INTRODUCCIÓN
Habiéndose esparcido el Evangelio por Persia, los
sacerdotes paganos, que adoraban al sol, se alarmaron en gran manera, y temieron
la pérdida de aquella influencia que hasta entonces habían mantenido sobre las
mentes y posesiones de las gentes. Por ello, consideraron conveniente quejarse
ante el emperador de que los cristianos eran enemigos del estado, y que
mantenían una correspondencia traicionera con los romanos, los grandes enemigos
de Persia.
El emperador Sapores, de natural adverso al
cristianismo, creyó con facilidad lo que se le decía contra los cristianos, y
dio orden de que fueran perseguidos por todas las partes de su imperio. Debido
a este edicto, muchas personas de eminencia en la iglesia y en el estado
cayeron mártires ante la ignorancia y ferocidad de los paganos.
Constantino el Grande, informado de las
persecuciones en Persia, escribió una larga carta al monarca persa, en la que
le narraba la venganza que había caído sobre los perseguidores, y el gran éxito
que habían gozado los que se habían detenido de perseguir a los cristianos.
Refiriéndose a sus victorias sobre emperadores
rivales de su propia época, le dijo: «Sometí a estos sólo gracias a mi fe en
Cristo; por ello Dios fue mi ayudador, dándome la victoria en la batalla, y
haciéndome triunfar sobre mis enemigos. Del mismo modo me ha ensanchado los
límites del Imperio Romano, de modo que se extiende desde el Océano Occidental
hasta casi los confines del Oriente; y por estos dominios ni he ofrecido
sacrificios a las antiguas deidades, ni he empleado encantamientos ni
adivinaciones; sólo he ofrecido oraciones al Dios Omnipotente, y he seguido la
cruz de Cristo. Y me regocijaría si el trono de Persia hallara también gloria
abrazando a los cristianos; de modo que tú conmigo, y ellos contigo, podamos
gozar de toda dicha.»
Como consecuencia de esta apelación, la persecución
acabó por entonces; pero se renovó en años posteriores cuando otro rey accedió
al trono de Persia.
PERSECUCIONES BAJO LOS HEREJES ARRIANOS
El autor de la herejía arriana fue Arrio, natural
de Libia y sacerdote de Alejandría, que en el 318 d.C. comenzó a hacer públicos
sus errores. Fue condenado por un concilio de obispos libios y egipcios, y
aquella sentencia fue confirmada por el Concilio de Nicea en el 325 d.C.
Después de la muerte de Constantino el Grande, los arrianos hallaron medios
para hacerse con el favor del emperador Constantino, su hijo y sucesor en
oriente; y así se suscitó una persecución contra los obispos y el clero
ortodoxos. El célebre Atanasio y otros obispos fueron desterrados, y sus sedes
llenadas con arrianos.
En Egipto y Libia treinta obispos fueron
martirizados, y muchos otros cristianos fueron cruelmente atormentados, y, en
el 386 d.C., Jorge, obispo arriano de Alejandría, con la autoridad del
emperador, comenzó una persecución en aquella ciudad y sus alrededores,
empleándose con una dureza de lo más infernal. Fue ayudado en su diabólica
malicia por Catofonio, gobernador de Egipto; Sebastián, general de las fuerzas
egipcias; Faustino, el tesorero, y Heraclio, un oficial romano.
Las persecuciones se endurecieron de tal forma que
el clero fue empujado fuera de Alejandría, sus iglesias fueron cerradas, y las
crueldades practicadas por los herejes arrianos fueron tan grandes como las que
habían sido practicadas por los idólatras paganos. Si alguien acusado de ser
cristiano se daba a la fuga, toda su familia era muerta, y sus bienes confiscados.
PERSECUCIÓN BAJO JULIÁN EL APÓSTATA
Este emperador era hijo de Julio Constancio, y
sobrino de Constantino el Grande. Estudió las bases de la gramática bajo la
inspección de Mardonio, un eunuco pagano de Constantinopla. Su padre le envió
algún tiempo después a Nicomedia, para que fuera instruido en la religión
cristiana por el obispo Eusebio, su pariente, pero sus principios estaban
corrompidos por las perniciosas enseñanzas de Ecebolio el retórico, y del mago
Máximo.
Al morir Constantino en el año 361, Julián le
sucedió, y tan pronto llegó a la dignidad imperial renunció al cristianismo y
abrazó el paganismo, que durante algunos años había caído en general desfavor.
Aunque restauró el culto idólatra, no emitió ningún edicto público contra el cristianismo.
Llamó de nuevo a todos los paganos desterrados, permitió el libre ejercicio de
la religión a todas las sectas, pero privó a todos los cristianos de cargos en
la corte, en la magistratura o en el ejército. Era casto, templado, vigilante,
laborioso y piadoso; pero prohibió a todos los cristianos mantener escuelas o
seminarios públicos de enseñanza, privando a todo el clero cristiano de los
privilegios que les había concedido Constantino el Grande.
El obispo Basilio se hizo famoso al principio por su
oposición al arrianismo, lo que atrajo sobre él la venganza del obispo arriano
de Constantinopla. De la misma manera se opuso al paganismo. En vano los
agentes del emperador trataron de influir sobre Basilio mediante promesas,
amenazas y potros; se mantuvo firme en la fe, y fue dejado en la cárcel para
que padeciera otros sufrimientos cuando el emperador llegó accidentalmente a
Ancyra. Julián decidió interrogarle él mismo, y cuando aquel santo varón fue
hecho comparecer ante él, hizo todo lo posible para disuadirle de que
perseverara en la fe. Basilio, sin embargo, no sólo se mantuvo tan firme como
siempre, sino que con espíritu profético predijo la muerte del emperador, y que
sería atormentado en la otra vida. Encolerizado por lo que había oído, Julián ordenó
que el cuerpo de Basilio fuera desgarrado cada día en siete diferentes partes,
hasta que su piel y carne quedaran totalmente destrozados. Esta inhumana
sentencia fue ejecutada con rigor, y el mártir expiró bajo su dureza el 28 de
junio del 362 d.C.
Donato, obispo de Arezzo, e Hilarino, un eremita,
sufrieron alrededor del mismo tiempo; asimismo Gordiano, un magistrado romano.
Artemio, comandante en jefe de las fuerzas romanas en Egipto, fue privado de su
mando por ser cristiano, luego le fueron confiscados los bienes, y finalmente
fue decapitado.
Esta persecución persistió de manera terrible
durante el final del año 363; sin embargo, debido a que muchos detalles no nos
han sido transmitidos, será necesario señalar en general que en Palestina
muchos fueron quemados vivos, otros fueron arrastrados por los pies por las
calles, desnudos, hasta expirar, algunos fueron hervidos hasta morir; muchos
apedreados, y grandes números de ellos apaleados en la cabeza con garrotes
hasta derramarles los sesos. En Alejandría fueron innumerables los mártires que
sufrieron por la espada, el fuego, la crucifixión y la lapidación. En Arethusa,
varios fueron destripados, y, poniendo maíz en sus vientres, fueron entregados
a los cerdos, los cuales, al devorar el grano, también devoraban las entrañas
de los mártires; en Tracia, Emiliano fue quemado en la hoguera, y Domicio
asesinado en una cueva, a la que había huido para ocultarse.
El emperador, Julián el apóstata, murió de una
herida recibida en su expedición contra Persia, en el 363 d.C., y mientras
expiraba lanzó las más horrendas blasfemias. Fue sucedido por Joviano, que
restauró la paz de la Iglesia.
Después de la muerte de Joviano, Valentiniano
sucedió en el imperio, asociándose a Valente, que tenía el mando de oriente, y
que era arriano, y con una disposición implacable y perseguidora.
LA PERSECUCIÓN DE LOS CRISTIANOS POR LOS GODOS Y LOS VÁNDALOS
Habiendo muchos godos escitas abrazado el
cristianismo para la época de Constantino el Grande, la luz del Evangelio se
extendió de manera considerable en Escitia, aunque los dos reyes que gobernaban
aquel país, así como la mayoría del pueblo, seguían siendo paganos. Fritegem,
rey de los visigodos, era aliado de los romanos, pero Atanarico, rey de los
ostrogodos, estaba en guerra contra ellos. Los cristianos vivían sin molestias
en el reino del primero, pero el segundo, que había sido vencido por los
romanos, lanzó su venganza contra sus súbditos cristianos, comenzando sus
demandas paganas en el año 370.
Los godos eran de religión arriana, y se llamaban
cristianos; por ello, destruyeron todas las estatuas y templos de los dioses
paganos, pero no hicieron daño a las iglesias cristianas ortodoxas. Alarico
tenía todas las cualidades de un gran general. A la desenfrenada temeridad de
los bárbaros godos añadía el valor y la destreza del soldado romano. Condujo
sus fuerzas a Italia atravesando los Alpes, y aunque fue rechazado durante un
tiempo, volvió después con una fuerza irresistible.
EL ÚLTIMO «TRIUNFO» ROMANO
Después de esta afortunada victoria sobre los
godos, se celebró un «triunfo», como se llamaba, en Roma. Durante cientos de
años se había concedido este gran honor a los generales victoriosos al volver
de una campaña victoriosa. En tales ocasiones la ciudad era dada durante días a
la marcha de tropas cargadas de botín, y que arrastraban tras sí a prisioneros
de guerra, entre los que a menudo había reyes cautivos y generales vencidos.
Este iba a ser el último triunfo romano, porque celebraba la última victoria
romana. Aunque había sido ganada por Stilicho, el general, fue el emperador
niño Honorio quien se arrogó el triunfo, entrando en Roma en el carro de la
victoria, y conduciendo hasta el Capitolio entre el clamor del populacho.
Después, como se solía en tales ocasiones, hubo combates sangrientos en el
Coliseo, donde gladiadores, armados con espadas y lanzas, luchaban tan
furiosamente como si estuvieran en el campo de batalla.
La primera parte del sangriento espectáculo había
terminado; los cuerpos de los muertos habían sido arrastrados fuera con
garfios, y la arena enrojecida había sido cubierta con una capa nueva, limpia.
Después de esto, se abrieron los portones en la pared de la arena, y salieron
un número de hombres altos, apuestos, en la flor de su juventud y fuerza.
Algunos llevaban espadas, otros tridentes y redes. Dieron una vuelta alrededor
de la pared, y, deteniéndose delante del emperador, levantaron sus armas
extendiendo el brazo, y con una sola voz lanzaron su saludo: ¡Ave, Caesar,
morituri te salutant! «¡Ave, César, los que van a morir te saludan! »
Se reemprendieron los combates; los gladiadores con
redes trataban de atrapar a los que tenían espadas, y cuando ello sucedía daban
muerte, implacables, a sus antagonistas con el tridente. Cuando un gladiador
había herido a su adversario, y lo tenía yaciente impotente a sus pies, miraba
a los anhelantes rostros de los espectadores y gritaba: Hoc habet! «¡Lo
tiene!», y esperaba el capricho de los espectadores para matar o dejar con
vida.
Si los espectadores le extendían la mano con el
pulgar para arriba, el vencido era sacado de allí, para que se recuperara, si
era posible, de sus heridas. Pero si se daba la fatal señal de «pulgar abajo»
el vencido debía ser muerto; y si éste mostraba mala disposición a presentar su
cuello para el golpe de gracia, se gritaba con escarnio desde las galerías: Récipe
ferrum! « ¡Recibe el hierro! » Personas privilegiadas de entre la audiencia
incluso descendían a la arena, para poder contemplar mejor los estertores de
alguna víctima inusualmente valiente, antes de que su cuerpo fuera arrastrado
hacia la puerta de los muertos.
El espectáculo proseguía. Muchos habían sido
muertos, y el populacho, excitado hasta lo sumo por el valor desesperado de los
que seguían luchando, gritaban sus vítores. Pero de repente hubo una
interrupción. Una figura vestida rudamente apareció por un momento entre la
audiencia, y luego saltó atrevidamente a la arena. Se vio que era un hombre de
aspecto rudo pero impresionante, con la cabeza descubierta y con el rostro
tostado por el sol.
Sin dudarlo un momento, se dirigió a dos
gladiadores enzarzados en una lucha de vida o muerte, y poniendo las manos
encima de uno de ellos lo reprendió duramente por derramar sangre inocente, y
luego, volviéndose hacia los miles de rostros airados que le miraban, se
dirigió a ellos con una voz solemne y grave que resonó a través del profundo
recinto. Estas fueron sus palabras: «¡No correspondáis la misericordia de Dios
al alejar de vosotros las espadas de vuestros enemigos asesinándolos unos a
otros!»
Unos enfurecidos clamores y gritos pronto ahogaron
su voz: «¡Éste no es un sitio para predicar
las antiguas costumbres de Roma deben ser observadas!-¡Adelante,
gladiadores!» Echando al extraño a un lado, los gladiadores se habrían atacado
otra vez, pero el hombre se mantuvo en medio, apartándolos, y tratando en vano
de hacerse oír. Entonces el clamor se transformó en «¡Sedición! ¡Sedición!
¡Abajo con él!»; y los gladiadores, enfurecidos ante la interferencia de un
extrafio, lo traspasaron matándolo en el acto. También le cayeron encima de
parte del furioso público piedras o todos los objetos arrojadizos que hubiera a
mano, y así murió en medio de la arena.
Su hábito mostraba que era uno de los eremitas que
se entregaban a una vida santa de oración y abnegación, y que eran
reverenciados incluso por los irreflexivos romanos tan amantes de los combates.
Los pocos que le conocían dijeron cómo había venido de los desiertos de Asia en
peregrinación, para visitar las iglesias y guardar la Navidad en Roma; sabían
que era un hombre santo, y que su nombre era Telémaco nada más. Su espíritu se
había movido ante el espectáculo de los miles que se congregaban para ver cómo
unos hombres se mataban entre sí, y en su celo sencillo había tratado de
convencerlos de la crueldad y maldad de su conducta.
Murió, pero no en vano. Su obra quedó cumplida en
el momento en que fue abatido, porque el choque de tal muerte delante de sus
ojos movió los corazones de la gente: vieron el aspecto repugnante del vicio
favorito al que se habían entregado; y desde el día en que Telémaco cayó muerto
en el Coliseo jamás volvió a celebrarse allí ningún combate de gladiadores.
PERSECUCIONES DESDE ALREDEDOR DE MEDIADOS DEL SIGLO QUINTO HASTA EL
FINAL DEL SIGLO SÉPTIMO
Proterio fue constituido sacerdote por Cirilo,
obispo de Alejandría, que estaba bien familiarizado con sus virtudes antes de
designarlo para predicar. A la muerte de Cirilo, la sede de Alejandría estaba
ocupada por Díscoro, un inveterado enemigo de la memoria y familia de su
predecesor. Condenado por el concilio de Calcedonia por haber abrazado los errores
de Eutico, fue depuesto, y Proterio fue escogido para llenar la sede vacante,
con la aprobación del emperador. Esto ocasionó una peligrosa insurrección,
porque la ciudad de Alejandría estaba dividida en dos facciones; una que
defendía la causa del anterior prelado, la otra, la del nuevo. En uno de los
motines, los eutiquianos decidieron lanzar su venganza contra Proterio, que
huyó a la iglesia buscando refugio; pero en el Viernes Santo del 457 d.C., una
gran multitud de ellos se precipitaron dentro de la iglesia, y asesinaron
bárbaramente al prelado, arrastrando luego el cuerpo por las calles,
arrojándole insultos, quemándolo, y esparciendo las cenizas por el aire.
Hermenegildo, un príncipe godo, fue el hijo mayor
de Leovigildo, rey de los godos, en España. Este príncipe, que era
originalmente arriano, fue convertido a la fe ortodoxa por medio de su esposa
Ingonda. Cuando el rey supo que su hijo había cambiado su posición religiosa,
le privó de su puesto en Sevilla, donde era gobernador, y amenazó con matarlo
si no renunciaba a la fe que había abrazado. El príncipe, para impedir que su
padre cumpliera sus amenazas, comenzó a adoptar una posición defensiva; y
muchos de los de persuasión ortodoxa en España se declararon en su favor.
El rey, exasperado ante este acto de rebeldía,
comenzó a castigar a todos los cristianos ortodoxos que sus tropas podían
apresar, y así se desencadenó una persecución muy severa. Él mismo emprendió la
marcha contra su hijo, a la cabeza de un ejército muy poderoso. El príncipe se
refugió en Sevilla, de la que huyó luego, y fue finalmente asediado y apresado
en Asieta. Cargado de cadenas, fue enviado a Sevilla, y al rehusar en la fiesta
de la Pascua recibir la Eucaristía de manos de un obispo arriano, el
encolerizado rey ordenó a sus guardas que despedazaran al príncipe, lo que
cumplieron a rajatabla, el 13 de abril del 586 d.C.
Martín, obispo de Roma, nació en Todi, Italia.
Tenía una natural inclinación hacia la virtud, y sus padres le procuraron una
educación admirable. Se opuso a los herejes llamados monotelitas, que eran
protegidos por el emperador Heraclio. Martín fue condenado en Constantinopla,
donde se vio expuesto en los lugares más públicos a la mofa del pueblo,
siéndole arrancadas todas las marcas de distinción episcopal, y tratado con el
mayor escarnio y severidad. Después de yacer algunos meses en la cárcel, Martín
fue enviado a una isla a cierta distancia, y allí despedazado, el 655 d.C.
Juan, obispo de Bérgamo, en Lombardía, era un
hombre erudito, y un buen cristiano. Ejerció todos los esfuerzos posibles para
limpiar la Iglesia de los errores del arrianismo, y uniéndose en esta santa obra
con Juan, obispo de Milán, tuvo gran éxito contra los herejes, por causa de lo
cual fue asesinado el 11 de julio del 683 d.C.
Killien nació en Irlanda, y recibió de sus padres
una educación piadosa y cristiana. Obtuvo la licencia del romano pontífice para
predicar a los paganos en Franconia, en Alemania. En Wurtburg convirtió al
gobernador, Gozberto, cuyo ejemplo siguieron la mayor parte del pueblo durante
los dos años siguientes. Persuadiendo a Gozberto que su matrimonio con la viuda
de su hermano era pecaminoso, esta hizo que le decapitaran, en el año 689 d.C.
PERSECUCIONES DESDE LA PRIMERA PARTE DEL SIGLO OCTAVO HASTA CERCA DEL
FINAL DEL SIGLO DÉCIMO
Bonifacio, arzobispo de Mentz y padre de la iglesia
de Alemania, era inglés, y en la historia eclesiástica es considerado como uno
de los más hermosos ornamentos de esta nación. Originalmente su nombre era
Winfred, o Winfrith, y nació en Kirton, en Devonshire, que entonces formaba
parte del reino Sajón Occidental. Cuando tenía sólo seis años comenzó a exhibir
una propensión a la reflexión, y parecía solícito por conseguir información
acerca de cuestiones religiosas. El abad Wolfrad, descubriendo que poseía una
aguda inteligencia, así como una intensa inclinación al estudio, lo hizo ir a
Nutscelle, un seminario de estudios en la diócesis de Winchester, donde tendría
mucha mayor oportunidad de avanzar que en Exeter.
Después de una debida observación, el abad lo vio
calificado para el sacerdocio, y le obligó a recibir este sagrado orden cuando
tenía alrededor de treinta años. Desde aquel tiempo comenzó a predicar y a
laborar por la salvación de sus semejantes; fue liberado para asistir a un
sínodo de obispos en el mino Sajón Occidental. Posteriormente, en el año 719,
fue a Roma, donde Gregorio II, que entonces ocupaba la cátedra de Pedro, lo
recibió con grandes muestras de amistad, y encontrándolo lleno de todas las
virtudes que componen el carácter de un misionero apostólico, lo despidió sin
ninguna comisión concreta, con libertad de predicar el Evangelio a los paganos
allí donde los hallara. Pasando a través de Lombardía y Baviera, llegó a
Turingia, país que había ya recibido la luz del Evangelio, y luego visitó
Utrecht, dirigiéndose luego a Sajonia, donde convirtió a varios miles al
cristianismo.
Durante el ministerio de este manso prelado, Pipino
fue proclamado rey de Francia. Era ambición de este príncipe ser coronado por
el más santo prelado que pudiera hallarse, y Bonifacio fue llamado para llevar
a cabo esta ceremonia, lo que hizo en Soissons en el año 752. Al año siguiente,
su avanzada edad y sus muchas enfermedades gravitaron sobre él con tanta
pesadez que, con el consentimiento del nuevo rey y de los obispos de su
diócesis, consagró a Lullus, su compatriota y fiel discípulo, y lo puso en la
sede de Mentz. Cuando se hubo liberado de esta manera de su carga, recomendó el
cuidado de la iglesia de Mentz al cuidado del nuevo obispo en términos muy
enérgicos, expresando el deseo de que la iglesia en FuId fuera terminada, y que
se cuidaran de que lo sepultaran allí, porque su fin se avecinaba.
Habiendo dejado estas órdenes, emprendió viaje en
barca por el Rhin, y se dirigió a Frisia, donde convirtió y bautizó varios
miles de nativos bárbaros, demolió los templos, y levantó iglesias sobre las
ruinas de aquellas supersticiosas estructuras. Habiéndose designado un día para
la confirmación de un gran número de convertidos, ordenó que se reunieran en un
llano recién abierto, cerca del río Bourde. Allí se dirigió él el día antes, y
levantando una tienda, decidió quedarse en aquel lugar toda la noche, para
estar listo temprano a la mañana siguiente. Algunos paganos, inveterados
enemigos suyos, al enterarse de ello, se lanzaron contra él y sus compañeros de
misión por la noche, dándole muerte a él y a cincuenta y dos de sus compañeros
y ayudantes el 5 de junio del 755. Así cayó el gran padre de la Iglesia
Alemana, la honra de Inglaterra, y la gloria de la edad en que vivió.
En el año 845, cuarenta y dos personas de Armoria
en la Alta Frigia fueron martirizadas por los sarracenos, y las circunstancias
de este suceso fueron como sigue:
En el reinado de Teófilo, los sarracenos devastaron
muchas zonas del imperio oriental, logrando considerables victorias sobre los
cristianos, tomaron la ciudad de Armoria, y un número de personas sufrieron
martirio.
FLORA Y MARÍA, DOS DISTINGUIDAS DAMAS, SUFRIERON MARTIRIO AL MISMO
TIEMPO.
Perfecto era natural de Córdoba, en España, y fue
criado en la fe cristiana. Teniendo un genio vivo, se hizo maestro de toda la
literatura útil y amena de aquella época; y al mismo tiempo no era tan célebre
por sus capacidades como admirado por su piedad. Al final tomó órdenes
sacerdotales, y ejecutó los deberes de su oficio con gran asiduidad y
exactitud. Al declarar en público que Mahoma era un impostor, fue sentenciado a
ser decapitado, y fue ejecutado el 850 d.C.; después de ello su cuerpo fue honrosamente
enterrado por los cristianos.
Adalberto, obispo de Praga, natural de Bohemia,
después de haberse visto envuelto en muchas penalidades, comenzó a dirigir sus
pensamientos a la conversión de los infieles, para cuyo fin se dirigió a
Dantzig, donde convirtió y bautizó a muchos; esto enfureció tanto a los sacerdotes
paganos, que se lanzaron contra él y le dieron muerte con dardos; esto sucedió
el 23 de abril del 997 d.C.
PERSECUCIONES EN EL SIGLO UNDÉCIMO
Alfago, arzobispo de Canterbury, descendía de una
familia de alcurnia en Gloucestershire, y recibió una educación correspondiente
a su ilustre nacimiento. Sus padres eran dignos cristianos, y Alfago pareció
heredar sus virtudes.
Al quedar vacante la sede de Winchester por la
muerte de Ethe wold, Dunstan, el arzobispo de Canterbury, y primado de toda
Inglaterra, consagró a Alfago para el obispado vacante, para general
satisfacción de todos los pertenecientes a la diócesis.
Dunstan tenía una veneración extraordinaria por
Alfago, y, cuando estaba para morir, hizo una ferviente oración a Dios para que
él pudiera sucederle en la sede de Canterbury; y esto así sucedió, aunque no
hasta dieciocho años después de la muerte de Dunstan en 1006.
Después que Alfago hubiera regido la sede de
Canterbury durante unos cuatro años, con gran crédito para sí y beneficio para
el pueblo, los daneses lanzaron una incursión en Inglaterra, y pusieron sitio a
Canterbury. Al saberse los propósitos de ataque contra esta ciudad, muchas de
las personas principales huyeron de ella, e intentaron persuadir a Alfago para
que hiciera lo mismo. Pero él, como buen pastor, no quiso dar oídos a tal
propuesta. Mientras se dedicaba a ayudar y a alentar al pueblo, Canterbury fue
tomada al asalto; el enemigo se precipitó dentro de la ciudad, destruyendo a
todos los que encontraban, por el fuego y por la espada.
Entonces tuvo la valentía de dirigirse al enemigo,
y ofrecerse a ellos como más digno de su ira que el pueblo: les rogaba que
perdonaran al pueblo, y que descargaran toda su furia sobre él. Entonces lo
tomaron, ataron sus manos, lo insultaron y escarnecieron brutal y bárbaramente,
y lo obligaron a quedarse presente hasta que quemaron su iglesia y dieron
muerte a los monjes. Luego diezmaron a todos los habitantes, tanto clérigos
como laicos, dejando sólo una décima parte de las personas con vida; dieron
muerte así a 7236 personas, dejando sólo a cuatro monjes y 800 laicos vivos,
tras lo cual encerraron al arzobispo en una mazmorra, donde le tuvieron bajo
estrecha guardia durante varios meses.
Durante este encierro le propusieron ganar su
libertad mediante un rescate de 3000 libras, y que persuadiera al rey que
comprara la salida de ellos del reino por una suma adicional de 10.000 libras.
Como las circunstancias de Alfago no le permitían satisfacer una exigencia tan
desorbitada, lo ataron y le aplicaron atroces tormentos, para obligarle a
revelar el tesoro de la iglesia; le aseguraron que si lo hacía le darían su
vida y libertad. Pero el prelado persistió piadosamente en rehusar dar a los
paganos ninguna información acerca de ello. Lo volvieron a mandar a la
mazmorra, lo confinaron otros seis días, y luego, llevándolo preso con ellos a
Greeriwich, lo sometieron allí a juicio.
Siguió él inflexible con respecto al tesoro de la
iglesia, exhortándoles en cambio a que abandonaran su idolatría y a que
abrazaran el cristianismo. Esto enfureció de tal modo a los daneses que los
soldados lo sacaron del campamento, golpeándolo implacablemente. Uno de los
soldados, que había sido convertido por él, sabiendo que sus dolores se
prolongarían mucho tiempo, por cuanto su muerte estaba decidida, actuó con una
especie de bárbara compasión, cortándole la cabeza, y poniendo así punto final
a su martirio, el 19 de abril del 1012 d.C. Esto aconteció en el mismo lugar en
que se levanta ahora la iglesia de Greenwich, dedicada a él. Después de su
muerte, su cuerpo fue echado al Támesis, pero, hallado al día siguiente, fue
enterrado en la catedral de San Pablo por los obispos de Londres y Lincoln;
desde allí Ethelmoth lo llevó, en el año 1023, a Canterbury, que era obispo de
esta provincia.
Gerardo, veneciano, se dedicó al servicio de Dios
desde su más tierna infancia; entró en una casa religiosa por un cierto tiempo,
y luego decidió peregrinar a Tierra Santa. Pasando a Hungría, conoció a
Esteban, el rey de aquel país, que le hizo obispo de Chonad.
Al ser depuestos Quvo y Pedro, sucesores de
Esteban, Andrés, hijo de Ladislao, primo hermano de Esteban, recibió la promesa
de que le sería dada la corona, bajo la condición de que emplearía su autoridad
para extirpar de Hungría la religión cristiana. El ambicioso príncipe aceptó la
propuesta, pero al ser Gerardo informado de este impío cambalache, consideró su
deber protestar contra la enormidad del crimen de Andrés, y persuadirle a
retirar la promesa. Con este fin, emprendió visitar al rey, acompañado por tres
prelados, llenos de celo por la religión. El nuevo rey estaba en Alba Regalis,
pero cuando los cuatro obispos iban a cruzar el Danubio, fueron detenidos por
una partida de soldados destacados allí. Soportaron pacientes un ataque con piedras,
y luego los soldados los apalearon sin misericordia, y al final les dieron
muerte a lanzadas. Sus martirios acontecieron en el año 1045.
Estanislao, obispo de Cracovia, descendía de una
ilustre familia polaca. La piedad de sus padres era igual a su opulencia, y
ésta la sometían a todos los propósitos de la caridad y benevolencia.
Estanislao estuvo un cierto tiempo indeciso acerca de si debía abrazar la vida
monástica, o si debía dedicarse a la clerecía secular. Finalmente quedó
persuadido de esto último por Lambert Zula, obispo de Cracovia, que le dio
órdenes sagradas, y lo hizo canónigo de su catedral Lamberto murió el 25 de
noviembre del 1071, cuando todos los interesados en la elección de un sucesor
se declararon por Estanislao, y éste sucedió a la prelatura.
Bolislao, el segundo rey de Polorúa, tenía de
natural muchas buenas cualidades, pero dando rienda suelta a sus pasiones,
cometió muchas atrocidades, y al final mereció el apelativo del Cruel. Sólo
Estanislao tuvo la oportunidad de confrontarlo con sus faltas cuando,
aprovechando una oportunidad en privado, le expresó abiertamente la enormidad
de sus crímenes. El rey, sumamente exasperado ante sus repetidas libertades,
decidió al final terminar con un prelado tan fiel. Enterándose un día que el
obispo estaba a solas, en la capilla de San Miguel, a poca distancia de la
ciudad, envió a algunos soldados para asesinarlo.
Los soldados emprendieron de buena gana la
sanguinaria tarea; pero, al llegar a la presencia de Estanislao, el venerable
aspecto del prelado los amedrentó de tal manera que no pudieron llevar a cabo
lo prometido. Al volver ellos y saber el rey que no habían obedecido sus órdenes,
se lanzó violentamente sobre ellos, arrebató una daga de uno de ellos, y se
dirigió furioso a la capilla, donde, hallando a Estanislao ante el altar, le
hundió el arma en el corazón. El prelado murió instantáneamente; esto sucedió
el 8 de mayo del 1079 d.C.