INTRODUCCIÓN
Este ilustre alemán, teólogo y reformador de la
Iglesia, fue hijo de Juan Lutero y de Margarita Ziegler, y nació en Eisleben,
una ciudad de Sajonia, en el condado de Mansfield, el 10 de noviembre de 1483.
La posición y condición de su padre eran originalmente humildes, y su oficio el
de minero; pero es probable que por su esfuerzo y trabajo mejorara la fortuna
de su familia, por cuanto posteriormente llegó a ser un magistrado de rango y
dignidad. Lutero fue pronto iniciado en las letras, y a los trece años de edad
fue enviado a una escuela en Magdeburgo, y de allí a Eisenach, en Turingia,
donde quedó por cuatro años, exhibiendo las primeras indicaciones de su futura
eminencia.
En 1501 fue enviado a la Universidad de Erfurt,
donde pasó por los acostumbrados cursos de lógica y filosofía. A los veinte
años de edad recibió el título de licenciado, y luego pasó a enseñar la física
de Aristóteles, ética, y otros departamentos de filosofía. Después, por
indicación de sus padres, se dedicó a la ley civil, con vistas a dedicarse a la
abogacía, pero fue apartado de esta actividad por el siguiente incidente.
Andando un día por los campos, fue tocado por un rayo, siendo precipitado al
suelo, mientras que un compañero fue muerto justo a su lado; esto lo afectó de
tal manera que, sin comunicar su propósito a ninguno de sus amigos, se retiró
del mundo, y se acogió al orden de los eremitas de San Agustín.
Aquí se dedicó a leer a San Agustín y a los
escolásticos; pero, rebuscando por la biblioteca, halló accidentalmente una
copia de la Biblia latina, que nunca había visto antes. Esta atrajo
poderosamente su curiosidad; la leyó ansiosamente, y se sintió atónito al ver
qué poca porción de las Escrituras era enseñada al pueblo.
Hizo su profesión en el monasterio de Erfurt,
después de haber sido novicio un año; y tomó órdenes sacerdotales, y celebró su
primera Misa en 1507. Un año después fue trasladado del monasterio de Erfurt a
la Universidad de Wittenberg, porque habiéndose acabado de fundar la universidad,
se pensaba que nada sería mejor para darle reputación y fama inmediatas que la
autoridad la presencia de un hombre tan célebre por su gran temple y erudición,
como Lutero.
En esta universidad de Erfurt había un cierto
anciano en el convento (de los Agustinos con quien Lutero, que era entonces de
la misma orden, fraile Agustino, conversó acerca de diversas cosas,
especialmente acerca de la remisión de los pecados. Acerca de este artículo,
este sabio padre se franqueó con Lutero, diciéndole que el expreso mandamiento
de Dios es que cada hombre crea particularmente que sus pecados le han sido
perdonados en Cristo; le dijo además que esta particular interpretación estaba
confirmada por San Bernardo: «Este es el testimonio que te da el Espíritu Santo
en tu corazón, diciendo: Tus pecados te son perdonados. Porque ésta es la
enseñanza del apóstol, que el hombre es libremente justificado por la fe.»
Estas palabras no sólo sirvieron para fortalecer a
Lutero, sino también para enseñarle el pleno sentido de San Pablo, que insiste
tantas veces en esta frase: «Somos justificados por la fe.» Y habiendo leído
las exposiciones de muchos acerca de este pasaje, luego percibió, tanto por el
discurso del anciano como por el consuelo que recibió en su espíritu, la
vanidad de las interpretaciones que antes había creído de los escolásticos. Y
así, poco a poco, leyendo y comparando los dichos y ejemplos de los profetas y
de los apóstoles, con una continua invocación a Dios, y la excitación de la fe
por el poder de la oración, percibió esta doctrina con la mayor evidencia. Así
prosiguió su estudio en Erfurt por espacio de cuatro años en el convento de los
Agustinos.
En 1512, al tener una pendencia siete conventos de
su orden con su vicario general, Lutero fue escogido para ir a Roma para
mantener su causa. En Roma vio al Papa y su corte, y tuvo también la
oportunidad de observar las maneras del clero, cuya manera apresurada,
superficial e impía de celebrar la Misa ha observado con severidad. Tan pronto
como hubo ajustado la disputa que había sido el motivo de su viaje, volvió a
Wittenberg, y fue constituido doctor en teología, a costa de Federico, elector
de Sajonia, que le había oído predicar con frecuencia, que estaba perfectamente
familiarizado con su mérito, y que le reverenciaba sumamente.
Continuó en la Universidad de Wittenberg, donde,
como profesor de teología, se dedicó a la actividad de su vocación. Aquí
comenzó de la manera más intensa a leer conferencias sobre los sagrados libros.
Explicó la Epístola a los Romanos, y los Salmos, que aclaró y explicó de una
manera tan totalmente nueva y diferente de lo que había sido el estilo de los
anteriores comentaristas, que «parecía, tras una larga y oscura noche, que
amanecía un nuevo día, a juicio de todos los hombres piadosos y prudentes.»
Lutero dirigía diligentemente las mentes de los
hombres al Hijo de Dios, como Juan el Bautista anunciaba al Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo; del mismo modo Lutero, resplandeciendo en la
Iglesia como una luz brillante tras una larga y tenebrosa noche, mostró de
manera clara que los pecados son libremente remitidos por el amor del Hijo de
Dios, y que deberíamos abrazar fielmente este generoso don.
Su vida se correspondía con su profesión; y se
evidenció de manera clara que sus palabras no eran actividad meramente de sus
labios, sino que procedían de su mismo corazón. Esta admiración de su santa
vida atrajo mucho los corazones de sus oyentes.
Para prepararse mejor para la tarea que había
emprendido, se aplicó atentamente al estudio de los lenguajes griego y hebreo;
y a esto estaba dedicado cuando se publicaron las indulgencias generales en
1517.
León X, que sucedió a Julio II en marzo del 1513,
tuvo el designio de construir la magnífica Iglesia de San Pedro en Roma, que
desde luego había sido comenzada por Julio, pero que aún precisaba de mucho
dinero para poder ser acabada. Por ello, León, en 1517, publicó indulgencias
generales por toda Europa, en favor de todos los que contribuyeran con
cualquier suma para la edificación de San Pedro; y designó a personas en
diferentes países para proclamar estas indulgencias y para recibir dinero de
las mismas. Estos extraños procedimientos provocaron mucho escándalo en
Wittenbetg, y de manera particular inflamaron el piadoso celo de Lutero, el cual,
siendo de natural ardiente y activo, e incapaz en este caso de contenerse,
estaba decidido a declararse en contra de tales indulgencias en todas las
circunstancias.
Por ello, en la víspera del día de Todos los
Santos, en 1517, fijó públicamente, en la iglesia adyacente al castillo de
aquella ciudad, una tesis sobre las indulgencias; al principio de las mismas
retaba a cualquiera a que se opusiera a ellas bien por escrito, bien en debate
oral. Apenas si se habían publicado las proposiciones de Lutero acerca de las
indulgencias que Tetzel, el fraile Dominico y comisionado para su venta,
mantuvo y publicó una tesis en Frankfort, en la que contenía un conjunto de
proposiciones directamente contrarias a ellas. Hizo más: agitó al clero de su
orden en contra de Lutero; lo anatematizó desde el púlpito como un hereje
condenable, y quemó su tesis de manera pública en Frankfort. La tesis de Tetzel
fue también quemada, en reacción, por los luteranos en Wittenberg; pero el
mismo Lutero negó haber tenido parte alguna en esta acción.
En 1518, Lutero, aunque disuadido de ello por sus
amigos, pero para mostrar obediencia a la autoridad, acudió al monasterio de
San Agustín en Heidelberg, donde se celebraba capítulo; y allí mantuvo, el 26
de abril, una disputa acerca de la «justificación por la fe», que Bucero, que
entonces estaba presente, tomó por escrito, comunicándola después a Beatas Rhenanus,
no sin los más grandes encomios.
Mientras tanto, el celo de sus adversarios fue
creciendo más y más en contra de él; finalmente fue acusado delante de León X como
hereje. Entonces, tan pronto como hubo regresado de Heidelberg, le escribió una
carta a aquel Papa en los términos más sumisos; le envió, al mismo tiempo, una
explicación de sus proposiciones acerca de las indulgencias. Esta carta está
fechada en el Domingo de Trinidad de 1518, e iba acompañada de una protesta en
la que se declara que «no pretendía él proponer ni defender nada contrario a
las Sagradas Escrituras ni a la doctrina de los padres, recibida y observada
por la Iglesia de Roma, ni a los cánones ni decretales de los Papas; sin
embargo, pensaba que tenía libertad bien para aprobar o para desaprobar
aquellas opiniones de Santo Tomás, Buenaventura y otros escolásticos y
canonistas, que no se basaban en texto alguno.
El emperador Maximiliano estaba igual de solícito
que el Papa acerca de detener la propagación de las opiniones de Lutero en
Sajonia, que eran perturbadoras tanto para la Iglesia como para el Imperio. Por
ello, Maximiliano escribió a León una carta fechada el 5 de agosto de 1518,
pidiéndole que prohibiera, por su autoridad, estas inútiles, desconsideradas y
peligrosas disputas; también le aseguraba que cumpliría estrictamente en su
imperio todo aquello que Su Santidad ordenase.
Mientras tanto, Lutero, en cuanto supo lo que se
estaba llevando a cabo acerca de él en Roma, empleó todos los medios
imaginables para impedir ser llevado allí, y para obtener que su causa fuera
oída en Alemania. El elector estaba también opuesto a que Lutero fuera a Roma,
y pidió al Cardenal Cayetano que pudiera ser oído delante de él, como legado
del Papa en Alemania. Con esto, el Papa consintió en que su causa fuera juzgada
delante del Cardenal Cayetano, a quien había dado poderes para decidirla.
Por ello, Lutero se dirigió de inmediato a
Augsburgo, llevando consigo cartas del elector. Llegó allá en octubre de 1518,
y, habiéndosele dado seguridades, fue admitido en presencia del cardenal. Pero
Lutero vio pronto que tenía más que temer del cardenal que de disputas de
ningún tipo; por ello, temiendo un arresto si no se sometía, se retiró de
Augsburgo el día veinte. Pero, antes de partir, publicó una apelación formal al
Papa, y viéndose protegido por el elector, prosiguió predicando las mismas
doctrinas en Wittenberg, y envió un reto a todos los inquisidores a que acudieran
y disputaran con él.
Con respecto a Lutero, Miltitius, el chambelán del
Papa, tenía orden de demandar del elector que le obligara a retractarse, o que
le negara su protección; pero las cosas no iban a poder ser efectuadas con
tanta altanería, siendo que el crédito de Lutero estaba demasiado bien
establecido. Además, sucedió que el
emperador Maximiliano murió el doce de aquel mes, lo que alteró mucho el
aspecto de las cosas, e hizo al elector más capaz de decidir la suerte de
Lutero. Por ello, Miltitius pensó que lo mejor sería ver qué se podría hacer
con medios limpios y gentiles, y para este fin comenzó a conversar con Lutero.
Durante todos estos acontecimientos la doctrina de
Lutero se fue esparciendo y prevaleciendo mucho; y él mismo recibió alientos de
su tierra y desde fuera. Por aquel tiempo los bohemios le enviaron un libro del
célebre Juan Huss, que habla caído mártir en la obra de la reforma, y también
cartas en las que le exhortaban a la constancia y a la perseverancia,
reconociendo que la teología que él enseñaba era la teología pura, sana y
ortodoxa. Muchos hombres eruditos y eminentes se pusieron de su parte.
En 1519 tuvo una célebre disputa en Leipzig con
Juan Eccius. Pero esta disputa terminó al final como todas las otras, no
habiéndose aproximado las posturas de las partes en absoluto, sino que se
sentían más enemigos personales que antes.
Alrededor del fin del año, Lutero publicó un libro
en el que defendía que la Comunión se celebrara bajo ambas especies; esto fue
condenado por el obispo de Misnia el 24 de enero de 1520.
Mientras Lutero trabajaba para defenderse ante el
nuevo emperador y los obispos de Alemania, Eccius habla ido a Roma para pedir
su condena, lo que, como podrá concebirse, ahora no iba a ser tan difícil de
conseguir. Lo cierto es que la continua importunidad de los adversarios de
Lutero ante León le llevaron al final a publicar una condena contra él, e hizo
esto en una bula con fecha del 15 de junio de 1520. Esto tuvo lugar en
Alemania, publicada allí por Eccius, que la había solicitado en Roma, y que
estaba encargado, junto a Jerónimo Alejandro, persona eminente por su erudición
y elocuencia, de la ejecución de la misma. Mientras tanto, Carlos I de España y
V de Alemania, después de haber resuelto sus dificultades en los Países Bajos,
pasó a Alemania, y fue coronado emperador el veintiuno de octubre en Aquisgrán.
Martín Lutero, después de haber sido acusado por
primera vez en Roma en Jueves Santo por la censura papal, se dirigió poco
después de la Pascua hacia Worms, donde el mencionado Lutero, compareciendo
ante el emperador y todos los estados de Alemania, se mantuvo constante en la
verdad, se defendió a sí mismo, y dio respuesta a sus adversarios.
Lutero quedó alojado, bien agasajado y visitado por
muchos condes, barones, caballeros del orden, gentileshombres, sacerdotes y de
los comunes, que frecuentaban su alojamiento hasta la noche.
Vino, en contra de las expectativas de muchos,
tanto adversarios como amigos. Sus amigos deliberaron juntos, y muchos trataron
de persuadirle para que no se aventurara a tal peligro, considerando que tantas
veces no se había respetado la promesa hecha de seguridad. Él, tras haber
escuchado todas sus persuasiones y consejos, respondió de esta manera: «Por lo
que a mí respecta, ya que me han llamado, estoy resuelto y ciertamente decidido
a acudir a Worms, en nombre de nuestro Señor Jesucristo; si, aunque supiera que
hay tantos demonios para resistirme allí como tejas para cubrir las casas de
Worms.»
Al día siguiente, el heraldo lo trajo de su
alojamiento a la corte del emperador, donde quedó hasta las seis de la tarde,
porque los príncipes estaban ocupados en graves consultas; quedando allí, y
rodeado de gran número de personas, y casi aplastado por tanta multitud. Luego,
cuando los príncipes se hubieron sentado, entró Lutero, y Eccius, el oficial,
habló de esta guisa:
«Responde ahora a la demanda del Emperador.
¿Mantendrás tú todos los libros que has reconocido tuyos, o revocarás algunas
partes de los mismos y te someterás?»
Martín Lutero respondió modesta y humildemente,
pero no sin una cierta firmeza y constancia cristiana. «Considerando que
vuestra soberana majestad y vuestros honores demandan una respuesta llana, esto
digo y profeso tan resueltamente como pudo, sin dudas ni sofisticaciones, que si
no se me convence por el testimonio de las Escrituras (porque no creo ni al
Papa ni a sus Concilios generales, que han errado muchas veces, y que han sido
contradictorios entre sí), mi conciencia está tan ligada y cautivada por estas
Escrituras y la Palabra de Dios, que no me retracto ni me puedo retractar de
nada en absoluto, considerando que no es ni piadoso ni legítimo hacer nada en
contra de mi conciencia. Aquí estoy y en esto descanso: nada más tengo que
decir. ¡Que Dios tenga misericordia de mi!»
Los príncipes consultaron entre sí acerca de esta
respuesta dada por Lutero, y tras haber interrogado diligentemente al mismo, el
pro locutor comenzó a interpelarle así: «La Majestad Imperial demanda de ti una
simple respuesta, sea negativa, sea afirmativa, si pretendes defender todos tus
libros como cristianos, o no.»
Entonces Lutero, dirigiéndose al emperador y a los
nobles, les rogó que no le forzaran a ceder contra su conciencia, confirmada
por las Sagradas Escrituras, sin argumentos manifiestos que alegaran sus
adversarios. «Estoy atado por las Escrituras.»
Antes que se disolviera la Dieta de Worms, Carlos V
hizo redactar un edicto, fechado el ocho de mayo, decretando que Martín Lutero
fuera, en conformidad a la sentencia del Papa, considerado desde entonces
miembro separado de la Iglesia, cismático, y hereje obstinado y notorio.
Mientras que la bula de León X, ejecutada por Carlos V tronaba por todo el
imperio, Lutero fue encerrado a salvo en el castillo de Wittenberg; pero
cansado al final de su retiro, volvió a aparecer en público en Wittenberg el 6
de marzo de 1522, después de una ausencia de unos diez meses.
Lutero hizo ahora abiertamente la guerra al Papa y
a los obispos; y a fin de lograr que el pueblo menospreciara la autoridad de
los mismos tanto como fuera posible, escribió un libro contra la bula del Papa,
y otro contra el Orden falsamente llamado «El Orden Episcopal». Publicó
asimismo una traducción del Nuevo Testamento en lengua alemana, que fue
posteriormente corregida por él mismo y Melancton.
Ahora reinaba la confusión en Alemania, y no menos
en Italia, porque surgió una contienda entre el Papa y el Emperador, durante la
que Roma fue tomada dos veces, y el Papa hecho preso. Mientras los príncipes
estaban así ocupados en sus pendencias mutuas, Lutero continuó llevando a cabo
la obra de la Reforma, oponiéndose también a los papistas y combatiendo a los
Anabaptistas y otras sectas fanáticas que, aprovechando su enfrentamiento con
la Iglesia de Roma, habían surgido y se habían establecido en diversos lugares.
En 1527, Lutero sufrió un ataque de coagulación de
sangre alrededor del corazón, que casi puso fin a su vida. Pareciendo que las
perturbaciones en Alemania no tenían fin, el Emperador se vio obligado a
convocar una dieta en Spira, en el 1529, para pedir la ayuda de los príncipes
del imperio contra los turcos. Catorce ciudades, Estrasburgo, Nuremberg, Ulm,
Constanza, Retlingen, Windsheim, Merumingen, Lindow, Kempten, Hailbron, Isny,
Weissemburg, Norlingen, St. Gal, se unieron contra el decreto de la dieta, emitiendo
una protesta que fue escrita y publicada en abril de 1529. Ésta fue la célebre
protesta que dio el nombre de «Protestantes» a los reformadores en Alemania.
Después de esto, los príncipes protestantes
emprendieron la formación de una alianza firme, e instruyeron al elector de
Sajonia y a sus aliados que aprobaran lo que la Dieta había hecho; pero los
diputados redactaron una apelación, y los protestantes presentaron luego una
apología por su «Confesión», la famosa confesión que había sido redactada por
el moderado Melancton, como también la apología. Todo esto fue firmado por
varios de los príncipes, y a Lutero ya no le quedó nada más por hacer sino
sentarse y contemplar la magna obra que había llevado a cabo; porque que un
solo monje pudiera darle a la Iglesia de Roma un golpe tan rudo que se
necesitara sólo de otro parecido para derribada del todo, bien puede
considerarse una magna obra.
En 1533 Lutero escribió una epístola consoladora a
los ciudadanos de Oschatz, que habían sufrido algunas penalidades por haberse
adherido a la confesión de fe de Augsburgo; y en 1534 se imprimió la Biblia que
él había traducido al alemán, como lo muestra el antiguo privilegio fechado en
Bibliópolis, de mano del mismo elector; y fue publicada al año siguiente. También
aquel año publicó un libro: «Contra las Misas y la Consagración de los
Sacerdotes.»
En febrero de 1537 se celebró una asamblea en
Smalkalda acerca de cuestiones religiosas, a la que fueron llamados Lutero y
Melancton. En esta reunión Lutero cayó tan enfermo que no habla esperanzas de
su recuperación. Mientras le llevaban de vuelta escribió su testamento, en el
que legaba su desdén del papado a sus amigos y hermanos. Y así estuvo activo
hasta su muerte, que tuvo lugar en 1546.
Aquel año, acompañado por Melancton, había visitado
su propio país, que no había visto por muchos años, y había vuelto sano y
salvo. Pero poco después fue llamado otra vez por los condes de Mansfelt, para
que arbitrara unas diferencias que habían surgido acerca de sus límites, y al
llegar fue recibido por cien o más jinetes, y conducido de manera muy honrosa.
Pero en aquel tiempo enfermó tan violentamente que se temió que pudiera morir.
Dijo entonces que estos ataques de enfermedad siempre le sobrevenían cuando
tenía cualquier gran obra que emprender.
Pero en esta ocasión no se recuperó, sino que
murió, el 18 de febrero, a la edad de sesenta y tres años. Poco antes de
expirar, amonestó a aquellos que estaban a su alrededor que oraran por la
propagación del Evangelio, «porque el Concilio de Trento,» les dijo, «que ha
tenido una o dos sesiones, y el Papa, inventarán extrañas cosas contra él.»
Sintiendo que se aproximaba el fatal desenlace, antes de las nueve de la mañana
se encomendó a Dios con esta devota oración: «¡Mi Padre celestial, Dios eterno
y misericordioso! Tú me has manifestado tu amado Hijo, nuestro Señor
Jesucristo. Le he enseñado, le he conocido; le amo como mi vida, mi salud y mi
redención, a Quien los malvados han perseguido, calumniado y afligido con
vituperios. Lleva mi alma a ti.»
Después de esto dijo lo que sigue, repitiéndolo tres
veces: «¡En tus manos encomiendo mi espíritu, Tú me has redimido, oh Dios de
verdad! «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna»»
Habiendo repetido sus oraciones varias veces, fue llamado a Dios. Así, orando,
su limpia alma fue separada pacíficamente del cuerpo terrenal.