la Iglesia Católica, se negaba a insistir en la necesidad de la obediencia, de negarse a sí mismo y de seguir a Cristo como parte imprescindible de la fe verdadera.
Al darse cuenta poco a poco de estas cosas, Osiander expuso (1551) cómo la experiencia sólo demostraba que la enseñanza de Wittenberg hacía a los hombres “seguros y despreocupados”. Él escribió:
A la mayoría de los hombres no les gusta una enseñanza que les imponga requisitos estrictos de moral que restringen sus deseos naturales. Sin embargo, a ellos les gusta ser considerados cristianos, y escuchan de buena gana a los hipócritas que predican que nuestra justicia consiste sola mente en que Dios nos considera justos, incluso si somos personas malas, y que nuestra justicia se da aparte de nosotros y no está en nosotros, pues según semejante enseñanza ellos pueden ser considerados gente piadosa.
Ay de aquellos que predican que los hombres de andar pecaminoso no pueden ser considerados piadosos; la mayoría de ellos se enojan cuando escuchan esto, como vemos y experimentamos, y les gustaría ver a todos estos predicadores expulsados o asesinados. Pero donde eso no puede llevarse acabo, ellos fortalecen a sus predicadores hipócritas con alabanza, consuelo, presentes y protección, para que ellos puedan continuar felizmente y no darle cabida a la verdad, por muy clara que esta sea, y así los falsos cristianos y los predicadores hipócritas son lo mismo que los otros; tal como es la gente así son sus sacerdotes.
Denck se había dado cuenta de todo esto, mientras Osiander estaba lejos de llegar a esta conclusión, y aún calificaba de “horrible error” la enseñanza de Denck. De hecho, Osiander denunció a Denck ante los magistrados de la ciudad quienes lo invitaron a presentarse ante ellos y ante sus adversarios luteranos.
En el debate, según relata uno de los del bando opuesto, Denck “se mostró a sí mismo tan capaz que resultó inútil contender con él de palabra”. De manera que se decidió exigirle que entregara una confesión escrita de sus creencias sobre siete puntos importantes que le fueron indicados. Osiander declaró que estaría dispuesto a responder a esta por escrito. Sin embargo, cuando las respuestas de Denck fueron presentadas, los predicadores de Nuremberg declararon que no consideraban sabio continuar con la promesa de Osiander, tampoco se consideraron ellos mismos capaces de convencer a Denck.
Por consiguiente, prefirieron darle su respuesta al Consejo de la ciudad. El resultado fue que a Denck (1525) se le exigió abandonar Nuremberg antes del anochecer y alejarse no menos de dieciséis kilómetros de la ciudad, con la amenaza de que si él no prometía hacer esto bajo juramento sería encarcelado. La razón esgrimida fue que él había presentado errores anticristianos y se había atrevido a defenderlos, que él no aceptaría ninguna instrucción, y que sus respuestas eran tan erróneas y astutas que evidentemente resultaba inútil tratar de enseñarlo.
Antes que amaneciera el próximo día, Denck ya se había despedido de su familia, abandonado su situación, y había iniciado el sendero errante que seguiría el resto de su vida.
En su “confesión” Denck reconoció la miseria de su estado natural, pero dijo que estaba consciente de que algo en su interior se oponía al pecado y despertaba en él el deseo por la vida y la bendición de Dios. A él se le había dicho que esto se obtenía por medio de la fe, pero él veía que la fe tenía que significar algo más que una simple aceptación de lo que había escuchado o leído.
La resistencia natural a leer las Escrituras fue vencida por esa voz de la conciencia en su interior que lo obligaba a leerlas, y descubrió que el Cristo revelado en las Escrituras correspondía con lo que se le había manifestado de él en su propio corazón. Él se dio cuenta de que no podía entender las Escrituras por medio de una simple lectura superficial de ellas, sino sólo por medio de la revelación por el Espíritu Santo a su corazón y conciencia.
El documento de los ministros luteranos que llevó al exilio de Denck declaraba que él “tenía buenas intenciones” y que “sus palabras fueron escritas de tal manera y con semejante entendimiento cristiano que sus ideas y significado bien podrían ser permitidos”. Sin embargo, considerando la unidad de la Iglesia Luterana, se veían obligados a actuar de otra manera. A pesar de esto, dondequiera que llegaba, Denck se encontraba con que había sido precedido de calumnias, y que se le atribuían todo tipo de doctrinas falsas por lo que era rechazado como un hombre peligroso.
Él nunca se permitió a sí mismo tratar a sus oponentes como lo habían tratado; y aunque, conforme a la costumbre de esa época, sobre él se escribieron las denuncias más violentas, sus propios escritos están libres de tal actitud. En ocasión de una provocación en particular, él dijo: “Algunos me han calumniado y acusado de tal manera que incluso a un corazón humilde y manso le resulta difícil controlarse”.
Y nuevamente dice: “Me aflige el corazón el hecho de que yo deba estar en desunión con muchos de aquellos a quienes no puedo considerar de otra manera que como mis hermanos, porque ellos adoran al Dios que yo adoro y honran al Padre que yo honro. Por tanto, si es la voluntad de Dios y de serme posible, yo no convertiré a mis hermanos en mis adversarios ni haré de mi Padre un Juez, sino que, entre tanto que estamos en el camino, me reconciliaré con todos mis adversarios”.
Después de pasar un tiempo en el hogar hospitalario de uno de los hermanos en St. Gallen, Denck tuvo que irse debido a que su anfitrión entró en conflicto con las autoridades. Encontró un lugar en Augsburgo por medio de la influencia de unos amigos. En ese tiempo en Augsburgo había no sólo una lucha entre los luteranos y zwinglianos y entre cada uno de estos y los católicos, sino, además, una depravación general de la moral que afectaba seriamente a la gente.
Teniendo compasión por las muchas almas desviadas, Denck comenzó a reunir a algunos de los ciudadanos que estaban dispuestos a congregarse como una iglesia de creyentes, y que combinarían la fe en la obra expiatoria de Cristo con el hecho de seguir sus pisadas en el comportamiento de su vida diaria.
Él mismo no se había unido a los grupos de creyentes que el mundo llamaba bautistas o anabaptistas, sin embargo, se encontró a sí mismo haciendo en Augsburgo lo que ellos estaban haciendo en todas partes, y lo que él había visto íntimamente en St. Gallen. Una visita del Dr. Hubmeyer lo condujo a tomar la decisión de echar su suerte con los hermanos y ser bautizado. Antes de la llegada de Denck a Augsburgo había muchos creyentes bautizados, y la iglesia creció rápidamente. La mayoría de sus miembros eran gente pobre, pero también había algunos de la clase pudiente.
Los escritos y el entusiasmo de Eitelhans Langenmantel atrajeron a muchos. Él era el hijo de uno de los ciudadanos más importantes de Augsburgo, un hombre que había sido catorce veces alcalde y que también había ocupado cargos más altos en el estado. En 1527, los miembros dela iglesia habían incrementado hasta unos mil cien, y sus actividades en la región ayudaron en la fundación y fortalecimiento de las iglesias en todos los centros principales.
Un escritor, buen conocedor de las fuentes de información, relata sobre este tiempo: Se puede decir que muchos, por causa de una necesidad verdadera del corazón, hastiados por las recriminaciones y las mutuas acusaciones de herejía provenientes de los distintos púlpitos, buscaron refugio al ser edificados tranquilamente y aparte de todo sectarismo Este fue un ideal maravilloso visualizado por los espíritus más puros entre los anabaptistas. Ellos recordaron con anhelo aquella gloriosa época en que los apóstoles  pueblo en pueblo, fundaron las primeras iglesias cristianas, donde todos se juntaban en un espíritu de amor, como miembros de un solo cuerpo.
En este tiempo fueron escritos muchos himnos en que los discípulos expresaban su adoración y experiencias.

CAPITO Y BUCERO

Cuando la persecución comenzó a dirigirse especialmente contra Denck, este abandonó Augsburgo y buscó refugio en Estrasburgo, donde había una gran asamblea de creyentes bautizados.
Los líderes del partido protestante eran dos hombres talentosos, Capito y Bucero, quienes no se habían aliado de manera definitiva ni a Wittenberg ni a Zurich, aunque sus relaciones eran más íntimas con Zwinglio y los reformistas suizos. Capito esperaba que fuera posible mantener una relación con ambos partidos y de ese modo ser un medio para promover relaciones más felices entre ellos.
Él también estaba indeciso sobre el asunto del bautismo, y tenía relaciones amistosas con muchos de los hermanos. La presencia entre los hermanos de algunos hombres extremistas, de quienes no lograron deshacerse, perjudicaba su influencia y evitaba que algunos que de otro modo se hubieran acercado a ellos lo hicieran. La introducción por parte de Zwinglio de la pena de muerte para castigar a aquellos que estaban en desacuerdo con él en temas de doctrina debilitó su influencia sobre Capito.
Cuando Denck llegó allí, las condiciones eran tales y los hermanos eran tan numerosos e influyentes que parecía como si ellos pudieran llegar a ser el factor dominante en la vida religiosa de la ciudad. Denck pronto se compenetró con Capito. La piedad, capacidad y el encanto personal de Denck atrajeron a muchos que encontraron en él un líder digno de confianza, no sólo de los hermanos que eran considerados bautistas, sino también de muchos otros que estaban indecisos en cuanto a qué posición adoptar en aquellos tiempos de confusión.
Bucero consideró estas circunstancias con alarma, y, al juzgar que no había esperanza alguna para ningún partido que no recurriera al poder civil para su apoyo, él, junto con Zwinglio, obró de una manera tan exitosa sobre los temores del consejo de la ciudad que a las pocas semanas de su llegada Denck recibió una orden de expulsión. Sus simpatizantes eran tantos que probablemente hubieran podido resistir y prevenir que él fuera exiliado, pero él, según el principio que siempre había defendido de someterse a las autoridades, abandonó la ciudad (1526).
Denck anduvo errante de un lugar a otro corriendo muchos peligros. En Worms, donde había una congregación numerosa, permaneció por un tiempo y logró imprimir la traducción de los Profetas que él y Ludwig Hetzer habían hecho (1527).
Trece ediciones de esta traducción fueron publicadas en tres años. La primera edición tuvo que ser impresa cinco veces, y en el siguiente año, seis veces más. La edición de Augsburgo fue reimpresa cinco veces en nueve meses. Prontamente después de esto, Denck fue uno de los líderes de una conferencia de hermanos de varios distritos, en Augsburgo, donde él se opuso a algunos que estaban dispuestos a hacer uso de la fuerza contra las persecuciones crecientes.
A esta reunión se le llamó “la conferencia de los mártires” debido a que muchos de los que participaron en ella fueron ejecutados más tarde.
Al llegar a Basilea, con su salud quebrantada de tanto andar errante y debido a tantas privaciones, Denck se puso en contacto con su antiguo amigo, el reformista Hausschein, llamado O Ecolampadius, quien, encontrándolo en una condición moribunda, le proveyó un refugio seguro y tranquilo, donde murió en paz. Un poco antes de su muerte, Denck escribió: “Difícil y dolorosa ha sido para mí mi vida sin hogar, pero lo que más me aflige es que mi celo ha producido muy pocos resultados y frutos.
Dios sabe que no valoro ningún otro fruto que no sea el que muchos, con un corazón y una mente, glorifiquen al Padre de nuestro Señor Jesucristo, estando circuncisos, bautizados o ninguno de los dos. Por cuanto yo pienso muy diferente de aquellos que sujetan demasiado el reino de Dios a las ceremonias y a los elementos de este mundo, sean lo que sean”. En los días en que la tolerancia era poco practicada, él dijo: “En asuntos de fe todo debe ser con libertad, disposición y por convicción.
Las disputas sobre asuntos de doctrina no siempre se han dado entre dos partidos que defienden la verdad por una parte y el error por otra parte.
A menudo las disensiones han surgido porque una parte ha enfatizado un aspecto de la verdad mientras que la otra ha puesto más énfasis en un aspecto diferente de la misma verdad. Por consiguiente, cada parte del conflicto ha presentado con insistencia los pasajes de la Biblia que apoyan su opinión, y han minimizado o anulado con explicaciones los pasajes que la otra parte ha considerado importantes.
Debido a esto es que ha surgido el reproche de que cualquier cosa puede probarse con la Biblia, haciendo que esta llegue a ser considerada como una guía insegura. Por el contrario, esta característica de la Biblia demuestra cuán completa es. No es parcial, sino que, a su vez, presenta cada fase de la verdad. De manera que la doctrina de la justificación por medio de la fe únicamente, sin las obras, es enseñada claramente en la Biblia, aunque, en el lugar apropiado aparece, para dar el equilibrio necesario, la doctrina de la necesidad de las buenas obras, que enseña que estas son el resultado y la prueba de la fe.
Además, se enseña con claridad que el hombre caído es incapaz de ofrecer ningún bien, de ningún esfuerzo o deseo hacia Dios, y que la salvación se origina en el amor y la gracia de Dios hacia los hombres; pero, también se enseña que en el interior del hombre hay posibilidad para la salvación, una conciencia que responde a la luz divina y a la Palabra de Dios, de manera que condena el pecado y aprueba la justicia. En realidad, cada gran doctrina revelada en la Escritura posee una verdad equilibrada, y ambas son necesarias para un conocimiento de toda la verdad.
En esto la Palabra de Dios se asemeja a la obra de Dios en la creación, en que las fuerzas opuestas trabajan en conjunto para hacer posible un objetivo.
A menudo se cree que cuando se estableció la Reforma, Europa fue dividida en Protestantes por una parte (ya fueran luteranos o suizos), y en Católicos Romanos por la otra. Se pasa por alto la gran cantidad de cristianos que no pertenecían a ninguna de estas dos partes, pero que, en su mayoría, se reunían como iglesias independientes sin recurrir, como las demás, al apoyo del poder civil, sino que se esforzaban por practicar los principios de la Escritura como en los tiempos del Nuevo Testamento.
Estas iglesias eran tan numerosas que ambas partes de la Iglesia del estado temieron que ellas pudieran llegar a amenazar su poder e incluso su propia existencia. La razón por la que un movimiento tan importante ocupa un lugar tan pequeño en la historia de esa época se debe a que, por medio del uso implacable del poder del estado, las grandes Iglesias —Católica y Protestante— estuvieron a punto de destruirlo, y los pocos partidarios que quedaron fueron exiliados o permanecieron sólo como grupos debilitados o relativamente sin importancia. El partido victorioso fue también capaz de destruir la mayor parte de la literatura de los hermanos, y, al escribir su historia, los hicieron ver como partidarios de doctrinas que los hermanos más bien repudiaban, y les pusieron nombres que conllevaban significados odiosos.

LA CONFERENCIA EN BADEN (1527)

En 1527, bajo la dirección de Miguel Sattler y otros, tuvo lugar una conferencia en Baden donde se acordó:
(1) que sólo los creyentes debían ser bautizados:
(2) que se debía ejercer la disciplina en las iglesias:  
(3) que se debía celebrar la Cena del Señor en recordación de su muerte:  
(4) que los miembros de la iglesia no debían tener comunión con el mundo:
(5) que los pastores de la iglesia están en la obligación de enseñar y exhortar, etc.
(6) que un cristiano no debe usar la espada ni acudir a la ley.
(7) que un cristiano no debe prestar juramento.
Sattler fue un activo predicador de la Palabra de Dios en muchos distritos, y vino, en la primavera de 1527, de Estrasburgo a Wurttemberg.
Fue arrestado en Rottenburg y condenado a muerte por sus doctrinas. Conforme a la sentencia de la corte, Sattler fue vergonzosamente mutilado en diferentes partes de la ciudad, luego fue llevado a la entrada de esta, y lo que quedaba de él fue lanzado al fuego. Su esposa y algunas otras mujeres cristianas fueron ahogadas, y un grupo de hermanos que estaban con él en la prisión fueron decapitados. Estas fueron las primeras de una terrible serie de ejecuciones semejantes que tuvieron lugar en Rottenburg.
El numeroso grupo de cristianos en Augsburgo fue disperso por medios similares. El primero en morir fue Hans Leupold, un anciano de la iglesia que fue arrestado en una reunión junto con otros 87 hermanos, y fue decapitado (1528). Él compuso un himno en la prisión que fue incluido en la colección de los hermanos. Muchos de los himnos de estos bautistas fueron escritos en la prisión, y demostraban las profundas experiencias de sufrimiento y de amor al Señor que pasaron.
Estos himnos se difundieron rápidamente entre los cristianos en sufrimiento, para quienes representaron un fuerte consuelo y aliento. Dos semanas más tarde, el dotado Eitelhans Langenmantel, a pesar de sus relaciones con las familias más influyentes, fue ejecutado junto con otros cuatro. Una gran cantidad de ellos fueron golpeados y echados fuera de la ciudad; en muchos casos los marcaban con una cruz en la frente. En Worms, la congregación de creyentes era tan numerosa que todos los intentos por dispersarla fracasaron; la congregación continuó existiendo en secreto.

FELIPE DE HESSEN (1504–1567)

Landgraf Felipe de Hessen fue una noble excepción de entre los gobernantes de ese tiempo. Él solo desafió todas las consecuencias de negarse a firmar u obedecer el mandato del Emperador Carlos V, decretado en Espira, el cual ordenaba solemnemente a todos los gobernantes y funcionarios en el Imperio “que todas y cada una de las personas que fueran bautizadas nuevamente o que rebautizaran, hombre o mujer, con edad de razonar, deberían ser juzgadas y llevadas de la vida natural a la muerte por medio de la hoguera, la espada o algo así por el estilo según las circunstancias individuales, sin previa inquisición del juez espiritual”.
Además, que cualquiera que dejara de llevar a sus hijos para ser bautizados debería someterse a la misma ley, y nadie debería recibir, ocultar o dejar de entregar a cualquiera que tratara de escapar de estas regulaciones.
El Elector de Sajonia, persuadido por los teólogos de Wittenberg, obligó a Landgraf Felipe a que desterrara o encarcelara a algunos de los bautistas, pero no pudo obligarlo a hacer más que esto. Felipe aun pudo jactarse de que nunca ejecutó a uno solo de ellos. Él afirmaba que cuando había diferencias de opinión, los que estaban errados debían ser convertidos por medio de la instrucción y no por la fuerza. Él decía que veía mejores vidas entre aquellos a quienes llamaban “fanáticos” que entre los luteranos, y que él no podía convencer su conciencia para que le permitiera castigar o ejecutar a alguien por su fe, cuando no había ninguna otra razón válida para hacerlo.

LA PROTESTA DE JOHANN ODENBACH

En el palatinado había muchos hermanos en los distritos de Heidelberg, Alzey y Kreuznach. En un solo año (1529) fueron ejecutados 350 hermanos.
Algunas persecuciones excesivamente crueles en Alzey provocaron la protesta de un valiente pastor evangélico, Johann Odenbach. Dicha protesta revela el buen carácter de este hombre, la cual estuvo dirigida a los “jueces a cargo de los pobres prisioneros en Alzey a quienes la gente llama anabaptistas”:
Ustedes, como personas incultas, ignorantes y pobres, deberían clamar diligentemente y con la mayor seriedad al verdadero Juez y orar por su ayuda divina, sabiduría y gracia. De esa manera no llegarían a manchar sus manos con sangre inocente, aun cuando Su Majestad Imperial y todos los príncipes del mundo les han ordenado juzgar así. Estos pobres prisioneros, con su bautismo, no han pecado tan seriamente contra Dios como para que él condene sus almas por eso, ni tampoco han actuado tan criminalmente contra el gobierno ni contra la humanidad como para perder sus vidas. Por cuanto el bautismo verdadero o el segundo bautismo no tiene en sí tal poder como para salvar a un hombre o condenarlo.
Tenemos que permitir que el bautismo sea sólo un símbolo por medio del cual damos a entender que somos cristianos, muertos al mundo, enemigos del diablo, quebrantados, gente crucificada, que no buscamos las bendiciones temporales sino las eternas; luchamos incesantemente contra la carne, el pecado y el diablo, y vivimos una vida cristiana. No muchos de ustedes, jueces, sabrían qué decir acerca del bautismo falso o verdadero si se tratara de estar atados e interrogados bajo tortura.
¿Tendrían ustedes que ser matados por eso? ¡No! Yo no digo esto para apoyar el segundo bautismo, el cual debe ser eliminado por las Sagradas
Escrituras y no por las manos del verdugo. Por lo tanto, estimados amigos, no usurpen lo que pertenece a la Majestad Divina, no sea que la ira de Dios los agobie más que a los sodomitas y a todos los malhechores en la tierra. Ustedes han tenido en prisión a muchos ladrones, asesinos y escorias a quienes han tratado con más piedad que a estas pobres criaturas que ni han robado ni asesinado, que no son ni incendiarios ni traidores, ni tampoco han cometido ningún pecado vergonzoso, sino que más bien están en contra de todas estas cosas, y con una intención sencilla y sincera, por medio de un pequeño error, han sido bautizados nuevamente para la honra de Dios y no para hacerle daño a nadie.
¿Cómo es posible que en su corazón o en sus conciencias quepa decir que por esto ellos deben ser decapitados o que serán condenados? Si ustedes trataran a ellos como lo deben hacer los jueces cristianos, y si supieran cómo instruirlos con la ayuda del Evangelio, no habría necesidad de un verdugo; sin duda de esta manera la verdad prevalecería y el encarcelamiento sería un castigo suficiente.
Sus sacerdotes tienen que actuar de la misma manera, llevándolos en sus hombros como ovejas erradas al redil de Cristo, demostrándoles así que su oficio es mostrarles misericordia y amor fraternal, consolarlos, sostenerlos y restituirlos con dulce doctrina evangélica. No se dejen engañar condenando a estas personas a muerte. Ustedes deberían estar aterrorizados en este asunto, y deberían sudar sangre de agonía porque no saben dónde está el error. Ustedes no deben sólo hacer caso omiso cuando estas pobres criaturas dicen: “Deseamos una mejor instrucción de las Sagradas Escrituras y estamos dispuestos a obedecer si se nos muestra un mejor camino sobre la base del Evangelio”.
¡Piensen en su vergüenza eterna por culpa de semejante error! ¡Piensen en el desprecio y la furia del hombre común cuando esta pobre gente es asesinada brutalmente! De ellos se dirá: “¡Vean con qué gran paciencia, amor y devoción han muerto estas personas piadosas, cuán noblemente han luchado contra el mundo!”
¡Oh, que nosotros podamos ser tan inocentes ante Dios como ellos! En realidad, ellos no han sido vencidos, sino que han sufrido atrocidades. Ellos son los santos mártires de Dios. Todos dirán que no fue para deshacerse del error de los pobres anabaptistas que ustedes dictaron una sentencia tan sangrienta, sino para destruir por la fuerza el santo Evangelio y la pura verdad de Dios.
El resultado de esta protesta fue que aquellos jueces se negaron a emitir juicios en asuntos de fe. Zwinglio llevó a cabo su gran obra de reforma principalmente en la Suiza alemana. Él llegó a ejercer una autoridad predominante en la ciudad y en el cantón de Zurich. En 1523, él introdujo el sistema de Iglesia del estado en Zurich, y el Gran Consejo recibió la responsabilidad de tomar decisiones en los casos en que se afectara la Iglesia y la doctrina.
Este poder fue inmediatamente dirigido contra los hermanos. Un creyente llamado Muller, llevado ante el Consejo, dijo: “No opriman mi conciencia, por cuanto la fe es un don gratuito de la misericordia de Dios y no debe ser interferida por nadie. El misterio de Dios yace oculto y es como un tesoro en el campo que nadie puede encontrar a menos que el Espíritu del Señor se lo muestre. Por tanto, les suplico a ustedes, siervos de Dios, déjenme libre mi fe.” Esto no se permitió. La nueva Iglesia del estado aceptó el principio de la antigua Iglesia que consideraba correcto actuar en contra de los “herejes” por medio del encarcelamiento e incluso la muerte.
Zwinglio había tenido relaciones estrechas con los hermanos cuando era más joven. Él había considerado seriamente el asunto del bautismo y había declarado que no había ninguna Escritura que apoyara el bautismo de infantes. Sin embargo, al desarrollar el movimiento de reforma, de acuerdo a los principios de una Iglesia del estado, y dependiente del poder civil para hacer cumplir sus decisiones, él no podía sino apartarse de los hermanos. Los hermanos fueron numerosos y activos en

GREBEL, MANZ Y BLAUROCK

Zurich. Tres de ellos fueron los más destacados, y entre estos uno que anteriormente había sido íntimo amigo de Zwinglio. Él fue Conrado Grebel, hijo de un miembro del Consejo de Zurich. Conrado se había distinguido tanto en la universidad de París como en la de Viena, y cuando regresó a Zurich se unió allí a la congregación de creyentes. El otro fue Félix Manz, un eminente estudiante del hebreo, cuya madre también era una cristiana ferviente y ofrecía su casa para celebrar allí las reuniones.
El tercero había sido un monje que, siendo afectado por la Reforma, salió de la Iglesia de Roma. A él le dieron el nombre de “Blaurock”, es decir “chaqueta azul”, y a menudo lo llamaban “Jorge el fuerte” a causa de su estatura y energía.
Estos tres fueron incansables, viajando, visitando hogares, predicando y exhortando. Una gran cantidad de personas aceptaron el Evangelio y fueron bautizadas, y se congregaron como iglesias. En Zurich hubo a menudo bautismos públicos, y los creyentes se reunían regularmente para la Cena del Señor, a la cual ellos llamaban la partición del pan. Ellos se referían a sí mismos como la asamblea de los verdaderos hijos de Dios, y se mantenían apartados del mundo, lo cual para ellos incluía tanto las Iglesias Reformadas como la Iglesia Católico Romana.
El Consejo prohibió todas estas cosas, y se ordenó una discusión pública, pero como el Consejo tenía poder para decidir el resultado, sencillamente todo terminó con una orden según la cual todos los que aún no habían bautizado a sus hijos deberían hacerlo en un plazo de ocho días, y que los bautismos llevados a cabo por los hermanos estaban prohibidos bajo sanciones severas.
Sin embargo, Grebel, Manz y Blaurock sencillamente incrementaron sus actividades, y la gente se acercó a ellos por centenares para escuchar la Palabra de Dios y bautizarse. Si bien Grebely Manz fueron moderados y persuasivos en su manera de actuar, Blaurockse manifestó con un entusiasmo incontrolable y en ocasiones entraba en las otras iglesias e interrumpía el servicio con su propia predicación.
La gente se volvió devota de él, pero el conflicto con las autoridades se agudizó rápidamente, y muchos de los hermanos fueron castigados severamente. Blaurock no vaciló en decirle al propio Zwinglio: “Tú, mi estimado Zwinglio, constantemente te has enfrentado a los papistas con la afirmación de que lo que no tiene fundamento en la Palabra de Dios carece de valor, y ahora dices que hay muchas cosas que no están en la Palabra de Dios y sin embargo se hacen en comunión con Dios. ¿Dónde está ahora la palabra poderosa con la cual has desmentido al Obispo Fabery a todos los monjes?
Finalmente, los tres predicadores y otros quince, incluyendo a seis mujeres, fueron condenados a prisión, con pan, agua y paja, para que murieran y se pudrieran en la cárcel. También se decretó (1526) que cualquier persona que bautizara o fuera bautizada debería ser castigada con la muerte por ahogamiento. Los prisioneros escaparon de varias formas, gracias a que ellos tenían muchos simpatizantes, pero la persecución se tornó despiadada, y los cantones de Berna y St. Gallen entre otros se unieron a Zurich en un esfuerzo por exterminar las iglesias.
En el cantón Berna fueron ejecutadas treinta y cuatro personas, y los perseguidores siguieron a algunos de los que huyeron a Biel, donde había una asamblea numerosa de hermanos. Las reuniones, que tenían lugar secretamente por la noche en los bosques, fueron descubiertas y dispersadas, y hubo que buscar nuevos lugares de reunión.
Durante este tiempo Grebel murió de la peste (1526), Blaurock fue capturado y condenado a ser desnudado y golpeado por todo el pueblo “para que se desangrara,” y desterrado. Manz fue también capturado y ahogado. Todo esto no detuvo la propagación de las iglesias, las cuales continuaron incrementándose, sino que provocó la huida, hacia la vecina provincia austriaca de Tirol, de aquellos cuya predicación y testimonio rápidamente establecieron iglesias allí. Entre estos estaba “Jorge el fuerte” quien viajó por todo el Tirol desafiando todos los peligros, y una gran cantidad de personas fueron ganadas por medio de su predicación, especialmente dentro de Klausen y en sus alrededores, donde los creyentes llegaron a ser muy numerosos y activos en difundir la Palabra de Dios en otros lugares. Después de muchas fugas, Blaurock y un compañero, Hansen Langegger, fueron capturados y quemados en Klausen (1529).
En el mismo año Michael Kirschner, que había mantenido un buen testimonio para el Señor en Innsbruck, fue quemado públicamente en ese pueblo. El servicio arriesgado de Blaurock fue continuado por Jakob Huter, entre otros. En el año que Blaurock fue quemado, Huter se encontraba reunido para compartir el partimiento del pan cuando fue sorprendido sus iglesias. Estas iglesias tenían diferentes orígenes, diferentes historias, y se diferenciaban según el carácter de las personas en ellas; pero todas eran semejantes en su deseo de aferrarse al modelo del cristianismo primitivo que se encuentra en el Nuevo Testamento. Por lo tanto, ellos rechazaron el bautismo de infantes, lo cual no pudieron hacer los reformistas, y rechazaron también toda ayuda mundana, sin la cual a las grandes Iglesias profesantes les parecía imposible mantenerse.
Estas cosas eran sólo partes de un conjunto que consistía en aceptar las Escrituras, la voluntad de Dios suficiente y revelada, como su guía, y depositar su confianza en él para que les capacitara para obedecerlas. Al tomar este sendero ellos se vieron sujetos a tentaciones únicas, y cada vez que se rindieron a los deseos carnales, al deseo de alcanzar logros políticos, o a la codicia, su caída fue enorme; no obstante, la gran mayoría pudo dar un buen testimonio de la fidelidad de Dios. Su propia descripción de la iglesia cristiana es: “la asamblea de todos los creyentes, que son reunidos por el Espíritu Santo, apartados del mundo por medio de la pura enseñanza de Cristo, unidos por el amor divino, trayéndole al Señor, de corazón, ofrendas espirituales.
Quien fuese hecho parte de esta iglesia”, según ellos planteaban, “y se convierta en un miembro de la familia de Dios, tiene que vivir en Dios y andar con él; quien esté fuera de esta iglesia está fuera de Cristo”. Su rechazo del bautismo de infantes a menudo levantaba la duda en cuanto a los niños que morían en edades tempranas, y de ellos estos hermanos decían, “ellos son hechos partícipes de la vida eterna con Cristo”.
En las Crónicas de los anabaptistas en Austria-Hungría, uno de ellos escribió:
Los fundamentos de la fe cristiana fueron puestos por los apóstoles aquí y allá en los distintos países, pero mediante la tiranía y las falsas enseñanzas, sufrieron un duro golpe, y la iglesia fue a menudo tan reducida que apenas podía verse si aun existía. Como Elías dijo, los altares fueron destruidos, los profetas asesinados, y él se quedó sólo; pero Dios no permitió que su iglesia desapareciera completamente. De lo contrario, este artículo de la fe cristiana hubiera resultado ser falso:
“Creo que existe una iglesia cristiana, una hermandad de los santos”. Aunque no fuera posible señalarle con un dedo, aunque en ocasiones pudieron encontrarse apenas dos o tres miembros, empero el Señor, según su promesa, ha estado con ellos, y porque ellos permanecieron fieles a su Palabra, él nunca los ha abandonado, sino que los ha incrementado y sumado otros a sus filas.
Pero cuando ellos se despreocuparon, y se olvidaron de las bondades de Cristo, Dios apartó de ellos los dones con los cuales él los había dotado, y despertó a hombres verdaderos en otros lugares, facilitándoles estos dones, con los cuales ellos volvieron a edificar una iglesia al Señor. De modo que el reino de Cristo, desde el tiempo de los apóstoles hasta nuestros días, se ha trasladado de nación en nación hasta que ha llegado a nosotros.
En otras tierras se logró un buen comienzo y a veces un buen final, cuando los testigos dieron sus vidas por causa de la fe, pero la tiranía de la Iglesia Romana lo ha borrado casi todo. Sólo los picardos y los valdenses mantuvieron algo de la verdad. Al principio del reinado de Carlos V el Señor envió su luz nuevamente. Lutero y Zwinglio destruyeron como con rayos el mal babilónico, pero no fundaron nada mejor, ya que cuando ambos llegaron al poder confiaron más en el hombre que en Dios.
Y por tanto, aunque habían logrado un buen comienzo, la luz de la verdad fue oscurecida. Fue como si alguien hubiera remendado un agujero en la antigua caldera para simplemente empeorarlo todo. De manera que ellos han levantado un pueblo atrevido en cuanto al pecado. Muchos se unieron a estos dos (Lutero y Zwinglio), apoyando sus enseñanzas como verdaderas. Algunos dieron sus vidas por la verdad; sin lugar a duda son salvos, ya que pelearon la buena batalla.
Luego el autor de esta crónica describe los conflictos con Zwinglio en Zurich con relación al tema del bautismo, y como Zwinglio, a pesar de haber testificado desde el principio que el bautismo de infantes no puede ser probado por ninguna palabra clara de Dios en las Sagradas Escrituras, después enseñó desde el púlpito que el bautismo de adultos y creyentes era incorrecto y que no se debía tolerar.
También describe como se había decretado que cualquiera que fuera bautizado en Zurich y en el distrito sería ahogado en agua. Él expone como esta persecución condujo a la dispersión de muchos siervos de Cristo y como algunos vinieron a Austria predicando la Palabra de Dios.

LAS IGLESIAS SE DIFUNDEN EN AUSTRIA

La difusión de las iglesias en Austria y en los estados vecinos fue grandiosa; los informes de las cantidades de personas ejecutadas en este tiempo y de sus sufrimientos son horribles; sin embargo, nunca dejaron de existir hombres dispuestos a continuar la arriesgada obra de los evangelistas y los ancianos. De algunos de ellos se escribió: “Ellos fueron a encontrarse con su muerte llenos de gozo.
Mientras algunos eran ahogados o ejecutados, los otros que esperaban su turno cantaban, y esperaban con gozo su muerte cuando el verdugo se encargaba de ellos. Ellos se mantuvieron firmes en la verdad que conocían y se fortalecieron en la fe que tenían de Dios.”
Semejante firmeza suscitó asombro e interrogantes en cuanto a la fuente de su fortaleza. Muchos fueron ganados a la fe por medio de este testimonio; pero para los líderes religiosos, lo mismo de la Iglesia Católica como de las Iglesias Reformadas, esta era por lo general atribuida a Satanás.
Los propios creyentes dijeron: Ellos han bebido del agua que fluye del santuario de Dios, de la fuente de vida, y de esta han obtenido un corazón que no puede ser comprendido por la mente o el razonamiento humano. Ellos han descubierto que Dios los ayudó a llevar la cruz y ellos han vencido la amargura de la muerte. El fuego de Dios ardió en ellos. Su tabernáculo no estaba aquí en la tierra, sino que estaba puesto en la eternidad, y ellos tenían fundamento y certeza para su fe. Su fe floreció como un lirio, su fidelidad como una rosa, su piedad e integridad como flores del huerto de Dios.
El ángel del Señor ha blandido su lanza delante de ellos para que el yelmo de la salvación, el escudo dorado de David, no pudiera ser arrancado de ellos. Ellos han escuchado la trompeta tocada en Sión y la han comprendido, y por eso han sufrido toda clase de dolor y martirio sin temor. Su carácter santo consideraba las cosas estimadas en el mundo como una sombra, porque conocían cosas mayores. Ellos fueron entrenados por Dios, de manera que no conocían nada, no buscaban nada, no deseaban nada, no amaban nada, sino sólo el Bien celestial y eterno. Por lo tanto, ellos tuvieron más paciencia en sus sufrimientos que sus enemigos en castigarlos.

LOS MAGISTRADOS DE TIROL PRESENTAN EXCUSAS

El Rey Fernando I, hermano de Carlos V de España, fue un perseguidor fanático de los hermanos. Muchas de las autoridades eran instrumentos poco dispuestos de su crueldad y hubieran perdonado al pueblo inofensivo y temeroso de Dios, pero Fernando emitió una ola constante de edictos e instrucciones que los exhortaban a adoptar una posición más feroz y los amenazaban a causa de su falta de severidad. De modo que los magistrados en el Tirol presentaron defensa por la flojedad de la cual los acusaba su cruel señor, y le escribieron:
Ya durante dos años rara vez ha habido un día en que el tema de los anabaptistas no haya sido presentado ante nuestra corte, y más de 700 hombres y mujeres en el ducado de Tirol, en diferentes lugares, han sido condenados a muerte; otros han sido desterrados del país, y aun muchos otros han huido, en la miseria, dejando sus bienes atrás y a veces incluso abandonando a sus hijos.
Nosotros no podemos ocultarle a Su Majestad la locura que por lo general hemos encontrado en estas personas, por cuanto ellas no sólo no se aterrorizan ante el castigo de los demás, sino que acuden a los prisioneros y los reconocen como sus hermanos y hermanas. Y cuando a causa de esto los magistrados los acusan, ellos lo aceptan de buena gana, sin tener que ser sometidos a la tortura. Ellos no escuchan ninguna instrucción, y rara vez uno de ellos decide convertirse de su incredulidad.
La mayoría de ellos sólo desea poder morir pronto. Confiamos que Su Alteza Real bondadosamente comprenda a partir de nuestro fiel informe que de ninguna manera hemos sido negligentes.
Después que Fernando se convirtió también en rey de Bohemia, el refugio que ese país y Moravia habían provisto para tantos hermanos fue eliminado y ahora no había manera alguna de escape para ellos.
Recompensas cada vez mayores eran ofrecidas a aquellos que delataran a un “anabaptista” y lo pusieran en manos del gobierno. Los bienes de las personas ejecutadas eran confiscados y usados en parte para cubrir los gastos de la persecución. Las mujeres que estaban a punto de dar a luz eran llevadas a prisión hasta que naciera la criatura y luego eran ejecutadas. Un magistrado en Sillian, un tal Jorg Scharlinger, se encontró en una situación de mucha angustia al verse obligado a ejecutar una sentencia de muerte contra dos jóvenes de 16 y 17 años.
Jorg se atrevió a demorar la ejecución mientras hacía indagaciones, y se llegó al acuerdo de que en tales casos los acusados deberían ser instruidos por católicos romanos, y que los gastos deberían ser sufragados de los bienes confiscados a los “anabaptistas”. Esto hasta que ellos alcanzaran la edad de 18 años cuando, si no se retractaran, serían ejecutados. ¡Imagínese a un joven que amaba al Señor esperando cumplir los dieciocho años bajo semejantes condiciones!

JACOB HUTER

Las cosas empeoraron más y más, pero Jacob Huter nunca cesó de celebrar reuniones, en el bosque o en casas aisladas, y los hermanos y hermanas igualmente continuaron arriesgando sus vidas al recibirlo. En una ocasión él y un grupo de cuarenta hermanos que se había reunido recibe algo de luz cuando brilla el sol.
Yo me dirigí sin temor a la cámara de torturas como si no fuera nada. Después de interrogarme durante tres días, me llevaron de regreso a la torre. A veces escucho a los gusanos en las paredes, los murciélagos vuelan sobre mí por la noche, y los ratones corren alrededor, pero Dios lo hace todo fácil para mí. Él ciertamente está conmigo; él hace que incluso los fantasmas que él envía por las noches para asustar a las personas me sean útiles y amistosos.

EL JUICIO EN INNSBRUCK

Cuando su compañero, Jorg Meyer, fue interrogado, le preguntaron qué lo había inducido a bautizarse. Este respondió que antes de entrar a esta feél había escuchado como un hombre llamado Jacob Huter había sido quemado en Innsbruck. Se decía que le habían puesto una mordaza en la boca cuando fue llevado a Innsbruck para que no diera a conocer la verdad. Además de eso, él había escuchado como en Klausen Ulrico Mullner había sido ejecutado, un hombre aceptable a la gente y a quien ellos consideraban fiel.
Este Ulrico también profesaba la misma fe. En una tercera ocasión, él había visto con sus propios ojos como en Steinach ellos habían quemado a un hombre que apoyaba esta fe. Todo esto él lo tomó muy a pecho, y consideró que tenía que ser la poderosa gracia de Dios la que los había mantenido tan firmes en su fe para poder soportar hasta el final, y esta fue la razón por la que él comenzó a indagar acerca de esta gente.
Tranquilamente los tres prisioneros respondieron, a partir de las Escrituras, todas las preguntas que les hicieron; ellos dijeron que aunque ahora no tenían una morada específica donde vivir, sino que eran perseguidos en todas partes, llegaría el momento en que ellos serían recompensados cien veces más. Ellos afirmaron que su fe no era una “secta maldita” como se decía de ellos, y que ellos no tenían “cabecillas”. Mandl explicó que él había sido elegido como maestro y guía por los hermanos y la asamblea a la cual él pertenecía.
Doce hombres de Innsbruck y del distrito fueron designados como jurados. Luego de haber prestado el juramento acostumbrado de que darían un veredicto según su juicio, se les exigió prestar otro juramento que los comprometía a aprobar el decreto del emperador con relación a los prisioneros, lo cual significaba, por supuesto, condenarlos a muerte.
Ellos se negaron a hacer esto. Los miembros de la corte se enojaron extremadamente por esto, pero Fernando (convertido ahora en emperador) no quiso actuar contra ellos de una forma demasiado severa por temor a suscitar una oposición general. Por lo tanto, los oficiales discutieron con estos hombres y los amenazaron hasta que nueve de ellos cedieron, pero tres, manteniéndose firmes en su negativa, fueron encarcelados.
Después de unos días de encarcelamiento, estos también cedieron a las amenazas y todo el jurado prestó el juramento obligatorio, lo cual fijaba el veredicto antes que comenzara el juicio. Mandl fue sentenciado a morir en la hoguera y los otros dos a ser decapitados. Ellos, estando aún en prisión, escribieron a los hermanos: “Les hacemos saber que después de la celebración del Corpus ellos nos condenarán, y nosotros pagaremos nuestro voto a Dios. Lo hacemos con gozo y no estamos tristes, porque el día es santo al Señor.” Entre las multitudes que acudieron a presenciar su muerte se encontraba un hermano llamado Leonhard Dax, un ex sacerdote, quien animó mucho a los prisioneros con su valiente saludo.
Ellos se dirigieron a la multitud, exhortando a todos a arrepentirse, y dieron testimonio de la verdad. Cuando su sentencia fue leída en voz alta, ellos reprendieron a los magistrados y al jurado por derramar sangre inocente, y estos se excusaron alegando que actuaban bajo coacción del emperador.
¡Oh, mundo ciego”, exclamó Mandl, “cada hombre debe actuar según su propio corazón y conciencia, pero ustedes nos condenan según la orden del emperador!” Los tres siguieron predicando a la gente, y Mandl continuó hasta quedar ronco. “¡Cállate ya, Hans!” gritó el magistrado, pero él continuó: “Lo que les he enseñado y testificado es la verdad divina”.
Ellos hablaron hasta el mismo momento de su muerte, sin que nadie se lo impidiera. Uno de ellos estaba tan enfermo que se temía que muriera antes que pudiera ser ejecutado, de modo que fue decapitado primero.
Luego el otro se volvió hacia el verdugo y gritó con una valentía triunfante: “Renuncio aquí a mi esposa e hijo, a mi casa y a mi granja, a mi cuerpo y a mi vida por la fe y la verdad”, entonces se arrodilló y ofreció su cabeza al golpe mortal. Hans Mandl fue atado a una escalera y lanzado vivo a las llamas donde los cuerpos de sus compañeros de martirio ya habían sido lanzados. Allí se encontraba un testigo, Pablo Lenz, que tomó esto tan a pecho que al poco tiempo se unió a los discípulos despreciados, para compartir los sufrimientos de Cristo.
En algunas partes, y especialmente en Moravia, se formaron comunidades donde muchos creyentes vivían juntos como una gran familia bajo la misma norma, y tenían todas las cosas en común. Esto se hizo, en parte para proveer lugares de refugio en distritos favorecidos donde los que habían sido expulsados de otros lugares pudieran encontrar un hogar y, además, como una imitación de la práctica de la iglesia en Jerusalén al inicio.

LAS COMUNIDADES DE MORAVIA

Aunque semejante comunidad de bienes fue una indicación de una gracia especial en Jerusalén, cuando los creyentes vivían en un lugar y podían congregarse todos en el templo, no fue un mandamiento encomendado a la iglesia; hubiera resultado imposible cuando las iglesias fueron dispersas por todas partes y no fue practicada fuera de Jerusalén en los tiempos del Nuevo Testamento.
Estas comunidades en Moravia y en otras partes sí proveyeron lugares de refugio para muchos; en ellas se experimentó una gran bendición espiritual en sus mejores días, y la excelente obra llevada a cabo, en la agricultura y en la práctica de diferentes labores artesanales, las hizo prósperas. Sin embargo, con el tiempo surgieron serias desventajas. La crianza de los niños en tales comunidades sufrió en comparación con la crianza en una familia cristiana. Se hizo evidente un cierto espíritu sombrío y malhumorado.
Muchas de las divisiones que debilitaron a las iglesias tuvieron su origen en estas comunidades. Cuando la guerra se propagó por los distritos donde ellas se encontraban, la relativa riqueza y la concentración en ellas de provisiones y de comodidades considerables, atrajo a los soldados, y esta fue una de las causas que condujo a su abandono.
En este período tuvieron lugar en Münster algunos acontecimientos que, aunque no estaban relacionados con las congregaciones cristianas, no obstante perjudicaron su causa en Alemania más que cualquier otro suceso anterior. En semejantes tiempos de agitación resultaba inevitable que las mentes desequilibradas tuvieran la tendencia de tomar posiciones extremas.
La crueldad con que personas inocentes fueron tratadas a causa de su fe provocó una gran indignación en muchos que aún no compartían esa fe, y la matanza sistemática de los mejores y más sabios, aquellos que eran ancianos y líderes de las iglesias, eliminó precisamente a los hombres más capaces de restringir a la extravagancia y el fanatismo, y les brindó una gran oportunidad a hombres inferiores para que ejercieran su influencia. El espectáculo de la persecución cruel y el asesinato hizo que muchos creyeran que había llegado el fin, y que el día de la redención estaba cerca, un día también de venganza sobre los opresores. Surgieron hombres que fingían ser profetas y que predecían la cercanía del establecimiento del reino de Cristo.
Münster era la capital de un principado gobernado por un Obispo, quien era tanto su gobernante civil como eclesiástico. Este exigía impuestos y daba todos los cargos importantes a miembros del clero.
Esto mantenía a los ciudadanos en un estado constante de descontento. Bernardo Rothmann, un teólogo joven y estudioso, viajó y visitó a Lutero, pero fue más influenciado por Capito y Schwenckfeld, a quienes conoció en Estrasburgo. Rothmann fue un buen predicador, un hombre que sentía una gran compasión por todos los oprimidos, y en lo personal, un hombre de costumbres ascéticas. Cuando llegó a Münster su predicación atrajo a multitudes de oyentes, y produjo tal entusiasmo que muchos de los ciudadanos tomaron parte en un ataque contra las imágenes en la iglesia de St. Marice, las cuales destruyeron.
Para reprimir el creciente desorden el Obispo hizo uso de su fuerza militar, pero Landgraf Felipe de Hessen intervino, y como resultado de esto Münster fue declarada una ciudad evangélica y se inscribió en la Liga de Smalkalda de los Principados Protestantes. Este cambio trajo a Münster a multitudes de personas perseguidas procedentes de los países católicos vecinos, la cual podían considerar ahora como un lugar de refugio.
Entre dichas multitudes había toda clase de personas; algunas de ellas eran cristianos, perseguidos por causa de Cristo, a quienes era un honor recibir; otros eran personas indisciplinadas o fanáticas, cuya presencia puso en peligro la paz de la ciudad. La mayoría de estas personas llegaron en un estado indigente y fueron recibidas, bajo la enseñanza y el ejemplo de Rothmann, con la mayor bondad y generosidad.
Uno de los inmigrantes convenció a Rothmann de que el bautismo de infantes es contrario a las Escrituras, de modo que, por un problema de conciencia, él tuvo que negarse a practicarlo. Por causa de esto los magistrados de la ciudad le quitaron el cargo de predicador, pero su popularidad entre los ciudadanos era tal que ellos se negaron a aceptar su destitución, y se celebró un debate público sobre el tema del bautismo en el cual se decidió que Rothmann había probado su caso.
Un predicador anabaptista, uno de los extranjeros que había llegado a la ciudad, por medio de la violencia de su lenguaje, provocó disturbios, de manera que los magistrados ordenaron encarcelarlo, pero los gremios lo rescataron y el conflicto alcanzó tal dimensión que los magistrados fueron depuestos del cargo y se eligió un Consejo anabaptista en su lugar.
Mientras tanto, el Obispo había estado reuniendo tropas, y ahora había rodeado la ciudad y había cortado los suministros, lo cual representaba un problema extremadamente serio a causa de la gran cantidad de foráneos indigentes que estaban siendo alimentados.
Entre los inmigrantes había dos holandeses que con el tiempo llegaron a ejercer una extraordinaria influencia en Münster, Jan Matthys y Jan Bockelson. Este último era un sastre, conocido a menudo como Juan de Leyden. Matthys, un hombre alto y poderoso, de apariencia imponente, capaz de convencer a las masas por medio de su elocuencia, se dio a conocer como un profeta, y fue aceptado.
Él era uno de esos fanáticos que son capaces de llegar a cualquier extremo, y que son los más peligrosos debido a su sinceridad. Matthys obtuvo un control total del Consejo, y su opinión en lo concerniente a la separación del mundo condujo a la promulgación de un decreto según el cual ninguna persona no bautizada podría ser tolerada en la ciudad; en un plazo breve todas las personas tenían que ser bautizadas, abandonar Münster, o morir. Muchos fueron bautizados, pero otro tanto prefirió irse de la ciudad antes que rendirse.
El decreto resultó ser malvado y fanático, pero no tan malvado ni tan fanático como la acción de aquellas Iglesias y estados que durante siglos, a lo largo y ancho de la mayor parte de Europa, habían condenado a muertes crueles a aquellos que no creían en el bautismo de infantes. La ciudad, estando ahora depurada de “los incrédulos”, aceleró los cambios que tuvieron lugar, y se introdujo la comunidad de bienes, apresurada por las necesidades ocasionadas por el asedio; se abolió la costumbre de guardar el domingo, siendo considerada como una institución legalista y pasándose a considerar todos los días iguales; en ocasiones se celebró públicamente la Cena del Señor acompañada de predicación.

JAN MATTHYS Y JAN BOCKELSO

Matthys tenía el control de la distribución de alimentos y de otras necesidades, con siete diáconos a quienes él había nombrado para que lo ayudaran. Esto dio lugar al surgimiento de un nuevo conflicto. Un zapatero llamado Hubert Ruscher se puso a la cabeza de un grupo de ciudadanos oriundos de Münster para protestar contra los extranjeros que se habían tomado en sus manos la administración de la ciudad, y para expresar su indignación por eso y sus temores de lo que esto podría causar de no ser refrenado.
Entonces se llevó a cabo una concentración popular en la plaza de la catedral. Inmediatamente Matthys condenó a Ruscher a muerte, y Bockelson, alegando haber tenido una revelación de que él debía ejecutar la sentencia, hirió de gravedad al zapatero con su alabarda. Tres hombres tuvieron el valor de protestar contra esta injusticia, pero fueron encarcelados y apenas lograron salir ilesos. Al cabo de unos pocos días, el prisionero herido fue llamado nuevamente y su ejecución fue completada por Matthys. De esta manera se mantuvo el dominio del Consejo.
Durante todo este tiempo se continuó en la lucha contra las tropas del Obispo, y las provisiones en la ciudad se hacían cada vez más escasas.
Una noche a la hora de la cena, Jan Matthys se encontraba sentado junto a otros en la casa de un amigo, cuando todos se percataron que él estaba absorto en una profunda meditación. Al poco rato se puso de pie y dijo: “Padre amado, hágase tu voluntad, no la mía”, entonces besó a sus amigos y se marchó con su esposa. Al día siguiente abandonó la ciudad con veinte de sus compañeros, marchó hasta el puesto avanzado de la fuerza asediadora y los atacó. Una gran cantidad de las tropas enemigas ofreció resistencia y hubo una lucha violenta. Uno a uno los integrantes de la pequeña fuerza fueron aplastados. Entre los últimos que cayeron se encontraba Jan Mattys, quien luchó desesperadamente hasta el final.
Hubo consternación en Münster, pero Jan Bockelson pronto tomó la autoridad en sus manos, y, fingiendo haber recibido una revelación de que el Consejo debía ser abolido por ser una mera institución humana, se deshizo de este y ejerció un dominio supremo, nombrando, además, a doce “ancianos” para que estuvieran con él. Bockelson combinó el poder de un orador con los dones prácticos en materia de la organización. Se introdujeron nuevas leyes adaptadas al “Nuevo Israel”, y el pueblo en seguida llegó a creer que ellos eran los objetos especiales del amor y la gracia de Dios, la verdadera iglesia apostólica, y que lo que ellos estaban haciendo en Münster era el modelo que con el tiempo se reproduciría en todo el mundo, sobre el cual ellos gobernarían.
La cantidad de hombres en Münster era pequeña, en tanto el número de mujeres era mucho mayor, y había una gran cantidad de niños. En julio de 1534, Bockelson convocó a Rothmann, a los otros predicadores y a los doce ancianos al ayuntamiento, y los sorprendió a todos al proponerles la introducción de la poligamia. Esta resultó ser una propuesta inaudita en semejante lugar, debido a que el pueblo, en su gran mayoría, era religioso y estaba acostumbrado a una vida de abnegación, y las condiciones morales de la ciudad eran extraordinariamente favorables.
Apenas unas semanas antes había sido publicado en la ciudad un tratado que abordaba, entre otros, el tema del matrimonio, y demostraba que el matrimonio es la unión sagrada e indisoluble de un hombre y una mujer. La propuesta de Bockelson fue resentida y rechazada por los predicadores y los ancianos, pero él no iba a desistir de su propósito, y durante ocho días argumentó e insistió con toda su elocuencia e influencia. Él se aprovechó de los fracasos de algunos hombres piadosos en los días del Antiguo Testamento para hacer creer que la Escritura autoriza la poligamia. Sobre el mismo razonamiento él pudo haber argumentado a favor de cualquier otro pecado. Su principal argumento se basaba en la necesidad, debido al gran predominio numérico de las mujeres sobre los hombres en Münster.
Bockelson finalmente logró su propósito, y durante cinco días, en la plaza de la Catedral, los predicadores le predicaron a todo el pueblo el tema de la poligamia.

LA SECTA DE MUNSTER

Al final de este período Bernard Rothmann promulgó una ley, ordenando que todas las mujeres jóvenes deberían casarse, y que las señoras deberían adjuntarse a la familia de algún hombre para su protección. Bockelson (posiblemente dando a demostrar el porqué de su entusiasmo por la nueva ley) inmediatamente se casó con Divara, la viuda de Jan Matthys, una mujer que se distinguía por su belleza y talentos. Sin embargo, la oposición fue tan fuerte que condujo a una guerra civil dentro de la ciudad asediada.
Un maestro en la herrería, Heinrich Mollenbecker, dirigió la parte insurgente; estos se apoderaron del ayuntamiento e hicieron prisioneros a algunos de los predicadores y los amenazaron con abrir las puertas de la ciudad a los que la asediaban a menos que el anterior gobierno de Münster fuera restaurado. Parecía probable que se lograría derrocar al gobierno de Bockelson, pero los predicadores permanecieron de su lado, y la mayoría de las mujeres lo apoyó, por lo que al ser más numerosos que la oposición, el ayuntamiento fue asaltado y toda resistencia fue sofocada. Los efectos de la nueva ley fueron totalmente perjudiciales, y antes que terminara el año se abolió la ley.
A pesar de todos estos disturbios internos, la defensa de la ciudad se llevó a cabo con energía y se lograron importantes éxitos en los encuentros con el enemigo. Todavía existía la esperanza de que pudiera recibirse ayuda del exterior. Se llegó a una nueva etapa cuando Bockelson fue proclamado rey.
Él tenía su profeta, antiguamente un orfebre, quien, en la plaza del mercado, proclamó a “Juan de Leyden” como rey de toda la tierra, y dio a conocer el reino de la Nueva Sión. La coronación tuvo lugar con gran pompa en la plaza del mercado; el oro, adquirido de la gente, fue usado para confeccionarlas coronas y otros emblemas de la realeza. De entre sus muchas esposas, Divara fue elegida reina. La provisión para el rey, su guardaespaldas, la corte y los sirvientes de la reina fue suntuosa y completa en cada detalle.
Pero el pueblo, sufriendo las necesidades extremas del estado de sitio, casino pudo ser consolado por las promesas de que el reino pronto triunfaría. Sin embargo, el pueblo se mantuvo firme, y la ciudad no pudo ser tomada hasta que finalmente, por medio de una traición, fue entregada a las tropas del Obispo. Fue entonces cuando comenzó la matanza de sus habitantes, de quienes no perdonaron ni a una sola persona.
A un grupo de 300 hombres que se defendía encarnizadamente en la plaza del mercado se le prometió un salvo conducto para abandonar la ciudad si deponían sus armas. Ellos aceptaron estos términos, la promesa fue incumplida, y todos perecieron con el resto. Luego se estableció una corte para el juicio de los anabaptistas que no habían sido ejecutados. A Divara le prometieron perdonarle la vida a cambio de que se retractara, pero ella prefirió morir. Juan de Leyden y otros líderes fueron torturados y ejecutados públicamente en la plaza donde había sido coronado, y sus cuerpos fueron expuestos en jaulas de hierro en una torre de la iglesia de San Lamberto (1535).
Hubo quienes se aprovecharon de estos sucesos para atribuirle el odiado nombre de anabaptista a todos los que disentían de los tres grandes sistemas de Iglesia. Con esto también querían justificar, al hacer creer que las congregaciones de cristianos piadosos, humildes y sufridos eran la misma clase de personas que aquellos que habían desarrollado el reino en Münster y habían practicado la poligamia, el tratamiento que les dieron como sectas subversivas y peligrosas. El control de la literatura por un largo período de tiempo le permitió a la parte victoriosa confundir completamente a diferentes grupos de personas y así poder engañar a las generaciones futuras. Aunque Lutero y Melanchton toleraron la poligamia en algunos casos, nadie intenta demostrar por medio de esto que el luteranismo en conjunto es un sistema que promueve la poligamia.
En todo caso, tal planteamiento no sería más irracional que el otro. Muchas iglesias y cristianos han sido tan incesante y violentamente acusados de graves crímenes y errores que la calumnia en general ha llegado a creerse y se ha aceptado sin la más mínima duda. Esto no debe ser motivo de sorpresa, ya que el propio Señor cuando anunció su humillación, sufrimiento, muerte y resurrección, inmediatamente agregó que sus discípulos tendrían que seguirle. Él fue falsamente acusado y sus hechos fueron tergiversados; los gobernantes y la multitud clamaron frenéticamente por su crucifixión. Murió acompañado de malhechores, y su resurrección no fue creída por el mundo, apenas por sus propios discípulos.
¿Qué hay de sorprendente, pues, en que aquellos que le siguieron hayan soportado lo mismo? Caifás y Pilato, los poderes religiosos y civiles, se unieron para condenarlos a recibir escupitajos, azotes y una muerte cruel.
La multitud, los cultos y los ignorantes, clamaron en contra de ellos. Ellos fueron crucificados entre dos malhechores, la Doctrina Falsa y la Vida Pecaminosa, con quienes ellos no tenían ninguna relación excepto el hecho de encontrarse clavados en medio de ellos. Sus propios libros fueron quemados, y se les atribuyeron doctrinas inventadas, adaptadas para asegurar su condena.
A pesar de que ellos llevaron una vida humilde y piadosa, fueron descritos como culpables de conductas que sólo existían en la imaginación vil de sus acusadores, para que la crueldad de sus asesinos pareciera justificada. Siendo llamados paulicianos, albigenses, valdenses, lolardos, anabaptistas y muchos otros nombres, la simple mención de los cuales traía a la mente el significado de hereje, cismático o trastornador del mundo, comparecieron ante el mismo Juez que acogió a Esteban quien fue apedreado por los doctores de su tiempo.
Sus enseñanzas de tolerancia, amor y compasión por los oprimidos se han convertido en el legado de multitudes para quienes sus mismos nombres son desconocidos. Menno Simons, que vivió por estos tiempos y estuvo bien capacitado para hablar, siendo uno delos maestros principales entre los que practicaron el bautismo de creyentes, escribió:
Nadie puede acusarme con verdad de estar de acuerdo con la enseñanza de Münster; al contrario, durante diecisiete años, hasta el día de hoy, me he opuesto y he luchado contra esta en privado y en público, tanto verbalmente como por escrito. A aquellos que, como la gente de Münster, rechazan la cruz de Cristo, desprecian la Palabra de Dios y practican lujurias mundanas bajo la pretensión de hacer lo correcto, nunca los reconoceremos como nuestros hermanos y hermanas.
¿Acaso pretenden decir nuestros acusadores que por ser bautizados con el mismo bautismo exterior que la gente de Münster nosotros tenemos que ser reconocidos como miembros del mismo cuerpo y hermandad? A eso respondemos: ¡Si el bautismo exterior puede hacer tanto, entonces ellos pueden considerar qué clase de hermandad es la de ellos, ya que resulta claro y evidente que los adúlteros, los asesinos y otros así por el estilo han recibido el mismo bautismo que ellos!
Después de los acontecimientos en Münster, las congregaciones de creyentes, falsamente acusadas de complicidad en tales excesos, fueron perseguidas con mayor violencia que antes, y fue extinguida toda esperanza de que pudieran llegar a gozar libertad de conciencia y culto, y convertirse así en una fuerza para el bienestar general de los pueblos germánicos. Los remanentes dispersos y hostigados fueron visitados y apoyados por Menno Simons, quien desafió los mayores peligros, y por quien algunos de los grupos reorganizados, aunque no por decisión propia, llegaron a conocerse como menonitas.

MENNO SIMONS (1492–1559)

En su autobiografía, escrita después de estar involucrado en esta obra por dieciocho años, él relata como a la edad de 24 años se convirtió en un sacerdote (católico romano) en la aldea de Pingjum (en Friesland, Holanda del Norte). “Con relación a las Escrituras”, dice él, “nunca en mi vida las había tocado, por cuanto temía que si las leía podría ser engañado. Al cabo de un año, cada vez que tenía que servir el pan y el vino en la misa, me llegaba el pensamiento de que quizá no eran el cuerpo y la sangre del Señor. Al principio supuse que tales pensamientos provenían del diablo que quería desviarme de mi fe. A menudo confesé esto y oré; sin embargo, no pude deshacerme de estos pensamientos.
Él invirtió su tiempo, junto con otros sacerdotes, tomando e involucrándose en diferentes pasatiempos inútiles. Siempre que se tocaba el tema de las Escrituras, él no podía hacer otra cosa que burlarse de ellas.
Pero luego escribe: Finalmente, decidí leer diligentemente todo el Nuevo Testamento. No había avanzado mucho en la lectura de este cuando descubrí que habíamos sido engañados. Por medio de la gracia del Señor avancé día a día en el conocimiento de las Escrituras, y algunos llegaron a llamarme el Predicador Evangélico, aunque erróneamente. Todos me buscaban y me elogiaban, ya que el mundo me amaba y yo amaba al mundo. Sin embargo, por lo general se decía que yo predicaba la Palabra de Dios y que era un hombre decente.
Más tarde, aunque nunca en mi vida había escuchado acerca de los hermanos, aconteció que un tal Sicke Snyder, un héroe piadoso y temeroso de Dios, fue decapitado en Leeuwarden por haber renovado su bautismo. Para mí resultó extraño el hecho de que se hablara de otro bautismo. Entonces escudriñé las Escrituras diligentemente y medité en el asunto conto do empeño, pero no encontré allí palabra alguna acerca del bautismo de infantes. Al darme cuenta de esto hablé con mi pastor, y después de mucho debate lo llevé al punto de que él tuvo que admitir que el bautismo de infantes no tenía fundamento alguno en la Escritura.
Fue entonces cuando Menno Simons consultó libros y pidió el consejo de Lutero, Bucero y otros. Cada uno de ellos le dio una razón diferente por qué bautizar a los infantes, pero ninguna de ellas correspondía con la Escritura.
Durante este tiempo Menno fue transferido a su aldea natal, Witmarsum (también ubicada en Friesland), donde continuó leyendo la Biblia. Tuvo éxito y fue admirado, pero continuaba viviendo una vida despreocupada y dada a los excesos. Sobre esto, él relata:
Obtuve mi conocimiento tanto del bautismo como de la Cena del Señor por medio de la abundante gracia de Dios, a través de la instrucción del Espíritu Santo por medio de mucha lectura de la Escritura y meditación en ella, y no a través de las sectas engañosas como me acusan de haber hecho. Sin embargo, si alguien de alguna manera ha aportado algo a mí progreso estaré eternamente agradecido al Señor por ello. Cuando llevaba aproximadamente un año en el nuevo lugar, aconteció que algunos trajeron el tema del bautismo a colación. No sé exactamente de dónde vinieron los que lo comenzaron, a qué pertenecían o qué eran, porque ni siquiera ahora lo sé, ya que nunca los vi.
Entonces surgió la secta de Münster, por medio de la cual muchos corazones piadosos, también de entre nosotros, fueron engañados. Mi alma se encontraba sumida en gran tristeza, ya que me di cuenta de que ellos eran celosos, sin embargo, en cuanto a la doctrina estaban en error. Con la ayuda de mi pequeño don me opuse al error tanto como pude por medio de la predicación y la exhortación. Todas mis exhortaciones no surtieron ningún efecto debido a que yo mismo me encontraba haciendo lo que sabía que no era correcto.
Sin embargo, se corrió la noticia de que yo sabía callar los comentarios de esta gente, y todos me tuvieron en alta estima. Fue entonces cuando me di cuenta de que yo era el campeón de los impenitentes que eran enviados a mí.
Esto me causó mucha angustia de corazón, y por ello gemí al Señor y oré: ¡Señor, ayúdame para que yo no eche sobre mí mismo los pecados de la gente! Mi alma se afligió y pensé en el fin, en que aun si ganara el mundo entero y viviera mil años pero finalmente tuviera que soportar la cólera y la mano poderosa de Dios, ¿qué habría ganado entonces?
Después de esto, estas pobres ovejas engañadas, sin tener pastores verdaderos, luego de tantos edictos crueles, tanta matanza y asesinato, se reunieron en un lugar llamado Oude Kloster y, ¡ay de ellos! Siguiendo la enseñanza impía de Münster, contrario al Espíritu Santo, la Palabra de Dios y el ejemplo de Cristo, sacaron la espada en defensa propia, la cual el Señor le había ordenado a Pedro volver a su lugar. Cuando esto tuvo lugar, la sangre de estas personas, aunque fueron engañadas, cayó tan pesadamente sobre mi corazón que no pude soportarlo ni hallar descanso en mi alma.
Consideré así mi vida impura y carnal, mi enseñanza e idolatría hipócritas, las cuales exponía diariamente, aunque no me gustaban, y luchaba contra mi propia alma. Yo había visto con mis propios ojos cómo estos fanáticos, aunque no según la sana doctrina, entregaron de buena gana a sus hijos, sus propiedades y hasta su propia sangre por su convicción y fe. Y yo fui uno de los que había contribuido a mostrarles a algunos de ellos los males del Papado. Sin embargo, yo había continuado en mi vida vergonzosa y en mi reconocida maldad, sin tener otra razón fuera de que me gustaban las comodidades de la carne y deseaba evitar la cruz de Cristo.
Estos pensamientos llegaron a carcomer mi corazón a tal punto que no pude soportar más. Entonces dije para mí: Soy desdichado, ¿qué haré? Si continúo de esta manera y, con el conocimiento que me ha sido dado, no me someto totalmente a la Palabra de mi Señor, no condeno con la Palabra del Señor la vida carnal, impenitente e hipócrita de los teólogos, así como sus corruptos bautismos, Cena del Señor y servicios divinos falsos, hasta donde me lo permita mi pequeño don; si, a causa del temor de mi carne, yo no abro el verdadero fundamento de la verdad, no dirijo, tanto como me sea posible, a las inocentes y errantes ovejas, quienes con gusto harían lo correcto si tan sólo supieran cómo, al verdadero pasto de Cristo, ¡cómo esta sangre derramada, aunque de personas erradas, no me va a denunciaren el juicio del Dios Todopoderoso y no va a pronunciarse juicio en contra de mi pobre alma! Mi corazón se estremeció en mi cuerpo.
Oré a mi Dios con lágrimas y suspiros para que le diera el don de su gracia a un pecador perturbado como yo, y para que creara en mí un corazón puro; también para que por medio de la eficacia de la sangre de Cristo perdonara mi andar pecaminoso, mi vida vergonzosa, y me diera la sabiduría, la valentía y el heroísmo viril a fin de poder predicar sinceramente su tan alabado Nombre, su Santa Palabra, y sacar a la luz su verdad para alabanza de él.
Fue así como, en nombre del Señor, comencé a enseñar públicamente desde el púlpito la verdadera palabra de arrepentimiento, a dirigir a las personas hacia el camino angosto, a condenar todas las formas de pecado y costumbres impías, así como toda clase de idolatría y adoración falsa, y a testificar abiertamente lo que son el bautismo y la Cena del Señor conforme a la mente y el principio de Cristo, de acuerdo con la gracia que, hasta ese momento, había recibido de parte de mi Dios. Además, advertí a todos acerca de las maldades de Munster, su rey, la poligamia, el reino y la espada.
Esto lo hice honrada y fielmente hasta que, después de nueve meses, el Señor me alcanzó con su Espíritu paternal, con su mano útil y poderosa para que, de inmediato y sin compulsión, yo fuera capaz de soltarme de mi honor, mi buen nombre y la reputación que tenía entre los hombres, así como toda de mi maldad anticristiana y mi vida repugnante y atrevida.
Entonces yo me sometí voluntariamente a la absoluta pobreza y miseria, bajo la pesada cruz de mi Señor Jesucristo, temí a Dios en mi debilidad y busqué a la gente temerosa de Dios, de quienes encontré algunos, aunque no muchos, en un celo y una doctrina verdadera. Entonces debatí con los que estaban apartados de Dios, gané algunos de ellos por medio de la ayuda y el poder de Dios y los guié, por medio de la Palabra de Dios, al Señor Jesucristo. A los difíciles y obstinados los encomendé al Señor.
Vea usted, mi querido lector, que de ese modo el Señor misericordioso, por medio del don gratuito de su inmensa misericordia para conmigo, un pecador miserable, primero avivó mi corazón, me dio una mente nueva, me humilló en su temor, me llevó a tener cierto conocimiento de mí mismo, me condujo de los caminos de muerte al camino angosto de la vida y me llamó por pura misericordia a la hermandad de los santos. ¡Alabado sea el Señor para siempre! Amén.
Aproximadamente al cabo de un año, mientras escribía y leía al escudriñarla Palabra de Dios, aconteció que seis, siete u ocho personas vinieron a mí, quienes eran de un sólo corazón y alma y cuya fe y vida, hasta donde se podía juzgar, eran intachables. Estas personas estaban apartadas del mundo conforme al testimonio de la Escritura, bajo la cruz, y sentían horror no sólo por las atrocidades de Munster, sino también por todos los males y las sectas dignas de condenación en todo el mundo.
Estas personas vinieron a mí con muchas súplicas, en nombre de aquellos que temían a Dios, que andaban conmigo y con ellos en un solo espíritu y una sola mente, para que yo tomara a pecho la profunda pena y la urgente necesidad de las almas afligidas, por cuanto la sed de la Palabra de Dios es inmensa y los fieles son muy pocos, y para que yo pudiera ganar intereses utilizando el talento que inmerecidamente había recibido del Señor.
Cuando yo escuché esto, mi corazón se afligió profundamente, y la angustia y el temor se apoderaron de mí. Por una parte, vi la insignificancia de mi talento, mi falta de conocimiento, mi naturaleza débil, el temor de mi carne, la maldad sin límite, la contrariedad y la tiranía de este mundo, las grandes y poderosas sectas, la astucia de muchos espíritus y la pesada cruz, cosas que, si yo comenzara, ejercerían más que sólo una pequeña presión sobre mí. Sin embargo, por otra parte, vi la triste sed, la falta y la necesidad de los piadosos y temerosos hijos de Dios al darme cuenta claramente que ellos eran como ovejas inocentes y abandonadas que no tienen pastor.
Finalmente, luego de muchas súplicas, me puse a disposición del Señor y su iglesia, con la condición de que ellos por un tiempo, junto conmigo, apelaran fervientemente al Señor, para que si fuera su voluntad generosa que yo pudiera servirle para su alabanza, que su bondad paternal me diera un corazón y un carácter que me permitieran testificar al igual que el apóstol Pablo: ¡ay de mí si no anunciare el evangelio! De lo contrario, que él dirigiera de tal manera que este asunto no llegara a realizarse.
Vea usted, querido lector, que yo no he sido llamado a este servicio por las personas de Munster ni por ninguna otra secta sediciosa, como se dice calumniosamente de mí, sino que, indigno como soy, fui llamado por aquellos que estaban dispuestos a seguir a Cristo y su palabra, que en el temor de su Dios vivían una vida contrita, en su amor servían a su prójimo, llevaban pacientemente su cruz, buscaban la salvación y el bienestar de todos, amaban la justicia y la verdad, y aborrecían la injusticia y la maldad.
En realidad, estos son verdaderos y poderosos testigos de que no eran de tal secta perversa como se les acusaba, sino verdaderos cristianos, aunque desconocidos para el mundo, si se cree en lo más mínimo que la Palabra de Cristo es verdadera, y su ejemplo santo y sin mancha es infalible y correcto.
De modo que yo, un gran y miserable pecador, he sido iluminado por el Señor, he sido convertido, he huido de Babilonia para entrar en Jerusalén y finalmente he venido a este gran y difícil servicio. Como las personas mencionadas anteriormente no cesaron en su ruego, y como, además, mí propia conciencia me obligaba debido a que yo veía la gran sed y necesidad me rendí al Señor en cuerpo y alma, me encomendé a su generosa mano, y a partir de ese momento comencé (1537) a enseñar y a bautizar conforme a su Santa Palabra.
Con mi pequeño don me dispuse a trabajar en la obra del Señor, a edificar su ciudad sagrada y su templo, a traer las piedras caídas de nuevo a su lugar. Y el Dios grandioso y poderoso ha confirmado de esta manera, en muchas ciudades y países, la Palabra del arrepentimiento verdadero, la Palabra de su gracia y poder, junto con el uso sano de sus santos sacramentos, por medio de nuestro modesto servicio, nuestra enseñanza y nuestros escritos incultos, en comunión con el verdadero servicio, la obra y la ayuda de nuestros fieles hermanos.
Dios ha hecho que la apariencia de su iglesia sea gloriosa, y la ha dotado con un poder tan invencible que no sólo muchos corazones orgullosos y altivos se han hecho humildes, no sólo las almas impías han llegado a ser puras, los borrachos sobrios, los codiciosos generosos, los crueles amables, los impíos temerosos de Dios; sino que, a causa del glorioso testimonio que defienden, ellos han entregado fielmente sus bienes, sangre, cuerpo y vida, como uno puede apreciar diariamente hasta el día de hoy.
Estos sin duda no podrían ser los frutos y señales de una falsa doctrina, con la cual Dios no obra. No podría existir por tanto tiempo bajo tan pesada cruz y tanta miseria, si no fuera la Palabra y el poder del Todopoderoso.
Además, ellos están armados con tal gracia y sabiduría, como Cristo les prometió a todos los suyos, están tan dotados en sus tentaciones que todos los eruditos de este mundo y los teólogos más célebres, así como todos los tiranos cargados de sangre, quienes (Dios tenga misericordia de ellos) se jactan de ser también cristianos, tienen que quedar avergonzados y derrotados por estos héroes invencibles y testigos piadosos de Cristo.
Ellos no poseen otra arma y no pueden encontrar otro medio que no sea el exilio, la aprehensión, la tortura, la hoguera y el asesinato, como ha sido el hábito y la costumbre de la serpiente antigua desde el principio, y como diariamente, y desgraciadamente, se ve en nuestros Países Bajos.
Vea, este es nuestro llamado y nuestra doctrina, estos son los frutos de nuestro servicio a causa de los cuales somos tan terriblemente blasfemados y perseguidos con tanta hostilidad. Que todos los profetas, apóstoles y siervos fieles de Dios hayan o no producido estos mismos frutos por medio de su servicio nosotros con gusto lo dejaremos al criterio de todas las personas buenas si el mundo malvado escuchara nuestra enseñanza, la cual no es nuestra, sino de nuestro Señor Jesucristo, y la siguiera en el temor de Dios, no hay duda de que aparecería un mundo mejor y más cristiano que el que ahora, desafortunadamente, tenemos. Le doy gracias a mi Dios queme ha dado la gracia para que, aunque sea con mi propia sangre, yo desee que el mundo entero pueda ser apartado de sus caminos impíos y malos, y pueda ser ganado para Cristo.
También espero, con la ayuda del Señor, que nadie en este mundo pueda acusarme con verdad de codicia o de llevar una vida ostentosa. Yo no tengo ni oro ni riquezas, y ni siquiera los deseo, aunque hay algunos que, con un corazón engañoso, dicen que yo como más asado que ellos carne picada, y que bebo más vino que ellos cerveza.
Sin embargo, Dios que me ha comprado y me ha llamado a su servicio, me conoce y sabe que yo no busco ni dinero ni bienes materiales, ni placer ni bienestar en la tierra, sino sólo la alabanza de mi Señor, mi propia salvación y la de muchos. A causa del cual yo he tenido que sufrir, junto con mi delicada esposa y mi pequeño hijo, tan excesivo temor, presión, tristeza, miseria y persecución en los últimos dieciocho años, que tengo que vivir en la pobreza y en un constante temor y peligro de nuestras vidas.
Sí, cuando los predicadores descansan en camas y almohadas confortables, nosotros por lo general nos arrastramos sigilosamente hasta rincones ocultos. Cuando ellos se divierten públicamente en bodas, etc., con gaitas, tambores y flautas, nosotros tenemos que estar atentos cada vez que un perro ladra porque tememos que estén allí aquellos que desean aprehendernos. Mientras que todos saludan a ellos como Doctor o Maestro, nosotros tenemos que permitir que nos llamen anabaptistas, predicadores de esquina, farsantes y herejes, y que nos saluden en nombre del diablo. Finalmente, en lugar de ser recompensados como ellos por su servicio, con altos salarios y vacaciones, la recompensa y parte que recibimos de ellos son la hoguera, la espada y la muerte.
Vea, mi honrado lector, bajo semejante ansiedad y pobreza, dolor y peligro de muerte, yo, un hombre desdichado, he llevado a cabo sin cesar y hasta este momento el servicio de mi Señor, y espero continuarlo aun más por medio de su gracia, y para su alabanza, mientras voy errante por este mundo.
Lo que ahora yo y mis hermanos en la fe hemos buscado en este difícil y peligroso servicio puede ser medido fácilmente por todos nuestros amigos, por la propia obra y sus frutos. Pero una vez más le suplicaré a mi sincero lector, por amor a Jesús, que reciba en amor esta confesión, sacada de mí, acerca de mi iluminación, conversión y llamado, y que la aplique con la mejor intención. Esto lo he hecho a causa de la gran necesidad existente a fin de que el lector temeroso de Dios pueda conocer cómo sucedieron las cosas, ya que en todas partes he sido calumniado por los predicadores y he sido culpado contrario a la verdad, como si yo hubiera sido llamado y ordenado a este oficio por una secta revolucionaria. El que teme a Dios, ¡lea y juzgue!
Menno Simons se dio a la tarea de visitar, reagrupar y edificar las iglesias de creyentes dispersos a causa de la persecución. Esto fue precisamente lo que él hizo en los Países Bajos, hasta que fue declarado un proscrito (1543). Se le puso un precio a su cabeza, cualquiera que le ofreciera refugio sería condenado a muerte, y se les prometió el perdón a los criminales que lo entregaran en las manos del verdugo. Obligado, pues, a abandonar los Países Bajos, después de muchas andanzas y peligros, encontró un refugio en Fresenburg, Holstein, donde el Conde Alefel fue capaz de protegerlo, y no sólo a él, sino, además, a una gran cantidad de los hermanos perseguidos.
Este noble, conmovido por la evidente injusticia que estas personas tenían que sufrir, recibió a estos hermanos con la mayor amabilidad, y con él ellos no sólo encontraron un lugar donde vivir y un empleo, sino, además, libertad de culto, tanto así que llegó a fundarse una iglesia numerosa en la aldea de Wustenfelde, y otras más en el distrito cercano. En Fresenburg, Menno fue provisto de medios para imprimir, y pudo publicar sus escritos con total libertad, los cuales circularon ampliamente y, al llegar a manos de los gobernantes en los distintos estados, estos fueron iluminados tocantes al verdadero carácter de las enseñanzas que ellos, sin comprenderlas, se esforzaron tan despiadadamente por reprimir. Esto trajo como consecuencia una disminución de la represión y una apertura a la libertad de culto.
Menno Simons murió en paz en Fresenburg (1559). En Holstein fueron fundadas nuevas industrias por los inmigrantes, las cuales prosperaron y trajeron prosperidad a la región hasta que fueron destruidas por la Guerra de los Treinta Años.

EL LIBRO DE PILGRAM MARBECK

Un pequeño libro publicado por Pilgram Marbeck en 1542 arroja valiosa luz sobre la enseñanza y las prácticas de los hermanos. Ellos sin duda no estaban de acuerdo entre sí con relación a algunos puntos, pero un libro como este muestra el esfuerzo honrado y auténtico que prevalecía entre ellos por comprender y llevar a cabo las enseñanzas de las Escrituras de una manera sencilla y sincera. Aunque este escritor expresa una opinión extrema de la importancia atribuida a las prácticas externas, no se encuentra en el libro, ninguna de las falsas enseñanzas tan comúnmente atribuidas a ellos. En su extenso título el escritor indica que el libro tiene como objetivo llevar ayuda y con suelo a todos los hombres honrados, creyentes, piadosos y de buena voluntad, al mostrarles lo que enseña las Sagradas Escrituras en cuanto al bautismo, la Cena del Señor, etc.
Remitiendo a sus lectores a varios pasajes de la Escritura en apoyo a sus planteamientos, el autor concluye: Por lo tanto, como antes hemos dado a conocer nuestra opinión, entendimiento y fe en cuanto al bautismo y la Cena, ahora concluiremos con una explicación general sobre el uso de ambas ordenanzas, y especialmente sobre por qué y con qué propósito ambas han sido instituidas.
De la misma manera que Jesucristo desea ser reconocido, no sólo en su asamblea de creyentes, sino también por medio de esta, asimismo él desea que su santo nombre sea reconocido y alabado por su pueblo ante el mundo. Por lo tanto, Cristo, además de la predicación externa de su Evangelio, también ha ordenado e instituido estos dos, el bautismo exterior y la Cena, para dar continuidad a la pura y santa asamblea externa y para preservarla.
Y si el asunto es visto desde su verdadera perspectiva, tenemos que admitir que existen tres cosas que son indispensables para la estructura externa de una asamblea cristiana: la verdadera predicación del Evangelio, el verdadero bautismo y el verdadero cumplimiento de la Cena del Señor. Donde no se llevan a cabo estas tres ordenanzas, o donde se omite alguna de ellas, resulta imposible que una asamblea cristiana pura y auténtica pueda permanecer y mantener un buen testimonio externo.
 Para que la asamblea externa de Dios pueda reunirse, comenzar y mantenerse, debe existir la predicación del Evangelio sano y verdadero. Esa es la red de pescar viva que debe lanzarse para todos los hombres, ya que todos nadan en el cenagal de este mundo, son como las bestias salvajes y por naturaleza son hijos de ira.
Aquellos que son atrapados en esta red o por este sedal, o sea, por la Palabra del Evangelio, cuando la escuchan y con una fe firme se aferran a ella, son sacados de las tinieblas a la luz y tienen el poder para transformarse de hijos de ira condenados a hijos de Dios. De estos, como dice Pedro, se edifica el templo de Dios y la asamblea de Cristo, como si fueran piedras vivas. Porque la iglesia cristiana es una asamblea de los que son verdaderos creyentes e hijos de Dios, quienes alaban el nombre de Dios y lo divulgan.
Nadie más tiene un lugar en ella excepto los creyentes, ya que vemos que por naturaleza todos están sin conocimiento de las cosas divinas, y es sólo por medio de la Palabra de Dios que son traídos a una fe verdadera en Cristo y a u conocimiento de él; y las Escrituras no nos señalan ningún otro camino. Por tanto, este es el comienzo de todo, por medio del cual deben reunirse todos los hombres y mediante el cual deben ser traídos al conocimiento de Dios y su santa iglesia (a medida que seamos capaces de juzgar) por medio de la predicación y por oír la Palabra de Dios, que es la causa de la que se desprende la fe, siendo así contados como hijos de Dios, y luego como miembros de la santa iglesia.
La próxima cosa que edifica la iglesia es el sagrado bautismo, el cual es la entrada y la puerta hacia la santa iglesia, por lo tanto es según la ordenanza de Dios que no se le debe permitir a nadie entrar a la iglesia a menos que sea por medio del bautismo. Por tanto, cualquiera que sea recibido en la santa iglesia, o sea, en la asamblea de los que creen en Cristo, tiene que haber muerto al diablo, al mundo con su gente, vanagloria y pompa, también al orgullo de todos los deseos carnales, y tiene que haberlos rechazado y haberse negado a ellos.
Luego tiene que confesar con su boca esa fe sana y pura que ahora cree en el corazón. Una vez que se haya hecho esto, esa persona deberá ser bautizada en el nombre de Dios, o en Jesucristo, lo cual significa ser bautizado debido a que por medio del arrepentimiento y la fe verdadera ha sido limpiado de todos sus pecados a fin de que pueda andar en Dios y en Cristo en una conducta sin mancha y obediente. El uso del bautismo, pues, radica en que por medio de él los creyentes puedan unirse externamente y ser aceptados por una iglesia santa.
El propósito general de la Cena del Señor es doble. En primer lugar, que la sagrada asamblea cristiana sea mantenida en unidad a través de ella, y sea preservada en unidad de fe y amor cristiano. Y en segundo lugar, que sea parte y se excluya toda maldad pecaminosa y todo lo que no pertenezca a la iglesia santa y pura de Cristo, sino que cause afrenta.
El escritor de este libro, Pilgram Marbeck, fue un destacado ingeniero. Natural de la provincia de Tirol, Marbeck realizó importantes obras en el valle inferior de Im, y las muestras de distinción dadas a él por parte del gobierno demostraron el agradecimiento de las autoridades por sus servicios. No se conoce con exactitud la fecha en que él se unió a los hermanos, pero su confesión de fe en 1528 le provocó la pérdida de sus reconocimientos honoríficos.
En esta etapa él escribió de sí mismo: “Habiendo sido criado por padres devotos dentro del papismo, dejé eso y me convertí en predicador del Evangelio de Wittenberg. Al darme cuenta de que en los lugares donde se predicaba la Palabra de Dios según la doctrina luterana existía, además, cierta libertad carnal, me surgió la duda y no pude encontrar la paz entre los luteranos. Fue entonces cuando acepté el bautismo como una muestra de la obediencia de fe, poniendo la mirada solamente en la Palabra y los mandamientos de Dios.”
Pilgram Marbeck tuvo que dejar todo lo que poseía y marcharse al extranjero con su esposa e hijo. Sus propiedades fueron confiscadas, pero su talento le permitió sustentar a su familia dondequiera que se encontró.
En Estrasburgo enriqueció la ciudad al construir el canal por medio del cual se traía la madera de la Selva Negra. Su carácter intachable y su celo espiritual le merecieron una gran aprobación, porque los hermanos eran numerosos y los reformistas Bucero y Capito se sintieron atraídos por la sinceridad de Pilgram Marbeck y por sus dones mentales y espirituales.
Sin embargo, su valiente predicación del bautismo de creyentes pronto provocó a sus adversarios. Bucero se puso en su contra, y Pilgram fue encarcelado. Capito no temió visitarlo en la prisión, pero los extensos debates terminaron con una declaración del Concilio de la ciudad, según la cual el bautismo de infantes no es contrario al cristianismo, y a Pilgram Marbeck se le dio un plazo de tres o cuatro semanas para que vendiera su propiedad, y él abandonó la ciudad en 1532.
El sectarismo es limitación. Se comprende cierta verdad enseñada en la Escritura, cierta parte de la revelación divina, y el corazón responde a ella y la acepta. Al meditar en ella, al exponerla y defenderla, su poder y belleza influyen cada vez más en la vida de aquellos que son afectados por ella. Otro lado de la verdad, otra perspectiva de la revelación, también contenida en la Escritura, parece debilitar, e incluso contradecir la verdad que ha resultado ser tan eficaz, y a causa de un temor celoso por la doctrina aceptada y enseñada, la verdad que es necesaria para lograr el equilibrio es minimizada, deshecha con explicaciones y hasta negada.
Es así como se funda una secta sobre la base de una parte de la revelación, de una parte de la Palabra de Dios. Esta nueva secta es buena y útil porque predica y practica la verdad divina, pero por otra parte es limitada y desequilibrada porque no reconoce toda la verdad ni acepta de manera franca la Escritura en su conjunto. Sus miembros no sólo son privados del significado completo de las Escrituras, sino que, además, son aislados de la hermandad de muchos cristianos que están menos limitados que ellos, o están limitados en otro sentido.

EL SECTARISMO Y LA VERDAD DESEQUILIBRADA

Existen motivos para lamentar las divisiones del pueblo del Señor, teniendo en cuenta que su unidad esencial y fundamental se oscurece por estas divisiones aparentes y externas. Sin embargo, la libertad en las iglesias de poner énfasis en lo que han aprendido y experimentado tiene mucho valor, e incluso los conflictos sectarios entre las iglesias que se muestran celosas por los diferentes aspectos de la verdad han conducido a un estudio profundo de la Escritura y a un descubrimiento de sus tesoros.
Pero cuando esta situación se mantiene de tal manera que pone en peligro el amor, la pérdida es enorme. No obstante, peor que la lucha sectaria es la uniformidad mantenida a costa de la libertad, o una unidad basada en la indiferencia.
Un edicto del Duque Johann de Cleve, Julich, Berg y Mark declara lo siguiente: Aunque se conoce lo que debe hacerse con los anabaptistas no obstante, nosotros lo anunciamos en este edicto, juntamente con el Arzobispo de Colonia, para que nadie se justifique mediante la falta de conocimiento. A partir de ahora todos los que bauticen o sean bautizados por segunda vez, así como todos los que apoyen o enseñen que el bautismo de infantes carece de valor, deberán ser llevados de la vida a la muerte y ser castigados.
Asimismo, todos los que apoyen o enseñen que en el tan estimado sacramento del altar no están presentes en el verdadero cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, sino que sólo lo están de manera simbólica no deben ser tolerados, sino que más bien deben ser expulsados de nuestros principados, de modo que si después de tres días ellos no se han ido, deben ser castigados en cuerpo y vida y así deben ser tratados como se anuncia con relación a los anabaptistas.” Se conservan informes de las ejecuciones por medio de la hoguera, el ahogamiento y la decapitación que siguieron a este edicto.
En Colonia, la asamblea celebró sus reuniones secretas en una casa en los muros de la ciudad. La casa tenía dos entradas para ayudar a los hermanos a evitar ser descubiertos y arrestados. En 1556, Thomas Drucker von Imbroek, un maestro piadoso y bien dotado, aunque sólo tenía veinticinco años de edad, fue encarcelado y llevado de una torre a otra, torturado en repetidas ocasiones, aunque en vano, y finalmente decapitado. Algunas de sus hermosas epístolas e himnos, escritos en prisión, así como su confesión de fe, fueron impresas y circularon entre los hermanos, jugando un papel importante en la divulgación de la verdad.
Su esposa le escribió (en verso) mientras él estaba en prisión: “Querido amigo, mantente en la pura verdad, no te dejes aterrorizar y no huyas de ella; recuerda el voto que tú has hecho, deja que la cruz te sea aceptable.
El propio Cristo y todos los apóstoles pasaron por este camino.” La iglesia en Colonia no se desalentó por la muerte de Drucker.
En 1561, tres hermanos más fueron ahogados, y al año siguiente dos más fueron encarcelados, uno de los cuales fue ahogado, y el otro fue perdonado y desterrado en el momento que le iban a ejecutar. Las reuniones continuaron hasta que en 1566 uno de los miembros los traicionó, la casa fue rodeada, y todos fueron encarcelados. Sus nombres fueron registrados, y todos fueron enviados a distintas prisiones. Matthias Zerfass reconoció por cuenta propia que él era un maestro entre ellos, y se mantuvo firme y paciente bajo tortura, siendo posteriormente decapitado.
Mientras él aún se encontraba en prisión, escribió:
El objetivo principal al torturarnos ha sido que digamos cuántos de nosotros éramos maestros y que revelemos sus nombres y direcciones. Yo debía reconocer a las autoridades como cristianos y decir que el bautismo de infantes es correcto. Sin embargo, apreté mis labios fuertemente, me aferré a Dios, sufrí pacientemente, y pensé en las propias palabras del Señor cuando dijo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.”
Tal parece como si yo tuviera que sufrir aun mucho más, pero sólo Dios sabe, y yo no oro por otra cosa que no sea que se haga su voluntad.
Se decretó una orden que decía: “A fin de arrestar a los líderes, maestros, predicadores de monte, y predicadores de esquina de los sectarios las autoridades enviarán espías a los setos, los pantanos y los páramos, especialmente en la proximidad de las fiestas religiosas más importantes, y cuando haya buena luz de luna por varias noches, para descubrir sus lugares de reunión secretos.”
No obstante, en 1534 el Obispo de Munster, en una carta enviada al Papa, testificó acerca de las vidas excelentes de los anabaptistas. Hermann V, Arzobispo de Colonia (1472–1552) vio la necesidad de una reforma en la Iglesia Católica Romana e hizo un serio intento por llevarla a cabo. Él fue Conde de Wied y Runkel, Elector del Imperio, Deán de Colonia a la edad de quince años, y posteriormente se convirtió en Arzobispo.
Él fue un hombre piadoso, liberal, querido por su feligresía, aunque se interesaba más por la caza que por los asuntos de la Iglesia, y no fue un estudioso de la teología ni del latín. Hermann V se opuso a Lutero y ordenó que quemaran sus obras, y su corte espiritual condenó a dos delos mártires de Colonia. Sin embargo, él se dio cuenta de la ignorancia y la superstición de la gente, y de la falta de disciplina.
Vio que las iglesias estaban entregadas a un clero ignorante, y que los ingresos fueron tragados por personas ausentes. Él también se dio cuenta de la profanación de la Cena del Señor y del fracaso de todos los esfuerzos que se hicieron por llevar a los miembros corruptos del clero de vuelta a las reglas canónicas.
Tras consultar con los mejores hombres en los más altos cargos de la Iglesia, él trató de llevar a cabo una Reforma Católica a base de las ideas de Erasmo. Cuando esto fracasó, él intentó una Reforma Evangélica de la Iglesia con la ayuda de Bucero y Melanchton, pero la oposición del clero, de la universidad y de la ciudad de Colonia, organizada por el jesuita Canisius, frustró sus esfuerzos. Al no encontrar apoyo, Hermann renunció a su cargo como Arzobispo y se retiró a su hacienda.
Uno que se mantuvo separado de la Iglesia Católica Romana así como de la Luterana y de la Reformada, aunque sin unirse a los llamados anabaptistas, fue el silesiano de ascendencia noble, Kaspar von Schwenckfeld (1489–1561), que ejerció una importante influencia tanto en su propio país como más allá de sus fronteras. Estando muy ocupado en asuntos de negocios relacionados con una u otra de las pequeñas cortes alemanas, él no se preocupó mucho por las Escrituras hasta que, a la edad de treinta años, fue despertado de su indiferencia por medio de “la maravillosa trompeta de Dios” de Martín Lutero, se rindió a la “clara luz de la misericordiosa visitación de Dios”, y se convirtió en “el corazón” de la Reforma en Silesia.
No pasó mucho tiempo antes de que él se viera obligado a criticar algunos puntos en la enseñanza de Lutero, en primer lugar con relación a la Cena del Señor. Fue por ello que él fue atacado con violencia por Lutero, quien en ese momento hizo uso de su autoridad para que lo trataran como un intruso y un herético.

KASPAR VON SCHWENCKFELD (1489–1561)

Sin embargo, Schwenckfeld nunca dejó de reconocer su gran deuda para con Lutero en las cosas espirituales, y luego de sufrir por muchos años a causa de los ataques de Lutero y de los predicadores luteranos, él les dio el siguiente consejo a aquellos que simpatizaban con él: “Oremos fielmente a Dios por ellos por cuanto se acerca la hora en que todos juntos tendremos que reconocer nuestra ignorancia en la presencia del único Maestro, Jesucristo.
El estudio de las Escrituras se convirtió en su gran deleite. Él calculó que si leía cuatro capítulos todos los días podría leer toda la Biblia en un año. Al principio hizo de esto una norma, aunque más adelante dejó que fuera el Espíritu Santo quien dirigiera su lectura y no se obligó a leer cierta cantidad de capítulos diariamente. Él dijo: “Cristo es el resumen de toda la Biblia” y “el principal objetivo de las Sagradas Escrituras es que nosotros podamos conocer completamente a nuestro Señor Jesucristo”.
La fe en la exactitud e inspiración de toda la Biblia significaba para él no aferrarse a un antiguo y dudoso dogma, sino a un nuevo descubrimiento de posibilidades ilimitadas; no era una superstición antigua, sino un progreso moderno. Él describía su lectura de la Escritura como “una cavilación, una búsqueda y un examen minucioso; o sea, una lectura y relectura de todo, reflexionando, meditando, observando y estudiándolo todo profundamente.
Allí se le revela al creyente un tesoro inagotable de perlas, oro y piedras preciosas.” Como una “norma segura” para el expositor, dice él, “donde se presenten pasajes discutibles, se debe tener en cuenta todo el contexto, corroborar Escritura con Escritura, analizar los pasajes individuales con los demás como un todo, compararlos unos con otros y encontrar la aplicación, no sólo por medio de la apariencia externa de un solo pasaje, sino conforme al significado completo de la Escritura”.
Kaspar von Schwenckfeld estudió el idioma hebreo y el griego y en su obra se sirvió de las traducciones de Lutero, pero también se sirvió de la “Biblia antigua” (usada por los anabaptistas) y de la Vulgata. Él encontró la clave de muchas cosas contenidas en el Antiguo Testamento en el uso figurativo encontrado en el Nuevo Testamento. Asimismo, él decidió rendirse a la dirección de las Escrituras en lo concerniente a doctrina y práctica, y dijo que “si nosotros no lo comprendemos todo, no debemos culpar a las Escrituras por ello, sino más bien a nuestra propia ignorancia.
Ocho años después de su primera “visitación” él tuvo otra experiencia que pareció afectar su vida aun más. Hasta ese momento él había sido celoso en la proclamación de las Escrituras y del luteranismo; pero ahora lo que él había creído intelectualmente se convirtió en todo una creencia del corazón. Él sintió plena conciencia de su llamado celestial, y recibió una certeza impresionante de salvación al entregarse a sí mismo a Dios como un “sacrificio vivo”. Un profundo sentido de pecado y agradecimiento por la suficiencia de la redención obrada por nosotros en Cristo, por medio de su muerte y resurrección, se apoderaron de su voluntad, transformaron hacer la voluntad de Dios.
Schwenckfeld llegó a la conclusión de que las Escrituras no sólo ofrecen una guía segura en lo concerniente a la justificación y santificación personal, sino que, además, contienen instrucción clara y definitiva en cuanto a la iglesia. En ese sentido, dijo: “Si vamos a reformar la Iglesia debemos servirnos de las Sagradas Escrituras y especialmente del libro delos Hechos, donde aparece claramente cómo eran las cosas al principio, lo que es correcto e incorrecto, y lo que es loable y aceptable a Dios y al Señor Jesucristo.
Él se dio cuenta de que la iglesia en el tiempo de los apóstoles y sus sucesores inmediatos fue una reunión gloriosa que prevaleció no sólo en un lugar, sino en muchos lugares. Él se pregunta dónde es posible encontrar semejantes asambleas en la actualidad, ya que, según él dice: la Escritura no reconoce a nadie más que a aquellos que reconocen a Cristo como su Cabeza y de buena gana se rinden para ser gobernados por el Espíritu Santo, quien los adorna con sabiduría y dones espirituales”. El propio Jesús dirige por medio de los dones espirituales que él reparte, no sólo a toda la iglesia, sino también a las asambleas individuales. En estas asambleas los dones espirituales son manifestados para el bien común.
El mismo Espíritu Santo reparte los dones, pero estos son manifestados en cada uno de los miembros. El Espíritu Santo goza de una libertad ilimitada. Si alguien, guiado por el Espíritu Santo, se pone de pie, el que se encuentra hablando debe cesar de hablar. Las iglesias no son perfectas; siempre es posible que los hipócritas entren inadvertidos, pero cuando son descubiertos tienen que ser excluidos.
Por lo tanto, Schwenckfeld no pudo reconocer la religión Reformada como una iglesia, ya que la gran mayoría de los cristianos bautizados estaban sin el Espíritu Santo y tomaban el sacramento sin la gracia de Dios. Él estuvo dispuesto a recibir la ayuda de organizaciones misioneras, siempre y cuando estas no pretendieran ocupar el lugar de las iglesias de Jesucristo. Él dijo: “La Iglesia nacional es aquella que ha retrocedido al grado alcanzado en el Antiguo Testamento”.
Y dice más adelante: “Resulta claro y evidente que todos los cristianos son llamados y enviados a alabar a su Señor y Salvador Jesucristo, a divulgar las virtudes de aquel que los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable, y a confesar su nombre ante los hombres”. Cualquier restricción del sacerdocio universal de todos los creyentes es una limitación del Espíritu Santo. “Si en el tiempo del apóstol Pablo los cristianos hubieran actuado de esa manera, y sólo se les hubiera permitido predicar a aquellos nombrados por el magistrado, ¿cuán lejos habría llegado la fe cristiana? ¿Cómo habría llegado el Evangelio a nuestros días?”
Algunos son elegidos de entre los creyentes para llevar a cabo servicios especiales, y son capacitados y apartados para su oficio, no por medio del estudio, la elección o la ordenación, sino por medio del empuje, la revelación y la manifestación del Espíritu Santo de que “Cristo está con ellos, y se manifiesta en gracia, poder, vida y bendición”. Debido a que su “llamado y envío proviene únicamente de parte de Dios, en la gracia de Cristo, ellos actúan con poder y una gran certeza en el Espíritu Santo, las almas son nacidas de nuevo, los corazones son renovados y el reino de Cristo es extendido”. Él continúa, diciendo:
Los creyentes no pueden nunca cansarse de escuchar a tales predicadores espirituales y apostólicos, por cuanto ellos encuentran en estos el poder de Dios y el alimento para sus almas. Fue acerca de los tales que Cristo dijo: De cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí” (Juan 13.20). Ninguna persona incrédula o de conducta impía puede ser un buen ministro para el incremento de la iglesia, aun cuando tal persona fuera Doctor o Profesor, supiera toda la Biblia de memoria, y fuera un gran orador [Cuando] algunos dicen que la persona y el oficio son una cuestión aparte, llegando a pensar incluso que un obispo, un sacerdote o un predicador pudiera ser una persona malvada y, sin embargo, puede ocupar un buen oficio, el oficio de un maestro del Nuevo Testamento, y puede ser un siervo del Espíritu Santo, esto contradice toda la Escritura y está en contra de la ordenanza de Cristo.
Qué clase de ministerio es ese donde el propio corazón del maestro no es enseñado y no cree lo que él enseña, o sea, él mismo no hace ni practica lo que predica, mientras que, en el buen ministerio del Nuevo Pacto, conforme a la instrucción de todas las Escrituras apostólicas y el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, estas dos siempre van de la mano.
En lo concerniente al bautismo, Schwenckfeld enseñaba que este no salva, y que la salvación puede incluso alcanzarse sin él; pero al mismo tiempo él veía su importancia y el hecho de que sólo los que confiesan ser creyentes deben ser bautizados. Él también enseñaba que los niños recién nacidos, por el hecho de que no pueden ejercer fe, no son sujetos aptos para el bautismo.
Sin embargo, Schwenckfeld no se unió a los llamados anabaptistas. Aunque él los describe como temerosos de Dios, apartados de la gran mayoría de la gente que no tomaba muy en serio la religión, distinguidos por su conducta íntegra y una sinceridad religiosa profunda, sin embargo, él los acusa de legalismo e ignorancia, y, al igual que muchos otros, los confunde como si los sufridos y devotos hermanos fueran un solo cuerpo junto con todos los elementos fanáticos relacionados a la Rebelión Campesina, a las extravagancias de Munster y a otros sucesos. Él afirma haber conocido a “los
primeros bautistas” y luego describe a Tomás Muntzer quien fue ejecutado por sedición en la Rebelión Campesina; se refiere a los hombres de la talla de Balthazar Hubmeyer como si hubieran sido discípulos de Hans Hut, a pesar de que el primero fue un adversario acérrimo de las enseñanzas extremistas y torcidas de Hut. Él cuenta el rumor de que Hut se había suicidado en prisión, aunque agrega que algunos dicen que esto no fue intencional, y, en general, les atribuye el nombre de “bautistas hutistas” a los llamados por la mayoría de la gente “anabaptistas”.
Schwenckfeld relata diversas anécdotas negativas que le habían sido comunicadas por medio de cartas, y una que él personalmente había escuchado de una persona que había abandonado una de las asambleas “hutistas”, pero de cuyo cristianismo él expresa una opinión poco favorable. Él dice que ellos tenían poco conocimiento bien fundado acerca del pecado, la salvación por medio de la gracia de Dios, la certeza de la salvación, y en particular que ellos no habían comprendido el ideal de la verdadera iglesia apostólica. Él escribió:
Ellos se convencen a sí mismos de que tan pronto como son recibidos externamente en sus propias asambleas, establecidas por ellos mismos, se convierten en el pueblo santo de Dios, un pueblo que él ha escogido de entre todos los demás, una iglesia pura y sin mancha aunque los dones del Espíritu Santo, el adorno y la belleza de las asambleas cristianas y de las iglesias, como se describen en las Sagradas Escrituras, se manifiestan muy poco entre ellos.
Una ortodoxia externa es para ellos la distinción de la verdadera iglesia de Cristo. Por lo tanto, un espíritu no bíblico de juicio, y el orgullo espiritual, son característicos de ellos.
Ellos están muy satisfechos con sí mismos en todo lo que hacen, de manera que los demás, los que no están a favor de su modo de pensar, o sea, que no han aceptado su bautismo y no se han unido a sus asambleas, son condenados por ellos, separados de la comunión de los santos de Dios, como ellos la consideran, y son considerados como personas bajo el poder de Satanás. Aunque ellos estuvieran tan llenos de fe como Esteban, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría piadosa, eso no cuenta para nada entre los bautistas, tan aferrados están, especialmente los líderes, a los juicios triviales, el amor propio y el orgullo espiritual.
Ellos siempre están partiendo el pan en sus asambleas, y esto, junto con el bautismo de agua, ocupa el lugar de aquello que es interior y más importante. “Si usted viera a una de sus compañías seguramente la tomaría por el pueblo de Dios, ya que no hay duda en cuanto a la piedad de su conducta externa.” Sin embargo, él destaca que el fariseo en la parábola tuvo una apariencia externa más piadosa que el publicano, y agrega que “no se trata de culpar la piedad externa, ya sea de los bautistas o de los monjes, sino que se requiere algo más que simplemente: ‘Levántate y bautízate.
Schwenckfeld se queja, además, de que se ejercía una tiranía sobre las conciencias de los miembros, de que existía cierto legalismo en cuanto a las costumbres, el vestuario y otras cosas externas, y se opuso a sus puntos de vista con relación a los juramentos, la guerra y la participación en el gobierno civil. De todo lo cual se puede concluir con seguridad que entre estas personas, como entre cualquier grupo considerable de hombres, incluso de cristianos, había faltas, debilidades y errores. Además, que la estrechez y el legalismo que les atribuían eran limitaciones a lasque algunos de los llamados “anabaptistas” estaban siempre expuestos, y contra las cuales los mejores entre ellos protestaban constantemente.
Schwenckfeld desaprobó las persecuciones crueles a las cuales ellos fueron sometidos. Él dice: “Yo con gusto perdonaría a la gente sencilla y temerosa de Dios que se encuentra entre ellos”. Él, además, les recuerda a sus oyentes que hay verdaderos cristianos entre ellos que, a pesar de la falta de conocimiento, tienen vida de Dios; destaca su gozo en circunstancias de sufrimiento y aconseja que si, como se decía tan a menudo, ellos eran sediciosos, debía permitirse que el gobierno civil se encargara de ellos, agregando que él los consideraba gente pacífica sin planes sediciosos. Por medio de las actividades diligentes de Schwenckfeld, llegaron a reunirse círculos de creyentes por toda Silesia, comenzando desde Liegnitzy a su alrededor. Estos fueron un patrón de santidad para aquellos a su alrededor.
En vista del mal uso de la Cena del Señor, Schwenckfeld la suspendió por un tiempo, y la influencia de su enseñanza en cuanto al uso digno e indigno de esta tuvo tal efecto que el clero luterano en Liegnitz (1526) comenzó a seguir su ejemplo. Esto trajo como resultado que muchos acusaran a Schwenckfeld de menospreciar la Cena del Señor, aunque fue un sentimiento totalmente contrario a esto lo que lo había influenciado .Su gran deseo fue llevar a cabo la unidad de la iglesia. Él escribió: Oh, quiera Dios que seamos verdaderamente el cuerpo de Cristo, unido en los lazos de amor   pero lamentablemente hasta ahora no hay la más mínima señal de algo que pudiera compararse con la primera iglesia, donde los creyentes eran de un solo corazón y una sola mente.
Sin embargo, nosotros nos mantendremos firmes en la libertad con la que Cristo nos hizo libres, y no nos uniremos a ninguna secta humana, ni tampoco nos apartaremos de la iglesia cristiana universal. Nosotros no nos someteremos a ningún yugo de esclavitud, sino que sólo nos aferraremos a la única secta divina de Jesucristo. Mi anhelo y el deseo de mi corazón es poder guiara todos a la verdad y a la unidad de Cristo y su Espíritu Santo y no ser una causa de sectarismo, división o separación de Cristo.
Como ahora hay cuatro de las llamadas iglesias, la Papal, la Luterana, la Zwingliana y la bautista o de los picardos, y cada una condena a la otra, como se puede apreciar, que Lutero condena a la Iglesia Zwingliana y a los fanáticos, uno no puede evitar preguntarse si todas ellas son o cuál de ellas es, la verdadera asamblea de la iglesia de Cristo donde uno debería encontrarse y pudiera ser bendecido.
A esta pregunta responderemos en las palabras de Pedro “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos 10.34–35).  De modo que mientras más se condenen estas iglesias unas a otras, tanto más aquellos que temen a Dios y viven de una manera piadosa y cristiana no serán, a la vista de Dios, excluidos ni condenados Aunque hasta ahora yo no me he unido totalmente a ninguna iglesia, nunca he despreciado a ninguna iglesia, persona, líder o maestro.
Yo deseo servir a todos en el Señor, y ser el amigo y hermano de todos aquellos que tengan un celo por Dios y amen a Cristo de corazón Es por ello que le pido a Dios que me conduzca bien en todo, para que me permita, conforme a la norma apostólica, reconocer correctamente a todos los espíritus, especialmente al Espíritu de Jesucristo; para que me enseñe a probar todas las cosas, a distinguir, aceptar y retenerlo que es bueno para que, en las circunstancias presentes de divisiones y separaciones, yo pueda alcanzar, con una conciencia clara y segura en Cristo, la verdad y la unidad  Mi libertad no es aprobada por todos algunos me llaman excéntrico  y muchos me miran con sospecha, pero Dios conoce mi corazón  Yo no soy un sectario, y con la ayuda de Dios no seré un perturbador de la paz.
Antes de destruir algo bueno, prefiero morir. Y es por ello que no me he unido completamente a ningún partido, secta o iglesia, de manera que pueda, en la voluntad de Dios y por medio de su gracia, sin estar en ningún partido servir a todos los partidos.
Las enseñanzas de Schwenckfeld y el incremento de los círculos que él estableció llamaron la atención del Rey Fernando quien lo catalogó como un menospreciador de la Cena del Señor y lo obligó a abandonar su patria (1529), donde él siempre había disfrutado de un alto rango y de una gran consideración. Durante los treinta años restantes de su vida él anduvo errante, perseguido por la Iglesia Luterana, la cual lo declaró formalmente un hereje, pero su exilio condujo a una propagación más amplia de los grupos que acogieron su enseñanza, especialmente en el sur de Alemania, donde algunos de los gobernantes le ofrecieron protección.
Bajo la enseñanza de Schwenckfeld estos grupos no se consideraban como iglesias. En su opinión, adoptar semejante posición implicaría su separación de los creyentes en todos los partidos existentes, a quienes ellos deseaban servir. Ellos dejaron en desuso la práctica del bautismo y la partición del pan hasta que llegaran mejores tiempos, y, mientras tanto, oraban y buscaban un nuevo derramamiento del Espíritu Santo antes de la venida del Señor, el cual uniría a su iglesia.
Su papel consistía en visitar a las personas, hacer lecturas de la Biblia y aprovecharse de toda oportunidad que se les presentara para testificar, a fin de preparar a los santos para ese momento, así como, por medio de la predicación del Evangelio, reunir de entre los inconversos tantos como fuera posible para que fueran partícipes de las bendiciones que se manifestarían.
Su abstención de cualquier testimonio a nivel de iglesia, simplemente debido a las dificultades que esto implicaba, los convirtió en una fuente de debilitamiento en lugar de fortalecimiento para aquellos hermanos que en fe trataban de llevar a cabo, como algunos habían hecho desde los tiempos apostólicos, la enseñanza de la Escritura en cuanto a las iglesias. Esos principios, llevados a cabo correctamente, no establecían una secta ni los separaban de los cristianos que no se reunían con ellos, sino que proporcionaban el fundamento sobre el cual era posible que todos los creyentes disfrutaran de una hermandad mutua, o sea, el fundamento de su hermandad común con Cristo.
Pilgram Marbeck, junto con otros, respondió a las censuras de Schwenckfeld sobre los creyentes que se reunían a manera de iglesias y practicaban el bautismo y el partimiento del pan. Schwenckfeld había expresado su desaprobación en una obra titulada: “Acerca del nuevo folleto de los hermanos bautistas publicado en el año 1542”. La respuesta de Marbeck tenía un título extenso (ochenta y tres palabras) y consistió en citar a Schwenckfeld y dar 100 respuestas.
En dicha respuesta, él y los hermanos que se le unieron, declaraban: “No es cierto que nosotros nos negamos a considerar como cristianos a aquellos que están en desacuerdo con nuestro bautismo y que los catalogamos como espíritus equivocados y menospreciadores de Cristo. No nos corresponde a nosotros juzgar o condenar a aquel que no es bautizado conforme al mandamiento de Cristo.”

VIDA Y PERSECUCIONES DE MARTIN LUTERO

Este ilustre alemán, teólogo y reformador de la Iglesia, fue hijo de Juan Lutero y de Margarita Ziegler, y nació en Eisleben, una ciudad de Sajonia, en el condado de Mansfield, el 10 de noviembre de 1483. La posición y condición de su padre eran originalmente humildes, y su oficio el de minero; pero es probable que por su esfuerzo y trabajo mejorara la fortuna de su familia, por cuanto posteriormente llegó a ser un magistrado de rango y dignidad. Lutero fue pronto iniciado en las letras, y a los trece años de edad fue enviado a una escuela en Magdeburgo, y de allí a Eisenach, en Turingia, donde quedó por cuatro años, exhibiendo las primeras indicaciones de su futura eminencia.
En 1501 fue enviado a la Universidad de Erfurt, donde pasó por los acostumbrados cursos de lógica y filosofía. A los veinte años de edad recibió el título de licenciado, y luego pasó a enseñar la física de Aristóteles, ética, y otros departamentos de filosofía. Después, por indicación de sus padres, se dedicó a la ley civil, con vistas a dedicarse a la abogacía, pero fue apartado de esta actividad por el siguiente incidente. Andando un día por los campos, fue tocado por un rayo, siendo precipitado al suelo, mientras que un compañero fue muerto justo a su lado; esto lo afectó de tal manera que, sin comunicar su propósito a ninguno de sus amigos, se retiró del mundo, y se acogió al orden de los eremitas de San Agustín.
Aquí se dedicó a leer a San Agustín y a los escolásticos; pero, rebuscando por la biblioteca, halló accidentalmente una copia de la Biblia latina, que nunca había visto antes. Esta atrajo poderosamente su curiosidad; la leyó ansiosamente, y se sintió atónito al ver qué poca porción de las Escrituras era enseñada al pueblo.
Hizo su profesión en el monasterio de Erfurt, después de haber sido novicio un año; y tomó órdenes sacerdotales, y celebró su primera Misa en 1507. Un año después fue trasladado del monasterio de Erfurt a la Universidad de Wittenberg, porque habiéndose acabado de fundar la universidad, se pensaba que nada sería mejor para darle reputación y fama inmediatas que la autoridad la presencia de un hombre tan célebre por su gran temple y erudición, como Lutero.
En esta universidad de Erfurt había un cierto anciano en el convento (de los Agustinos con quien Lutero, que era entonces de la misma orden, fraile Agustino, conversó acerca de diversas cosas, especialmente acerca de la remisión de los pecados. Acerca de este artículo, este sabio padre se franqueó con Lutero, diciéndole que el expreso mandamiento de Dios es que cada hombre crea particularmente que sus pecados le han sido perdonados en Cristo; le dijo además que esta particular interpretación estaba confirmada por San Bernardo: «Este es el testimonio que te da el Espíritu Santo en tu corazón, diciendo: Tus pecados te son perdonados. Porque ésta es la enseñanza del apóstol, que el hombre es libremente justificado por la fe.»
Estas palabras no sólo sirvieron para fortalecer a Lutero, sino también para enseñarle el pleno sentido de San Pablo, que insiste tantas veces en esta frase: «Somos justificados por la fe.» Y habiendo leído las exposiciones de muchos acerca de este pasaje, luego percibió, tanto por el discurso del anciano como por el consuelo que recibió en su espíritu, la vanidad de las interpretaciones que antes había creído de los escolásticos. Y así, poco a poco, leyendo y comparando los dichos y ejemplos de los profetas y de los apóstoles, con una continua invocación a Dios, y la excitación de la fe por el poder de la oración, percibió esta doctrina con la mayor evidencia. Así prosiguió su estudio en Erfurt por espacio de cuatro años en el convento de los Agustinos.
En 1512, al tener una pendiente siete conventos de su orden con su vicario general, Lutero fue escogido para ir a Roma para mantener su causa. En Roma vio al Papa y su corte, y tuvo también la oportunidad de observar las maneras del clero, cuya manera apresurada, superficial e impía de celebrar la Misa ha observado con severidad. Tan pronto como hubo ajustado la disputa que había sido el motivo de su viaje, volvió a Wittenberg, y fue constituido doctor en teología, a costa de Federico, elector de Sajonia, que le había oído predicar con frecuencia, que estaba perfectamente familiarizado con su mérito, y que le reverenciaba sumamente.
Continuó en la Universidad de Wittenberg, donde, como profesor de teología, se dedicó a la actividad de su vocación. Aquí comenzó de la manera más intensa a leer conferencias sobre los sagrados libros. Explicó la Epístola a los Romanos, y los Salmos, que aclaró y explicó de una manera tan totalmente nueva y diferente de lo que había sido el estilo de los anteriores comentaristas, que «parecía, tras una larga y oscura noche, que amanecía un nuevo día, a juicio de todos los hombres piadosos y prudentes.»
Lutero dirigía diligentemente las mentes de los hombres al Hijo de Dios, como Juan el Bautista anunciaba al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo; del mismo modo Lutero, resplandeciendo en la Iglesia como una luz brillante tras una larga y tenebrosa noche, mostró de manera clara que los pecados son libremente remitidos por el amor del Hijo de Dios, y que deberíamos abrazar fielmente este generoso don.
Su vida se correspondía con su profesión; y se evidenció de manera clara que sus palabras no eran actividad meramente de sus labios, sino que procedían de su mismo corazón. Esta admiración de su santa vida atrajo mucho los corazones de sus oyentes.
Para prepararse mejor para la tarea que había emprendido, se aplicó atentamente al estudio de los lenguajes griego y hebreo; y a esto estaba dedicado cuando se publicaron las indulgencias generales en 1517.
León X, que sucedió a Julio II en marzo del 1513, tuvo el designio de construir la magnífica Iglesia de San Pedro en Roma, que desde luego había sido comenzada por Julio, pero que aún precisaba de mucho dinero para poder ser acabada. Por ello, León, en 1517, publicó indulgencias generales por toda Europa, en favor de todos los que contribuyeran con cualquier suma para la edificación de San Pedro; y designó a personas en diferentes países para proclamar estas indulgencias y para recibir dinero de las mismas. Estos extraños procedimientos provocaron mucho escándalo en Wittenbetg, y de manera particular inflamaron el piadoso celo de Lutero, el cual, siendo de natural ardiente y activo, e incapaz en este caso de contenerse, estaba decidido a declararse en contra de tales indulgencias en todas las circunstancias.
Por ello, en la víspera del día de Todos los Santos, en 1517, fijó públicamente, en la iglesia adyacente al castillo de aquella ciudad, una tesis sobre las indulgencias; al principio de las mismas retaba a cualquiera a que se opusiera a ellas bien por escrito, bien en debate oral. Apenas si se habían publicado las proposiciones de Lutero acerca de las indulgencias que Tetzel, el fraile Dominico y comisionado para su venta, mantuvo y publicó una tesis en Frankfort, en la que contenía un conjunto de proposiciones directamente contrarias a ellas. Hizo más: agitó al clero de su orden en contra de Lutero; lo anatematizó desde el púlpito como un hereje condenable, y quemó su tesis de manera pública en Frankfort. La tesis de Tetzel fue también quemada, en reacción, por los luteranos en Wittenberg; pero el mismo Lutero negó haber tenido parte alguna en esta acción.
En 1518, Lutero, aunque disuadido de ello por sus amigos, pero para mostrar obediencia a la autoridad, acudió al monasterio de San Agustín en Heidelberg, donde se celebraba capítulo; y allí mantuvo, el 26 de abril, una disputa acerca de la «justificación por la fe», que Bucero, que entonces estaba presente, tomó por escrito, comunicándola después a Beatas Rhenanus, no sin los más grandes encomios.
Mientras tanto, el celo de sus adversarios fue creciendo más y más en contra de él; finalmente fue acusado delante de León X como hereje. Entonces, tan pronto como hubo regresado de Heidelberg, le escribió una carta a aquel Papa en los términos más sumisos; le envió, al mismo tiempo, una explicación de sus proposiciones acerca de las indulgencias. Esta carta está fechada en el Domingo de Trinidad de 1518, e iba acompañada de una protesta en la que se declara que «no pretendía él proponer ni defender nada contrario a las Sagradas Escrituras ni a la doctrina de los padres, recibida y observada por la Iglesia de Roma, ni a los cánones ni decretales de los Papas; sin embargo, pensaba que tenía libertad bien para aprobar o para desaprobar aquellas opiniones de Santo Tomás, Buenaventura y otros escolásticos y canonistas, que no se basaban en texto alguno.
El emperador Maximiliano estaba igual de solícito que el Papa acerca de detener la propagación de las opiniones de Lutero en Sajonia, que eran perturbadoras tanto para la Iglesia como para el Imperio. Por ello, Maximiliano escribió a León una carta fechada el 5 de agosto de 1518, pidiéndole que prohibiera, por su autoridad, estas inútiles, desconsideradas y peligrosas disputas; también le aseguraba que cumpliría estrictamente en su imperio todo aquello que Su Santidad ordenase.
Mientras tanto, Lutero, en cuanto supo lo que se estaba llevando a cabo acerca de él en Roma, empleó todos los medios imaginables para impedir ser llevado allí, y para obtener que su causa fuera oída en Alemania. El elector estaba también opuesto a que Lutero fuera a Roma, y pidió al Cardenal Cayetano que pudiera ser oído delante de él, como legado del Papa en Alemania. Con esto, el Papa consintió en que su causa fuera juzgada delante del Cardenal Cayetano, a quien había dado poderes para decidirla.
Por ello, Lutero se dirigió de inmediato a Augsburgo, llevando consigo cartas del elector. Llegó allá en octubre de 1518, y, habiéndosele dado seguridades, fue admitido en presencia del cardenal. Pero Lutero vio pronto que tenía más que temer del cardenal que de disputas de ningún tipo; por ello, temiendo un arresto si no se sometía, se retiró de Augsburgo el día veinte. Pero, antes de partir, publicó una apelación formal al Papa, y viéndose protegido por el elector, prosiguió predicando las mismas doctrinas en Wittenberg, y envió un reto a todos los inquisidores a que acudieran y disputaran con él.
Con respecto a Lutero, Miltitius, el chambelán del Papa, tenía orden de demandar del elector que le obligara a retractarse, o que le negara su protección; pero las cosas no iban a poder ser efectuadas con tanta altanería, siendo que el crédito de Lutero estaba demasiado bien establecido. Además, sucedió que
el emperador Maximiliano murió el doce de aquel mes, lo que alteró mucho el aspecto de las cosas, e hizo al elector más capaz de decidir la suerte de Lutero. Por ello, Miltitius pensó que lo mejor sería ver qué se podría hacer con medios limpios y gentiles, y para este fin comenzó a conversar con Lutero.
Durante todos estos acontecimientos la doctrina de Lutero se fue esparciendo y prevaleciendo mucho; y él mismo recibió alientos de su tierra y desde fuera. Por aquel tiempo los bohemios le enviaron un libro del célebre Juan Huss, que habla caído mártir en la obra de la reforma, y también cartas en las que le exhortaban a la constancia y a la perseverancia, reconociendo que la teología que él enseñaba era la teología pura, sana y ortodoxa. Muchos hombres eruditos y eminentes se pusieron de su parte.
En 1519 tuvo una célebre disputa en Leipzig con Juan Eccius. Pero esta disputa terminó al final como todas las otras, no habiéndose aproximado las posturas de las partes en absoluto, sino que se sentían más enemigos personales que antes.
Alrededor del fin del año, Lutero publicó un libro en el que defendía que la Comunión se celebrara bajo ambas especies; esto fue condenado por el obispo de Misnia el 24 de enero de 1520.
Mientras Lutero trabajaba para defenderse ante el nuevo emperador y los obispos de Alemania, Eccius habla ido a Roma para pedir su condena, lo que, como podrá concebirse, ahora no iba a ser tan difícil de conseguir. Lo cierto es que la continua importunidad de los adversarios de Lutero ante León le llevaron al final a publicar una condena contra él, e hizo esto en una bula con fecha del 15 de junio de 1520. Esto tuvo lugar en Alemania, publicada allí por Eccius, que la había solicitado en Roma, y que estaba encargado, junto a Jerónimo Alejandro, persona eminente por su erudición y elocuencia, de la ejecución de la misma. Mientras tanto, Carlos I de España y V de Alemania, después de haber resuelto sus dificultades en los Países Bajos, pasó a Alemania, y fue coronado emperador el veintiuno de octubre en Aquisgrán.
Martín Lutero, después de haber sido acusado por primera vez en Roma en Jueves Santo por la censura papal, se dirigió poco después de la Pascua hacia Worms, donde el mencionado Lutero, compareciendo ante el emperador y todos los estados de Alemania, se mantuvo constante en la verdad, se defendió a sí mismo, y dio respuesta a sus adversarios.
Lutero quedó alojado, bien agasajado y visitado por muchos condes, barones, caballeros del orden, gentileshombres, sacerdotes y de los comunes, que frecuentaban su alojamiento hasta la noche.
Vino, en contra de las expectativas de muchos, tanto adversarios como amigos. Sus amigos deliberaron juntos, y muchos trataron de persuadirle para que no se aventurara a tal peligro, considerando que tantas veces no se había respetado la promesa hecha de seguridad. Él, tras haber escuchado todas sus persuasiones y consejos, respondió de esta manera: «Por lo que a mí respecta, ya que me han llamado, estoy resuelto y ciertamente decidido a acudir a Worms, en nombre de nuestro Señor Jesucristo; si, aunque supiera que hay tantos demonios para resistirme allí como tejas para cubrir las casas de Worms.»
Al día siguiente, el heraldo lo trajo de su alojamiento a la corte del emperador, donde quedó hasta las seis de la tarde, porque los príncipes estaban ocupados en graves consultas; quedando allí, y rodeado de gran número de personas, y casi aplastado por tanta multitud. Luego, cuando los príncipes se hubieron sentado, entró Lutero, y Eccius, el oficial, habló de esta guisa:
«Responde ahora a la demanda del Emperador. ¿Mantendrás tú todos los libros que has reconocido tuyos, o revocarás algunas partes de los mismos y te someterás?»
Martín Lutero respondió modesta y humildemente, pero no sin una cierta firmeza y constancia cristiana. «Considerando que vuestra soberana majestad y vuestros honores demandan una respuesta llana, esto digo y profeso tan resueltamente como pudo, sin dudas ni sofisticaciones, que si no se me convence por el testimonio de las Escrituras (porque no creo ni al Papa ni a sus Concilios generales, que han errado muchas veces, y que han sido contradictorios entre sí), mi conciencia está tan ligada y cautivada por estas Escrituras y la Palabra de Dios, que no me retracto ni me puedo retractar de nada en absoluto, considerando que no es ni piadoso ni legítimo hacer nada en contra de mi conciencia. Aquí estoy y en esto descanso: nada más tengo que decir. ¡Que Dios tenga misericordia de mi!»
Los príncipes consultaron entre sí acerca de esta respuesta dada por Lutero, y tras haber interrogado diligentemente al mismo, el pro locutor comenzó a interpelarle así: «La Majestad Imperial demanda de ti una simple respuesta, sea negativa, sea afirmativa, si pretendes defender todos tus libros como cristianos, o no.»
Entonces Lutero, dirigiéndose al emperador y a los nobles, les rogó que no le forzaran a ceder contra su conciencia, confirmada por las Sagradas Escrituras, sin argumentos manifiestos que alegaran sus adversarios. «Estoy atado por las Escrituras.»
Antes que se disolviera la Dieta de Worms, Carlos V hizo redactar un edicto, fechado el ocho de mayo, decretando que Martín Lutero fuera, en conformidad a la sentencia del Papa, considerado desde entonces miembro separado de la Iglesia, cismático, y hereje obstinado y notorio. Mientras que la bula de León X, ejecutada por Carlos V tronaba por todo el imperio, Lutero fue encerrado a salvo en el castillo de Wittenberg; pero cansado al final de su retiro, volvió a aparecer en público en Wittenberg el 6 de marzo de 1522, después de una ausencia de unos diez meses.
Lutero hizo ahora abiertamente la guerra al Papa y a los obispos; y a fin de lograr que el pueblo menospreciara la autoridad de los mismos tanto como fuera posible, escribió un libro contra la bula del Papa, y otro contra el Orden falsamente llamado «El Orden Episcopal». Publicó asimismo una traducción del Nuevo Testamento en lengua alemana, que fue posteriormente corregida por él mismo y Melancton.
Ahora reinaba la confusión en Alemania, y no menos en Italia, porque surgió una contienda entre el Papa y el Emperador, durante la que Roma fue tomada dos veces, y el Papa hecho preso. Mientras los príncipes estaban así ocupados en sus pendencias mutuas, Lutero continuó llevando a cabo la obra de la Reforma, oponiéndose también a los papistas y combatiendo a los Anabaptistas y otras sectas fanáticas que, aprovechando su enfrentamiento con la Iglesia de Roma, habían surgido y se habían establecido en diversos lugares.
En 1527, Lutero sufrió un ataque de coagulación de sangre alrededor del corazón, que casi puso fin a su vida. Pareciendo que las perturbaciones en Alemania no tenían fin, el Emperador se vio obligado a convocar una dieta en Spira, en el 1529, para pedir la ayuda de los príncipes del imperio contra los turcos. Catorce ciudades, Estrasburgo, Nuremberg, Ulm, Constanza, Retlingen, Windsheim, Merumingen, Lindow, Kempten, Hailbron, Isny, Weissemburg, Norlingen, St. Gal, se unieron contra el decreto de la dieta, emitiendo una protesta que fue escrita y publicada en abril de 1529. Ésta fue la célebre protesta que dio el nombre de «Protestantes» a los reformadores en Alemania.
Después de esto, los príncipes protestantes emprendieron la formación de una alianza firme, e instruyeron al elector de Sajonia y a sus aliados que aprobaran lo que la Dieta había hecho; pero los diputados redactaron una apelación, y los protestantes presentaron luego una apología por su «Confesión», la famosa confesión que había sido redactada por el moderado Melancton, como también la apología. Todo esto fue firmado por varios de los príncipes, y a Lutero ya no le quedó nada más por hacer sino sentarse y contemplar la magna obra que había llevado a cabo; porque que un solo monje pudiera darle a la Iglesia de Roma un golpe tan rudo que se necesitara sólo de otro parecido para derribada del todo, bien puede considerarse una magna obra.
En 1533 Lutero escribió una epístola consoladora a los ciudadanos de Oschatz, que habían sufrido algunas penalidades por haberse adherido a la confesión de fe de Augsburgo; y en 1534 se imprimió la Biblia que él había traducido al alemán, como lo muestra el antiguo privilegio fechado en Bibliópolis, de mano del mismo elector; y fue publicada al año siguiente. También aquel año publicó un libro: «Contra las Misas y la Consagración de los Sacerdotes.»
En febrero de 1537 se celebró una asamblea en Smalkalda acerca de cuestiones religiosas, a la que fueron llamados Lutero y Melancton. En esta reunión Lutero cayó tan enfermo que no habla esperanzas de su recuperación. Mientras le llevaban de vuelta escribió su testamento, en el que legaba su desdén del papado a sus amigos y hermanos. Y así estuvo activo hasta su muerte, que tuvo lugar en 1546.
Aquel año, acompañado por Melancton, había visitado su propio país, que no había visto por muchos años, y había vuelto sano y salvo. Pero poco después fue llamado otra vez por los condes de Mansfelt, para que arbitrara unas diferencias que habían surgidos acerca de sus límites, y al llegar fue recibido por cien o más jinetes, y conducido de manera muy honrosa. Pero en aquel tiempo enfermó tan violentamente que se temió que pudiera morir. Dijo entonces que estos ataques de enfermedad siempre le sobrevenían cuando tenía cualquier gran obra que emprender. Pero en esta ocasión no se recuperó, sino que murió, el 18 de febrero, a la edad de sesenta y tres años.
Poco antes de expirar, amonestó a aquellos que estaban a su alrededor que oraran por la propagación del Evangelio, «porque el Concilio de Trento,» les dijo, «que ha tenido una o dos sesiones, y el Papa, inventarán extrañas cosas contra él.» Sintiendo que se aproximaba el fatal desenlace, antes de las nueve de la mañana se encomendó a Dios con esta devota oración: «¡Mi Padre celestial, Dios eterno y misericordioso! Tú me has manifestado tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Le he enseñado, le he conocido; le amo como mi vida, mi salud y mi redención, a Quien los malvados han perseguido, calumniado y afligido con vituperios. Lleva mi alma a ti.»
Después de esto dijo lo que sigue, repitiéndolo tres veces: «¡En tus manos encomiendo mi espíritu, Tú me has redimido, oh Dios de verdad! «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna»» Habiendo repetido sus oraciones varias veces, fue llamado a Dios. Así, orando, su limpia alma fue separada pacíficamente del cuerpo terrenal.

PERSECUCIONES GENERALES EN ALEMANIA

Persecuciones generales en Alemania Las persecuciones generales en Alemania fueron principalmente causadas por las doctrinas y el ministerio de Martín Lutero. Lo cierto es que el Papa quedó tan alarmado por el éxito del valiente reformador que decidió emplear al Emperador Carlos V, a cualquier precio, en el plan para intentar su extirpación.
Para este fin:
1. Dio al emperador doscientas mil coronas en efectivo.
2. Le prometió mantener doce mil infantes y cinco mil tropas de caballería, por el espacio de seis meses, o durante una campaña.
3. Permitió al emperador recibir la mitad de los ingresos del clero del imperio durante la guerra.
4. Permitió al emperador hipotecar las fincas de las abadías por quinientas mil coronas, para ayudar en la empresa de las hostilidades contra los protestantes.
Así incitado y apoyado, el emperador emprendió la extirpación de los protestantes, contra los que, de todas maneras, tenía un odio personal; y para este propósito se levantó un poderoso ejército en Alemania, España e Italia.
Mientras tanto, los príncipes protestantes constituyeron una poderosa confederación, para repeler el inminente ataque. Se levantó un gran ejército, y se dio su mando al elector de Sajonia, y al landgrave de Hesse. Las fuerzas imperiales iban mandadas personalmente por el emperador de Alemania, y los ojos de toda Europa se dirigieron hacia el suceso de la guerra.
Al final los ejércitos chocaron, y se libró una furiosa batalla, en la que los protestantes fueron derrotados, y el elector de Sajonia y el landgrave de Hesse hechos prisioneros. Este golpe fatal fue sucedido por una horrorosa persecución, cuya dureza fue tal que el exilio podía considerarse como una suerte suave, y la ocultación en un tenebroso bosque como una felicidad. En tales tiempos una cueva es un palacio, una roca un lecho de plumas, y las raíces, manjares.
Los que fueron atrapados sufrieron las más crueles torturas que podían inventar las imaginaciones infernales: y por su constancia dieron prueba de que un verdadero cristiano puede vencer todas las dificultades, y a pesar de todos los peligros ganar la corona del martirio.
Enrique Voes y Juan Esch prendidos como protestantes, fueron llevados al inte-terrogatorio. Voes, respondiendo por sí mismo y por el otro, dio las siguientes respuestas a algunas preguntas que les hizo el sacerdote, que los examinó por orden de la magistratura.
Sacerdote. ¿No erais vosotros dos, hace algunos años, frailes agustinos?
Voes. Sí.
Sacerdote. ¿Cómo es que habéis abandonado el seno de la Iglesia de Roma?
Voes. Por sus abominaciones.
Sacerdote. ¿En qué creéis?
Voes. En el Antiguo y Nuevo Testamento.
Sacerdote. ¿No creéis en los escritos de los padres y en los decretos de los Concilios?
Voes. Sí, si concuerdan con la Escritura.
Sacerdote. ¿No os sedujo Martín Lutero?
Voes. Nos ha seducido de la misma manera en que Cristo sedujo a los apóstoles: esto es, nos hizo consciente de la fragilidad de nuestros cuerpos y del valor de nuestras almas.
Este interrogatorio fue suficiente. Ambos fueron condenados a las llamas, y poco después padecieron con aquella varonil fortaleza que corresponde a los cristianos cuando reciben la corona del martirio.
Enrique Sutphen, un predicador elocuente y piadoso, fue sacado de su cama en medio de la noche, y obligado a caminar descalzo un largo trecho, de modo que los pies le quedaron terriblemente cortados. Pidió un caballo, pero los que le llevaban dijeron con escarnio: «¡Un caballo para un hereje! No, no, los herejes pueden ir descalzos.» Cuando llegó al lugar de su destino, fue condenado a morir quemado: pero durante la ejecución se cometieron muchas indignidades contra él, porque los que estaban junto a él, no contentos con lo que sufría en las llamas, le contaron y sajaron de la manera más terrible.
Muchos fueron asesinados en Halle; Middelburg fue tomado al asalto, y todos los protestantes fueron pasados a cuchillo, y muchos fueron quemados en Viena.
Enviado un oficial a dar muerte a un ministro, pretendió, al llegar, que sólo lo quería visitar. El ministro, que no sospechaba sus crueles intenciones, agasajó a su supuesto invitado de modo muy cordial. Tan pronto como la comida hubo acabado, el oficial dijo a unos de sus acompañantes: «Tomad a este clérigo, y colgadlo.» Los mismos acompañantes quedaron tan atónitos tras las cortesías que habían visto, que vacilaron ante las órdenes de su jefe: el ministro dijo: «Pensad el aguijón que quedara en vuestra conciencia por violar de esta manera las leyes de la hospitalidad.» Pero el oficial insistió en ser obedecido, y los acompañantes, con repugnancia, cumplieron el execrable oficio de verdugo.
Pedro Spengler, un piadoso teólogo, de la ciudad de Schalet, fue echado al río y ahogado. Antes de ser llevado a la ribera del río que iba a ser su tumba, lo expusieron en la plaza del mercado, para proclamar sus crímenes, que eran no ir a Misa, no confesarse, y no creer en la transubstanciación. Terminada esta ceremonia, él hizo un discurso excelente al pueblo, y terminó con una especie de himno de naturaleza muy edificante.
Un caballero protestante fue sentenciado a decapitación por no renunciar a su religión, y fue animoso al lugar de la ejecución. Acudió un fraile a su lado, y le dijo estas palabras en voz muy baja: «Ya que tenéis gran repugnancia a abjurar en público de vuestra fe, musitad vuestra confesión en mi oído, y yo os absolveré de vuestros pecados.» A esto el caballero replicó en voz alta: «No me molestes, fraile, he confesado mis pecados a Dios, y he obtenido la absolución por los méritos de Jesucristo.» Luego, dirigiéndose al verdugo, le dijo: «Que no me molesten estos hombres: cumple tu oficio,» y su cabeza cayó de un solo golpe.
Wolfgang  Scuch y Juan Ruglin, dos dignos ministros, fueron quemados, como también Leonard Keyser, un estudiante de la Universidad de Wertembergli; y Jorge Carpenter, bávaro, fue colgado por rehusar retractarse del protestantismo.
Habiéndose apaciguado las persecuciones en Alemania durante muchos años, volvieron a desencadenarse en 1630, debido a la guerra del emperador contra el rey de Suecia, porque éste era un príncipe protestante, y consiguientemente los protestantes alemanes defendieron su causa, lo que exasperó enormemente al emperador contra ellos.
Las tropas imperiales pusieron sitio a la ciudad de Passewalk (que estaba defendida por los suecos), y, tomándola al asalto, cometieron las más horribles crueldades. Destruyeron las iglesias, quemaron las casas, saquearon los bienes, mataron a los ministros, pasaron a la guarnición a cuchillo, colgaron a los ciudadanos, violaron a las mujeres, ahogaron a los niños, etc., etc.
En Magdeburgo tuvo lugar una tragedia de lo más sanguinaria, en el año 1631. Habiendo los generales Tilly y Pappenheim tomado aquella ciudad protestante al asalto, hubo una matanza de más de veinte mil personas, sin distinción de rango, sexo o edad, y seis mil más fueron ahogadas en su intento de escapar por río Elba. Después de apaciguarse esta furia, los habitantes restantes fueron desnudados, azotados severamente, les fueron cortadas las orejas, y, enyugados como bueyes, fueron soltados.
La ciudad de Roxter fue tomada por el ejército papista, y todos sus habitantes, así como la guarnición, fueron pasados a cuchillo; hasta las casas fueron incendiadas, y los cuerpos fueron consumidos por las llamas.
En Griphenberg, cuando prevalecieron las tropas imperiales, encerraron a los senadores en la cámara del senado, y los asfixiaron rodeándola con paja encendida.
Franhendal se rindió bajo unos artículos de capitulación, pero sus habitantes fueron tratados tan cruelmente como en otros lugares; y en Heidelberg muchos fueron echados en la cárcel y dejados morir de hambre.
Así se enumeran las crueldades cometidas por las tropas imperiales, bajo el Conde Tilly, en Sajonia: Estrangulación a medias, recuperación de las personas, y vuelta a lo mismo. Aplicación de afiladas ruedas sobre los dedos de las manos y de los pies. Aprisionamiento de los pulgares en tomillos de banco. El forzamiento de las cosas más inmundas garganta abajo, por las cuales muchos quedaron ahogados. El pensamiento con sogas alrededor de la cabeza de tal manera que la sangre brotaba de los ojos, de la nariz, de los oídos y de la boca. Cerillas ardiendo en los dedos de las manos y de los pies, en los brazos y piernas, y hasta en la lengua. Poner pólvora en la boca, y prenderla, con lo que la cabeza volaba en pedazos. Atar bolsas de pólvora por todo el cuerpo, con lo que la persona era destrozada por la explosión. Tirar en vaivén de sogas que atravesaban las carnes. Incisiones en la piel con instrumentos cortantes. Inserción de alambres a través de la nariz, de los oídos, labios, etc.
Colgar a los protestantes por las piernas, con sus cabezas sobre un fuego, por lo que quedaban secados por el fuego. Colgarlos de un brazo hasta que quedaba dislocado. Colgar de garfios a través de las costillas. Obligar a beber hasta que la persona reventaba. Cocer a muchos en hornos ardientes. Fijación de pesos en los pies, subiendo a muchos Juntos con una polea. La horca, asfixia, asamiento, apuñalamiento, freimiento, el potro, la violación, el destripamiento, el quebrantamiento de los huesos, el despellejamiento, el descuartizamiento entre caballos indómitos, ahogamiento, estrangulación, cocción, crucifixión, emparedamiento, envenenamiento, cortamiento de lenguas, narices, oídos, etc., aserramiento de los miembros, troceamiento a hachazos y arrastre por los pies por las calles.
Estas enormes crueldades serán un baldón perpetuo sobre la memoria del Conde Tilly, que no sólo cometió sino que mandó a las tropas que las pusieran en práctica. Allí donde llegaba seguían las más horrendas barbaridades y crueles depredaciones; el hambre y el fuego señalaban sus avances, porque destruía todos los alimentos que no podía llevarse consigo, y quemaba todas las ciudades antes de dejarlas, de modo que el resultado pleno de sus conquistas eran el asesinato, la pobreza y la desolación.
A un anciano y piadoso teólogo lo desnudaron, lo ataron boca arriba sobre una mesa, y ataron un gato grande y fiero sobre su vientre. Luego pellizcaron y atormentaron al gato de tal manera que en su furia le abrió el vientre y le remordió las entrañas.
Otro ministro y su familia fueron apresados por estos monstruos inhumanos; violaron a su mujer e hija delante de él, enclavaron a su hijo recién nacido en la punta de una lanza, y luego, rodeándole de todos sus libros, les prendieron fuego, y fue consumido en medio de las llamas.
En Hesse-Cassel, algunas de las tropas entraron en un hospital, donde había principalmente mujeres locas, y desnudando a aquellas pobres desgraciadas, las hicieron correr por la calle a modo de diversión, dando luego muerte a todas.
En Pomerania, algunas de las tropas imperiales que entraron en una ciudad pequeña tomaron a todas las mujeres jóvenes, y a todas las muchachas de más de diez años, y poniendo a sus padres en un círculo, les mandaron cantar Salmos, mientras violaban a sus niñas, diciéndoles que si no lo hacían, las despedazarían después. Luego tomaron a todas las mujeres casadas que tenían niños pequeños, y las amenazaron que si no consentían a gratificar sus deseos, quemarían a sus niños delante de ellas en un gran fuego, que habían encendido para ello.
Una banda de soldados del Conde Tilly se encontraron con un grupo de mercaderes de Basilea, que volvían del gran mercado de Estrasburgo, e in tentaron rodearlos. Sin embargo, todos escaparon menos diez, dejando sus bienes tras ellos. Los diez que fueron tomados rogaron mucho por sus vidas, pero los soldados los asesinaron diciendo: «Habéis de morir, porque sois herejes, y no tenéis dinero.»
Los mismos soldados encontraron a dos condesas que, junto con algunas jóvenes damas, las hijas de una de ellas, estaban dando un paseo en un landau. Los soldados les perdonaron la vida, pero las trataron con la mayor indecencia, y, dejándolas totalmente desnudas, mandaron al cochero que prosiguiera.
Por la mediación de Gran Bretaña, se restauró finalmente la paz en Alemania, y los protestantes quedaron sin ser molestados durante varios años, hasta que se dieron nuevas perturbaciones en el Palatinado, que tuvieron estas causas.
La gran Iglesia del Espíritu Santo, en Heidelberg, había sido compartida durante muchos años por los protestantes y católicos romanos de esta manera: los protestantes celebraban el servicio divino en la nave o cuerpo de la iglesia; los católicos romanos celebraban Misa en el coro. Aunque ésta había sido la costumbre desde tiempos inmemoriales, el elector del Palatinado, finalmente, decidió no permitirlo más, declarando que como Heidelberg era su capital, y la Iglesia del Espíritu Santo la catedral de su capital, el servicio divino debía ser llevado a cabo sólo según los ritos de la Iglesia de la que él era miembro. Entonces prohibió a los protestantes entrar en la iglesia, y dio a los papistas su entera posesión.
El pueblo, agraviado, apeló a los poderes protestantes para que se les hiciera justicia, lo que exasperó de tal modo al elector que suprimió el catecismo de Heidelberg. Sin embargo, los poderes protestantes acordaron unánimes exigir satisfacciones, por cuanto el elector, con su conducta, había quebrantado un artículo del tratado de Westfalia; también las cortes de Gran Bretaña, Prusia, Holanda, etc., enviaron embajadores al elector, para exponerle la injusticia de su proceder, y para amenazarle que, a no ser que cambiara su conducta para con los protestantes del Palatinado, ellos tratarían también a sus Súbditos católicos romanos con la mayor severidad.
Tuvieron lugar muchas y violentas disputas entre los poderes protestantes y los del elector, y estas se vieron muy incrementadas por el siguiente incidente: estando el carruaje de un ministro holandés delante de la puerta del embajador residente enviado por el príncipe de Hesse, una compañía apareció llevando la hostia a casa de un enfermo; el cochero no le prestó la menor atención, lo que observaron los acompañantes de la hostia, y lo hicieron bajar de su asiento, obligándole a poner la rodilla en el suelo. Esta violencia contra la persona de un criado de un ministro público fue mal vista por todos los representantes protestantes; y para agudizar aún más las diferencias, los protestantes presentaron a los representantes tres artículos de queja:
1. Que se ordenaban ejecuciones militares contra todos los zapateros protestantes que rehusaban contribuir a las Misas de San Crispín.
2. Que a los protestantes se les prohibía trabajar en días santos de los papistas, incluso en la época de la cosecha, bajo penas muy severas, lo que ocasionaba graves inconvenientes y causaba graves perjuicios a las actividades públicas.
3. Que varios ministros protestantes habían sido desposeídos de sus iglesias, bajo la pretensión de haber sido fundadas y edificadas originalmente por católicos romanos.
Finalmente, los representantes protestantes se pusieron tan apremiantes como para insinuarle al elector que la fuerza de las armas le iba a obligar a hacer la justicia que había negado a su embajada. Esta amenaza lo volvió a la razón, porque bien conocía la imposibilidad de llevar a cabo una guerra contra los poderosos estados que le amenazaban. Por ello, accedió a que la nave de la Iglesia del Espíritu Santo les fuera devuelta a los protestantes. Restauró el catecismo de Heidelberg, volvió a dar a los ministros protestantes la posesión de las iglesias de las que habían sido desposeídos, permitió a los protestantes trabajar en días santos de los papistas, y ordenó que nadie fuera molestado por no arrodillarse cuando pasara la hostia por su lado.
Estas cosas las hizo por temor, pero para mostrar su resentimiento contra sus súbditos protestantes, en otras circunstancias en las que los poderes protestantes no tenían derecho a interferir, abandonó totalmente Heidelberg, traspasando todas las cortes de justicia a Mannheim, que estaba totalmente habitada por católicos romanos. Asimismo edificó allí un nuevo palacio, haciendo de él su lugar de residencia; y, siendo seguido por los católicos de Heidelberg, Mannheim se convirtió en un lugar floreciente.
Mientras tanto, los protestantes de Heidelberg quedaron sumidos en la pobreza, y muchos quedaron tan angustiados que abandonaron su país nativo, buscando asilo en estados protestantes. Un gran número de estos fueron a Inglaterra, en tiempos de la Reina Ana, donde fueron cordialmente recibidos, y hallaron la más humanitaria ayuda, tanto de donaciones públicas como privadas.
En 1732, más de treinta mil protestantes fueron echados del arzobispado de Salzburgo, en violación del tratado de Westfalia. Salieron en lo más crudo del invierno, con apenas las ropas suficientes para cubrirles, y sin provisiones, sin permiso para llevarse nada consigo. Al no ser acogida la causa de esta pobre gente por aquellos estados que hubieran podido obtener reparación, emigraron a varios países protestantes, y se asentaron en lugares donde pudieran gozar del libre ejercicio de su religión, sin daño a sus conciencias, y viviendo libres de las redes de la superstición papal, y de las cadenas de la tiranía papal.

PERSECUCIONES EN LOS PAISES BAJOS

Historia de las persecuciones en los Países Bajos Habiéndose extendido con éxito la luz del Evangelio por los Países Bajos, el Papa instigó al emperador a iniciar una persecución contra los protestantes; muchos cayeron entonces mártires bajo la malicia supersticiosa y el bárbaro fanatismo, entre los que los más notables fueron los siguientes.
Wendelinuta, una piadosa viuda protestante, fue prendida por causa de su religión, y varios monjes intentaron, sin éxito, que se retractara. Como no podían prevalecer, una dama católica romana conocida suya deseó ser admitida en la mazmorra donde ella estaba encerrada, prometiendo esforzarse por inducir a la prisionera a abjurar de la religión reformada. Cuando fue admitida a la mazmorra, hizo todo lo posible por llevar a cabo la tarea que había emprendido; pero al ver inútiles sus esfuerzos, dijo: «Querida Wendelinuta, si no abrazas nuestra fe, mantén al menos secretas las cosas que tú profesas, y trata de alargar tu vida.»
A lo que la viuda le contestó: «Señora, usted no sabe lo que dice; porque con el corazón creemos para justicia, pero con la boca se hace confesión para salvación.» Como rehusó rotundamente retractarse, sus bienes fueron confiscados, y ella fue condenada a la hoguera. En el lugar de la ejecución, un monje le presentó una cruz, y la invitó a besarla y a adorar a Dios. A esto ella respondió: «No adoro yo a ningún dios de madera, sino al Dios eterno que está en el cielo.» Entonces fue ejecutada, pero por mediación de la dama católica romana antes mencionada, le fue concedido el favor de ser estrangulada antes de ponerse fuego a la leña.
Dos clérigos protestantes fueron quemados en Colen; un comerciante de Amberes, llamado Nicolás, fue atado en un saco, y echado al río y ahogado. Y Pistorius, un erudito estudiante, fue llevado al mercado de un pueblo holandés en una camisa de fuerza, y allí lanzado a la hoguera.
Dieciséis protestantes fueron sentenciados a decapitación y se ordenó a un ministro protestante que asistiera a la ejecución. Este hombre llevó a cabo la función de su oficio con gran propiedad, exhortándolos al arrepentimiento, y les dio consolación en las misericordias de su Redentor. Tan pronto los dieciséis fueron decapitados, el magistrado le gritó al verdugo: «Te falta aún dar un golpe, verdugo; debes decapitar al ministro; nunca podrá morir en mejor momento que éste, con tan buenos preceptos en su boca y unos ejemplos tan loables delante de él.» Fue entonces decapitado, aunque hasta muchos de los mismos católicos romanos reprobaron este gesto de crueldad pérfida e innecesaria.
Jorge Scherter, ministro de Salzburgo, fue prendido y encerrado en prisión por instruir a su grey en el conocimiento del Evangelio. Mientras estaba en su encierro, escribió una confesión de su fe. Poco después de ello fue condenado, primero a ser decapitado, y luego a ser quemado. De camino al lugar de la ejecución les dijo a los espectadores: «Para que sepáis que muero como cristiano, os daré una señal.» Y esto se verificó de una manera de lo más singular, porque después que le fuera cortada la cabeza, el cuerpo yació durante un cierto tiempo con el vientre abajo, pero se giró repentinamente sobre la espalda, con el pie derecho cruzado sobre el izquierdo, y también el brazo derecho sobre el izquierdo; y así quedó hasta que fue lanzado al fuego.
En Louviana, un erudito hombre llamado Percinal fue asesinado en prisión; Justus Insparg fue decapitado por tener en su poder los sermones de Lutero.
Giles Tilleman, un cuchillero de Bruselas, era un hombre de gran humanidad y piedad. Fue apresado entre otras cosas por ser protestante, y los monjes se esforzaron mucho por persuadirle a retractarse. Tuvo una vez, accidentalmente una buena oportunidad para huir, y al preguntársele por qué no la había aprovechado, dijo: «No quería hacerle tanto daño a mis carceleros como les había sucedido, si hubieran tenido que responder de mi ausencia si hubiera escapado.» Cuando fue sentenciado a la hoguera, dio fervientemente gracias a Dios por darle la oportunidad, por medio del martirio, de glorificar Su nombre.
Viendo en el lugar de la ejecución una gran cantidad de leña, pidió que la mayor parte de la misma fuera dada a los pobres, diciendo: «Para quemarme a mi será suficiente con poco.» El verdugo se ofreció a estrangularle antes de encender el fuego, pero él no quiso consentir, diciéndole que desafiaba a las llamas, y desde luego expiró con tal compostura en medio de ellas que apenas si parecía sensible a sus efectos.»
En el año 1543 y 1544 la persecución se abatió por Flandes de la manera más violenta y cruel. Algunos fueron condenados a prisión perpetua, otros a destierro perpetuo; pero la mayoría eran muertos bien ahorcados, o bien ahogados, emparedados, quemados, mediante el potro, o enterrados vivos.
Juan de Boscane, un celoso protestante, fue prendido por su fe en la ciudad de Amberes. En su juicio profesó firmemente ser de la religión reformada, lo que llevó a su inmediata condena. Pero el magistrado temía ejecutarlo públicamente, porque era popular debido a su gran generosidad y casi universalmente querido por su vida pacífica y piedad ejemplar. Decidiéndose una ejecución privada, se dio orden de ejecutarlo en la prisión. Por ello, el verdugo lo puso en una gran bañera; pero debatiéndose Boscane, y sacando la cabeza fuera del agua, el verdugo lo apuñaló con una daga en varios lugares, hasta que expiro.
Juan de Buisons, otro protestante, fue prendido secretamente, por el mismo tiempo en Amberes, y ejecutado privadamente. Siendo grande el número de protestantes en aquella ciudad, y muy respetado el preso, los magistrados temían una insurrección, y por esta razón ordenaron su decapitación en la prisión.
En el año del Señor de 1568, tres personas fueron prendidas en Amberes, llamadas Scoblant, Hues y Coomans. Durante su encierro se comportaron con gran fortaleza y ánimo, confesando que la mano de Dios se manifestaba en lo que les había sucedido, e inclinándose ante el trono de Su providencia. En una epístola a algunos dignatarios protestantes, se expresaron con las siguientes palabras: «Por cuanto es la voluntad del Omnipotente que suframos por Su nombre y que seamos perseguidos por causa de Su Evangelio, nos sometemos pacientemente, y estamos gozosos por esta oportunidad; aunque la carne se rebele contra el espíritu, y oiga al consejo de la vieja serpiente, sin embargo las verdades del Evangelio impedirán que sea aceptado su consejo, y Cristo aplastará la cabeza de la serpiente.
No estamos sin consuelo en el encierro, porque tenemos fe; no tememos a la aflicción, porque tenemos esperanza; y perdonamos a nuestros enemigos, porque tenemos caridad. No tengáis temor por nosotros; estamos felices en el encierro gracias a las promesas de Dios, nos gloriamos en nuestras cadenas, y exultamos por ser considerados dignos de sufrir por causa de Cristo. No deseamos ser libertados, sino bendecidos con fortaleza; no pedimos libertad, sino el poder de la perseverancia; y no deseamos cambio alguno en nuestra condición, sino aquel que ponga una corona de martirio sobre nuestras cabezas.»
Scoblant fue juzgado primero. Al persistir en la profesión de su fe, recibió la sentencia de muerte. Al volver a la cárcel, le pidió seriamente a su carcelero que no permitiera que le visitara ningún fraile. Dijo así: «Ningún bien me pueden hacer, sino que pueden perturbarme mucho. Espero que mi salvación ya está sellada en el cielo, y que la sangre de Cristo, en la que pongo mi firme confianza, me ha lavado de mis iniquidades. Voy ahora a echar de mí este ropaje de barro para ser revestido de un ropaje de gloria eterna, por cuyo celeste resplandor seré liberado de todos los errores. Espero ser el último mártir de la tiranía papal, y que la sangre ya derramada sea considerada suficiente para apagar la sed de la crueldad papal; que la Iglesia de Cristo tenga reposo aquí, como sus siervos lo tendrán en el más allá.» El día de su ejecución se despidió patéticamente de sus compañeros de prisión. Atado en la estaca oró fervientemente la Oración del Señor, y cantó el Salmo Cuarenta; luego encomendó su alma a Dios, y fue quemado vivo.
Poco después Hues murió en prisión, y por esta circunstancia Coomans escribió a sus amigos: «Estoy ahora privado de mis amigos y compañeros; Scoblant ha sufrido martirio, y Hues ha muerto por la visitación del Señor; pero no estoy solo: tengo conmigo al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; El es mi consuelo, y será mi galardón. Orad a Dios que me fortalezca hasta el fin, por cuanto espero a cada momento ser liberado de esta tienda de barro.»
En su juicio confesó abiertamente ser de la religión reformada, respondió con fortaleza varonil a cada una de las acusaciones que se le hacían, y demostró con el Evangelio lo Escriturario de sus respuestas. El juez le dijo que las únicas alternativas eran la retractación o la muerte, y terminó diciendo: «¿Morirás por la fe que profesas?» A esto Coomans replicó: «No sólo estoy dispuesto a morir, sino también a sufrir las torturas más crueles por ello; después, mi alma recibirá su confirmación de parte del mismo Dios, en medio de la gloria eterna.» Condenado, se dirigió lleno de ánimo al lugar de la ejecución, y murió con la más varonil fortaleza y resignación cristiana.
Guillermo de Nassau cayó víctima de la perfidia, asesinado a los cincuenta y un años de edad por Baltasar Gerard, natural del Franco Condado, en la provincia de Borgoña. Este asesino, con la esperanza de una recompensa aquí y en el más allá por matar a un enemigo del rey de España y de la religión católica, emprendió la acción de matar al Príncipe de Orange. Procurándose armas de fuego, lo vigiló mientras pasaba a través del gran vestíbulo de su palacio hacia la comida, y le pidió un pasaporte. La princesa de Orange, viendo que el asesino hablaba con una voz hueca y confusa, preguntó quién era, diciendo que no le gustaba su cara. El príncipe respondió que se trataba de alguien que pedía un pasaporte, que le sería dado pronto.
Nada más pasó antes de la comida, pero al volver el príncipe y la princesa por el mismo vestíbulo, terminada la comida, el asesino, oculto todo lo que podía tras uno de los pilares, disparó contra el príncipe, entrando las balas por el lado izquierdo y penetrando en el derecho, hiriendo en su trayectoria el estómago y órganos vitales. Al recibir las heridas, el príncipe sólo dijo: «Señor, ten misericordia de mi alma, y de esta pobre gente,» y luego expiró inmediatamente.
Las lamentaciones por la muerte del Príncipe de Orange fueron generales por todas las Provincias Unidas, y el asesino, que fue tomado de inmediato, recibió la sentencia de ser muerto de la manera más ejemplar, pero tal era su entusiasmo, o necedad, que cuando le desgarraban las carnes con tenazas al rojo vivo, decía fríamente: «Si estuviera en libertad, volvería a hacerlo.»
El funeral del Príncipe de Orange fue el más grande jamás visto en los Países Bajos, y quizá el dolor por su muerte el más sincero, porque dejó tras de sí el carácter que honradamente merecía, el de padre de su pueblo.
Para concluir, multitudes fueron asesinadas en diferentes partes de Flandes; en la ciudad de Valence, en particular, cincuenta y siete de los principales habitantes fueron brutalmente muertos en un mismo día por rehusar abrazar la superstición romanista; y grandes números fueron dejados languidecer en prisión hasta morir por lo insano de sus mazmorras.

HISTORIA DE WILLIAM TYNDALE

LA VIDA E HISTORIA DEL VERDADERO SIERVO Y MÁRTIR DE DIOS, WILLIAM TYNDALE
Debemos ahora pasar a la historia del buen mártir de Dios, William Tyndale, que fue un instrumento especial designado por el Señor, y como vara de Dios para sacudir las raíces interiores y los fundamentos de los soberbios prelados papales, de manera que el gran príncipe de las tinieblas, con sus impíos esbirros, teniendo una especial inquina contra él, no dejó nada sin remover para poderlo atrapar a traición y falsedad, y derramar su vida maliciosamente, como se verá por la historia que aquí damos de lo sucedido.
William Tyndale, el fiel ministro de Cristo, nació cerca de la frontera con Cales, y fue criado desde niño en la Universidad de Oxford, donde, por su larga estancia, creció tanto en el conocimiento de los idiomas y de otras artes liberales, como especialmente en el conocimiento de las Escrituras, a las que su mente estaba especialmente adicta; y esto hasta tal punto que él, encontrándose entonces en Magdalen Hall, leía en privado a ciertos estudiantes y miembros del Magdalen College algunas partes de teología, instruyéndolos en conocimiento y en la verdad de las Escrituras. Correspondiéndose su manera de vivir y conversación con las mismas hasta tal punto, que todos los que le conocían le consideraban como un hombre de las más virtuosas inclinaciones y de una vida intachable.
Así que fue creciendo más y más en su conocimiento en la Universidad de Oxford, y acumulando grados académicos, viendo su oportunidad, pasó de allí a la Universidad de Cambridge, donde también se quedó un cierto tiempo. Habiendo ahora madurado adicionalmente en el conocimiento de la Palabra de Dios, dejando aquella universidad fue a un Maestro Welch, un caballero de Gloucestershire, y allí trabajó como tutor de sus hijos, estando en el favor de su señor.
Como este caballero mantenía en su mesa un buen menú para el público, allí acudían muchas veces abades, deanes, arcedianos, con otros doctores y hombres de rentas; ellos, sentados a la misma mesa que el Maestro Tyndale, solían muchas veces conversar y hablar acerca de hombres eruditos, como Lutero y Erasmo, y también de otras diversas controversias y cuestiones acerca de las Escrituras.
Entonces el Maestro Tyndale, que era erudito y buen conocedor de los asuntos de Dios, no ahorraba esfuerzos por mostrarles de manera sencilla y llana su juicio, y cuando ellos en algún punto no concordaban con Tyndale, él se lo mostraba claramente en el Libro, y ponía de manera llana delante de ellos los pasajes abiertos y manifiestos de la Escritura, para confutar los errores de sus oyentes y establecer lo que decía. Así continuaron por un cierto tiempo, razonando y discutiendo juntos en varias ocasiones, hasta que al final se cansaron, y comenzaron a sentir un secreto resentimiento contra él en sus corazones.
Al ir esto creciendo, los sacerdotes de la región, uniéndose, comenzaron a murmurar y a sembrar sentimientos en contra de Tyndale, calumniándolo en las tabernas y otros lugares, diciendo que sus palabras eran herejía, y le acusaron secretamente ante el canciller y ante otros de los oficiales del obispo.
Sucedió no mucho después que se concertó una sesión del canciller del obispo, y se dio aviso a los sacerdotes para que comparecieran, entre los que también fue llamado el Maestro Tyndale. Y no hay certeza de si él tenía temores debido a las amenazas de ellos, o si alguien le había avisado de que ellos iban a hacerle objeto de sus acusaciones, pero lo cierto es que (como él mismo declaró) dudaba del resultado de sus acusaciones; por lo que por el camino clamó intensamente a Dios en su mente, para que le diera fuerzas para mantenerse firme en la verdad de Su Palabra.
Cuando llegó el momento para comparecer delante del canciller, éste le amenazó gravemente, insultándole y tratándole como si fuera un perro, acusándolo de muchas cosas para las que no se podía hallar testigo alguno, a pesar de que los sacerdotes de la región estaban presentes. Así, el Maestro Tyndale, escapando de sus manos, partió para casa, y volvió de nuevo a su patrón.
No lejos de allí vivía un cierto doctor que había sido canciller de un obispo, y que hacía tiempo era conocido familiar del Maestro Tyndale y le favorecía; el Maestro Tyndale fue entonces a visitarle, y le abrió su corazón acerca de diversas cuestiones de la Escritura; porque con él se atrevía a hablar abiertamente. Y el doctor le dijo: «¿No sabéis que el Papa es el mismo Anticristo de quien habla la Escritura? Pero tened cuidado con lo que decís; porque si se llega a saber que mantenéis esta postura, os costará la vida.»
No mucho tiempo después de esto sucedió que el Maestro Tyndale estaba en compañía de un cierto teólogo, considerado como erudito, y al conversar y discutir con él, lo condujo a esta cuestión, hasta que el dicho gran doctor prorrumpió en estas palabras blasfemas: «Mejor estaríamos sin las leyes de Dios que sin las del Papa.» El Maestro Tyndale, al oír esto, lleno de celo piadoso y no soportando estas palabras blasfemas, replicó: «Yo desafío al Papa y todas sus leyes». Y añadió que si Dios le concedía vida, antes de muchos años haría que un chico que trabajara detrás del arado conociera más de las Escrituras que él.
El resentimiento de los sacerdotes fue creciendo más y más contra Tyndale, no cejando nunca en sus ladridos y acoso, acusándole acerbamente de muchas cosas, diciendo que era un hereje. Al verse tan molestado y hostigado, se vio obligado a irse del país, y a buscarse otro lugar; y acudiendo al Maestro Welch, le pidió que le dejara ir de buena voluntad, diciéndole estas palabras: «Señor, me doy cuenta que no se me permitirá quedarme mucho en esta región, y tampoco podréis vos, aunque quisierais, protegerme de las manos de los clérigos, cuyo desagrado podría extenderse a vos si me siguierais cobijando. Esto lo sabe Dios; y esto yo lo sentiría profundamente.»
De manera que el Maestro Tyndale partió, con el beneplácito de su patrón, y se dirigió inmediatamente a Londres, donde predicó por algún tiempo, como había hecho en el campo.
Acordándose de Cutberto Tonstal, entonces obispo de Londres, y especialmente de los grandes encomios que Erasmo hacia en sus notas de Tonstal por su erudición, Tyndale pensó para sí que si podía ponerse a su servicio, sería feliz. Acudiendo a Sir Enrique Guilford, controlador del rey, y llevando consigo una oración de Isócrates, que había traducido del griego al inglés, le pidió que hablara por él al mencionado obispo, lo que éste hizo; también le pidió que escribiera una carta al obispo y que fuera con él a verle.
Lo hicieron, y entregaron la carta a un siervo del obispo, llamado William Hebilthwait, un viejo conocido. Pero Dios, que dispone secretamente el curso de las cosas, vio que no era lo mejor para el propósito de Tyndale, ni para provecho de Su Iglesia, y por ello le dio que hallara poco favor a los ojos del obispo, el cual respondió así: Que su casa estaba llena, que tenía más de lo que podía usar, y que le aconsejaba que buscara por otras partes de Londres, donde, le dijo, no carecería de ocupación.
Rechazado por el obispo, acudió a Humphrey Mummuth, magistrado de Londres, y le pidió que le ayudara; éste le dio hospitalidad en su casa, donde vivió Tyndale (como dijo Mummuth) como un buen sacerdote, estudiando día y noche. Sólo comía carne asada por su beneplácito, y tan sólo bebía una pequeña cerveza. Nunca se le vio vestido de lino en la casa en todo el tiempo que vivió en ella.
Y así se quedó el Maestro Tyndale en Londres casi un año, observando el curso del mundo, y especialmente la conducta de los predicadores, cómo se jactaban y establecían su autoridad; contemplando también la pompa de los prelados, con otras más cosas, lo que le disgustaba mucho; hasta el punto de que vio que no sólo no había lugar en la casa del obispo para que él pudiera traducir el Nuevo Testamento, sino también que no había lugar donde hacerlo en toda Inglaterra.
Por ello, y habiendo recibido por providencia de Dios alguna ayuda de parte de Humphrey Mummuth y de ciertos otros buenos hombres, se fue del reino, dirigiéndose a Alemania, donde el buen hombre, inflamado por solicitud y celo por su país, no rehusó trabajos ni diligencia alguna por llevar a sus hermanos y compatriotas ingleses al mismo gusto y comprensión de la Santa Palabra y verdad de Dios que le había concedido Dios a él. Así, meditando y también conferenciando con Juan Frith, Tyndale pensó que la mejor manera de alcanzar este fin sería que si la Escritura podía ser trasladada al habla del vulgo, que la gente pobre podría leer y ver la llana y simple Palabra de Dios.
Se dio cuenta de que no sería posible establecer a los laicos en ninguna verdad excepto si las Escrituras eran puestas de manera tan llana ante sus ojos en su lengua materna que pudieran ver el sentido del texto; porque en caso contrario cualquier verdad que les fuera enseñada sería apagada por los enemigos de la verdad, bien con sofismas y tradiciones inventadas, carentes de toda base en la Escritura; o bien manipulando en texto, exponiéndolo en un sentido absurdo, ajeno al texto, si se vela el verdadero sentido del mismo.
El Maestro Tyndale consideraba que ésta era la única causa, o al menos la principal, de todos los males de la Iglesia que las Escrituras estaban escondidas de los ojos de la gente; porque por ello no se podía advertir lo abominable de las acciones e idolatrías practicadas por el farisaico clero; por ello estos dedicaban todos sus esfuerzos y poder a suprimir este conocimiento, de modo que o bien no fueran leídas en absoluto, o, que si se leían, su recto sentido pudiera quedar oscurecido por medio de sus sofismas, y así poner lazo a los que reprendían o menospreciaban sus abominaciones; torciendo las Escrituras con sus propios propósitos, en contra del sentido del texto, engañaban así a los laicos sin conocimientos de manera que aunque uno sintiera en su corazón y estuviera seguro de que todo lo que decían era falso, sin embargo no se podía dar respuesta a sus sutiles argumentos.
Por estas y otras semejantes consideraciones, este buen hombre fue llevado por Dios a traducir las Escrituras a su lengua materna, para el provecho de la gente sencilla de su país; primero sacó el Nuevo Testamento, que fue impreso el 1525 d.C. Cutberto Tonstal, obispo de Londres, junto con Sir Tomás More, muy agraviados, tramaron como destruir esta traducción falsa y errónea, como ellos la llamaban.
Sucedió que un tal Agustín Packington, que era sedero, estaba entonces en Amberes, donde se encontraba el obispo. Este hombre favorecía a Tyndale, pero simuló lo contrario ante el obispo, deseoso de llevar a cabo su propósito, le dijo que de buena gana compraría los Nuevos Testamentos. Al oír esto, Packington le dijo: «¡Señor!, ¡Yo puedo hacer más en esto que la mayoría de los mercaderes que hay aquí, si os place; porque conozco a los holandeses y extranjeros que los han comprado a Tyndale; si le place a vuestra señoría, tendré que desembolsar el dinero para pagarlos, o no podré obtenerlos, y esto os asegurará tener todos los libros impresos y no vendidos.» El obispo, que pensaba haber atrapado a Dios, le dijo: «Date prisa, buen maese Packington; consíguemelos, y te pagaré lo que valgan; porque es mi intención quemarlos y destruirlos en Paul's Cross.» Este Agustín Packington fue a William Tyndale, y le explicó lo sucedido, y así, por el arreglo hecho entre ellos, el obispo de Londres obtuvo los libros, Packington su agradecimiento, y Tyndale el dinero.
Después de esto, Tyndale corrigió de nuevo aquel mismo Nuevo Testamento, y lo hizo volver a imprimir, con lo que llegaron mucho más numerosos a Inglaterra. Cuando el obispo se dio cuenta de ello, envió a buscar a Packington, y le dijo: «¿Qué ha sucedido que hay tantos Nuevos Testamentos esparcidos? Me prometiste que los ibas a comprar todos.» Entonces Packington le repuso: «Si, compré todos los que había, pero veo que desde entonces han imprimido más. Veo que esto nunca mejorará en tanto que tengan letras e imprentas; por ello, lo mejor será comprar las imprentas y entonces estaréis seguro». El obispo se sonrió ante esta respuesta, y así quedó la cosa.
Poco tiempo después sucedió que Jorge Constantino fue prendido, como sospechoso de ciertas herejías, por Sir Tomás More, que era entonces canciller de Inglaterra. Y More le preguntó diciéndole: «¡Constantino! Quisiera que me fueras claro en una cosa que te preguntaré; y te prometo que te mostraré favor en todas las otras cosas de que se te acusa. Más allá del mar están Tyndale, Joye, y muchos de vosotros. Sé que no pueden vivir sin ayuda. Los hay que los socorren con dinero, y que tú, estando con ellos, has tenido tu parte, y que por tanto sabes de donde viene.
Te ruego que me digas: ¿de dónde proviene todo esto?» «Mi señor,» le contestó Constantino, «os diré la verdad; es el obispo de Londres que nos ha ayudado, por cuanto nos ha dado mucho dinero por Nuevos Testamentos para quemarlos; y esto es lo que ha sido, y sigue siendo, nuestro único auxilio y provisión.» «A fe,» dijo More, «que yo pienso como vos; porque de esto le advertí al obispo antes que emprendiera esta acción.»
Después de esto, Tyndale emprendió la traducción del Antiguo Testamento, acabando los cinco libros de Moisés, con varios de los más eruditos y piadosos prólogos más dignos de lectura una y otra vez por parte de todos los buenos cristianos. Enviados estos libros por toda Inglaterra, no se puede decir cuán grande fue la luz que se abrió a los ojos de toda la nación inglesa, que antes estaban cerrados en tinieblas.
La primera vez que se fue del reino, se dirigió a Alemania, donde conferenció con Lutero y otros eruditos; después de haber pasado allá un cierto tiempo, se dirigió a los Países Bajos, y vivió principalmente en la ciudad de Amberes.
Los piadosos libros de Tyndale, y especialmente el Nuevo Testamento que tradujo, tras comenzar a llegar a manos del pueblo, y a esparcirse, dieron un gran y singular provecho a los piadosos; pero los impíos (envidiando y desdeñando que el pueblo fuera a ser más sabio que ellos, y temiendo que los resplandecientes haces de la verdad descubrieran sus obras de maldad) comenzaron a agitarse con no poco ruido.
Después que Tyndale hubo traducido Deuteronomio, queriéndolo imprimir en Hamburgo, zarpó para allí; pero naufragó frente a la costa de Holanda, perdiendo todos sus libros, escritos, copias, dinero y tiempo, y se vio obligado a comenzar todo de nuevo. Llegó a Hamburgo en otra nave, donde, citado, le esperaba Con verdad, que le ayudó en la traducción de todos los cinco libros de Moisés, desde la Pascua hasta diciembre, en la casa de una piadosa viuda, la señora Margarita Van Emmerson, el año 1529 de nuestro Señor; en aquel tiempo se dio una gran epidemia de unas fiebres sudoríficas en aquella ciudad. Así que, acabada su actividad en Hamburgo, volvió a Amberes.
Cuando en la voluntad de Dios fue publicado el Nuevo Testamento en la lengua común, Tyndale, su traductor, añadió al final del mismo una epístola, en la que pedía que los eruditos corrigieran su traducción, si encontraban algún error. Por ello, si hubiera habido cualquier falta que mereciera ser corregida, hubiera sido una misión de cortesía y bondad que hombres conocedores y con criterio mostraran en ello su erudición, corrigiendo los errores que existieran. Pero el clero, que no querían que el libro prosperara, clamaron contra él que había mil herejías entre sus cubiertas, y que no debía ser corregido sino totalmente suprimido. Algunos decían que no era posible traducir las Escrituras al inglés; algunos que no era legitimo que los laicos las tuvieran; algunos que iba a hacer herejes de todos ellos. Y con el fin de inducir a los gobernantes temporales a llevar a cabo los designios de ellos, dijeron que llevaría al pueblo a rebelarse contra el rey.
Todo esto lo narra el mismo Tyndale, en su prólogo antes del primer libro de Moisés, mostrando además con qué cuidado fue examinada su traducción, y comparándola con sus propias imaginaciones, y supone que con mucho menos trabajo hubieran podido traducir una gran parte de la Biblia, mostrando además que repasaron y examinaron cada tilde y jota de tal manera, y con tal cuidado, que no había una sola que, si carecía del punto, no lo observaran, y lo mostraran a gente ignorante como prueba de herejía.
Tantas y tan descaradas fueron las tretas del clero inglés (que debieran haber sido los guías a la luz para el pueblo), para impedir a la gente el conocimiento de las Escrituras, que ni las querían traducir ellos mismos, ni permitir que otros las tradujeran; ello con el fin (como dice Tyndale) de que manteniendo aún al mundo en tinieblas, pudieran dominar las conciencias de la gente por medio de vanas supersticiones y de falsas doctrinas, para satisfacer sus ambiciones y exaltar su propio honor por encima del rey y del emperador.
Los obispos y prelados jamás descansaron hasta lograr que el rey consintiera a sus deseos; en razón de lo cual se redactó una proclamación a toda prisa, y establecida bajo autoridad pública, en el sentido de que la traducción del Nuevo Testamento de Tyndale quedaba prohibida. Esto tuvo lugar alrededor del 1537 d.C. Y no contentos con ello, hicieron más aún, tratando de atrapar a Tyndale en sus redes y quitarle la vida; ahora queda por relatar como lograron llevar a cabo sus fines.
En los registros de Londres aparece de manera manifiesta cómo los obispos y Sir Tomás More, sabiendo lo que había sucedido en Amberes, decidieron investigar y examinar todas las cosas acerca de Tyndale, donde y con quién se alojaba, dónde estaba la casa, cuál era su estatura, cómo se vestía, de qué refugios disponía. Y cuando llegaron a saber todas estas cosas comenzaren a tramar sus planes.
Estando William Tyndale en la ciudad de Amberes, se alojó durante alrededor de un año en la casa de Thomas Pointz, un inglés que mantenía una casa de mercaderes ingleses. Allí fue un inglés que se llamaba Henry Philips, siendo su padre cliente de Poole, un hombre apuesto, como si fuera un caballero, con un siervo consigo. Pero nadie sabía la razón de su llegada o el propósito con que había sido enviado.
Tyndale era frecuentemente invitado a comer y a cenar con los mercaderes; por este medio este Henry Philips se familiarizó con él, de manera que al cabo de un breve espacio de tiempo Tyndale depositó gran confianza en él, y lo llevó a su alojamiento, a la casa de Thomas Pointz; también lo tuvo con él una o dos veces para comer y cenar, e hizo tal amistad con él que por su petición quedó en la misma casa del dicho Pointz, a quien además le mostró sus libros y otros secretos de su estudio. Tan poco desconfiaba Tyndale de este traidor.
Pero Pointz, que no tenía demasiada confianza en aquel sujeto, le preguntó a Tyndale cómo había llegado a conocerle. Tyndale le respondió que era un hombre honrado, bien instruido y muy agradable. Pointz, al ver que le tenía en tanta estima, no dijo más, pensando que le habría sido presentado por algún amigo. El dicho Philips, habiendo estado en la ciudad tres o cuatro días, le pidió a Pointz que viniera con él fuera de la ciudad para mostrarle unas mercaderías, y andando juntos fuera de la ciudad, conversaron acerca de diversas cosas, incluyendo algunos asuntos del rey.
Con estas conversaciones, Pointz no sospechó nada. Pero después, habiendo transcurrido el tiempo, Pointz se dio cuenta de qué era lo que pensaba Philips: saber si él, por amor al dinero, querría ayudarle para sus propósitos, porque se había dado ya cuenta de que Philips era rico, y quería que Pointz lo supiera. Porque ya le había pedido antes a Pointz que le ayudara para diversas cuestiones, y lo que había pedido siempre lo había querido de la mejor calidad, porque, en sus palabras, «tengo el suficiente dinero.»
Philips fue luego de Amberes a la corte de Bruselas, que está a una distancia de allí como de veinticuatro millas inglesas, desde donde se llevó consigo a Amberes al procurador general, que es el fiscal del rey, con ciertos otros oficiales.
Al cabo de tres o cuatro días, Pointz fue a la ciudad de Barrois, a unas dieciocho millas inglesas de Amberes, donde le esperaban unos negocios que le iban a ocupar por espacio de un mes o de seis semanas; y durante su ausencia Henry Philips volvió de nuevo a Amberes, a la casa de Pointz, y entrando en ella habló con la esposa de éste, preguntándole si estaba dentro el señor Tyndale. Luego salió, y dispuso en la calle y cerca de la puerta a los oficiales que había traído de Bruselas. Alrededor del mediodía volvió a entrar y se dirigió a Tyndale, pidiéndole cuarenta chelines, diciéndole: «He perdido mi bolsa esta mañana, al hacer la travesía entre aquí y Mechlin.» Así que Tyndale le dió cuarenta chelines, lo que no le costaba dar si lo tenía, porque era simple e inexperto en las sutilezas malvadas de este mundo. Luego Philips le dijo: «Señor Tyndale, usted será mi invitado hoy.» «No,» le dijo Tyndale, «hoy salgo a comer, y usted me acompañará y será mi invitado en un lugar donde será bien acogido. »
Así que cuando fue la hora de comer, el señor Tyndale salió con Philips, y al salir de la casa de Pointz había un largo y angosto pasillo, por lo que ambos no podían ir juntos. El señor Tyndale hubiera querido que Philips pasara delante de él, pero éste pretendió mostrar gran cortesía. Así que el señor Tyndale, que no tenía mucha estatura, pasó primero, y Philips, hombre alto y apuesto, le siguió detrás; éste había dispuesto oficiales a cada lado de la puerta, sentados, que podían ver quienes pasaban por ella. Philip señaló con el dedo la cabeza de Tyndale, para que los oficiales vieran a quién debían apresar.
Los oficiales le dijeron luego a Pointz, cuando ya lo habían encarcelado, cómo les había apenado ver su simplicidad. Lo llevaron al fiscal del emperador, donde comió. Luego el procurador general fue a casa de Pointz, y tomó todo lo que pertenecía al señor Tyndale, tanto sus libros como sus otras pertenencias; desde allí, Tyndale fue enviado al castillo de Vilvorde, a dieciocho millas inglesas de Amberes.
Estando ya el señor Tyndale en la cárcel, le ofrecieron un abogado y un procurador, lo cual rehusó, diciendo que él haría su propia defensa. Predicó de tal manera a los que estaban encargados de su custodia, y a los que estaban familiarizados con él en el castillo, que dijeron de él que si él no era un buen cristiano, que no sabían quién podría serlo.
Al final, tras muchos razonamientos, cuando ninguna razón podía servir, aunque no merecía la muerte, fue condenado en virtud del decreto del emperador, dado en la asamblea en Augsburgo. Llevado al lugar de la ejecución, fue atado a la estaca, estrangulado por el verdugo, y luego consumido por el fuego, en la ciudad de Vilvorde, el 1536 d.C. En la estaca, clamó con un ferviente celo y con gran clamor: «¡Señor, abre los ojos del rey de Inglaterra!
Tal fue el poder de su doctrina y la sinceridad de su vida, que durante el tiempo de su encarcelamiento (que duró un año y medio), convirtió, según se dice, a su guarda, a la hija del guarda, y a otros de su familia.
Con respecto a su traducción del Nuevo Testamento, por cuanto sus enemigos clamaban tanto contra ella, pretendiendo que estaba llena de herejías, escribió a Juan Frith de la manera siguiente: «Invoco a Dios como testigo, para el día en que tenga que comparecer ante nuestro Señor Jesús, que nunca he alterado ni una sílaba de la Palabra de Dios contra mi conciencia, ni lo haría hoy, aunque se me entregara todo lo que está en la tierra, sea honra, placeres, o riquezas.»

HISTORIA DE JUAN CALVINO

HISTORIA DE LA VIDA DE JUAN CALVINO
Este reformador nació en Noyon, en Picardía, el 10 de Julio de 1509. Fue instruido en gramática, aprendiendo en París bajo Maturino Corderius, y estudió filosofía en el College de Montaign bajo un profesor español.
Su padre, que descubrió muchas señales de su temprana piedad, particularmente en las reprensiones que hacía de los vicios de sus compañeros, lo designó primero para la Iglesia, y lo presentó el 21 de mayo de 1521 a la capilla de Notre Dame de la Gesine, en la Iglesia de Noyon. En 1527 le fue asignado el rectorado de Marseville, que cambió en 1529 por el rectorado de Ponti Eveque, cerca de Noyon. Su padre cambió luego de pensamiento, y quiso que estudiara leyes, a lo que Calvino consintió bien dispuesto, por cuanto, por su lectura de las Escrituras, había adquirido una repugnancia por las supersticiones del papado, y dimitió de la capilla de Gesine y del rectorado de Ponti Eveque, en 1534. Hizo grandes progresos en esta rama del conocimiento, y mejoró no menos en su conocimiento de la teología con sus estudios privados. En Bourges se aplicó al estudio del griego, bajo la dirección del profesor Wolmar.
Reclamándole de vuelta a Noyon la muerte de su padre, se quedó allí un breve tiempo, y luego pasó a París, donde aun habiendo causado gran desagrado en la Sorbona y al Parlamento un discurso de Nicolás Cop, rector de la Universidad de París, para el que Calvino preparó los materiales, se suscitó una persecución contra los protestantes, y Calvino, que apenas pudo escapar a ser arrestado en el College de Forteret, se vio obligado a escapar a Xaintogne, después de haber tenido el honor de ser presentado a la reina de Navarra, que había suscitado esta primera tormenta contra los protestantes.
Calvino volvió a París el 1534. Este año los reformados sufrieron malos tratos, lo que le decidió a abandonar Francia, después de publicar un tratado contra los que creían que las almas de los difuntos están en un estado de sueño. Se retiró a Basilea, donde estudió hebreo; en este tiempo publicó su Institución de la Religión Cristiana, obra que sirvió para esparcir su fama, aunque él mismo deseaba vivir en oscuridad. Está dedicada al rey de Francia, Francisco I. A continuación, Calvino escribió una apología por los protestantes que estaban siendo quemados por su religión en Francia. Después de la publicación de esta obra, Calvino fue a Italia a visitar a la duquesa de Ferara, una dama de gran piedad, por la que fue muy gentilmente recibido.
De Italia se dirigió a Francia, y habiendo arreglado sus asuntos privados, se propuso dirigirse a Estrasburgo o a Basilea, acompañado por su único hermano sobreviviente, Antonio Calvino; pero como los caminos no eran seguros debido a la guerra, excepto a través de los territorios del duque de Saboya, escogió aquella carretera. «Esto fue una dirección particular de la providencia,» dice Bayle: «Era su destino que se instalara en Ginebra, y cuando se mostró dispuesto a ir más allá, se vio detenido como por una orden del cielo, por así decirlo.»
En Ginebra, Calvino se vio por ello obligado a acceder a la elección que el consistorio y los magistrados hicieron recaer sobre su persona, con el consentimiento del pueblo, para que fuera uno de sus ministros y profesor de teología. Quería sólo asumir este último oficio, y no el otro, pero al final se vio forzado a tomar ambos, el agosto de 1536. Al año siguiente, hizo declarar a todo el pueblo, bajo juramento, el asentimiento de ellos a una confesión de fe que contenía una renuncia al papismo. Luego indicó que no podría someterse a una normativa que había establecido recientemente el cantón de Berna; por ello, los síndicos de Ginebra convocaron a una asamblea del pueblo, y se ordenó que Calvino, Farel y otro ministro abandonaran la ciudad en pocos días, por rehusar administrar los Sacramentos.
Calvino se retiró a Estrasburgo, y estableció allí una iglesia francesa, de la que fue su primer ministro; también fue designado para ser profesor de teología. Mientras tanto, el pueblo de Ginebra le rogó tan intensamente que volviera a ellos, que consintió, y llegó el 13 de septiembre de 1541, con gran satisfacción tanto del pueblo como de los magistrados. Lo primero que hizo, tras su llegada, fue establecer una forma de disciplina eclesiástica y una jurisdicción consistorial con el poder de infligir censuras y castigos canónicos, hasta incluir la excomunión.
Ha sido el regocijo tanto de los incrédulos como de algunos profesos cristianos, cuando quieren arrojar lodo sobre las opiniones de Calvino, referirse a su papel en la muerte de Miguel Servet. Esta ha sido la actitud que siempre adoptan los que han sido incapaces de refutar sus opiniones, como si fuera un argumento concluyente contra todo su sistema. «¡Calvino quemó a Servet, Calvino quemó a Servet'.» es una buena prueba, para cierta clase de razonadores, de que la doctrina de la Trinidad no es cierta, que la soberanía divina es anti escrituraria, y que el cristianismo es una falsedad.
No tenemos deseo alguno de paliar ninguna acción de Calvino que sea manifiestamente errónea. Creemos que no se pueden defender todas sus acciones en relación con el desdichado asunto de Servet. Pero deberíamos comprender que los verdaderos principios de la tolerancia religiosa eran muy poco comprendidos en tiempos de Calvino. Todos los demás reformadores que entonces vivían aprobaron la conducta de Calvino. Incluso el gentil y amigable Melancton se expresó en relación a este asunto de la manera siguiente.
Dice él en una carta dirigida a Bullinger: «He leído tu declaración acerca de la blasfemia de Servet, y encomio tu piedad y juicio; y estoy convencido de que el Consejo de Ginebra ha actuado rectamente al dar muerte a este hombre obstinado, que nunca habría cejado en sus blasfemias. Estoy atónito de que se encuentre a nadie que desapruebe esta acción.» Farel dice de manera expresa que «Servet merecía la pena capital.» Bucero no duda en declarar que «Servet merecía algo peor que la muerte.»
La verdad es que aunque Calvino tuvo cierta parte en el arresto y encarcelamiento de Servet, no deseaba en absoluto que fuera quemado. «Quiero,» dijo él, «que se remita la severidad del castigo.» «Intentamos mitigar la severidad del castigo, pero en vano.» «Al querer mitigar la severidad del castigo,» le dijo Farel a Calvino, «haces el oficio de amigo hacia tu más acerbo enemigo.» Dice Turritine: «Los historiadores no afirman en lugar alguno, ni se desprende de ninguna consideración, que Calvino instigara a los magistrados a que quemaran a Servet. No, sino que lo cierto es además que él, junto con el colegio de pastores, atacó esta clase de castigo.»
A menudo se ha dicho que Calvino tenía tal influencia sobre los magistrados de Ginebra que hubiera podido lograr la liberación de Servet, si no hubiera querido su destrucción. Pero esto es falso. Bien lejos de ello, Calvino mismo fue una vez desterrado de Ginebra por estos mismos magistrados, y a menudo se opuso en vano a sus arbitrarias medidas. Tan poco deseoso estaba Calvino de querer la muerte de Servet que le advirtió de su peligro, y lo dejó estar varias semanas en Ginebra, antes que fuera arrestado. Pero su lenguaje, que era entonces considerado blasfemo, fue la causa de su encarcelamiento. Mientras estaba en la cárcel, Calvino lo visitó y empleó todos los argumentos posibles porque se retractara de sus horribles blasfemias, sin referencia alguna a sus peculiares creencias. Esta fue toda la participación de Calvino en este infeliz acontecimiento.
Sin embargo, no se puede negar que en este caso Calvino actuó de forma contraria al espíritu benigno del Evangelio. Es mejor derramar una lágrima por la inconsistencia de la naturaleza humana, y lamentar estas debilidades que no se pueden justificar. El declaró que había actuado en conciencia, y en público justificó la acción.
La opinión era que los principios religiosos erróneos son punibles por el magistrado civil, y esto causó tantos males, fuera en Ginebra, en Transilvania o en Gran Bretaña; a esto debe imputarse, y no al

TRINITARIANISMO, O AL UNITARISMO.

Después de la muerte de Lutero, Calvino ejerció una gran influencia sobre los hombres de aquel notable período. Irradió gran influencia sobre Francia, Italia, Alemania, Holanda, Inglaterra y Escocia. Se organizaron dos mil ciento cincuenta congregaciones reformadas que recibían sus predicadores de parte de él.
Calvino, triunfante sobre sus enemigos, sintió que la muerte se le aproximaba. Pero siguió esforzándose de todas las maneras posibles con energía juvenil. Cuando se vio a punto de ir a su reposo, redactó su testamento, diciendo: «Doy testimonio de que vivo y me propongo morir en esta fe que Dios me ha dado por medio de Su Evangelio, y que no dependo de nada más para la salvación que la libre elección que El ha hecho de mi. De todo corazón abrazo Su misericordia, por medio de la cual todos mis pecados quedan cubiertos, por causa de Cristo, y por causa de Su muerte y padecimientos. Según la medida de la gracia que me ha sido dada, he enseñado esta Palabra pura y sencilla, mediante sermones, acciones y exposiciones de esta Escritura. En todas mis batallas con los enemigos de la verdad no he empleado sofismas, sino que he luchado la buena batalla de manera frontal y directa.»
El 27 de mayo de 1564 fue el día de su liberación y de su bendito viaje al hogar. Tenía entonces cincuenta y cinco años.
Que un hombre que había adquirido tal reputación y autoridad tuviera sólo un salario de cien coronas y que rehusara aceptar más, y que después de vivir cincuenta y cinco años con la mayor frugalidad dejara sólo trescientas coronas a sus herederos, incluyendo el valor de su biblioteca, que se vendió a gran precio, es algo tan heroico que uno debe haber perdido todos los sentimientos para no sentir admiración. Cuando Calvino abandonó Estrasburgo para volverse a Ginebra, ellos quisieron darle los privilegios de ciudadano libre de su ciudad y el salario de un prebendado, que le había sido asignado; él aceptó lo primero, pero rehusó rotundamente lo segundo. Llevó a uno de sus hermanos a Ginebra consigo, pero jamás se esforzó por que se le diera a él un puesto honorífico, corno cualquiera que poseyera su posición habría hecho. Desde luego, se cuidó de la honra de la familia de su hermano, consiguiéndole la libertad de una mujer adúltera, y consiguiendo licencia para que pudiera volverse a casar; pero incluso sus enemigos cuentan que le hizo aprender el oficio de encuadernador de libros, en lo que trabajó luego toda su vida.

CALVINO COMO AMIGO DE LA LIBERTAD CIVIL.

El Rev. doctor Wisner dijo, en su reciente discurso en Plymouth, en el aniversario de la llegada de los Padres Peregrinos: «Por mucho que el nombre de Calvino haya sido escarnecido y cargado de vituperios por muchos de los hijos de la libertad, no hay proposición histórica más susceptible de una demostración plena que ésta: que no ha vivido nadie a quien el mundo deba más por la libertad de que goza, que Juan Calvino.

PERSECUSIONES EN GRAN BRETAÑA E IRLANDA ANTES DE MARIA I

Historia de las persecuciones en Gran Bretaña e Irlanda, antes del reinado de la reina María I Gildas, el más antiguo escritor británico conocido, que vivió alrededor del tiempo en que los sajones llegaron a la isla de Gran Bretaña, ha dejado una narración terrible de la barbaridad de aquellas gentes.
Los sajones, al llegar, siendo paganos como los Escoceses y los Pictos, destruyeron las iglesias, asesinando al clero allá donde llegaban; pero no pudieron destruir el cristianismo, porque los que no quisieron someterse al yugo sajón, huyeron y se establecieron más allá del Sevem. Los nombres de los cristianos que padecieron en aquellos tiempos, especialmente los del clero, no nos han sido transmitidos.
El ejemplo más terrible de barbarie bajo el gobierno sajón fue la matanza de los monjes de Bangor el 586 d.C. Estos monjes eran en todos los respectos distintos de los que llevan este mismo nombre en nuestros días.
En el siglo octavo, los daneses, que eran unas bandas errantes de piratas y bárbaros, arribaron a diversas partes de Gran Bretaña, tanto de Inglaterra como de Escocia.
Al principio fueron rechazados, pero en el 857 d.C. un grupo de ellos arribaron a algún lugar cerca de Southampton, y no sólo saquearon al pueblo, sino que quemaron las iglesias y asesinaron al clero.
El 868 d.C. estos bárbaros penetraron al centro de Inglaterra y se asentaron en Nottingham; pero los ingleses, bajo su rey Ethelred, los expulsaron de sus posiciones, y los obligaron a retirarse a Northumberland.
El 870 otro grupo de estos bárbaros desembarcó en Norfolk, y libró batalla contra los ingleses en Hertford. La victoria fue de los paganos, que tomaron prisionero a Edmundo, rey de los Ingleses Orientales, y después de haberle infligido mil indignidades, traspasaron su cuerpo con flechas, y luego lo decapitaron.
En Fifeshire, Escocia, quemaron muchas de las iglesias, entre estas la perteneciente a los Culdeos, en St. Andrews. La piedad de estos hombres los hacía objeto del aborrecimiento de los daneses, que allí donde iban señalaban a los sacerdotes cristianos para la destrucción, y no menos de doscientos fueron muertos en Escocia.
Sucedió algo muy semejante en la zona de Irlanda llamada Leinster, donde los daneses asesinaron y quemaron vivos a sacerdotes en sus propias iglesias; llevaban la destrucción a donde iban, sin perdonar edad ni sexo, pero el clero era para ellos lo más odioso, porque ridiculizaban sus idolatrías, persuadiendo a su pueblo a que no tuvieran nada que ver con ellos.
En el reinado de Eduardo III, la Iglesia de Inglaterra estaba sumamente corrompida con errores y superstición, y la luz del Evangelio de Cristo había quedado muy eclipsada y entenebrecida por los inventos humanos, ceremonias recargadas y una burda idolatría.
Los seguidores de Wycliffe, entonces llamados lolardos, se habían hecho muy numerosos, y el clero estaba muy agraviado ante su crecimiento. Pero fuera cual fuera el poder que tuvieran para molestarlos y hostigarlos, no tenían autoridad legal para darles muerte. Sin embargo, el clero aprovechó una oportunidad favorable, y prevalecieron sobre el rey para introducir una ley ante el parlamento por la que todos los lolardos que permanecieran obstinados pudieran ser entregados al brazo secular, y quemados como herejes. Esta ley fue la primera introducida en Gran Bretaña para quemar personas por sus creencias religiosas; fue introducida en el año 1401, y poco después se hicieron sentir sus efectos.
La primera persona en sufrir la consecuencia de esta cruel ley fue William Santree, o Sawtree, un sacerdote, que fue quemado vivo en Smithfield.
Poco después de esto, Sir John Oldcastle, Lord Cobham, fue acusado de herejía, por su adhesión a las doctrinas de Wycliffe, y fue condenado a ser colgado y quemado, lo que fue ejecutado en Lincoln Inn Fields, en 1419 d.C. En su defensa escrita, Lord Cobham dijo:
«En cuanto a las imágenes, entiendo yo que no son objeto de fe, sino que fueron ordenadas desde que la fe de Cristo fue dada, por permisión de la Iglesia, para representar y traer a la mente la pasión de nuestro Señor Jesucristo, y el martirio y la vida piadosa de otros santos: y que todo aquel que dé culto a las imágenes muertas, culto que se debe a Dios, o que ponga su esperanza o confíe en su ayuda como debiera hacerlo en Dios, o que tenga afecto a unas más que a otras, en esto comete el gran pecado del culto idolátrico.
»También creo plenamente en esto, que cada hombre en esta tierra es un peregrino hacia la gloria o hacia el sufrimiento; y que el que no conoce y no cumple los santos mandamientos de Dios en su vida aquí (aunque vaya de peregrinación por todo el mundo, y muera así), será condenado; el que conoce los santos mandamientos de Dios y los guarda hasta el final, este será salvado, aunque jamás en su vida vaya de peregrinación, como ahora suelen hacerlo los hombres, a Canterbury, a Roma, o a cualquier otro lugar.»
El día señalado, Lord Cobham fue sacado de la Torre con sus armas atadas tras él, mostrando un rostro radiante. Luego fue hecho yacer sobre un enlistonado con patines, como si hubiera sido el peor traidor a la corona, y arrastrado de esta guisa hasta el campo de St. Giles. Al llegar al lugar de la ejecución, y ser sacado de aquella especie de trineo, se arrodilló con devoción, pidiendo al Dios Omnipotente que perdonara a sus enemigos. Luego se levantó y contempló a la multitud, y los exhortó de la manera más piadosa a seguir las leyes de Dios escritas en las Escrituras, y a apartarse de aquellos maestros que vieran contrarios a Cristo en su manera de conversar y vivir. Luego fue colgado de los lomos con una cadena de hierro, y quemado vivo en el fuego, alabando el nombre de Dios mientras tuvo un hálito de vida. La muchedumbre presente dio grandes muestras de dolor. Esto tuvo lugar el 1418 d.C.
Sería prolijo explicar cómo se comportaron los sacerdotes en aquella ocasión, ordenando al pueblo que no orara por él, sino que lo consideraran condenado al infierno, porque había muerto en desobediencia a su Papa.
Así reposa este valiente caballero cristiano Sir John Oldcastle, bajo el altar de Dios, que es Jesucristo, entre aquella piadosa compañía que en el reino de la paciencia sufrieron gran tribulación con la muerte de sus cuerpos, por Su fiel palabra y testimonio.
En agosto de 1473 fue prendido uno llamado Thomas Granter en la ciudad de Londres; le acusaron de profesar las doctrinas de Wycliffe, por las que fue condenado como hereje obstinado. Este piadoso hombre, llevado a la casa del sheriff por la mañana del día designado para su ejecución, pidió algo que comer, y habiendo comido un poco, les dijo a la gente presente: «Como ahora bien, porque tengo que librar una extraña batalla antes de ir a cenar.» Habiendo terminado la comida, dio gracias a Dios por la abundancia de Su providencia llena de gracia, pidiendo que lo llevaran ya al lugar de la ejecución, para poder dar testimonio de la verdad de aquellos principios que había profesado. Por ello, fue encadenado a una estaca en Tower-hill, donde fue quemado vivo, profesando la verdad con su último aliento.
En el año 1499, uno llamado Badram, hombre piadoso, fue traído ante el obispo de Norwich, acusado por algunos de los sacerdotes de sostener las doctrinas de Wycliffe. Confesó entonces que creía todas aquellas cosas de que se le acusaba. Por esto fue condenado como hereje obstinado, y se libró una orden para su ejecución; fue conducido luego a la estaca en Norwich, donde sufrió con gran constancia.
En 1506 fue quemado vivo un hombre piadoso llamado William Tilfrey, en Amersham, en un lugar llamado Stoneyprat, y su hija, Joan Clarke, mujer casada, fue obligada a encender la leña con la que se iba a quemar a su padre.
Este año también un sacerdote, el Padre Roberts, fue declarado convicto delante del obispo de Lincoln de ser un Lolardo, y fue quemado vivo en B uckingham.
En 1507, un hombre llamado Thomas Norris fue quemado vivo por el testimonio de la verdad del Evangelio, en Norwich. Este era un pobre hombre, inofensivo y pacífico, pero su párroco, hablando con él un día, conjeturó que era un Lolardo. Como consecuencia de esta suposición lo denunció al obispo, y Nonris fue prendido.
En 1508, Lawrence Guale, que había estado encarcelado durante dos años, fue quemado vivo en Salisbury, por negar la presencia real en el Sacramento. Parece que este hombre tenía tienda abierta en Salisbury, y dio hospitalidad en su casa a algunos lolardos, por lo que fue denunciado ante el obispo; pero él se mantuvo firme, y fue condenado a sufrir como hereje.
Una piadosa mujer fue quemada en Chippen Sudbume por orden del canciller doctor Wittenham. Después de haber sido consumida en las llamas y la gente volvía a sus casas, un toro escapó de una carnicería, y dirigiéndose de manera particular contra el canciller de entre el resto de la multitud, lo traspasó con sus astas, y le arrancó con ellas las entrañas, llevándolas luego en sus cuernos. Esto lo vieron todos los asistentes, y se debe destacar que la bestia no hizo amagos contra nadie más en absoluto.
El 18 de octubre de 1511, William Sucling y John Bannister, que se habían retractado, habiendo vuelto a la profesión de la fe, fueron quemados vivos en Smithfield.
En el año 1517, un hombre llamado John Brown (que se había retractado antes en el reinado de Enrique VII, y llevado un tronco de leña alrededor de la iglesia de San Pablo) fue condenado por el doctor Wonhaman, arzobispo de Canterbury, y fue quemado vivo en Ashford. Antes de ser encadenado a la estaca, el arzobispo Wonhaman, y Yester, arzobispo de Rochester, hicieron quemar sus pies en el fuego hasta que se desprendió toda la carne hasta los huesos. Esto lo hicieron para forzarlo a retractarse, pero él persistió en su adhesión a la verdad hasta el fin.
Por este tiempo fue prendido Richard Hunn, un sastre de la ciudad de Londres, por rehusar pagar al sacerdote sus honorarios por el funeral de un niño; fue llevado entonces a la Torre de los Lolardos, en el palacio de Lambeth, donde fue asesinado en privado por algunos de los criados del arzobispo.
El 24 de septiembre de 1518, John Stilincen, que antes se había retractado, fue prendido, hecho comparecer ante Richard Fitx-James, obispo de Londres, y condenado el veinticinco de octubre como hereje. Fue encadenado a la estaca en Smithfield entre una inmensa muchedumbre de espectadores, y selló con su sangre su testimonio de la verdad. Declaró que era un Lolardo, y que siempre había creído las doctrinas de Wycliffe; y que aunque había sido tan débil como para retractarse de sus creencias, que ahora estaba dispuesto a convencer al mundo de que estaba listo para morir por la verdad.
En el año 1519, Thomas Mann fue quemado en Londres, como también lo fue Robert Celin, un hombre llano y honesto, por haber hablado contra el culto a las imágenes y contra las peregrinaciones.
Alrededor de este tiempo James Brewster, de Colehester, fue ejecutado en Smithfield, Londres. Sus creencias eran las mismas que las del resto de los lolardos, o aquellos que seguían las doctrinas de Wycliffe; pero a pesar de la inocencia de su vida y de su buena reputación, se vio obligado a soportar la ira papal.
Durante este año, un zapatero llamado Cristopher fue quemado vivo en Newbury, en Berlishire, por negar los artículos papistas que ya hemos mencionado. Este hombre poseía algunos libros en inglés que eran ya suficientes para hacerle odioso ante el clero romanista.
Robert Sillcs, que había sido condenado ante el tribunal del obispo como hereje y que logró huir de la cárcel, fue apresado sin embargo dos años más tarde, y devuelto a Coventry, donde fue quemado vivo. Los alguaciles siempre confiscaban los bienes de los mártires para su propio beneficio, de manera que sus mujeres e hijos eran dejados morir de hambre.
En 1532, Thomas Harding, acusado de herejía junto con su mujer, fue traído ante el obispo de Lincoln, y condenado por negar la presencia real en el sacramento. Luego fue atado a una estaca, levantada para ello en chesham en el Pell, cerca de Botely, y, cuando hubieron encendido fuego a la pira, uno de los espectadores le rompió el cráneo con su cachiporra. Los sacerdotes habían dicho al pueblo que todo el que trajera leña para quemar herejes tendría una indulgencia para cometer pecados durante cuarenta días.
A finales de aquel año, Worham, arzobispo de Canterbury, prendió a un tal Hillen, sacerdote en Maidstone, y después de haber sido torturado durante largo tiempo en la cárcel y de haber sido varias veces interrogado por el arzobispo y por Fisher, obispo de Rochester, fue condenado como hereje y quemado vivo delante de la puerta de su propia iglesia parroquial.
Thomas Bilney, profesor de ley civil en Cambridge, fue hecho comparecer ante el obispo de Londres, y varios otros obispos, en la Casa del Capítulo en Westminster, y siendo amenazado varias veces con la estaca y las llamas, fue lo suficientemente débil como para retractarse; pero después se arrepintió seriamente.
Por esto fue hecho comparecer ante el obispo por segunda vez, y condenado a muerte. Antes de ir a la pira confesó su adhesión a las doctrinas que Lutero mantenía, y, cuando se vio en la hoguera, dijo: «He sufrido muchas tempestades en este mundo, pero ahora mi nave llegará segura a puerto.» Se mantuvo inamovible en las llamas, clamando: «¡Jesús, creo!» Estas fueron las últimas palabras que le oyeron decir.
Pocas semanas después del martirio de Bilney, Richard Byfield fue echado en la cárcel, y soportó azotes por su adhesión a las doctrinas de Lutero; Byfield había sido monje durante un tiempo, en Bames, Surrey, pero se convirtió leyendo la traducción de Tynd ale del Nuevo Testamento. Los sufrimientos que este hombre soportó por la verdad fueron tan grandes que se precisaría de un volumen para contarlos. A veces fue encerrado en una mazmorra, en la que casi quedó asfixiado por la horrorosa hedor de la inmundicia y del agua estancada.
En otras ocasiones le ataban de los brazos, hasta que casi todas sus articulaciones quedaban dislocadas. Le azotaron amarrado a un poste en varias ocasiones, con tal brutalidad que casi no le quedó carne en la espalda; y todo esto lo hicieron para llevarlo a retractarse. Fue finalmente llevado a la Torre de los Lolardos en el palacio de Lambeth, donde fue encadenado por el cuello a la pared, y azotado otra vez de la manera más cruel por los criados del arzobispo. Finalmente fue condenado, degradado y quemado en Smithfield.
El siguiente en sufrir el martirio fue John Tewkesbury. Era un hombre sencillo que no se había hecho culpable de nada en contra de la llamada Santa Madre Iglesia que leer la traducción de Tyndale del Nuevo Testamento. Al principio tuvo la debilidad de abjurar, pero luego se arrepintió y reconoció la verdad. Por esto fue llevado ante el obispo de Londres, que lo condenó como hereje obstinado. Sufrió mucho durante el tiempo de su encarcelamiento, de manera que cuando lo llevaron a la ejecución estaba ya casi muerto. Lo llevaron a la hoguera en Smithfield, donde fue quemado, declarando él su total aborrecimiento del papado, y profesando una firme fe en que su causa era justa delante de Dios.
El siguiente en sufrir en este reinado fue James Baynham, un respetado ciudadano de Londres, que se había casado con una viuda de un caballero en el Temple. Cuando fue encadenado a la estaca abrazó las ascuas y dijo: « ¡Mirad, papistas! buscáis milagros; aquí veréis vosotros un milagro; porque en este fuego no siento más dolor que si estuviera en una cama; me es tan dulce como un lecho de rosas.» Y así entregó su alma en manos de su Redentor.
Poco después de la muerte de este mártir, un tal Traxnal, un campesino inofensivo, fue quemado vivo en Bradford, en Wiltshire, porque no quería reconocer la presencia real en el Sacramento, ni admitir la supremacía papal sobre las conciencias de los hombres.
En el año 1533 murió por la verdad John Frith, un destacado mártir. Cuando fue llevado a la pira en Smitlllield abrazó la leña, y exhortó a un joven llamado Andrew Hewit, que sufrió con él, a que confiara su alma al Dios que la había redimido. Estos dos sufrientes padecieron gran tormento, porque el viento apartaba las llamas de ellos, de manera que sufrieron una agonía de dos horas antes de expirar.
En el año 1538, un demente llamado Collins sufrió la muerte junto con su perro en Smithfield. Lo que había sucedido era lo siguiente: Collins estaba un día en la iglesia cuando el sacerdote hizo la elevación de la hostia; y Collins, ridiculizando el sacrificio de la Misa, levantó su perro por encima de su cabeza. Por este crimen, Collins, que debía haber sido enviado a un manicomio, o azotado tras un carro, fue hecho comparecer ante el obispo de Londres; y aunque realmente estaba loco, tal era el poder del papado, y tal la corrupción de la Iglesia y del estado, que el pobre loco y su perro fueron llevados a la pira en Smithfield, donde fueron quemados vivos, ante una gran multitud de espectadores.
También otras personas sufrieron aquel mismo año, y se mencionan a continuación: Un tal Cowbridge sufrió en Oxford, y aunque se le consideraba loco, dio grandes muestras de piedad cuando le ataban a la estaca, y después que encendieran el fuego a su alrededor.
Por aquel mismo tiempo uno llamado Purdervue fue hecho morir por haberle dicho en privado a un sacerdote, después que éste hubo bebido el vino: «Bendijo al pueblo hambriento con el cáliz vacío.»
Al mismo tiempo fue condenado William Letton, un monje muy anciano, en el condado de Suffolk, que fue quemado en Norwich por hablar en contra de un ídolo que era llevado en procesión, y por decir que el Sacramento debía ser administrado bajo las dos especies.
Algún tiempo antes que fueran quemados los dos anteriores, Nicholas Peke fue ejecutado en Norwich, y cuando encendieron el fuego, quedó tan abrasado que quedó negro como el betún. El doctor Reading estaba delante de él, con el doctor Heame y el doctor Spragwell, con una larga vara blanca en la mano; con ella le dio en el hombro derecho, y le dijo: «Peke, retráctate, y cree en el Sacramento.» A esto respondió él: «Te desprecio a ti, y también al sacramento;» y escupió sangre con gran violencia, debido al atroz dolor de sus sufrimientos. El doctor Reading concedió cuarenta días de indulgencia al sufriente, para que pudiera retractarse de sus opiniones, pero él persistió en su adhesión a la verdad, sin prestar atención alguna a la malicia de sus enemigos; finalmente fue quemado vivo, gozándose de que Cristo lo hubiera considerado digno de sufrir por causa de Su nombre.
El 28 de julio de 1540 o de 1541 (porque hay diferencias acerca del año), Thomas Cromwell, conde de Essex, fue llevado al cadalso en la Torre, donde fue ejecutado con algunos gestos destacables de crueldad. Hizo un breve discurso al pueblo, y luego se resignó mansamente al hacha.
Creemos que es muy propio que este noble sea puesto entre los mártires, porque aunque las acusaciones proferidas contra él no tenían que ver con la religión, si no hubiera sido por su celo por abatir el papismo, podría al menos haber retenido el favor del rey. A esto se debe añadir que los papistas tramaron su destrucción porque hizo más él por impulsar la Reforma que nadie en su época, con excepción del doctor Cranmer.
Poco después de la ejecución de Cromwell, el doctor Cuthbert Barnes, Thomas Gamet y William Jerome fueron hechos comparecer ante la corte eclesiástica del obispo de Londres, y fueron acusados de herejía.
Presente ante el obispo de Londres, le preguntó al doctor Barnes si los santos oraban por nosotros. A esto respondió que esto «lo dejaba a Dios; pero (añadió), yo oraré por vos.»
El trece de julio de 1541 estos hombres fueron sacados de la Torre y llevados a Smithfield, donde fueron encadenados a una estaca, y sufrieron allí con una constancia que nada sino una firme fe en Jesucristo podía inspiradas.
Thomas Sommers, un honrado mercader, fue echado en prisión, en compañía de otros tres, por leer algunos de los libros de Lutero, y fueron condenados a llevar aquellos libros a un fuego en Cheapside; allí debían echarlos en las llamas; pero Sommers echó los suyos por encima, y por ello fue devuelto a la Torre, y allí apedreado hasta morir.
En este tiempo estaban llevándose a cabo unas terribles persecuciones en Lincoln, bajo el doctor Longland, obispo de aquella diócesis. En Buckigham, Thomas Bainard y James Moretón fueron condenados a ser quemados vivos, el primero por leer la Oración del Señor en inglés, y el otro por leer la Epístola de Santiago en inglés.
El sacerdote Anthony Parsons fue enviado, y con él otros dos, a Windsor, para ser allí interrogado acerca de una acusación de herejía, y les dieron allí varios artículos para que los suscribieran, los cuales rehusaron. Luego su causa fue seguida por el obispo de Salisbury, que fue el más violento perseguidor en aquel tiempo, con la excepción de Bonner. Cuando fueron traídos a la estaca, Parsons pidió de beber, y al dársele, brindó a sus compañeros de martirio, diciendo: «Gozaos, hermanos, y levantad vuestra mirada a Dios; porque después de este duro desayuno espero la buena comida que vamos a tener en el Reino de Cristo, nuestro Señor y Redentor.» Después de estas palabras, Eastwood, uno de los sufrientes, levantó los ojos y las manos al cielo, pidiendo al Señor en lo alto que recibiera su espíritu. Parsons se acercó la paja más hacia él, y luego les dijo a los espectadores: «¡Esta es la armadura de Dios, y ahora soy un soldado cristiano listo para la batalla.
No espero misericordia sino por los méritos de Cristo; Él es mi único Salvador, en Él confío yo para mi salvación.» Poco después de esto se encendieron las hogueras, que quemaron sus cuerpos, pero que no pudieron dañar sus almas preciosas e inmortales. Su constancia triunfó sobre la crueldad, y sus sufrimientos serán tenidos en eterno recuerdo.
Así era entregado una y otra vez el pueblo de Cristo, y sus vidas compradas y vendidas. Porque, en el parlamento, el rey estableció esta ley cruel y blasfema como ley perpetua: que todo el que leyera las Escrituras en su lengua vernácula (lo que era entonces llamado «la ciencia de Wycliffe») debía perder su tierra, sus ganados, su cuerpo, su vida y sus bienes, por si y por sus herederos para siempre, y ser condenados como herejes contra Dios, enemigos de la corona y culpables de alta traición.

PERSECUCIONES EN ESCOCIA EN EL REINADO DE ENRIQUE VIII

HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES EN ESCOCIA DURANTE EL REINADO DE ENRIQUE VIII
Así como no hubo lugar alguno, ni en Alemania, ni en Italia ni en Francia, donde no salieran algunas ramas de aquella fructífera raíz de Lutero, de la misma manera no quedó esta isla de Gran Bretaña sin su fruto y sin sus ramas. Entre ellos estaba Patrick Hamilton, un escocés de noble y alta cuna, y de sangre real, de excelente temperamento, de veintitrés años de edad, llamado abad de Feme. Saliendo de su país con tres compañeros para hacerse con una piadosa educación, se llegó a la Universidad de Marburgo, en Alemania, universidad que para entonces de nueva fundación, por Felipe, Landgrave de Hesse.
Durante su residencia allá se familiarizó íntimamente con aquellas eminentes lumbreras del Evangelio que eran Martín Lutero y Felipe Melancton, y mediante cuyos escritos y doctrinas se adhirió tenazmente a la religión protestante.
Enterándose el arzobispo de St. Andrews (que era un rígido papista) de las actuaciones del señor Hamilton, lo hizo apresar, y haciéndolo comparecer delante de él para interrogarlo brevemente acerca de sus principios religiosos, lo hizo encerrar en el castillo, con órdenes de que fuera echado a la mazmorra más inmunda de la prisión.
A la mañana siguiente, el señor Hamilton fue hecho comparecer delante del obispo, junto con otros, para ser interrogado, siendo las principales acusaciones contra él que desaprobaba en público las peregrinaciones, el purgatorio, las oraciones a los santos, por los muertos, etc.
Estos artículos fueron reconocidos como verdaderos por el señor Hamilton, en consecuencia de lo cual fue de inmediato condenado a la hoguera; y para que su condena tuviera tanta más autoridad, se hizo firmar a todas las personas destacadas allí presentes, y para hacer el número tan grande como fuera posible incluso se admitió la firma de los niños que fueran hijos de la nobleza.
Tan deseoso estaba este fanático y perseguidor prelado por destruir al señor Hamilton, que ordenó la ejecuci6n de la sentencia en la misma tarde del día en que se pronunció. Por ello, fue llevado al lugar designado para la terrible tragedia, donde se apiñó un gran número de espectadores. La mayor parte de la multitud no creía que realmente le fueran a dar muerte, sino que sólo se hacía para espantarlo, y por ello llevarlo a abrazar los principios de la religión romanista. Pero pronto tuvieron que salir de su error.
Cuando llegó a la estaca, se arrodilló y oró durante un tiempo con gran fervor. Después fue encadenado a la estaca, y le pusieron la leña a su alrededor. Poniéndole una cantidad de pólvora debajo de los brazos, la encendieron primero, con lo que la mano izquierda y un lado de la cara quedaron abrasados, pero sin causarle daños mortales, ni prendiéndose el fuego a la leña. Entonces trajeron más pólvora y combustible, y esta vez prendió la leña. Con el fuego encendido, él clamó con voz audible, diciendo: «¡Señor Jesús, recibe mi espíritu. ¿hasta cuándo reinaran las tinieblas sobre este reino? ¿Y hasta cuándo sufrirás Tú la tiranía de estos hombres?»
Ardiendo el fuego lentamente al principio, sufrió crueles tormentos; pero los sufrió con magnanimidad cristiana. Lo que más dolor le causó fue el clamor de algunos malvados azuzados por los frailes, que gritaban con frecuencia: «'Conviértete, hereje; clama a nuestra Señora; di Salve Regina, etc.» Y a estos él replicaba: «Dejadme y parad de molestarme, mensajeros de Satanás.» Un fraile llamado Campbell, el cabecilla, siguió molestándole con un lenguaje insultante, y él le replicó: «¡Malvado, que Dios te perdone!» Después de ello, impedido ya de hablar por la violencia del humo y por la voracidad de las llamas, entregó su alma en manos de Aquel que se la había dado. Este firme creyente en Cristo sufrió el martirio el año 1527.
Un joven e inofensivo benedictino llamado Henry Forest, acusado de hablar respetuosamente del anterior Patrick Hamilton, fue echado en la cárcel; al confesarse a un fraile, reconoció que consideraba a Hamilton como un hombre bueno, y que los artículos por los que había sido sentenciado a morir podían ser defendidos. Al ser revelado esto por el fraile, fue recibido como prueba, y el pobre benedictino fue sentenciado a ser quemado.
Mientras consultaban entre sí acerca de cómo ejecutarlo, John Lindsay, uno de los caballeros del arzobispo, dio su consejo de quemar al fraile Forest en alguna bodega subterránea, porque, dijo, «el humo de Patriek Hamilton ha infectado a todos aquellos sobre quienes ha caído.» Este consejo fue aceptado, y la pobre víctima murió más bien por asfixia que quemado.
Los siguientes en caer víctimas por profesar la verdad del Evangelio fueron David Stratton y Norman Gourlay.
Cuando llegaron al lugar fatal, ambos se arrodillaron, y oraron por un tiempo con gran fervor. Luego se levantaron, y Stratton, dirigiéndose a los espectadores, los exhortó a echar a un lado sus conceptos supersticiosos e idolátricos y a emplear su tiempo en buscar la verdadera luz del Evangelio. Habría dicho más, pero se vio impedido por los oficiales presentes.
Su sentencia fue puesta en ejecución, y entregaron animosos sus almas al Dios que se las había dado, esperando, por los méritos del gran Redentor, una gloriosa resurrección para vida inmortal. Sufrieron en el año 1534.
Los martirios de las dos personas mencionadas fueron pronto seguidos por el del señor Thomas Forret, que durante un tiempo considerable habla sido deán de la Iglesia de Roma; dos herreros llamados Killor y Beverage; un sacerdote llamado Duncan Smith, y un gentilhombre llamado Robert Forrester. Todos ellos fueron quemados juntos, en el monte del Castillo, en Edimburgo, el último día de febrero de 1538.
Al año siguiente del martirio de los ya mencionados, esto es, el 1539, otros dos fueron prendidos por sospecha de herejía: Jerome Russell y Alexander Kennedy, un joven, de unos dieciocho años de edad.
Estas dos personas, después de haber estado encerradas en prisión un tiempo, fueron hechas comparecer ante el arzobispo para su interrogatorio. En el curso del mismo, Russell, que era hombre muy inteligente, razonó eruditamente contra sus acusadores, mientras estos empleaban contra él un lenguaje muy insultante.
Terminado el interrogatorio, y considerados ambos como herejes, el arzobispo pronunció la terrible sentencia de muerte, y fueron de inmediato entregados al brazo secular para su ejecución.
Al día siguiente fueron llevados al lugar designado para su suplicio; de camino hacia allí, Russell, al ver que su compañero de sufrimientos parecía mostrar temor en su rostro, se dirigió así a él: «Hermano, no temas mayor es Aquel que está en nosotros que el que está en el mundo. El dolor que hemos de sufrir es breve, y será ligero; pero nuestro gozo y consolación nunca tendrán fin. Por ello, luchemos por entrar en el gozo de nuestro Amo y Salvador, por el mismo camino recto que El tomó antes que nosotros. La muerte no nos puede dañar, porque ya está destruida por El, por Aquel por causa de quien vamos ahora a sufrir.»
Cuando llegaron al lugar fatal, se arrodillaron ambos y oraron por un tiempo; después de ello fueron encadenados a la estaca y se prendió fuego a la leña, encomendando ellos con resignación sus almas a Aquel que se las había dado, en la plena esperanza de una recompensa eterna en las mansiones celestiales.
Una relación de la vida, sufrimientos y muerte de Sir George Wishart, que fue estrangulado y después quemado, en Escocia, por profesar la verdad del Evangelio.
Por el año de nuestro Señor 1543 había, en la Universidad de Cambridge, un Maestro George Wishart, comúnmente llamado Maestro George del Benet College, hombre de alta estatura, calvo, y con la cabeza cubierta con una gorra francesa de la mejor calidad; se juzgaba que era de carácter melancólico por su fisonomía; tenía el cabello negro en larga barba, apuesto, de buena reputación en su país, Escocia, cortés, humilde, amable y gentil, amante de su profesión de maestro, deseoso de aprender, y habiendo viajado mucho; se vestía de un ropaje hasta los pies, una capa negra, y medias negras, tejido burdo blanco para camisa, y bandas blancas y gemelos en sus puños.
Era hombre modesto, templado, temeroso de Dios, aborrecedor de la codicia; su caridad nunca se acababa, ni de noche ni de día; se saltaba una de cada tres comidas, un día de cada cuatro en general, excepto por algo para fortalecer el cuerpo. Dormía en un saco de paja y en burdos lienzos nuevos, que, cuando los cambiaba, daba a otros. Al lado de su cama tenía una bañera, en la que (cuando sus estudiantes estaban ya dormidos, y las luces apagadas y todo en silencio), solía bañarse. Él me tenía gran afecto, y yo a él. Enseñaba con gran modestia y gravedad, de manera que algunos de sus estudiantes lo consideraban severo, y hubieran querido matarle; pero el Señor era su defensa. Y él, después de una debida corrección por la malicia de ellos, los enmendaba con una exhortación buena, y se iba. ¡Oh, si el Señor me lo hubiera dejado a mí, su pobre chico, para terminar lo que había comenzado! Porque se fue a Escocia con varios de la nobleza que vinieron para formular un tratado con el Rey Enrique.
En 1543, el arzobispo de St. Andrews hizo una visitación en varias partes de la diócesis, durante la cual se denunciaron a varias personas en Perth, por herejía. Entre estas, las siguientes fueron condenadas a muerte: William Anderson, Robert Lamb, James Finlayson, James Hunter, James Raveleson y Helen Stark.
Las acusaciones contra estas personas fueron, respectivamente: Las primeras cuatro estaban acusadas de haber colgado la imagen de San Francisco, clavando en su cabeza cuernos de carnero, y de fijar una cola de vaca a su trasero; pero la razón principal de su condena fue por haberse permitido comer un ganso en día de ayuno.
James Raveleson fue acusado de haber adornado su casa con la diadema triplemente coronada de San Pedro, tallada en madera, lo que el arzobispo consideró hecho en escarnio de su capelo cardenalicio.
Helen Stark fue acusada de no haber tenido la costumbre de orar a la Virgen María, más especialmente durante el tiempo en que estaba recién parida.
Todos fueron hallados culpables de estos delitos de que se les acusaba, y de inmediato fueron sentenciados a muerte; los cuatro hombres a la horca, por comer el ganso; James Raveleson a ser quemado; y la mujer, que había acabado de dar a luz un bebé y lo criaba, a ser metida en un saco, y ahogada.
Los cuatro, con la mujer y el niño, fueron muertos el mismo día, pero James Raveleson no fue ejecutado hasta algunos días más tarde.
Los mártires fueron conducidos por una gran banda de hombres armados (porque temían una rebelión en la ciudad, lo que hubiera podido acontecer si los hombres no hubieran estado en la guerra) hacia el lugar de la ejecución, que era el común de los ladrones, y ello para hacer parecer su causa más odios a ante el pueblo. Todos consolándose unos a otros, y asegurándose unos a otros que cenarían juntos en el Reino del Cielo aquella noche, se encomendaron a Dios, y murieron con constancia en el Señor.
La mujer deseaba anhelantemente morir con su marido, pero no le fue permitido; pero, siguiéndole al lugar de la ejecución, le dio consuelo, exhortándole a la perseverancia y paciencia por causa de Cristo, y, despidiéndose de él con un beso, le dijo: «Esposo, regocíjate, porque hemos vivido juntos durante muchos días gozosos; pero este día en el que tenemos que morir debería sernos aún más gozoso, porque tendremos gozo para siempre; por ello, no te diré que buenas noches, porque nos encontraremos de repente con gozo en el Reino de los Cielos.» Después de esto, la mujer fue llevada a ser ahogada, y aunque tenía un bebé mamando en su pecho, esto no movió para nada los implacables corazones de los enemigos. Así, después de haber encomendado a sus hijos a los vecinos de la ciudad por causa de Dios, y que el pequeño bebé fuera dado a la nodriza, ella selló la verdad con su muerte.
Deseoso de propagar el verdadero Evangelio en su propio país, George Wishart dejó Cambridge en 1544, y al llegar a Escocia predicó primero en Montrose, y después en Dundee. En este último lugar hizo una exposición pública de la Epístola a los Romanos, que hizo con tal unción y libertad que alarmó enormemente a los papistas.
Como consecuencia de ello (por instigación del Cardenal Beaton, arzobispo de St. Andrews), un tal Robert Miln, hombre principal en Dundee, fue a la iglesia donde predicaba Wishart, y en medio del discurso le dijo que no perturbara más a la ciudad, porque estaba decidido a no admitirlo.
Este repentino desaire sorprendió enormemente a Wishart, que, después de una breve pausa, mirando dolorido a quien le hablaba y a su audiencia, dijo: «Dios me es testigo de que jamás he intentado perturbar, sino confortar; sí, vuestra turbación me duele más a mí que a vosotros mismos; pero estoy seguro de que el rechazamiento de la Palabra de Dios y la expulsión de Su mensajero no os preservará de turbación, sino que os la atraerá; porque Dios os enviará ministros que no temerán ni al fuego ni al destierro.
Yo os he ofrecido la Palabra de salvación. Con peligro de mi vida he permanecido entre vosotros. Ahora vosotros mismos me rechazáis; pero debo declarar mi inocencia delante de Dios: Si tenéis larga prosperidad, no soy guiado por el Espíritu de verdad; pero si caen sobre vosotros perturbaciones no buscadas, reconoced la causa y volveos a Dios, que es clemente y misericordioso. Pero si no os volvéis a la primera advertencia, El os visitará con el fuego y la espada.» Al terminar este discurso, salió del púlpito y se retiró.
Después de esto se fue al Oeste de Escocia, donde predicó la Palabra de Dios y fue bien acogido por muchos.
Poco tiempo después de esto el señor Wishart recibió noticias de que se había desatado la plaga en Dundee. Comenzó cuatro días después que le fuera prohibido predicar allá, y fue tan violenta que casi era increíble cuántos murieron en el espacio de veinticuatro horas. Al serle esto relatado, a pesar de la insistencia de sus amigos por detenerle, decidió volver allá, diciendo: «Ahora están turbados y necesitan consolación. Quizá esta mano de Dios les hará ahora exaltar y reverenciar la Palabra de Dios, que antes estimaron en poco.»
En Dundee fue recibido gozosamente por los piadosos. Escogió la puerta oriental como lugar de predicación, de manera que los sanos estaban dentro, y los enfermos fuera de la puerta. Tomó este texto como el tema de su sermón: «Envió Su palabra, y los sanó,» etc. En su sermón se extendió principalmente en la ventaja y la consolación de la Palabra de Dios, en los juicios que sobrevienen por el menosprecio o rechazo de la misma, la libertad de la gracia de Dios para con todo Su pueblo, y la felicidad de Sus elegidos, a los que Él mismo saca de este mundo miserable. Los corazones de los oyentes se elevaron tanto ante la fuerza divina de este discurso que vinieron a no considerarla muerte con temor, sino a tener por dichosos a los que serían entonces llamados, no sabiendo si volvería él a tener tal consolación para con ellos.
Después de esto, la peste se aplacó, aunque, en medio de ella, Wishart visitaba constantemente a los que yacían en la hora fatal, y los consolaba con sus exhortaciones.
Cuando se despidió de la gente de Dundee, les dijo que Dios casi había dado fin a aquella peste, y que ahora él era llamado a otro lugar. Fue de allí a Montrose, donde predicó algunas veces, pero pasó la mayor parte de su tiempo en meditación privada y oración.
Se dice que antes de salir de Dundee, y mientras estaba dedicado a la obra de amor para con los cuerpos y las almas de aquella pobre gente afligida, el Cardenal Beaton indujo a un sacerdote papista fanático, llamado John Weighton, para que le matara; y este intento fue como sigue: un día, después que Wishart hubo acabado su sermón y la gente se había ido, un sacerdote se quedó de pie esperando al pie de las escaleras, con una daga desenvainada en su mano bajo su sotana. Pero el señor Wishart, que tenía una mirada sagaz y penetrante, viendo al sacerdote cuando bajaba del púlpito, le dijo: «Amigo mío, ¿que querría usted?», y de inmediato, asiéndole de la mano, le quitó la daga.
El sacerdote, aterrado, se puso de rodillas, confesó sus intenciones, y le rogó perdón. La noticia corrió, y llegando a oídos de los enfermos, estos dijeron: «Dadnos al traidor, o lo tomaremos por la fuerza; y se lanzaron a la puerta. Pero Wishart, tomando al sacerdote en sus brazos, les dijo: «El que le haga daño, me hará daño a mí, porque no me ha hecho mal alguno, sino un gran bien, enseñándome a ser más prudente para el futuro.» Con esta conducta, apaciguó al pueblo, y salvó la vida del malvado sacerdote.
Poco después de volver a Montrose, el cardenal de nuevo conspiró contra su vida, haciendo enviarle una carta corno procedente de su amigo íntimo, el señor de Kennier, en la que se le pedía que acudiera a verle con toda premura, porque había caído en una repentina enfermedad. Mientras tanto, el cardenal había apostado sesenta hombres armados emboscados a una milla y media de Montrose, para asesinarlo cuando pasara por allí.
La carta fue entregada en mano a Wishart por un muchacho, que también le trajo un caballo para el viaje. Wishart, acompañado por algunos hombres honrados, amigos suyos, emprendió el viaje, pero viniéndole algo particular a la mente mientras iba de camino, volvió. Ellos se asombraron, y le preguntaron cuál era la causa de su proceder, y les respondió: «No iré; Dios me lo prohíbe; estoy seguro de que es traición. Que algunos pasen adelante, y me digan lo que encuentran.» Haciéndolo, descubrieron la trampa, y volviendo a toda prisa, se lo dijeron al señor Wishart; éste dijo, entonces: «Sé que acabaré mi vida en manos de este hombre sanguinario, pero no de esta manera.»
Poco tiempo después salió de Montrose, y pasó a Edimburgo, para propagar el Evangelio en aquella ciudad. Por el camino se alojó con un fiel hermano, llamado James Watson de Inner-Goury. En medio de la noche se levantó y salió al patio, y oyéndole dos hombres, le siguieron sigilosamente. En el patio se puso de rodillas, y oró con el mayor fervor, después de lo que se levantó y volvió a la cama. Sus acompañantes, aparentando no saber nada, acudieron y le preguntaron dónde había estado, pero no quiso responderles. Al siguiente día le importunaron para que se lo dijera, diciendo: «Sea franco con nosotros, porque oímos sus lamentos y vimos sus gestos.»
A esto él dijo, con rostro abatido: «Ojalá que no hubierais salido de vuestras camas.» Pero apremiándole ellos por saber algo, les dijo: «Os lo diré; estoy seguro de que mi batalla está cerca de su fin, y por ello oro a Dios que esté conmigo, y que yo no me acobarde cuando la batalla ruja con mayor fuerza.»
Poco después, al enterarse el Cardenal Beaton, arzobispo de St. Andrews, de que el señor Wishart estaba en la casa del señor Cockbum, de Ormiston, en East Lothian, le pidió al regente que lo hiciera prender. A esto accedió el regente, tras mucha insistencia y muy en contra de su voluntad.
Como consecuencia de esto, el cardenal procedió de inmediato a juzgar a Wishart, presentándose no menos de dieciocho artículos de acusación en contra suya. El señor Wishart respondió a los respectivos artículos con tal coherencia de mente y de una manera tan erudita y clara que sorprendió en gran manera a los que estaban presentes.
Acabado el interrogatorio, el arzobispo intentó convencer al señor Wishart para que se retractara; pero éste estaba demasiado firme y arraigado en sus principios religiosos y demasiado iluminado por la verdad del Evangelio, para que lo pudieran mover en lo más mínimo.
A la mañana de la ejecución le vinieron dos frailes de parte del cardenal; uno de ellos le vistió de una túnica de lino negro, y el otro traía varias bolsas de pólvora, que le ataron en diferentes partes del cuerpo.
Tan pronto como llegaron a la pira, el verdugo le puso una cuerda alrededor del cuello y una cadena en la cintura, con lo que él se puso de rodillas, exclamando: «¡Oh, Salvador del mundo, ten misericordia de mi! ¡Padre del cielo, en tus santas manos encomiendo mi espíritu! »
Después de esto oró por sus acusadores, diciendo: «Te ruego, Padre celestial, perdona a los que, por ignorancia o por una mente perversa, han forjado mentiras contra mí, los perdono de todo corazón. Ruego a Cristo que perdone a todos los que ignorantemente me han condenado.»
Fue entonces encadenado a la estaca, y al encenderse la leña, se prendió de inmediato la pólvora que tenía atada por su cuerpo, que se encendió en una conflagración de llama y de humo.
El gobernador del castillo, que estaba tan cerca que quedó chamuscado por la llamarada, exhortó al mártir, en pocas palabras, a tener buen ánimo y a pedir a Dios perdón por sus culpas. A lo que él contestó: «Esta llama hace sufrir a mi cuerpo, ciertamente, mas no ha quebrantado mi espíritu. Pero el que ahora me mira de manera tan soberbia desde su exaltado solio (dijo, señalando al cardenal), será, antes que transcurra mucho tiempo, arrojado ignominiosamente, aunque ahora se huelga tan orgullosamente de su poder.» Esta predicción fue cumplida poco después.
El verdugo, que debía atormentarlo, se puso de rodillas, y le dijo: «Señor, os ruego que me perdonéis, porque no soy culpable de vuestra muerte.» Y él le dijo: «Ven aquí.» Cuando se hubo acercado, le besó en la mejilla, y le dijo: «Esto es una muestra de que te perdono. De corazón, cumple tu oficio.» Y entonces fue puesto en el patíbulo, y colgado y reducido a cenizas. Cuando la gente vio aquel gran suplicio, no pudieron reprimir algunas lastimeras lamentaciones y quejas por la matanza de aquel hombre inocente.
No pasó mucho tiempo tras el martirio de este bienaventurado hombre de Dios, el Maestro George Wishart, que fue muerto por David Beaton, el sanguinario arzobispo y cardenal de Escocia, el uno de marzo de 1546 d.C., que el dicho David Beaton, por justa retribución divina, fue muerto en su propio castillo de St. Andrews a manos de un hombre llamado Leslie y otros caballeros que, movido por Dios, se lanzó de súbito contra él y aquel mismo año, el último ella de mayo, lo asesinó en su cama, mientras que él chillaba: «¡Ay, ay, no me matéis'. ¡Soy un sacerdote!» Así, como carnicero vivió y como carnicero murió, y estuvo siete meses y más insepulto, y al final fue echado como carroña en un estercolero.
El último en sufrir martirio en Escocia por causa de Cristo fue un hombre llamado Walter Mill, que fue quemado en Edimburgo en el año 1558.
Este hombre había viajado por Alemania en sus años jóvenes, y al volver fue designado sacerdote de la iglesia de Lunan en Angus, pero, por una denuncia de herejía, en tiempos del Cardenal Beaton, se vio obligado a abandonar su puesto y a ocultarse. Sin embargo, pronto fue descubierto y apresado.
Interrogado por Sir Andrew Oliphant acerca de si se iba a retractar de sus opiniones, respondió en sentido negativo, diciendo que «antes perdería diez mil vidas que ceder una partícula de aquellos celestiales principios que había recibido por la palabra de su bendito Redentor.»
Como consecuencia de esto, se pronunció de inmediato su sentencia de muerte, y fue llevado a la cárcel para ser ejecutado al día siguiente.
Este valeroso creyente en Cristo tenía ochenta y dos años, y estaba sumamente debilitado, por lo que se suponía que apenas se le oiría. Sin embargo, cuando fue llevado al lugar de la ejecución, expresó sus creencias religiosas con tal valor y al mismo tiempo con tal coherencia lógica que dejó atónitos hasta a sus enemigos. Tan pronto como se vio atado a la estaca y la leña fue encendida, se dirigió así a los espectadores: «La causa por la que sufro hoy no es ningún crimen (aunque me reconozco un mísero pecador), sino sólo sufro por la defensa de la verdad según está en Jesucristo; y alabo al Dios que me ha llamado, por Su misericordia, a sellar la verdad con mi vida; la cual, así como la he recibido de él, la entrego voluntaria y gozosamente para Su gloria. Por ello, si queréis escapar a la condenación eterna, no os dejéis seducir más por las mentiras de la sede del Anticristo: depended sólo de Jesucristo y de Su misericordia, y podréis ser liberados de la condenación.» Luego añadió que esperaba ser el último en sufrir la muerte en Escocia por causas de religión.
Así entregó este piadoso cristiano animosamente su vida en defensa de la verdad del Evangelio de Cristo, con la certeza de que sería hecho partícipe de Su reinado celestial.

LOS CINCOS PUNTOS ESENCIALES DE LA BIBLIA

PECADO ORIGINAL. CORRUPCION TOTAL.

EXPOSICIÓN DE LA DOCTRINA.
La doctrina de la corrupción total aparece en la confesión de Westminster de la manera siguiente; "Por este pecado nuestros primeros padres cayeron de su rectitud original y perdieron la comunión con Dios, y por tanto quedaron muertos en el pecado y totalmente corrompidos en todas las facultades y partes del alma y del cuerpo"
"Siendo ellos el tronco de la raza humana, la culpa de este pecado le fue imputada, y la misma muerte en el pecado y la naturaleza corrompida se transmitieron a la posterioridad que desciende de ellos según la generación ordinaria.
El alcance y los efectos del pecado original San Pablo, Agustín y Calvino toman como punto de partida el hecho de que toda la humanidad pecó en Adán y que todos los hombres son "inexcusables" Ro. 2:1. Pablo recalca una y otra vez que estamos muertos, Efe. 2:12. Podemos notar en este versículo el énfasis quíntuple que hace el apóstol colocando frase sobre frase para acentuar dicha verdad.
La doctrina de la corrupción total, que declara que el hombre sean igual de malos, ni que no exista persona alguna sin alguna virtud, ni que la naturaleza humana sea mala en sí misma. Lo que significa es que el hombre desde la caída se encuentra bajo la maldición del pecado, y que es incapaz de amar a Dios.
El hombre no regenerado puede, debido a la gracia común, amar a sus familiares, ser buen ciudadano, quizá de donar un millón de pesos para un hospital, pero no puede dar ni un simple vaso de agua fría a un discípulo en el nombre de Jesús. Un hombre si fuere borracho, puede que logre abstienes de la bebida por laguna razón; pero jamás podrá hacerlo por amor a Dios.
Pruebas Bíblicas: I Cor. 2:14, Gén. 2:17, Rom. 5:12, 2ª Cor. 1:9, Efe. 2:1-3; 12, Jer. 13:23, Sal. 51:5, Jn. 3:5 Ro. 3:10-12.

EL DECRETO ETERNO DE DIOS. ELECCIÓN INCONDICIONAL.

EXPOSICIÓN DE LA DOCTRINA.
La doctrina de la elección ha de considerarse sólo como una aplicación particular de la doctrina general de la predestinación en tanto se relaciona con la salvación de los pecadores. La confesión de Westminster presenta la doctrina de la siguiente manera: "Por el decreto de Dios, para la manifestación de su propia gloria, algunos hombres y ángeles son predestinados a vida eterna, y otros preordenados están designados particularmente inalterablemente, y su número están cierto y definido que ni se puede aumentar ni disminuir".
Es importante entender con claridad esta doctrina de la elección divina, ya que nuestro concepto de dicha doctrina determinará nuestro concepto de Dios, del hombre, del mundo, y de la redención. Calvino dice "Jamás nos convenceremos como debiéramos de que nuestra salvación procede y mana de la fuente de la misericordia gratuita de Dios, mientras no hayamos comprendido se elección eterna, pues ella, por comparación, nos ilustra la gracia de Dios.
PRUEBA BÍBLICA.
La primera pregunta que debemos formularnos es, ¿Hallamos esta doctrina en las Escrituras? Consideremos lo que dice San Pablo en Ef. 4:5. También es bueno considerar la cadena de oro con sus cinco eslabones; conocidos, predestinados, llamados, justificados, glorificados. Ro. 8: 29. 30. podemos considerar esta elección bajo diferentes aspectos: (ver cat. menor P. 7 y 8)
A) UNA ELECCIÓN INDIVIDUAL.
Las Escrituras presentan la elección como algo que ocurre en el pasado sin consideración a méritos personales, y totalmente soberano. Ro. 9:11,12; Jn. 15:16; Ro. 5:6,8; 1Rey. 19:18.
B) UNA ELECCIÓN NACIONAL.
Dios escoge a algunas naciones para que reciban mayores bendiciones espirituales y temporales que otras. Esta forma de elección ha sido bien ilustrada en la nación Judía, en ciertas naciones europeas y de América. A través del Antiguo Testamento se afirma que los judíos eran un pueblo escogido. Am. 3:2; Sal. 147:20; Deut. 7:6
C) UNA ELECCIÓN PARA LOS MEDIOS EXTERNOS DE GRACIAS.
Nacer en un hogar cristiano donde se escucha y lee el Evangelio. Nadie puede escoger el lugar de su nacimiento.
D) UNA ELECCIÓN EN CUANTO LAS VOCACIONES.
Dios nos concede los talentos especiales que nos capacitan para ser estadista, o médico, o abogado, o agricultor, o músico, ser inteligente, o los dones de belleza, etc.
La elección también incluye a los ángeles, pues de ellos son partes de la creación de Dios y están bajo su gobierno. Algunos son Santos, otros pecaminosos. 1 Tim. 5:21; Mar. 8:38: 2 Ped. 2:4: Mt. 25:41.

LA EXPIACIÓN LIMITADA.

La pregunta que tenemos que discutir es, ¿Ofreció Cristo su vida como sacrificio por toda la humanidad, sin distinción o excepción; o la ofreció solamente por los elegidos? Los calvinistas sostienen que según la intención y el plan de Dios, Cristo murió por los elegidos únicamente.
La confesión de Fe Westminster dice concerniente a esta doctrina "Por tanto, los que son elegidos, habiendo caído en Adán son redimidos por Cristo, y en debido tiempo eficazmente llamados a la fe en Cristo por el Espíritu Santo; son justificados, adoptados, santificados, y guardados por su poder, por medio de la fe, para salvación.
Nadie más será redimido por Cristo eficazmente llamado, justificado, adoptado, santificado y salvado, sino solamente los elegidos. (cap. 3 secc. 6) cat. m. P, 16 Esta doctrina no significa que se puede limitar el valor o el poder de la expiación que Cristo hizo. El valor de la expiación depende de y es medio por la dignidad de la persona que la hizo Jesucristo el Hijo de Dios. Es importante hacer esta declaración: El calvinista limita la expiación al decir que ésta no es aplicada a todas las personas, el arminiano la limita al decir que solamente el que cree es salvo.
Las escrituras afirman que Cristo fue un rescate por sus elegidos. Cristo también enseñó que los elegidos y los redimidos eran las mismas personas, leer; Jn. 10:14,15; 15:13: 17:6,9,10; Ef. 5:25. Cristo murió por hombres como Pablo y Juan, no por hombres como Faraón y Judas, quienes eran cabras y no ovejas. En Génesis leemos que Dios "puso enemistad" entre la simiente de la mujer y la simiente de la serpiente. En Gál. 3:16 Pablo usa el término "simiente" y lo aplica a Cristo como individuo, dándonos a entender que la simiente de la mujer es el pueblo de Dios elegido. De igual manera puede notarse que la simiente de la serpiente son esa porción de la raza humana no elegida por Dios. Prestemos atención a las palabras del señor Jesús en Jn. 6:70; 8:44. Y las de Pablo, Hech. 13:10.

LA GRACIA EFICAZ. EL LLAMAMIENTO EFICAZ

La confesión de Westminster presenta la doctrina de la gracia eficaz de la siguiente manera, "A todos a quienes Dios ha predestinado para vida, y a ellos solamente, la agrada en su tiempo señalado y aceptado, llamar eficazmente por su palabra y Espíritu fuera del estado de pecado y muerte en que están por naturaleza, a la gracia y salvación por Jesucristo, iluminando espiritual y salvadoramente su entendimiento, a fin de que comprendan las cosas de Dios; quitándoles el corazón de piedra y dándoles uno de carne, renovando sus voluntades y por su potencia todopoderosa, induciéndoles hacia aquello que es bueno, y trayéndoles eficazmente a Jesucristo; de tal manera que ellos vienen con absoluta libertad, habiendo recibido por la gracia de Dios la voluntad de hacerlo" (cap. X secc. I y2) ver cat. men. Preg. 31
Creemos que los méritos de la obediencia y del sufrimiento de Cristo son suficientes, adecuados y ofrecidos gratuitamente a todos los hombre. Pero surge la pregunta, ¿Por qué se salva y otro se pierde? ¿Por qué razón unos se arrepienten y creen, mientras que otros, con los mismos privilegios externos no se arrepienten? El calvinista sostienen que es Dios quien causa la diferencia. El arminiano, atribuye la diferencia a los hombres mismos.
Las escrituras enseñan que el hombre en su estado natural está totalmente muerto en su pecado, y que Dios por su gracia nos resucita. Ef. 2:1,4-6; Jn. 5:24; Col. 2:13; Tit. 3:5; 1 Ped. 2:9; II Cor. 5:17; Ez. 11:19.
La regeneración y el llamamiento eficaz, no viola la libertas del hombre. Dios tampoco trata al hombre como si fuese una piedra o un pedazo de madera. Dios ilumina la mente y cambia todos los conceptos erróneos que el pecador abriga sobre Dios sobre sí mismo, y sobre el pecado. La persona regenerada comienza a ser guiada por nuevos motivos y deseos, y cosas que antes odiaba, ahora ama y desea. Este cambio no acontece por ninguna compulsión externa, sino debido a un nuevo principio de vida creado en el alma y que busca lo que le satisface.

LA PERSEVERANCIA DE LOS CREYENTES. (DE LOS SANTOS)

la doctrina de la perseverancia de los santos aparece en la confesión Westminster de la manera siguiente: "A quienes Dios ha aceptado en su amado, y que han sido eficazmente llamados y santificados por su Espíritu, no pueden caer ni total ni definitivamente del estado de gracia, sino que ciertamente han de perseverar en él hasta el fin, y serán salvados eternamente. Fil. 1:6; 2 Ped. 1:10; Jn. 10:28,29; 1 Jn. 3:9. cap. XVII secc. 1 y 2
Esta perseverancia. depende no de su propio libre albedrío, sin o de la inmutabilidad del decreto, que fluye del amor gratuito e inmutable de Dios Padre (2 Tim. 2.18,19; Jer. 31:3) de la eficacia del mérito y de la intercesión de Jesucristo (Heb. 10:10,14; 13:20,21; 7;25; 9:12-15; Jn. 17:11,24; Rom. 8:33-39) de la morada del Espíritu" (Jn. 14:16,17: 1 Jn. 2:27; 3:9). Si Dios ha escogido incondicionalmente a ciertas personas para vida eterna, y si su Espíritu aplica eficazmente a éstas los beneficios de la redención, entonces la conclusión es, que estas personas serán eternamente salvas. La perseverancia no depende de nuestras buenas obras sino de la gracia de Dios. Pablo enseña que los creyentes no están bajo la ley sino bajo la gracia y por esto no pueden ser condenados por haber violado la ley (Rom. 6:14; 7:4,8; 4:15; Gál. 5:3).
La doctrina de la perseverancia, no significa que el creyente no pueda caer en pecado, el mejor de los creyentes aun puede caer en pecado. (2 Cor. 4:7; Rom. 7:19-25) En cuanto a los supuestos creyentes que se apartan de la fe definitivamente, demuestra que nunca han sido hijos de Dios. La cizaña nunca fue trigo. Mat. 13:38; 2 Cor. 11:14; Mt. 24:24; Rom. 9:6,7; 1 Jn. 2:9; Apc. 2:9.

EL PERÍODO DE LA REFORMA (SIGLO XVI) Y LA INTERPRETACIÓN BÍBLICA.

RAÍCES DE LA HERMENÉUTICA DE LA REFORMA: NOMINALISMO ESCOLÁSTICO
La esencia de los grandes sistemas escolásticos del Período Medieval fue la síntesis de la Filosofía y la Revelación: la unión de la Razón y la Escritura. Guillermo de Occam atacó el uso de la Razón en la Teología, aún enseñando que la Razón sin la Revelación puede alcanzar conclusiones contradictorias a la Revelación.
El énfasis de Guillermo de Occam logró dos cosas para preparar el camino de la Reforma: creó una desconfianza profunda en las construcciones y sistemas del Escolasticismo Medieval y limitó la Teología a la Revelación sola para obtener conocimiento. El resultado fue un sistema de interpretación más confiable que las especulaciones alegóricas de los Padres (Martín Lutero tuvo una educación filosófica según Guillermo de Occam).

HUMANISMO RENACENTISTA

Un gran avivamiento por el estudio en el S. XV puso el fundamento para la Hermenéutica de la Reforma. Dos factores involucrados fueron: El flujo de refugiados griegos provenientes del caído imperio Bizantino amplió la influencia del lenguaje griego y de su herencia Clásica; también la invención de la impresora de tipo movible creó una verdadera explosión de conocimiento y estudios bíblicos.

DOS FIGURAS CLAVES

El terreno para la Reforma fue además preparado – en la providencia divina – por dos hombres: Juan Reuchlin y Desiderio Erasmo. Reuchlin (tío de Felipe Melanchton) fue el llamado padre del conocimiento hebreo para la iglesia cristiana pues él publicó una gramática hebrea y un léxico hebreo, además de publicaciones sobre los acentos y ortografía hebrea y una interpretación gramática de los siete Salmos de penitencia. A Reuchlin se le llamó “Jerónimo renacido.” Erasmo (1467-1536) publicó la primera edición crítica del NT en griego (1516), además de las Anotaciones y su Parafrases de los Evangelios que fueron ejemplos de interpretación con énfasis histórico y filológico. Lutero usó mucho el NT de Erasmo.
Sin embargo, debemos apuntar a Lutero mismo como la lámpara de la hermenéutica en la Reforma.

HERMENÉUTICA DE LA REFORMA

Al traducir la Biblia al alemán, Lutero hizo un gran servicio a la nación alemana, pero también fortaleció el ímpetu de tener las Escrituras en el lenguaje común de la gente. Y aunque debemos reconocer que los principios hermenéuticos de Lutero fueron mejor que su práctica, es a él a quien debemos el mayor énfasis sobre el significado literal como la única base apropiada para la exégesis. Lutero completamente despreciaba la interpretación alegórica de la Escritura llamándola “puro polvo”, “especulaciones vanas” y “escoria.” Podemos resumir su hermenéutica con una frase suya: “El Espíritu Santo es el escritor más sencillo que hay en los cielos o en la tierra, por lo tanto Sus palabras no pueden más que tener el sentido más sencillo, que es lo que llamamos el sentido escritural o literal.”
Después de Lutero, la antorcha pasa a Calvino, quien en sus comentarios sobre Gálatas 4:21-26 se quejó de la práctica de obtener varios significados de una misma Escritura como “un invento de Satanás.” En su introducción a Romanos sus palabras fueron: “Es audacia, casi sacrilegio, usar la Escritura a nuestro placer y jugar con ella como con una pelota, como muchos lo han hecho… es el primer trabajo del intérprete dejar que el autor diga lo que dice, en lugar de atribuirle lo que nosotros pensamos que debió haber dicho.”
Aunque los principios Sola Fidei y Sola Gratia constituyen el principio material de la Reforma, el principio formal de la misma es Sola Escritura pues su esencia es el rechazo de la tradición eclesiástica – en la Reforma se dio reversa completamente al énfasis hermenéutico que había proliferado en la iglesia occidental desde los días de los Padres Post-Apostólicos.
No debemos olvidarnos de Melachton, Zwingli, Bucer, Beza y otros, pero por falta de tiempo sólo recordemos las palabras de Tyndale (traductor del NT al inglés):
“Debes entender entonces que la Escritura tiene un solo sentido, que es el sentido literal. Y que ese sentido literal es la raíz y fundamento de todo, y el ancla que nunca falla, a ella debes afianzarte, y así nunca errarás ni te saldrás del camino. Pero si dejas el sentido literal, sólo podrás perderte. Sin embargo, la Escritura sí usa proverbios, similitudes, acertijos, alegorías, como las otras formas de hablar lo hacen, pero lo que esos proverbios, similitudes, acertijos y alegorías significan es siempre el sentido literal, y ese debes siempre buscar diligentemente.”
Fundamentos teológicos de la Hermenéutica de la Reforma (los 6 principios hermenéuticos de Lutero):

EL PRINCIPIO PSICOLÓGICO:

La fe y la iluminación son los requisitos personales y espirituales para el intérprete. El intérprete debe buscar la dirección del Espíritu y depender en esa dirección.

EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD:

La Biblia es la autoridad suprema y final en todo asunto teológico y por lo tanto está sobre toda autoridad eclesiástica.

EL PRINCIPIO LITERAL:

Lutero mantuvo la primacía de la interpretación literal de la Escritura. Esta primacía refutó la interpretación cuatripartita de los Escolásticos. Lutero especialmente rechazó los métodos alegóricos usados por Roma, pero Lutero mismo algunas veces usó alguna forma de alegoría. Un aspecto de este principio es que Lutero aceptó la primacía de los idiomas originales de la Escritura.

EL PRINCIPIO DE LA SUFICIENCIA:

El Cristiano piadoso y competente puede entender el verdadero significado de la Biblia y por lo tanto no necesita las guías oficiales ofrecidas por Roma. La claridad de la Biblia junto con
el sacerdocio de todos los creyentes hace que la Biblia sea la propiedad de todos los Cristianos. La claridad de la Palabra significa que fue escrita en un lenguaje ordinario con su sentido ordinario. Su verdadero significado no era alegórico ni de ninguna manera oscuro, y por lo tanto no requiere de alguna autoridad eclesiástica para definir su verdadero significado. En lugar de un guía oficial de Roma, Lutero enseñó que el verdadero intérprete de la Escritura es la Escritura misma. Los pasajes oscuros deben ser interpretados por los pasajes claros, y no por la tradición de Roma. Ningún pasaje debe ser interpretado de tal manera que contradiga la enseñanza entera de la Biblia.

EL PRINCIPIO CRISTOLÓGICO:

La función de toda interpretación es encontrar a Cristo. Este fue el método de Lutero para hacer de toda la Biblia un libro Cristiano (pero no de la manera alegórica de los Padres primitivos).

EL PRINCIPIO DE LA LEY Y EL EVANGELIO:

La Ley de Dios fue dada para postrarnos a causa de la culpa del pecado. La salvación viene por la gracia de Dios por medio de la fe en Cristo.
El rechazo de la Hermenéutica de la Reforma
Roma rechazó la hermenéutica de la Reforma puesto que está unida a la doctrina Reformada. El asunto principal es la interpretación eclesiástica no la interpretación alegórica.

OBREROS PEREGRINOS

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La Biblia declara: "Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros" (1 Pedro 3:15). Esto no es simplemente un buen consejo; ¡es un mandamiento de Dios. Determiné que en estos días es especialmente importante que los cristianos puedan dar razón de la esperanza que hay en ellos. Trataría de hacer algo práctico para ayudarlos. Este estudio es el resultado. Los incrédulos y las religiones no cristianas nos hacen desafíos por todas partes. La televisión, los libros, las revistas y las películas colocan nuestra fe en tela de juicio de mil maneras, grandes y pequeñas. Como creyente que adoramos al que es el Logos encarnado, o sea, la lógica de Dios, tenemos que estar preparados para hablar a los que abiertamente se manifiestan antagonistas a los principios básicos de nuestra fe. Pecamos contra Dios cuando nos quedamos en silencio porque no somos capaces de defenderlos.