LA REFORMA (1500–1550)
Un catecismo; Los “hermanos de la vida común”;
Lutero; Tetzel; Las noventa y cinco tesis en Wittenberg; La Bula papal es
quemada; La Dieta de Worms; El castillo de Wartburg; Traducción de la Biblia;
Esfuerzos de Erasmo por llegar aun arreglo; Desarrollo de la Iglesia Luterana;
Su reforma y limitaciones; Staupitz protesta; La elección de Lutero entre las
iglesias del Nuevo Testamento y el sistema de la Iglesia oficial; Loyola y la
Contra Reforma.
La
relación entre los hermanos en los distintos países es evidente por el hecho de
que el mismo catecismo para la instrucción de sus hijos fue usado por los
valdenses en los valles, en Francia y en Italia. Fue usado también por los
diferentes hermanos en las tierras de Alemania, y por los “hermanos unidos” en
Bohemia.1 Este libro era pequeño y fue publicado en italiano, francés, alemán y
en bohemo. Se conocen varias ediciones impresas a intervalos desde 1498 hasta
1530.
Estrechamente
relacionados con estos hermanos estaban los “hermanos de la vida común” quienes
en el siglo XV y principios del XVI establecieron una red de escuelas a través
de los Países Bajos y el noroeste de Alemania. Su fundador fue Gerhard Groote
de Deventer, Países Bajos, quien, con el consejo de Jan van Rysbroeck, formó la
hermandad y estableció la primera escuela en Deventer. Groote expresó su
principio sobre la enseñanza cuando dijo: “La raíz del estudio y el dechado de
la vida debe ser en primer lugar el Evangelio de Cristo”.
Él
opinaba que el aprendizaje sin la piedad estaba más propenso a ser una
maldición que una bendición. La enseñanza fue excelente; la escuela en
Deventer, bajo la dirección del famoso maestro Alejandro Hegius, tenía 2.000
alumnos. Tomás de Kempis, quien posteriormente escribió la Imitación de Cristo, estudió
en esa escuela, y Erasmo también fue un alumno en ese lugar. Las escuelas se
difundieron ampliamente; el idioma latín era enseñado y también un poco el
griego. Los niños aprendían a cantar himnos evangélicos en latín. Se llevaban a
cabo clases para los adultos en las cuales se leía de los Evangelios en el
idioma del país.
Se
recaudaba dinero por medio de copiar los manuscritos del Nuevo Testamento y,
posteriormente, por medio de imprimirlos. Se multiplicaron los folletos de los “hermanos”
y de los amigos de Dios. De esta manera se proveía una educación sana basada en
las Sagradas Escrituras.
Un
himnario, publicado en Ulm en 1538, muestra los logros alcanzados en lo
referente a material para alabanza y adoración en las congregaciones de los
hermanos. El final del extenso título del himnario afirma que este era usado y
cantado diariamente para la honra de Dios por “la hermandad cristiana, los
picardos, hasta ahora considerados como no cristianos y herejes.
MARTÍN LUTERO (1483–1546)
La
Biblia ocupó el primer lugar en la instrucción y desarrollo de Martín Lutero.
Él también recibió la ayuda de Juan Staupitz, y encontró en los escritos de
Tauler y de algunos de los hermanos, más doctrina divina, según dijo, que en
todas las universidades y enseñanzas de los catedráticos; nada era más sana ni
correspondía más al Evangelio. Pronto se convirtió en un escritor activo, y sus
primeros panfletos (1517–1520)3 fueron escritos en el espíritu de los hermanos.
Mostraron
que la salvación no se obtiene por medio de la intervención de la Iglesia, sino
que todo hombre tiene acceso directo a Dios y encuentra la salvación por medio
de la fe en Cristo y la obediencia a su Palabra. Lo cautivó la enseñanza
bíblica de que la salvación es por medio de la gracia de Dios, mediante la fe
en Jesucristo, y que no se obtiene por nuestras propias obras. La destreza y el
entusiasmo con que Lutero predicó estas verdades no sólo despertaron interés y
esperanza en los círculos donde ya se conocían, sino que afectaron fuertemente
a otros que hasta ahora habían estado ignorantes de ellas.
LAS NOVENTA Y
CINCO TESIS DE LUTERO
En
1517, un destacado vendedor de indulgencias papales, Juan Tetzel, mostró tal
desvergüenza e irresponsabilidad en su negocio que, quizá más que otra cosa,
impresionó a la gente por su charlatanería. Cuando Tetzel llegó a Wittenberg,
Lutero, después de intentar en vano que el Elector de Sajonia tomara alguna
acción, y alentado por Staupitz, fijó él mismo en las puertas de la iglesia las
noventa y cinco tesis que estremecieron a toda Europa, pues los hombres
entendieron que finalmente se había levantado una voz para pronunciar el sentir
de la mayoría que todo el sistema de indulgencias era un fraude y que no tenía
cabida en el Evangelio.
Por amor a
la verdad y en el afán de sacarla a luz, se discutirán en Wittenberg las
siguientes proposiciones bajo la presidencia del R. P. Martín Lutero, Maestro
en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de esta última disciplina
en esa localidad. Por tal razón, ruega que los que no pueden estar presentes y
debatir oralmente con nosotros, lo hagan, aunque ausentes, por escrito. En el
nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén
1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: "Haced
penitencia...", ha querido que toda la vida de los creyentes fuera
penitencia.
2. Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia
sacramental (es decir, de aquella relacionada con la confesión y satisfacción)
que se celebra por el ministerio de los sacerdotes.
3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia
interior; antes bien, una penitencia interna es nula si no obra exteriormente
diversas mortificaciones de la carne.
4. En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al
propio yo (es decir, la verdadera penitencia interior), lo que significa que
ella continúa hasta la entrada en el reino de los cielos.
5. El Papa no quiere ni puede remitir culpa alguna, salvo aquella
que él ha impuesto, sea por su arbitrio, sea por conformidad a los cánones.
6. El Papa no puede remitir culpa alguna, sino declarando y
testimoniando que ha sido remitida por Dios, o remitiéndola con certeza en los
casos que se ha reservado. Si éstos fuesen menospreciados, la culpa subsistirá
íntegramente.
7. De ningún modo Dios remite la culpa a nadie, sin que al mismo
tiempo lo humille y lo someta en todas las cosas al sacerdote, su vicario.
8. Los cánones penitenciales han sido impuestos únicamente a los
vivientes y nada debe ser impuesto a los moribundos basándose en los cánones.
9. Por ello, el Espíritu Santo nos beneficia en la persona del
Papa, quien en sus decretos siempre hace una excepción en caso de muerte y de
necesidad.
10. Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a las
moribundas penas canónicas en el purgatorio.
11. Esta cizaña, cual la de transformar la pena canónica en pena
para el purgatorio, parece por cierto haber sido sembrada mientras los obispos
dormían.
12. Antiguamente las penas canónicas no se imponían después sino
antes de la absolución, como prueba de la verdadera contrición.
13. Los moribundos son absueltos de todas sus culpas a causa de la
muerte y ya son muertos para las leyes canónicas, quedando de derecho exentos
de ellas.
14. Una pureza o caridad imperfectas traen consigo para el moribundo,
necesariamente, gran miedo; el cual es tanto mayor cuanto menor sean aquéllas.
15. Este temor y horror son suficientes por sí solos (por no
hablar de otras cosas) para constituir la pena del purgatorio, puesto que están
muy cerca del horror de la desesperación.
16. Al parecer, el infierno, el purgatorio y el cielo difieren
entre sí como la desesperación, la cuasi desesperación y la seguridad de la
salvación.
17. Parece necesario para las almas del purgatorio que a medida
que disminuya el horror, aumente la caridad.
18. Y no parece probado, sea por la razón o por las Escrituras,
que estas almas estén excluidas del estado de mérito o del crecimiento en la
caridad.
19. Y tampoco parece probado que las almas en el purgatorio, al
menos en su totalidad, tengan plena certeza de su bienaventuranza ni aún en el
caso de que nosotros podamos estar completamente seguros de ello.
20. Por tanto, cuando el Papa habla de remisión plenaria de todas
las penas, significa simplemente el perdón de todas ellas, sino solamente el de
aquellas que él mismo impuso.
21. En consecuencia, yerran aquellos predicadores de indulgencias
que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa
de las indulgencias del Papa.
22. De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del
purgatorio que, según los cánones, ellas debían haber pagado en esta vida.
23. Si a alguien se le puede conceder en todo sentido una remisión
de todas las penas, es seguro que ello solamente puede otorgarse a los más
perfectos, es decir, muy pocos.
24. Por esta razón, la mayor parte de la gente es necesariamente
engañada por esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de las
penas.
25. El poder que el Papa tiene universalmente sobre el purgatorio,
cualquier obispo o cura lo posee en particular sobre su diócesis o parroquia.
26. Muy bien procede el Papa al dar la remisión a las almas del
purgatorio, no en virtud del poder de las llaves (que no posee), sino por vía
de la intercesión.
27. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan
pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando.
28. Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja,
el lucro y la avaricia pueden ir en aumento, más la intercesión de la Iglesia
depende sólo de la voluntad de Dios.
29. ¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del purgatorio desean
ser redimidas? Hay que recordar lo que, según la leyenda, aconteció con San
Severino y San Pascual.
30. Nadie está seguro de la sinceridad de su propia contrición y
mucho menos de que haya obtenido la remisión plenaria.
31. Cuán raro es el hombre verdaderamente penitente, tan raro como
el que en verdad adquiere indulgencias; es decir, que el tal es rarísimo.
32. Serán eternamente condenados junto con sus maestros, aquellos
que crean estar seguros de su salvación mediante una carta de indulgencias.
33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las
indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual el hombre es
reconciliado con Dios.
34. Pues aquellas gracias de perdón sólo se refieren a las penas
de la satisfacción sacramental, las cuales han sido establecidas por los
hombres.
35. Predican una doctrina anticristiana aquellos que enseñan que
no es necesaria la contrición para los que rescatan almas o confessionalia.
36. Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a
la remisión plenaria de pena y culpa, aun sin carta de indulgencias.
37. Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto,
tiene participación en todos los bienes de Cristo y de la Iglesia; esta
participación le ha sido concedida por Dios, aun sin cartas de indulgencias.
38. No obstante, la remisión y la participación otorgadas por el
Papa no han de menospreciarse en manera alguna, porque, como ya he dicho,
constituyen un anuncio de la remisión divina.
39. Es dificilísimo hasta para los teólogos más brillantes,
ensalzar al mismo tiempo, ante el pueblo. La prodigalidad de las indulgencias y
la verdad de la contrición.
40. La verdadera contrición busca y ama las penas, pero la
profusión de las indulgencias relaja y hace que las penas sean odiadas; por lo
menos, da ocasión para ello.
41. Las indulgencias apostólicas deben predicarse con cautela para
que el pueblo no crea equivocadamente que deban ser preferidas a las demás
buenas obras de caridad.
42. Debe enseñarse a los cristianos que no es la intención del
Papa, en manera alguna, que la compra de indulgencias se compare con las obras
de misericordia.
43. Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al
pobre o ayuda al indigente, realiza una obra mayor que si comprase
indulgencias.
44. Porque la caridad crece por la obra de caridad y el hombre
llega a ser mejor; en cambio, no lo es por las indulgencias, sino a lo más,
liberado de la pena.
45. Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente
y, sin prestarle atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que
obtiene en verdad no son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios.
46. Debe enseñarse a los cristianos que, si no son colmados de bienes
superfluos, están obligados a retener lo necesario para su casa y de ningún
modo derrocharlo en indulgencias.
47. Debe enseñarse a los cristianos que la compra de indulgencias
queda librada a la propia voluntad y no constituye obligación.
48. Se debe enseñar a los cristianos que, al otorgar indulgencias,
el Papa tanto más necesita cuanto desea una oración ferviente por su persona,
antes que dinero en efectivo.
49. Hay que enseñar a los cristianos que las indulgencias papales
son útiles si en ellas no ponen su confianza, pero muy nocivas si, a causa de
ellas, pierden el temor de Dios.
50. Debe enseñarse a los cristianos que si el Papa conociera las
exacciones de los predicadores de indulgencias, preferiría que la basílica de
San Pedro se redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y
los huesos de sus ovejas.
51. Debe enseñarse a los cristianos que el Papa estaría dispuesto,
como es su deber, a dar de su peculio a muchísimos de aquellos a los cuales los
pregoneros de indulgencias sonsacaron el dinero aun cuando para ello tuviera
que vender la basílica de San Pedro, si fuera menester.
52. Vana es la confianza en la salvación por medio de una carta de
indulgencias, aunque el comisario y hasta el mismo Papa pusieran su misma alma
como prenda.
53. Son enemigos de Cristo y del Papa los que, para predicar
indulgencias, ordenan suspender por completo la predicación de la palabra de
Dios en otras iglesias.
54. Oféndase a la palabra de Dios, cuando en un mismo sermón se
dedica tanto o más tiempo a las indulgencias que a ella.
55. Ha de ser la intención del Papa que si las indulgencias (que
muy poco significan) se celebran con una campana, una procesión y una
ceremonia, el evangelio (que es lo más importante) deba predicarse con cien
campanas, cien procesiones y cien ceremonias.
56. Los tesoros de la iglesia, de donde el Papa distribuye las
indulgencias, no son ni suficientemente mencionados ni conocidos entre el
pueblo de Dios.
57. Que en todo caso no son temporales resulta evidente por el
hecho de que muchos de los pregoneros no los derrochan, sino más bien los
atesoran.
58. Tampoco son los méritos de Cristo y de los santos, porque
éstos siempre obran, sin la intervención del Papa, la gracia del hombre
interior y la cruz, la muerte y el infierno del hombre exterior.
59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la iglesia eran los
pobres, mas hablaba usando el término en el sentido de su época.
60. No hablamos exageradamente si afirmamos que las llaves de la
iglesia (donadas por el mérito de Cristo) constituyen ese tesoro.
61. Está claro, pues, que para la remisión de las penas y de los
casos reservados, basta con la sola potestad del Papa.
62. El verdadero tesoro de la iglesia es el sacrosanto evangelio
de la gloria y de la gracia de Dios.
63. Empero este tesoro es, con razón, muy odiado, puesto que hace
que los primeros sean postreros.
64. En cambio, el tesoro de las indulgencias, con razón, es
sumamente grato, porque hace que los postreros sean primeros.
65. Por ello, los tesoros del evangelio son redes con las cuales
en otros tiempos se pescaban a hombres poseedores de bienes.
66. Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora
se pescan las riquezas de los hombres.
67. Respecto a las indulgencias que los predicadores pregonan con
gracias máximas, se entiende que efectivamente lo son en cuanto proporcionan
ganancias.
68. No obstante, son las gracias más pequeñas en comparación con
la gracia de Dios y la piedad de la cruz.
69. Los obispos y curas están obligados a admitir con toda
reverencia a los comisarios de las indulgencias apostólicas.
70. Pero tienen el deber aún más de vigilar con todos sus ojos y
escuchar con todos sus oídos, para que esos hombres no prediquen sus propios
ensueños en lugar de lo que el Papa les ha encomendado.
71. Quién habla contra la verdad de las indulgencias apostólicas,
sea anatema y maldito.
72. Más quien se preocupa por los excesos y demasías verbales de
los predicadores de indulgencias, sea bendito.
73. Así como el Papa justamente fulmina excomunión contra los que
maquinan algo, con cualquier artimaña de venta en perjuicio de las
indulgencias.
74. Tanto más trata de condenar a los que bajo el pretexto de las
indulgencias, intrigan en perjuicio de la caridad y la verdad.
75. Es un disparate pensar que las indulgencias del Papa sean tan
eficaces como para que puedan absolver, para hablar de algo imposible, a un
hombre que haya violado a la madre de Dios.
76. Decimos por el contrario, que las indulgencias papales no
pueden borrar el más leve de los pecados veniales, en concierne a la culpa.
77. Afirmar que si San Pedro fuese Papa hoy, no podría conceder
mayores gracias, constituye una blasfemia contra San Pedro y el Papa.
78. Sostenemos, por el contrario, que el actual Papa, como
cualquier otro, dispone de mayores gracias, saber: el evangelio, las virtudes
espirituales, los dones de sanidad, etc., como se dice en 1ª de Corintios 12.
79. Es blasfemia aseverar que la cruz con las armas papales
llamativamente erecta, equivale a la cruz de Cristo.
80. Tendrán que rendir cuenta los obispos, curas y teólogos, al
permitir que charlas tales se propongan al pueblo.
81. Esta arbitraria predicación de indulgencias hace que ni
siquiera, aun para personas cultas, resulte fácil salvar el respeto que se debe
al Papa, frente a las calumnias o preguntas indudablemente sutiles de los
laicos.
82. Por ejemplo: ¿Por qué el Papa no vacía el purgatorio a causa
de la santísima caridad y la muy apremiante necesidad de las almas, lo cual
sería la más justa de todas las razones si él redime un número infinito de
almas a causa del muy miserable dinero para la construcción de la basílica, lo
cual es un motivo completamente insignificante?
83. Del mismo modo: ¿Por qué subsisten las misas y aniversarios
por los difuntos y por qué el Papa no devuelve o permite retirar las
fundaciones instituidas en beneficio de ellos, puesto que ya no es justo orar
por los redimidos?
84. Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad de Dios y del Papa,
según la cual conceden al impío y enemigo de Dios, por medio del dinero, redimir
un alma pía y amiga de Dios, y por qué no la redimen más bien, a causa de la
necesidad, por gratuita caridad hacia esa misma alma pía y amada?
85. Del mismo modo: ¿Por qué los cánones penitenciales que de
hecho y por el desuso desde hace tiempo están abrogados y muertos como tales,
se satisfacen no obstante hasta hoy por la concesión de indulgencias, como si
estuviesen en plena vigencia?
86. Del mismo modo: ¿Por qué el Papa, cuya fortuna es hoy más
abundante que la de los más opulentos ricos, no construye tan sólo una basílica
de San Pedro de su propio dinero, en lugar de hacerlo con el de los pobres
creyentes?
87. Del mismo modo: ¿Qué es lo que remite el Papa y qué
participación concede a los que por una perfecta contrición tienen ya derecho a
una remisión y participación plenarias?
88. Del mismo modo: ¿Que bien mayor podría hacerse a la iglesia si
el Papa, como lo hace ahora una vez, concediese estas remisiones y
participaciones cien veces por día a cualquiera de los creyentes?
89. Dado que el Papa, por medio de sus indulgencias, busca más la
salvación de las almas que el dinero, ¿por qué suspende las cartas e
indulgencias ya anteriormente concedidas, si son igualmente eficaces?
90. Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la
fuerza, sin desvirtuarlos con razones, significa exponer a la Iglesia y al Papa
a la burla de sus enemigos y contribuir a la desdicha de los cristianos.
91. Por tanto, si las indulgencias se predicasen según el espíritu
y la intención del Papa, todas esas objeciones se resolverían con facilidad o
más bien no existirían.
92. Que se vayan, pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo
de Cristo: "Paz, paz"; y no hay paz.
93. Que prosperen todos aquellos profetas que dicen al pueblo:
"Cruz, cruz" y no hay cruz.
94. Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por
seguir a Cristo, su cabeza, a través de penas, muertes e infierno.
95. Y a confiar en que entrarán al cielo a través de muchas
tribulaciones, antes que por la ilusoria seguridad de paz.
(Wittenberg, 31 de octubre de 1517)
***
Un
pobre monje ahora se enfrentaba a todo el extenso poder papal y luchaba en
contra suya. Su Llamamiento
a la nobleza de la nación alemana sobre la libertad del hombre cristiano y
su Cautiverio babilónico
de la Iglesia fueron
un llamado a toda Europa. El Papa León X promulgó una Bula para excomulgar a
Lutero; Lutero la quemó públicamente en Wittenberg (1520).
LA DIETA DE WORMS
(ENERO–MAYO, 1521)
Al
ser llamado a Worms a presentarse ante las autoridades papales, Lutero desafió todos
los peligros y fue, y nadie fue capaz de hacerle daño. Cuando se marchó de
allí, al verse amenazada su vida, sus amigos lo llevaron en secreto a un
castillo, el castillo de Wartburg, y permitieron que la gente creyera que él
estaba muerto. Allí tradujo el Nuevo Testamento al alemán, traduciendo
posteriormente el Antiguo Testamento.
El
efecto de que cada vez se leyera más y más las Escrituras, sumado al hecho de
que se vivía un tiempo en que las preguntas sobre religión estaban agitando violentamente
a las masas de la población, cambiaría por completo el carácter de la
cristiandad. La pesada desesperanza con que los hombres habían visto la siempre
creciente corrupción y rapacidad de la Iglesia se había transformado en una
esperanza viva de que ahora, finalmente, había llegado la hora del avivamiento,
la hora de un retorno al cristianismo apostólico y primitivo.
El
mismo Cristo fue visto nuevamente manifestado en las Escrituras como el
Redentor, el Salvador de los pecadores sin necesidad de intermediarios, y el
camino a Dios para la humanidad sufrida.
Sin
embargo, con semejante divergencia de opinión e interés tan radical, el
conflicto fue inevitable. Los seguidores de Lutero y los grupos de
simpatizantes se incrementaron enormemente. Pero el antiguo sistema de la
Iglesia Católica Romana no iba a transformarse sin una lucha. Hubo algunos que,
junto con Erasmo, guardaban la esperanza de que hubiera tolerancia y paz, pero
los monjes, que veían desaparecer su posición y privilegios, se volvieron desmedidamente
violentos, y las autoridades papales decidieron usar las antiguas armas de
maldición y asesinato para aniquilar el nuevo movimiento. Por su parte, Lutero
fue abandonando su humildad inicial y llegó a ser tan dogmático como el Papa. Las
rivalidades políticas hicieron que la situación se tornara más peligrosa.
ERASMO OPINA ACERCA DE LUTERO
La
opresión de los obreros agrícolas condujo a la sublevación de los campesinos
(1524–1525), por la que la otra parte culpó a Lutero y su partido. Una conflagración
general amenazaba a las naciones. Erasmo escribió (1520): “Ojalá Lutero se
tranquilizara por un tiempo. Lo que él dice pudiera ser cierto, pero todo tiene
su tiempo.” Luego escribió al Duque Jorge de Sajonia (1524):
Cuando
Lutero habló por primera vez, todo el mundo lo aplaudió, incluyendo a Vuestra
Alteza. Los teólogos que ahora son sus adversarios más implacables en aquel
entonces estaban de su parte. Los Cardenales, incluso los monjes, lo alentaron.
Su causa era justa. Él estaba atacando prácticas que cualquier hombre honrado
condenaba, y estaba enfrentándose a una junta de arpías bajo cuya tiranía la
cristiandad gemía. ¿Quién, pues, podía imaginarse cuán lejos llegaría el
movimiento? Ni el mismo Lutero jamás esperó producir semejante efecto. Después
de la divulgación de sus tesis, le aconsejé que no fuera más allá. Yo temía el
surgimiento de disturbios. Le advertí que fuera moderado.
El
Papa proclamó una Bula, el emperador proclamó un Edicto, y hubo encarcelamientos
y muertes en la hoguera. Sin embargo, todo fue en vano.
Esto
sólo hizo que el desorden creciera. No obstante, sí pude ver que el mundo
estaba embobado con los rituales. Monjes escandalosos se habían dado a la tarea
de engañar y estrangular la conciencia de la gente. La teología se había
convertido en un sofisma. El dogmatismo se había convertido en locura y,
además, había incalificables sacerdotes, Obispos y funcionarios romanos.
En
mi opinión, ambas partes debían ceder y buscar un acuerdo. Los seguidores de
Lutero eran testarudos y no darían un paso atrás. Los teólogos católicos sólo
exhalaban fuego y furia. Confío, y espero, que Lutero hará unas pocas
concesiones, y que el Papa y los príncipes puedan aún consentir en procurar la
paz. Que la Paloma de Cristo se pose entre nosotros, o si no, el búho de
Minerva. Lutero le ha suministrado una dosis muy agria a un cuerpo enfermo.
¡Quiera Dios que esta resulte en sanidad!
Luego
escribió (1525): “Considero a Lutero un buen hombre, llamado por la Providencia
para corregir la depravación de la época. ¿De dónde han surgido todos estos
problemas? De la inmoralidad abierta y descarada del sacerdocio, de la
arrogancia de los teólogos y la tiranía de los monjes.” Él aconsejaba abolir lo
que era obviamente incorrecto, pero retener todo lo que pudiera ser retenido
sin causar perjuicio.
Aconsejaba
ejercer la tolerancia y permitir la libertad de conciencia. Escribió: “Las indulgencias,
con las cuales los monjes han engañado al mundo por tanto tiempo, con el
consentimiento malicioso de los teólogos, ahora han sido desbaratadas. Bueno,
entonces, permitan que aquellos que no tienen fe en los méritos de los santos
oren al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, imiten a Cristo en sus vidas, y
dejen en paz a los que creen en los santos.
Dejen
que todos crean lo que les plazca acerca del purgatorio, sin pelear con los
demás que no creen como ellos. Que si las obras justifican o la fe justifica no
tiene mucha importancia, pues todos reconocen que la fe no salvará sin las
obras.”
El
conflicto era demasiado enconado como para que prevalecieran consejos tan
moderados. Muy pocos veían posibilidad alguna de tolerancia. El desarrollo del
propio Lutero bajo la influencia de tan extraordinarias circunstancias, con el
tiempo los influenció.
Después
de haber sido un católico romano devoto en su juventud, Lutero, por medio de
sus encuentros con Staupitz y su estudio de las Escrituras, había llegado a
solidarizarse con los “hermanos” y con los místicos, pero ahora su conflicto
con el clero romano lo había llevado a estrechar relaciones con algunos de los
príncipes alemanes. Esta asociación, junto con la influencia de su antiguo
adiestramiento, lo condujo poco a poco a formar la Iglesia Luterana.
FORMACIÓN DE LA IGLESIA LUTERANA
Las
etapas de este proceso estuvieron marcadas por apartarse gradualmente de las
antiguas congregaciones de hermanos. También se dio un reavivamiento de muchas
verdades de las Escrituras, y una incorporación en la nueva Iglesia Luterana de
muchas cosas tomadas del sistema romano. Lutero puso más énfasis en las
enseñanzas del apóstol Pablo y menos en las de los Evangelios que las antiguas
iglesias de creyentes; él insistió en la doctrina de la justificación por medio
de la fe, pero sin subrayar lo suficiente la importancia de seguir a Cristo.
Esto último era muy importante en la predicación de los hermanos.
Lutero
fue muy lejos con su enseñanza de que el hombre no tiene ningún tipo de libre
albedrío ni elección, y que la salvación es únicamente por medio de la gracia
de Dios. Llegó a tal punto que propició el descuido de una conducta correcta
como parte del Evangelio. Entre las doctrinas tomadas de la Iglesia de Roma
estaba la de la regeneración bautismal y, con esta, la práctica general del
bautismo de infantes.
Lutero
reavivaba la enseñanza de la Biblia en cuanto a la salvación individual por
medio de la fe en Cristo Jesús y su obra perfecta, pero no llegó al punto de
aceptar la enseñanza del Nuevo Testamento en lo relacionado a las iglesias y su
separación del mundo, aunque permanezcan en él como testimonio del Evangelio
salvador de Jesucristo; Lutero adoptó el sistema Católico Romano de las
parroquias con su administración clerical de territorios que se consideraban
cristianizados.
Gracias
a que algunos de los gobernantes estaban de su lado, Lutero mantuvo el
principio de la unión de la Iglesia y el estado, y aceptó la espada del estado
como el medio adecuado para convertir o castigar a los que discrepaban de la nueva
autoridad eclesiástica. Fue en la Dieta, o Concilio, de Espira (1529) que el
partido de la Reforma presentó la protesta a los representantes Católicos
Romanos, de donde surgió el nombre de “protestantes” para referirse a los
reformistas. La Liga de Smalkalda en 1531, juntó a nueve príncipes y once
ciudades libres como poderes protestantes.
LAS PROTESTAS DE STAUPITZ
En
vista del desarrollo de Lutero, Staupitz le advirtió: “Cristo nos ayude a que
finalmente vivamos conforme al Evangelio que ahora resuena en nuestros oídos,
del cual hablan muchos, ya que veo que las multitudes abusan del Evangelio para
darle libertad a la carne. Permite que mi súplica te conmueva, teniendo en
cuenta que una vez fui el pionero de la santa enseñanza evangélica.”
Al
declarar finalmente la divergencia de su modo de pensar con respecto al que
estaba adoptando Lutero, Staupitz contrasta a los cristianos nominales con los
verdaderos, y escribe:
Ahora
está de moda separar la fe de la vida evangélica, como si fuera posible tener
una fe verdadera en Cristo y aún permanecer diferente de él en la vida. ¡Oh,
astucia del enemigo! ¡Oh, engaño de la gente! Escuchen las palabras de los
necios: Quienquiera que cree en Cristo no necesita de las obras. Oigan el
refrán de la verdad: Si alguno me sirve, sígame.
El
espíritu del mal les dice a sus cristianos carnales que el hombre es justificado
sin las obras y que así predicó Pablo. Esto es falso. En realidad, él habló en
contra de aquellas obras legalistas y prácticas externas en las cuales, por
temor, los hombres depositan su confianza para salvación.
Luchó
contra ellas al considerarlas inútiles. Consideró que conducían a la
condenación, pero nunca pensó mal de aquellas obras que son los frutos de fe,
amor y obediencia a los mandamientos celestiales, ni hizo otra cosa menos
alabarlas. Él proclamó y predicó acerca de su necesidad en todas sus epístolas.
Lutero
enseñó: “Aprendan del apóstol Pablo que el Evangelio enseña que Cristo vino, no
para darnos una nueva ley por la cual debamos andar, sino para poderse entregar
a sí mismo como una ofrenda por los pecados de todo el mundo”. Las iglesias
primitivas habían enseñado siempre que el verdadero cristiano es aquel que,
habiendo recibido la vida de Cristo por fe, continuamente se esfuerza y desea,
por medio de Cristo que mora en él, andar conforme a su ejemplo y su Palabra.
Lutero,
mediante sus poderosos golpes, se abrió paso por entre los privilegios y abusos
bien arraigados por mucho tiempo, para que finalmente la Reforma fuera posible.
Él reveló a Cristo a innumerables pecadores. Lo reveló como el Salvador a quien
cada uno estaba invitado a venir, sin la intervención del sacerdote, santo,
Iglesia o sacramento, tampoco gracias a ninguna bondad en sí mismo, sino como
un pecador con todas sus necesidades, para encontrar en Cristo, por medio de la
fe en él, la salvación perfecta, basada en la obra perfecta del Hijo de Dios.
Sin
embargo, en lugar de continuar en el camino de la Palabra de Dios, Lutero
edificó una iglesia en la cual fueron reformados algunos abusos, pero que en
muchos aspectos era una reproducción del antiguo sistema. Las multitudes que
acudieron a él en busca de guía aceptaron aquella forma en la que él moldeó la
Iglesia Luterana.
Muchos,
al ver que él no continuó en el camino hacia un regreso a las Escrituras, lo cual
ellos habían esperado, se quedaron donde estaban, en la Iglesia Católica
Romana, y las esperanzas suscitadas entre los hermanos poco a poco se
desvanecieron al verse a sí mismos situados entre dos sistemas eclesiásticos,
cada uno de los cuales estaba dispuesto a emplear la espada para exigir
conformidad en asuntos de conciencia.
EL SISTEMA DE LA
IGLESIA OFICIAL
Lutero
había visto el modelo divino para las iglesias, y no fue sin enfrentarse a una
lucha interna que él abandonó la enseñanza del Nuevo Testamento y dejó el
modelo de asambleas independientes de verdaderos cristianos para estar a favor
del sistema de la Iglesia nacional o Iglesia del estado, sistema que adoptó por
la presión de las circunstancias externas. La diferencia irreconciliable entre
estos dos ideales fue la causa esencial del conflicto.
El
bautismo y la Cena del Señor adquirieron tal importancia en el conflicto
precisamente porque en la iglesia verdadera ambas ordenanzas marcan el abismo
que separa a la iglesia del mundo, mientras que en la Iglesia oficial se usan
como puente sobre dicho abismo; el bautismo de infantes y la administración
general de la Cena del Señor no requieren de los participantes una fe personal.
Además,
los poderes que se arrogan a un sacerdocio como único capaz de llevar a cabo
estos rituales someten al pueblo bajo un yugo en asuntos de fe y conciencia,
que, al obrar en conjunto con el estado o el gobierno civil, imposibilitan la
existencia de iglesias libres, y convierten la religión en un asunto de la
nación. Tal Iglesia oficial es muy comprensiva. Puede incluir una gran variedad
de opiniones. Puede acoger a los incrédulos, consentir mucha maldad, e incluso
puede permitir que su clero exprese incredulidad en las Escrituras.
En
cambio, tal Iglesia, si tiene el poder para prevenirlo, no tolerará a aquellos
que bautizan a los creyentes o a los que se apartan y toman la Cena del Señor
como discípulos de Cristo, porque estas cosas atacan los fundamentos de su
carácter como Iglesia oficial, aunque no son los rituales en sí mismos la causa
fundamental de la diferencia, sino el asunto de iglesia.
Con
poder y valentía sin precedentes, Lutero había sacado a la luz las verdades de
la Escritura en lo concerniente a la salvación individual del pecador por medio
de la fe, pero fracasó cuando pudo haber señalado el camino de regreso a las
Escrituras en todas las cosas, incluyendo su enseñanza con relación a la
iglesia. Él había enseñado: “Lo digo cien mil veces, Dios no tendrá un servicio
forzado. Nadie puede o deberá ser forzado a creer.” En 1526, él había escrito:
El
orden evangélico correcto no puede ser practicado por toda clase de gente, sino
entre aquellos que seriamente estén decididos a ser cristianos y a confesar el
Evangelio en lo que dicen y hacen. Tales personas deben inscribir sus nombres y
reunirse aparte en una casa para la oración y la lectura, para bautizarse, para
cumplir con el sacramento y para ejercitar otras obras cristianas.
Dentro
de este orden sería posible identificar, reprobar, restituir o excomulgar,
conforme a la norma de Cristo, a aquellos que no se comporten de manera
cristiana (Mateo 18.15). Allí, además, ellos podrían, de manera común,
recolectar limosnas que serían dadas voluntariamente, y distribuidas
generosamente entre los pobres, de acuerdo con el ejemplo de Pablo (2 Corintios
9.1–12).
Allí
no sería necesario disponer de muchos cantos ni cantos finísimos. Allí podría
practicarse una manera sencilla y corta del bautismo y del sacramento, y todo
estaría conforme la Palabra de Dios y en amor. Sin embargo, yo no puedo ordenar
y establecer semejante asamblea aún, porque aún no cuento con la gente adecuada
para esto.
No
obstante, si me correspondiera hacerlo, y no tuviera otra alternativa, estaría
dispuesto a hacer mi parte. Mientras tanto, continuar convocando, estimulando,
predicando, ayudando, y fomentando la formación de esta asamblea hasta que los
cristianos tomen la Palabra de Dios tan en serio que ellos mismos encuentren la
manera de formarla y continuar en ella.
Sin
embargo, Lutero sabía que la “gente adecuada” estaba allí; gente a quien él
describió como “hijos verdaderos de Dios, santos y piadosos”.
Después
de mucha indecisión, finalmente él llegó a oponerse a cualquier intento de
poner en práctica lo que tan excelentemente él había descrito.
Sin
embargo, a diferencia de muchos de sus seguidores, Lutero no consideró la
Iglesia Luterana como la mejor forma posible de religión que se pudiera
concebir; él la describió como “provisional”, como el “atrio exterior” y no el
“santuario”, y no cesó de exhortar y advertir a las personas. Él dijo: Si nos
fijamos en lo que ahora hacen los que se consideran evangélicos y que saben
hablar mucho acerca de Cristo, no hay nada más allá de sus palabras. La mayoría
de esas personas se engañan a sí mismas.
La
cantidad de personas que comenzaron con nosotros y que encontraron satisfacción
en nuestra enseñanza era antes diez veces mayor; ahora ni una décima parte de
ellos se mantiene firme. Lo que ellos realmente hacen es decir corazones no las
experimentan. Siguen siendo lo que han sido; no experimentan ni sienten cuán
verdadero y fiel es Dios.
Estas
personas presumen mucho del Evangelio y al principio lo buscan honradamente,
sin embargo, después no queda nada; porque hacen lo que les gusta, se dedican a
sus lujurias, se vuelven peores de lo que una vez fueron y son mucho más
indisciplinadas y presumidas que otros, teniendo en cuenta que los campesinos,
los ciudadanos, los miembros de la nobleza son todos más codiciosos e
indisciplinados de lo que eran antes bajo el papado ¡Oh, Dios nuestro Señor, si
practicáramos esta doctrina correctamente, verías que de mil personas que ahora
acuden al sacramento apenas cien de ellas irían! Entonces serían menos los
horribles pecados con los cuales el Papa con su ley infernal ha inundado el
mundo.
Finalmente,
llegaríamos a ser una asamblea cristiana, mientras que ahora somos casi
completamente paganos con el nombre de cristianos. Y luego podríamos separar de
entre nosotros a aquellos de quienes sabemos por sus obras que nunca creyeron y
nunca tuvieron vida, algo que ahora nos es imposible.
Una
vez que la nueva Iglesia fue puesta bajo el poder del estado, no pudo ser
alterada, pero Lutero nunca pretendió que las iglesias que él había establecido
hubieran sido ordenadas según el modelo de las Escrituras.
Mientras
que Melanchton hablaba de los príncipes protestantes como “miembros principales
de la Iglesia”, Lutero los llamaba “Obispos provisionales”, y a menudo
expresaba su pesar por la libertad perdida del cristiano y por la independencia
de las congregaciones cristianas que una vez había sido su objetivo.
A
partir del momento en que Lutero quemó la Bula del Papa4 y la Reforma comenzó
su curso, otro hombre se estaba preparando para la obra que iba a ser el medio
fundamental para contener el progreso del protestantismo y para organizar la
Contrarreforma que devolvió a la Iglesia de Roma extensos distritos donde el
movimiento de la Reforma ya había prevalecido.
IGNACIO LOYOLA (C 1491–1556)
Ignacio
Loyola, de ascendencia noble española, nació en 1491, se convirtió en paje en
la corte de Fernando e Isabel, y luego en soldado. Se distinguió desde el
principio por su valentía intrépida, pero una herida que recibió cuando tenía
treinta años de edad, que lo dejó permanentemente cojo, cambió completamente el
curso de su vida.
Durante
la larga convalecencia que siguió a su herida, leyó algunos de los libros de
los místicos, y llegó a sentir un anheló ferviente de liberarse de las lujurias
de su vida anterior y hacer grandes hazañas, ya no para la gloria militar al
servicio de un rey terrenal, sino para Dios y como un soldado de Jesucristo.
“Muéstrame, ¡oh, Señor!”, oraba, “dónde puedo yo encontrarte. Te seguiré como
un perro, si tan sólo pudiera conocer el camino de la salvación.”
Luego
de un largo conflicto, Loyola entregó su vida a Dios, encontró paz en la
certeza de que sus pecados habían sido perdonados, y se liberó del poder de los
deseos carnales. En el famoso monasterio de Montserrat, entre los picos
montañosos que parecían como llamas convertidas en rocas, después de una
vigilia y una confesión, Loyola colgó sus armas ante una antigua imagen de
madera de la Virgen y se consagró al servicio de ella y de Cristo. Regaló su
ropa, y, tomando el atavío característico de un peregrino, se fue cojeando
hasta el vecino monasterio dominico de Manresa.
Allí
siguió los métodos comunes de examen de conciencia de los místicos. Además, se
dispuso a anotar con una exactitud minuciosa todo lo que había observado en sí
mismo meditaciones, visiones y, además, posturas y posiciones externas, para así
descubrir cuáles eran las más favorables para el desarrollo del éxtasis espiritual.
Fue allí donde él escribió gran parte de su libro, Ejercicios espirituales, el
cual más adelante llegó a ejercer una poderosa influencia.
La
búsqueda de los místicos de una comunión inmediata con Dios, sin la
intervención sacerdotal o de otro tipo, los llevó constantemente a tener
conflictos con los sacerdotes. Loyola fue encarcelado más de una vez por la
Inquisición y por los dominicos porque sospechaban que él apoyara esta
doctrina. Pero él siempre logró demostrarles que él no era lo que ellos creían,
y de esa manera lograba su libertad.
Realmente,
aunque al principio se vio fuertemente afectado por los escritos de los
místicos, Loyola desarrolló un sistema que resultó ser todo lo contrario de su enseñanza.
En lugar de buscar las experiencias de una comunión directa con Cristo, él puso
a cada miembro de su sociedad bajo la dirección de un hombre, su confesor, a
quien prometía dar a conocer los secretos más íntimos de su vida y rendir una
obediencia absoluta.
El
plan fue el de un ejército de soldados, en que cada miembro de su sociedad
estaba sujeto a la voluntad de otro por encima de él, e incluso el de mayor
rango era controlado por aquellos nombrados para observar cada acto y juzgar cada
motivación.
LOS JESUITAS, LA “COMPAÑÍA DE JESÚS.
En
el transcurso de los años de estudio y viajes, de enseñanzas y actividades
caritativas, durante los cuales hubo esfuerzos vanos por llegar a Jerusalén y,
además, por tener entrevistas con el Papa, poco a poco se agrupó alrededor de
Loyola una compañía de personas que fue organizada por él como la “Compañía de
Jesús” en París en 1534. Él y seis más, incluyendo a Francisco Javier, hicieron
votos de pobreza y castidad y de actividad misionera.
En
1540 el Papa reconoció la “Compañía de Jesús” a la cual se le dio por primera
vez el nombre de “Jesuitas” por Calvino y otros que se opusieron a ella. La
elección cuidadosa y el largo y especial entrenamiento de sus miembros, durante
el cual se les enseñaba una absoluta sumisión de su propia voluntad a la de sus
superiores, los convirtió en un arma por medio de la cual no sólo se contuvo la
Reforma, sino que, además, se organizó una Contrarreforma que le devolvió a
Roma mucho de lo que había perdido.
La
Compañía obró constante y hábilmente para lograr una reacción. Su rápido auge
en el poder y sus métodos sin escrúpulos le produjeron muchos adversarios,
incluso dentro de la Iglesia de Roma, así como en varios países donde su
interferencia fue resentida no sólo en asuntos religiosos, sino, además, en
cuestiones civiles.
Su
historia fue algo escabrosa. En ocasiones llegó al punto de dominar
completamente la política de una nación, pero luego era rechazada y prohibida
del todo sólo para regresar cuando las circunstancias fueran nuevamente favorables.
El
intento de Hermann von Wied, Arzobispo Elector de Colonia, de producir una
Reforma Católica y una reconciliación con los reformistas, fue frustrado por
Canisius, hábil representante que la Compañía había ganado en Alemania,
mientras que en innumerables casos los movimientos de reforma fueron reprimidos
o anulados, y el dominio de Roma resultó fortalecido por sus actividades.
Devotos y diligentes miembros de esta compañía salieron como misioneros llevaron
consigo la forma de religión que ellos representaban, a los pueblos paganos de
la India, China y América.
LOS ANABAPTISTAS (1516–1566)
El nombre “anabaptista”; No una secta nueva; El
rápido incremento; La legislación contra ellos; Baltasar Hubmeyer; El círculo
de hermanos en Basilea; Actividades y martirio de Hubmeyer y su esposa; Hans
Denck; Equilibrio de la verdad; Los partidos; M. Sattier; Aumento de la
persecución; Landgra Felipe de Hessen; Protesta de Odenbach; Zwinglio;
Persecución en Suiza; Grebel, Manz, Blaurock; Kirschner; Persecución en
Austria; Crónicas de los anabaptistas en Austria y Hungría; Ferocidad de
Fernando; Huter; Mandl y sus compañeros;
Las comunidades; Münster; El reino del Nuevo Sión;
Tergiversación de los acontecimientos en Munster para calumniar a los hermanos;
Los discípulos de Cristo son tratados como él; Menno Simons; Pilgram Marbeck y
su libro; El sectarismo; Persecución en Alemania occidental; Hermann, Arzobispo
de Colonia intenta llevar a cabo la reforma; Schwenckfeld.
Aproximadamente
en 1524, en Alemania, muchas de las iglesias de los hermanos como las que
habían existido desde los tiempos antiguos y en muchas tierras, repitieron lo
que se había hecho en Lhota en 1467; declararon su independencia como
congregaciones de creyentes y su determinación de cumplir y llevar a cabo como
iglesias las enseñanzas de la Escritura. Como se había hecho anteriormente en
Lhota, ahora también los presentes que no habían sido aún bautizados en su
condición de creyentes fueron bautizados por inmersión.
Esto
trajo consigo el surgimiento de un nuevo nombre, un nombre que ellos mismos
repudiaron, ya que se les atribuyó como un calificativo ofensivo a fin de dar
la impresión de que ellos habían fundado una nueva secta; el nuevo nombre era
el de anabaptistas (los
bautizados de nuevo). Con el paso del tiempo, este nombre también fue atribuido
a cierto grupo de personas comunitarias violentas de prácticas y principios
subversivos del orden y la moralidad.
Los
hermanos no tenían ninguna relación con estas personas; pero al tildarlos con
el mismo nombre, aquellos que perseguían a los hermanos parecían quedar
justificados, como si estuvieran reprimiendo un alboroto peligroso. Tal como la
literatura de los cristianos en la antigüedad había sido destruida y sus
historias habían sido escritas por sus enemigos, así se hizo nuevamente en el
siglo XVI.
En
vista del lenguaje de violencia desenfrenada muy común en aquella época de
polémica religiosa, resulta más indispensable que nunca indagar acerca de
cualquier remanente de sus propios escritos e informes.
En
el informe del Concilio del Arzobispo de Colonia2 al Emperador Carlos V sobre
el “movimiento anabaptista”, se dice que los anabaptistas se llamaban a sí
mismos “los verdaderos cristianos”, que deseaban establecer la comunidad de
bienes “la cual había sido la costumbre de los anabaptistas por más de mil
años, como la historia antigua y las leyes imperiales testifican”.
En
ocasión de la disolución del Parlamento en Espirase afirmó que la “nueva secta
de los anabaptistas” ya había sido condenada muchos cientos de años atrás y
“prohibida por ley consuetudinaria”. Por más de doce siglos el bautismo, de la
manera que se enseña y describe en el Nuevo Testamento, se había convertido en
una ofensa contra la ley, castigada con la muerte.
El
avivamiento general estimulado por el Renacimiento provocó que muchas de las
asambleas de creyentes que habían sido obligadas a permanecer ocultas debido a
la persecución se dejaran ver nuevamente.
Un
edicto eclesiástico proclamado en Lyón contra uno de los hermanos decía: “De
las cenizas de Waldo surgen nuevos retoños y es necesario imponer un castigo
fuerte y severo para que sirva de ejemplo”. De los valles suizos también
emergieron muchos creyentes; ellos se llamaban entre sí hermanos y hermanas, y
estaban plenamente conscientes de que no estaban fundando nada nuevo, sino que
estaban dándole continuidad al testimonio de aquellos que durante siglos habían
sido perseguidos como “herejes”, como demostraban los informes de sus mártires.
En
Suiza el refugio de los creyentes perseguidos se encontraba principalmente en
las montañas, mientras que en Alemania a menudo estese encontraba en la
poderosa protección proporcionada por los gremios del comercio. La época de la
Reforma también sacó a la luz muchos
hermanos escondidos quienes, uniéndose a las iglesias existentes y formando
otras nuevas, crecieron rápidamente en membrecía y desarrollaron tal actividad como
para alarmar a las Iglesias del estado, tanto a las Católicas Romanas como a
las luteranas.
Un
observador simpatizante, sin embargo no uno de ellos, escribió refiriéndose a
ellos que en 1526 surgió un nuevo partido que se difundió tan rápidamente que
su doctrina inundó a toda la región y hubo muchos que los siguieron; muchos que
eran sinceros de corazón y celosos de Dios se unieron a ellos. Ellos no
parecían enseñar otra cosa que no fuera el amor, la fe y la cruz, se mostraban
pacientes y humildes en muchos sufrimientos, partían el pan los unos con los
otros como un símbolo de unidad y amor, y se ayudaban los unos a los otros
fielmente.
Ellos
se mantuvieron unidos e incrementaron tan rápidamente que el mundo temió que
pudieran provocar una revolución. Sin embargo, siempre resultaron ser inocentes
de semejantes ideas, aunque en muchos lugares fueron tratados de manera
tiránica.
BALTASAR HUBMEYER (C 1480–1527)
Los
hermanos tuvieron cuidado de tomar la Palabra de Dios como su guía y de no
estar dispuestos a someterse al dominio del hombre. Pero, afortunadamente,
reconocían como ancianos y supervisores en las diferentes iglesias a aquellos
hombres entre ellos que poseían los dones del Espíritu Santo que los
capacitaban para ser guías.
Durante
este tiempo se encontraba entre ellos un guía preeminente, el Dr. Baltasar
Hubmeyer. Luego de una brillante carrera como estudiante en la Universidad de
Freiberg y como profesor de teología en Ingolstadt, fue nombrado predicador
(1516) en la catedral en Ratisbona, donde su predicación atrajo a multitudes de
oyentes.
Tres
años más tarde se trasladó a Waldshut. Mientras estaba allí experimentó un
cambio espiritual, aceptó la enseñanza de Lutero, y también llegó a ser considerado
como alguien influenciado por la “herejía bohemia”, o sea, la enseñanza de las
asambleas de los hermanos en Bohemia. Su Invitación a
los hermanos, el
11 de enero de 1524, convocaba a todos los interesados a reunirse en su casa,
con sus Biblias.
Él
explicaba que el objetivo de la reunión era para ayudarse mutuamente por medio
del conocimiento de la Palabra de Dios a fin de continuar alimentando a las
ovejas de Cristo, y les recordaba que era una costumbre desde el tiempo de los
apóstoles que aquellos llamados a ministrar la Palabra divina debían reunirse y
recopilar consejo cristiano al tratar con asuntos de dificultad con relación a
la fe.
Varias
preguntas fueron sugeridas, las cuales, de manera sincera y afectuosa, ellos
fueron exhortados a considerar a la luz de las Escrituras.
Hubmeyer
prometió que según su capacidad les proveería una cena fraternal y él correría
con los gastos. Hubmeyer expresó sus propias ideas y enseñanzas así: “La santa
iglesia cristiana universal es la hermandad de los santos y una fraternidad de
muchos creyentes y piadosos que de común acuerdo honran a un Señor, un Dios,
una fe y un bautismo”. Esta es, dijo él, “la asamblea de todos los cristianos
en la tierra dondequiera que puedan estar en todo el mundo” o de otra manera,
“una comunión apartada que consiste en varios hombres que creen en Cristo”.
Y
explicó: “Existen dos iglesias, que de hecho se abarcan entre sí, la iglesia
general y la local la iglesia local es una parte de la iglesia general que
incluye a todos los que demuestran ser cristianos.” Con relación a la comunidad
de bienes él dijo que esta consistía en “nuestra disposición de ayudar siempre
a aquellos hermanos que se encuentran necesitados, ya que lo que poseemos no
nos pertenece, sino que nos ha sido confiado como mayordomos de Dios”.
Él
consideraba que a causa del pecado el poder de la espada había sido encomendado
a los gobiernos terrenales, y que por ello era necesario someterse a él en el
temor de Dios. Este tipo de reuniones tuvieron lugar a menudo en Basilea, donde
Hubmeyer y sus amigos buscaban celosamente en las Sagradas Escrituras y
analizaban las preguntas que se traían ante ellos. Basilea fue un gran centro
de actividad espiritual. Los impresores no tuvieron miedo de editar libros
tildados de heréticos, y de sus imprentas salieron al mundo obras como las de
Marsilio de Padua y Juan Wyclif.
Entre
los que se reunían con Hubmeyer para analizar las Escrituras se encontraban
hermanos de una capacidad y dones extraordinarios. Uno de ellos fue Wilhelm
Reublin. De él está registrado que explicaba las Sagradas Escrituras de una
manera tan excelente y cristiana que nada igual se había escuchado antes, por
lo que atrajo a grandes multitudes.
Wilhelm
había sido un sacerdote en Basilea y, durante ese tiempo, en la festividad
católica del Corpus Cristi, había llevado una Biblia en procesión en lugar de
la custodia con la hostia. Él fue bautizado, y posteriormente, cuando vivía
cerca de Zurich, fue expulsado del país, continuando así sus predicaciones en
Alemania y Moravia. Allí llegaban a menudo hermanos del extranjero, por medio
de cuyas visitas se mantuvieron relaciones con iglesias en otras tierras.
Entre
estos hermanos estaba Ricardo Crocus de Inglaterra, un erudito que ejerció gran
influencia entre los estudiantes. También, vinieron muchos de Francia y de
Holanda.
En
1527 se convocó otra conferencia de hermanos, en Moravia, en la cual estuvo
presente Hubmeyer. Esta se celebró bajo la protección del Conde Leonardo y Hans
de Liechtenstein; el primero fue bautizado en esta ocasión por Hubmeyer, que a
su vez había sido bautizado dos años antes por Reublin. En aquella ocasión
habían sido bautizados 110 hermanos, y otros 300 fueron bautizados después por
Hubmeyer, entre ellos su propia esposa, la hija de un ciudadano de Waldshut.
Ese
mismo año Hubmeyer y su esposa, perdiendo todo lo que poseían, escaparon del ejército
austriaco que avanzaba, y llegaron a Zurich. Allí pronto fueron descubiertos y
encarcelados por el partido de Zwinglio.
HUBMEYER ZWINGLIO
La
ciudad y el cantón de Zurich en este tiempo estaban completamente bajo la
influencia de Ulrico Zwinglio, quien había comenzado la obra de la Reforma en
Suiza incluso antes que Lutero en Alemania. La doctrina delos reformistas
suizos, la cual se diferenciaba en algunos aspectos de la enseñada por Lutero,
se había difundido en muchos de los cantones y había penetrado lejos en los estados
alemanes.
El
Concilio de Zurich organizó un debate entre Hubmeyer y Zwinglio en el cual el
primero, quebrantado por la prisión, se vio abrumado por su robusto adversario.
Hubmeyer, temiendo ser entregado en manos del emperador, aun llegó al punto de
retractarse de algunas de sus enseñanzas, pero de inmediato se arrepintió
amargamente de su temor de los hombres y le suplicó a Dios que lo perdonara y
lo restituyera.
De
allí viajó a Constanza, y luego a Augsburgo, donde bautizó a Hans Denck. En
Nickolsburgo, en Moravia, Hubmeyer fue muy activo como escritor, llegando a
imprimir alrededor de dieciséis libros. Durante su corta estancia en el
distrito fueron bautizadas aproximadamente 6.000 personas, y se incrementó la membrecía
en las iglesias, llegando a la cifra de 15.000 miembros.
En
ninguna manera estaban los hermanos de acuerdo en todos los puntos, y cuando el
entusiasta predicador Hans Hut vino a Nickolsburgo y enseñó que no era bíblico
para un creyente portar armas en el servicio militar de su país o para defensa
propia, o pagar impuestos para mantener la guerra, Hubmeyer se le opuso. En
1527, el Rey Fernando obligó a las autoridades a que le entregaran a Hubmeyer,
y lo llevaron a Viena, donde el rey insistió en que lo torturaran y lo
ejecutaran.
La
esposa de Hubmeyer lo animó a que permaneciera firme, y a los pocos meses
después de su llegada a Viena fue llevado a una plataforma preparada para su
ejecución en la plaza del mercado. Él oró en voz alta: “¡Oh, mi Dios
misericordioso, dame paciencia en mi martirio! ¡Oh, mi Padre, gracias te doy
porque hoy me llevarás fuera de este valle de tristeza! ¡Oh Cordero, Cordero,
que quitas el pecado del mundo! ¡Oh, mi Dios, en tus manos encomiendo mi
espíritu!” De las llamas se le escuchó gritar: “¡Jesús, Jesús!” Tres días después,
su heroica esposa fue ahogada en el Danubio al ser lanzada desde el puente con
una piedra atada alrededor de su cuello.
HANS DENCK (C
1495–1527)
Uno
de los hermanos más influyentes, que ayudó a guiar a las iglesias en los
tiempos convulsos de la Reforma, fue Hans Denck. Él era natural de Baviera y
había estudiado en Basilea, donde obtuvo su licenciatura, y tuvo que haber estado
en contacto con Erasmo y el brillante círculo de impresores y eruditos que allí
confluyó. Al ser nombrado para dirigir una de las escuelas más importantes en
Nuremberg, Hans se trasladó a esa ciudad (1523), donde el movimiento luterano
ya había prevalecido por un año, guiado por el dotado joven Osiander.
Denck,
también un joven de unos veinticinco años de edad, esperaba encontrar que la
nueva religión hubiera traído consigo moralidad, integridad y santidad de vida
entre la gente. Sin embargo, se decepcionó al darse cuenta de que esto no era
así, y al investigar la causa llegó a la conclusión de que todo se debía a una
deficiencia en la enseñanza luterana.
Dicha
enseñanza, mientras insistía en la doctrina de la justificación por medio de la
fe aparte de las obras, y en la abolición de los muchos abusos que habían
prevalecido en la Iglesia Católica, se negaba a insistir en la necesidad de la
obediencia, de negarse a sí mismo y de seguir a Cristo como parte
imprescindible de la fe verdadera.
Al
darse cuenta poco a poco de estas cosas, Osiander expuso (1551) cómo la
experiencia sólo demostraba que la enseñanza de Wittenberg hacía a los hombres
“seguros y despreocupados”. Él escribió:
A
la mayoría de los hombres no les gusta una enseñanza que les imponga requisitos
estrictos de moral que restringen sus deseos naturales. Sin embargo, a ellos
les gusta ser considerados cristianos, y escuchan de buena gana a los
hipócritas que predican que nuestra justicia consiste sola mente en que Dios
nos considera justos, incluso si somos personas malas, y que nuestra justicia
se da aparte de nosotros y no está en nosotros, pues según semejante enseñanza
ellos pueden ser considerados gente piadosa.
Ay
de aquellos que predican que los hombres de andar pecaminoso no pueden ser
considerados piadosos; la mayoría de ellos se enojan cuando escuchan esto, como
vemos y experimentamos, y les gustaría ver a todos estos predicadores
expulsados o asesinados. Pero donde eso no puede llevarse acabo, ellos
fortalecen a sus predicadores hipócritas con alabanza, consuelo, presentes y
protección, para que ellos puedan continuar felizmente y no darle cabida a la
verdad, por muy clara que esta sea, y así los falsos cristianos y los
predicadores hipócritas son lo mismo que los otros; tal como es la gente así
son sus sacerdotes.
Denck
se había dado cuenta de todo esto, mientras Osiander estaba lejos de llegar a
esta conclusión, y aún calificaba de “horrible error” la enseñanza de Denck. De
hecho, Osiander denunció a Denck ante los magistrados de la ciudad quienes lo
invitaron a presentarse ante ellos y ante sus adversarios luteranos.
En
el debate, según relata uno de los del bando opuesto, Denck “se mostró a sí
mismo tan capaz que resultó inútil contender con él de palabra”. De manera que
se decidió exigirle que entregara una confesión escrita de sus creencias sobre
siete puntos importantes que le fueron indicados. Osiander declaró que estaría
dispuesto a responder a esta por escrito. Sin embargo, cuando las respuestas de
Denck fueron presentadas, los predicadores de Nuremberg declararon que no
consideraban sabio continuar con la promesa de Osiander, tampoco se
consideraron ellos mismos capaces de convencer a Denck.
Por
consiguiente, prefirieron darle su respuesta al Consejo de la ciudad. El
resultado fue que a Denck (1525) se le exigió abandonar Nuremberg antes del
anochecer y alejarse no menos de dieciséis kilómetros de la ciudad, con la
amenaza de que si él no prometía hacer esto bajo juramento sería encarcelado.
La razón esgrimida fue que él había presentado errores anticristianos y se
había atrevido a defenderlos, que él no aceptaría ninguna instrucción, y que
sus respuestas eran tan erróneas y astutas que evidentemente resultaba inútil
tratar de enseñarlo.
Antes
que amaneciera el próximo día, Denck ya se había despedido de su familia,
abandonado su situación, y había iniciado el sendero errante que seguiría el
resto de su vida.
En
su “confesión” Denck reconoció la miseria de su estado natural, pero dijo que
estaba consciente de que algo en su interior se oponía al pecado y despertaba
en él el deseo por la vida y la bendición de Dios. A él se le había dicho que
esto se obtenía por medio de la fe, pero él veía que la fe tenía que significar
algo más que una simple aceptación de lo que había escuchado o leído.
La
resistencia natural a leer las Escrituras fue vencida por esa voz de la conciencia
en su interior que lo obligaba a leerlas, y descubrió que el Cristo revelado en
las Escrituras correspondía con lo que se le había manifestado de él en su
propio corazón. Él se dio cuenta de que no podía entender las Escrituras por
medio de una simple lectura superficial de ellas, sino sólo por medio de la
revelación por el Espíritu Santo a su corazón y conciencia.
El
documento de los ministros luteranos que llevó al exilio de Denck declaraba que
él “tenía buenas intenciones” y que “sus palabras fueron escritas de tal manera
y con semejante entendimiento cristiano que sus ideas y significado bien
podrían ser permitidos”. Sin embargo, considerando la unidad de la Iglesia
Luterana, se veían obligados a actuar de otra manera. A pesar de esto,
dondequiera que llegaba, Denck se encontraba con que había sido precedido de
calumnias, y que se le atribuían todo tipo de doctrinas falsas por lo que era
rechazado como un hombre peligroso.
Él
nunca se permitió a sí mismo tratar a sus oponentes como lo habían tratado; y
aunque, conforme a la costumbre de esa época, sobre él se escribieron las
denuncias más violentas, sus propios escritos están libres de tal actitud. En
ocasión de una provocación en particular, él dijo: “Algunos me han calumniado y
acusado de tal manera que incluso a un corazón humilde y manso le resulta difícil
controlarse”.
Y
nuevamente dice: “Me aflige el corazón el hecho de que yo deba estar en
desunión con muchos de aquellos a quienes no puedo considerar de otra manera
que como mis hermanos, porque ellos adoran al Dios que yo adoro y honran al
Padre que yo honro. Por tanto, si es la voluntad de Dios y de serme posible, yo
no convertiré a mis hermanos en mis adversarios ni haré de mi Padre un Juez,
sino que, entre tanto que estamos en el camino, me reconciliaré con todos mis
adversarios”.
Después
de pasar un tiempo en el hogar hospitalario de uno de los hermanos en St.
Gallen, Denck tuvo que irse debido a que su anfitrión entró en conflicto con
las autoridades. Encontró un lugar en Augsburgo por medio de la influencia de
unos amigos. En ese tiempo en Augsburgo había no sólo una lucha entre los
luteranos y zwinglianos y entre cada uno de estos y los católicos, sino,
además, una depravación general de la moral que afectaba seriamente a la gente.
Teniendo
compasión por las muchas almas desviadas, Denck comenzó a reunir a algunos de
los ciudadanos que estaban dispuestos a congregarse como una iglesia de
creyentes, y que combinarían la fe en la obra expiatoria de Cristo con el hecho
de seguir sus pisadas en el comportamiento de su vida diaria.
Él
mismo no se había unido a los grupos de creyentes que el mundo llamaba
bautistas o anabaptistas, sin embargo, se encontró a sí mismo haciendo en
Augsburgo lo que ellos estaban haciendo en todas partes, y lo que él había
visto íntimamente en St. Gallen. Una visita del Dr. Hubmeyer lo condujo a tomar
la decisión de echar su suerte con los hermanos y ser bautizado. Antes de la
llegada de Denck a Augsburgo había muchos creyentes bautizados, y la iglesia
creció rápidamente. La mayoría de sus miembros eran gente pobre, pero también
había algunos de la clase pudiente.
Los
escritos y el entusiasmo de Eitelhans Langenmantel atrajeron a muchos. Él era
el hijo de uno de los ciudadanos más importantes de Augsburgo, un hombre que
había sido catorce veces alcalde y que también había ocupado cargos más altos
en el estado. En 1527, los miembros dela iglesia habían incrementado hasta unos
mil cien, y sus actividades en la región ayudaron en la fundación y
fortalecimiento de las iglesias en todos los centros principales.
Un
escritor, buen conocedor de las fuentes de información, relata sobre este
tiempo: Se puede decir que muchos, por causa de una necesidad verdadera del corazón,
hastiados por las recriminaciones y las mutuas acusaciones de herejía provenientes
de los distintos púlpitos, buscaron refugio al ser edificados tranquilamente y
aparte de todo sectarismo Este fue un ideal maravilloso visualizado por los espíritus
más puros entre los anabaptistas. Ellos recordaron con anhelo aquella gloriosa
época en que los apóstoles pueblo en
pueblo, fundaron las primeras iglesias cristianas, donde todos se juntaban en
un espíritu de amor, como miembros de un solo cuerpo.
En
este tiempo fueron escritos muchos himnos en que los discípulos expresaban su
adoración y experiencias.
CAPITO Y BUCERO
Cuando la
persecución comenzó a dirigirse especialmente contra Denck, este abandonó Augsburgo
y buscó refugio en Estrasburgo, donde había una gran asamblea de creyentes
bautizados.
Los líderes
del partido protestante eran dos hombres talentosos, Capito y Bucero, quienes
no se habían aliado de manera definitiva ni a Wittenberg ni a Zurich, aunque
sus relaciones eran más íntimas con Zwinglio y los reformistas suizos. Capito
esperaba que fuera posible mantener una relación con ambos partidos y de ese
modo ser un medio para promover relaciones más felices entre ellos.
Él también
estaba indeciso sobre el asunto del bautismo, y tenía relaciones amistosas con muchos
de los hermanos. La presencia entre los hermanos de algunos hombres
extremistas, de quienes no lograron deshacerse, perjudicaba su influencia y
evitaba que algunos que de otro modo se hubieran acercado a ellos lo hicieran.
La introducción por parte de Zwinglio de la pena de muerte para castigar a
aquellos que estaban en desacuerdo con él en temas de doctrina debilitó su
influencia sobre Capito.
Cuando Denck
llegó allí, las condiciones eran tales y los hermanos eran tan numerosos e
influyentes que parecía como si ellos pudieran llegar a ser el factor dominante
en la vida religiosa de la ciudad. Denck pronto se compenetró con Capito. La
piedad, capacidad y el encanto personal de Denck atrajeron a muchos que
encontraron en él un líder digno de confianza, no sólo de los hermanos que eran
considerados bautistas, sino también de muchos otros que estaban indecisos en
cuanto a qué posición adoptar en aquellos tiempos de confusión.
Bucero
consideró estas circunstancias con alarma, y, al juzgar que no había esperanza
alguna para ningún partido que no recurriera al poder civil para su apoyo, él, junto
con Zwinglio, obró de una manera tan exitosa sobre los temores del consejo de
la ciudad que a las pocas semanas de su llegada Denck recibió una orden de
expulsión. Sus simpatizantes eran tantos que probablemente hubieran podido
resistir y prevenir que él fuera exiliado, pero él, según el principio que
siempre había defendido de someterse a las autoridades, abandonó la ciudad
(1526).
Denck anduvo
errante de un lugar a otro corriendo muchos peligros. En Worms, donde había una
congregación numerosa, permaneció por un tiempo y logró imprimir la traducción
de los Profetas que él y Ludwig Hetzer habían
hecho (1527).
Trece
ediciones de esta traducción fueron publicadas
en tres años. La primera edición tuvo que ser impresa cinco veces,
y en el siguiente año, seis veces más. La edición de Augsburgo fue
reimpresa cinco veces en nueve meses. Prontamente después de esto,
Denck fue uno de los líderes de una conferencia de hermanos de varios
distritos, en Augsburgo, donde él se opuso a algunos que estaban dispuestos
a hacer uso de la fuerza contra las persecuciones crecientes.
A
esta reunión se le llamó “la conferencia de los mártires” debido a que muchos
de los que participaron en ella fueron ejecutados más tarde.
Al
llegar a Basilea, con su salud quebrantada de tanto andar errante y debido a
tantas privaciones, Denck se puso en contacto con su antiguo amigo, el
reformista Hausschein, llamado O Ecolampadius, quien, encontrándolo en una
condición moribunda, le proveyó un refugio seguro y tranquilo, donde murió en
paz. Un poco antes de su muerte, Denck escribió: “Difícil y dolorosa ha sido
para mí mi vida sin hogar, pero lo que más me aflige es que mi celo ha producido
muy pocos resultados y frutos.
Dios
sabe que no valoro ningún otro fruto que no sea el que muchos, con un corazón y
una mente, glorifiquen al Padre de nuestro Señor Jesucristo, estando
circuncisos, bautizados o ninguno de los dos. Por cuanto yo pienso muy
diferente de aquellos que sujetan demasiado el reino de Dios a las ceremonias y
a los elementos de este mundo, sean lo que sean”. En los días en que la
tolerancia era poco practicada, él dijo: “En asuntos de fe todo debe ser con
libertad, disposición y por convicción.
Las
disputas sobre asuntos de doctrina no siempre se han dado entre dos partidos
que defienden la verdad por una parte y el error por otra parte.
A
menudo las disensiones han surgido porque una parte ha enfatizado un aspecto de
la verdad mientras que la otra ha puesto más énfasis en un aspecto diferente de
la misma verdad. Por consiguiente, cada parte del conflicto ha presentado con
insistencia los pasajes de la Biblia que apoyan su opinión, y han minimizado o
anulado con explicaciones los pasajes que la otra parte ha considerado
importantes.
Debido
a esto es que ha surgido el reproche de que cualquier cosa puede probarse con
la Biblia, haciendo que esta llegue a ser considerada como una guía insegura.
Por el contrario, esta característica de la Biblia demuestra cuán completa es.
No es parcial, sino que, a su vez, presenta cada fase de la verdad. De manera que
la doctrina de la justificación por medio de la fe únicamente, sin las obras,
es enseñada claramente en la Biblia, aunque, en el lugar apropiado aparece,
para dar el equilibrio necesario, la doctrina de la necesidad de las buenas
obras, que enseña que estas son el resultado y la prueba de la fe.
Además,
se enseña con claridad que el hombre caído es incapaz de ofrecer ningún bien, de
ningún esfuerzo o deseo hacia Dios, y que la salvación se origina en el amor y
la gracia de Dios hacia los hombres; pero, también se enseña que en el interior
del hombre hay posibilidad para la salvación, una conciencia que responde a la
luz divina y a la Palabra de Dios, de manera que condena el pecado y aprueba la
justicia. En realidad, cada gran doctrina revelada en la Escritura posee una
verdad equilibrada, y ambas son necesarias para un conocimiento de toda la
verdad.
En
esto la Palabra de Dios se asemeja a la obra de Dios en la creación, en que las
fuerzas opuestas trabajan en conjunto para hacer posible un objetivo.
A
menudo se cree que cuando se estableció la Reforma, Europa fue dividida en
Protestantes por una parte (ya fueran luteranos o suizos), y en Católicos
Romanos por la otra. Se pasa por alto la gran cantidad de cristianos que no
pertenecían a ninguna de estas dos partes, pero que, en su mayoría, se reunían
como iglesias independientes sin recurrir, como las demás, al apoyo del poder
civil, sino que se esforzaban por practicar los principios de la Escritura como
en los tiempos del Nuevo Testamento.
Estas
iglesias eran tan numerosas que ambas partes de la Iglesia del estado temieron
que ellas pudieran llegar a amenazar su poder e incluso su propia existencia.
La razón por la que un movimiento tan importante ocupa un lugar tan pequeño en
la historia de esa época se debe a que, por medio del uso implacable del poder
del estado, las grandes Iglesias —Católica y Protestante— estuvieron a punto de
destruirlo, y los pocos partidarios que quedaron fueron exiliados o
permanecieron sólo como grupos debilitados o relativamente sin importancia. El
partido victorioso fue también capaz de destruir la mayor parte de la
literatura de los hermanos, y, al escribir su historia, los hicieron ver como
partidarios de doctrinas que los hermanos más bien repudiaban, y les pusieron
nombres que conllevaban significados odiosos.
LA CONFERENCIA EN BADEN (1527)
En
1527, bajo la dirección de Miguel Sattler y otros, tuvo lugar una conferencia
en Baden donde se acordó:
(1)
que sólo los creyentes debían ser bautizados:
(2)
que se debía ejercer la disciplina en las iglesias:
(3)
que se debía celebrar la Cena del Señor en recordación de su muerte:
(4)
que los miembros de la iglesia no debían tener comunión con el mundo:
(5)
que los pastores de la iglesia están en la obligación de enseñar y exhortar,
etc.
(6)
que un cristiano no debe usar la espada ni acudir a la ley.
(7)
que un cristiano no debe prestar juramento.
Sattler
fue un activo predicador de la Palabra de Dios en muchos distritos, y vino, en
la primavera de 1527, de Estrasburgo a Wurttemberg.
Fue
arrestado en Rottenburg y condenado a muerte por sus doctrinas. Conforme a la
sentencia de la corte, Sattler fue vergonzosamente mutilado en diferentes
partes de la ciudad, luego fue llevado a la entrada de esta, y lo que quedaba
de él fue lanzado al fuego. Su esposa y algunas otras mujeres cristianas fueron
ahogadas, y un grupo de hermanos que estaban con él en la prisión fueron
decapitados. Estas fueron las primeras de una terrible serie de ejecuciones
semejantes que tuvieron lugar en Rottenburg.
El
numeroso grupo de cristianos en Augsburgo fue disperso por medios similares. El
primero en morir fue Hans Leupold, un anciano de la iglesia que fue arrestado
en una reunión junto con otros 87 hermanos, y fue decapitado (1528). Él compuso
un himno en la prisión que fue incluido en la colección de los hermanos. Muchos
de los himnos de estos bautistas fueron escritos en la prisión, y demostraban
las profundas experiencias de sufrimiento y de amor al Señor que pasaron.
Estos
himnos se difundieron rápidamente entre los cristianos en sufrimiento, para quienes
representaron un fuerte consuelo y aliento. Dos semanas más tarde, el dotado
Eitelhans Langenmantel, a pesar de sus relaciones con las familias más
influyentes, fue ejecutado junto con otros cuatro. Una gran cantidad de ellos
fueron golpeados y echados fuera de la ciudad; en muchos casos los marcaban con
una cruz en la frente. En Worms, la congregación de creyentes era tan numerosa
que todos los intentos por dispersarla fracasaron; la congregación continuó
existiendo en secreto.
FELIPE DE HESSEN (1504–1567)
Landgraf
Felipe de Hessen fue una noble excepción de entre los gobernantes de ese
tiempo. Él solo desafió todas las consecuencias de negarse a firmar u obedecer el
mandato del Emperador Carlos V, decretado en Espira, el cual ordenaba
solemnemente a todos los gobernantes y funcionarios en el Imperio “que todas y
cada una de las personas que fueran bautizadas nuevamente o que rebautizaran,
hombre o mujer, con edad de razonar, deberían ser juzgadas y llevadas de la
vida natural a la muerte por medio de la hoguera, la espada o algo así por el estilo
según las circunstancias individuales, sin previa inquisición del juez espiritual”.
Además,
que cualquiera que dejara de llevar a sus hijos para ser bautizados debería
someterse a la misma ley, y nadie debería recibir, ocultar o dejar de entregar
a cualquiera que tratara de escapar de estas regulaciones.
El
Elector de Sajonia, persuadido por los teólogos de Wittenberg, obligó a
Landgraf Felipe a que desterrara o encarcelara a algunos de los bautistas, pero
no pudo obligarlo a hacer más que esto. Felipe aun pudo jactarse de que nunca ejecutó
a uno solo de ellos. Él afirmaba que cuando había diferencias de opinión, los
que estaban errados debían ser convertidos por medio de la instrucción y no por
la fuerza. Él decía que veía mejores vidas entre aquellos a quienes llamaban
“fanáticos” que entre los luteranos, y que él no podía convencer su conciencia
para que le permitiera castigar o ejecutar a alguien por su fe, cuando no había
ninguna otra razón válida para hacerlo.
LA PROTESTA DE
JOHANN ODENBACH
En
el palatinado había muchos hermanos en los distritos de Heidelberg, Alzey y
Kreuznach. En un solo año (1529) fueron ejecutados 350 hermanos.
Algunas
persecuciones excesivamente crueles en Alzey provocaron la protesta de un
valiente pastor evangélico, Johann Odenbach. Dicha protesta revela el buen
carácter de este hombre, la cual estuvo dirigida a los “jueces a cargo de los
pobres prisioneros en Alzey a quienes la gente llama anabaptistas”:
Ustedes,
como personas incultas, ignorantes y pobres, deberían clamar diligentemente y
con la mayor seriedad al verdadero Juez y orar por su ayuda divina, sabiduría y
gracia. De esa manera no llegarían a manchar sus manos con sangre inocente, aun
cuando Su Majestad Imperial y todos los príncipes del mundo les han ordenado
juzgar así. Estos pobres prisioneros, con su bautismo, no han pecado tan
seriamente contra Dios como para que él condene sus almas por eso, ni tampoco
han actuado tan criminalmente contra el gobierno ni contra la humanidad como
para perder sus vidas. Por cuanto el bautismo verdadero o el segundo bautismo no
tiene en sí tal poder como para salvar a un hombre o condenarlo.
Tenemos
que permitir que el bautismo sea sólo un símbolo por medio del cual damos a
entender que somos cristianos, muertos al mundo, enemigos del diablo,
quebrantados, gente crucificada, que no buscamos las bendiciones temporales
sino las eternas; luchamos incesantemente contra la carne, el pecado y el
diablo, y vivimos una vida cristiana. No muchos de ustedes, jueces, sabrían qué
decir acerca del bautismo falso o verdadero si se tratara de estar atados e
interrogados bajo tortura.
¿Tendrían
ustedes que ser matados por eso? ¡No! Yo no digo esto para apoyar el segundo
bautismo, el cual debe ser eliminado por las Sagradas
Escrituras
y no por las manos del verdugo. Por lo tanto, estimados amigos, no usurpen lo
que pertenece a la Majestad Divina, no sea que la ira de Dios los agobie más
que a los sodomitas y a todos los malhechores en la tierra. Ustedes han tenido
en prisión a muchos ladrones, asesinos y escorias a quienes han tratado con más
piedad que a estas pobres criaturas que ni han robado ni asesinado, que no son
ni incendiarios ni traidores, ni tampoco han cometido ningún pecado vergonzoso,
sino que más bien están en contra de todas estas cosas, y con una intención
sencilla y sincera, por medio de un pequeño error, han sido bautizados
nuevamente para la honra de Dios y no para hacerle daño a nadie.
¿Cómo
es posible que en su corazón o en sus conciencias quepa decir que por esto
ellos deben ser decapitados o que serán condenados? Si ustedes trataran a ellos
como lo deben hacer los jueces cristianos, y si supieran cómo instruirlos con
la ayuda del Evangelio, no habría necesidad de un verdugo; sin duda de esta
manera la verdad prevalecería y el encarcelamiento sería un castigo suficiente.
Sus
sacerdotes tienen que actuar de la misma manera, llevándolos en sus hombros
como ovejas erradas al redil de Cristo, demostrándoles así que su oficio es
mostrarles misericordia y amor fraternal, consolarlos, sostenerlos y
restituirlos con dulce doctrina evangélica. No se dejen engañar condenando a
estas personas a muerte. Ustedes deberían estar aterrorizados en este asunto, y
deberían sudar sangre de agonía porque no saben dónde está el error. Ustedes no
deben sólo hacer caso omiso cuando estas pobres criaturas dicen: “Deseamos una
mejor instrucción de las Sagradas Escrituras y estamos dispuestos a obedecer si
se nos muestra un mejor camino sobre la base del Evangelio”.
¡Piensen
en su vergüenza eterna por culpa de semejante error! ¡Piensen en el desprecio y
la furia del hombre común cuando esta pobre gente es asesinada brutalmente! De
ellos se dirá: “¡Vean con qué gran paciencia, amor y devoción han muerto estas personas
piadosas, cuán noblemente han luchado contra el mundo!”
¡Oh,
que nosotros podamos ser tan inocentes ante Dios como ellos! En realidad, ellos
no han sido vencidos, sino que han sufrido atrocidades. Ellos son los santos
mártires de Dios. Todos dirán que no fue para deshacerse del error de los
pobres anabaptistas que ustedes dictaron una sentencia tan sangrienta, sino
para destruir por la fuerza el santo Evangelio y la pura verdad de Dios.
El
resultado de esta protesta fue que aquellos jueces se negaron a emitir juicios
en asuntos de fe. Zwinglio llevó a cabo su gran obra de reforma principalmente
en la Suiza alemana. Él llegó a ejercer una autoridad predominante en la ciudad
y en el cantón de Zurich. En 1523, él introdujo el sistema de Iglesia del
estado en Zurich, y el Gran Consejo recibió la responsabilidad de tomar decisiones
en los casos en que se afectara la Iglesia y la doctrina.
Este
poder fue inmediatamente dirigido contra los hermanos. Un creyente llamado
Muller, llevado ante el Consejo, dijo: “No opriman mi conciencia, por cuanto la
fe es un don gratuito de la misericordia de Dios y no debe ser interferida por
nadie. El misterio de Dios yace oculto y es como un tesoro en el campo que
nadie puede encontrar a menos que el Espíritu del Señor se lo muestre. Por
tanto, les suplico a ustedes, siervos de Dios, déjenme libre mi fe.” Esto no se
permitió. La nueva Iglesia del estado aceptó el principio de la antigua Iglesia
que consideraba correcto actuar en contra de los “herejes” por medio del encarcelamiento
e incluso la muerte.
Zwinglio
había tenido relaciones estrechas con los hermanos cuando era más joven. Él
había considerado seriamente el asunto del bautismo y había declarado que no
había ninguna Escritura que apoyara el bautismo de infantes. Sin embargo, al
desarrollar el movimiento de reforma, de acuerdo a los principios de una
Iglesia del estado, y dependiente del poder civil para hacer cumplir sus
decisiones, él no podía sino apartarse de los hermanos. Los hermanos fueron
numerosos y activos en
GREBEL, MANZ Y
BLAUROCK
Zurich.
Tres de ellos fueron los más destacados, y entre estos uno que anteriormente
había sido íntimo amigo de Zwinglio. Él fue Conrado Grebel, hijo de un miembro
del Consejo de Zurich. Conrado se había distinguido tanto en la universidad de
París como en la de Viena, y cuando regresó a Zurich se unió allí a la
congregación de creyentes. El otro fue Félix Manz, un eminente estudiante del
hebreo, cuya madre también era una cristiana ferviente y ofrecía su casa para
celebrar allí las reuniones.
El
tercero había sido un monje que, siendo afectado por la Reforma, salió de la
Iglesia de Roma. A él le dieron el nombre de “Blaurock”, es decir “chaqueta
azul”, y a menudo lo llamaban “Jorge el fuerte” a causa de su estatura y
energía.
Estos
tres fueron incansables, viajando, visitando hogares, predicando y exhortando.
Una gran cantidad de personas aceptaron el Evangelio y fueron bautizadas, y se
congregaron como iglesias. En Zurich hubo a menudo bautismos públicos, y los
creyentes se reunían regularmente para la Cena del Señor, a la cual ellos
llamaban la partición del pan. Ellos se referían a sí mismos como la asamblea
de los verdaderos hijos de Dios, y se mantenían apartados del mundo, lo cual
para ellos incluía tanto las Iglesias Reformadas como la Iglesia Católico
Romana.
El
Consejo prohibió todas estas cosas, y se ordenó una discusión pública, pero
como el Consejo tenía poder para decidir el resultado, sencillamente todo
terminó con una orden según la cual todos los que aún no habían bautizado a sus
hijos deberían hacerlo en un plazo de ocho días, y que los bautismos llevados a
cabo por los hermanos estaban prohibidos bajo sanciones severas.
Sin
embargo, Grebel, Manz y Blaurock sencillamente incrementaron sus actividades, y
la gente se acercó a ellos por centenares para escuchar la Palabra de Dios y bautizarse.
Si bien Grebely Manz fueron moderados y persuasivos en su manera de actuar,
Blaurockse manifestó con un entusiasmo incontrolable y en ocasiones entraba en
las otras iglesias e interrumpía el servicio con su propia predicación.
La
gente se volvió devota de él, pero el conflicto con las autoridades se agudizó
rápidamente, y muchos de los hermanos fueron castigados severamente. Blaurock
no vaciló en decirle al propio Zwinglio: “Tú, mi estimado Zwinglio,
constantemente te has enfrentado a los papistas con la afirmación de que lo que
no tiene fundamento en la Palabra de Dios carece de valor, y ahora dices que
hay muchas cosas que no están en la Palabra de Dios y sin embargo se hacen en
comunión con Dios. ¿Dónde está ahora la palabra poderosa con la cual has
desmentido al Obispo Fabery a todos los monjes?
Finalmente,
los tres predicadores y otros quince, incluyendo a seis mujeres, fueron
condenados a prisión, con pan, agua y paja, para que murieran y se pudrieran en
la cárcel. También se decretó (1526) que cualquier persona que bautizara o
fuera bautizada debería ser castigada con la muerte por ahogamiento. Los
prisioneros escaparon de varias formas, gracias a que ellos tenían muchos
simpatizantes, pero la persecución se tornó despiadada, y los cantones de Berna
y St. Gallen entre otros se unieron a Zurich en un esfuerzo por exterminar las
iglesias.
En
el cantón Berna fueron ejecutadas treinta y cuatro personas, y los
perseguidores siguieron a algunos de los que huyeron a Biel, donde había una
asamblea numerosa de hermanos. Las reuniones, que tenían lugar secretamente por
la noche en los bosques, fueron descubiertas y dispersadas, y hubo que buscar
nuevos lugares de reunión.
Durante
este tiempo Grebel murió de la peste (1526), Blaurock fue capturado y condenado
a ser desnudado y golpeado por todo el pueblo “para que se desangrara,” y
desterrado. Manz fue también capturado y ahogado. Todo esto no detuvo la
propagación de las iglesias, las cuales continuaron incrementándose, sino que
provocó la huida, hacia la vecina provincia austriaca de Tirol, de aquellos
cuya predicación y testimonio rápidamente establecieron iglesias allí. Entre
estos estaba “Jorge el fuerte” quien viajó por todo el Tirol desafiando todos
los peligros, y una gran cantidad de personas fueron ganadas por medio de su
predicación, especialmente dentro de Klausen y en sus alrededores, donde los
creyentes llegaron a ser muy numerosos y activos en difundir la Palabra de Dios
en otros lugares. Después de muchas fugas, Blaurock y un compañero, Hansen
Langegger, fueron capturados y quemados en Klausen (1529).
En
el mismo año Michael Kirschner, que había mantenido un buen testimonio para el
Señor en Innsbruck, fue quemado públicamente en ese pueblo. El servicio
arriesgado de Blaurock fue continuado por Jakob Huter, entre otros. En el año
que Blaurock fue quemado, Huter se encontraba reunido para compartir el
partimiento del pan cuando fue sorprendido sus iglesias. Estas iglesias tenían
diferentes orígenes, diferentes historias, y se diferenciaban según el carácter
de las personas en ellas; pero todas eran semejantes en su deseo de aferrarse
al modelo del cristianismo primitivo que se encuentra en el Nuevo Testamento.
Por lo tanto, ellos rechazaron el bautismo de infantes, lo cual no pudieron
hacer los reformistas, y rechazaron también toda ayuda mundana, sin la cual a
las grandes Iglesias profesantes les parecía imposible mantenerse.
Estas
cosas eran sólo partes de un conjunto que consistía en aceptar las Escrituras,
la voluntad de Dios suficiente y revelada, como su guía, y depositar su
confianza en él para que les capacitara para obedecerlas. Al tomar este sendero
ellos se vieron sujetos a tentaciones únicas, y cada vez que se rindieron a los
deseos carnales, al deseo de alcanzar logros políticos, o a la codicia, su
caída fue enorme; no obstante, la gran mayoría pudo dar un buen testimonio de la
fidelidad de Dios. Su propia descripción de la iglesia cristiana es: “la asamblea
de todos los creyentes, que son reunidos por el Espíritu Santo, apartados del
mundo por medio de la pura enseñanza de Cristo, unidos por el amor divino,
trayéndole al Señor, de corazón, ofrendas espirituales.
Quien
fuese hecho parte de esta iglesia”, según ellos planteaban, “y se convierta en
un miembro de la familia de Dios, tiene que vivir en Dios y andar con él; quien
esté fuera de esta iglesia está fuera de Cristo”. Su rechazo del bautismo de
infantes a menudo levantaba la duda en cuanto a los niños que morían en edades
tempranas, y de ellos estos hermanos decían, “ellos son hechos partícipes de la
vida eterna con Cristo”.
En
las Crónicas de los anabaptistas en
Austria-Hungría, uno de ellos escribió:
Los
fundamentos de la fe cristiana fueron puestos por los apóstoles aquí y allá en
los distintos países, pero mediante la tiranía y las falsas enseñanzas,
sufrieron un duro golpe, y la iglesia fue a menudo tan reducida que apenas
podía verse si aun existía. Como Elías dijo, los altares fueron destruidos, los
profetas asesinados, y él se quedó sólo; pero Dios no permitió que su iglesia
desapareciera completamente. De lo contrario, este artículo de la fe cristiana
hubiera resultado ser falso:
“Creo
que existe una iglesia cristiana, una hermandad de los santos”. Aunque no fuera
posible señalarle con un dedo, aunque en ocasiones pudieron encontrarse apenas
dos o tres miembros, empero el Señor, según su promesa, ha estado con ellos, y
porque ellos permanecieron fieles a su Palabra, él nunca los ha abandonado,
sino que los ha incrementado y sumado otros a sus filas.
Pero
cuando ellos se despreocuparon, y se olvidaron de las bondades de Cristo, Dios
apartó de ellos los dones con los cuales él los había dotado, y despertó a
hombres verdaderos en otros lugares, facilitándoles estos dones, con los cuales
ellos volvieron a edificar una iglesia al Señor. De modo que el reino de
Cristo, desde el tiempo de los apóstoles hasta nuestros días, se ha trasladado
de nación en nación hasta que ha llegado a nosotros.
En
otras tierras se logró un buen comienzo y a veces un buen final, cuando los
testigos dieron sus vidas por causa de la fe, pero la tiranía de la Iglesia
Romana lo ha borrado casi todo. Sólo los picardos y los valdenses mantuvieron
algo de la verdad. Al principio del reinado de Carlos V el Señor envió su luz
nuevamente. Lutero y Zwinglio destruyeron como con rayos el mal babilónico,
pero no fundaron nada mejor, ya que cuando ambos llegaron al poder confiaron
más en el hombre que en Dios.
Y
por tanto, aunque habían logrado un buen comienzo, la luz de la verdad fue oscurecida.
Fue como si alguien hubiera remendado un agujero en la antigua caldera para
simplemente empeorarlo todo. De manera que ellos han levantado un pueblo
atrevido en cuanto al pecado. Muchos se unieron a estos dos (Lutero y
Zwinglio), apoyando sus enseñanzas como verdaderas. Algunos dieron sus vidas
por la verdad; sin lugar a duda son salvos, ya que pelearon la buena batalla.
Luego
el autor de esta crónica describe los conflictos con Zwinglio en Zurich con
relación al tema del bautismo, y como Zwinglio, a pesar de haber testificado
desde el principio que el bautismo de infantes no puede ser probado por ninguna
palabra clara de Dios en las Sagradas Escrituras, después enseñó desde el
púlpito que el bautismo de adultos y creyentes era incorrecto y que no se debía
tolerar.
También
describe como se había decretado que cualquiera que fuera bautizado en Zurich y
en el distrito sería ahogado en agua. Él expone como esta persecución condujo a
la dispersión de muchos siervos de Cristo y como algunos vinieron a Austria predicando
la Palabra de Dios.
LAS IGLESIAS SE DIFUNDEN EN AUSTRIA
La
difusión de las iglesias en Austria y en los estados vecinos fue grandiosa; los
informes de las cantidades de personas ejecutadas en este tiempo y de sus
sufrimientos son horribles; sin embargo, nunca dejaron de existir hombres
dispuestos a continuar la arriesgada obra de los evangelistas y los ancianos.
De algunos de ellos se escribió: “Ellos fueron a encontrarse con su muerte
llenos de gozo.
Mientras
algunos eran ahogados o ejecutados, los otros que esperaban su turno cantaban,
y esperaban con gozo su muerte cuando el verdugo se encargaba de ellos. Ellos
se mantuvieron firmes en la verdad que conocían y se fortalecieron en la fe que
tenían de Dios.”
Semejante
firmeza suscitó asombro e interrogantes en cuanto a la fuente de su fortaleza.
Muchos fueron ganados a la fe por medio de este testimonio; pero para los
líderes religiosos, lo mismo de la Iglesia Católica como de las Iglesias
Reformadas, esta era por lo general atribuida a Satanás.
Los
propios creyentes dijeron: Ellos han bebido del agua que fluye del santuario de
Dios, de la fuente de vida, y de esta han obtenido un corazón que no puede ser
comprendido por la mente o el razonamiento humano. Ellos han descubierto que
Dios los ayudó a llevar la cruz y ellos han vencido la amargura de la muerte.
El fuego de Dios ardió en ellos. Su tabernáculo no estaba aquí en la tierra, sino
que estaba puesto en la eternidad, y ellos tenían fundamento y certeza para su
fe. Su fe floreció como un lirio, su fidelidad como una rosa, su piedad e
integridad como flores del huerto de Dios.
El
ángel del Señor ha blandido su lanza delante de ellos para que el yelmo de la
salvación, el escudo dorado de David, no pudiera ser arrancado de ellos. Ellos
han escuchado la trompeta tocada en Sión y la han comprendido, y por eso han
sufrido toda clase de dolor y martirio sin temor. Su carácter santo consideraba
las cosas estimadas en el mundo como una sombra, porque conocían cosas mayores.
Ellos fueron entrenados por Dios, de manera que no conocían nada, no buscaban
nada, no deseaban nada, no amaban nada, sino sólo el Bien celestial y eterno.
Por lo tanto, ellos tuvieron más paciencia en sus sufrimientos que sus enemigos
en castigarlos.
LOS MAGISTRADOS DE TIROL PRESENTAN EXCUSAS
El
Rey Fernando I, hermano de Carlos V de España, fue un perseguidor fanático de
los hermanos. Muchas de las autoridades eran instrumentos poco dispuestos de su
crueldad y hubieran perdonado al pueblo inofensivo y temeroso de Dios, pero Fernando
emitió una ola constante de edictos e instrucciones que los exhortaban a
adoptar una posición más feroz y los amenazaban a causa de su falta de
severidad. De modo que los magistrados en el Tirol presentaron defensa por la
flojedad de la cual los acusaba su cruel señor, y le escribieron:
Ya
durante dos años rara vez ha habido un día en que el tema de los anabaptistas
no haya sido presentado ante nuestra corte, y más de 700 hombres y mujeres en
el ducado de Tirol, en diferentes lugares, han sido condenados a muerte; otros
han sido desterrados del país, y aun muchos otros han huido, en la miseria,
dejando sus bienes atrás y a veces incluso abandonando a sus hijos.
Nosotros
no podemos ocultarle a Su Majestad la locura que por lo general hemos
encontrado en estas personas, por cuanto ellas no sólo no se aterrorizan ante
el castigo de los demás, sino que acuden a los prisioneros y los reconocen como
sus hermanos y hermanas. Y cuando a causa de esto los magistrados los acusan,
ellos lo aceptan de buena gana, sin tener que ser sometidos a la tortura. Ellos
no escuchan ninguna instrucción, y rara vez uno de ellos decide convertirse de
su incredulidad.
La
mayoría de ellos sólo desea poder morir pronto. Confiamos que Su Alteza Real
bondadosamente comprenda a partir de nuestro fiel informe que de ninguna manera
hemos sido negligentes.
Después
que Fernando se convirtió también en rey de Bohemia, el refugio que ese país y
Moravia habían provisto para tantos hermanos fue eliminado y ahora no había
manera alguna de escape para ellos.
Recompensas
cada vez mayores eran ofrecidas a aquellos que delataran a un “anabaptista” y
lo pusieran en manos del gobierno. Los bienes de las personas ejecutadas eran
confiscados y usados en parte para cubrir los gastos de la persecución. Las
mujeres que estaban a punto de dar a luz eran llevadas a prisión hasta que
naciera la criatura y luego eran ejecutadas. Un magistrado en Sillian, un tal
Jorg Scharlinger, se encontró en una situación de mucha angustia al verse
obligado a ejecutar una sentencia de muerte contra dos jóvenes de 16 y 17 años.
Jorg
se atrevió a demorar la ejecución mientras hacía indagaciones, y se llegó al
acuerdo de que en tales casos los acusados deberían ser instruidos por
católicos romanos, y que los gastos deberían ser sufragados de los bienes
confiscados a los “anabaptistas”. Esto hasta que ellos alcanzaran la edad de 18
años cuando, si no se retractaran, serían ejecutados. ¡Imagínese a un joven que
amaba al Señor esperando cumplir los dieciocho años bajo semejantes
condiciones!
JACOB HUTER
Las
cosas empeoraron más y más, pero Jacob Huter nunca cesó de celebrar reuniones,
en el bosque o en casas aisladas, y los hermanos y hermanas igualmente
continuaron arriesgando sus vidas al recibirlo. En una ocasión él y un grupo de
cuarenta hermanos que se había reunido recibe algo de luz cuando brilla el sol.
Yo
me dirigí sin temor a la cámara de torturas como si no fuera nada. Después de
interrogarme durante tres días, me llevaron de regreso a la torre. A veces
escucho a los gusanos en las paredes, los murciélagos vuelan sobre mí por la
noche, y los ratones corren alrededor, pero Dios lo hace todo fácil para mí. Él
ciertamente está conmigo; él hace que incluso los fantasmas que él envía por
las noches para asustar a las personas me sean útiles y amistosos.
EL JUICIO EN
INNSBRUCK
Cuando
su compañero, Jorg Meyer, fue interrogado, le preguntaron qué lo había inducido
a bautizarse. Este respondió que antes de entrar a esta feél había escuchado
como un hombre llamado Jacob Huter había sido quemado en Innsbruck. Se decía que
le habían puesto una mordaza en la boca cuando fue llevado a Innsbruck para que
no diera a conocer la verdad. Además de eso, él había escuchado como en Klausen
Ulrico Mullner había sido ejecutado, un hombre aceptable a la gente y a quien ellos
consideraban fiel.
Este
Ulrico también profesaba la misma fe. En una tercera ocasión, él había visto
con sus propios ojos como en Steinach ellos habían quemado a un hombre que
apoyaba esta fe. Todo esto él lo tomó muy a pecho, y consideró que tenía que
ser la poderosa gracia de Dios la que los había mantenido tan firmes en su fe para
poder soportar hasta el final, y esta fue la razón por la que él comenzó a
indagar acerca de esta gente.
Tranquilamente
los tres prisioneros respondieron, a partir de las Escrituras, todas las
preguntas que les hicieron; ellos dijeron que aunque ahora no tenían una morada
específica donde vivir, sino que eran perseguidos en todas partes, llegaría el
momento en que ellos serían recompensados cien veces más. Ellos afirmaron que
su fe no era una “secta maldita” como se decía de ellos, y que ellos no tenían
“cabecillas”. Mandl explicó que él había sido elegido como maestro y guía por
los hermanos y la asamblea a la cual él pertenecía.
Doce
hombres de Innsbruck y del distrito fueron designados como jurados. Luego de
haber prestado el juramento acostumbrado de que darían un veredicto según su
juicio, se les exigió prestar otro juramento que los comprometía a aprobar el
decreto del emperador con relación a los prisioneros, lo cual significaba, por
supuesto, condenarlos a muerte.
Ellos
se negaron a hacer esto. Los miembros de la corte se enojaron extremadamente
por esto, pero Fernando (convertido ahora en emperador) no quiso actuar contra
ellos de una forma demasiado severa por temor a suscitar una oposición general.
Por lo tanto, los oficiales discutieron con estos hombres y los amenazaron
hasta que nueve de ellos cedieron, pero tres, manteniéndose firmes en su
negativa, fueron encarcelados.
Después
de unos días de encarcelamiento, estos también cedieron a las amenazas y todo
el jurado prestó el juramento obligatorio, lo cual fijaba el veredicto antes
que comenzara el juicio. Mandl fue sentenciado a morir en la hoguera y los
otros dos a ser decapitados. Ellos, estando aún en prisión, escribieron a los
hermanos: “Les hacemos saber que después de la celebración del Corpus ellos nos
condenarán, y nosotros pagaremos nuestro voto a Dios. Lo hacemos con gozo y no
estamos tristes, porque el día es santo al Señor.” Entre las multitudes que acudieron
a presenciar su muerte se encontraba un hermano llamado Leonhard Dax, un ex sacerdote,
quien animó mucho a los prisioneros con su valiente saludo.
Ellos
se dirigieron a la multitud, exhortando a todos a arrepentirse, y dieron
testimonio de la verdad. Cuando su sentencia fue leída en voz alta, ellos
reprendieron a los magistrados y al jurado por derramar sangre inocente, y
estos se excusaron alegando que actuaban bajo coacción del emperador.
¡Oh,
mundo ciego”, exclamó Mandl, “cada hombre debe actuar según su propio corazón y
conciencia, pero ustedes nos condenan según la orden del emperador!” Los tres
siguieron predicando a la gente, y Mandl continuó hasta quedar ronco. “¡Cállate
ya, Hans!” gritó el magistrado, pero él continuó: “Lo que les he enseñado y
testificado es la verdad divina”.
Ellos
hablaron hasta el mismo momento de su muerte, sin que nadie se lo impidiera.
Uno de ellos estaba tan enfermo que se temía que muriera antes que pudiera ser
ejecutado, de modo que fue decapitado primero.
Luego
el otro se volvió hacia el verdugo y gritó con una valentía triunfante: “Renuncio
aquí a mi esposa e hijo, a mi casa y a mi granja, a mi cuerpo y a mi vida por
la fe y la verdad”, entonces se arrodilló y ofreció su cabeza al golpe mortal.
Hans Mandl fue atado a una escalera y lanzado vivo a las llamas donde los
cuerpos de sus compañeros de martirio ya habían sido lanzados. Allí se
encontraba un testigo, Pablo Lenz, que tomó esto tan a pecho que al poco tiempo
se unió a los discípulos despreciados, para compartir los sufrimientos de
Cristo.
En
algunas partes, y especialmente en Moravia, se formaron comunidades donde
muchos creyentes vivían juntos como una gran familia bajo la misma norma, y
tenían todas las cosas en común. Esto se hizo, en parte para proveer lugares de
refugio en distritos favorecidos donde los que habían sido expulsados de otros
lugares pudieran encontrar un hogar y, además, como una imitación de la
práctica de la iglesia en Jerusalén al inicio.
LAS COMUNIDADES DE MORAVIA
Aunque
semejante comunidad de bienes fue una indicación de una gracia especial en
Jerusalén, cuando los creyentes vivían en un lugar y podían congregarse todos
en el templo, no fue un mandamiento encomendado a la iglesia; hubiera resultado
imposible cuando las iglesias fueron dispersas por todas partes y no fue
practicada fuera de Jerusalén en los tiempos del Nuevo Testamento.
Estas
comunidades en Moravia y en otras partes sí proveyeron lugares de refugio para
muchos; en ellas se experimentó una gran bendición espiritual en sus mejores días,
y la excelente obra llevada a cabo, en la agricultura y en la práctica de
diferentes labores artesanales, las hizo prósperas. Sin embargo, con el tiempo
surgieron serias desventajas. La crianza de los niños en tales comunidades
sufrió en comparación con la crianza en una familia cristiana. Se hizo evidente
un cierto espíritu sombrío y malhumorado.
Muchas
de las divisiones que debilitaron a las iglesias tuvieron su origen en estas
comunidades. Cuando la guerra se propagó por los distritos donde ellas se
encontraban, la relativa riqueza y la concentración en ellas de provisiones y
de comodidades considerables, atrajo a los soldados, y esta fue una de las
causas que condujo a su abandono.
En
este período tuvieron lugar en Münster algunos acontecimientos que, aunque no
estaban relacionados con las congregaciones cristianas, no obstante
perjudicaron su causa en Alemania más que cualquier otro suceso anterior. En
semejantes tiempos de agitación resultaba inevitable que las mentes desequilibradas
tuvieran la tendencia de tomar posiciones extremas.
La
crueldad con que personas inocentes fueron tratadas a causa de su fe provocó
una gran indignación en muchos que aún no compartían esa fe, y la matanza
sistemática de los mejores y más sabios, aquellos que eran ancianos y líderes
de las iglesias, eliminó precisamente a los hombres más capaces de restringir a
la extravagancia y el fanatismo, y les brindó una gran oportunidad a hombres
inferiores para que ejercieran su influencia. El espectáculo de la persecución
cruel y el asesinato hizo que muchos creyeran que había llegado el fin, y que
el día de la redención estaba cerca, un día también de venganza sobre los
opresores. Surgieron hombres que fingían ser profetas y que predecían la cercanía
del establecimiento del reino de Cristo.
Münster
era la capital de un principado gobernado por un Obispo, quien era tanto su
gobernante civil como eclesiástico. Este exigía impuestos y daba todos los
cargos importantes a miembros del clero.
Esto
mantenía a los ciudadanos en un estado constante de descontento. Bernardo
Rothmann, un teólogo joven y estudioso, viajó y visitó a Lutero, pero fue más
influenciado por Capito y Schwenckfeld, a quienes conoció en Estrasburgo.
Rothmann fue un buen predicador, un hombre que sentía una gran compasión por
todos los oprimidos, y en lo personal, un hombre de costumbres ascéticas.
Cuando llegó a Münster su predicación atrajo a multitudes de oyentes, y produjo
tal entusiasmo que muchos de los ciudadanos tomaron parte en un ataque contra
las imágenes en la iglesia de St. Marice, las cuales destruyeron.
Para
reprimir el creciente desorden el Obispo hizo uso de su fuerza militar, pero
Landgraf Felipe de Hessen intervino, y como resultado de esto Münster fue
declarada una ciudad evangélica y se inscribió en la Liga de Smalkalda de los
Principados Protestantes. Este cambio trajo a Münster a multitudes de personas
perseguidas procedentes de los países católicos vecinos, la cual podían
considerar ahora como un lugar de refugio.
Entre
dichas multitudes había toda clase de personas; algunas de ellas eran
cristianos, perseguidos por causa de Cristo, a quienes era un honor recibir;
otros eran personas indisciplinadas o fanáticas, cuya presencia puso en peligro
la paz de la ciudad. La mayoría de estas personas llegaron en un estado
indigente y fueron recibidas, bajo la enseñanza y el ejemplo de Rothmann, con
la mayor bondad y generosidad.
Uno
de los inmigrantes convenció a Rothmann de que el bautismo de infantes es contrario
a las Escrituras, de modo que, por un problema de conciencia, él tuvo que
negarse a practicarlo. Por causa de esto los magistrados de la ciudad le
quitaron el cargo de predicador, pero su popularidad entre los ciudadanos era
tal que ellos se negaron a aceptar su destitución, y se celebró un debate
público sobre el tema del bautismo en el cual se decidió que Rothmann había
probado su caso.
Un
predicador anabaptista, uno de los extranjeros que había llegado a la ciudad,
por medio de la violencia de su lenguaje, provocó disturbios, de manera que los
magistrados ordenaron encarcelarlo, pero los gremios lo rescataron y el
conflicto alcanzó tal dimensión que los magistrados fueron depuestos del cargo
y se eligió un Consejo anabaptista en su lugar.
Mientras
tanto, el Obispo había estado reuniendo tropas, y ahora había rodeado la ciudad
y había cortado los suministros, lo cual representaba un problema
extremadamente serio a causa de la gran cantidad de foráneos indigentes que
estaban siendo alimentados.
Entre
los inmigrantes había dos holandeses que con el tiempo llegaron a ejercer una
extraordinaria influencia en Münster, Jan Matthys y Jan Bockelson. Este último
era un sastre, conocido a menudo como Juan de Leyden. Matthys, un hombre alto y
poderoso, de apariencia imponente, capaz de convencer a las masas por medio de
su elocuencia, se dio a conocer como un profeta, y fue aceptado.
Él
era uno de esos fanáticos que son capaces de llegar a cualquier extremo, y que
son los más peligrosos debido a su sinceridad. Matthys obtuvo un control total
del Consejo, y su opinión en lo concerniente a la separación del mundo condujo
a la promulgación de un decreto según el cual ninguna persona no bautizada
podría ser tolerada en la ciudad; en un plazo breve todas las personas tenían
que ser bautizadas, abandonar Münster, o morir. Muchos fueron bautizados, pero
otro tanto prefirió irse de la ciudad antes que rendirse.
El
decreto resultó ser malvado y fanático, pero no tan malvado ni tan fanático
como la acción de aquellas Iglesias y estados que durante siglos, a lo largo y
ancho de la mayor parte de Europa, habían condenado a muertes crueles a
aquellos que no creían en el bautismo de infantes. La ciudad, estando ahora
depurada de “los incrédulos”, aceleró los cambios que tuvieron lugar, y se introdujo
la comunidad de bienes, apresurada por las necesidades ocasionadas por el
asedio; se abolió la costumbre de guardar el domingo, siendo considerada como
una institución legalista y pasándose a considerar todos los días iguales; en
ocasiones se celebró públicamente la Cena del Señor acompañada de predicación.
JAN MATTHYS Y JAN
BOCKELSO
Matthys
tenía el control de la distribución de alimentos y de otras necesidades, con
siete diáconos a quienes él había nombrado para que lo ayudaran. Esto dio lugar
al surgimiento de un nuevo conflicto. Un zapatero llamado Hubert Ruscher se
puso a la cabeza de un grupo de ciudadanos oriundos de Münster para protestar
contra los extranjeros que se habían tomado en sus manos la administración de
la ciudad, y para expresar su indignación por eso y sus temores de lo que esto
podría causar de no ser refrenado.
Entonces
se llevó a cabo una concentración popular en la plaza de la catedral.
Inmediatamente Matthys condenó a Ruscher a muerte, y Bockelson, alegando haber
tenido una revelación de que él debía ejecutar la sentencia, hirió de gravedad al
zapatero con su alabarda. Tres hombres tuvieron el valor de protestar contra
esta injusticia, pero fueron encarcelados y apenas lograron salir ilesos. Al
cabo de unos pocos días, el prisionero herido fue llamado nuevamente y su
ejecución fue completada por Matthys. De esta manera se mantuvo el dominio del
Consejo.
Durante
todo este tiempo se continuó en la lucha contra las tropas del Obispo, y las
provisiones en la ciudad se hacían cada vez más escasas.
Una
noche a la hora de la cena, Jan Matthys se encontraba sentado junto a otros en
la casa de un amigo, cuando todos se percataron que él estaba absorto en una
profunda meditación. Al poco rato se puso de pie y dijo: “Padre amado, hágase
tu voluntad, no la mía”, entonces besó a sus amigos y se marchó con su esposa.
Al día siguiente abandonó la ciudad con veinte de sus compañeros, marchó hasta
el puesto avanzado de la fuerza asediadora y los atacó. Una gran cantidad de
las tropas enemigas ofreció resistencia y hubo una lucha violenta. Uno a uno
los integrantes de la pequeña fuerza fueron aplastados. Entre los últimos que
cayeron se encontraba Jan Mattys, quien luchó desesperadamente hasta el final.
Hubo
consternación en Münster, pero Jan Bockelson pronto tomó la autoridad en sus
manos, y, fingiendo haber recibido una revelación de que el Consejo debía ser
abolido por ser una mera institución humana, se deshizo de este y ejerció un
dominio supremo, nombrando, además, a doce “ancianos” para que estuvieran con
él. Bockelson combinó el poder de un orador con los dones prácticos en materia
de la organización. Se introdujeron nuevas leyes adaptadas al “Nuevo Israel”, y
el pueblo en seguida llegó a creer que ellos eran los objetos especiales del
amor y la gracia de Dios, la verdadera iglesia apostólica, y que lo que ellos
estaban haciendo en Münster era el modelo que con el tiempo se reproduciría en
todo el mundo, sobre el cual ellos gobernarían.
La
cantidad de hombres en Münster era pequeña, en tanto el número de mujeres era
mucho mayor, y había una gran cantidad de niños. En julio de 1534, Bockelson
convocó a Rothmann, a los otros predicadores y a los doce ancianos al
ayuntamiento, y los sorprendió a todos al proponerles la introducción de la
poligamia. Esta resultó ser una propuesta inaudita en semejante lugar, debido a
que el pueblo, en su gran mayoría, era religioso y estaba acostumbrado a una
vida de abnegación, y las condiciones morales de la ciudad eran
extraordinariamente favorables.
Apenas
unas semanas antes había sido publicado en la ciudad un tratado que abordaba,
entre otros, el tema del matrimonio, y demostraba que el matrimonio es la unión
sagrada e indisoluble de un hombre y una mujer. La propuesta de Bockelson fue
resentida y rechazada por los predicadores y los ancianos, pero él no iba a
desistir de su propósito, y durante ocho días argumentó e insistió con toda su
elocuencia e influencia. Él se aprovechó de los fracasos de algunos hombres
piadosos en los días del Antiguo Testamento para hacer creer que la Escritura
autoriza la poligamia. Sobre el mismo razonamiento él pudo haber argumentado a
favor de cualquier otro pecado. Su principal argumento se basaba en la
necesidad, debido al gran predominio numérico de las mujeres sobre los hombres
en Münster.
Bockelson
finalmente logró su propósito, y durante cinco días, en la plaza de la
Catedral, los predicadores le predicaron a todo el pueblo el tema de la
poligamia.
LA SECTA DE
MUNSTER
Al
final de este período Bernard Rothmann promulgó una ley, ordenando que todas
las mujeres jóvenes deberían casarse, y que las señoras deberían adjuntarse a
la familia de algún hombre para su protección. Bockelson (posiblemente dando a
demostrar el porqué de su entusiasmo por la nueva ley) inmediatamente se casó
con Divara, la viuda de Jan Matthys, una mujer que se distinguía por su belleza
y talentos. Sin embargo, la oposición fue tan fuerte que condujo a una guerra
civil dentro de la ciudad asediada.
Un
maestro en la herrería, Heinrich Mollenbecker, dirigió la parte insurgente;
estos se apoderaron del ayuntamiento e hicieron prisioneros a algunos de los
predicadores y los amenazaron con abrir las puertas de la ciudad a los que la
asediaban a menos que el anterior gobierno de Münster fuera restaurado. Parecía
probable que se lograría derrocar al gobierno de Bockelson, pero los predicadores
permanecieron de su lado, y la mayoría de las mujeres lo apoyó, por lo que al
ser más numerosos que la oposición, el ayuntamiento fue asaltado y toda
resistencia fue sofocada. Los efectos de la nueva ley fueron totalmente
perjudiciales, y antes que terminara el año se abolió la ley.
A
pesar de todos estos disturbios internos, la defensa de la ciudad se llevó a
cabo con energía y se lograron importantes éxitos en los encuentros con el
enemigo. Todavía existía la esperanza de que pudiera recibirse ayuda del exterior.
Se llegó a una nueva etapa cuando Bockelson fue proclamado rey.
Él
tenía su profeta, antiguamente un orfebre, quien, en la plaza del mercado, proclamó
a “Juan de Leyden” como rey de toda la tierra, y dio a conocer el reino de la
Nueva Sión. La coronación tuvo lugar con gran pompa en la plaza del mercado; el
oro, adquirido de la gente, fue usado para confeccionarlas coronas y otros
emblemas de la realeza. De entre sus muchas esposas, Divara fue elegida reina.
La provisión para el rey, su guardaespaldas, la corte y los sirvientes de la
reina fue suntuosa y completa en cada detalle.
Pero
el pueblo, sufriendo las necesidades extremas del estado de sitio, casino pudo
ser consolado por las promesas de que el reino pronto triunfaría. Sin embargo,
el pueblo se mantuvo firme, y la ciudad no pudo ser tomada hasta que
finalmente, por medio de una traición, fue entregada a las tropas del Obispo.
Fue entonces cuando comenzó la matanza de sus habitantes, de quienes no
perdonaron ni a una sola persona.
A
un grupo de 300 hombres que se defendía encarnizadamente en la plaza del
mercado se le prometió un salvo conducto para abandonar la ciudad si deponían
sus armas. Ellos aceptaron estos términos, la promesa fue incumplida, y todos
perecieron con el resto. Luego se estableció una corte para el juicio de los
anabaptistas que no habían sido ejecutados. A Divara le prometieron perdonarle
la vida a cambio de que se retractara, pero ella prefirió morir. Juan de Leyden
y otros líderes fueron torturados y ejecutados públicamente en la plaza donde
había sido coronado, y sus cuerpos fueron expuestos en jaulas de hierro en una
torre de la iglesia de San Lamberto (1535).
Hubo
quienes se aprovecharon de estos sucesos para atribuirle el odiado nombre de
anabaptista a todos los que disentían de los tres grandes sistemas de Iglesia.
Con esto también querían justificar, al hacer creer que las congregaciones de
cristianos piadosos, humildes y sufridos eran la misma clase de personas que
aquellos que habían desarrollado el reino en Münster y habían practicado la
poligamia, el tratamiento que les dieron como sectas subversivas y peligrosas.
El control de la literatura por un largo período de tiempo le permitió a la
parte victoriosa confundir completamente a diferentes grupos de personas y así
poder engañar a las generaciones futuras. Aunque Lutero y Melanchton toleraron
la poligamia en algunos casos, nadie intenta demostrar por medio de esto que el
luteranismo en conjunto es un sistema que promueve la poligamia.
En
todo caso, tal planteamiento no sería más irracional que el otro. Muchas
iglesias y cristianos han sido tan incesante y violentamente acusados de graves
crímenes y errores que la calumnia en general ha llegado a creerse y se ha
aceptado sin la más mínima duda. Esto no debe ser motivo de sorpresa, ya que el
propio Señor cuando anunció su humillación, sufrimiento, muerte y resurrección,
inmediatamente agregó que sus discípulos tendrían que seguirle. Él fue
falsamente acusado y sus hechos fueron tergiversados; los gobernantes y la
multitud clamaron frenéticamente por su crucifixión. Murió acompañado de
malhechores, y su resurrección no fue creída por el mundo, apenas por sus
propios discípulos.
¿Qué
hay de sorprendente, pues, en que aquellos que le siguieron hayan soportado lo
mismo? Caifás y Pilato, los poderes religiosos y civiles, se unieron para
condenarlos a recibir escupitajos, azotes y una muerte cruel.
La
multitud, los cultos y los ignorantes, clamaron en contra de ellos. Ellos
fueron crucificados entre dos malhechores, la Doctrina Falsa y la Vida
Pecaminosa, con quienes ellos no tenían ninguna relación excepto el hecho de
encontrarse clavados en medio de ellos. Sus propios libros fueron quemados, y
se les atribuyeron doctrinas inventadas, adaptadas para asegurar su condena.
A
pesar de que ellos llevaron una vida humilde y piadosa, fueron descritos como
culpables de conductas que sólo existían en la imaginación vil de sus
acusadores, para que la crueldad de sus asesinos pareciera justificada. Siendo
llamados paulicianos, albigenses, valdenses, lolardos, anabaptistas y muchos
otros nombres, la simple mención de los cuales traía a la mente el significado
de hereje, cismático o trastornador del mundo, comparecieron ante el mismo Juez
que acogió a Esteban quien fue apedreado por los doctores de su tiempo.
Sus
enseñanzas de tolerancia, amor y compasión por los oprimidos se han convertido
en el legado de multitudes para quienes sus mismos nombres son desconocidos. Menno
Simons, que vivió por estos tiempos y estuvo bien capacitado para hablar,
siendo uno delos maestros principales entre los que practicaron el bautismo de
creyentes, escribió:
Nadie
puede acusarme con verdad de estar de acuerdo con la enseñanza de Münster; al
contrario, durante diecisiete años, hasta el día de hoy, me he opuesto y he
luchado contra esta en privado y en público, tanto verbalmente como por
escrito. A aquellos que, como la gente de Münster, rechazan la cruz de Cristo,
desprecian la Palabra de Dios y practican lujurias mundanas bajo la pretensión
de hacer lo correcto, nunca los reconoceremos como nuestros hermanos y
hermanas.
¿Acaso
pretenden decir nuestros acusadores que por ser bautizados con el mismo
bautismo exterior que la gente de Münster nosotros tenemos que ser reconocidos
como miembros del mismo cuerpo y hermandad? A eso respondemos: ¡Si el bautismo
exterior puede hacer tanto, entonces ellos pueden considerar qué clase de
hermandad es la de ellos, ya que resulta claro y evidente que los adúlteros,
los asesinos y otros así por el estilo han recibido el mismo bautismo que
ellos!
Después
de los acontecimientos en Münster, las congregaciones de creyentes, falsamente
acusadas de complicidad en tales excesos, fueron perseguidas con mayor
violencia que antes, y fue extinguida toda esperanza de que pudieran llegar a
gozar libertad de conciencia y culto, y convertirse así en una fuerza para el
bienestar general de los pueblos germánicos. Los remanentes dispersos y hostigados
fueron visitados y apoyados por Menno Simons, quien desafió los mayores
peligros, y por quien algunos de los grupos reorganizados, aunque no por
decisión propia, llegaron a conocerse como menonitas.
MENNO SIMONS (1492–1559)
En
su autobiografía, escrita después de estar involucrado en esta obra por
dieciocho años, él relata como a la edad de 24 años se convirtió en un
sacerdote (católico romano) en la aldea de Pingjum (en Friesland, Holanda del
Norte). “Con relación a las Escrituras”, dice él, “nunca en mi vida las había
tocado, por cuanto temía que si las leía podría ser engañado. Al cabo de un
año, cada vez que tenía que servir el pan y el vino en la misa, me llegaba el
pensamiento de que quizá no eran el cuerpo y la sangre del Señor. Al principio
supuse que tales pensamientos provenían del diablo que quería desviarme de mi
fe. A menudo confesé esto y oré; sin embargo, no pude deshacerme de estos pensamientos.
Él
invirtió su tiempo, junto con otros sacerdotes, tomando e involucrándose en
diferentes pasatiempos inútiles. Siempre que se tocaba el tema de las
Escrituras, él no podía hacer otra cosa que burlarse de ellas.
Pero
luego escribe: Finalmente, decidí leer diligentemente todo el Nuevo Testamento.
No había avanzado mucho en la lectura de este cuando descubrí que habíamos sido
engañados. Por medio de la gracia del Señor avancé día a día en el conocimiento
de las Escrituras, y algunos llegaron a llamarme el Predicador Evangélico,
aunque erróneamente. Todos me buscaban y me elogiaban, ya que el mundo me amaba
y yo amaba al mundo. Sin embargo, por lo general se decía que yo predicaba la
Palabra de Dios y que era un hombre decente.
Más
tarde, aunque nunca en mi vida había escuchado acerca de los hermanos,
aconteció que un tal Sicke Snyder, un héroe piadoso y temeroso de Dios, fue
decapitado en Leeuwarden por haber renovado su bautismo. Para mí resultó
extraño el hecho de que se hablara de otro bautismo. Entonces escudriñé las
Escrituras diligentemente y medité en el asunto conto do empeño, pero no encontré
allí palabra alguna acerca del bautismo de infantes. Al darme cuenta de esto
hablé con mi pastor, y después de mucho debate lo llevé al punto de que él tuvo
que admitir que el bautismo de infantes no tenía fundamento alguno en la
Escritura.
Fue
entonces cuando Menno Simons consultó libros y pidió el consejo de Lutero,
Bucero y otros. Cada uno de ellos le dio una razón diferente por qué bautizar a
los infantes, pero ninguna de ellas correspondía con la Escritura.
Durante
este tiempo Menno fue transferido a su aldea natal, Witmarsum (también ubicada
en Friesland), donde continuó leyendo la Biblia. Tuvo éxito y fue admirado,
pero continuaba viviendo una vida despreocupada y dada a los excesos. Sobre
esto, él relata:
Obtuve
mi conocimiento tanto del bautismo como de la Cena del Señor por medio de la
abundante gracia de Dios, a través de la instrucción del Espíritu Santo por
medio de mucha lectura de la Escritura y meditación en ella, y no a través de
las sectas engañosas como me acusan de haber hecho. Sin embargo, si alguien de
alguna manera ha aportado algo a mí progreso estaré eternamente agradecido al
Señor por ello. Cuando llevaba aproximadamente un año en el nuevo lugar,
aconteció que algunos trajeron el tema del bautismo a colación. No sé
exactamente de dónde vinieron los que lo comenzaron, a qué pertenecían o qué
eran, porque ni siquiera ahora lo sé, ya que nunca los vi.
Entonces
surgió la secta de Münster, por medio de la cual muchos corazones piadosos,
también de entre nosotros, fueron engañados. Mi alma se encontraba sumida en
gran tristeza, ya que me di cuenta de que ellos eran celosos, sin embargo, en
cuanto a la doctrina estaban en error. Con la ayuda de mi pequeño don me opuse
al error tanto como pude por medio de la predicación y la exhortación. Todas
mis exhortaciones no surtieron ningún efecto debido a que yo mismo me encontraba
haciendo lo que sabía que no era correcto.
Sin
embargo, se corrió la noticia de que yo sabía callar los comentarios de esta gente,
y todos me tuvieron en alta estima. Fue entonces cuando me di cuenta de que yo
era el campeón de los impenitentes que eran enviados a mí.
Esto
me causó mucha angustia de corazón, y por ello gemí al Señor y oré: ¡Señor,
ayúdame para que yo no eche sobre mí mismo los pecados de la gente! Mi alma se
afligió y pensé en el fin, en que aun si ganara el mundo entero y viviera mil
años pero finalmente tuviera que soportar la cólera y la mano poderosa de Dios,
¿qué habría ganado entonces?
Después
de esto, estas pobres ovejas engañadas, sin tener pastores verdaderos, luego de
tantos edictos crueles, tanta matanza y asesinato, se reunieron en un lugar
llamado Oude Kloster y, ¡ay de ellos! Siguiendo la enseñanza impía de Münster,
contrario al Espíritu Santo, la Palabra de Dios y el ejemplo de Cristo, sacaron
la espada en defensa propia, la cual el Señor le había ordenado a Pedro volver
a su lugar. Cuando esto tuvo lugar, la sangre de estas personas, aunque fueron
engañadas, cayó tan pesadamente sobre mi corazón que no pude soportarlo ni
hallar descanso en mi alma.
Consideré
así mi vida impura y carnal, mi enseñanza e idolatría hipócritas, las cuales
exponía diariamente, aunque no me gustaban, y luchaba contra mi propia alma. Yo
había visto con mis propios ojos cómo estos fanáticos, aunque no según la sana doctrina,
entregaron de buena gana a sus hijos, sus propiedades y hasta su propia sangre
por su convicción y fe. Y yo fui uno de los que había contribuido a mostrarles
a algunos de ellos los males del Papado. Sin embargo, yo había continuado en mi
vida vergonzosa y en mi reconocida maldad, sin tener otra razón fuera de que me
gustaban las comodidades de la carne y deseaba evitar la cruz de Cristo.
Estos
pensamientos llegaron a carcomer mi corazón a tal punto que no pude soportar
más. Entonces dije para mí: Soy desdichado, ¿qué haré? Si continúo de esta
manera y, con el conocimiento que me ha sido dado, no me someto totalmente a la
Palabra de mi Señor, no condeno con la Palabra del Señor la vida carnal,
impenitente e hipócrita de los teólogos, así como sus corruptos bautismos, Cena
del Señor y servicios divinos falsos, hasta donde me lo permita mi pequeño don;
si, a causa del temor de mi carne, yo no abro el verdadero fundamento de la
verdad, no dirijo, tanto como me sea posible, a las inocentes y errantes ovejas,
quienes con gusto harían lo correcto si tan sólo supieran cómo, al verdadero
pasto de Cristo, ¡cómo esta sangre derramada, aunque de personas erradas, no me
va a denunciaren el juicio del Dios Todopoderoso y no va a pronunciarse juicio
en contra de mi pobre alma! Mi corazón se estremeció en mi cuerpo.
Oré
a mi Dios con lágrimas y suspiros para que le diera el don de su gracia a un
pecador perturbado como yo, y para que creara en mí un corazón puro; también para
que por medio de la eficacia de la sangre de Cristo perdonara mi andar pecaminoso,
mi vida vergonzosa, y me diera la sabiduría, la valentía y el heroísmo viril a
fin de poder predicar sinceramente su tan alabado Nombre, su Santa Palabra, y
sacar a la luz su verdad para alabanza de él.
Fue
así como, en nombre del Señor, comencé a enseñar públicamente desde el púlpito
la verdadera palabra de arrepentimiento, a dirigir a las personas hacia el
camino angosto, a condenar todas las formas de pecado y costumbres impías, así
como toda clase de idolatría y adoración falsa, y a testificar abiertamente lo
que son el bautismo y la Cena del Señor conforme a la mente y el principio de
Cristo, de acuerdo con la gracia que, hasta ese momento, había recibido de
parte de mi Dios. Además, advertí a todos acerca de las maldades de Munster, su
rey, la poligamia, el reino y la espada.
Esto
lo hice honrada y fielmente hasta que, después de nueve meses, el Señor me
alcanzó con su Espíritu paternal, con su mano útil y poderosa para que, de
inmediato y sin compulsión, yo fuera capaz de soltarme de mi honor, mi buen
nombre y la reputación que tenía entre los hombres, así como toda de mi maldad
anticristiana y mi vida repugnante y atrevida.
Entonces
yo me sometí voluntariamente a la absoluta pobreza y miseria, bajo la pesada
cruz de mi Señor Jesucristo, temí a Dios en mi debilidad y busqué a la gente
temerosa de Dios, de quienes encontré algunos, aunque no muchos, en un celo y
una doctrina verdadera. Entonces debatí con los que estaban apartados de Dios,
gané algunos de ellos por medio de la ayuda y el poder de Dios y los guié, por
medio de la Palabra de Dios, al Señor Jesucristo. A los difíciles y obstinados
los encomendé al Señor.
Vea
usted, mi querido lector, que de ese modo el Señor misericordioso, por medio
del don gratuito de su inmensa misericordia para conmigo, un pecador miserable,
primero avivó mi corazón, me dio una mente nueva, me humilló en su temor, me
llevó a tener cierto conocimiento de mí mismo, me condujo de los caminos de
muerte al camino angosto de la vida y me llamó por pura misericordia a la
hermandad de los santos. ¡Alabado sea el Señor para siempre! Amén.
Aproximadamente
al cabo de un año, mientras escribía y leía al escudriñarla Palabra de Dios,
aconteció que seis, siete u ocho personas vinieron a mí, quienes eran de un
sólo corazón y alma y cuya fe y vida, hasta donde se podía juzgar, eran
intachables. Estas personas estaban apartadas del mundo conforme al testimonio
de la Escritura, bajo la cruz, y sentían horror no sólo por las atrocidades de
Munster, sino también por todos los males y las sectas dignas de condenación en
todo el mundo.
Estas
personas vinieron a mí con muchas súplicas, en nombre de aquellos que temían a
Dios, que andaban conmigo y con ellos en un solo espíritu y una sola mente,
para que yo tomara a pecho la profunda pena y la urgente necesidad de las almas
afligidas, por cuanto la sed de la Palabra de Dios es inmensa y los fieles son
muy pocos, y para que yo pudiera ganar intereses utilizando el talento que
inmerecidamente había recibido del Señor.
Cuando
yo escuché esto, mi corazón se afligió profundamente, y la angustia y el temor
se apoderaron de mí. Por una parte, vi la insignificancia de mi talento, mi
falta de conocimiento, mi naturaleza débil, el temor de mi carne, la maldad sin
límite, la contrariedad y la tiranía de este mundo, las grandes y poderosas
sectas, la astucia de muchos espíritus y la pesada cruz, cosas que, si yo
comenzara, ejercerían más que sólo una pequeña presión sobre mí. Sin embargo,
por otra parte, vi la triste sed, la falta y la necesidad de los piadosos y
temerosos hijos de Dios al darme cuenta claramente que ellos eran como ovejas
inocentes y abandonadas que no tienen pastor.
Finalmente,
luego de muchas súplicas, me puse a disposición del Señor y su iglesia, con la
condición de que ellos por un tiempo, junto conmigo, apelaran fervientemente al
Señor, para que si fuera su voluntad generosa que yo pudiera servirle para su
alabanza, que su bondad paternal me diera un corazón y un carácter que me
permitieran testificar al igual que el apóstol Pablo: ¡ay de mí si no anunciare el evangelio! De
lo contrario, que él dirigiera de tal manera que este asunto no llegara a
realizarse.
Vea
usted, querido lector, que yo no he sido llamado a este servicio por las
personas de Munster ni por ninguna otra secta sediciosa, como se dice calumniosamente
de mí, sino que, indigno como soy, fui llamado por aquellos que estaban
dispuestos a seguir a Cristo y su palabra, que en el temor de su Dios vivían
una vida contrita, en su amor servían a su prójimo, llevaban pacientemente su
cruz, buscaban la salvación y el bienestar de todos, amaban la justicia y la
verdad, y aborrecían la injusticia y la maldad.
En
realidad, estos son verdaderos y poderosos testigos de que no eran de tal secta
perversa como se les acusaba, sino verdaderos cristianos, aunque desconocidos
para el mundo, si se cree en lo más mínimo que la Palabra de Cristo es
verdadera, y su ejemplo santo y sin mancha es infalible y correcto.
De
modo que yo, un gran y miserable pecador, he sido iluminado por el Señor, he
sido convertido, he huido de Babilonia para entrar en Jerusalén y finalmente he
venido a este gran y difícil servicio. Como las personas mencionadas
anteriormente no cesaron en su ruego, y como, además, mí propia conciencia me
obligaba debido a que yo veía la gran sed y necesidad me rendí al Señor en
cuerpo y alma, me encomendé a su generosa mano, y a partir de ese momento
comencé (1537) a enseñar y a bautizar conforme a su Santa Palabra.
Con
mi pequeño don me dispuse a trabajar en la obra del Señor, a edificar su ciudad
sagrada y su templo, a traer las piedras caídas de nuevo a su lugar. Y el Dios
grandioso y poderoso ha confirmado de esta manera, en muchas ciudades y países,
la Palabra del arrepentimiento verdadero, la Palabra de su gracia y poder,
junto con el uso sano de sus santos sacramentos, por medio de nuestro modesto servicio,
nuestra enseñanza y nuestros escritos incultos, en comunión con el verdadero
servicio, la obra y la ayuda de nuestros fieles hermanos.
Dios
ha hecho que la apariencia de su iglesia sea gloriosa, y la ha dotado con un poder
tan invencible que no sólo muchos corazones orgullosos y altivos se han hecho
humildes, no sólo las almas impías han llegado a ser puras, los borrachos sobrios,
los codiciosos generosos, los crueles amables, los impíos temerosos de Dios;
sino que, a causa del glorioso testimonio que defienden, ellos han entregado
fielmente sus bienes, sangre, cuerpo y vida, como uno puede apreciar
diariamente hasta el día de hoy.
Estos
sin duda no podrían ser los frutos y señales de una falsa doctrina, con la cual
Dios no obra. No podría existir por tanto tiempo bajo tan pesada cruz y tanta
miseria, si no fuera la Palabra y el poder del Todopoderoso.
Además,
ellos están armados con tal gracia y sabiduría, como Cristo les prometió a
todos los suyos, están tan dotados en sus tentaciones que todos los eruditos de
este mundo y los teólogos más célebres, así como todos los tiranos cargados de
sangre, quienes (Dios tenga misericordia de ellos) se jactan de ser también
cristianos, tienen que quedar avergonzados y derrotados por estos héroes
invencibles y testigos piadosos de Cristo.
Ellos
no poseen otra arma y no pueden encontrar otro medio que no sea el exilio, la
aprehensión, la tortura, la hoguera y el asesinato, como ha sido el hábito y la
costumbre de la serpiente antigua desde el principio, y como diariamente, y
desgraciadamente, se ve en nuestros Países Bajos.
Vea,
este es nuestro llamado y nuestra doctrina, estos son los frutos de nuestro
servicio a causa de los cuales somos tan terriblemente blasfemados y perseguidos
con tanta hostilidad. Que todos los profetas, apóstoles y siervos fieles de
Dios hayan o no producido estos mismos frutos por medio de su servicio nosotros
con gusto lo dejaremos al criterio de todas las personas buenas si el mundo
malvado escuchara nuestra enseñanza, la cual no es nuestra, sino de nuestro
Señor Jesucristo, y la siguiera en el temor de Dios, no hay duda de que
aparecería un mundo mejor y más cristiano que el que ahora, desafortunadamente,
tenemos. Le doy gracias a mi Dios queme ha dado la gracia para que, aunque sea
con mi propia sangre, yo desee que el mundo entero pueda ser apartado de sus
caminos impíos y malos, y pueda ser ganado para Cristo.
También
espero, con la ayuda del Señor, que nadie en este mundo pueda acusarme con
verdad de codicia o de llevar una vida ostentosa. Yo no tengo ni oro ni
riquezas, y ni siquiera los deseo, aunque hay algunos que, con un corazón
engañoso, dicen que yo como más asado que ellos carne picada, y que bebo más
vino que ellos cerveza.
Sin
embargo, Dios que me ha comprado y me ha llamado a su servicio, me conoce y
sabe que yo no busco ni dinero ni bienes materiales, ni placer ni bienestar en
la tierra, sino sólo la alabanza de mi Señor, mi propia salvación y la de
muchos. A causa del cual yo he tenido que sufrir, junto con mi delicada esposa
y mi pequeño hijo, tan excesivo temor, presión, tristeza, miseria y persecución
en los últimos dieciocho años, que tengo que vivir en la pobreza y en un constante
temor y peligro de nuestras vidas.
Sí,
cuando los predicadores descansan en camas y almohadas confortables, nosotros
por lo general nos arrastramos sigilosamente hasta rincones ocultos. Cuando
ellos se divierten públicamente en bodas, etc., con gaitas, tambores y flautas,
nosotros tenemos que estar atentos cada vez que un perro ladra porque tememos
que estén allí aquellos que desean aprehendernos. Mientras que todos saludan a
ellos como Doctor o Maestro, nosotros tenemos que permitir que nos llamen
anabaptistas, predicadores de esquina, farsantes y herejes, y que nos saluden
en nombre del diablo. Finalmente, en lugar de ser recompensados como ellos por
su servicio, con altos salarios y vacaciones, la recompensa y parte que
recibimos de ellos son la hoguera, la espada y la muerte.
Vea,
mi honrado lector, bajo semejante ansiedad y pobreza, dolor y peligro de
muerte, yo, un hombre desdichado, he llevado a cabo sin cesar y hasta este
momento el servicio de mi Señor, y espero continuarlo aun más por medio de su
gracia, y para su alabanza, mientras voy errante por este mundo.
Lo
que ahora yo y mis hermanos en la fe hemos buscado en este difícil y peligroso
servicio puede ser medido fácilmente por todos nuestros amigos, por la propia
obra y sus frutos. Pero una vez más le suplicaré a mi sincero lector, por amor
a Jesús, que reciba en amor esta confesión, sacada de mí, acerca de mi
iluminación, conversión y llamado, y que la aplique con la mejor intención.
Esto lo he hecho a causa de la gran necesidad existente a fin de que el lector
temeroso de Dios pueda conocer cómo sucedieron las cosas, ya que en todas
partes he sido calumniado por los predicadores y he sido culpado contrario a la
verdad, como si yo hubiera sido llamado y ordenado a este oficio por una secta
revolucionaria. El que teme a Dios, ¡lea y juzgue!
Menno
Simons se dio a la tarea de visitar, reagrupar y edificar las iglesias de
creyentes dispersos a causa de la persecución. Esto fue precisamente lo que él
hizo en los Países Bajos, hasta que fue declarado un proscrito (1543). Se le
puso un precio a su cabeza, cualquiera que le ofreciera refugio sería condenado
a muerte, y se les prometió el perdón a los criminales que lo entregaran en las
manos del verdugo. Obligado, pues, a abandonar los Países Bajos, después de
muchas andanzas y peligros, encontró un refugio en Fresenburg, Holstein, donde
el Conde Alefel fue capaz de protegerlo, y no sólo a él, sino, además, a una
gran cantidad de los hermanos perseguidos.
Este
noble, conmovido por la evidente injusticia que estas personas tenían que
sufrir, recibió a estos hermanos con la mayor amabilidad, y con él ellos no
sólo encontraron un lugar donde vivir y un empleo, sino, además, libertad de
culto, tanto así que llegó a fundarse una iglesia numerosa en la aldea de Wustenfelde,
y otras más en el distrito cercano. En Fresenburg, Menno fue provisto de medios
para imprimir, y pudo publicar sus escritos con total libertad, los cuales
circularon ampliamente y, al llegar a manos de los gobernantes en los distintos
estados, estos fueron iluminados tocantes al verdadero carácter de las
enseñanzas que ellos, sin comprenderlas, se esforzaron tan despiadadamente por
reprimir. Esto trajo como consecuencia una disminución de la represión y una
apertura a la libertad de culto.
Menno
Simons murió en paz en Fresenburg (1559). En Holstein fueron fundadas nuevas
industrias por los inmigrantes, las cuales prosperaron y trajeron prosperidad a
la región hasta que fueron destruidas por la Guerra de los Treinta Años.
EL LIBRO DE
PILGRAM MARBECK
Un
pequeño libro publicado por Pilgram Marbeck en 1542 arroja valiosa luz sobre la
enseñanza y las prácticas de los hermanos. Ellos sin duda no estaban de acuerdo
entre sí con relación a algunos puntos, pero un libro como este muestra el esfuerzo
honrado y auténtico que prevalecía entre ellos por comprender y llevar a cabo
las enseñanzas de las Escrituras de una manera sencilla y sincera. Aunque este escritor
expresa una opinión extrema de la importancia atribuida a las prácticas
externas, no se encuentra en el libro, ninguna de las falsas enseñanzas tan
comúnmente atribuidas a ellos. En su extenso título el escritor indica que el
libro tiene como objetivo llevar ayuda y con suelo a todos los hombres
honrados, creyentes, piadosos y de buena voluntad, al mostrarles lo que enseña
las Sagradas Escrituras en cuanto al bautismo, la Cena del Señor, etc.
Remitiendo
a sus lectores a varios pasajes de la Escritura en apoyo a sus planteamientos,
el autor concluye: Por lo tanto, como antes hemos dado a conocer nuestra
opinión, entendimiento y fe en cuanto al bautismo y la Cena, ahora concluiremos
con una explicación general sobre el uso de ambas ordenanzas, y especialmente sobre
por qué y con qué propósito ambas han sido instituidas.
De
la misma manera que Jesucristo desea ser reconocido, no sólo en su asamblea de creyentes,
sino también por medio de esta, asimismo él desea que su santo nombre sea
reconocido y alabado por su pueblo ante el mundo. Por lo tanto, Cristo, además
de la predicación externa de su Evangelio, también ha ordenado e instituido
estos dos, el bautismo exterior y la Cena, para dar continuidad a la pura y
santa asamblea externa y para preservarla.
Y
si el asunto es visto desde su verdadera perspectiva, tenemos que admitir que existen
tres cosas que son indispensables para la estructura externa de una asamblea
cristiana: la verdadera predicación del Evangelio, el verdadero bautismo y el
verdadero cumplimiento de la Cena del Señor. Donde no se llevan a cabo estas
tres ordenanzas, o donde se omite alguna de ellas, resulta imposible que una
asamblea cristiana pura y auténtica pueda permanecer y mantener un buen
testimonio externo.
Para que la asamblea externa de Dios pueda
reunirse, comenzar y mantenerse, debe existir la predicación del Evangelio sano
y verdadero. Esa es la red de pescar viva que debe lanzarse para todos los
hombres, ya que todos nadan en el cenagal de este mundo, son como las bestias
salvajes y por naturaleza son hijos de ira.
Aquellos
que son atrapados en esta red o por este sedal, o sea, por la Palabra del
Evangelio, cuando la escuchan y con una fe firme se aferran a ella, son sacados
de las tinieblas a la luz y tienen el poder para transformarse de hijos de ira
condenados a hijos de Dios. De estos, como dice Pedro, se edifica el templo de
Dios y la asamblea de Cristo, como si fueran piedras vivas. Porque la iglesia
cristiana es una asamblea de los que son verdaderos creyentes e hijos de Dios,
quienes alaban el nombre de Dios y lo divulgan.
Nadie
más tiene un lugar en ella excepto los creyentes, ya que vemos que por
naturaleza todos están sin conocimiento de las cosas divinas, y es sólo por
medio de la Palabra de Dios que son traídos a una fe verdadera en Cristo y a u conocimiento
de él; y las Escrituras no nos señalan ningún otro camino. Por tanto, este es
el comienzo de todo, por medio del cual deben reunirse todos los hombres y
mediante el cual deben ser traídos al conocimiento de Dios y su santa iglesia
(a medida que seamos capaces de juzgar) por medio de la predicación y por oír
la Palabra de Dios, que es la causa de la que se desprende la fe, siendo así
contados como hijos de Dios, y luego como miembros de la santa iglesia.
La
próxima cosa que edifica la iglesia es el sagrado bautismo, el cual es la entrada
y la puerta hacia la santa iglesia, por lo tanto es según la ordenanza de Dios
que no se le debe permitir a nadie entrar a la iglesia a menos que sea por
medio del bautismo. Por tanto, cualquiera que sea recibido en la santa iglesia,
o sea, en la asamblea de los que creen en Cristo, tiene que haber muerto al
diablo, al mundo con su gente, vanagloria y pompa, también al orgullo de todos
los deseos carnales, y tiene que haberlos rechazado y haberse negado a ellos.
Luego
tiene que confesar con su boca esa fe sana y pura que ahora cree en el corazón.
Una vez que se haya hecho esto, esa persona deberá ser bautizada en el nombre
de Dios, o en Jesucristo, lo cual significa ser bautizado debido a que por
medio del arrepentimiento y la fe verdadera ha sido limpiado de todos sus
pecados a fin de que pueda andar en Dios y en Cristo en una conducta sin mancha
y obediente. El uso del bautismo, pues, radica en que por medio de él los
creyentes puedan unirse externamente y ser aceptados por una iglesia santa.
El
propósito general de la Cena del Señor es doble. En primer lugar, que la sagrada
asamblea cristiana sea mantenida en unidad a través de ella, y sea preservada
en unidad de fe y amor cristiano. Y en segundo lugar, que sea parte y se
excluya toda maldad pecaminosa y todo lo que no pertenezca a la iglesia santa y
pura de Cristo, sino que cause afrenta.
El
escritor de este libro, Pilgram Marbeck, fue un destacado ingeniero. Natural de
la provincia de Tirol, Marbeck realizó importantes obras en el valle inferior
de Im, y las muestras de distinción dadas a él por parte del gobierno
demostraron el agradecimiento de las autoridades por sus servicios. No se
conoce con exactitud la fecha en que él se unió a los hermanos, pero su confesión
de fe en 1528 le provocó la pérdida de sus reconocimientos honoríficos.
En
esta etapa él escribió de sí mismo: “Habiendo sido criado por padres devotos
dentro del papismo, dejé eso y me convertí en predicador del Evangelio de
Wittenberg. Al darme cuenta de que en los lugares donde se predicaba la Palabra
de Dios según la doctrina luterana existía, además, cierta libertad carnal, me
surgió la duda y no pude encontrar la paz entre los luteranos. Fue entonces
cuando acepté el bautismo como una muestra de la obediencia de fe, poniendo la
mirada solamente en la Palabra y los mandamientos de Dios.”
Pilgram
Marbeck tuvo que dejar todo lo que poseía y marcharse al extranjero con su
esposa e hijo. Sus propiedades fueron confiscadas, pero su talento le permitió
sustentar a su familia dondequiera que se encontró.
En
Estrasburgo enriqueció la ciudad al construir el canal por medio del cual se
traía la madera de la Selva Negra. Su carácter intachable y su celo espiritual
le merecieron una gran aprobación, porque los hermanos eran numerosos y los
reformistas Bucero y Capito se sintieron atraídos por la sinceridad de Pilgram
Marbeck y por sus dones mentales y espirituales.
Sin
embargo, su valiente predicación del bautismo de creyentes pronto provocó a sus
adversarios. Bucero se puso en su contra, y Pilgram fue encarcelado. Capito no
temió visitarlo en la prisión, pero los extensos debates terminaron con una
declaración del Concilio de la ciudad, según la cual el bautismo de infantes no
es contrario al cristianismo, y a Pilgram Marbeck se le dio un plazo de tres o
cuatro semanas para que vendiera su propiedad, y él abandonó la ciudad en 1532.
El
sectarismo es limitación. Se comprende cierta verdad enseñada en la Escritura,
cierta parte de la revelación divina, y el corazón responde a ella y la acepta.
Al meditar en ella, al exponerla y defenderla, su poder y belleza influyen cada
vez más en la vida de aquellos que son afectados por ella. Otro lado de la
verdad, otra perspectiva de la revelación, también contenida en la Escritura,
parece debilitar, e incluso contradecir la verdad que ha resultado ser tan
eficaz, y a causa de un temor celoso por la doctrina aceptada y enseñada, la
verdad que es necesaria para lograr el equilibrio es minimizada, deshecha con
explicaciones y hasta negada.
Es
así como se funda una secta sobre la base de una parte de la revelación, de una
parte de la Palabra de Dios. Esta nueva secta es buena y útil porque predica y
practica la verdad divina, pero por otra parte es limitada y desequilibrada
porque no reconoce toda la
verdad ni acepta de manera franca la Escritura en su conjunto. Sus miembros no
sólo son privados del significado completo de las Escrituras, sino que, además,
son aislados de la hermandad de muchos cristianos que están menos limitados que
ellos, o están limitados en otro sentido.
EL SECTARISMO Y LA VERDAD DESEQUILIBRADA
Existen
motivos para lamentar las divisiones del pueblo del Señor, teniendo en cuenta
que su unidad esencial y fundamental se oscurece por estas divisiones aparentes
y externas. Sin embargo, la libertad en las iglesias de poner énfasis en lo que
han aprendido y experimentado tiene mucho valor, e incluso los conflictos
sectarios entre las iglesias que se muestran celosas por los diferentes
aspectos de la verdad han conducido a un estudio profundo de la Escritura y a
un descubrimiento de sus tesoros.
Pero
cuando esta situación se mantiene de tal manera que pone en peligro el amor, la
pérdida es enorme. No obstante, peor que la lucha sectaria es la uniformidad
mantenida a costa de la libertad, o una unidad basada en la indiferencia.
Un
edicto del Duque Johann de Cleve, Julich, Berg y Mark declara lo siguiente: Aunque
se conoce lo que debe hacerse con los anabaptistas no obstante, nosotros lo
anunciamos en este edicto, juntamente con el Arzobispo de Colonia, para que
nadie se justifique mediante la falta de conocimiento. A partir de ahora todos
los que bauticen o sean bautizados por segunda vez, así como todos los que
apoyen o enseñen que el bautismo de infantes carece de valor, deberán ser
llevados de la vida a la muerte y ser castigados.
Asimismo,
todos los que apoyen o enseñen que en el tan estimado sacramento del altar no
están presentes en el verdadero cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo,
sino que sólo lo están de manera simbólica no deben ser tolerados, sino que más
bien deben ser expulsados de nuestros principados, de modo que si después de
tres días ellos no se han ido, deben ser castigados en cuerpo y vida y así
deben ser tratados como se anuncia con relación a los anabaptistas.” Se
conservan informes de las ejecuciones por medio de la hoguera, el ahogamiento y
la decapitación que siguieron a este edicto.
En
Colonia, la asamblea celebró sus reuniones secretas en una casa en los muros de
la ciudad. La casa tenía dos entradas para ayudar a los hermanos a evitar ser
descubiertos y arrestados. En 1556, Thomas Drucker von Imbroek, un maestro
piadoso y bien dotado, aunque sólo tenía veinticinco años de edad, fue
encarcelado y llevado de una torre a otra, torturado en repetidas ocasiones,
aunque en vano, y finalmente decapitado. Algunas de sus hermosas epístolas e
himnos, escritos en prisión, así como su confesión de fe, fueron impresas y
circularon entre los hermanos, jugando un papel importante en la divulgación de
la verdad.
Su
esposa le escribió (en verso) mientras él estaba en prisión: “Querido amigo,
mantente en la pura verdad, no te dejes aterrorizar y no huyas de ella;
recuerda el voto que tú has hecho, deja que la cruz te sea aceptable.
El
propio Cristo y todos los apóstoles pasaron por este camino.” La iglesia en
Colonia no se desalentó por la muerte de Drucker.
En
1561, tres hermanos más fueron ahogados, y al año siguiente dos más fueron
encarcelados, uno de los cuales fue ahogado, y el otro fue perdonado y
desterrado en el momento que le iban a ejecutar. Las reuniones continuaron
hasta que en 1566 uno de los miembros los traicionó, la casa fue rodeada, y
todos fueron encarcelados. Sus nombres fueron registrados, y todos fueron
enviados a distintas prisiones. Matthias Zerfass reconoció por cuenta propia
que él era un maestro entre ellos, y se mantuvo firme y paciente bajo tortura,
siendo posteriormente decapitado.
Mientras
él aún se encontraba en prisión, escribió:
El
objetivo principal al torturarnos ha sido que digamos cuántos de nosotros éramos
maestros y que revelemos sus nombres y direcciones. Yo debía reconocer a las
autoridades como cristianos y decir que el bautismo de infantes es correcto.
Sin embargo, apreté mis labios fuertemente, me aferré a Dios, sufrí
pacientemente, y pensé en las propias palabras del Señor cuando dijo: “Nadie
tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois
mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.”
Tal
parece como si yo tuviera que sufrir aun mucho más, pero sólo Dios sabe, y yo
no oro por otra cosa que no sea que se haga su voluntad.
Se
decretó una orden que decía: “A fin de arrestar a los líderes, maestros, predicadores
de monte, y predicadores de esquina de los sectarios las autoridades enviarán
espías a los setos, los pantanos y los páramos, especialmente en la proximidad
de las fiestas religiosas más importantes, y cuando haya buena luz de luna por
varias noches, para descubrir sus lugares de reunión secretos.”
No
obstante, en 1534 el Obispo de Munster, en una carta enviada al Papa, testificó
acerca de las vidas excelentes de los anabaptistas. Hermann V, Arzobispo de
Colonia (1472–1552) vio la necesidad de una reforma en la Iglesia Católica
Romana e hizo un serio intento por llevarla a cabo. Él fue Conde de Wied y
Runkel, Elector del Imperio, Deán de Colonia a la edad de quince años, y
posteriormente se convirtió en Arzobispo.
Él
fue un hombre piadoso, liberal, querido por su feligresía, aunque se interesaba
más por la caza que por los asuntos de la Iglesia, y no fue un estudioso de la
teología ni del latín. Hermann V se opuso a Lutero y ordenó que quemaran sus
obras, y su corte espiritual condenó a dos delos mártires de Colonia. Sin
embargo, él se dio cuenta de la ignorancia y la superstición de la gente, y de
la falta de disciplina.
Vio
que las iglesias estaban entregadas a un clero ignorante, y que los ingresos
fueron tragados por personas ausentes. Él también se dio cuenta de la
profanación de la Cena del Señor y del fracaso de todos los esfuerzos que se
hicieron por llevar a los miembros corruptos del clero de vuelta a las reglas
canónicas.
Tras
consultar con los mejores hombres en los más altos cargos de la Iglesia, él
trató de llevar a cabo una Reforma Católica a base de las ideas de Erasmo.
Cuando esto fracasó, él intentó una Reforma Evangélica de la Iglesia con la
ayuda de Bucero y Melanchton, pero la oposición del clero, de la universidad y
de la ciudad de Colonia, organizada por el jesuita Canisius, frustró sus
esfuerzos. Al no encontrar apoyo, Hermann renunció a su cargo como Arzobispo y
se retiró a su hacienda.
Uno
que se mantuvo separado de la Iglesia Católica Romana así como de la Luterana y
de la Reformada, aunque sin unirse a los llamados anabaptistas, fue el
silesiano de ascendencia noble, Kaspar von Schwenckfeld (1489–1561), que
ejerció una importante influencia tanto en su propio país como más allá de sus
fronteras. Estando muy ocupado en asuntos de negocios relacionados con una u
otra de las pequeñas cortes alemanas, él no se preocupó mucho por las
Escrituras hasta que, a la edad de treinta años, fue despertado de su
indiferencia por medio de “la maravillosa trompeta de Dios” de Martín Lutero,
se rindió a la “clara luz de la misericordiosa visitación de Dios”, y se convirtió
en “el corazón” de la Reforma en Silesia.
No
pasó mucho tiempo antes de que él se viera obligado a criticar algunos puntos
en la enseñanza de Lutero, en primer lugar con relación a la Cena del Señor.
Fue por ello que él fue atacado con violencia por Lutero, quien en ese momento
hizo uso de su autoridad para que lo trataran como un intruso y un herético.
KASPAR VON SCHWENCKFELD (1489–1561)
Sin
embargo, Schwenckfeld nunca dejó de reconocer su gran deuda para con Lutero en
las cosas espirituales, y luego de sufrir por muchos años a causa de los
ataques de Lutero y de los predicadores luteranos, él les dio el siguiente
consejo a aquellos que simpatizaban con él: “Oremos fielmente a Dios por ellos
por cuanto se acerca la hora en que todos juntos tendremos que reconocer
nuestra ignorancia en la presencia del único Maestro, Jesucristo.
El
estudio de las Escrituras se convirtió en su gran deleite. Él calculó que si
leía cuatro capítulos todos los días podría leer toda la Biblia en un año. Al
principio hizo de esto una norma, aunque más adelante dejó que fuera el
Espíritu Santo quien dirigiera su lectura y no se obligó a leer cierta cantidad
de capítulos diariamente. Él dijo: “Cristo es el resumen de toda la Biblia” y
“el principal objetivo de las Sagradas Escrituras es que nosotros podamos
conocer completamente a nuestro Señor Jesucristo”.
La
fe en la exactitud e inspiración de toda la Biblia significaba para él no aferrarse
a un antiguo y dudoso dogma, sino a un nuevo descubrimiento de posibilidades
ilimitadas; no era una superstición antigua, sino un progreso moderno. Él
describía su lectura de la Escritura como “una cavilación, una búsqueda y un
examen minucioso; o sea, una lectura y relectura de todo, reflexionando,
meditando, observando y estudiándolo todo profundamente.
Allí
se le revela al creyente un tesoro inagotable de perlas, oro y piedras
preciosas.” Como una “norma segura” para el expositor, dice él, “donde se
presenten pasajes discutibles, se debe tener en cuenta todo el contexto,
corroborar Escritura con Escritura, analizar los pasajes individuales con los
demás como un todo, compararlos unos con otros y encontrar la aplicación, no
sólo por medio de la apariencia externa de un solo pasaje, sino conforme al
significado completo de la Escritura”.
Kaspar
von Schwenckfeld estudió el idioma hebreo y el griego y en su obra se sirvió de
las traducciones de Lutero, pero también se sirvió de la “Biblia antigua”
(usada por los anabaptistas) y de la Vulgata. Él encontró la clave de muchas
cosas contenidas en el Antiguo Testamento en el uso figurativo encontrado en el
Nuevo Testamento. Asimismo, él decidió rendirse a la dirección de las
Escrituras en lo concerniente a doctrina y práctica, y dijo que “si nosotros no
lo comprendemos todo, no debemos culpar a las Escrituras por ello, sino más
bien a nuestra propia ignorancia.
Ocho
años después de su primera “visitación” él tuvo otra experiencia que pareció
afectar su vida aun más. Hasta ese momento él había sido celoso en la
proclamación de las Escrituras y del luteranismo; pero ahora lo que él había
creído intelectualmente se convirtió en todo una creencia del corazón. Él
sintió plena conciencia de su llamado celestial, y recibió una certeza
impresionante de salvación al entregarse a sí mismo a Dios como un “sacrificio
vivo”. Un profundo sentido de pecado y agradecimiento por la suficiencia de la
redención obrada por nosotros en Cristo, por medio de su muerte y resurrección,
se apoderaron de su voluntad, transformaron hacer la voluntad de Dios.
Schwenckfeld
llegó a la conclusión de que las Escrituras no sólo ofrecen una guía segura en
lo concerniente a la justificación y santificación personal, sino que, además,
contienen instrucción clara y definitiva en cuanto a la iglesia. En ese
sentido, dijo: “Si vamos a reformar la Iglesia debemos servirnos de las
Sagradas Escrituras y especialmente del libro delos Hechos, donde aparece
claramente cómo eran las cosas al principio, lo que es correcto e incorrecto, y
lo que es loable y aceptable a Dios y al Señor Jesucristo.
Él
se dio cuenta de que la iglesia en el tiempo de los apóstoles y sus sucesores
inmediatos fue una reunión gloriosa que prevaleció no sólo en un lugar, sino en
muchos lugares. Él se pregunta dónde es posible encontrar semejantes asambleas
en la actualidad, ya que, según él dice: la Escritura no reconoce a nadie más
que a aquellos que reconocen a Cristo como su Cabeza y de buena gana se rinden
para ser gobernados por el Espíritu Santo, quien los adorna con sabiduría y
dones espirituales”. El propio Jesús dirige por medio de los dones espirituales
que él reparte, no sólo a toda la iglesia, sino también a las asambleas
individuales. En estas asambleas los dones espirituales son manifestados para
el bien común.
El
mismo Espíritu Santo reparte los dones, pero estos son manifestados en cada uno
de los miembros. El Espíritu Santo goza de una libertad ilimitada. Si alguien,
guiado por el Espíritu Santo, se pone de pie, el que se encuentra hablando debe
cesar de hablar. Las iglesias no son perfectas; siempre es posible que los
hipócritas entren inadvertidos, pero cuando son descubiertos tienen que ser
excluidos.
Por
lo tanto, Schwenckfeld no pudo reconocer la religión Reformada como una
iglesia, ya que la gran mayoría de los cristianos bautizados estaban sin el
Espíritu Santo y tomaban el sacramento sin la gracia de Dios. Él estuvo
dispuesto a recibir la ayuda de organizaciones misioneras, siempre y cuando
estas no pretendieran ocupar el lugar de las iglesias de Jesucristo. Él dijo:
“La Iglesia nacional es aquella que ha retrocedido al grado alcanzado en el
Antiguo Testamento”.
Y
dice más adelante: “Resulta claro y evidente que todos los cristianos son llamados
y enviados a alabar a su Señor y Salvador Jesucristo, a divulgar las virtudes
de aquel que los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable, y a confesar
su nombre ante los hombres”. Cualquier restricción del sacerdocio universal de
todos los creyentes es una limitación del Espíritu Santo. “Si en el tiempo del
apóstol Pablo los cristianos hubieran actuado de esa manera, y sólo se les
hubiera permitido predicar a aquellos nombrados por el magistrado, ¿cuán lejos
habría llegado la fe cristiana? ¿Cómo habría llegado el Evangelio a nuestros
días?”
Algunos
son elegidos de entre los creyentes para llevar a cabo servicios especiales, y
son capacitados y apartados para su oficio, no por medio del estudio, la
elección o la ordenación, sino por medio del empuje, la revelación y la
manifestación del Espíritu Santo de que “Cristo está con ellos, y se manifiesta
en gracia, poder, vida y bendición”. Debido a que su “llamado y envío proviene
únicamente de parte de Dios, en la gracia de Cristo, ellos actúan con poder y
una gran certeza en el Espíritu Santo, las almas son nacidas de nuevo, los
corazones son renovados y el reino de Cristo es extendido”. Él continúa,
diciendo:
Los
creyentes no pueden nunca cansarse de escuchar a tales predicadores espirituales
y apostólicos, por cuanto ellos encuentran en estos el poder de Dios y el
alimento para sus almas. Fue acerca de los tales que Cristo dijo: De cierto, de cierto os digo: El que recibe al que
yo enviare, me recibe a mí” (Juan 13.20). Ninguna
persona incrédula o de conducta impía puede ser un buen ministro para el
incremento de la iglesia, aun cuando tal persona fuera Doctor o Profesor,
supiera toda la Biblia de memoria, y fuera un gran orador [Cuando] algunos
dicen que la persona y el oficio son una cuestión aparte, llegando a pensar
incluso que un obispo, un sacerdote o un predicador pudiera ser una persona
malvada y, sin embargo, puede ocupar un buen oficio, el oficio de un maestro
del Nuevo Testamento, y puede ser un siervo del Espíritu Santo, esto contradice
toda la Escritura y está en contra de la ordenanza de Cristo.
Qué
clase de ministerio es ese donde el propio corazón del maestro no es enseñado y
no cree lo que él enseña, o sea, él mismo no hace ni practica lo que predica,
mientras que, en el buen ministerio del Nuevo Pacto, conforme a la instrucción
de todas las Escrituras apostólicas y el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, estas
dos siempre van de la mano.
En
lo concerniente al bautismo, Schwenckfeld enseñaba que este no salva, y que la
salvación puede incluso alcanzarse sin él; pero al mismo tiempo él veía su
importancia y el hecho de que sólo los que confiesan ser creyentes deben ser
bautizados. Él también enseñaba que los niños recién nacidos, por el hecho de
que no pueden ejercer fe, no son sujetos aptos para el bautismo.
Sin
embargo, Schwenckfeld no se unió a los llamados anabaptistas. Aunque él los
describe como temerosos de Dios, apartados de la gran mayoría de la gente que
no tomaba muy en serio la religión, distinguidos por su conducta íntegra y una
sinceridad religiosa profunda, sin embargo, él los acusa de legalismo e
ignorancia, y, al igual que muchos otros, los confunde como si los sufridos y
devotos hermanos fueran un solo cuerpo junto con todos los elementos fanáticos
relacionados a la Rebelión Campesina, a las extravagancias de Munster y a otros
sucesos. Él afirma haber conocido a “los
primeros
bautistas” y luego describe a Tomás Muntzer quien fue ejecutado por sedición en
la Rebelión Campesina; se refiere a los hombres de la talla de Balthazar
Hubmeyer como si hubieran sido discípulos de Hans Hut, a pesar de que el
primero fue un adversario acérrimo de las enseñanzas extremistas y torcidas de
Hut. Él cuenta el rumor de que Hut se había suicidado en prisión, aunque agrega
que algunos dicen que esto no fue intencional, y, en general, les atribuye el
nombre de “bautistas hutistas” a los llamados por la mayoría de la gente
“anabaptistas”.
Schwenckfeld
relata diversas anécdotas negativas que le habían sido comunicadas por medio de
cartas, y una que él personalmente había escuchado de una persona que había
abandonado una de las asambleas “hutistas”, pero de cuyo cristianismo él
expresa una opinión poco favorable. Él dice que ellos tenían poco conocimiento
bien fundado acerca del pecado, la salvación por medio de la gracia de Dios, la
certeza de la salvación, y en particular que ellos no habían comprendido el
ideal de la verdadera iglesia apostólica. Él escribió:
Ellos
se convencen a sí mismos de que tan pronto como son recibidos externamente en
sus propias asambleas, establecidas por ellos mismos, se convierten en el
pueblo santo de Dios, un pueblo que él ha escogido de entre todos los demás,
una iglesia pura y sin mancha aunque los dones del Espíritu Santo, el adorno y
la belleza de las asambleas cristianas y de las iglesias, como se describen en
las Sagradas Escrituras, se manifiestan muy poco entre ellos.
Una
ortodoxia externa es para ellos la distinción de la verdadera iglesia de Cristo.
Por lo tanto, un espíritu no bíblico de juicio, y el orgullo espiritual, son
característicos de ellos.
Ellos
están muy satisfechos con sí mismos en todo lo que hacen, de manera que los
demás, los que no están a favor de su modo de pensar, o sea, que no han
aceptado su bautismo y no se han unido a sus asambleas, son condenados por
ellos, separados de la comunión de los santos de Dios, como ellos la
consideran, y son considerados como personas bajo el poder de Satanás. Aunque
ellos estuvieran tan llenos de fe como Esteban, llenos del Espíritu Santo y de
sabiduría piadosa, eso no cuenta para nada entre los bautistas, tan aferrados
están, especialmente los líderes, a los juicios triviales, el amor propio y el
orgullo espiritual.
Ellos
siempre están partiendo el pan en sus asambleas, y esto, junto con el bautismo
de agua, ocupa el lugar de aquello que es interior y más importante. “Si usted
viera a una de sus compañías seguramente la tomaría por el pueblo de Dios, ya
que no hay duda en cuanto a la piedad de su conducta externa.” Sin embargo, él
destaca que el fariseo en la parábola tuvo una apariencia externa más piadosa
que el publicano, y agrega que “no se trata de culpar la piedad externa, ya sea
de los bautistas o de los monjes, sino que se requiere algo más que
simplemente: ‘Levántate y bautízate.
Schwenckfeld
se queja, además, de que se ejercía una tiranía sobre las conciencias de los
miembros, de que existía cierto legalismo en cuanto a las costumbres, el
vestuario y otras cosas externas, y se opuso a sus puntos de vista con relación
a los juramentos, la guerra y la participación en el gobierno civil. De todo lo
cual se puede concluir con seguridad que entre estas personas, como entre cualquier
grupo considerable de hombres, incluso de cristianos, había faltas, debilidades
y errores. Además, que la estrechez y el legalismo que les atribuían eran
limitaciones a lasque algunos de los llamados “anabaptistas” estaban siempre
expuestos, y contra las cuales los mejores entre ellos protestaban
constantemente.
Schwenckfeld
desaprobó las persecuciones crueles a las cuales ellos fueron sometidos. Él
dice: “Yo con gusto perdonaría a la gente sencilla y temerosa de Dios que se
encuentra entre ellos”. Él, además, les recuerda a sus oyentes que hay
verdaderos cristianos entre ellos que, a pesar de la falta de conocimiento,
tienen vida de Dios; destaca su gozo en circunstancias de sufrimiento y
aconseja que si, como se decía tan a menudo, ellos eran sediciosos, debía
permitirse que el gobierno civil se encargara de ellos, agregando que él los
consideraba gente pacífica sin planes sediciosos. Por medio de las actividades
diligentes de Schwenckfeld, llegaron a reunirse círculos de creyentes por toda
Silesia, comenzando desde Liegnitzy a su alrededor. Estos fueron un patrón de
santidad para aquellos a su alrededor.
En
vista del mal uso de la Cena del Señor, Schwenckfeld la suspendió por un
tiempo, y la influencia de su enseñanza en cuanto al uso digno e indigno de
esta tuvo tal efecto que el clero luterano en Liegnitz (1526) comenzó a seguir
su ejemplo. Esto trajo como resultado que muchos acusaran a Schwenckfeld de
menospreciar la Cena del Señor, aunque fue un sentimiento totalmente contrario
a esto lo que lo había influenciado .Su gran deseo fue llevar a cabo la unidad
de la iglesia. Él escribió: Oh, quiera Dios que seamos verdaderamente el cuerpo
de Cristo, unido en los lazos de amor pero lamentablemente hasta ahora no hay la más
mínima señal de algo que pudiera compararse con la primera iglesia, donde los
creyentes eran de un solo corazón y una sola mente.
Sin
embargo, nosotros nos mantendremos firmes en la libertad con la que Cristo nos hizo
libres, y no nos uniremos a ninguna secta humana, ni tampoco nos apartaremos de
la iglesia cristiana universal. Nosotros no nos someteremos a ningún yugo de
esclavitud, sino que sólo nos aferraremos a la única secta divina de
Jesucristo. Mi anhelo y el deseo de mi corazón es poder guiara todos a la
verdad y a la unidad de Cristo y su Espíritu Santo y no ser una causa de
sectarismo, división o separación de Cristo.
Como
ahora hay cuatro de las llamadas iglesias, la Papal, la Luterana, la Zwingliana
y la bautista o de los picardos, y cada una condena a la otra, como se puede
apreciar, que Lutero condena a la Iglesia Zwingliana y a los fanáticos, uno no
puede evitar preguntarse si todas ellas son o cuál de ellas es, la verdadera
asamblea de la iglesia de Cristo donde uno debería encontrarse y pudiera ser
bendecido.
A
esta pregunta responderemos en las palabras de Pedro “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de
personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos
10.34–35). De modo que mientras más se
condenen estas iglesias unas a otras, tanto más aquellos que temen a Dios y
viven de una manera piadosa y cristiana no serán, a la vista de Dios, excluidos
ni condenados Aunque hasta ahora yo no me he unido totalmente a ninguna
iglesia, nunca he despreciado a ninguna iglesia, persona, líder o maestro.
Yo
deseo servir a todos en el Señor, y ser el amigo y hermano de todos aquellos
que tengan un celo por Dios y amen a Cristo de corazón Es por ello que le pido
a Dios que me conduzca bien en todo, para que me permita, conforme a la norma
apostólica, reconocer correctamente a todos los espíritus, especialmente al
Espíritu de Jesucristo; para que me enseñe a probar todas las cosas, a
distinguir, aceptar y retenerlo que es bueno para que, en las circunstancias
presentes de divisiones y separaciones, yo pueda alcanzar, con una conciencia
clara y segura en Cristo,
la verdad y la unidad
Mi libertad no es aprobada por todos algunos me llaman excéntrico y muchos me miran con sospecha, pero Dios conoce mi corazón Yo no soy un sectario, y con la ayuda de Dios
no seré
un perturbador de la paz.
Antes
de destruir algo bueno, prefiero morir. Y es por ello que no me he unido
completamente a ningún partido, secta o iglesia, de manera que pueda, en la
voluntad de Dios y por medio de su gracia, sin estar en ningún partido servir a
todos los partidos.
Las
enseñanzas de Schwenckfeld y el incremento de los círculos que él estableció
llamaron la atención del Rey Fernando quien lo catalogó como un menospreciador
de la Cena del Señor y lo obligó a abandonar su patria (1529), donde él siempre
había disfrutado de un alto rango y de una gran consideración. Durante los
treinta años restantes de su vida él anduvo errante, perseguido por la Iglesia
Luterana, la cual lo declaró formalmente un hereje, pero su exilio condujo a
una propagación más amplia de los grupos que acogieron su enseñanza,
especialmente en el sur de Alemania, donde algunos de los gobernantes le
ofrecieron protección.
Bajo
la enseñanza de Schwenckfeld estos grupos no se consideraban como iglesias. En
su opinión, adoptar semejante posición implicaría su separación de los
creyentes en todos los partidos existentes, a quienes ellos deseaban servir.
Ellos dejaron en desuso la práctica del bautismo y la partición del pan hasta
que llegaran mejores tiempos, y, mientras tanto, oraban y buscaban un nuevo
derramamiento del Espíritu Santo antes de la venida del Señor, el cual uniría a
su iglesia.
Su
papel consistía en visitar a las personas, hacer lecturas de la Biblia y
aprovecharse de toda oportunidad que se les presentara para testificar, a fin
de preparar a los santos para ese momento, así como, por medio de la
predicación del Evangelio, reunir de entre los inconversos tantos como fuera
posible para que fueran partícipes de las bendiciones que se manifestarían.
Su
abstención de cualquier testimonio a nivel de iglesia, simplemente debido a las
dificultades que esto implicaba, los convirtió en una fuente de debilitamiento
en lugar de fortalecimiento para aquellos hermanos que en fe trataban de llevar
a cabo, como algunos habían hecho desde los tiempos apostólicos, la enseñanza
de la Escritura en cuanto a las iglesias. Esos principios, llevados a cabo
correctamente, no establecían una secta ni los separaban de los cristianos que
no se reunían con ellos, sino que proporcionaban el fundamento sobre el cual
era posible que todos los creyentes disfrutaran de una hermandad mutua, o sea,
el fundamento de su hermandad común con Cristo.
Pilgram
Marbeck, junto con otros, respondió a las censuras de Schwenckfeld sobre los
creyentes que se reunían a manera de iglesias y practicaban el bautismo y el
partimiento del pan. Schwenckfeld había expresado su desaprobación en una obra
titulada: “Acerca del nuevo folleto de los hermanos bautistas publicado en el
año 1542”. La respuesta de Marbeck tenía un título extenso (ochenta y tres
palabras) y consistió en citar a Schwenckfeld y dar 100 respuestas.
En
dicha respuesta, él y los hermanos que se le unieron, declaraban: “No es cierto
que nosotros nos negamos a considerar como cristianos a aquellos que están en
desacuerdo con nuestro bautismo y que los catalogamos como espíritus
equivocados y menospreciadores de Cristo. No nos corresponde a nosotros juzgar
o condenar a aquel que no es bautizado conforme al mandamiento de Cristo.”
VIDA Y PERSECUCIONES DE MARTIN LUTERO
Este ilustre alemán, teólogo y
reformador de la Iglesia, fue hijo de Juan Lutero y de Margarita Ziegler, y
nació en Eisleben, una ciudad de Sajonia, en el condado de Mansfield, el 10 de
noviembre de 1483. La posición y condición de su padre eran originalmente
humildes, y su oficio el de minero; pero es probable que por su esfuerzo y
trabajo mejorara la fortuna de su familia, por cuanto posteriormente llegó a
ser un magistrado de rango y dignidad. Lutero fue pronto iniciado en las
letras, y a los trece años de edad fue enviado a una escuela en Magdeburgo, y
de allí a Eisenach, en Turingia, donde quedó por cuatro años, exhibiendo las
primeras indicaciones de su futura eminencia.
En 1501 fue enviado a la Universidad de
Erfurt, donde pasó por los acostumbrados cursos de lógica y filosofía. A los
veinte años de edad recibió el título de licenciado, y luego pasó a enseñar la
física de Aristóteles, ética, y otros departamentos de filosofía. Después, por
indicación de sus padres, se dedicó a la ley civil, con vistas a dedicarse a la
abogacía, pero fue apartado de esta actividad por el siguiente incidente.
Andando un día por los campos, fue tocado por un rayo, siendo precipitado al
suelo, mientras que un compañero fue muerto justo a su lado; esto lo afectó de
tal manera que, sin comunicar su propósito a ninguno de sus amigos, se retiró
del mundo, y se acogió al orden de los eremitas de San Agustín.
Aquí se dedicó a leer a San Agustín y a
los escolásticos; pero, rebuscando por la biblioteca, halló accidentalmente una
copia de la Biblia latina, que nunca había visto antes. Esta atrajo
poderosamente su curiosidad; la leyó ansiosamente, y se sintió atónito al ver
qué poca porción de las Escrituras era enseñada al pueblo.
Hizo su profesión en el monasterio de
Erfurt, después de haber sido novicio un año; y tomó órdenes sacerdotales, y
celebró su primera Misa en 1507. Un año después fue trasladado del monasterio
de Erfurt a la Universidad de Wittenberg, porque habiéndose acabado de fundar
la universidad, se pensaba que nada sería mejor para darle reputación y fama
inmediatas que la autoridad la presencia de un hombre tan célebre por su gran
temple y erudición, como Lutero.
En esta universidad de Erfurt había un
cierto anciano en el convento (de los Agustinos con quien Lutero, que era
entonces de la misma orden, fraile Agustino, conversó acerca de diversas cosas,
especialmente acerca de la remisión de los pecados. Acerca de este artículo,
este sabio padre se franqueó con Lutero, diciéndole que el expreso mandamiento
de Dios es que cada hombre crea particularmente que sus pecados le han sido
perdonados en Cristo; le dijo además que esta particular interpretación estaba
confirmada por San Bernardo: «Este es el testimonio que te da el Espíritu Santo
en tu corazón, diciendo: Tus pecados te son perdonados. Porque ésta es la
enseñanza del apóstol, que el hombre es libremente justificado por la fe.»
Estas palabras no sólo sirvieron para
fortalecer a Lutero, sino también para enseñarle el pleno sentido de San Pablo,
que insiste tantas veces en esta frase: «Somos justificados por la fe.» Y
habiendo leído las exposiciones de muchos acerca de este pasaje, luego
percibió, tanto por el discurso del anciano como por el consuelo que recibió en
su espíritu, la vanidad de las interpretaciones que antes había creído de los
escolásticos. Y así, poco a poco, leyendo y comparando los dichos y ejemplos de
los profetas y de los apóstoles, con una continua invocación a Dios, y la
excitación de la fe por el poder de la oración, percibió esta doctrina con la
mayor evidencia. Así prosiguió su estudio en Erfurt por espacio de cuatro años
en el convento de los Agustinos.
En 1512, al tener una pendiente siete
conventos de su orden con su vicario general, Lutero fue escogido para ir a
Roma para mantener su causa. En Roma vio al Papa y su corte, y tuvo también la
oportunidad de observar las maneras del clero, cuya manera apresurada,
superficial e impía de celebrar la Misa ha observado con severidad. Tan pronto
como hubo ajustado la disputa que había sido el motivo de su viaje, volvió a
Wittenberg, y fue constituido doctor en teología, a costa de Federico, elector
de Sajonia, que le había oído predicar con frecuencia, que estaba perfectamente
familiarizado con su mérito, y que le reverenciaba sumamente.
Continuó en la Universidad de
Wittenberg, donde, como profesor de teología, se dedicó a la actividad de su
vocación. Aquí comenzó de la manera más intensa a leer conferencias sobre los
sagrados libros. Explicó la Epístola a los Romanos, y los Salmos, que aclaró y
explicó de una manera tan totalmente nueva y diferente de lo que había sido el
estilo de los anteriores comentaristas, que «parecía, tras una larga y oscura
noche, que amanecía un nuevo día, a juicio de todos los hombres piadosos y
prudentes.»
Lutero dirigía diligentemente las
mentes de los hombres al Hijo de Dios, como Juan el Bautista anunciaba al
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo; del mismo modo Lutero,
resplandeciendo en la Iglesia como una luz brillante tras una larga y tenebrosa
noche, mostró de manera clara que los pecados son libremente remitidos por el
amor del Hijo de Dios, y que deberíamos abrazar fielmente este generoso don.
Su vida se correspondía con su
profesión; y se evidenció de manera clara que sus palabras no eran actividad
meramente de sus labios, sino que procedían de su mismo corazón. Esta
admiración de su santa vida atrajo mucho los corazones de sus oyentes.
Para prepararse mejor para la tarea que
había emprendido, se aplicó atentamente al estudio de los lenguajes griego y
hebreo; y a esto estaba dedicado cuando se publicaron las indulgencias
generales en 1517.
León X, que sucedió a Julio II en marzo
del 1513, tuvo el designio de construir la magnífica Iglesia de San Pedro en
Roma, que desde luego había sido comenzada por Julio, pero que aún precisaba de
mucho dinero para poder ser acabada. Por ello, León, en 1517, publicó
indulgencias generales por toda Europa, en favor de todos los que contribuyeran
con cualquier suma para la edificación de San Pedro; y designó a personas en
diferentes países para proclamar estas indulgencias y para recibir dinero de
las mismas. Estos extraños procedimientos provocaron mucho escándalo en Wittenbetg,
y de manera particular inflamaron el piadoso celo de Lutero, el cual, siendo de
natural ardiente y activo, e incapaz en este caso de contenerse, estaba
decidido a declararse en contra de tales indulgencias en todas las
circunstancias.
Por ello, en la víspera del día de
Todos los Santos, en 1517, fijó públicamente, en la iglesia adyacente al
castillo de aquella ciudad, una tesis sobre las indulgencias; al principio de
las mismas retaba a cualquiera a que se opusiera a ellas bien por escrito, bien
en debate oral. Apenas si se habían publicado las proposiciones de Lutero
acerca de las indulgencias que Tetzel, el fraile Dominico y comisionado para su
venta, mantuvo y publicó una tesis en Frankfort, en la que contenía un conjunto
de proposiciones directamente contrarias a ellas. Hizo más: agitó al clero de
su orden en contra de Lutero; lo anatematizó desde el púlpito como un hereje
condenable, y quemó su tesis de manera pública en Frankfort. La tesis de Tetzel
fue también quemada, en reacción, por los luteranos en Wittenberg; pero el
mismo Lutero negó haber tenido parte alguna en esta acción.
En 1518, Lutero, aunque disuadido de
ello por sus amigos, pero para mostrar obediencia a la autoridad, acudió al
monasterio de San Agustín en Heidelberg, donde se celebraba capítulo; y allí
mantuvo, el 26 de abril, una disputa acerca de la «justificación por la fe»,
que Bucero, que entonces estaba presente, tomó por escrito, comunicándola
después a Beatas Rhenanus, no sin los más grandes encomios.
Mientras tanto, el celo de sus
adversarios fue creciendo más y más en contra de él; finalmente fue acusado
delante de León X como hereje. Entonces, tan pronto como hubo regresado de
Heidelberg, le escribió una carta a aquel Papa en los términos más sumisos; le
envió, al mismo tiempo, una explicación de sus proposiciones acerca de las
indulgencias. Esta carta está fechada en el Domingo de Trinidad de 1518, e iba
acompañada de una protesta en la que se declara que «no pretendía él proponer
ni defender nada contrario a las Sagradas Escrituras ni a la doctrina de los
padres, recibida y observada por la Iglesia de Roma, ni a los cánones ni
decretales de los Papas; sin embargo, pensaba que tenía libertad bien para
aprobar o para desaprobar aquellas opiniones de Santo Tomás, Buenaventura y
otros escolásticos y canonistas, que no se basaban en texto alguno.
El emperador Maximiliano estaba igual
de solícito que el Papa acerca de detener la propagación de las opiniones de
Lutero en Sajonia, que eran perturbadoras tanto para la Iglesia como para el
Imperio. Por ello, Maximiliano escribió a León una carta fechada el 5 de agosto
de 1518, pidiéndole que prohibiera, por su autoridad, estas inútiles,
desconsideradas y peligrosas disputas; también le aseguraba que cumpliría
estrictamente en su imperio todo aquello que Su Santidad ordenase.
Mientras tanto, Lutero, en cuanto supo
lo que se estaba llevando a cabo acerca de él en Roma, empleó todos los medios
imaginables para impedir ser llevado allí, y para obtener que su causa fuera
oída en Alemania. El elector estaba también opuesto a que Lutero fuera a Roma,
y pidió al Cardenal Cayetano que pudiera ser oído delante de él, como legado
del Papa en Alemania. Con esto, el Papa consintió en que su causa fuera juzgada
delante del Cardenal Cayetano, a quien había dado poderes para decidirla.
Por ello, Lutero se dirigió de
inmediato a Augsburgo, llevando consigo cartas del elector. Llegó allá en
octubre de 1518, y, habiéndosele dado seguridades, fue admitido en presencia
del cardenal. Pero Lutero vio pronto que tenía más que temer del cardenal que
de disputas de ningún tipo; por ello, temiendo un arresto si no se sometía, se
retiró de Augsburgo el día veinte. Pero, antes de partir, publicó una apelación
formal al Papa, y viéndose protegido por el elector, prosiguió predicando las
mismas doctrinas en Wittenberg, y envió un reto a todos los inquisidores a que
acudieran y disputaran con él.
Con respecto a Lutero, Miltitius, el
chambelán del Papa, tenía orden de demandar del elector que le obligara a
retractarse, o que le negara su protección; pero las cosas no iban a poder ser
efectuadas con tanta altanería, siendo que el crédito de Lutero estaba
demasiado bien establecido. Además, sucedió que
el emperador Maximiliano murió el doce
de aquel mes, lo que alteró mucho el aspecto de las cosas, e hizo al elector
más capaz de decidir la suerte de Lutero. Por ello, Miltitius pensó que lo
mejor sería ver qué se podría hacer con medios limpios y gentiles, y para este
fin comenzó a conversar con Lutero.
Durante todos estos acontecimientos la
doctrina de Lutero se fue esparciendo y prevaleciendo mucho; y él mismo recibió
alientos de su tierra y desde fuera. Por aquel tiempo los bohemios le enviaron
un libro del célebre Juan Huss, que habla caído mártir en la obra de la reforma,
y también cartas en las que le exhortaban a la constancia y a la perseverancia,
reconociendo que la teología que él enseñaba era la teología pura, sana y
ortodoxa. Muchos hombres eruditos y eminentes se pusieron de su parte.
En 1519 tuvo una célebre disputa en
Leipzig con Juan Eccius. Pero esta disputa terminó al final como todas las
otras, no habiéndose aproximado las posturas de las partes en absoluto, sino
que se sentían más enemigos personales que antes.
Alrededor del fin del año, Lutero
publicó un libro en el que defendía que la Comunión se celebrara bajo ambas
especies; esto fue condenado por el obispo de Misnia el 24 de enero de 1520.
Mientras Lutero trabajaba para
defenderse ante el nuevo emperador y los obispos de Alemania, Eccius habla ido
a Roma para pedir su condena, lo que, como podrá concebirse, ahora no iba a ser
tan difícil de conseguir. Lo cierto es que la continua importunidad de los
adversarios de Lutero ante León le llevaron al final a publicar una condena
contra él, e hizo esto en una bula con fecha del 15 de junio de 1520. Esto tuvo
lugar en Alemania, publicada allí por Eccius, que la había solicitado en Roma,
y que estaba encargado, junto a Jerónimo Alejandro, persona eminente por su
erudición y elocuencia, de la ejecución de la misma. Mientras tanto, Carlos I
de España y V de Alemania, después de haber resuelto sus dificultades en los
Países Bajos, pasó a Alemania, y fue coronado emperador el veintiuno de octubre
en Aquisgrán.
Martín Lutero, después de haber sido
acusado por primera vez en Roma en Jueves Santo por la censura papal, se
dirigió poco después de la Pascua hacia Worms, donde el mencionado Lutero,
compareciendo ante el emperador y todos los estados de Alemania, se mantuvo
constante en la verdad, se defendió a sí mismo, y dio respuesta a sus
adversarios.
Lutero quedó alojado, bien agasajado y
visitado por muchos condes, barones, caballeros del orden, gentileshombres,
sacerdotes y de los comunes, que frecuentaban su alojamiento hasta la noche.
Vino, en contra de las expectativas de
muchos, tanto adversarios como amigos. Sus amigos deliberaron juntos, y muchos
trataron de persuadirle para que no se aventurara a tal peligro, considerando
que tantas veces no se había respetado la promesa hecha de seguridad. Él, tras
haber escuchado todas sus persuasiones y consejos, respondió de esta manera:
«Por lo que a mí respecta, ya que me han llamado, estoy resuelto y ciertamente
decidido a acudir a Worms, en nombre de nuestro Señor Jesucristo; si, aunque
supiera que hay tantos demonios para resistirme allí como tejas para cubrir las
casas de Worms.»
Al día siguiente, el heraldo lo trajo
de su alojamiento a la corte del emperador, donde quedó hasta las seis de la
tarde, porque los príncipes estaban ocupados en graves consultas; quedando
allí, y rodeado de gran número de personas, y casi aplastado por tanta
multitud. Luego, cuando los príncipes se hubieron sentado, entró Lutero, y
Eccius, el oficial, habló de esta guisa:
«Responde ahora a la demanda del
Emperador. ¿Mantendrás tú todos los libros que has reconocido tuyos, o
revocarás algunas partes de los mismos y te someterás?»
Martín Lutero respondió modesta y
humildemente, pero no sin una cierta firmeza y constancia cristiana.
«Considerando que vuestra soberana majestad y vuestros honores demandan una
respuesta llana, esto digo y profeso tan resueltamente como pudo, sin dudas ni
sofisticaciones, que si no se me convence por el testimonio de las Escrituras
(porque no creo ni al Papa ni a sus Concilios generales, que han errado muchas
veces, y que han sido contradictorios entre sí), mi conciencia está tan ligada
y cautivada por estas Escrituras y la Palabra de Dios, que no me retracto ni me
puedo retractar de nada en absoluto, considerando que no es ni piadoso ni
legítimo hacer nada en contra de mi conciencia. Aquí estoy y en esto descanso:
nada más tengo que decir. ¡Que Dios tenga misericordia de mi!»
Los príncipes consultaron entre sí
acerca de esta respuesta dada por Lutero, y tras haber interrogado
diligentemente al mismo, el pro locutor comenzó a interpelarle así: «La
Majestad Imperial demanda de ti una simple respuesta, sea negativa, sea
afirmativa, si pretendes defender todos tus libros como cristianos, o no.»
Entonces Lutero, dirigiéndose al
emperador y a los nobles, les rogó que no le forzaran a ceder contra su
conciencia, confirmada por las Sagradas Escrituras, sin argumentos manifiestos
que alegaran sus adversarios. «Estoy atado por las Escrituras.»
Antes que se disolviera la Dieta de
Worms, Carlos V hizo redactar un edicto, fechado el ocho de mayo, decretando
que Martín Lutero fuera, en conformidad a la sentencia del Papa, considerado
desde entonces miembro separado de la Iglesia, cismático, y hereje obstinado y
notorio. Mientras que la bula de León X, ejecutada por Carlos V tronaba por todo
el imperio, Lutero fue encerrado a salvo en el castillo de Wittenberg; pero
cansado al final de su retiro, volvió a aparecer en público en Wittenberg el 6
de marzo de 1522, después de una ausencia de unos diez meses.
Lutero hizo ahora abiertamente la guerra
al Papa y a los obispos; y a fin de lograr que el pueblo menospreciara la
autoridad de los mismos tanto como fuera posible, escribió un libro contra la
bula del Papa, y otro contra el Orden falsamente llamado «El Orden Episcopal».
Publicó asimismo una traducción del Nuevo Testamento en lengua alemana, que fue
posteriormente corregida por él mismo y Melancton.
Ahora reinaba la confusión en Alemania,
y no menos en Italia, porque surgió una contienda entre el Papa y el Emperador,
durante la que Roma fue tomada dos veces, y el Papa hecho preso. Mientras los
príncipes estaban así ocupados en sus pendencias mutuas, Lutero continuó
llevando a cabo la obra de la Reforma, oponiéndose también a los papistas y
combatiendo a los Anabaptistas y otras sectas fanáticas que, aprovechando su
enfrentamiento con la Iglesia de Roma, habían surgido y se habían establecido
en diversos lugares.
En 1527, Lutero sufrió un ataque de
coagulación de sangre alrededor del corazón, que casi puso fin a su vida.
Pareciendo que las perturbaciones en Alemania no tenían fin, el Emperador se
vio obligado a convocar una dieta en Spira, en el 1529, para pedir la ayuda de
los príncipes del imperio contra los turcos. Catorce ciudades, Estrasburgo,
Nuremberg, Ulm, Constanza, Retlingen, Windsheim, Merumingen, Lindow, Kempten,
Hailbron, Isny, Weissemburg, Norlingen, St. Gal, se unieron contra el decreto
de la dieta, emitiendo una protesta que fue escrita y publicada en abril de
1529. Ésta fue la célebre protesta que dio el nombre de «Protestantes» a los
reformadores en Alemania.
Después de esto, los príncipes
protestantes emprendieron la formación de una alianza firme, e instruyeron al
elector de Sajonia y a sus aliados que aprobaran lo que la Dieta había hecho;
pero los diputados redactaron una apelación, y los protestantes presentaron
luego una apología por su «Confesión», la famosa confesión que había sido
redactada por el moderado Melancton, como también la apología. Todo esto fue
firmado por varios de los príncipes, y a Lutero ya no le quedó nada más por
hacer sino sentarse y contemplar la magna obra que había llevado a cabo; porque
que un solo monje pudiera darle a la Iglesia de Roma un golpe tan rudo que se
necesitara sólo de otro parecido para derribada del todo, bien puede
considerarse una magna obra.
En 1533 Lutero escribió una epístola
consoladora a los ciudadanos de Oschatz, que habían sufrido algunas penalidades
por haberse adherido a la confesión de fe de Augsburgo; y en 1534 se imprimió
la Biblia que él había traducido al alemán, como lo muestra el antiguo
privilegio fechado en Bibliópolis, de mano del mismo elector; y fue publicada
al año siguiente. También aquel año publicó un libro: «Contra las Misas y la
Consagración de los Sacerdotes.»
En febrero de 1537 se celebró una
asamblea en Smalkalda acerca de cuestiones religiosas, a la que fueron llamados
Lutero y Melancton. En esta reunión Lutero cayó tan enfermo que no habla
esperanzas de su recuperación. Mientras le llevaban de vuelta escribió su
testamento, en el que legaba su desdén del papado a sus amigos y hermanos. Y
así estuvo activo hasta su muerte, que tuvo lugar en 1546.
Aquel año, acompañado por Melancton,
había visitado su propio país, que no había visto por muchos años, y había
vuelto sano y salvo. Pero poco después fue llamado otra vez por los condes de
Mansfelt, para que arbitrara unas diferencias que habían surgidos acerca de sus
límites, y al llegar fue recibido por cien o más jinetes, y conducido de manera
muy honrosa. Pero en aquel tiempo enfermó tan violentamente que se temió que
pudiera morir. Dijo entonces que estos ataques de enfermedad siempre le
sobrevenían cuando tenía cualquier gran obra que emprender. Pero en esta
ocasión no se recuperó, sino que murió, el 18 de febrero, a la edad de sesenta
y tres años.
Poco antes de expirar, amonestó a
aquellos que estaban a su alrededor que oraran por la propagación del
Evangelio, «porque el Concilio de Trento,» les dijo, «que ha tenido una o dos
sesiones, y el Papa, inventarán extrañas cosas contra él.» Sintiendo que se
aproximaba el fatal desenlace, antes de las nueve de la mañana se encomendó a
Dios con esta devota oración: «¡Mi Padre celestial, Dios eterno y
misericordioso! Tú me has manifestado tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Le he enseñado, le he conocido; le amo como mi vida, mi salud y mi redención, a
Quien los malvados han perseguido, calumniado y afligido con vituperios. Lleva
mi alma a ti.»
Después de esto dijo lo que sigue,
repitiéndolo tres veces: «¡En tus manos encomiendo mi espíritu, Tú me has
redimido, oh Dios de verdad! «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a
su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga
vida eterna»» Habiendo repetido sus oraciones varias veces, fue llamado a Dios.
Así, orando, su limpia alma fue separada pacíficamente del cuerpo terrenal.
PERSECUCIONES GENERALES EN ALEMANIA
Persecuciones generales en Alemania Las persecuciones generales en Alemania fueron
principalmente causadas por las doctrinas y el ministerio de Martín Lutero. Lo
cierto es que el Papa quedó tan alarmado por el éxito del valiente reformador
que decidió emplear al Emperador Carlos V, a cualquier precio, en el plan para
intentar su extirpación.
Para este fin:
1. Dio al
emperador doscientas mil coronas en efectivo.
2. Le prometió
mantener doce mil infantes y cinco mil tropas de caballería, por el espacio de
seis meses, o durante una campaña.
3. Permitió al
emperador recibir la mitad de los ingresos del clero del imperio durante la
guerra.
4. Permitió al
emperador hipotecar las fincas de las abadías por quinientas mil coronas, para
ayudar en la empresa de las hostilidades contra los protestantes.
Así incitado y apoyado, el emperador
emprendió la extirpación de los protestantes, contra los que, de todas maneras,
tenía un odio personal; y para este propósito se levantó un poderoso ejército
en Alemania, España e Italia.
Mientras tanto, los príncipes
protestantes constituyeron una poderosa confederación, para repeler el
inminente ataque. Se levantó un gran ejército, y se dio su mando al elector de
Sajonia, y al landgrave de Hesse. Las fuerzas imperiales iban mandadas
personalmente por el emperador de Alemania, y los ojos de toda Europa se
dirigieron hacia el suceso de la guerra.
Al final los ejércitos chocaron, y se
libró una furiosa batalla, en la que los protestantes fueron derrotados, y el
elector de Sajonia y el landgrave de Hesse hechos prisioneros. Este golpe fatal
fue sucedido por una horrorosa persecución, cuya dureza fue tal que el exilio
podía considerarse como una suerte suave, y la ocultación en un tenebroso
bosque como una felicidad. En tales tiempos una cueva es un palacio, una roca un
lecho de plumas, y las raíces, manjares.
Los que fueron atrapados sufrieron las
más crueles torturas que podían inventar las imaginaciones infernales: y por su
constancia dieron prueba de que un verdadero cristiano puede vencer todas las
dificultades, y a pesar de todos los peligros ganar la corona del martirio.
Enrique
Voes y Juan Esch prendidos como protestantes, fueron
llevados al inte-terrogatorio. Voes, respondiendo por sí mismo y por el otro,
dio las siguientes respuestas a algunas preguntas que les hizo el sacerdote,
que los examinó por orden de la magistratura.
Sacerdote.
¿No erais vosotros dos, hace algunos años, frailes agustinos?
Voes. Sí.
Sacerdote.
¿Cómo es que habéis abandonado el seno de la Iglesia de Roma?
Voes. Por
sus abominaciones.
Sacerdote.
¿En qué creéis?
Voes. En el
Antiguo y Nuevo Testamento.
Sacerdote.
¿No creéis en los escritos de los padres y en los decretos de los Concilios?
Voes. Sí, si
concuerdan con la Escritura.
Sacerdote.
¿No os sedujo Martín Lutero?
Voes. Nos ha
seducido de la misma manera en que Cristo sedujo a los apóstoles: esto es, nos
hizo consciente de la fragilidad de nuestros cuerpos y del valor de nuestras
almas.
Este interrogatorio fue suficiente.
Ambos fueron condenados a las llamas, y poco después padecieron con aquella
varonil fortaleza que corresponde a los cristianos cuando reciben la corona del
martirio.
Enrique Sutphen, un predicador
elocuente y piadoso, fue sacado de su cama en medio de la noche, y obligado a
caminar descalzo un largo trecho, de modo que los pies le quedaron
terriblemente cortados. Pidió un caballo, pero los que le llevaban dijeron con
escarnio: «¡Un caballo para un hereje! No, no, los herejes pueden ir
descalzos.» Cuando llegó al lugar de su destino, fue condenado a morir quemado:
pero durante la ejecución se cometieron muchas indignidades contra él, porque
los que estaban junto a él, no contentos con lo que sufría en las llamas, le
contaron y sajaron de la manera más terrible.
Muchos fueron asesinados en Halle; Middelburg
fue tomado al asalto, y todos los protestantes fueron pasados a cuchillo, y
muchos fueron quemados en Viena.
Enviado un oficial a dar muerte a un
ministro, pretendió, al llegar, que sólo lo quería visitar. El ministro, que no
sospechaba sus crueles intenciones, agasajó a su supuesto invitado de modo muy
cordial. Tan pronto como la comida hubo acabado, el oficial dijo a unos de sus
acompañantes: «Tomad a este clérigo, y colgadlo.» Los mismos acompañantes
quedaron tan atónitos tras las cortesías que habían visto, que vacilaron ante
las órdenes de su jefe: el ministro dijo: «Pensad el aguijón que quedara en
vuestra conciencia por violar de esta manera las leyes de la hospitalidad.»
Pero el oficial insistió en ser obedecido, y los acompañantes, con repugnancia,
cumplieron el execrable oficio de verdugo.
Pedro Spengler, un piadoso teólogo, de
la ciudad de Schalet, fue echado al río y ahogado. Antes de ser llevado a la
ribera del río que iba a ser su tumba, lo expusieron en la plaza del mercado,
para proclamar sus crímenes, que eran no ir a Misa, no confesarse, y no creer
en la transubstanciación. Terminada esta ceremonia, él hizo un discurso
excelente al pueblo, y terminó con una especie de himno de naturaleza muy
edificante.
Un caballero protestante fue sentenciado
a decapitación por no renunciar a su religión, y fue animoso al lugar de la
ejecución. Acudió un fraile a su lado, y le dijo estas palabras en voz muy
baja: «Ya que tenéis gran repugnancia a abjurar en público de vuestra fe,
musitad vuestra confesión en mi oído, y yo os absolveré de vuestros pecados.» A
esto el caballero replicó en voz alta: «No me molestes, fraile, he confesado
mis pecados a Dios, y he obtenido la absolución por los méritos de Jesucristo.»
Luego, dirigiéndose al verdugo, le dijo: «Que no me molesten estos hombres:
cumple tu oficio,» y su cabeza cayó de un solo golpe.
Wolfgang Scuch y Juan Ruglin, dos dignos ministros,
fueron quemados, como también Leonard Keyser, un estudiante de la Universidad
de Wertembergli; y Jorge Carpenter, bávaro, fue colgado por rehusar retractarse
del protestantismo.
Habiéndose apaciguado las persecuciones
en Alemania durante muchos años, volvieron a desencadenarse en 1630, debido a
la guerra del emperador contra el rey de Suecia, porque éste era un príncipe
protestante, y consiguientemente los protestantes alemanes defendieron su
causa, lo que exasperó enormemente al emperador contra ellos.
Las tropas imperiales pusieron sitio a
la ciudad de Passewalk (que estaba defendida por los suecos), y, tomándola al
asalto, cometieron las más horribles crueldades. Destruyeron las iglesias,
quemaron las casas, saquearon los bienes, mataron a los ministros, pasaron a la
guarnición a cuchillo, colgaron a los ciudadanos, violaron a las mujeres,
ahogaron a los niños, etc., etc.
En Magdeburgo tuvo lugar una tragedia
de lo más sanguinaria, en el año 1631. Habiendo los generales Tilly y
Pappenheim tomado aquella ciudad protestante al asalto, hubo una matanza de más
de veinte mil personas, sin distinción de rango, sexo o edad, y seis mil más
fueron ahogadas en su intento de escapar por río Elba. Después de apaciguarse
esta furia, los habitantes restantes fueron desnudados, azotados severamente,
les fueron cortadas las orejas, y, enyugados como bueyes, fueron soltados.
La ciudad de Roxter fue tomada por el
ejército papista, y todos sus habitantes, así como la guarnición, fueron
pasados a cuchillo; hasta las casas fueron incendiadas, y los cuerpos fueron
consumidos por las llamas.
En Griphenberg, cuando prevalecieron
las tropas imperiales, encerraron a los senadores en la cámara del senado, y
los asfixiaron rodeándola con paja encendida.
Franhendal se rindió bajo unos
artículos de capitulación, pero sus habitantes fueron tratados tan cruelmente
como en otros lugares; y en Heidelberg muchos fueron echados en la cárcel y
dejados morir de hambre.
Así se enumeran las crueldades
cometidas por las tropas imperiales, bajo el Conde Tilly, en Sajonia: Estrangulación a medias, recuperación de las
personas, y vuelta a lo mismo. Aplicación de afiladas ruedas sobre los dedos de
las manos y de los pies. Aprisionamiento de los pulgares en tomillos de banco.
El forzamiento de las cosas más inmundas garganta abajo, por las cuales muchos
quedaron ahogados. El pensamiento con sogas alrededor de la cabeza de tal
manera que la sangre brotaba de los ojos, de la nariz, de los oídos y de la
boca. Cerillas ardiendo en los dedos de las manos y de los pies, en los brazos
y piernas, y hasta en la lengua. Poner pólvora en la boca, y prenderla, con lo
que la cabeza volaba en pedazos. Atar bolsas de pólvora por todo el cuerpo, con
lo que la persona era destrozada por la explosión. Tirar en vaivén de sogas que
atravesaban las carnes. Incisiones en la piel con instrumentos cortantes.
Inserción de alambres a través de la nariz, de los oídos, labios, etc.
Colgar a los protestantes por las
piernas, con sus cabezas sobre un fuego, por lo que quedaban secados por el
fuego. Colgarlos de un brazo hasta que quedaba dislocado. Colgar de garfios a
través de las costillas. Obligar a beber hasta que la persona reventaba. Cocer
a muchos en hornos ardientes. Fijación de pesos en los pies, subiendo a muchos
Juntos con una polea. La horca, asfixia, asamiento, apuñalamiento, freimiento,
el potro, la violación, el destripamiento, el quebrantamiento de los huesos, el
despellejamiento, el descuartizamiento entre caballos indómitos, ahogamiento,
estrangulación, cocción, crucifixión, emparedamiento, envenenamiento,
cortamiento de lenguas, narices, oídos, etc., aserramiento de los miembros,
troceamiento a hachazos y arrastre por los pies por las calles.
Estas enormes crueldades serán un
baldón perpetuo sobre la memoria del Conde Tilly, que no sólo cometió sino que
mandó a las tropas que las pusieran en práctica. Allí donde llegaba seguían las
más horrendas barbaridades y crueles depredaciones; el hambre y el fuego
señalaban sus avances, porque destruía todos los alimentos que no podía
llevarse consigo, y quemaba todas las ciudades antes de dejarlas, de modo que
el resultado pleno de sus conquistas eran el asesinato, la pobreza y la
desolación.
A un anciano y piadoso teólogo lo
desnudaron, lo ataron boca arriba sobre una mesa, y ataron un gato grande y
fiero sobre su vientre. Luego pellizcaron y atormentaron al gato de tal manera
que en su furia le abrió el vientre y le remordió las entrañas.
Otro ministro y su familia fueron
apresados por estos monstruos inhumanos; violaron a su mujer e hija delante de
él, enclavaron a su hijo recién nacido en la punta de una lanza, y luego,
rodeándole de todos sus libros, les prendieron fuego, y fue consumido en medio
de las llamas.
En Hesse-Cassel, algunas de las tropas
entraron en un hospital, donde había principalmente mujeres locas, y desnudando
a aquellas pobres desgraciadas, las hicieron correr por la calle a modo de
diversión, dando luego muerte a todas.
En Pomerania, algunas de las tropas
imperiales que entraron en una ciudad pequeña tomaron a todas las mujeres
jóvenes, y a todas las muchachas de más de diez años, y poniendo a sus padres
en un círculo, les mandaron cantar Salmos, mientras violaban a sus niñas,
diciéndoles que si no lo hacían, las despedazarían después. Luego tomaron a
todas las mujeres casadas que tenían niños pequeños, y las amenazaron que si no
consentían a gratificar sus deseos, quemarían a sus niños delante de ellas en
un gran fuego, que habían encendido para ello.
Una banda de soldados del Conde Tilly
se encontraron con un grupo de mercaderes de Basilea, que volvían del gran
mercado de Estrasburgo, e in tentaron rodearlos. Sin embargo, todos escaparon
menos diez, dejando sus bienes tras ellos. Los diez que fueron tomados rogaron
mucho por sus vidas, pero los soldados los asesinaron diciendo: «Habéis de
morir, porque sois herejes, y no tenéis dinero.»
Los mismos soldados encontraron a dos condesas
que, junto con algunas jóvenes damas, las hijas de una de ellas, estaban dando
un paseo en un landau. Los soldados les perdonaron la vida, pero las trataron
con la mayor indecencia, y, dejándolas totalmente desnudas, mandaron al cochero
que prosiguiera.
Por la mediación de Gran Bretaña, se
restauró finalmente la paz en Alemania, y los protestantes quedaron sin ser
molestados durante varios años, hasta que se dieron nuevas perturbaciones en el
Palatinado, que tuvieron estas causas.
La gran Iglesia del Espíritu Santo, en
Heidelberg, había sido compartida durante muchos años por los protestantes y
católicos romanos de esta manera: los protestantes celebraban el servicio
divino en la nave o cuerpo de la iglesia; los católicos romanos celebraban Misa
en el coro. Aunque ésta había sido la costumbre desde tiempos inmemoriales, el
elector del Palatinado, finalmente, decidió no permitirlo más, declarando que
como Heidelberg era su capital, y la Iglesia del Espíritu Santo la catedral de
su capital, el servicio divino debía ser llevado a cabo sólo según los ritos de
la Iglesia de la que él era miembro. Entonces prohibió a los protestantes
entrar en la iglesia, y dio a los papistas su entera posesión.
El pueblo, agraviado, apeló a los
poderes protestantes para que se les hiciera justicia, lo que exasperó de tal
modo al elector que suprimió el catecismo de Heidelberg. Sin embargo, los
poderes protestantes acordaron unánimes exigir satisfacciones, por cuanto el
elector, con su conducta, había quebrantado un artículo del tratado de
Westfalia; también las cortes de Gran Bretaña, Prusia, Holanda, etc., enviaron
embajadores al elector, para exponerle la injusticia de su proceder, y para
amenazarle que, a no ser que cambiara su conducta para con los protestantes del
Palatinado, ellos tratarían también a sus Súbditos católicos romanos con la
mayor severidad.
Tuvieron lugar muchas y violentas
disputas entre los poderes protestantes y los del elector, y estas se vieron
muy incrementadas por el siguiente incidente: estando el carruaje de un
ministro holandés delante de la puerta del embajador residente enviado por el
príncipe de Hesse, una compañía apareció llevando la hostia a casa de un
enfermo; el cochero no le prestó la menor atención, lo que observaron los
acompañantes de la hostia, y lo hicieron bajar de su asiento, obligándole a
poner la rodilla en el suelo. Esta violencia contra la persona de un criado de
un ministro público fue mal vista por todos los representantes protestantes; y
para agudizar aún más las diferencias, los protestantes presentaron a los
representantes tres artículos de queja:
1. Que se
ordenaban ejecuciones militares contra todos los zapateros protestantes que
rehusaban contribuir a las Misas de San Crispín.
2. Que a los
protestantes se les prohibía trabajar en días santos de los papistas, incluso
en la época de la cosecha, bajo penas muy severas, lo que ocasionaba graves
inconvenientes y causaba graves perjuicios a las actividades públicas.
3. Que varios
ministros protestantes habían sido desposeídos de sus iglesias, bajo la
pretensión de haber sido fundadas y edificadas originalmente por católicos
romanos.
Finalmente, los representantes
protestantes se pusieron tan apremiantes como para insinuarle al elector que la
fuerza de las armas le iba a obligar a hacer la justicia que había negado a su
embajada. Esta amenaza lo volvió a la razón, porque bien conocía la
imposibilidad de llevar a cabo una guerra contra los poderosos estados que le
amenazaban. Por ello, accedió a que la nave de la Iglesia del Espíritu Santo
les fuera devuelta a los protestantes. Restauró el catecismo de Heidelberg,
volvió a dar a los ministros protestantes la posesión de las iglesias de las
que habían sido desposeídos, permitió a los protestantes trabajar en días
santos de los papistas, y ordenó que nadie fuera molestado por no arrodillarse
cuando pasara la hostia por su lado.
Estas cosas las hizo por temor, pero
para mostrar su resentimiento contra sus súbditos protestantes, en otras
circunstancias en las que los poderes protestantes no tenían derecho a
interferir, abandonó totalmente Heidelberg, traspasando todas las cortes de
justicia a Mannheim, que estaba totalmente habitada por católicos romanos.
Asimismo edificó allí un nuevo palacio, haciendo de él su lugar de residencia;
y, siendo seguido por los católicos de Heidelberg, Mannheim se convirtió en un
lugar floreciente.
Mientras tanto, los protestantes de
Heidelberg quedaron sumidos en la pobreza, y muchos quedaron tan angustiados
que abandonaron su país nativo, buscando asilo en estados protestantes. Un gran
número de estos fueron a Inglaterra, en tiempos de la Reina Ana, donde fueron
cordialmente recibidos, y hallaron la más humanitaria ayuda, tanto de
donaciones públicas como privadas.
En 1732, más de treinta mil
protestantes fueron echados del arzobispado de Salzburgo, en violación del
tratado de Westfalia. Salieron en lo más crudo del invierno, con apenas las
ropas suficientes para cubrirles, y sin provisiones, sin permiso para llevarse
nada consigo. Al no ser acogida la causa de esta pobre gente por aquellos
estados que hubieran podido obtener reparación, emigraron a varios países
protestantes, y se asentaron en lugares donde pudieran gozar del libre
ejercicio de su religión, sin daño a sus conciencias, y viviendo libres de las
redes de la superstición papal, y de las cadenas de la tiranía papal.
PERSECUCIONES
EN LOS PAISES BAJOS
Historia de las persecuciones en los
Países Bajos Habiéndose
extendido con éxito la luz del Evangelio por los Países Bajos, el Papa instigó
al emperador a iniciar una persecución contra los protestantes; muchos cayeron
entonces mártires bajo la malicia supersticiosa y el bárbaro fanatismo, entre
los que los más notables fueron los siguientes.
Wendelinuta, una piadosa viuda
protestante, fue prendida por causa de su religión, y varios monjes intentaron,
sin éxito, que se retractara. Como no podían prevalecer, una dama católica
romana conocida suya deseó ser admitida en la mazmorra donde ella estaba
encerrada, prometiendo esforzarse por inducir a la prisionera a abjurar de la
religión reformada. Cuando fue admitida a la mazmorra, hizo todo lo posible por
llevar a cabo la tarea que había emprendido; pero al ver inútiles sus
esfuerzos, dijo: «Querida Wendelinuta, si no abrazas nuestra fe, mantén al menos
secretas las cosas que tú profesas, y trata de alargar tu vida.»
A lo que la viuda le contestó: «Señora,
usted no sabe lo que dice; porque con el corazón creemos para justicia, pero
con la boca se hace confesión para salvación.» Como rehusó rotundamente
retractarse, sus bienes fueron confiscados, y ella fue condenada a la hoguera.
En el lugar de la ejecución, un monje le presentó una cruz, y la invitó a
besarla y a adorar a Dios. A esto ella respondió: «No adoro yo a ningún dios de
madera, sino al Dios eterno que está en el cielo.» Entonces fue ejecutada, pero
por mediación de la dama católica romana antes mencionada, le fue concedido el
favor de ser estrangulada antes de ponerse fuego a la leña.
Dos clérigos protestantes fueron
quemados en Colen; un comerciante de Amberes, llamado Nicolás, fue atado en un
saco, y echado al río y ahogado. Y Pistorius, un erudito estudiante, fue
llevado al mercado de un pueblo holandés en una camisa de fuerza, y allí
lanzado a la hoguera.
Dieciséis protestantes fueron sentenciados
a decapitación y se ordenó a un ministro protestante que asistiera a la
ejecución. Este hombre llevó a cabo la función de su oficio con gran propiedad,
exhortándolos al arrepentimiento, y les dio consolación en las misericordias de
su Redentor. Tan pronto los dieciséis fueron decapitados, el magistrado le
gritó al verdugo: «Te falta aún dar un golpe, verdugo; debes decapitar al
ministro; nunca podrá morir en mejor momento que éste, con tan buenos preceptos
en su boca y unos ejemplos tan loables delante de él.» Fue entonces decapitado,
aunque hasta muchos de los mismos católicos romanos reprobaron este gesto de
crueldad pérfida e innecesaria.
Jorge Scherter, ministro de Salzburgo,
fue prendido y encerrado en prisión por instruir a su grey en el conocimiento
del Evangelio. Mientras estaba en su encierro, escribió una confesión de su fe.
Poco después de ello fue condenado, primero a ser decapitado, y luego a ser
quemado. De camino al lugar de la ejecución les dijo a los espectadores: «Para
que sepáis que muero como cristiano, os daré una señal.» Y esto se verificó de
una manera de lo más singular, porque después que le fuera cortada la cabeza,
el cuerpo yació durante un cierto tiempo con el vientre abajo, pero se giró
repentinamente sobre la espalda, con el pie derecho cruzado sobre el izquierdo,
y también el brazo derecho sobre el izquierdo; y así quedó hasta que fue
lanzado al fuego.
En Louviana, un erudito hombre llamado
Percinal fue asesinado en prisión; Justus Insparg fue decapitado por tener en
su poder los sermones de Lutero.
Giles Tilleman, un cuchillero de
Bruselas, era un hombre de gran humanidad y piedad. Fue apresado entre otras
cosas por ser protestante, y los monjes se esforzaron mucho por persuadirle a
retractarse. Tuvo una vez, accidentalmente una buena oportunidad para huir, y
al preguntársele por qué no la había aprovechado, dijo: «No quería hacerle
tanto daño a mis carceleros como les había sucedido, si hubieran tenido que
responder de mi ausencia si hubiera escapado.» Cuando fue sentenciado a la
hoguera, dio fervientemente gracias a Dios por darle la oportunidad, por medio
del martirio, de glorificar Su nombre.
Viendo en el lugar de la ejecución una
gran cantidad de leña, pidió que la mayor parte de la misma fuera dada a los
pobres, diciendo: «Para quemarme a mi será suficiente con poco.» El verdugo se
ofreció a estrangularle antes de encender el fuego, pero él no quiso consentir,
diciéndole que desafiaba a las llamas, y desde luego expiró con tal compostura
en medio de ellas que apenas si parecía sensible a sus efectos.»
En el año 1543 y 1544 la persecución se
abatió por Flandes de la manera más violenta y cruel. Algunos fueron condenados
a prisión perpetua, otros a destierro perpetuo; pero la mayoría eran muertos
bien ahorcados, o bien ahogados, emparedados, quemados, mediante el potro, o
enterrados vivos.
Juan de Boscane, un celoso protestante,
fue prendido por su fe en la ciudad de Amberes. En su juicio profesó firmemente
ser de la religión reformada, lo que llevó a su inmediata condena. Pero el
magistrado temía ejecutarlo públicamente, porque era popular debido a su gran
generosidad y casi universalmente querido por su vida pacífica y piedad
ejemplar. Decidiéndose una ejecución privada, se dio orden de ejecutarlo en la
prisión. Por ello, el verdugo lo puso en una gran bañera; pero debatiéndose
Boscane, y sacando la cabeza fuera del agua, el verdugo lo apuñaló con una daga
en varios lugares, hasta que expiro.
Juan de Buisons, otro protestante, fue
prendido secretamente, por el mismo tiempo en Amberes, y ejecutado
privadamente. Siendo grande el número de protestantes en aquella ciudad, y muy
respetado el preso, los magistrados temían una insurrección, y por esta razón
ordenaron su decapitación en la prisión.
En el año del Señor de 1568, tres
personas fueron prendidas en Amberes, llamadas Scoblant, Hues y Coomans.
Durante su encierro se comportaron con gran fortaleza y ánimo, confesando que
la mano de Dios se manifestaba en lo que les había sucedido, e inclinándose
ante el trono de Su providencia. En una epístola a algunos dignatarios
protestantes, se expresaron con las siguientes palabras: «Por cuanto es la
voluntad del Omnipotente que suframos por Su nombre y que seamos perseguidos
por causa de Su Evangelio, nos sometemos pacientemente, y estamos gozosos por
esta oportunidad; aunque la carne se rebele contra el espíritu, y oiga al
consejo de la vieja serpiente, sin embargo las verdades del Evangelio impedirán
que sea aceptado su consejo, y Cristo aplastará la cabeza de la serpiente.
No estamos sin consuelo en el encierro,
porque tenemos fe; no tememos a la aflicción, porque tenemos esperanza; y
perdonamos a nuestros enemigos, porque tenemos caridad. No tengáis temor por
nosotros; estamos felices en el encierro gracias a las promesas de Dios, nos
gloriamos en nuestras cadenas, y exultamos por ser considerados dignos de
sufrir por causa de Cristo. No deseamos ser libertados, sino bendecidos con
fortaleza; no pedimos libertad, sino el poder de la perseverancia; y no
deseamos cambio alguno en nuestra condición, sino aquel que ponga una corona de
martirio sobre nuestras cabezas.»
Scoblant fue juzgado primero. Al
persistir en la profesión de su fe, recibió la sentencia de muerte. Al volver a
la cárcel, le pidió seriamente a su carcelero que no permitiera que le visitara
ningún fraile. Dijo así: «Ningún bien me pueden hacer, sino que pueden
perturbarme mucho. Espero que mi salvación ya está sellada en el cielo, y que
la sangre de Cristo, en la que pongo mi firme confianza, me ha lavado de mis
iniquidades. Voy ahora a echar de mí este ropaje de barro para ser revestido de
un ropaje de gloria eterna, por cuyo celeste resplandor seré liberado de todos
los errores. Espero ser el último mártir de la tiranía papal, y que la sangre
ya derramada sea considerada suficiente para apagar la sed de la crueldad
papal; que la Iglesia de Cristo tenga reposo aquí, como sus siervos lo tendrán
en el más allá.» El día de su ejecución se despidió patéticamente de sus
compañeros de prisión. Atado en la estaca oró fervientemente la Oración del
Señor, y cantó el Salmo Cuarenta; luego encomendó su alma a Dios, y fue quemado
vivo.
Poco después Hues murió en prisión, y
por esta circunstancia Coomans escribió a sus amigos: «Estoy ahora privado de
mis amigos y compañeros; Scoblant ha sufrido martirio, y Hues ha muerto por la
visitación del Señor; pero no estoy solo: tengo conmigo al Dios de Abraham, de
Isaac y de Jacob; El es mi consuelo, y será mi galardón. Orad a Dios que me
fortalezca hasta el fin, por cuanto espero a cada momento ser liberado de esta
tienda de barro.»
En su juicio confesó abiertamente ser
de la religión reformada, respondió con fortaleza varonil a cada una de las
acusaciones que se le hacían, y demostró con el Evangelio lo Escriturario de
sus respuestas. El juez le dijo que las únicas alternativas eran la
retractación o la muerte, y terminó diciendo: «¿Morirás por la fe que
profesas?» A esto Coomans replicó: «No sólo estoy dispuesto a morir, sino
también a sufrir las torturas más crueles por ello; después, mi alma recibirá
su confirmación de parte del mismo Dios, en medio de la gloria eterna.»
Condenado, se dirigió lleno de ánimo al lugar de la ejecución, y murió con la
más varonil fortaleza y resignación cristiana.
Guillermo de Nassau cayó víctima de la
perfidia, asesinado a los cincuenta y un años de edad por Baltasar Gerard,
natural del Franco Condado, en la provincia de Borgoña. Este asesino, con la
esperanza de una recompensa aquí y en el más allá por matar a un enemigo del
rey de España y de la religión católica, emprendió la acción de matar al
Príncipe de Orange. Procurándose armas de fuego, lo vigiló mientras pasaba a
través del gran vestíbulo de su palacio hacia la comida, y le pidió un
pasaporte. La princesa de Orange, viendo que el asesino hablaba con una voz
hueca y confusa, preguntó quién era, diciendo que no le gustaba su cara. El
príncipe respondió que se trataba de alguien que pedía un pasaporte, que le
sería dado pronto.
Nada más pasó antes de la comida, pero
al volver el príncipe y la princesa por el mismo vestíbulo, terminada la
comida, el asesino, oculto todo lo que podía tras uno de los pilares, disparó
contra el príncipe, entrando las balas por el lado izquierdo y penetrando en el
derecho, hiriendo en su trayectoria el estómago y órganos vitales. Al recibir
las heridas, el príncipe sólo dijo: «Señor, ten misericordia de mi alma, y de
esta pobre gente,» y luego expiró inmediatamente.
Las lamentaciones por la muerte del
Príncipe de Orange fueron generales por todas las Provincias Unidas, y el
asesino, que fue tomado de inmediato, recibió la sentencia de ser muerto de la
manera más ejemplar, pero tal era su entusiasmo, o necedad, que cuando le
desgarraban las carnes con tenazas al rojo vivo, decía fríamente: «Si estuviera
en libertad, volvería a hacerlo.»
El funeral del Príncipe de Orange fue
el más grande jamás visto en los Países Bajos, y quizá el dolor por su muerte
el más sincero, porque dejó tras de sí el carácter que honradamente merecía, el
de padre de su pueblo.
Para concluir, multitudes fueron asesinadas
en diferentes partes de Flandes; en la ciudad de Valence, en particular,
cincuenta y siete de los principales habitantes fueron brutalmente muertos en
un mismo día por rehusar abrazar la superstición romanista; y grandes números
fueron dejados languidecer en prisión hasta morir por lo insano de sus
mazmorras.
HISTORIA DE WILLIAM TYNDALE
LA VIDA E HISTORIA DEL VERDADERO SIERVO Y MÁRTIR DE DIOS, WILLIAM
TYNDALE
Debemos ahora pasar a la historia del
buen mártir de Dios, William Tyndale, que fue un instrumento especial designado
por el Señor, y como vara de Dios para sacudir las raíces interiores y los
fundamentos de los soberbios prelados papales, de manera que el gran príncipe
de las tinieblas, con sus impíos esbirros, teniendo una especial inquina contra
él, no dejó nada sin remover para poderlo atrapar a traición y falsedad, y
derramar su vida maliciosamente, como se verá por la historia que aquí damos de
lo sucedido.
William Tyndale, el fiel ministro de
Cristo, nació cerca de la frontera con Cales, y fue criado desde niño en la
Universidad de Oxford, donde, por su larga estancia, creció tanto en el
conocimiento de los idiomas y de otras artes liberales, como especialmente en
el conocimiento de las Escrituras, a las que su mente estaba especialmente
adicta; y esto hasta tal punto que él, encontrándose entonces en Magdalen Hall,
leía en privado a ciertos estudiantes y miembros del Magdalen College algunas
partes de teología, instruyéndolos en conocimiento y en la verdad de las
Escrituras. Correspondiéndose su manera de vivir y conversación con las mismas
hasta tal punto, que todos los que le conocían le consideraban como un hombre
de las más virtuosas inclinaciones y de una vida intachable.
Así que fue creciendo más y más en su
conocimiento en la Universidad de Oxford, y acumulando grados académicos,
viendo su oportunidad, pasó de allí a la Universidad de Cambridge, donde
también se quedó un cierto tiempo. Habiendo ahora madurado adicionalmente en el
conocimiento de la Palabra de Dios, dejando aquella universidad fue a un
Maestro Welch, un caballero de Gloucestershire, y allí trabajó como tutor de
sus hijos, estando en el favor de su señor.
Como este caballero mantenía en su mesa
un buen menú para el público, allí acudían muchas veces abades, deanes, arcedianos,
con otros doctores y hombres de rentas; ellos, sentados a la misma mesa que el
Maestro Tyndale, solían muchas veces conversar y hablar acerca de hombres
eruditos, como Lutero y Erasmo, y también de otras diversas controversias y
cuestiones acerca de las Escrituras.
Entonces el Maestro Tyndale, que era
erudito y buen conocedor de los asuntos de Dios, no ahorraba esfuerzos por
mostrarles de manera sencilla y llana su juicio, y cuando ellos en algún punto
no concordaban con Tyndale, él se lo mostraba claramente en el Libro, y ponía
de manera llana delante de ellos los pasajes abiertos y manifiestos de la
Escritura, para confutar los errores de sus oyentes y establecer lo que decía.
Así continuaron por un cierto tiempo, razonando y discutiendo juntos en varias
ocasiones, hasta que al final se cansaron, y comenzaron a sentir un secreto
resentimiento contra él en sus corazones.
Al ir esto creciendo, los sacerdotes de
la región, uniéndose, comenzaron a murmurar y a sembrar sentimientos en contra
de Tyndale, calumniándolo en las tabernas y otros lugares, diciendo que sus
palabras eran herejía, y le acusaron secretamente ante el canciller y ante
otros de los oficiales del obispo.
Sucedió no mucho después que se
concertó una sesión del canciller del obispo, y se dio aviso a los sacerdotes
para que comparecieran, entre los que también fue llamado el Maestro Tyndale. Y
no hay certeza de si él tenía temores debido a las amenazas de ellos, o si
alguien le había avisado de que ellos iban a hacerle objeto de sus acusaciones,
pero lo cierto es que (como él mismo declaró) dudaba del resultado de sus
acusaciones; por lo que por el camino clamó intensamente a Dios en su mente,
para que le diera fuerzas para mantenerse firme en la verdad de Su Palabra.
Cuando llegó el momento para comparecer
delante del canciller, éste le amenazó gravemente, insultándole y tratándole
como si fuera un perro, acusándolo de muchas cosas para las que no se podía
hallar testigo alguno, a pesar de que los sacerdotes de la región estaban
presentes. Así, el Maestro Tyndale, escapando de sus manos, partió para casa, y
volvió de nuevo a su patrón.
No lejos de allí vivía un cierto doctor
que había sido canciller de un obispo, y que hacía tiempo era conocido familiar
del Maestro Tyndale y le favorecía; el Maestro Tyndale fue entonces a
visitarle, y le abrió su corazón acerca de diversas cuestiones de la Escritura;
porque con él se atrevía a hablar abiertamente. Y el doctor le dijo: «¿No
sabéis que el Papa es el mismo Anticristo de quien habla la Escritura? Pero
tened cuidado con lo que decís; porque si se llega a saber que mantenéis esta
postura, os costará la vida.»
No mucho tiempo después de esto sucedió
que el Maestro Tyndale estaba en compañía de un cierto teólogo, considerado
como erudito, y al conversar y discutir con él, lo condujo a esta cuestión,
hasta que el dicho gran doctor prorrumpió en estas palabras blasfemas: «Mejor
estaríamos sin las leyes de Dios que sin las del Papa.» El Maestro Tyndale, al
oír esto, lleno de celo piadoso y no soportando estas palabras blasfemas,
replicó: «Yo desafío al Papa y todas sus leyes». Y añadió que si Dios le
concedía vida, antes de muchos años haría que un chico que trabajara detrás del
arado conociera más de las Escrituras que él.
El resentimiento de los sacerdotes fue
creciendo más y más contra Tyndale, no cejando nunca en sus ladridos y acoso,
acusándole acerbamente de muchas cosas, diciendo que era un hereje. Al verse
tan molestado y hostigado, se vio obligado a irse del país, y a buscarse otro
lugar; y acudiendo al Maestro Welch, le pidió que le dejara ir de buena
voluntad, diciéndole estas palabras: «Señor, me doy cuenta que no se me
permitirá quedarme mucho en esta región, y tampoco podréis vos, aunque
quisierais, protegerme de las manos de los clérigos, cuyo desagrado podría
extenderse a vos si me siguierais cobijando. Esto lo sabe Dios; y esto yo lo
sentiría profundamente.»
De manera que el Maestro Tyndale
partió, con el beneplácito de su patrón, y se dirigió inmediatamente a Londres,
donde predicó por algún tiempo, como había hecho en el campo.
Acordándose de Cutberto Tonstal,
entonces obispo de Londres, y especialmente de los grandes encomios que Erasmo
hacia en sus notas de Tonstal por su erudición, Tyndale pensó para sí que si
podía ponerse a su servicio, sería feliz. Acudiendo a Sir Enrique Guilford,
controlador del rey, y llevando consigo una oración de Isócrates, que había
traducido del griego al inglés, le pidió que hablara por él al mencionado
obispo, lo que éste hizo; también le pidió que escribiera una carta al obispo y
que fuera con él a verle.
Lo hicieron, y entregaron la carta a un
siervo del obispo, llamado William Hebilthwait, un viejo conocido. Pero Dios,
que dispone secretamente el curso de las cosas, vio que no era lo mejor para el
propósito de Tyndale, ni para provecho de Su Iglesia, y por ello le dio que
hallara poco favor a los ojos del obispo, el cual respondió así: Que su casa
estaba llena, que tenía más de lo que podía usar, y que le aconsejaba que
buscara por otras partes de Londres, donde, le dijo, no carecería de ocupación.
Rechazado por el obispo, acudió a
Humphrey Mummuth, magistrado de Londres, y le pidió que le ayudara; éste le dio
hospitalidad en su casa, donde vivió Tyndale (como dijo Mummuth) como un buen
sacerdote, estudiando día y noche. Sólo comía carne asada por su beneplácito, y
tan sólo bebía una pequeña cerveza. Nunca se le vio vestido de lino en la casa
en todo el tiempo que vivió en ella.
Y así se quedó el Maestro Tyndale en
Londres casi un año, observando el curso del mundo, y especialmente la conducta
de los predicadores, cómo se jactaban y establecían su autoridad; contemplando
también la pompa de los prelados, con otras más cosas, lo que le disgustaba
mucho; hasta el punto de que vio que no sólo no había lugar en la casa del
obispo para que él pudiera traducir el Nuevo Testamento, sino también que no
había lugar donde hacerlo en toda Inglaterra.
Por ello, y habiendo recibido por
providencia de Dios alguna ayuda de parte de Humphrey Mummuth y de ciertos
otros buenos hombres, se fue del reino, dirigiéndose a Alemania, donde el buen
hombre, inflamado por solicitud y celo por su país, no rehusó trabajos ni
diligencia alguna por llevar a sus hermanos y compatriotas ingleses al mismo
gusto y comprensión de la Santa Palabra y verdad de Dios que le había concedido
Dios a él. Así, meditando y también conferenciando con Juan Frith, Tyndale
pensó que la mejor manera de alcanzar este fin sería que si la Escritura podía
ser trasladada al habla del vulgo, que la gente pobre podría leer y ver la
llana y simple Palabra de Dios.
Se dio cuenta de que no sería posible
establecer a los laicos en ninguna verdad excepto si las Escrituras eran
puestas de manera tan llana ante sus ojos en su lengua materna que pudieran ver
el sentido del texto; porque en caso contrario cualquier verdad que les fuera
enseñada sería apagada por los enemigos de la verdad, bien con sofismas y
tradiciones inventadas, carentes de toda base en la Escritura; o bien
manipulando en texto, exponiéndolo en un sentido absurdo, ajeno al texto, si se
vela el verdadero sentido del mismo.
El Maestro Tyndale consideraba que ésta
era la única causa, o al menos la principal, de todos los males de la Iglesia
que las Escrituras estaban escondidas de los ojos de la gente; porque por ello
no se podía advertir lo abominable de las acciones e idolatrías practicadas por
el farisaico clero; por ello estos dedicaban todos sus esfuerzos y poder a
suprimir este conocimiento, de modo que o bien no fueran leídas en absoluto, o,
que si se leían, su recto sentido pudiera quedar oscurecido por medio de sus
sofismas, y así poner lazo a los que reprendían o menospreciaban sus
abominaciones; torciendo las Escrituras con sus propios propósitos, en contra
del sentido del texto, engañaban así a los laicos sin conocimientos de manera
que aunque uno sintiera en su corazón y estuviera seguro de que todo lo que
decían era falso, sin embargo no se podía dar respuesta a sus sutiles
argumentos.
Por estas y otras semejantes
consideraciones, este buen hombre fue llevado por Dios a traducir las
Escrituras a su lengua materna, para el provecho de la gente sencilla de su
país; primero sacó el Nuevo Testamento, que fue impreso el 1525 d.C. Cutberto
Tonstal, obispo de Londres, junto con Sir Tomás More, muy agraviados, tramaron
como destruir esta traducción falsa y errónea, como ellos la llamaban.
Sucedió que un tal Agustín Packington,
que era sedero, estaba entonces en Amberes, donde se encontraba el obispo. Este
hombre favorecía a Tyndale, pero simuló lo contrario ante el obispo, deseoso de
llevar a cabo su propósito, le dijo que de buena gana compraría los Nuevos
Testamentos. Al oír esto, Packington le dijo: «¡Señor!, ¡Yo puedo hacer más en
esto que la mayoría de los mercaderes que hay aquí, si os place; porque conozco
a los holandeses y extranjeros que los han comprado a Tyndale; si le place a
vuestra señoría, tendré que desembolsar el dinero para pagarlos, o no podré
obtenerlos, y esto os asegurará tener todos los libros impresos y no vendidos.»
El obispo, que pensaba haber atrapado a Dios, le dijo: «Date prisa, buen maese
Packington; consíguemelos, y te pagaré lo que valgan; porque es mi intención
quemarlos y destruirlos en Paul's Cross.» Este Agustín Packington fue a William
Tyndale, y le explicó lo sucedido, y así, por el arreglo hecho entre ellos, el
obispo de Londres obtuvo los libros, Packington su agradecimiento, y Tyndale el
dinero.
Después de esto, Tyndale corrigió de
nuevo aquel mismo Nuevo Testamento, y lo hizo volver a imprimir, con lo que
llegaron mucho más numerosos a Inglaterra. Cuando el obispo se dio cuenta de
ello, envió a buscar a Packington, y le dijo: «¿Qué ha sucedido que hay tantos
Nuevos Testamentos esparcidos? Me prometiste que los ibas a comprar todos.»
Entonces Packington le repuso: «Si, compré todos los que había, pero veo que
desde entonces han imprimido más. Veo que esto nunca mejorará en tanto que
tengan letras e imprentas; por ello, lo mejor será comprar las imprentas y
entonces estaréis seguro». El obispo se sonrió ante esta respuesta, y así quedó
la cosa.
Poco tiempo después sucedió que Jorge
Constantino fue prendido, como sospechoso de ciertas herejías, por Sir Tomás
More, que era entonces canciller de Inglaterra. Y More le preguntó diciéndole:
«¡Constantino! Quisiera que me fueras claro en una cosa que te preguntaré; y te
prometo que te mostraré favor en todas las otras cosas de que se te acusa. Más
allá del mar están Tyndale, Joye, y muchos de vosotros. Sé que no pueden vivir
sin ayuda. Los hay que los socorren con dinero, y que tú, estando con ellos, has
tenido tu parte, y que por tanto sabes de donde viene.
Te ruego que me digas: ¿de dónde
proviene todo esto?» «Mi señor,» le contestó Constantino, «os diré la verdad;
es el obispo de Londres que nos ha ayudado, por cuanto nos ha dado mucho dinero
por Nuevos Testamentos para quemarlos; y esto es lo que ha sido, y sigue
siendo, nuestro único auxilio y provisión.» «A fe,» dijo More, «que yo pienso
como vos; porque de esto le advertí al obispo antes que emprendiera esta
acción.»
Después de esto, Tyndale emprendió la
traducción del Antiguo Testamento, acabando los cinco libros de Moisés, con
varios de los más eruditos y piadosos prólogos más dignos de lectura una y otra
vez por parte de todos los buenos cristianos. Enviados estos libros por toda
Inglaterra, no se puede decir cuán grande fue la luz que se abrió a los ojos de
toda la nación inglesa, que antes estaban cerrados en tinieblas.
La primera vez que se fue del reino, se
dirigió a Alemania, donde conferenció con Lutero y otros eruditos; después de
haber pasado allá un cierto tiempo, se dirigió a los Países Bajos, y vivió
principalmente en la ciudad de Amberes.
Los piadosos libros de Tyndale, y
especialmente el Nuevo Testamento que tradujo, tras comenzar a llegar a manos
del pueblo, y a esparcirse, dieron un gran y singular provecho a los piadosos;
pero los impíos (envidiando y desdeñando que el pueblo fuera a ser más sabio
que ellos, y temiendo que los resplandecientes haces de la verdad descubrieran
sus obras de maldad) comenzaron a agitarse con no poco ruido.
Después que Tyndale hubo traducido
Deuteronomio, queriéndolo imprimir en Hamburgo, zarpó para allí; pero naufragó
frente a la costa de Holanda, perdiendo todos sus libros, escritos, copias,
dinero y tiempo, y se vio obligado a comenzar todo de nuevo. Llegó a Hamburgo
en otra nave, donde, citado, le esperaba Con verdad, que le ayudó en la
traducción de todos los cinco libros de Moisés, desde la Pascua hasta
diciembre, en la casa de una piadosa viuda, la señora Margarita Van Emmerson,
el año 1529 de nuestro Señor; en aquel tiempo se dio una gran epidemia de unas
fiebres sudoríficas en aquella ciudad. Así que, acabada su actividad en
Hamburgo, volvió a Amberes.
Cuando en la voluntad de Dios fue
publicado el Nuevo Testamento en la lengua común, Tyndale, su traductor, añadió
al final del mismo una epístola, en la que pedía que los eruditos corrigieran
su traducción, si encontraban algún error. Por ello, si hubiera habido
cualquier falta que mereciera ser corregida, hubiera sido una misión de
cortesía y bondad que hombres conocedores y con criterio mostraran en ello su
erudición, corrigiendo los errores que existieran. Pero el clero, que no
querían que el libro prosperara, clamaron contra él que había mil herejías
entre sus cubiertas, y que no debía ser corregido sino totalmente suprimido.
Algunos decían que no era posible traducir las Escrituras al inglés; algunos
que no era legitimo que los laicos las tuvieran; algunos que iba a hacer
herejes de todos ellos. Y con el fin de inducir a los gobernantes temporales a
llevar a cabo los designios de ellos, dijeron que llevaría al pueblo a
rebelarse contra el rey.
Todo esto lo narra el mismo Tyndale, en
su prólogo antes del primer libro de Moisés, mostrando además con qué cuidado
fue examinada su traducción, y comparándola con sus propias imaginaciones, y
supone que con mucho menos trabajo hubieran podido traducir una gran parte de
la Biblia, mostrando además que repasaron y examinaron cada tilde y jota de tal
manera, y con tal cuidado, que no había una sola que, si carecía del punto, no
lo observaran, y lo mostraran a gente ignorante como prueba de herejía.
Tantas y tan descaradas fueron las
tretas del clero inglés (que debieran haber sido los guías a la luz para el
pueblo), para impedir a la gente el conocimiento de las Escrituras, que ni las
querían traducir ellos mismos, ni permitir que otros las tradujeran; ello con
el fin (como dice Tyndale) de que manteniendo aún al mundo en tinieblas,
pudieran dominar las conciencias de la gente por medio de vanas supersticiones
y de falsas doctrinas, para satisfacer sus ambiciones y exaltar su propio honor
por encima del rey y del emperador.
Los obispos y prelados jamás
descansaron hasta lograr que el rey consintiera a sus deseos; en razón de lo
cual se redactó una proclamación a toda prisa, y establecida bajo autoridad
pública, en el sentido de que la traducción del Nuevo Testamento de Tyndale
quedaba prohibida. Esto tuvo lugar alrededor del 1537 d.C. Y no contentos con
ello, hicieron más aún, tratando de atrapar a Tyndale en sus redes y quitarle
la vida; ahora queda por relatar como lograron llevar a cabo sus fines.
En los registros de Londres aparece de
manera manifiesta cómo los obispos y Sir Tomás More, sabiendo lo que había
sucedido en Amberes, decidieron investigar y examinar todas las cosas acerca de
Tyndale, donde y con quién se alojaba, dónde estaba la casa, cuál era su
estatura, cómo se vestía, de qué refugios disponía. Y cuando llegaron a saber
todas estas cosas comenzaren a tramar sus planes.
Estando William Tyndale en la ciudad de
Amberes, se alojó durante alrededor de un año en la casa de Thomas Pointz, un
inglés que mantenía una casa de mercaderes ingleses. Allí fue un inglés que se
llamaba Henry Philips, siendo su padre cliente de Poole, un hombre apuesto,
como si fuera un caballero, con un siervo consigo. Pero nadie sabía la razón de
su llegada o el propósito con que había sido enviado.
Tyndale era frecuentemente invitado a
comer y a cenar con los mercaderes; por este medio este Henry Philips se
familiarizó con él, de manera que al cabo de un breve espacio de tiempo Tyndale
depositó gran confianza en él, y lo llevó a su alojamiento, a la casa de Thomas
Pointz; también lo tuvo con él una o dos veces para comer y cenar, e hizo tal
amistad con él que por su petición quedó en la misma casa del dicho Pointz, a
quien además le mostró sus libros y otros secretos de su estudio. Tan poco
desconfiaba Tyndale de este traidor.
Pero Pointz, que no tenía demasiada
confianza en aquel sujeto, le preguntó a Tyndale cómo había llegado a conocerle.
Tyndale le respondió que era un hombre honrado, bien instruido y muy agradable.
Pointz, al ver que le tenía en tanta estima, no dijo más, pensando que le
habría sido presentado por algún amigo. El dicho Philips, habiendo estado en la
ciudad tres o cuatro días, le pidió a Pointz que viniera con él fuera de la
ciudad para mostrarle unas mercaderías, y andando juntos fuera de la ciudad,
conversaron acerca de diversas cosas, incluyendo algunos asuntos del rey.
Con estas conversaciones, Pointz no
sospechó nada. Pero después, habiendo transcurrido el tiempo, Pointz se dio
cuenta de qué era lo que pensaba Philips: saber si él, por amor al dinero,
querría ayudarle para sus propósitos, porque se había dado ya cuenta de que
Philips era rico, y quería que Pointz lo supiera. Porque ya le había pedido
antes a Pointz que le ayudara para diversas cuestiones, y lo que había pedido
siempre lo había querido de la mejor calidad, porque, en sus palabras, «tengo
el suficiente dinero.»
Philips fue luego de Amberes a la corte
de Bruselas, que está a una distancia de allí como de veinticuatro millas
inglesas, desde donde se llevó consigo a Amberes al procurador general, que es
el fiscal del rey, con ciertos otros oficiales.
Al cabo de tres o cuatro días, Pointz
fue a la ciudad de Barrois, a unas dieciocho millas inglesas de Amberes, donde
le esperaban unos negocios que le iban a ocupar por espacio de un mes o de seis
semanas; y durante su ausencia Henry Philips volvió de nuevo a Amberes, a la
casa de Pointz, y entrando en ella habló con la esposa de éste, preguntándole
si estaba dentro el señor Tyndale. Luego salió, y dispuso en la calle y cerca
de la puerta a los oficiales que había traído de Bruselas. Alrededor del
mediodía volvió a entrar y se dirigió a Tyndale, pidiéndole cuarenta chelines,
diciéndole: «He perdido mi bolsa esta mañana, al hacer la travesía entre aquí y
Mechlin.» Así que Tyndale le dió cuarenta chelines, lo que no le costaba dar si
lo tenía, porque era simple e inexperto en las sutilezas malvadas de este mundo.
Luego Philips le dijo: «Señor Tyndale, usted será mi invitado hoy.» «No,» le
dijo Tyndale, «hoy salgo a comer, y usted me acompañará y será mi invitado en
un lugar donde será bien acogido. »
Así que cuando fue la hora de comer, el
señor Tyndale salió con Philips, y al salir de la casa de Pointz había un largo
y angosto pasillo, por lo que ambos no podían ir juntos. El señor Tyndale
hubiera querido que Philips pasara delante de él, pero éste pretendió mostrar
gran cortesía. Así que el señor Tyndale, que no tenía mucha estatura, pasó
primero, y Philips, hombre alto y apuesto, le siguió detrás; éste había
dispuesto oficiales a cada lado de la puerta, sentados, que podían ver quienes
pasaban por ella. Philip señaló con el dedo la cabeza de Tyndale, para que los
oficiales vieran a quién debían apresar.
Los oficiales le dijeron luego a
Pointz, cuando ya lo habían encarcelado, cómo les había apenado ver su
simplicidad. Lo llevaron al fiscal del emperador, donde comió. Luego el
procurador general fue a casa de Pointz, y tomó todo lo que pertenecía al señor
Tyndale, tanto sus libros como sus otras pertenencias; desde allí, Tyndale fue
enviado al castillo de Vilvorde, a dieciocho millas inglesas de Amberes.
Estando ya el señor Tyndale en la
cárcel, le ofrecieron un abogado y un procurador, lo cual rehusó, diciendo que
él haría su propia defensa. Predicó de tal manera a los que estaban encargados
de su custodia, y a los que estaban familiarizados con él en el castillo, que
dijeron de él que si él no era un buen cristiano, que no sabían quién podría
serlo.
Al final, tras muchos razonamientos,
cuando ninguna razón podía servir, aunque no merecía la muerte, fue condenado
en virtud del decreto del emperador, dado en la asamblea en Augsburgo. Llevado
al lugar de la ejecución, fue atado a la estaca, estrangulado por el verdugo, y
luego consumido por el fuego, en la ciudad de Vilvorde, el 1536 d.C. En la
estaca, clamó con un ferviente celo y con gran clamor: «¡Señor, abre los ojos
del rey de Inglaterra!
Tal fue el poder de su doctrina y la
sinceridad de su vida, que durante el tiempo de su encarcelamiento (que duró un
año y medio), convirtió, según se dice, a su guarda, a la hija del guarda, y a
otros de su familia.
Con respecto a su traducción del Nuevo
Testamento, por cuanto sus enemigos clamaban tanto contra ella, pretendiendo
que estaba llena de herejías, escribió a Juan Frith de la manera siguiente:
«Invoco a Dios como testigo, para el día en que tenga que comparecer ante
nuestro Señor Jesús, que nunca he alterado ni una sílaba de la Palabra de Dios
contra mi conciencia, ni lo haría hoy, aunque se me entregara todo lo que está
en la tierra, sea honra, placeres, o riquezas.»
HISTORIA DE
JUAN CALVINO
HISTORIA DE LA VIDA DE JUAN CALVINO
Este reformador nació en Noyon, en
Picardía, el 10 de Julio de 1509. Fue instruido en gramática, aprendiendo en
París bajo Maturino Corderius, y estudió filosofía en el College de Montaign
bajo un profesor español.
Su padre, que descubrió muchas señales
de su temprana piedad, particularmente en las reprensiones que hacía de los
vicios de sus compañeros, lo designó primero para la Iglesia, y lo presentó el
21 de mayo de 1521 a la capilla de Notre Dame de la Gesine, en la Iglesia de
Noyon. En 1527 le fue asignado el rectorado de Marseville, que cambió en 1529
por el rectorado de Ponti Eveque, cerca de Noyon. Su padre cambió luego de
pensamiento, y quiso que estudiara leyes, a lo que Calvino consintió bien
dispuesto, por cuanto, por su lectura de las Escrituras, había adquirido una
repugnancia por las supersticiones del papado, y dimitió de la capilla de
Gesine y del rectorado de Ponti Eveque, en 1534. Hizo grandes progresos en esta
rama del conocimiento, y mejoró no menos en su conocimiento de la teología con
sus estudios privados. En Bourges se aplicó al estudio del griego, bajo la
dirección del profesor Wolmar.
Reclamándole de vuelta a Noyon la
muerte de su padre, se quedó allí un breve tiempo, y luego pasó a París, donde
aun habiendo causado gran desagrado en la Sorbona y al Parlamento un discurso
de Nicolás Cop, rector de la Universidad de París, para el que Calvino preparó
los materiales, se suscitó una persecución contra los protestantes, y Calvino,
que apenas pudo escapar a ser arrestado en el College de Forteret, se vio
obligado a escapar a Xaintogne, después de haber tenido el honor de ser
presentado a la reina de Navarra, que había suscitado esta primera tormenta
contra los protestantes.
Calvino volvió a París el 1534. Este
año los reformados sufrieron malos tratos, lo que le decidió a abandonar
Francia, después de publicar un tratado contra los que creían que las almas de
los difuntos están en un estado de sueño. Se retiró a Basilea, donde estudió
hebreo; en este tiempo publicó su Institución de la Religión Cristiana, obra
que sirvió para esparcir su fama, aunque él mismo deseaba vivir en oscuridad.
Está dedicada al rey de Francia, Francisco I. A continuación, Calvino escribió
una apología por los protestantes que estaban siendo quemados por su religión
en Francia. Después de la publicación de esta obra, Calvino fue a Italia a
visitar a la duquesa de Ferara, una dama de gran piedad, por la que fue muy
gentilmente recibido.
De Italia se dirigió a Francia, y
habiendo arreglado sus asuntos privados, se propuso dirigirse a Estrasburgo o a
Basilea, acompañado por su único hermano sobreviviente, Antonio Calvino; pero
como los caminos no eran seguros debido a la guerra, excepto a través de los
territorios del duque de Saboya, escogió aquella carretera. «Esto fue una
dirección particular de la providencia,» dice Bayle: «Era su destino que se
instalara en Ginebra, y cuando se mostró dispuesto a ir más allá, se vio
detenido como por una orden del cielo, por así decirlo.»
En Ginebra, Calvino se vio por ello
obligado a acceder a la elección que el consistorio y los magistrados hicieron
recaer sobre su persona, con el consentimiento del pueblo, para que fuera uno
de sus ministros y profesor de teología. Quería sólo asumir este último oficio,
y no el otro, pero al final se vio forzado a tomar ambos, el agosto de 1536. Al
año siguiente, hizo declarar a todo el pueblo, bajo juramento, el asentimiento
de ellos a una confesión de fe que contenía una renuncia al papismo. Luego
indicó que no podría someterse a una normativa que había establecido
recientemente el cantón de Berna; por ello, los síndicos de Ginebra convocaron
a una asamblea del pueblo, y se ordenó que Calvino, Farel y otro ministro
abandonaran la ciudad en pocos días, por rehusar administrar los Sacramentos.
Calvino se retiró a Estrasburgo, y
estableció allí una iglesia francesa, de la que fue su primer ministro; también
fue designado para ser profesor de teología. Mientras tanto, el pueblo de
Ginebra le rogó tan intensamente que volviera a ellos, que consintió, y llegó
el 13 de septiembre de 1541, con gran satisfacción tanto del pueblo como de los
magistrados. Lo primero que hizo, tras su llegada, fue establecer una forma de
disciplina eclesiástica y una jurisdicción consistorial con el poder de
infligir censuras y castigos canónicos, hasta incluir la excomunión.
Ha sido el regocijo tanto de los
incrédulos como de algunos profesos cristianos, cuando quieren arrojar lodo
sobre las opiniones de Calvino, referirse a su papel en la muerte de Miguel
Servet. Esta ha sido la actitud que siempre adoptan los que han sido incapaces
de refutar sus opiniones, como si fuera un argumento concluyente contra todo su
sistema. «¡Calvino quemó a Servet, Calvino quemó a Servet'.» es una buena
prueba, para cierta clase de razonadores, de que la doctrina de la Trinidad no es
cierta, que la soberanía divina es anti escrituraria, y que el cristianismo es
una falsedad.
No tenemos deseo alguno de paliar
ninguna acción de Calvino que sea manifiestamente errónea. Creemos que no se
pueden defender todas sus acciones en relación con el desdichado asunto de
Servet. Pero deberíamos comprender que los verdaderos principios de la
tolerancia religiosa eran muy poco comprendidos en tiempos de Calvino. Todos
los demás reformadores que entonces vivían aprobaron la conducta de Calvino.
Incluso el gentil y amigable Melancton se expresó en relación a este asunto de
la manera siguiente.
Dice él en una carta dirigida a
Bullinger: «He leído tu declaración acerca de la blasfemia de Servet, y encomio
tu piedad y juicio; y estoy convencido de que el Consejo de Ginebra ha actuado
rectamente al dar muerte a este hombre obstinado, que nunca habría cejado en
sus blasfemias. Estoy atónito de que se encuentre a nadie que desapruebe esta
acción.» Farel dice de manera expresa que «Servet merecía la pena capital.»
Bucero no duda en declarar que «Servet merecía algo peor que la muerte.»
La verdad es que aunque Calvino tuvo
cierta parte en el arresto y encarcelamiento de Servet, no deseaba en absoluto
que fuera quemado. «Quiero,» dijo él, «que se remita la severidad del castigo.»
«Intentamos mitigar la severidad del castigo, pero en vano.» «Al querer mitigar
la severidad del castigo,» le dijo Farel a Calvino, «haces el oficio de amigo
hacia tu más acerbo enemigo.» Dice Turritine: «Los historiadores no afirman en
lugar alguno, ni se desprende de ninguna consideración, que Calvino instigara a
los magistrados a que quemaran a Servet. No, sino que lo cierto es además que
él, junto con el colegio de pastores, atacó esta clase de castigo.»
A menudo se ha dicho que Calvino tenía
tal influencia sobre los magistrados de Ginebra que hubiera podido lograr la
liberación de Servet, si no hubiera querido su destrucción. Pero esto es falso.
Bien lejos de ello, Calvino mismo fue una vez desterrado de Ginebra por estos
mismos magistrados, y a menudo se opuso en vano a sus arbitrarias medidas. Tan
poco deseoso estaba Calvino de querer la muerte de Servet que le advirtió de su
peligro, y lo dejó estar varias semanas en Ginebra, antes que fuera arrestado.
Pero su lenguaje, que era entonces considerado blasfemo, fue la causa de su
encarcelamiento. Mientras estaba en la cárcel, Calvino lo visitó y empleó todos
los argumentos posibles porque se retractara de sus horribles blasfemias, sin
referencia alguna a sus peculiares creencias. Esta fue toda la participación de
Calvino en este infeliz acontecimiento.
Sin embargo, no se puede negar que en
este caso Calvino actuó de forma contraria al espíritu benigno del Evangelio.
Es mejor derramar una lágrima por la inconsistencia de la naturaleza humana, y
lamentar estas debilidades que no se pueden justificar. El declaró que había
actuado en conciencia, y en público justificó la acción.
La opinión era que los principios
religiosos erróneos son punibles por el magistrado civil, y esto causó tantos
males, fuera en Ginebra, en Transilvania o en Gran Bretaña; a esto debe
imputarse, y no al
TRINITARIANISMO, O AL UNITARISMO.
Después de la muerte de Lutero, Calvino
ejerció una gran influencia sobre los hombres de aquel notable período. Irradió
gran influencia sobre Francia, Italia, Alemania, Holanda, Inglaterra y Escocia.
Se organizaron dos mil ciento cincuenta congregaciones reformadas que recibían
sus predicadores de parte de él.
Calvino, triunfante sobre sus enemigos,
sintió que la muerte se le aproximaba. Pero siguió esforzándose de todas las
maneras posibles con energía juvenil. Cuando se vio a punto de ir a su reposo,
redactó su testamento, diciendo: «Doy testimonio de que vivo y me propongo
morir en esta fe que Dios me ha dado por medio de Su Evangelio, y que no
dependo de nada más para la salvación que la libre elección que El ha hecho de
mi. De todo corazón abrazo Su misericordia, por medio de la cual todos mis
pecados quedan cubiertos, por causa de Cristo, y por causa de Su muerte y
padecimientos. Según la medida de la gracia que me ha sido dada, he enseñado
esta Palabra pura y sencilla, mediante sermones, acciones y exposiciones de
esta Escritura. En todas mis batallas con los enemigos de la verdad no he
empleado sofismas, sino que he luchado la buena batalla de manera frontal y
directa.»
El 27 de mayo de 1564 fue el día de su
liberación y de su bendito viaje al hogar. Tenía entonces cincuenta y cinco
años.
Que un hombre que había adquirido tal
reputación y autoridad tuviera sólo un salario de cien coronas y que rehusara
aceptar más, y que después de vivir cincuenta y cinco años con la mayor frugalidad
dejara sólo trescientas coronas a sus herederos, incluyendo el valor de su
biblioteca, que se vendió a gran precio, es algo tan heroico que uno debe haber
perdido todos los sentimientos para no sentir admiración. Cuando Calvino
abandonó Estrasburgo para volverse a Ginebra, ellos quisieron darle los
privilegios de ciudadano libre de su ciudad y el salario de un prebendado, que
le había sido asignado; él aceptó lo primero, pero rehusó rotundamente lo
segundo. Llevó a uno de sus hermanos a Ginebra consigo, pero jamás se esforzó
por que se le diera a él un puesto honorífico, corno cualquiera que poseyera su
posición habría hecho. Desde luego, se cuidó de la honra de la familia de su
hermano, consiguiéndole la libertad de una mujer adúltera, y consiguiendo
licencia para que pudiera volverse a casar; pero incluso sus enemigos cuentan
que le hizo aprender el oficio de encuadernador de libros, en lo que trabajó
luego toda su vida.
CALVINO COMO AMIGO DE LA LIBERTAD CIVIL.
El Rev. doctor Wisner dijo, en su reciente
discurso en Plymouth, en el aniversario de la llegada de los Padres Peregrinos:
«Por mucho que el nombre de Calvino haya sido escarnecido y cargado de
vituperios por muchos de los hijos de la libertad, no hay proposición histórica
más susceptible de una demostración plena que ésta: que no ha vivido nadie a
quien el mundo deba más por la libertad de que goza, que Juan Calvino.
PERSECUSIONES EN GRAN BRETAÑA E IRLANDA ANTES DE
MARIA I
Historia de las persecuciones en Gran
Bretaña e Irlanda, antes
del reinado de la reina María I Gildas,
el más antiguo escritor británico conocido, que vivió alrededor del tiempo en
que los sajones llegaron a la isla de Gran Bretaña, ha dejado una narración
terrible de la barbaridad de aquellas gentes.
Los sajones, al llegar, siendo paganos
como los Escoceses y los Pictos, destruyeron las iglesias, asesinando al clero
allá donde llegaban; pero no pudieron destruir el cristianismo, porque los que
no quisieron someterse al yugo sajón, huyeron y se establecieron más allá del Sevem.
Los nombres de los cristianos que padecieron en aquellos tiempos, especialmente
los del clero, no nos han sido transmitidos.
El ejemplo más terrible de barbarie
bajo el gobierno sajón fue la matanza de los monjes de Bangor el 586 d.C. Estos
monjes eran en todos los respectos distintos de los que llevan este mismo
nombre en nuestros días.
En el siglo octavo, los daneses, que
eran unas bandas errantes de piratas y bárbaros, arribaron a diversas partes de
Gran Bretaña, tanto de Inglaterra como de Escocia.
Al principio fueron rechazados, pero en
el 857 d.C. un grupo de ellos arribaron a algún lugar cerca de Southampton, y
no sólo saquearon al pueblo, sino que quemaron las iglesias y asesinaron al
clero.
El 868 d.C. estos bárbaros penetraron
al centro de Inglaterra y se asentaron en Nottingham; pero los ingleses, bajo
su rey Ethelred, los expulsaron de sus posiciones, y los obligaron a retirarse
a Northumberland.
El 870 otro grupo de estos bárbaros
desembarcó en Norfolk, y libró batalla contra los ingleses en Hertford. La
victoria fue de los paganos, que tomaron prisionero a Edmundo, rey de los
Ingleses Orientales, y después de haberle infligido mil indignidades,
traspasaron su cuerpo con flechas, y luego lo decapitaron.
En Fifeshire, Escocia, quemaron muchas
de las iglesias, entre estas la perteneciente a los Culdeos, en St. Andrews. La
piedad de estos hombres los hacía objeto del aborrecimiento de los daneses, que
allí donde iban señalaban a los sacerdotes cristianos para la destrucción, y no
menos de doscientos fueron muertos en Escocia.
Sucedió algo muy semejante en la zona
de Irlanda llamada Leinster, donde los daneses asesinaron y quemaron vivos a
sacerdotes en sus propias iglesias; llevaban la destrucción a donde iban, sin
perdonar edad ni sexo, pero el clero era para ellos lo más odioso, porque
ridiculizaban sus idolatrías, persuadiendo a su pueblo a que no tuvieran nada
que ver con ellos.
En el reinado de Eduardo III, la
Iglesia de Inglaterra estaba sumamente corrompida con errores y superstición, y
la luz del Evangelio de Cristo había quedado muy eclipsada y entenebrecida por
los inventos humanos, ceremonias recargadas y una burda idolatría.
Los seguidores de Wycliffe, entonces
llamados lolardos, se habían hecho muy numerosos, y el clero estaba muy agraviado
ante su crecimiento. Pero fuera cual fuera el poder que tuvieran para
molestarlos y hostigarlos, no tenían autoridad legal para darles muerte. Sin
embargo, el clero aprovechó una oportunidad favorable, y prevalecieron sobre el
rey para introducir una ley ante el parlamento por la que todos los lolardos
que permanecieran obstinados pudieran ser entregados al brazo secular, y
quemados como herejes. Esta ley fue la primera introducida en Gran Bretaña para
quemar personas por sus creencias religiosas; fue introducida en el año 1401, y
poco después se hicieron sentir sus efectos.
La primera persona en sufrir la
consecuencia de esta cruel ley fue William Santree, o Sawtree, un sacerdote,
que fue quemado vivo en Smithfield.
Poco después de esto, Sir John Oldcastle,
Lord Cobham, fue acusado de herejía, por su adhesión a las doctrinas de Wycliffe,
y fue condenado a ser colgado y quemado, lo que fue ejecutado en Lincoln Inn
Fields, en 1419 d.C. En su defensa escrita, Lord Cobham dijo:
«En cuanto a las imágenes, entiendo yo
que no son objeto de fe, sino que fueron ordenadas desde que la fe de Cristo
fue dada, por permisión de la Iglesia, para representar y traer a la mente la
pasión de nuestro Señor Jesucristo, y el martirio y la vida piadosa de otros
santos: y que todo aquel que dé culto a las imágenes muertas, culto que se debe
a Dios, o que ponga su esperanza o confíe en su ayuda como debiera hacerlo en
Dios, o que tenga afecto a unas más que a otras, en esto comete el gran pecado
del culto idolátrico.
»También creo plenamente en esto, que
cada hombre en esta tierra es un peregrino hacia la gloria o hacia el
sufrimiento; y que el que no conoce y no cumple los santos mandamientos de Dios
en su vida aquí (aunque vaya de peregrinación por todo el mundo, y muera así),
será condenado; el que conoce los santos mandamientos de Dios y los guarda
hasta el final, este será salvado, aunque jamás en su vida vaya de
peregrinación, como ahora suelen hacerlo los hombres, a Canterbury, a Roma, o a
cualquier otro lugar.»
El día señalado, Lord Cobham fue sacado
de la Torre con sus armas atadas tras él, mostrando un rostro radiante. Luego
fue hecho yacer sobre un enlistonado con patines, como si hubiera sido el peor
traidor a la corona, y arrastrado de esta guisa hasta el campo de St. Giles. Al
llegar al lugar de la ejecución, y ser sacado de aquella especie de trineo, se
arrodilló con devoción, pidiendo al Dios Omnipotente que perdonara a sus
enemigos. Luego se levantó y contempló a la multitud, y los exhortó de la
manera más piadosa a seguir las leyes de Dios escritas en las Escrituras, y a
apartarse de aquellos maestros que vieran contrarios a Cristo en su manera de
conversar y vivir. Luego fue colgado de los lomos con una cadena de hierro, y
quemado vivo en el fuego, alabando el nombre de Dios mientras tuvo un hálito de
vida. La muchedumbre presente dio grandes muestras de dolor. Esto tuvo lugar el
1418 d.C.
Sería prolijo explicar cómo se
comportaron los sacerdotes en aquella ocasión, ordenando al pueblo que no orara
por él, sino que lo consideraran condenado al infierno, porque había muerto en
desobediencia a su Papa.
Así reposa este valiente caballero
cristiano Sir John Oldcastle, bajo el altar de Dios, que es Jesucristo, entre
aquella piadosa compañía que en el reino de la paciencia sufrieron gran
tribulación con la muerte de sus cuerpos, por Su fiel palabra y testimonio.
En agosto de 1473 fue prendido uno
llamado Thomas Granter en la ciudad de Londres; le acusaron de profesar las
doctrinas de Wycliffe, por las que fue condenado como hereje obstinado. Este
piadoso hombre, llevado a la casa del sheriff por la mañana del día designado
para su ejecución, pidió algo que comer, y habiendo comido un poco, les dijo a
la gente presente: «Como ahora bien, porque tengo que librar una extraña
batalla antes de ir a cenar.» Habiendo terminado la comida, dio gracias a Dios
por la abundancia de Su providencia llena de gracia, pidiendo que lo llevaran
ya al lugar de la ejecución, para poder dar testimonio de la verdad de aquellos
principios que había profesado. Por ello, fue encadenado a una estaca en
Tower-hill, donde fue quemado vivo, profesando la verdad con su último aliento.
En el año 1499, uno llamado Badram,
hombre piadoso, fue traído ante el obispo de Norwich, acusado por algunos de
los sacerdotes de sostener las doctrinas de Wycliffe. Confesó entonces que
creía todas aquellas cosas de que se le acusaba. Por esto fue condenado como
hereje obstinado, y se libró una orden para su ejecución; fue conducido luego a
la estaca en Norwich, donde sufrió con gran constancia.
En 1506 fue quemado vivo un hombre
piadoso llamado William Tilfrey, en Amersham, en un lugar llamado Stoneyprat, y
su hija, Joan Clarke, mujer casada, fue obligada a encender la leña con la que
se iba a quemar a su padre.
Este año también un sacerdote, el Padre
Roberts, fue declarado convicto delante del obispo de Lincoln de ser un Lolardo,
y fue quemado vivo en B uckingham.
En 1507, un hombre llamado Thomas
Norris fue quemado vivo por el testimonio de la verdad del Evangelio, en
Norwich. Este era un pobre hombre, inofensivo y pacífico, pero su párroco,
hablando con él un día, conjeturó que era un Lolardo. Como consecuencia de esta
suposición lo denunció al obispo, y Nonris fue prendido.
En 1508, Lawrence Guale, que había
estado encarcelado durante dos años, fue quemado vivo en Salisbury, por negar
la presencia real en el Sacramento. Parece que este hombre tenía tienda abierta
en Salisbury, y dio hospitalidad en su casa a algunos lolardos, por lo que fue denunciado
ante el obispo; pero él se mantuvo firme, y fue condenado a sufrir como hereje.
Una piadosa mujer fue quemada en
Chippen Sudbume por orden del canciller doctor Wittenham. Después de haber sido
consumida en las llamas y la gente volvía a sus casas, un toro escapó de una
carnicería, y dirigiéndose de manera particular contra el canciller de entre el
resto de la multitud, lo traspasó con sus astas, y le arrancó con ellas las
entrañas, llevándolas luego en sus cuernos. Esto lo vieron todos los asistentes,
y se debe destacar que la bestia no hizo amagos contra nadie más en absoluto.
El 18 de octubre de 1511, William
Sucling y John Bannister, que se habían retractado, habiendo vuelto a la
profesión de la fe, fueron quemados vivos en Smithfield.
En el año 1517, un hombre llamado John
Brown (que se había retractado antes en el reinado de Enrique VII, y llevado un
tronco de leña alrededor de la iglesia de San Pablo) fue condenado por el
doctor Wonhaman, arzobispo de Canterbury, y fue quemado vivo en Ashford. Antes
de ser encadenado a la estaca, el arzobispo Wonhaman, y Yester, arzobispo de
Rochester, hicieron quemar sus pies en el fuego hasta que se desprendió toda la
carne hasta los huesos. Esto lo hicieron para forzarlo a retractarse, pero él
persistió en su adhesión a la verdad hasta el fin.
Por este tiempo fue prendido Richard
Hunn, un sastre de la ciudad de Londres, por rehusar pagar al sacerdote sus
honorarios por el funeral de un niño; fue llevado entonces a la Torre de los
Lolardos, en el palacio de Lambeth, donde fue asesinado en privado por algunos
de los criados del arzobispo.
El 24 de septiembre de 1518, John
Stilincen, que antes se había retractado, fue prendido, hecho comparecer ante
Richard Fitx-James, obispo de Londres, y condenado el veinticinco de octubre
como hereje. Fue encadenado a la estaca en Smithfield entre una inmensa
muchedumbre de espectadores, y selló con su sangre su testimonio de la verdad.
Declaró que era un Lolardo, y que siempre había creído las doctrinas de Wycliffe;
y que aunque había sido tan débil como para retractarse de sus creencias, que
ahora estaba dispuesto a convencer al mundo de que estaba listo para morir por
la verdad.
En el año 1519, Thomas Mann fue quemado
en Londres, como también lo fue Robert Celin, un hombre llano y honesto, por
haber hablado contra el culto a las imágenes y contra las peregrinaciones.
Alrededor de este tiempo James
Brewster, de Colehester, fue ejecutado en Smithfield, Londres. Sus creencias
eran las mismas que las del resto de los lolardos, o aquellos que seguían las
doctrinas de Wycliffe; pero a pesar de la inocencia de su vida y de su buena
reputación, se vio obligado a soportar la ira papal.
Durante este año, un zapatero llamado
Cristopher fue quemado vivo en Newbury, en Berlishire, por negar los artículos
papistas que ya hemos mencionado. Este hombre poseía algunos libros en inglés
que eran ya suficientes para hacerle odioso ante el clero romanista.
Robert Sillcs, que había sido condenado
ante el tribunal del obispo como hereje y que logró huir de la cárcel, fue
apresado sin embargo dos años más tarde, y devuelto a Coventry, donde fue
quemado vivo. Los alguaciles siempre confiscaban los bienes de los mártires
para su propio beneficio, de manera que sus mujeres e hijos eran dejados morir
de hambre.
En 1532, Thomas Harding, acusado de
herejía junto con su mujer, fue traído ante el obispo de Lincoln, y condenado
por negar la presencia real en el sacramento. Luego fue atado a una estaca,
levantada para ello en chesham en el Pell, cerca de Botely, y, cuando hubieron
encendido fuego a la pira, uno de los espectadores le rompió el cráneo con su
cachiporra. Los sacerdotes habían dicho al pueblo que todo el que trajera leña
para quemar herejes tendría una indulgencia para cometer pecados durante
cuarenta días.
A finales de aquel año, Worham,
arzobispo de Canterbury, prendió a un tal Hillen, sacerdote en Maidstone, y
después de haber sido torturado durante largo tiempo en la cárcel y de haber
sido varias veces interrogado por el arzobispo y por Fisher, obispo de
Rochester, fue condenado como hereje y quemado vivo delante de la puerta de su
propia iglesia parroquial.
Thomas Bilney, profesor de ley civil en
Cambridge, fue hecho comparecer ante el obispo de Londres, y varios otros
obispos, en la Casa del Capítulo en Westminster, y siendo amenazado varias
veces con la estaca y las llamas, fue lo suficientemente débil como para
retractarse; pero después se arrepintió seriamente.
Por esto fue hecho comparecer ante el
obispo por segunda vez, y condenado a muerte. Antes de ir a la pira confesó su
adhesión a las doctrinas que Lutero mantenía, y, cuando se vio en la hoguera,
dijo: «He sufrido muchas tempestades en este mundo, pero ahora mi nave llegará
segura a puerto.» Se mantuvo inamovible en las llamas, clamando: «¡Jesús,
creo!» Estas fueron las últimas palabras que le oyeron decir.
Pocas semanas después del martirio de Bilney,
Richard Byfield fue echado en la cárcel, y soportó azotes por su adhesión a las
doctrinas de Lutero; Byfield había sido monje durante un tiempo, en Bames,
Surrey, pero se convirtió leyendo la traducción de Tynd ale del Nuevo
Testamento. Los sufrimientos que este hombre soportó por la verdad fueron tan
grandes que se precisaría de un volumen para contarlos. A veces fue encerrado
en una mazmorra, en la que casi quedó asfixiado por la horrorosa hedor de la
inmundicia y del agua estancada.
En otras ocasiones le ataban de los
brazos, hasta que casi todas sus articulaciones quedaban dislocadas. Le
azotaron amarrado a un poste en varias ocasiones, con tal brutalidad que casi
no le quedó carne en la espalda; y todo esto lo hicieron para llevarlo a
retractarse. Fue finalmente llevado a la Torre de los Lolardos en el palacio de
Lambeth, donde fue encadenado por el cuello a la pared, y azotado otra vez de
la manera más cruel por los criados del arzobispo. Finalmente fue condenado,
degradado y quemado en Smithfield.
El siguiente en sufrir el martirio fue
John Tewkesbury. Era un hombre sencillo que no se había hecho culpable de nada
en contra de la llamada Santa Madre Iglesia que leer la traducción de Tyndale
del Nuevo Testamento. Al principio tuvo la debilidad de abjurar, pero luego se
arrepintió y reconoció la verdad. Por esto fue llevado ante el obispo de
Londres, que lo condenó como hereje obstinado. Sufrió mucho durante el tiempo
de su encarcelamiento, de manera que cuando lo llevaron a la ejecución estaba
ya casi muerto. Lo llevaron a la hoguera en Smithfield, donde fue quemado,
declarando él su total aborrecimiento del papado, y profesando una firme fe en
que su causa era justa delante de Dios.
El siguiente en sufrir en este reinado
fue James Baynham, un respetado ciudadano de Londres, que se había casado con
una viuda de un caballero en el Temple. Cuando fue encadenado a la estaca
abrazó las ascuas y dijo: « ¡Mirad, papistas! buscáis milagros; aquí veréis
vosotros un milagro; porque en este fuego no siento más dolor que si estuviera
en una cama; me es tan dulce como un lecho de rosas.» Y así entregó su alma en
manos de su Redentor.
Poco después de la muerte de este
mártir, un tal Traxnal, un campesino inofensivo, fue quemado vivo en Bradford,
en Wiltshire, porque no quería reconocer la presencia real en el Sacramento, ni
admitir la supremacía papal sobre las conciencias de los hombres.
En el año 1533 murió por la verdad John
Frith, un destacado mártir. Cuando fue llevado a la pira en Smitlllield abrazó
la leña, y exhortó a un joven llamado Andrew Hewit, que sufrió con él, a que
confiara su alma al Dios que la había redimido. Estos dos sufrientes padecieron
gran tormento, porque el viento apartaba las llamas de ellos, de manera que
sufrieron una agonía de dos horas antes de expirar.
En el año 1538, un demente llamado
Collins sufrió la muerte junto con su perro en Smithfield. Lo que había
sucedido era lo siguiente: Collins estaba un día en la iglesia cuando el
sacerdote hizo la elevación de la hostia; y Collins, ridiculizando el
sacrificio de la Misa, levantó su perro por encima de su cabeza. Por este
crimen, Collins, que debía haber sido enviado a un manicomio, o azotado tras un
carro, fue hecho comparecer ante el obispo de Londres; y aunque realmente
estaba loco, tal era el poder del papado, y tal la corrupción de la Iglesia y
del estado, que el pobre loco y su perro fueron llevados a la pira en
Smithfield, donde fueron quemados vivos, ante una gran multitud de
espectadores.
También otras personas sufrieron aquel
mismo año, y se mencionan a continuación: Un tal Cowbridge sufrió en Oxford, y
aunque se le consideraba loco, dio grandes muestras de piedad cuando le ataban
a la estaca, y después que encendieran el fuego a su alrededor.
Por aquel mismo tiempo uno llamado
Purdervue fue hecho morir por haberle dicho en privado a un sacerdote, después
que éste hubo bebido el vino: «Bendijo al pueblo hambriento con el cáliz
vacío.»
Al mismo tiempo fue condenado William
Letton, un monje muy anciano, en el condado de Suffolk, que fue quemado en
Norwich por hablar en contra de un ídolo que era llevado en procesión, y por
decir que el Sacramento debía ser administrado bajo las dos especies.
Algún tiempo antes que fueran quemados
los dos anteriores, Nicholas Peke fue ejecutado en Norwich, y cuando
encendieron el fuego, quedó tan abrasado que quedó negro como el betún. El
doctor Reading estaba delante de él, con el doctor Heame y el doctor Spragwell,
con una larga vara blanca en la mano; con ella le dio en el hombro derecho, y
le dijo: «Peke, retráctate, y cree en el Sacramento.» A esto respondió él: «Te
desprecio a ti, y también al sacramento;» y escupió sangre con gran violencia,
debido al atroz dolor de sus sufrimientos. El doctor Reading concedió cuarenta
días de indulgencia al sufriente, para que pudiera retractarse de sus
opiniones, pero él persistió en su adhesión a la verdad, sin prestar atención
alguna a la malicia de sus enemigos; finalmente fue quemado vivo, gozándose de
que Cristo lo hubiera considerado digno de sufrir por causa de Su nombre.
El 28 de julio de 1540 o de 1541
(porque hay diferencias acerca del año), Thomas Cromwell, conde de Essex, fue
llevado al cadalso en la Torre, donde fue ejecutado con algunos gestos
destacables de crueldad. Hizo un breve discurso al pueblo, y luego se resignó
mansamente al hacha.
Creemos que es muy propio que este
noble sea puesto entre los mártires, porque aunque las acusaciones proferidas
contra él no tenían que ver con la religión, si no hubiera sido por su celo por
abatir el papismo, podría al menos haber retenido el favor del rey. A esto se
debe añadir que los papistas tramaron su destrucción porque hizo más él por
impulsar la Reforma que nadie en su época, con excepción del doctor Cranmer.
Poco después de la ejecución de
Cromwell, el doctor Cuthbert Barnes, Thomas Gamet y William Jerome fueron
hechos comparecer ante la corte eclesiástica del obispo de Londres, y fueron
acusados de herejía.
Presente ante el obispo de Londres, le
preguntó al doctor Barnes si los santos oraban por nosotros. A esto respondió
que esto «lo dejaba a Dios; pero (añadió), yo oraré por vos.»
El trece de julio de 1541 estos hombres
fueron sacados de la Torre y llevados a Smithfield, donde fueron encadenados a
una estaca, y sufrieron allí con una constancia que nada sino una firme fe en
Jesucristo podía inspiradas.
Thomas Sommers, un honrado mercader,
fue echado en prisión, en compañía de otros tres, por leer algunos de los
libros de Lutero, y fueron condenados a llevar aquellos libros a un fuego en
Cheapside; allí debían echarlos en las llamas; pero Sommers echó los suyos por
encima, y por ello fue devuelto a la Torre, y allí apedreado hasta morir.
En este tiempo estaban llevándose a
cabo unas terribles persecuciones en Lincoln, bajo el doctor Longland, obispo
de aquella diócesis. En Buckigham, Thomas Bainard y James Moretón fueron
condenados a ser quemados vivos, el primero por leer la Oración del Señor en
inglés, y el otro por leer la Epístola de Santiago en inglés.
El sacerdote Anthony Parsons fue
enviado, y con él otros dos, a Windsor, para ser allí interrogado acerca de una
acusación de herejía, y les dieron allí varios artículos para que los
suscribieran, los cuales rehusaron. Luego su causa fue seguida por el obispo de
Salisbury, que fue el más violento perseguidor en aquel tiempo, con la
excepción de Bonner. Cuando fueron traídos a la estaca, Parsons pidió de beber,
y al dársele, brindó a sus compañeros de martirio, diciendo: «Gozaos, hermanos,
y levantad vuestra mirada a Dios; porque después de este duro desayuno espero
la buena comida que vamos a tener en el Reino de Cristo, nuestro Señor y
Redentor.» Después de estas palabras, Eastwood, uno de los sufrientes, levantó
los ojos y las manos al cielo, pidiendo al Señor en lo alto que recibiera su
espíritu. Parsons se acercó la paja más hacia él, y luego les dijo a los
espectadores: «¡Esta es la armadura de Dios, y ahora soy un soldado cristiano
listo para la batalla.
No espero misericordia sino por los
méritos de Cristo; Él es mi único Salvador, en Él confío yo para mi salvación.»
Poco después de esto se encendieron las hogueras, que quemaron sus cuerpos,
pero que no pudieron dañar sus almas preciosas e inmortales. Su constancia
triunfó sobre la crueldad, y sus sufrimientos serán tenidos en eterno recuerdo.
Así era entregado una y otra vez el
pueblo de Cristo, y sus vidas compradas y vendidas. Porque, en el parlamento,
el rey estableció esta ley cruel y blasfema como ley perpetua: que todo el que
leyera las Escrituras en su lengua vernácula (lo que era entonces llamado «la
ciencia de Wycliffe») debía perder su tierra, sus ganados, su cuerpo, su vida y
sus bienes, por si y por sus herederos para siempre, y ser condenados como
herejes contra Dios, enemigos de la corona y culpables de alta traición.
PERSECUCIONES EN ESCOCIA EN EL REINADO DE ENRIQUE
VIII
HISTORIA DE LAS PERSECUCIONES EN ESCOCIA DURANTE EL REINADO DE ENRIQUE
VIII
Así como no hubo lugar alguno, ni en
Alemania, ni en Italia ni en Francia, donde no salieran algunas ramas de
aquella fructífera raíz de Lutero, de la misma manera no quedó esta isla de
Gran Bretaña sin su fruto y sin sus ramas. Entre ellos estaba Patrick Hamilton,
un escocés de noble y alta cuna, y de sangre real, de excelente temperamento,
de veintitrés años de edad, llamado abad de Feme. Saliendo de su país con tres
compañeros para hacerse con una piadosa educación, se llegó a la Universidad de
Marburgo, en Alemania, universidad que para entonces de nueva fundación, por
Felipe, Landgrave de Hesse.
Durante su residencia allá se
familiarizó íntimamente con aquellas eminentes lumbreras del Evangelio que eran
Martín Lutero y Felipe Melancton, y mediante cuyos escritos y doctrinas se
adhirió tenazmente a la religión protestante.
Enterándose el arzobispo de St. Andrews
(que era un rígido papista) de las actuaciones del señor Hamilton, lo hizo
apresar, y haciéndolo comparecer delante de él para interrogarlo brevemente
acerca de sus principios religiosos, lo hizo encerrar en el castillo, con
órdenes de que fuera echado a la mazmorra más inmunda de la prisión.
A la mañana siguiente, el señor
Hamilton fue hecho comparecer delante del obispo, junto con otros, para ser
interrogado, siendo las principales acusaciones contra él que desaprobaba en
público las peregrinaciones, el purgatorio, las oraciones a los santos, por los
muertos, etc.
Estos artículos fueron reconocidos como
verdaderos por el señor Hamilton, en consecuencia de lo cual fue de inmediato
condenado a la hoguera; y para que su condena tuviera tanta más autoridad, se
hizo firmar a todas las personas destacadas allí presentes, y para hacer el
número tan grande como fuera posible incluso se admitió la firma de los niños
que fueran hijos de la nobleza.
Tan deseoso estaba este fanático y
perseguidor prelado por destruir al señor Hamilton, que ordenó la ejecuci6n de
la sentencia en la misma tarde del día en que se pronunció. Por ello, fue
llevado al lugar designado para la terrible tragedia, donde se apiñó un gran
número de espectadores. La mayor parte de la multitud no creía que realmente le
fueran a dar muerte, sino que sólo se hacía para espantarlo, y por ello
llevarlo a abrazar los principios de la religión romanista. Pero pronto
tuvieron que salir de su error.
Cuando llegó a la estaca, se arrodilló
y oró durante un tiempo con gran fervor. Después fue encadenado a la estaca, y
le pusieron la leña a su alrededor. Poniéndole una cantidad de pólvora debajo
de los brazos, la encendieron primero, con lo que la mano izquierda y un lado
de la cara quedaron abrasados, pero sin causarle daños mortales, ni
prendiéndose el fuego a la leña. Entonces trajeron más pólvora y combustible, y
esta vez prendió la leña. Con el fuego encendido, él clamó con voz audible,
diciendo: «¡Señor Jesús, recibe mi espíritu. ¿hasta cuándo reinaran las
tinieblas sobre este reino? ¿Y hasta cuándo sufrirás Tú la tiranía de estos
hombres?»
Ardiendo el fuego lentamente al
principio, sufrió crueles tormentos; pero los sufrió con magnanimidad
cristiana. Lo que más dolor le causó fue el clamor de algunos malvados azuzados
por los frailes, que gritaban con frecuencia: «'Conviértete, hereje; clama a
nuestra Señora; di Salve Regina, etc.» Y a estos él replicaba: «Dejadme y parad
de molestarme, mensajeros de Satanás.» Un fraile llamado Campbell, el
cabecilla, siguió molestándole con un lenguaje insultante, y él le replicó:
«¡Malvado, que Dios te perdone!» Después de ello, impedido ya de hablar por la
violencia del humo y por la voracidad de las llamas, entregó su alma en manos
de Aquel que se la había dado. Este
firme creyente en Cristo sufrió el martirio el año 1527.
Un joven e inofensivo benedictino
llamado Henry Forest, acusado de hablar respetuosamente del anterior Patrick
Hamilton, fue echado en la cárcel; al confesarse a un fraile, reconoció que
consideraba a Hamilton como un hombre bueno, y que los artículos por los que
había sido sentenciado a morir podían ser defendidos. Al ser revelado esto por
el fraile, fue recibido como prueba, y el pobre benedictino fue sentenciado a
ser quemado.
Mientras consultaban entre sí acerca de
cómo ejecutarlo, John Lindsay, uno de los caballeros del arzobispo, dio su
consejo de quemar al fraile Forest en alguna bodega subterránea, porque, dijo,
«el humo de Patriek Hamilton ha infectado a todos aquellos sobre quienes ha
caído.» Este consejo fue aceptado, y la pobre víctima murió más bien por
asfixia que quemado.
Los siguientes en caer víctimas por
profesar la verdad del Evangelio fueron David Stratton y Norman Gourlay.
Cuando llegaron al lugar fatal, ambos
se arrodillaron, y oraron por un tiempo con gran fervor. Luego se levantaron, y
Stratton, dirigiéndose a los espectadores, los exhortó a echar a un lado sus
conceptos supersticiosos e idolátricos y a emplear su tiempo en buscar la
verdadera luz del Evangelio. Habría dicho más, pero se vio impedido por los
oficiales presentes.
Su sentencia fue puesta en ejecución, y
entregaron animosos sus almas al Dios que se las había dado, esperando, por los
méritos del gran Redentor, una gloriosa resurrección para vida inmortal.
Sufrieron en el año 1534.
Los martirios de las dos personas
mencionadas fueron pronto seguidos por el del señor Thomas Forret, que durante
un tiempo considerable habla sido deán de la Iglesia de Roma; dos herreros
llamados Killor y Beverage; un sacerdote llamado Duncan Smith, y un
gentilhombre llamado Robert Forrester. Todos ellos fueron quemados juntos, en
el monte del Castillo, en Edimburgo, el último día de febrero de 1538.
Al año siguiente del martirio de los ya
mencionados, esto es, el 1539, otros dos fueron prendidos por sospecha de
herejía: Jerome Russell y Alexander Kennedy, un joven, de unos dieciocho años
de edad.
Estas dos personas, después de haber
estado encerradas en prisión un tiempo, fueron hechas comparecer ante el
arzobispo para su interrogatorio. En el curso del mismo, Russell, que era
hombre muy inteligente, razonó eruditamente contra sus acusadores, mientras
estos empleaban contra él un lenguaje muy insultante.
Terminado el interrogatorio, y
considerados ambos como herejes, el arzobispo pronunció la terrible sentencia
de muerte, y fueron de inmediato entregados al brazo secular para su ejecución.
Al día siguiente fueron llevados al
lugar designado para su suplicio; de camino hacia allí, Russell, al ver que su
compañero de sufrimientos parecía mostrar temor en su rostro, se dirigió así a
él: «Hermano, no temas mayor es Aquel que está en nosotros que el que está en
el mundo. El dolor que hemos de sufrir es breve, y será ligero; pero nuestro
gozo y consolación nunca tendrán fin. Por ello, luchemos por entrar en el gozo
de nuestro Amo y Salvador, por el mismo camino recto que El tomó antes que
nosotros. La muerte no nos puede dañar, porque ya está destruida por El, por
Aquel por causa de quien vamos ahora a sufrir.»
Cuando llegaron al lugar fatal, se
arrodillaron ambos y oraron por un tiempo; después de ello fueron encadenados a
la estaca y se prendió fuego a la leña, encomendando ellos con resignación sus
almas a Aquel que se las había dado, en la plena esperanza de una recompensa
eterna en las mansiones celestiales.
Una relación de la vida, sufrimientos y
muerte de Sir George Wishart, que fue estrangulado y después quemado, en
Escocia, por profesar la verdad del Evangelio.
Por el año de nuestro Señor 1543 había,
en la Universidad de Cambridge, un Maestro George Wishart, comúnmente llamado
Maestro George del Benet College, hombre de alta estatura, calvo, y con la
cabeza cubierta con una gorra francesa de la mejor calidad; se juzgaba que era
de carácter melancólico por su fisonomía; tenía el cabello negro en larga
barba, apuesto, de buena reputación en su país, Escocia, cortés, humilde,
amable y gentil, amante de su profesión de maestro, deseoso de aprender, y
habiendo viajado mucho; se vestía de un ropaje hasta los pies, una capa negra,
y medias negras, tejido burdo blanco para camisa, y bandas blancas y gemelos en
sus puños.
Era hombre modesto, templado, temeroso
de Dios, aborrecedor de la codicia; su caridad nunca se acababa, ni de noche ni
de día; se saltaba una de cada tres comidas, un día de cada cuatro en general,
excepto por algo para fortalecer el cuerpo. Dormía en un saco de paja y en
burdos lienzos nuevos, que, cuando los cambiaba, daba a otros. Al lado de su
cama tenía una bañera, en la que (cuando sus estudiantes estaban ya dormidos, y
las luces apagadas y todo en silencio), solía bañarse. Él me tenía gran afecto,
y yo a él. Enseñaba con gran modestia y gravedad, de manera que algunos de sus
estudiantes lo consideraban severo, y hubieran querido matarle; pero el Señor
era su defensa. Y él, después de una debida corrección por la malicia de ellos,
los enmendaba con una exhortación buena, y se iba. ¡Oh, si el Señor me lo
hubiera dejado a mí, su pobre chico, para terminar lo que había comenzado!
Porque se fue a Escocia con varios de la nobleza que vinieron para formular un
tratado con el Rey Enrique.
En 1543, el arzobispo de St. Andrews
hizo una visitación en varias partes de la diócesis, durante la cual se
denunciaron a varias personas en Perth, por herejía. Entre estas, las
siguientes fueron condenadas a muerte: William Anderson, Robert Lamb, James
Finlayson, James Hunter, James Raveleson y Helen Stark.
Las acusaciones contra estas personas
fueron, respectivamente: Las primeras cuatro estaban acusadas de haber colgado
la imagen de San Francisco, clavando en su cabeza cuernos de carnero, y de
fijar una cola de vaca a su trasero; pero la razón principal de su condena fue
por haberse permitido comer un ganso en día de ayuno.
James Raveleson fue acusado de haber
adornado su casa con la diadema triplemente coronada de San Pedro, tallada en
madera, lo que el arzobispo consideró hecho en escarnio de su capelo
cardenalicio.
Helen Stark fue acusada de no haber
tenido la costumbre de orar a la Virgen María, más especialmente durante el
tiempo en que estaba recién parida.
Todos fueron hallados culpables de
estos delitos de que se les acusaba, y de inmediato fueron sentenciados a
muerte; los cuatro hombres a la horca, por comer el ganso; James Raveleson a
ser quemado; y la mujer, que había acabado de dar a luz un bebé y lo criaba, a
ser metida en un saco, y ahogada.
Los cuatro, con la mujer y el niño,
fueron muertos el mismo día, pero James Raveleson no fue ejecutado hasta
algunos días más tarde.
Los mártires fueron conducidos por una
gran banda de hombres armados (porque temían una rebelión en la ciudad, lo que
hubiera podido acontecer si los hombres no hubieran estado en la guerra) hacia
el lugar de la ejecución, que era el común de los ladrones, y ello para hacer
parecer su causa más odios a ante el pueblo. Todos consolándose unos a otros, y
asegurándose unos a otros que cenarían juntos en el Reino del Cielo aquella
noche, se encomendaron a Dios, y murieron con constancia en el Señor.
La mujer deseaba anhelantemente morir
con su marido, pero no le fue permitido; pero, siguiéndole al lugar de la
ejecución, le dio consuelo, exhortándole a la perseverancia y paciencia por
causa de Cristo, y, despidiéndose de él con un beso, le dijo: «Esposo,
regocíjate, porque hemos vivido juntos durante muchos días gozosos; pero este
día en el que tenemos que morir debería sernos aún más gozoso, porque tendremos
gozo para siempre; por ello, no te diré que buenas noches, porque nos
encontraremos de repente con gozo en el Reino de los Cielos.» Después de esto,
la mujer fue llevada a ser ahogada, y aunque tenía un bebé mamando en su pecho,
esto no movió para nada los implacables corazones de los enemigos. Así, después
de haber encomendado a sus hijos a los vecinos de la ciudad por causa de Dios,
y que el pequeño bebé fuera dado a la nodriza, ella selló la verdad con su
muerte.
Deseoso de propagar el verdadero Evangelio
en su propio país, George Wishart dejó Cambridge en 1544, y al llegar a Escocia
predicó primero en Montrose, y después en Dundee. En este último lugar hizo una
exposición pública de la Epístola a los Romanos, que hizo con tal unción y
libertad que alarmó enormemente a los papistas.
Como consecuencia de ello (por
instigación del Cardenal Beaton, arzobispo de St. Andrews), un tal Robert Miln,
hombre principal en Dundee, fue a la iglesia donde predicaba Wishart, y en
medio del discurso le dijo que no perturbara más a la ciudad, porque estaba
decidido a no admitirlo.
Este repentino desaire sorprendió
enormemente a Wishart, que, después de una breve pausa, mirando dolorido a
quien le hablaba y a su audiencia, dijo: «Dios me es testigo de que jamás he
intentado perturbar, sino confortar; sí, vuestra turbación me duele más a mí
que a vosotros mismos; pero estoy seguro de que el rechazamiento de la Palabra
de Dios y la expulsión de Su mensajero no os preservará de turbación, sino que
os la atraerá; porque Dios os enviará ministros que no temerán ni al fuego ni
al destierro.
Yo os he ofrecido la Palabra de
salvación. Con peligro de mi vida he permanecido entre vosotros. Ahora vosotros
mismos me rechazáis; pero debo declarar mi inocencia delante de Dios: Si tenéis
larga prosperidad, no soy guiado por el Espíritu de verdad; pero si caen sobre
vosotros perturbaciones no buscadas, reconoced la causa y volveos a Dios, que
es clemente y misericordioso. Pero si no os volvéis a la primera advertencia,
El os visitará con el fuego y la espada.» Al terminar este discurso, salió del
púlpito y se retiró.
Después de esto se fue al Oeste de
Escocia, donde predicó la Palabra de Dios y fue bien acogido por muchos.
Poco tiempo después de esto el señor
Wishart recibió noticias de que se había desatado la plaga en Dundee. Comenzó
cuatro días después que le fuera prohibido predicar allá, y fue tan violenta
que casi era increíble cuántos murieron en el espacio de veinticuatro horas. Al
serle esto relatado, a pesar de la insistencia de sus amigos por detenerle,
decidió volver allá, diciendo: «Ahora están turbados y necesitan consolación.
Quizá esta mano de Dios les hará ahora exaltar y reverenciar la Palabra de
Dios, que antes estimaron en poco.»
En Dundee fue recibido gozosamente por los
piadosos. Escogió la puerta oriental como lugar de predicación, de manera que
los sanos estaban dentro, y los enfermos fuera de la puerta. Tomó este texto
como el tema de su sermón: «Envió Su palabra, y los sanó,» etc. En su sermón se
extendió principalmente en la ventaja y la consolación de la Palabra de Dios,
en los juicios que sobrevienen por el menosprecio o rechazo de la misma, la
libertad de la gracia de Dios para con todo Su pueblo, y la felicidad de Sus
elegidos, a los que Él mismo saca de este mundo miserable. Los corazones de los
oyentes se elevaron tanto ante la fuerza divina de este discurso que vinieron a
no considerarla muerte con temor, sino a tener por dichosos a los que serían
entonces llamados, no sabiendo si volvería él a tener tal consolación para con
ellos.
Después de esto, la peste se aplacó,
aunque, en medio de ella, Wishart visitaba constantemente a los que yacían en
la hora fatal, y los consolaba con sus exhortaciones.
Cuando se despidió de la gente de
Dundee, les dijo que Dios casi había dado fin a aquella peste, y que ahora él
era llamado a otro lugar. Fue de allí a Montrose, donde predicó algunas veces,
pero pasó la mayor parte de su tiempo en meditación privada y oración.
Se dice que antes de salir de Dundee, y
mientras estaba dedicado a la obra de amor para con los cuerpos y las almas de
aquella pobre gente afligida, el Cardenal Beaton indujo a un sacerdote papista
fanático, llamado John Weighton, para que le matara; y este intento fue como
sigue: un día, después que Wishart hubo acabado su sermón y la gente se había
ido, un sacerdote se quedó de pie esperando al pie de las escaleras, con una
daga desenvainada en su mano bajo su sotana. Pero el señor Wishart, que tenía
una mirada sagaz y penetrante, viendo al sacerdote cuando bajaba del púlpito,
le dijo: «Amigo mío, ¿que querría usted?», y de inmediato, asiéndole de la
mano, le quitó la daga.
El sacerdote, aterrado, se puso de
rodillas, confesó sus intenciones, y le rogó perdón. La noticia corrió, y
llegando a oídos de los enfermos, estos dijeron: «Dadnos al traidor, o lo
tomaremos por la fuerza; y se lanzaron a la puerta. Pero Wishart, tomando al
sacerdote en sus brazos, les dijo: «El que le haga daño, me hará daño a mí,
porque no me ha hecho mal alguno, sino un gran bien, enseñándome a ser más
prudente para el futuro.» Con esta conducta, apaciguó al pueblo, y salvó la
vida del malvado sacerdote.
Poco después de volver a Montrose, el
cardenal de nuevo conspiró contra su vida, haciendo enviarle una carta corno
procedente de su amigo íntimo, el señor de Kennier, en la que se le pedía que
acudiera a verle con toda premura, porque había caído en una repentina
enfermedad. Mientras tanto, el cardenal había apostado sesenta hombres armados
emboscados a una milla y media de Montrose, para asesinarlo cuando pasara por
allí.
La carta fue entregada en mano a
Wishart por un muchacho, que también le trajo un caballo para el viaje.
Wishart, acompañado por algunos hombres honrados, amigos suyos, emprendió el
viaje, pero viniéndole algo particular a la mente mientras iba de camino,
volvió. Ellos se asombraron, y le preguntaron cuál era la causa de su proceder,
y les respondió: «No iré; Dios me lo prohíbe; estoy seguro de que es traición.
Que algunos pasen adelante, y me digan lo que encuentran.» Haciéndolo,
descubrieron la trampa, y volviendo a toda prisa, se lo dijeron al señor
Wishart; éste dijo, entonces: «Sé que acabaré mi vida en manos de este hombre
sanguinario, pero no de esta manera.»
Poco tiempo después salió de Montrose,
y pasó a Edimburgo, para propagar el Evangelio en aquella ciudad. Por el camino
se alojó con un fiel hermano, llamado James Watson de Inner-Goury. En medio de
la noche se levantó y salió al patio, y oyéndole dos hombres, le siguieron
sigilosamente. En el patio se puso de rodillas, y oró con el mayor fervor,
después de lo que se levantó y volvió a la cama. Sus acompañantes, aparentando
no saber nada, acudieron y le preguntaron dónde había estado, pero no quiso
responderles. Al siguiente día le importunaron para que se lo dijera, diciendo:
«Sea franco con nosotros, porque oímos sus lamentos y vimos sus gestos.»
A esto él dijo, con rostro abatido:
«Ojalá que no hubierais salido de vuestras camas.» Pero apremiándole ellos por
saber algo, les dijo: «Os lo diré; estoy seguro de que mi batalla está cerca de
su fin, y por ello oro a Dios que esté conmigo, y que yo no me acobarde cuando
la batalla ruja con mayor fuerza.»
Poco después, al enterarse el Cardenal
Beaton, arzobispo de St. Andrews, de que el señor Wishart estaba en la casa del
señor Cockbum, de Ormiston, en East Lothian, le pidió al regente que lo hiciera
prender. A esto accedió el regente, tras mucha insistencia y muy en contra de
su voluntad.
Como consecuencia de esto, el cardenal
procedió de inmediato a juzgar a Wishart, presentándose no menos de dieciocho
artículos de acusación en contra suya. El señor Wishart respondió a los
respectivos artículos con tal coherencia de mente y de una manera tan erudita y
clara que sorprendió en gran manera a los que estaban presentes.
Acabado el interrogatorio, el arzobispo
intentó convencer al señor Wishart para que se retractara; pero éste estaba
demasiado firme y arraigado en sus principios religiosos y demasiado iluminado
por la verdad del Evangelio, para que lo pudieran mover en lo más mínimo.
A la mañana de la ejecución le vinieron
dos frailes de parte del cardenal; uno de ellos le vistió de una túnica de lino
negro, y el otro traía varias bolsas de pólvora, que le ataron en diferentes
partes del cuerpo.
Tan pronto como llegaron a la pira, el
verdugo le puso una cuerda alrededor del cuello y una cadena en la cintura, con
lo que él se puso de rodillas, exclamando: «¡Oh, Salvador del mundo, ten
misericordia de mi! ¡Padre del cielo, en tus santas manos encomiendo mi
espíritu! »
Después de esto oró por sus acusadores,
diciendo: «Te ruego, Padre celestial, perdona a los que, por ignorancia o por
una mente perversa, han forjado mentiras contra mí, los perdono de todo
corazón. Ruego a Cristo que perdone a todos los que ignorantemente me han condenado.»
Fue entonces encadenado a la estaca, y
al encenderse la leña, se prendió de inmediato la pólvora que tenía atada por
su cuerpo, que se encendió en una conflagración de llama y de humo.
El gobernador del castillo, que estaba
tan cerca que quedó chamuscado por la llamarada, exhortó al mártir, en pocas
palabras, a tener buen ánimo y a pedir a Dios perdón por sus culpas. A lo que
él contestó: «Esta llama hace sufrir a mi cuerpo, ciertamente, mas no ha
quebrantado mi espíritu. Pero el que ahora me mira de manera tan soberbia desde
su exaltado solio (dijo, señalando al cardenal), será, antes que transcurra
mucho tiempo, arrojado ignominiosamente, aunque ahora se huelga tan
orgullosamente de su poder.» Esta predicción fue cumplida poco después.
El verdugo, que debía atormentarlo, se
puso de rodillas, y le dijo: «Señor, os ruego que me perdonéis, porque no soy
culpable de vuestra muerte.» Y él le dijo: «Ven aquí.» Cuando se hubo acercado,
le besó en la mejilla, y le dijo: «Esto es una muestra de que te perdono. De
corazón, cumple tu oficio.» Y entonces fue puesto en el patíbulo, y colgado y
reducido a cenizas. Cuando la gente vio aquel gran suplicio, no pudieron
reprimir algunas lastimeras lamentaciones y quejas por la matanza de aquel
hombre inocente.
No pasó mucho tiempo tras el martirio
de este bienaventurado hombre de Dios, el Maestro George Wishart, que fue
muerto por David Beaton, el sanguinario arzobispo y cardenal de Escocia, el uno
de marzo de 1546 d.C., que el dicho David Beaton, por justa retribución divina,
fue muerto en su propio castillo de St. Andrews a manos de un hombre llamado
Leslie y otros caballeros que, movido por Dios, se lanzó de súbito contra él y
aquel mismo año, el último ella de mayo, lo asesinó en su cama, mientras que él
chillaba: «¡Ay, ay, no me matéis'. ¡Soy un sacerdote!» Así, como carnicero
vivió y como carnicero murió, y estuvo siete meses y más insepulto, y al final
fue echado como carroña en un estercolero.
El último en sufrir martirio en Escocia
por causa de Cristo fue un hombre llamado Walter Mill, que fue quemado en Edimburgo
en el año 1558.
Este hombre había viajado por Alemania
en sus años jóvenes, y al volver fue designado sacerdote de la iglesia de Lunan
en Angus, pero, por una denuncia de herejía, en tiempos del Cardenal Beaton, se
vio obligado a abandonar su puesto y a ocultarse. Sin embargo, pronto fue
descubierto y apresado.
Interrogado por Sir Andrew Oliphant
acerca de si se iba a retractar de sus opiniones, respondió en sentido
negativo, diciendo que «antes perdería diez mil vidas que ceder una partícula
de aquellos celestiales principios que había recibido por la palabra de su
bendito Redentor.»
Como consecuencia de esto, se pronunció
de inmediato su sentencia de muerte, y fue llevado a la cárcel para ser ejecutado
al día siguiente.
Este valeroso creyente en Cristo tenía
ochenta y dos años, y estaba sumamente debilitado, por lo que se suponía que
apenas se le oiría. Sin embargo, cuando fue llevado al lugar de la ejecución,
expresó sus creencias religiosas con tal valor y al mismo tiempo con tal
coherencia lógica que dejó atónitos hasta a sus enemigos. Tan pronto como se
vio atado a la estaca y la leña fue encendida, se dirigió así a los
espectadores: «La causa por la que sufro hoy no es ningún crimen (aunque me reconozco
un mísero pecador), sino sólo sufro por la defensa de la verdad según está en
Jesucristo; y alabo al Dios que me ha llamado, por Su misericordia, a sellar la
verdad con mi vida; la cual, así como la he recibido de él, la entrego
voluntaria y gozosamente para Su gloria. Por ello, si queréis escapar a la
condenación eterna, no os dejéis seducir más por las mentiras de la sede del
Anticristo: depended sólo de Jesucristo y de Su misericordia, y podréis ser
liberados de la condenación.» Luego añadió que esperaba ser el último en sufrir
la muerte en Escocia por causas de religión.
Así entregó este piadoso cristiano
animosamente su vida en defensa de la verdad del Evangelio de Cristo, con la
certeza de que sería hecho partícipe de Su reinado celestial.
LOS CINCOS PUNTOS ESENCIALES DE LA BIBLIA
PECADO ORIGINAL. CORRUPCION TOTAL.
EXPOSICIÓN DE LA DOCTRINA.
La doctrina
de la corrupción total aparece en la confesión de Westminster de la manera
siguiente; "Por este pecado nuestros primeros padres cayeron de su rectitud
original y perdieron la comunión con Dios, y por tanto quedaron muertos en el
pecado y totalmente corrompidos en todas las facultades y partes del alma y del
cuerpo"
"Siendo
ellos el tronco de la raza humana, la culpa de este pecado le fue imputada, y
la misma muerte en el pecado y la naturaleza corrompida se transmitieron a la
posterioridad que desciende de ellos según la generación ordinaria.
El alcance y
los efectos del pecado original San Pablo, Agustín y Calvino toman como punto
de partida el hecho de que toda la humanidad pecó en Adán y que todos los
hombres son "inexcusables" Ro. 2:1. Pablo recalca una y otra vez que
estamos muertos, Efe. 2:12. Podemos notar en este versículo el énfasis
quíntuple que hace el apóstol colocando frase sobre frase para acentuar dicha
verdad.
La doctrina
de la corrupción total, que declara que el hombre sean igual de malos, ni que
no exista persona alguna sin alguna virtud, ni que la naturaleza humana sea
mala en sí misma. Lo que significa es que el hombre desde la caída se encuentra
bajo la maldición del pecado, y que es incapaz de amar a Dios.
El hombre no
regenerado puede, debido a la gracia común, amar a sus familiares, ser buen
ciudadano, quizá de donar un millón de pesos para un hospital, pero no puede
dar ni un simple vaso de agua fría a un discípulo en el nombre de Jesús. Un
hombre si fuere borracho, puede que logre abstienes de la bebida por laguna
razón; pero jamás podrá hacerlo por amor a Dios.
Pruebas
Bíblicas: I Cor. 2:14, Gén. 2:17, Rom. 5:12, 2ª Cor. 1:9, Efe. 2:1-3; 12, Jer.
13:23, Sal. 51:5, Jn. 3:5 Ro. 3:10-12.
EL DECRETO ETERNO DE DIOS. ELECCIÓN INCONDICIONAL.
EXPOSICIÓN DE LA DOCTRINA.
La doctrina
de la elección ha de considerarse sólo como una aplicación particular de la
doctrina general de la predestinación en tanto se relaciona con la salvación de
los pecadores. La confesión de Westminster presenta la doctrina de la siguiente
manera: "Por el decreto de Dios, para la manifestación de su propia
gloria, algunos hombres y ángeles son predestinados a vida eterna, y otros
preordenados están designados particularmente inalterablemente, y su número
están cierto y definido que ni se puede aumentar ni disminuir".
Es
importante entender con claridad esta doctrina de la elección divina, ya que
nuestro concepto de dicha doctrina determinará nuestro concepto de Dios, del
hombre, del mundo, y de la redención. Calvino dice "Jamás nos
convenceremos como debiéramos de que nuestra salvación procede y mana de la
fuente de la misericordia gratuita de Dios, mientras no hayamos comprendido se
elección eterna, pues ella, por comparación, nos ilustra la gracia de Dios.
PRUEBA BÍBLICA.
La primera
pregunta que debemos formularnos es, ¿Hallamos esta doctrina en las Escrituras?
Consideremos lo que dice San Pablo en Ef. 4:5. También es bueno considerar la
cadena de oro con sus cinco eslabones; conocidos, predestinados, llamados,
justificados, glorificados. Ro. 8: 29. 30. podemos considerar esta elección
bajo diferentes aspectos: (ver cat. menor P. 7 y 8)
A) UNA ELECCIÓN INDIVIDUAL.
Las
Escrituras presentan la elección como algo que ocurre en el pasado sin
consideración a méritos personales, y totalmente soberano. Ro. 9:11,12; Jn.
15:16; Ro. 5:6,8; 1Rey. 19:18.
B) UNA ELECCIÓN NACIONAL.
Dios escoge
a algunas naciones para que reciban mayores bendiciones espirituales y
temporales que otras. Esta forma de elección ha sido bien ilustrada en la
nación Judía, en ciertas naciones europeas y de América. A través del Antiguo
Testamento se afirma que los judíos eran un pueblo escogido. Am. 3:2; Sal.
147:20; Deut. 7:6
C) UNA ELECCIÓN PARA LOS MEDIOS
EXTERNOS DE GRACIAS.
Nacer en un
hogar cristiano donde se escucha y lee el Evangelio. Nadie puede escoger el
lugar de su nacimiento.
D) UNA ELECCIÓN EN CUANTO LAS
VOCACIONES.
Dios nos
concede los talentos especiales que nos capacitan para ser estadista, o médico,
o abogado, o agricultor, o músico, ser inteligente, o los dones de belleza,
etc.
La elección
también incluye a los ángeles, pues de ellos son partes de la creación de Dios
y están bajo su gobierno. Algunos son Santos, otros pecaminosos. 1 Tim. 5:21;
Mar. 8:38: 2 Ped. 2:4: Mt. 25:41.
LA EXPIACIÓN LIMITADA.
La pregunta
que tenemos que discutir es, ¿Ofreció Cristo su vida como sacrificio por toda
la humanidad, sin distinción o excepción; o la ofreció solamente por los
elegidos? Los calvinistas sostienen que según la intención y el plan de Dios,
Cristo murió por los elegidos únicamente.
La confesión
de Fe Westminster dice concerniente a esta doctrina "Por tanto, los que
son elegidos, habiendo caído en Adán son redimidos por Cristo, y en debido
tiempo eficazmente llamados a la fe en Cristo por el Espíritu Santo; son
justificados, adoptados, santificados, y guardados por su poder, por medio de
la fe, para salvación.
Nadie más
será redimido por Cristo eficazmente llamado, justificado, adoptado,
santificado y salvado, sino solamente los elegidos. (cap. 3 secc. 6) cat. m. P,
16 Esta doctrina no significa que se puede limitar el valor o el poder de la
expiación que Cristo hizo. El valor de la expiación depende de y es medio por
la dignidad de la persona que la hizo Jesucristo el Hijo de Dios. Es importante
hacer esta declaración: El calvinista limita la expiación al decir que ésta no
es aplicada a todas las personas, el arminiano la limita al decir que solamente
el que cree es salvo.
Las
escrituras afirman que Cristo fue un rescate por sus elegidos. Cristo también
enseñó que los elegidos y los redimidos eran las mismas personas, leer; Jn.
10:14,15; 15:13: 17:6,9,10; Ef. 5:25. Cristo murió por hombres como Pablo y
Juan, no por hombres como Faraón y Judas, quienes eran cabras y no ovejas. En
Génesis leemos que Dios "puso enemistad" entre la simiente de la
mujer y la simiente de la serpiente. En Gál. 3:16 Pablo usa el término
"simiente" y lo aplica a Cristo como individuo, dándonos a entender
que la simiente de la mujer es el pueblo de Dios elegido. De igual manera puede
notarse que la simiente de la serpiente son esa porción de la raza humana no
elegida por Dios. Prestemos atención a las palabras del señor Jesús en Jn.
6:70; 8:44. Y las de Pablo, Hech. 13:10.
LA GRACIA EFICAZ. EL LLAMAMIENTO EFICAZ
La confesión
de Westminster presenta la doctrina de la gracia eficaz de la siguiente manera,
"A todos a quienes Dios ha predestinado para vida, y a ellos solamente, la
agrada en su tiempo señalado y aceptado, llamar eficazmente por su palabra y
Espíritu fuera del estado de pecado y muerte en que están por naturaleza, a la
gracia y salvación por Jesucristo, iluminando espiritual y salvadoramente su
entendimiento, a fin de que comprendan las cosas de Dios; quitándoles el
corazón de piedra y dándoles uno de carne, renovando sus voluntades y por su
potencia todopoderosa, induciéndoles hacia aquello que es bueno, y trayéndoles
eficazmente a Jesucristo; de tal manera que ellos vienen con absoluta libertad,
habiendo recibido por la gracia de Dios la voluntad de hacerlo" (cap. X
secc. I y2) ver cat. men. Preg. 31
Creemos que
los méritos de la obediencia y del sufrimiento de Cristo son suficientes,
adecuados y ofrecidos gratuitamente a todos los hombre. Pero surge la pregunta,
¿Por qué se salva y otro se pierde? ¿Por qué razón unos se arrepienten y creen,
mientras que otros, con los mismos privilegios externos no se arrepienten? El
calvinista sostienen que es Dios quien causa la diferencia. El arminiano,
atribuye la diferencia a los hombres mismos.
Las
escrituras enseñan que el hombre en su estado natural está totalmente muerto en
su pecado, y que Dios por su gracia nos resucita. Ef. 2:1,4-6; Jn. 5:24; Col.
2:13; Tit. 3:5; 1 Ped. 2:9; II Cor. 5:17; Ez. 11:19.
La
regeneración y el llamamiento eficaz, no viola la libertas del hombre. Dios
tampoco trata al hombre como si fuese una piedra o un pedazo de madera. Dios
ilumina la mente y cambia todos los conceptos erróneos que el pecador abriga
sobre Dios sobre sí mismo, y sobre el pecado. La persona regenerada comienza a
ser guiada por nuevos motivos y deseos, y cosas que antes odiaba, ahora ama y
desea. Este cambio no acontece por ninguna compulsión externa, sino debido a un
nuevo principio de vida creado en el alma y que busca lo que le satisface.
LA PERSEVERANCIA DE LOS CREYENTES. (DE LOS SANTOS)
la doctrina
de la perseverancia de los santos aparece en la confesión Westminster de la
manera siguiente: "A quienes Dios ha aceptado en su amado, y que han sido
eficazmente llamados y santificados por su Espíritu, no pueden caer ni total ni
definitivamente del estado de gracia, sino que ciertamente han de perseverar en
él hasta el fin, y serán salvados eternamente. Fil. 1:6; 2 Ped. 1:10; Jn.
10:28,29; 1 Jn. 3:9. cap. XVII secc. 1 y 2
Esta
perseverancia. depende no de su propio libre albedrío, sin o de la
inmutabilidad del decreto, que fluye del amor gratuito e inmutable de Dios
Padre (2 Tim. 2.18,19; Jer. 31:3) de la eficacia del mérito y de la intercesión
de Jesucristo (Heb. 10:10,14; 13:20,21; 7;25; 9:12-15; Jn. 17:11,24; Rom.
8:33-39) de la morada del Espíritu" (Jn. 14:16,17: 1 Jn. 2:27; 3:9). Si
Dios ha escogido incondicionalmente a ciertas personas para vida eterna, y si
su Espíritu aplica eficazmente a éstas los beneficios de la redención, entonces
la conclusión es, que estas personas serán eternamente salvas. La perseverancia
no depende de nuestras buenas obras sino de la gracia de Dios. Pablo enseña que
los creyentes no están bajo la ley sino bajo la gracia y por esto no pueden ser
condenados por haber violado la ley (Rom. 6:14; 7:4,8; 4:15; Gál. 5:3).
La doctrina
de la perseverancia, no significa que el creyente no pueda caer en pecado, el
mejor de los creyentes aun puede caer en pecado. (2 Cor. 4:7; Rom. 7:19-25) En
cuanto a los supuestos creyentes que se apartan de la fe definitivamente,
demuestra que nunca han sido hijos de Dios. La cizaña nunca fue trigo. Mat.
13:38; 2 Cor. 11:14; Mt. 24:24; Rom. 9:6,7; 1 Jn. 2:9; Apc. 2:9.
EL PERÍODO DE LA REFORMA (SIGLO XVI) Y LA
INTERPRETACIÓN BÍBLICA.
RAÍCES DE LA
HERMENÉUTICA DE LA REFORMA: NOMINALISMO
ESCOLÁSTICO
La
esencia de los grandes sistemas escolásticos del Período Medieval fue la
síntesis de la Filosofía y la Revelación: la unión de la Razón y la Escritura.
Guillermo de Occam atacó el uso de la Razón en la Teología, aún enseñando que
la Razón sin la Revelación puede alcanzar conclusiones contradictorias a la
Revelación.
El
énfasis de Guillermo de Occam logró dos cosas para preparar el camino de la
Reforma: creó una desconfianza profunda en las construcciones y sistemas del
Escolasticismo Medieval y limitó la Teología a la Revelación sola para obtener
conocimiento. El resultado fue un sistema de interpretación más confiable que
las especulaciones alegóricas de los Padres (Martín Lutero tuvo una educación
filosófica según Guillermo de Occam).
HUMANISMO RENACENTISTA
Un
gran avivamiento por el estudio en el S. XV puso el fundamento para la
Hermenéutica de la Reforma. Dos factores involucrados fueron: El flujo de
refugiados griegos provenientes del caído imperio Bizantino amplió la
influencia del lenguaje griego y de su herencia Clásica; también la invención
de la impresora de tipo movible creó una verdadera explosión de conocimiento y
estudios bíblicos.
DOS FIGURAS CLAVES
El
terreno para la Reforma fue además preparado – en la providencia divina – por
dos hombres: Juan Reuchlin y Desiderio Erasmo. Reuchlin (tío de Felipe
Melanchton) fue el llamado padre del conocimiento hebreo para la iglesia
cristiana pues él publicó una gramática hebrea y un léxico hebreo, además de
publicaciones sobre los acentos y ortografía hebrea y una interpretación
gramática de los siete Salmos de penitencia. A Reuchlin se le llamó “Jerónimo
renacido.” Erasmo (1467-1536) publicó la primera edición crítica del NT en
griego (1516), además de las Anotaciones y su Parafrases de los Evangelios que
fueron ejemplos de interpretación con énfasis histórico y filológico. Lutero
usó mucho el NT de Erasmo.
Sin
embargo, debemos apuntar a Lutero mismo como la lámpara de la hermenéutica en
la Reforma.
HERMENÉUTICA DE LA REFORMA
Al
traducir la Biblia al alemán, Lutero hizo un gran servicio a la nación alemana,
pero también fortaleció el ímpetu de tener las Escrituras en el lenguaje común
de la gente. Y aunque debemos reconocer que los principios hermenéuticos de
Lutero fueron mejor que su práctica, es a él a quien debemos el mayor énfasis
sobre el significado literal como la única base apropiada para la exégesis.
Lutero completamente despreciaba la interpretación alegórica de la Escritura
llamándola “puro polvo”, “especulaciones vanas” y “escoria.” Podemos resumir su
hermenéutica con una frase suya: “El Espíritu Santo es el escritor más sencillo
que hay en los cielos o en la tierra, por lo tanto Sus palabras no pueden más
que tener el sentido más sencillo, que es lo que llamamos el sentido escritural
o literal.”
Después
de Lutero, la antorcha pasa a Calvino, quien en sus comentarios sobre Gálatas
4:21-26 se quejó de la práctica de obtener varios significados de una misma
Escritura como “un invento de Satanás.” En su introducción a Romanos sus
palabras fueron: “Es audacia, casi sacrilegio, usar la Escritura a nuestro
placer y jugar con ella como con una pelota, como muchos lo han hecho… es el
primer trabajo del intérprete dejar que el autor diga lo que dice, en lugar de
atribuirle lo que nosotros pensamos que debió haber dicho.”
Aunque
los principios Sola Fidei y Sola Gratia constituyen el principio material de la Reforma, el principio formal de la misma es Sola Escritura pues su esencia es el
rechazo de la tradición eclesiástica – en la Reforma se dio reversa
completamente al énfasis hermenéutico que había proliferado en la iglesia
occidental desde los días de los Padres Post-Apostólicos.
No
debemos olvidarnos de Melachton, Zwingli, Bucer, Beza y otros, pero por falta
de tiempo sólo recordemos las palabras de Tyndale (traductor del NT al inglés):
“Debes
entender entonces que la Escritura tiene un solo sentido, que es el sentido
literal. Y que ese sentido literal es la raíz y fundamento de todo, y el ancla
que nunca falla, a ella debes afianzarte, y así nunca errarás ni te saldrás del
camino. Pero si dejas el sentido literal, sólo podrás perderte. Sin embargo, la
Escritura sí usa proverbios, similitudes, acertijos, alegorías, como las otras
formas de hablar lo hacen, pero lo que esos proverbios, similitudes, acertijos
y alegorías significan es siempre el sentido literal, y ese debes siempre
buscar diligentemente.”
Fundamentos
teológicos de la Hermenéutica de la Reforma (los 6 principios hermenéuticos de
Lutero):
EL PRINCIPIO PSICOLÓGICO:
La
fe y la iluminación son los requisitos personales y espirituales para el
intérprete. El intérprete debe buscar la dirección del Espíritu y depender en
esa dirección.
EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD:
La
Biblia es la autoridad suprema y final en todo asunto teológico y por lo tanto
está sobre toda autoridad eclesiástica.
EL PRINCIPIO LITERAL:
Lutero
mantuvo la primacía de la interpretación literal de la Escritura. Esta primacía
refutó la interpretación cuatripartita de los Escolásticos. Lutero
especialmente rechazó los métodos alegóricos usados por Roma, pero Lutero mismo
algunas veces usó alguna forma de alegoría. Un aspecto de este principio es que
Lutero aceptó la primacía de los idiomas originales de la Escritura.
EL
PRINCIPIO DE LA SUFICIENCIA:
El
Cristiano piadoso y competente puede entender el verdadero significado de la
Biblia y por lo tanto no necesita las guías oficiales ofrecidas por Roma. La
claridad de la Biblia junto con
el
sacerdocio de todos los creyentes hace que la Biblia sea la propiedad de todos
los Cristianos. La claridad de la Palabra significa que fue escrita en un
lenguaje ordinario con su sentido ordinario. Su verdadero significado no era
alegórico ni de ninguna manera oscuro, y por lo tanto no requiere de alguna
autoridad eclesiástica para definir su verdadero significado. En lugar de un
guía oficial de Roma, Lutero enseñó que el verdadero intérprete de la Escritura
es la Escritura misma. Los pasajes oscuros deben ser interpretados por los
pasajes claros, y no por la tradición de Roma. Ningún pasaje debe ser
interpretado de tal manera que contradiga la enseñanza entera de la Biblia.
EL PRINCIPIO CRISTOLÓGICO:
La
función de toda interpretación es encontrar a Cristo. Este fue el método de
Lutero para hacer de toda la Biblia un libro Cristiano (pero no de la manera
alegórica de los Padres primitivos).
EL PRINCIPIO DE LA LEY Y EL EVANGELIO:
La
Ley de Dios fue dada para postrarnos a causa de la culpa del pecado. La
salvación viene por la gracia de Dios por medio de la fe en Cristo.
El
rechazo de la Hermenéutica de la Reforma
Roma
rechazó la hermenéutica de la Reforma puesto que está unida a la doctrina
Reformada. El asunto principal es la interpretación eclesiástica no la
interpretación alegórica.